Centro de Historia Intelectual, Departamento de Ciencias Sociales, Universidad Nacional de Quilmes
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Hugo Vezzetti,
Psiquiatría, psicoanálisis y cultura comunista. Batallas ideológicas en la Guerra Fría, Buenos Aires, Siglo XXI, 2016, 288 páginas
“Y en cuanto se amplía la visión hacia el pasado, lo que se encuentra es que en el comienzo estaba la psiquiatría”, anota Hugo Vezzetti avanzada la obertura de Psiquiatría, psicoanálisis y cultura comunista. Batallas ideológicas en la Guerra Fría (p. 14). Con algo de ironía la frase apunta, paradójicamente, a un origen que se desplaza. Es que la investigación del autor de Freud en Buenos Aires (1989) y Aventuras de Freud en el país de los argentinos (1996), dirigida inicialmente a estudiar la relación del psicoanálisis
con la izquierda intelectual en el tránsito de los años sesenta hacia los setenta, supo reorientarse hacia un momento precedente y un espacio diferente aunque conectado: allí donde entre fines de los años cuarenta e inicios de los años sesenta se vincularon psiquiatría, psicoanálisis y cultura comunista.
Este rodeo respecto de la pretensión inicial no solo informa sobre los avatares de una pesquisa que vuelve sobre sus pasos; explicita más bien una mirada genealógica que desconfía de los mitos fundantes y de los fantasmas de autoengendramiento con los que se suelen narrar las historias disciplinares. Los trabajos sobre las relaciones entre psicoanálisis e izquierda intelectual (con algunas excepciones, señala Vezzetti, como el estudio reciente de Luciano García sobre la psiquiatría comunista en la Argentina),[1] habían fijado una escena y una época, los sesenta, centrándose en el momento de la eclosión de un dispositivo psi en la universidad, en la producción intelectual y en la cultura de los medios (p. 14). Estas visiones contribuyeron a oscurecer aquello que recibía del pasado esta formación.
Y en el comienzo –dijimos– estaba la psiquiatría; y en estrecha relación con ella, sostiene Vezzetti, la cultura comunista.
La noción de formación discursiva es utilizada por el autor sin ataduras; le permite establecer una delimitación temporal, o, mejor, dar cuenta de una serie de transformaciones en el orden de lo pensable y lo decible. Vezzetti divisa en los años de la posguerra la emergencia de una formación psi que se reconoce en el mundo ideológico de la izquierda, pero que “a la vez integra ciertas nociones propias del discurso psiquiátrico y psicoanalítico” (p. 12). Se trata de una formación compleja de discursos, proyectos, iniciativas y apropiaciones, que involucra una trama de saberes establecidos en una dimensión pública, que comprende también prácticas de asistencia y formación. “Psiquiatría y sociedad” enuncia, así, una configuración disciplinar que es también intelectual, cultural y política (p. 13).
En el período focalizado y en la búsqueda de intersecciones entre discursos, prácticas y espacios sociales heterogéneos se cifran, así, los aportes que realiza Vezzetti a los estudios de los saberes y discursos psi en la Argentina, pero también a la historia de la cultura de las izquierdas, en especial de la cultura comunista. Este cruce coloca la historia disciplinar en relación con un campo cultural más amplio, a la vez que permite proyectar sus avatares como un capítulo de la historia cultural argentina reciente, cuya comprensión se enriquece así desde la mirada de una historia disciplinar que desborda sus límites. De este modo, el autor pone en tela de juicio una idea demasiado compacta de la autonomía de un campo, a la vez que cuestiona una visión un tanto homogénea de las posiciones y de las luchas políticas: la batalla de ideas de la Guerra Fría supo jugarse también en un terreno de discursos y saberes especializados.
La impronta foucaultiana se combina en el trabajo de Vezzetti con los aportes de la historia intelectual y la sociología cultural. La noción de tradición, como fuerza material y huella del pasado en el presente, le permite, por ejemplo, dar cuenta de aquello que de José Ingenieros y Aníbal Ponce perdura en la trayectoria de Gregorio Bermann, como amalgama de la figura del médico-científico y de la del intelectual-escritor. En otro orden, el enfoque transnacional de la historia se revela productivo para el estudio de una cultura comunista que contaba con varios polos nacionales de irradiación: Moscú, pero también París. La crítica que Bermann arroja al psicoanálisis en 1949 en las páginas de Nueva Gaceta, una revista de la constelación comunista dirigida por Héctor P. Agosti, solo puede comprenderse en el marco de una contextualización múltiple. Se trataba de una réplica local, o, mejor, de una apropiación, de la crítica que los psiquiatras comunistas franceses dirigían al psicoanálisis en las páginas de La Nouvelle Critique, en el contexto de las batallas que libraba el comunismo francés frente a los primeros escarceos de la Guerra Fría cultural. Pero mientras que en la escena francesa el psicoanálisis competía con el marxismo como saber universal del hombre y la sociedad, pero también como doctrina útil para el reclutamiento de ciertas capas medias intelectuales inconformistas, la recepción local del acontecimiento francés prácticamente no tenía destinatarios entre los especialistas. Con su intervención, Bermann, conjetura Vezzetti, reforzaba su fidelidad al partido, en momentos en que el PCA promovía un “giro dogmático” en el terreno estético y en su relación con los intelectuales.
Menos que establecer un juicio sobre el contenido y la verdad de los argumentos esgrimidos en la querella contra el psicoanálisis (aunque no deja de poner en evidencia la debilidad de sus fundamentos) Vezzetti apunta a comprender sus condiciones de posibilidad. De allí el largo “interludio” que dedica en el capítulo 2 de su libro a analizar los antecedentes y las intervenciones del III Congreso Internacional de Salud Mental realizado en Londres en 1948. Allí se observa, luego de la experiencia de la guerra, la consolidación de un nuevo paradigma en materia de salud mental, esto es, un desplazamiento de una concepción higienista (que suponía una idea de la enfermedad como trastorno hereditario y una práctica de la psiquiatría basada en el asilo) hacia una concepción social y vincular del trastorno mental. El paradigma emergente de la salud mental orientaba a la disciplina a una acción social reformadora, concebida como un programa de profilaxis en todas las áreas de la vida social, bajo una novedosa noción de “ciudadanía mundial” edificada sobre una idea de salud psíquica. El ataque de los psiquiatras comunistas franceses contra el psicoanálisis se comprende mejor como reacción al Congreso, cuyos ecos apenas llegaban a este lado del Atlántico. Los procesos de recepción son pensados así como usos, y como movimientos complejos, de más de una dirección, que vinculan contextos y sentidos diferenciados. La glosa de las intervenciones de la reunión de Londres que realiza Vezzetti (tal vez demasiado extensa para los marcos del libro y de la problemática abordada), bien podría reorganizarse en función de una investigación autónoma futura.
El capítulo III dedicado a la Revista Latinoamericana de Psiquiatría (fundada por Bermann en 1951 en Córdoba y animada por psiquiatras ligados al partido, aun cuando no fuera una publicación oficial), y el capítulo IV sobre la trayectoria de José Bleger y la querella desatada en el seno del PCA por su libro Psicoanálisis y dialéctica materialista (1958), ponen de relieve otro de los tópicos analizados en el libro. Tanto Bermann como Bleger fueron para el autor personajes duales, figuras cuya trayectoria se desplegó a caballo entre una actitud modernizadora, esto es, informada por un espíritu de apertura, la búsqueda de la actualización teórica del marxismo y –en su cruce– de los saberes psi, y la fidelidad a un partido que, a la vez que impulsaba estas apuestas, hacía gala de una cerrada ortodoxia y de una firme resistencia a perder la dirección de los asuntos intelectuales. Vezzetti comparte así con Intelectuales y cultura comunista. Itinerarios, problemas y debates en la Argentina de posguerra, de Adriana Petra (o mejor: su libro se lee de otro modo luego de la publicación del segundo),[2] una mirada sobre la complejidad del espacio comunista que pone en cuestión una visión demasiado monolítica de la institución partidaria y de su relación con los intelectuales. No obstante, en Vezzetti pareciera que la faceta modernizadora de figuras como Bermann y Bleger se desplegaba a pesar de los obstáculos y límites que imponía la dirección del partido (Bleger, escribe, “se separaba de los rasgos de estilo, el ataque panfletario y la sumisión a la línea, característicos de las prácticas intelectuales del PCA”, p. 193) y menos como el efecto del impulso modernizador que, en un movimiento paradójico de promoción y disuasión, vehiculizaban las políticas culturales del comunismo, tal como analiza Petra. La Segunda Reunión Nacional de Intelectuales Comunistas (1958) apenas es mencionada por Vezzetti como un ejemplo de la posición cerrada y dogmática del PCA (p. 220), pasando por alto que en Cuadernos de cultura (en su número 40, de 1959) se publicaron, junto a las intervenciones en dicha reunión de Leonardo Paso, historiador “oficial” del partido, las del entonces joven historiador José Carlos Chiaramonte, quien discutía algunas de la líneas historiográficas del PCA,[3] y del también joven crítico literario Héctor Schmucler, quien solicitaba allí atención a la nueva generación de intelectuales que despuntaba entonces en la ciudad de Córdoba, y pedía “otorgarle toda la importancia” y “auténtico valor” a las disciplinas a las que ese grupo se dedicaba.[4]
Para Vezzetti, hacia fines de los años cincuenta las posiciones del PCA iban “a contramano de los nuevos tiempos” (p. 217); esto es, del proceso de modernización que encontró en la universidad un ámbito privilegiado para el despliegue de nuevos sujetos, discursos y saberes. Esta transformación morfológica del mundo universitario y del campo cultural promovía la formación de una nueva sensibilidad en las jóvenes generaciones intelectuales que chocaba con las posiciones del PCA en materia científica y cultural. En línea con el trabajo de Petra, Vezzetti sostiene que es este proceso, más que los asuntos de orden inmediatamente político (la Revolución Cubana, el peronismo, la ruptura chino-soviética, etc.), lo que explica la erosión de la autoridad cultural del PCA y la pérdida de su legitimidad intelectual. Así, en el capítulo V, “Finale”, presenta y analiza las intervenciones del Plenario de psiquiatras comunistas que –con presencia del propio Rodolfo Ghioldi– se organizó en 1964.Vezzetti contrapone las posiciones sectarias allí presentadas con el movimiento de relegitimación del psicoanálisis que plasmaba ese mismo año Louis Althusser (“Freud y Lacan”, 1964) en las páginas de La Nouvelle Critique, que clausuraba así la escena de 1949. El prestigio alcanzado por Althusser en la academia francesa le daba un marco de legitimidad y legibilidad a su intervención en el interior del PCF.
A modo de epílogo, el cierre del ciclo y la emergencia de una nueva formación discursiva en la que se desplegarán relaciones de nuevo tipo entre psicoanálisis y nueva izquierda es leída por Vezzetti en una clave de interpretación que sigue las líneas trazadas por Oscar Terán en su trabajo sobre los años sesenta:[5] la existencia de un núcleo modernizador centrado en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA; la idea de que “los sesenta” se agotan hacia 1966-1969; y, finalmente, una interpretación política del desenlace: entonces “nacía el ‘setentismo’ y el ciclo de asociación entre violencia y revolución que desembocaría en la tragedia y la masacre”.
Mariano Zarowsky
IIGG-UBA/CONICET
[1] Luciano García, La psicología por asalto. Psiquiatría y cultura científica en el comunismo argentino (1935-1991), Buenos Aires, Edhasa, 2016.
[2] Adriana Petra, Intelectuales y cultura comunista. Itinerarios, problemas y debates en la Argentina de posguerra, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2017.
[3] Ibid. p. 298.
[4] Héctor Schmucler, “El problema cultural en Córdoba y la tarea de los comunistas”, Cuadernos de Cultura, Nº 40, mayo de 1959, p. 113.
[5] Véase Omar Acha, Cambiar de ideas. Cuatro tentativas sobre Oscar Terán, Buenos Aires, Prometeo, 2017, p. 231.