Centro de Historia Intelectual, Departamento de Ciencias Sociales, Universidad Nacional de Quilmes
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La carga ética de la figuración histórica
El 5 de marzo falleció el teórico y filósofo de la historia Hayden White. Había nacido el 12 de julio de 1928 en Martin, Tennessee, ciudad en la que pasó su niñez alternando con Detroit, donde su padre trabajaba para la industria automotriz. Poco antes de finalizar la Segunda Guerra Mundial se alistó en la Marina. Al finalizar la guerra, asistió a la Wayne State University (B. A. en 1951) de la que nunca dejó de recordar a su maestro William J. Bossenbrook. Obtuvo su maestría y doctorado en la Universidad de Michigan (1952 y 1956, respectivamente). Durante este período, gracias a una beca Fulbright (1953-54, 1954-55), pasó dos años en Roma estudiando la reforma eclesiástica en la Edad Media. A lo largo de su vida enseñó en diversas universidades y fue honrado con diversos premios, becas y doctorados honoris causa en el mundo.
Ya en su juventud, Hayden White manifestó su compromiso político con las luchas por los derechos civiles. Durante su paso como profesor de historia en la UCLA, demandó al jefe de policía de Los Ángeles por su práctica de infiltrar policías encubiertos entre los estudiantes para espiar a las organizaciones estudiantiles. White argumentó que esa práctica violaba los derechos de expresión, libertad de reunión y privacidad. El caso llegó a la Corte Suprema de California, que falló a su favor en 1975. En el momento de su fallecimiento, era profesor emérito en el Departamento de Historia de la Conciencia en la Universidad de Santa Cruz, California, y de Literatura Comparada en la Universidad de Stanford.
El profesor White ha sido identificado como el héroe de una narrativa folk de la disciplina promoviendo la igualación de historia y ficción. Poco parece importar a ese ejército de historiadores e historiadoras que se ofenden por la presunta degradación whiteana de la historia, que en las primeras páginas de su obra magna, Metahistoria. La imaginación histórica en la Europa del siglo XIX, nuestro homenajeado se proponga estudiar las obras de cuatro grandes historiadores y cuatro grandes filósofos de la historia como “formas de realismo”.[1] Tamaño esfuerzo obliga a lidiar no solo con el registro documental (algo que nadie negaría), sino también con otras consideraciones alternativas y no necesariamente complementarias de las mismas cuestiones y con un público. Ahora bien, lo que otorga una siempre renovada vigencia a sus obras es que nos muestran que una representación realista del pasado es no solo difícil de alcanzar, sino inherentemente disputable. Pues lo que está en juego en todas nuestras disputas por la representación de la realidad es la misma idea de “una representación de la realidad”.
“Realidad”, “hechos”, “facticidad”, “evidencias”, es decir, todo aquello que presuponemos independiente de nuestras teorizaciones, ese “suelo rocoso” que evitaría la manipulación o la distorsión del pasado, resulta notablemente egoísta en el dictado de cómo quiere ser representado. Cualquier apelación a los “hechos” o a la “realidad”, aunque más no sea en forma regulativa –norma inalcanzable pero norma al fin– demanda un gran esfuerzo de articulación discursiva. Apelar a la facticidad o a la evidencia involucra producir el discurso que valida esa apelación. Al final, lo único públicamente accesible son las propias articulaciones que reclaman estar justificadas en los hechos.
Puedo arriesgar a partir de mi humilde participación en estos veinte años en diversos foros sobre la obra de White, así como también evaluando su recepción por parte de mis estudiantes en las clases de filosofía de la historia, que nadie discreparía (junto con White) con la tesis de la no independencia de lo fáctico en relación con lo teórico, la cual no solo no es un descubrimiento suyo, sino una razón frecuentemente aducida en las clásicas discusiones sobre si la historia es o no una ciencia o si puede serlo. Lo que parece no perdonarse es haber emprendido una indagación profunda en todas aquellas fuentes a las que quienes escriben historia recurren para proporcionarnos representaciones realistas del pasado. Es decir, si bien podemos considerar que las obras históricas nos proporcionan diferentes perspectivas sobre el pasado, en rigor de verdad sus articulaciones discursivas hacen algo más: transmiten o privilegian alguna noción de realidad y alguna noción de cómo debe representarse adecuadamente. Haciendo gala de una aguda combinación de erudición y actualidad, White explora diversas teorías del discurso –clásicas y contemporáneas, filosóficas o literarias– con el objeto de identificar diversas modalidades de representación realista. Su deseo al escribir Metahistoria era ofrecer un estudio de las derivas de la representación realista de la realidad histórica a la manera en que Erich Auerbach lo había hecho en Mimesis. La representación de la realidad en la literatura occidental (1946) o E. H. Gombrich en Arte e ilusión (1960). Con este propósito es que se apropia del estudio de Northrop Frye, Anatomía de la crítica (1957), por su iluminadora clasificación, descripción e ilustración de las modalidades de tramar (narrar) que la cultura ofrece. Podemos constatar además que tragedias, romances, comedias o sátiras manifiestan afinidades con ciertas maneras de explicar los fenómenos (ideográficas, mecanicistas, organicistas, contextualistas), así como también favorecen ciertos compromisos ideológicos (anarquista, conservador, radical, liberal). Esta variedad de estrategias de composición de tramas, de explicación y de compromiso ideológico constituyen genuinas fuentes para la producción de representaciones realistas del pasado. Su naturaleza de “recurso” reside en el hecho de haber sido ya utilizados y estar disponibles para cualquiera, por lo cual resultarán reconocibles para la presunta audiencia.
No hay recetas para combinar eficazmen-te las estrategias promovidas. No solo no se dan en forma pura, sino que las afinidades no siempre son obedecidas. White enfatiza mucho este punto en el análisis concreto de los casos con la finalidad precisamente de ilustrar el esfuerzo de alcanzar alguna forma de realismo.[2] ¿Hay algún modo razonable de mostrar que ciertas formas de representación realista son más adecuadas que otras para dar cuenta de los facta?
Cualquiera que se interese en humanidades se habrá familiarizado con el hecho de que los términos del habla cotidiana (no ausentes en las teorizaciones sociales) cargan con una no del todo eliminable vaguedad y ambigüedad. Más aun, las pautas con las que clasificamos y denominamos a las personas componen un importante elemento normativo y evaluativo. Por todo ello, la distinción entre lo puramente descriptivo y lo evaluativo en un enunciado de hecho dependerá de contextos específicos y no hay garantía de resolverlo de manera regulada. Lo novedoso y a la vez provocativo del maestro White reside en llamar la atención sobre la naturaleza tropológica de la conexión entre descripción e interpretación en un término u oración, conexión que además no es moralmente inocua. La teoría de los tropos permite rastrear modelos, protocolos o tipos ideales de representar (estrictamente figurar) el pasado. Identificando estos protocolos seremos guiados a su vez a identificar qué tipos de preguntas y qué tipos de respuestas se habilitan o promueven entre alternativas por el pasado en disputa. La diferencia última y tal vez no reconciliable entre consideraciones históricas en competencia será en última instancia práctica o estética. Práctica porque la confrontación con la cuestión acerca de lo que deberíamos hacer no se puede derivar de lo que es o ha sido. Estética porque la estructuración discursiva no es lógica sino figurativa (tropológica) y las consecuencias derivadas de las figuraciones no son de carácter lógico o determinista sino figurales. De lo que me hago responsable es de la figura adoptada para dar una consideración aceptable de mi descripción y mi valoración.
La lista autoral y las obras a las que White ha aplicado su instrumental metahistórico es profusa. A la bien conocida nómina de la Europa del siglo XIX, se agregan en su Tropics of Discourse los estudios sobre Piaget, Freud, E. P. Thompson, Vico y Foucault para mostrar cómo cada uno identifica cuatro modalidades de conciencia (o inconciencia, como en “El trabajo del soñar” de Freud), cosmovisión o pensamiento histórico, utilizando (sin explicitarlo) los cuatro tropos maestros.[3] Recordemos además las profundas lecturas de Jameson, Ricoeur (en El contenido de la forma, 1987) y Koselleck,[4] a quienes White ha apreciado mucho.
Desde los ‘90 White se ha interesado cada vez más por cuestiones relativas a la “representabilidad del Holocausto”. Es en este contexto que introduce la noción de “evento modernista” para referir a los eventos límites del siglo XX, no para sumarse a la tesis de irrepresentabilidad, sino como exigencia permanente de escribir sobre ellos sin eliminar la duda y la incomodidad con experiencias traumáticas que la escritura pueda haber dejado afuera. Un estilo afín a la voz media del griego, una escritura intransitiva, daría expresión (en términos morales) de los límites (no la imposibilidad) de la representación.[5] Bajo esta lupa ha dedicado varios estudios a la obra de Primo Levi y más recientemente a la de Saul Friedländer.
La indagación whiteana en torno a la naturaleza poética y ética de la historiografía remite no solo al hecho de que la historia nunca se separará de su contexto histórico concreto –lo cual compele a focalizarnos en los protocolos culturales compartidos de producción– sino a que precisamente por ello los historiadores deberían asumir un rol cultural protagónico. Llamamiento que no fue tenido en cuenta pues su trabajo se redujo a la mera igualación entre historia y literatura. Una cierta ironía “histórica” sucedió con el último trabajo de White, El pasado práctico.[6] Allí retoma una distinción del filósofo Oakeshot entre el pasado histórico, el cual existe en los libros de historia y es competencia de la academia, y el pasado práctico, nociones de pasado que el común de la gente lleva consigo en la vida diaria. El pasado de la memoria reprimida, del sueño y del deseo, así como de la resolución de problemas, de las estrategias y de las tácticas para la vida, tanto personal como comunitaria. Ese pasado práctico de la convulsionada vida en el siglo XX es majestuosamente trabajado en esa clase de literatura que alternativamente se denomina metaficción o paraficción histórica o literatura modernista (Virginia Woolf, Toni Morrison, W. G. Sebald, Philiph Roth). La reacción de la comunidad historiográfica disciplinar no se hizo esperar, ahora sí, reclamando un lugar protagónico para lidiar con el pasado práctico.
Las nociones de “realismo figural” o “causalidad figural” (inspiradas en la obra de Auerbach) son las que considero filosóficamente más productivas. En cierto modo son las nociones donde White tematiza con mayor profundidad la relación entre el presente y el pasado históricos. Es una consideración de la interpretación histórica en tanto articulación no determinista, no teleológica, no esencialista, ya sea para conectar dos eventos distanciados en el tiempo, dos interpretaciones de la realidad distanciadas en el tiempo o adversarias teóricamente, o la relación entre quien escribe la historia y su tiempo (contexto o experiencia). Se hacen siempre desde un punto de vista, desde una posición retrospectiva que se apropia de una agenda ajena no realizada aún, pero que lega cuestiones a asumir. La díada figura-cumplimiento es de una productividad inacabada para dar cuenta de la dimensión moral y estética de la interpretación. Todas nuestras interpretaciones son promesas de dar cumplimiento a las figuras (cuestiones) no cumplidas por quienes nos han precedido, por quienes rivalizan con nosotros o por nuestro tiempo. Prometemos representar realistamente la realidad y a su vez, y con suerte, ese legado siempre incumplido será apropiado en el futuro por quienes nos sucedan.
El cambio de siglo ha dado lugar a una renovada recepción de White. La literatura secundaria alrededor de su obra ha devenido más profunda y cuidadosa. Estudios sobre las fuentes retóricas de figuración realista del pasado ya no son percibidos como amenaza a la historiografía sino como un potencial empoderador del trabajo histórico y su rol cultural y educativo.
Me arriesgo a afirmar que hoy nadie cuestionaría la erudición, la originalidad y la audacia intelectual de este gran filósofo de la historia. Pero para sus colegas, discípulos y discípulas, la ausencia de Hayden significa la pérdida de un gran lector, no solo porque sus nociones de tropología, realismo figural, narrativización, pasado práctico, etc., nos pertrechan con claves de lectura de la historia, ni tampoco por el hecho de que sus obras son bibliotecas vivientes invitándonos a leer las obras clásicas bajo nuevas lentes, sino sobre todo porque las lecturas whiteanas son de una inmensa generosidad. Sus tropologizaciones no buscan desacreditar o deslegitimar a quienes escribieron acerca del pasado, sino más bien iluminar las múltiples, ricas y no siempre dóciles herramientas que hicieron posible la escritura sobre un pasado disputado.[7]
Verónica Tozzi
UBA-UNTREF/CONICET
[1] Hayden White, Metahistory. The Historical Imagination in the Nineteenth-Century Europe, Baltimore, The Johns Hopkins University Press, 1973 [trad. esp.: Metahistoria: La imaginación histórica en la Europa del siglo XIX, México, FCE, 1992].
[2] Si bien la descripción whiteana pareciera estar reconstruyendo los pasos de la investigación histórica, estamos ante una lectura metahistórica de una obra ya terminada.
[3] Hayden White, Tropics of Discourse: Essays in Cultural Criticism, Baltimore, The Johns Hopkins University Press, 1978.
[4] Hayden White, “Review Koselleck, Future Past: On the Semantics of Historical Times”, en The American Historical Review, vol. 92, Nº 5, 1987. Hayden White, Foreworld to Koselleck, The Practical of Conceptual History: Time History, Spacing Concepts, California, Stanford University Press, 2002.
[5] Hayden White, Figural Realism, Studies in the Mimesis Effect, Baltimore, The Johns Hopkins University Press, 1999.
[6] Hayden White, The Practical Past, Evanston, North-western University Press, 2014.
[7] Dos libros reúnen en castellano artículos de nuestro autor: Hayden White (ed. de V. Tozzi). Ficción Histórica, historia ficcional y realidad histórica, Buenos Aires, Prometeo, 2011. Hayden White (ed. de V. Tozzi), El texto histórico como artefacto literario, Barcelona, Paidós, 2003. Hay cinco libros sobre la obra de White que resultan muy iluminadores: Frank Ankersmit, Hans Kellner y Ewa Domanska (eds.), Re-Figuring Hayden White, Stanford, Stanford University Press, 2009; Verónica Tozzi y Nicolás Lavagnino (comps.), Hayden White, la escritura del pasado y el futuro de la historiografía, Sáenz Peña, EDUNTREF, 2011; Paul Herman, Hay-den White, Londres, Polity Press, 2011; Robert Doran (ed.), Philosophy of History after Hayden White, Londres, Bloomsbury, 2013; Verónica Tozzi y Julio Bentivoglio (comps.), Hayden White, 40 años de Metahistoria, del pasado histórico al pasado práctico, Buenos Aires, Prometeo, 2016.