Centro de Historia Intelectual, Departamento de Ciencias Sociales, Universidad Nacional de Quilmes
← Volver a Prismas, vol. 22, núm 2, 2019
I |
Asociado a la emergencia de los estudios en comunicación y cultura en la Argentina encontramos un conjunto de iniciativas editoriales que, hacia fines de los años sesenta y principios de los setenta, funcionó como vehículo del proceso de modernización cultural, renovación epistémica y radicalización política del período. Se destacan –solo en lo referente a la edición de libros– las colecciones “Signos” y “Comunicaciones” dirigidas por Eliseo Verón en la editorial Tiempo Contemporáneo; la colección “Comunicación de masa”, animada informalmente por Héctor Schmucler en Siglo XXI Editores de Argentina, y algunas zonas del Centro Editor de América Latina (CEAL) donde dirigieron colecciones y/o colaboraron regularmente, entre otros, Aníbal Ford, Beatriz Sarlo, Eduardo Romano, Jaime Rest y Jorge Rivera.[1]
En este trabajo presentaremos una breve cartografía de las ediciones del CEAL vinculadas con este campo de saberes y discursos especializados. Sostendremos que allí se publicaron un conjunto de títulos y colecciones que contribuyeron a sentar los fundamentos de una problemática novedosa, a darle legitimidad académica y visibilidad político-cultural.
II |
Boris Spivacow fundó el CEAL en 1966, luego de renunciar a la gerencia de la editorial de la Universidad de Buenos Aires en rechazo a la intervención universitaria que dispuso el gobierno militar de Juan Carlos Onganía. Como se ha señalado,[2] el CEAL retomó las grandes líneas del proyecto que había motorizado EUDEBA: la producción de libros baratos para un público universitario a la vez que masivo y la apuesta por su “modernización” a través de su introducción en las disciplinas y perspectivas más avanzadas de la época. Con una nueva impronta, dado su carácter comercial, el CEAL desplegó durante décadas un capítulo emblemático de la cultura argentina que se inscribe en la larga tradición de las izquierdas ilustradas, que hicieron del impreso un vehículo de democratización cultural.
Apenas iniciada la empresa, y a cargo de la Enciclopedia Literaria (una colección monográfica de libros de bolsillo) Aníbal Ford le propuso a Jaime Rest reeditar “Alcances literarios de una dicotomía cultural contemporánea”, un ensayo que este había publicado en 1965 en la revista de la Universidad Nacional de la Plata. El libro fue rebautizado como Literatura y cultura de masas (1967). En el cambio de título y en la conjunción de elementos que este pone en relación se puede leer una estrategia de colocación en el mercado editorial tanto como la puesta en valor de un fenómeno y una perspectiva: Rest discutía las concepciones que entendían lo masivo como vehículo de degradación del hecho estético y ensayaba un acercamiento histórico-social a las transformaciones que implicaba la expansión de los medios técnicos de producción cultural. En una colección dirigida a un público masivo se operaba, así, una torsión inaugural al otorgarle a la cultura de masas una legitimidad de la que carecía en el ámbito de la crítica literaria y en los círculos de la élite intelectual tradicional, liberal o de izquierda.
Poco después, en la misma colección, Ford publicó El folletín y la novela popular (1968), de Jorge Rivera. Allí se consideraba la literatura vinculada con los sectores populares y los géneros masivos como testimonio de una genuina experiencia cultural y se ponía en práctica una historia social de los medios de comunicación que, como parte de una historia más amplia de la cultura, incorporaba el estudio de las prácticas de lectura popular, sus lógicas y contextos.
La edición casi simultánea de ambos libros en una colección sobre “literatura clásica” nos sitúa ante un desplazamiento epistémico en el campo de la crítica que funcionó como condición de posibilidad para la ampliación de su objeto y la emergencia de un espacio autónomo de estudios sobre comunicación y cultura de masas. En esta línea se pueden leer los trabajos en el CEAL de Ford, Rivera y Eduardo Romano, quienes, bajo el paraguas editor de Rest, conformaron una red de colaboraciones cruzadas. En la serie Capítulo Universal (una historia de la literatura mundial) se publicaron bajo la supervisión de Rest entre 1968 y 1972: El folletín y la novela popular (N° 138); La narrativa policial (N° 139), ambos de Rivera; La canción popular (N° 141), de Rivera y Ford; Literatura, crónica y periodismo (N° 142) de Ford; Literatura y mito (N° 155) de Ford y Romano; De la historieta a la fotonovela (N° 143), de Romano y Rivera; Literatura y folklore (Nº 156), de Romano con Graciela Dragoski. Algunos de los ensayos fueron reunidos por Rivera en 1972 en el volumen Las literaturas marginales.[3]
La selección temática expuesta indica, como dijimos, el “ingreso a la literatura argentina” de formas y tópicos hasta entonces degradados o ignorados por la crítica. En términos teórico-metodológicos, la puesta en cuestión de la dicotomía entre “alta” y “baja” cultura permitía poner de manifiesto cruces y préstamos recíprocos entre sus expresiones. En esta revalorización de las prácticas culturales de los sectores populares se puede leer, asimismo, una tentativa de intervención en los debates político-culturales del período.[4]
III |
Podemos encontrar en el inmenso catálogo del CEAL otra vertiente teórica y analítica en esta materia. También bajo la supervisión de Rest, Beatriz Sarlo confeccionó para Capítulo Universal el fascículo sobre El formalismo ruso (1971) y en la Biblioteca Básica Universal la Antología del formalismo ruso, la selección de fuentes que lo acompañaba. Bajo la misma modalidad (ensayo de divulgación más antología de textos) Sarlo preparó El estructuralismo y la nueva crítica (1971) y Ensayos estructuralistas (1971).
En estas publicaciones se condensan una serie de operaciones relevantes. En términos teóricos, Sarlo ensayaba una síntesis conceptual: subrayaba el quiebre que había fundado el formalismo a inicios del siglo XX –en ruptura con la crítica de vertiente sociologista o psicologista– y, siguiendo a Juri Tinianov, llamaba a relacionar la “serie de la literatura” –que había puesto de relieve el formalismo en su especificidad– con la “serie de lo histórico-social”. En relación con la crítica estructuralista, Sarlo destacaba su interrogación sobre el estatuto de la cultura en la era de su masificación y su orientación expandida hacia el análisis de la producción social de la significación.
Desde un punto de vista cultural estos volúmenes contribuían a amplificar los alcances de una serie de trabajos que habían circulado en el medio local en ediciones dirigidas a un público restringido. Nos referimos a los textos tomados de la colección sobre estructuralismo que dirigía José Sazbón en Nueva Visión, o de la compilación de Tzvetan Todorov, Teoría de la literatura de los formalistas rusos, que, bajo dirección de Héctor Schmucler, había sido traducida para ediciones Signos en 1970.[5] En el mismo sentido puede leerse la reseña que en El estructuralismo y la nueva crítica Sarlo dedicaba a la revista Communications (en especial a su número 8: L’analyse structurale du recit, de 1966), que había tenido una edición parcial el mismo año en la colección “Comunicaciones” que dirigía Eliseo Verón en Tiempo Contemporáneo.[6]
Los pequeños volúmenes de divulgación preparados por Sarlo en el CEAL funcionaban, así, como una suerte de caja de resonancia de un movimiento más amplio de recepción de ideas y de experimentación teórica que tramitaba una zona de la vanguardia local de las ciencias sociales con fuertes conexiones internacionales y una fuerte participación (es el caso de Sazbón, Schmucler y Verón) en actividades de mediación cultural a través de la traducción y la edición de libros.
En esta línea podemos leer también algunos de los títulos de la Biblioteca Total, una colección de “alta divulgación” que hacia 1976 Sarlo ideó y dirigió junto a Carlos Altamirano. Entre otros: Saussure y los fundamentos de la lingüística (1976), con selección y estudio preliminar de José Sazbón; El análisis estructural (1977), con selección y prólogo de Silvia Niccolini (seudónimo de Sarlo) y el Léxico de lingüística y semiología (1978), preparado por Nicolás Rosa. Con sus varias reediciones estos trabajos se convirtieron en una pieza clave de la circulación y la divulgación de la semiología y el estructuralismo en el país y –ya en los años ochenta– de su proyección en la cultura universitaria. Aunque en una clave sociológica diferente, también se destaca la publicación en la Biblioteca Total de La comunicación de masas (1977), una antología con notas, introducción y selección de textos de Heriberto Muraro.
Es interesante notar que en paralelo Sarlo y Altamirano publicaron en el CEAL un conjunto de ensayos de su autoría que son considerados seminales en la reelaboración conceptual que, hacia fines de los años setenta y principios de los ochenta, acercó los enfoques de la crítica literaria a una nueva vertiente de la sociología de la cultura. Me refiero a Literatura y sociedad (1977, en La Biblioteca Total), Conceptos de Sociología literaria (1980, La Nueva Biblioteca) y a Ensayos argentinos. De Sarmiento a la vanguardia (1983, Nuevas propuestas, en Capítulo. Historia de la literatura argentina). La introducción y selección de textos para El mundo de Roland Barthes que preparó Sarlo en La Nueva Biblioteca (N° 42, 1981) puede leerse a caballo entre ambas vertientes teórico-epistemológicas.
La simultaneidad y la heterogeneidad de la serie descripta en este apartado revelan la no linealidad de los procesos de mutación epistémica del período. Más puntualmente, los contornos amplios de esa formación cultural emergente que, comandada por Sarlo y Altamirano, tuvo a la revista Punto de vista como centro de irradiación, pero también –en tanto laboratorio de pruebas, espacio de profesionalización y legitimación intelectual– a las ediciones del CEAL como pivote.
IV |
Se destaca finalmente la colección “Transformaciones. Enciclopedia de los grandes cambios de nuestro tiempo”. Dirigida por Hugo Rapoport, Transformaciones publicó 110 entregas semanales entre 1971 y 1973. Mezcla de fascículo temático y revista periódica, ejemplifica el proceso de mutación y modernización editorial del período. Su diseño y diagramación se asociaron directamente a su modalidad de distribución y venta de la colección: sus tapas incluían imágenes a color, con intervenciones de estilo pop, que apuntaban a destacar los fascículos en los kioscos. Desde sus contenidos, las entregas de Transformaciones se dedicaron al análisis de fenómenos históricos, políticos y culturales. Más permeada por la coyuntura, se destacó en relación con otras colecciones del CEAL por su tono de “tribuna política”. Esta impronta se anudaba con una dimensión epistémica, propia del espíritu divulgador de la editorial: la interrogación sobre los mecanismos de dominación cultural fue uno de sus motivos centrales.
En efecto, el fascículo inaugural de Transformaciones fue El poder de los medios de comunicación de masas (N° 1, 1971), de Heriberto Muraro. El éxito del trabajo, que vendió miles de ejemplares, contribuyó a instalar la colección en un mercado de publicaciones y a marcar uno de sus tópicos. En la serie encontramos: La publicidad en el mundo actual (Rodolfo Fogwill, Oscar Steimberg, N° 8, 1971); El periodismo y la opinión pública (Norberto Vilar, N° 33, 1972); La historieta. Poderes y límites (Oscar Steimberg, N° 41, 1972); Propaganda política y opinión pública (Eduardo Rivero, N° 52, 1972); Teleteatro, radioteatro y telenovela. El género rosa (Daniel Samoilovich, N° 55, 1972); El imperialismo cultural (Fernando Brumana, N° 60, 1972); Televisión y sociedad (Daniel Luaces, N° 61, 1972); Cultura y dependencia en América Latina (Eduardo Romano, N° 76, 1972); Vanguardias artísticas y cultura popular (Néstor García Canclini, N° 90, 1973); Sistemas de comunicación. Intercambios y dependencia (Luis Caledane, N° 107, 1973). Algunos de estos autores se posicionaron en los años siguientes como referentes de los estudios en comunicación y cultura en el país.
El perfil de Transformaciones pone de relieve una de las modalidades con las que se entrelazó en el período un conjunto de discursos especializados con la búsqueda de una eficacia de tipo político-cultural.
V |
Podemos concluir que las ediciones del CEAL constituyen un momento destacado del proceso de emergencia, visibilización y legitimación de una zona de saberes y discursos especializados en torno a la comunicación y la cultura en el país. El CEAL ofreció un ámbito de trabajo y profesionalización para sus promotores que funcionó a su vez como laboratorio de ideas y formación: en su mayoría de formación literaria, estos jóvenes supieron poner a disposición de un público ampliado una biblioteca de nuevo tipo, un repertorio de temas, autores y herramientas conceptuales que operó como banco de pruebas y caja de resonancia de los desplazamientos epistémicos que se tramitaban en espacios institucionales (o en sus bordes) y en publicaciones especializadas, nacionales o extranjeras. La extensión del auditorio alcanzado ofrecía una oportunidad para entrelazar esta inflexión cognitiva con la aspiración de intervenir en los dilemas político-culturales de la hora.
Reconstruir las distintas vertientes y trayectorias vinculadas a los saberes sobre los medios, la comunicación y la cultura nos permite, en suma, iluminar así la existencia de una modalidad particular de intervención intelectual: aquella que hizo de una actividad editorial mediada por un mercado en ebullición un modo de participación en los asuntos públicos a través de la experimentación y la puesta a punto de un saber especializado. Trazar una genealogía de los estudios en comunicación y cultura a través del prisma que ofrece la cartografía del CEAL y las trayectorias profesionales que cobijó habilita a situar la historia disciplinar en una trama más amplia, como capítulo de la historia cultural argentina reciente. ?
Bibliografía
Alabarces, Pablo, “Un destino sudamericano. La invención de los estudios sobre cultura popular en la Argentina”, en Revista Argentina de Comunicación, año 1, Nº 1, 2006.
Álvarez, Emiliano, “Una editorial de la Nueva Izquierda. Tiempo Contemporáneo”, Políticas de la memoria, N° 13, verano de 2012-2013.
Blanco, Alejandro, Razón y Modernidad. Gino Germani y la sociología en la Argentina, Buenos Aires, Siglo XXI, 2006.
Bueno, Mónica y Miguel A. Taroncher (coords.), Centro Editor de América Latina. Capítulos para una historia, Buenos Aires, Siglo XXI, 2006.
García, Diego, “Signos. Notas sobre un momento editorial”, Políticas de la memoria, Nº 11-12, 2011.
Gociol, Judith, Más libros para más: colecciones del Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, Biblioteca Nacional, 2007.
Sorá, Gustavo, “Editores y editoriales de ciencias sociales: un capital específico”, en F. Neiburg y M. Plotkin (comps.), Intelectuales y expertos. La constitución del conocimiento social en la Argentina, Buenos Aires, Paidós, 2004.
Zarowsky, Mariano, “Entre la renovación de las ciencias sociales y la intervención intelectual: Eliseo Verón editor en Tiempo Contemporáneo (1969-1974)”, Palimpsesto, vol. VIII, N° 11, enero de 2017.
* Este artículo presenta algunos avances de una investigación en curso radicada en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires. Integran el grupo de trabajo, además del autor, Adrián Pulleiro, Ariel Idez, Daniela Marugo y Natalia Pistarini.
[1] Sobre el estudio de la edición como prisma para la historia intelectual de las ciencias sociales, véase Alejandro Blanco, Razón y Modernidad. Gino Germani y la sociología en la Argentina, Buenos Aires, Siglo XXI, 2006. Para una cartografía de las ediciones en ciencias sociales en el período véase Gustavo Sorá, “Editores y editoriales de ciencias sociales: un capital específico”, en F. Neiburg y M. Plotkin (comps.), Intelectuales y expertos. La constitución del conocimiento social en la Argentina, Buenos Aires, Paidós, 2004, pp. 265-292.
[2] Entre otros trabajos véanse Mónica Bueno y Miguel A. Taroncher (coords.), Centro Editor de América Latina. Capítulos para una historia, Buenos Aires, Siglo XXI, 2006; Judith Gociol, Más libros para más: colecciones del Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, Biblioteca Nacional, 2007.
[3] En la segunda versión de Capítulo. Historia de la literatura argentina (dirigida por Susana Zanetti desde 1979) Rivera amplió sus estudios sobre los vínculos entre literatura e industria cultural. Publicó: El folletín. Eduardo Gutiérrez (N° 32, 1980) (una versión de su trabajo de 1967); El escritor y la industria cultural. El camino hacia la profesionalización (1810-1900) (Nº 36, 1980); La forja del escritor profesional (1900-1930). Los escritores y los nuevos medios masivos (I y II, Nº 56 y 57, 1980) y, recuperando su propia iniciativa de 1972 (pero ahora con oportunas comillas), Literaturas “marginales” (Nº 109, 1980).
[4] Sobre la trayectoria de Ford, Romano y Rest, con énfasis en sus estudios sobre cultura popular y sus actividades en el CEAL, véase Pablo Alabarces, “Un destino sudamericano. La invención de los estudios sobre cultura popular en la Argentina”, Revista Argentina de Comunicación, año 1, Nº 1, 2006.
[5] Sobre ediciones Signos véase Diego García, “Signos. Notas sobre un momento editorial”, Políticas de la memoria, Nº 11-12, 2011.
[6] Sobre Tiempo Contemporáneo véase Emiliano Álvarez, “Una editorial de la Nueva Izquierda. Tiempo Contemporáneo”, Políticas de la memoria, N° 13, verano de 2012-2013. Sobre la colección “Comunicaciones” me permito citar a Mariano Zarowsky, “Entre la renovación de las ciencias sociales y la intervención intelectual: Eliseo Verón editor en Tiempo Contemporáneo (1969-1974)”, Palimpsesto, vol. VIII, N° 11, enero-junio de 2017.