Centro de Historia Intelectual, Departamento de Ciencias Sociales, Universidad Nacional de Quilmes
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Martín Ribadero,
Tiempo de profetas: ideas, debates y labor cultural de la izquierda nacional de Jorge Abelardo Ramos (1945-1962),
Bernal, Universidad Nacional de Quilmes, 2017, 328 páginas
En 1956, el intelectual nacionalista Mario Amadeo detectaba en su exitoso Ayer, hoy, mañana el potencial de eso que llamaba “izquierda marxista y revolucionaria”. Amadeo sostenía que se trataba de un verdadero peligro, inquieto por “la posibilidad de un gran alzamiento de masas bajo el signo conjugado de la doctrina marxista y de la revolución mundial de color”. Agudo analista, Amadeo divisaba en esas poco pobladas sectas de un segmento de izquierda el germen de un fenómeno original y riesgoso.
Martín Ribadero nos propone en Tiempo de profetas un recorrido por los orígenes de la izquierda nacional, a través de un trabajo que combina, en forma muy eficiente, la biografía individual y colectiva y la historia más “pura” de las ideas con la más “terrenal” de los intelectuales. Esa historia podría resumirse en un nombre: Jorge Abelardo Ramos. Su esfinge está asociada a una especie de herejía de la izquierda trotskista, aquel segmento que elaboró una crítica furibunda a la tradición liberal, y que a su vez reconsideró el papel del peronismo a la luz del peso del imperialismo en América Latina. Sin embargo, el trabajo aspira a ir mucho más allá de la descripción del “genio” personal, ubicando a la figura de Ramos en los debates intelectuales y políticos de todo un segmento de la izquierda argentina. Ribadero ha concentrado su estudio en los orígenes de esta familia –un tanto olvidada– de la izquierda argentina, desde sus primeros pasos en la década de 1940 hasta su explosión cultural y política a principios de los años sesenta del siglo pasado.
La obra se ha organizado en cinco capítulos. En el primero Ribadero analiza el funcionamiento y los debates de las “sectas” trotskistas en los años cuarenta frente a dos problemas, la “cuestión nacional” y el bonapartismo. El autor ubica a Ramos en círculos transitados por figuras como Luis Alberto Murray, Alfredo Terzaga y Jorge Enea Spilimbergo, aunque ninguno de ellos logró el reconocimiento que obtendría Ramos. Su grupo se configuró en 1945 en torno a dos revistas, Octubre y Frente Obrero. En ellas Trotsky y su palabra eran objeto de disputas interpretativas y apropiaciones legitimantes. Los enunciados políticos de estos años se convirtieron en pilares que poco cambiaron a lo largo del tiempo, destacándose en este grupo una fuerte regularidad discursiva. La “cuestión nacional” devino en la pieza central de este sector del marxismo argentino. Para eso Ramos recuperaba una distinción formulada por Trotsky respecto de la tarea de los partidos en los países “desarrollados” y “atrasados”. En estos últimos, los partidos burgueses podían cumplir, como en el caso del gobierno de Lázaro Cárdenas, una tarea de liquidación de las herencias feudales a través de una revolución agraria. Respecto del bonapartismo, también siguiendo a Trotsky, Ramos lo identificaba como el producto de la crisis y la debilidad de la burguesía, de los conflictos inter-burgueses, que intentaba remediar con un liderazgo fuerte y autoritario. Este era el caso de la Argentina en 1946, con una burguesía que no podía cumplir su papel, incapaz, débil, timorata. Una idea en torno a la cual la izquierda construyó su propia imagen en los países periféricos. Por su parte, sostenía Ramos, la clase obrera debía convertirse en “el caudillo de todas las clases oprimidas y opresoras”, utilizando una imagen provocativa para la izquierda liberal. Claro que la benigna interpretación del peronismo como un bonapartismo no era homogénea en todo el trotskismo. Ribadero señala las diferencias entre el grupo de Nahuel Moreno (que creía que era un bonapartismo regresivo) y el de Ramos, que consideraba que se trataba de un “semibonapartismo” de carácter progresivo.
El segundo capítulo está dedicado al análisis de América latina: un país, el célebre trabajo de Ramos de 1949. Se trata de un texto surgido en una coyuntura de reflujo de los grupos trotskistas, de ruptura de alianzas, y en la que Ramos se inclina, durante un tiempo, exclusivamente a la tarea intelectual. Retomando la caracterización de Altamirano, Ribadero señala que el libro se inserta en una “literatura de ideas” y no en el típico “ensayismo”. Debido a su escaso manejo de fuentes y a su falta de sistematicidad, se integra bien a la imaginación histórica y sociológica más que al campo historiográfico. Se trataba, sin embargo, de un producto idiosincrático del marxismo de los años cuarenta, alejado de las universidades y más cerca del mundo de la militancia, los partidos y la bohemia. Lo singular del libro no sería tanto su originalidad (otros habían tematizado ya el tema del imperialismo) sino lo ecléctico de su factura, el bricolage y la mezcla de tópicos y narrativas como el nacionalismo popular y el imperialismo. En su interior está presente el ensayo, el panfleto, el texto histórico y la crítica literaria, enfocados desde una matriz interpretativa marxista. Más allá de su contenido se distingue por su retórica, la original “forma de decir” el marxismo de Ramos. Ribadero analiza la recepción del libro a través de la crítica, mostrando cómo el nacionalismo de derecha lo celebró. Manuel Gálvez felicitó a Ramos y lo llenó de elogios. José María Rosa lo ensalzó en una reseña de la revista del Instituto Juan Manuel de Rosas. Por el contrario, un marxista como Eduardo Astesano, del grupo de Rodolfo Puiggrós, rechazaba la idea de que existiera una “nación latinoamericana” y defendía por contraste los nacionalismos locales, generadores de verdaderos proyectos de liberación. La idea de un latinoamericanismo le parecía “de gabinete”.
En el tercer capítulo se analiza el catálogo de la editorial Indoamérica, que funcionó entre 1949 y 1955 dirigida por el grupo de Ramos (Enrique Rivera, Hugo Sylvester, Carlos Etkin, Adolfo Perelman, Jorge Enea Spilimbergo). En este período, en el que Ramos decide convertirse en un escritor profesional, escribe un libro por encargo (una biografía de Alem) y se inserta en los medios de prensa peronistas. Estos le ofrecían, como a César Tiempo, un ámbito propicio para llevar adelante su profesionalización como escritor político. Indoamericana le permitirá forjar una carrera como editor y como propiciador cultural. Su objetivo era intervenir en el debate político de la izquierda, y competir exitosamente contra la hegemonía que ejercía el Partido Comunista y sus editoriales en el campo cultural. En ese marco, Indoamérica publica Crisis y resurrección de la literatura argentina (1954) del propio Ramos. Allí atacaba a la élite de la revista Sur con un argumento, a esa altura, tradicional: los escritores estaban alejados de la vida nacional como representantes de un sector de la burguesía argentina. A través de ellos el imperialismo ejercía un papel de colonizador pedagógico, con el fin de impedir la emergencia de una conciencia nacional. Por el contrario, una literatura nacional debería exhibir la realidad de los sectores populares, el gaucho y el lenguaje popular. Ramos se autopostulaba como representante de esa nueva élite político-cultural, que podría representar a un movimiento social en la senda trazada por la tradición marxista. Posando su mirada sobre el catálogo de Indoamérica, Ribadero señala un conjunto de temas dominantes: el radicalismo, los cruces entre arte y revolución, la cultura judía y el problema de la integración nacional, así como la crítica al estalinismo. Por un lado, la presencia de Manuel Ugarte o de los apristas denota la onda expansiva del peronismo en la izquierda; por otro lado, los autores editados eran figuras que coincidían en haber subordinado su vocación literaria a la política. La lucha política y cultural estaba en el centro del ideario de Indoamérica y de la trayectoria de Ramos.
En el cuarto capítulo se analiza la posición del grupo de Ramos frente a la rápida transformación de la izquierda luego de la caída del peronismo. Es esta una época de incorporación al grupo de Ramos de sectores juveniles universitarios de clase media, entre los que se contaban Ernesto Laclau, Adriana Puiggrós y los artistas del grupo Espartaco, en el que militaba Ricardo Carpani. Y es el momento en el que la Revolución Cubana vino a afianzar el antiliberalismo y el antiburguesismo dentro de la cultura de izquierdas. Si bien Ramos y su grupo la apoyaron, cuando la lucha armada se convirtió en un postulado metodológico y se produjo la crisis de los misiles, tomaron distancia. Criticaron la posición del Ché, por considerarla doblemente errada. Por un lado, por pretender que el caso cubano fuera un modelo para copiar en toda América Latina, sin respetar las “especificidades nacionales”. Por otro lado, rechazando su llamado a explotar las “condiciones subjetivas” (dado que las objetivas ya estarían dadas) a través del foquismo. Ribadero sostiene, en ese sentido, que el objetivo era el de socavar la autoridad simbólica, el prestigio y la receptividad de una figura como la del Ché.
En el quinto y último capítulo Ribadero analiza las intervenciones culturales del grupo, poniendo como límite cronológico la formación del PSIN (Partido Socialista de la Izquierda Nacional) en 1962, momento en el que considera que Ramos decide entrar de lleno en la actividad política. En 1957 había publicado su más exitoso libro: Revolución y contrarrevolución en la Argentina. Las masas en nuestra historia. Se trató de un verdadero suceso de ventas y sus ingresos le permitieron al grupo montar una nueva editorial (Coyoacán) y una librería. Sobre el contenido del libro, Ribadero señala que mantenía una mirada dicotómica de la historia, y si bien mencionaba a las masas, estas no aparecían realmente, sino representadas a través de las élites políticas: los caudillos del interior o las grandes figuras como Julio Roca, Hipólito Yrigoyen o el general Perón. Dado que no se trataba de un texto innovador respecto de las ideas que ya había expuesto Ramos, Ribadero explica su éxito por el contexto político y editorial, por tratarse de un trabajo que reivindicaba al peronismo desde la izquierda, y no necesariamente por los atributos de su autor.
La editorial Coyoacán fue creada con un objetivo similar al de Indoamérica: funcionar como una herramienta de intervención político-cultural que permitiera disputarle la hegemonía al Partido Comunista. Ribadero escruta su catálogo, observando que intentaba dotar a los jóvenes de herramientas del marxismo, relevantes para interpretar el papel del imperialismo en América Latina. Esa mezcla de ideas provenientes del nacionalismo, el marxismo, el populismo y el antiimperialismo revela la crisis que atravesaba la izquierda que había confeccionado su identidad acoplada a la tradición liberal. En la parte final del capítulo, Ribadero reseña la polémica entre Ramos y Ernesto Sabato. La misma condición de posibilidad del debate se presenta como síntoma de la relevancia que estaba adquiriendo el grupo de Ramos en la izquierda, y como indicador del deseo de Sabato de participar en ese extraño espacio del nacionalismo marxista.
Tiempo de profetas es un libro original, sus preguntas pertinentes y es, sobre todo, un libro necesario. Indispensable si se pretenden comprender los clivajes del debate político de los años sesenta y setenta en la Argentina. Y en ese sentido, el trabajo de Ribadero expone tanto las polémicas ideológicas como las estrategias político-culturales del grupo en cuestión. Por un lado, las conflictivas relaciones entre
la izquierda, la tradición liberal y el peronismo. Por otro lado, el tramado de editoriales, publicaciones, redes interpersonales, aspiraciones, deseos y fracasos de un segmento del marxismo argentino. Ribadero ha identificado que para Ramos y los suyos, la cultura era el campo de batalla donde se libraba la guerra contra “el imperialismo y sus aliados”. Si efectivamente la colonización era un proceso de dominación ideológica, tanto o más que un proceso material, era entendible que buena parte de su producción se alimentara del análisis de la literatura, de la crítica a las “élites cipayas”, de la denuncia de las falsedades, y del papel contrarrevolucionario de la izquierda liberal.
La noción de profecía nos transporta a la frontera compartida entre las prácticas políticas y las religiosas. El profeta y la profecía se oponen al sacerdote y a la rutinización del carisma. Si Ramos y su grupo fueron la profecía, la izquierda liberal, y en especial el Partido Comunista, fueron los representantes de una iglesia avejentada. Pero lo que intenta decirnos Ribadero desde el título es que, más allá de las calidades individuales de los miembros del grupo, es el tiempo el que define a los profetas. Su voz se hizo audible, y su estatura se acrecentó, en un marco deseoso de escuchar una palabra en la que la forma no era, de ninguna manera, un atributo secundario.
José Zanca
CEHP-UDESA/CONICET