El lector militante
DOI:
https://doi.org/10.48160/18520499prismas24.1180Resumen
En el verano de 2019, instalada en la escena de los veranos familiares marplatenses, recibí un correo electrónico de Carlos Altamirano con el asunto “Cultura comunista”. Desvié rápidamente el impulso hacia la playa y lo abrí, curiosa. Me enviaba una foto y me contaba que hacía poco él mismo la había recibido de un viejo amigo chaqueño. La imagen mostraba en primer plano a un hombre de pie, de riguroso traje, bigote y gomina. Las manos en la espalda esperando hablarle a un micrófono de cabeza redonda. Más atrás, tres jóvenes mujeres con cintas de luto en sus brazos custodiaban varias coronas de flores. De fondo, un enorme friso retrataba a Stalin flanqueado por las banderas de la Unión Soviética y la Argentina con la leyenda “Gloria eterna al inmortal Stalin”. La toma era de 1953 y se trataba del homenaje que el pequeño Partido Comunista de Resistencia le hacía al “padre de los pueblos”, muerto en marzo de ese año para conmoción de todo el mundo. Se trataba de una imagen a la vez curiosa y común en la iconografía del comunismo, pero que remitía a una historia familiar. El hombre de traje, el tío Pedro, había sido un comunista fiel, pero su sobrino, el amigo de Carlos, no lo recordaba por eso, sino porque en las calurosas siestas chaqueñas aquel tío, padre de las chicas que lo acompañaban en el ritual, le había “iluminado el mundo de la lectura”