Centro de Historia Intelectual, Departamento de Ciencias Sociales, Universidad Nacional de Quilmes

 ← Volver a Prismas,  vol. 22, núm 1, 2019

 

Christopher Domínguez Michael,

La innovación retrógrada. Literatura mexicana, 1805-1863,

Ciudad de México,  El Colegio de México, 2016, 653 páginas

 

La innovación retrógrada es la primera entrega de un ensayo sobre la literatura mexicana del siglo XIX que Domínguez Michael separa en dos períodos: 1805-1863 y 1863-1913, momentos que el autor concibe como la antesala y la consolidación de la “literatura nacional” mexicana (p. 9).

Hablamos de “antesala” ya que desde el comienzo de su ensayo el autor nos presenta un claro problema: ¿Cómo hablar de una literatura en vías de constituirse, huérfana de padres como Voltaire, Víctor Hugo, Rousseau, Chateaubriand? La ausencia o distancia por momentos irreconciliables entre los padres fundadores europeos y los letrados o escritores hispanoamericanos deviene en una escritura infanto-juvenil monstruosa que tambalea, por momentos balbucea con lenguajes incomprensibles para el pueblo, alejados de la realidad político-social novohispana (como la escritura arcádica del Diario de México). O que escapa de las garras institucionales, literatura exiliada, desterrada, carcelaria o mítica-evangélica (como los casos de Servando Teresa de Mier, José María Heredia, José Joaquín Fernández de Lizardi y Carlos María de Bustamante). El desafío de Domínguez Michael es el de reconstruir las primeras huellas de la literatura mexicana desde este foco monstruoso o aniñado desde donde lo miraban del otro lado del océano: “[N]o me parecía apropiado iniciar una historia de la literatura mexicana sin hablar de cómo veía la crítica internacional, desde el privilegiado mirador de un gran crítico europeo como Menéndez Pelayo, a esa parte nuclear de la literatura que es su poesía” (p. 73).

La vacancia o ausencia de modelos fundacionales de literatura habilitan un recorrido por una diversa galería de autores, todos ellos “amputados” de la gloria literaria por algún aspecto, sea socio-político o cultural (y fue Heredia el epítome de ese malestar al ser un exiliado cubano que encuentra en México las raíces político-culturales para construir una literatura moderna pero que, sin embargo, contempla y añora el pasado con nostalgia a través de los lentes de un extranjero, a través de la distancia retórica de un cubano aceptado a medias por la cultura mexicana). En otras palabras, a lo largo de todo el interesante y minucioso recorrido que plantea sobre los orígenes de la literatura mexicana, Domínguez Michael nos demuestra cómo los ejercicios letrados (la traducción, la edición, las tertulias y comunicaciones epistolares, y, sobre todo, las polémicas literarias) contribuyeron a la formación de un ejercicio de igual peso que la propia producción literaria: la formación de la crítica literaria en el México todavía colonial. Es justamente en ese espacio de ausencia de propuestas modernas de literatura, escindidas del mundo europeo o de la ya vetusta vida colonial, que Domínguez Michael rescata las propuestas de los escritores mexicanos, innovadoras en relación al distanciamiento crítico de la mirada sobre la patria que presentan. En todas ellas (sea El Periquillo Sarniento, de Fernández de Lizardi, el supuesto Jicoténcal, de José María de Heredia, las Memorias de Servando Teresa de Mier, el Cuadro Histórico de la Revolución Mexicana, de Bustamante) el pasado se resignifica y se transforma en una lente utópica o hiperbólica para ver y pensar el futuro. En estas obras los escritores americanos recurren a una narrativa que toma las riendas de los hechos sucedidos, los acerca a la cotidianeidad del lector local para mostrarle anécdotas y rincones desconocidos de los circuitos de poder en un proceso de desnudamiento o desgarramiento de la vida en México y sus lazos con una Europa demasiado distante e inaprensible. El desgarramiento es por partida doble ya que el autor nos muestra los procedimientos de apropiación de la enunciación que realizaron los americanos desde distintos discursos (no solo desde la poética, como los árcades del Diario de México, sino desde la narrativa nostálgica de Heredia o la reformulación histórica como Bustamante o Mier y, sobre todo, desde la estratégica filiación literaria como lo hicieron escritores de la talla de Manuel Payno, Guillermo Prieto o Ignacio Ramírez “El Nigromante”). Esta recuperación desde las filas de la escritura ficcional o imaginativa dialoga con una escisión mayor con la cual Domínguez Michael lucha a lo largo de todo el ensayo: el cambio de paradigma de lectura de los lectores contemporáneos en relación a aquellos lectores de comienzos y mediados del siglo XIX mexicano. Es constante en este ensayo la lectura de las obras desde el lamento melancólico por el olvido que han sufrido y las lecturas erradas que han tenido. Este sentimiento de pérdida irremediable es plasmado en el ensayo en el capítulo dedicado a la escritura neoclásica de los árcades mexicanos: “[E]l resto de los lectores, hace más de un siglo privados de la cultura griega y latina como el sustento de la educación, encontramos fastidiosa una literatura que nos obliga a recurrir a los diccionarios mitológicos cuando en 1805 era popular, tan popular que el Diario de México la tenía como su principal oferta de ilustración y entretenimiento” (p. 90). El lamento, como se ve, está acompañado, en el ensayista-vocero de los lectores modernos, del fastidio por una escritura densa que actúa como puente y pasaje a un contexto político-social y cultural en el que la literatura era circular (entre pares o conocedores, como en la Arcadia mexicana) o digresiva, localista, imbricada con problemáticas particulares (como fue la escritura de Fernández de Lizardi o de Bustamante).

Dos citas enmarcan y catalizan el proceso de lectura crítica de Domínguez Michael: la confesión de Villemain de su Curso de literatura francesa de 1840, epígrafe de las conclusiones de este ensayo, y las apreciaciones de Sainte-Beuve en sus Retratos literarios, de 1844. Consideramos estos epígrafes como miradores desde los cuales Domínguez Michael configura la distancia enunciativa desde la cual rescata momentos de la vida de los autores seleccionados y conforma un recorrido desde las ruinas del pasado cultural mexicano. De Sainte Beuve destaca las “suertes de aministías” en los asuntos literarios y el placer del espíritu del campo de lucha que rescata a  los heridos y maltratados en el ataque. Este epígrafe, situado al inicio del ensayo, dialoga con la introducción de este primer tomo de Domínguez Michael en el que recrea la interesante rencilla que se produjo en los primeros años del siglo XX entre la Academia Mexicana y el famoso crítico literario Marcelino Meléndez Pelayo sobre las riquezas de la literatura mexicana. En sus obras Antología de poetas hispanoamericanos (1892-1895) y su ampliación en Historia de la poesía hispanoamericana, de 1911, el crítico español construye un panteón parcial de los escritores hispanoamericanos al proponerse analizar obras de autores fallecidos evitando analizar o siquiera mencionar las influencias fundamentales del Modernismo latinoamericano. Esta síntesis congelada y caprichosa de la literatura habilitó la “exquisita cortesía” de la Academia Mexicana, que produjo y le envió al crítico su propia Antología de los poetas mexicanos (1894) para que el crítico pudiera verla, “como versión alternativa y complementaria a la de Menéndez Pelayo” (p. 57). Este esfuerzo de la Academia Mexicana fue desestimado por el crítico español quien, sobre la carencia americana, sostuvo en el preámbulo de su Historia de la poesía hispanoamericana de 1911 que es la “Historia quien suscita a veces desagradables recuerdos” (citado en p. 58). Frente al esfuerzo desmedido de los académicos mexicanos, Meléndez Pelayo les responde con la autoridad cruel de la madre Historia. Es este juego de cortesías rechazadas o burladas que Domínguez Michael reformulará en el intento bien logrado de rescatar una galería de autores y de influencias europeas mejoradas y transformadas en México. El camino metodológico para ello será el uso de la categoría de “innovación retrógrada”, que el autor no define de manera explícita en su ensayo pero que despliega y actualiza en cada uno de sus capítulos. Esta categoría de análisis le permite evidenciar los procedimientos de mitificación y reconstrucción literaria que plantean los distintos escritores en México sobre el pasado con vistas a configurar un futuro promisorio. La literatura es para escritores como Navarrete, Heredia y los amigos Pesado y Carpio un universo mágico para rescatar a México y plantearlo como la tierra elegida. Propuesta crítica de lectura sintetizada en la maqueta de Jerusalén que Pesado y Carpio construyen en un escritorio de la casa de Pesado y que contemplan con fervor, también evidenciado en la mirada de Payno sobre la momia perdida de Mier comprada por una compañía de circo, o en la elección de Heredia sobre una Grecia en ruinas para repensar la vida americana. El ensayo de Domínguez Michael reproduce como cajas chinas esta mirada innovadora que rescata un pasado distante para recrearlo de forma mítica e hiperbólica en la literatura.

El epígrafe de Villemain enmarca las conclusiones del ensayo. El escritor francés plantea en 1840 la búsqueda incansable del “espíritu nuevo, que al retornar sistemáticamente hacia el espíritu antiguo, se convierte en una suerte de innovación retrógrada que sigue a los desórdenes civiles” (citado en p. 585). Esta búsqueda sistemática hacia un espíritu inexistente o lejano le permite a Domínguez Michael reconstruir el pasado literario desde una reconfiguración de las coordenadas críticas de la historia de la literatura mexicana teniendo en cuenta dos momentos: por un lado, el período que va de 1805 a 1827 de escritores “ingenuos y sentimentales” (sentimientos tomados como posiciones de enunciación artificial y distante de la realidad, ya sea por la mirada idealista de las obras o por la imposibilidad de aplicar las propuestas a una realidad que maltrata a sus autores); por otro lado, una segunda parte que va de 1828 a 1863 de escritores sumidos en una “guerra perpetua”. El segundo momento le sirve al autor para plantear el fin del uso de los escritores de la innovación retrógrada (es Heredia el último escritor que utiliza este procedimiento de escritura) para dar paso a la era romántica y a las dificultades que tuvo para plasmarse en su lucha constante con la política y las crisis presidenciales y las invasiones extranjeras (la guerra de 1847 contra los Estados Unidos es extensamente analizada).

De las intervenciones creativas y los reordenamientos de Domínguez Michael sobre la escritura de comienzos y mediados del siglo XIX mexicano destacamos dos diálogos interesantes con el investigador Elías Palti que el autor propone, ambos como ampliación y actualización y traslado de lo sostenido por Palti en el ámbito histórico hacia el ámbito literario. En el primer caso, retoma la caracterización que hizo Palti en el año 2005 sobre la “era de Lizardi (1808-1823)”, pensando al escritor novohispano como eje central de un período signado por criterios estéticos ligados a criterios ético-morales en los que la opinión pública se regía por una verdad homogénea y el escritor denunciaba y restablecía el orden momentáneamente perdido.[1] Para Domínguez Michael el letrado que engloba y representa el período señalado es Carlos María de Bustamante al actuar como facilitador de nuevas empresas e incursiones de la literatura en el mundo cultural-político:

 

Al amparo de Bustamante y no pocas veces en contra de su versátil voluntad, se hace casi de todo: desde el primer periódico de la capital […] hasta la unión ideológica entre criollos y peninsulares contra la invasión francesa en 1808 […] es también nuestro primer intelectual revolucionario que se une con plena conciencia redentorista de sacrificio, a una rebelión que se juzga legítima por popular, arriesgando su vida por ella […] Menos como legislador (que lo fue), contribuye a la fundación de la nueva república con una biblioteca, su obra entera. Fue el inventor, casi en solitario, del nacionalismo mexicano (pp. 249-250).

 

El otro diálogo que establece con Palti se relaciona con la  recuperación de la narrativa de Orozco y Berra y el planteo del historiador sobre la imposibilidad de la novela La guerra de los 30 años, de Orozco y Berra, y el El fistol del diablo, de Manuel Payno, como muestras de la “imposibilidad histórica de México” (en tanto evasiones o alejamientos de la historia). Domínguez Michael retoma esta lectura de Palti[2] para reforzar la dificultad de lectura de las novelas románticas mexicanas y para plantear nuevas formas de aproximación y acercamiento a ellas.

Ensayo provocador que desarma el archivo de lecturas consolidadas de la producción literaria de las primeras décadas del siglo XIX, esta obra de Domínguez Michael ayuda a los lectores contemporáneos a descubrir y mirar de cerca las redes o tejidos que se armaron detrás de las figuras de autor y de las obras fundacionales de la literatura mexicana. Sobre todo, este ensayo nos permite replantear los vínculos letrados y de poder entre aquellos escritores que buscaron en el pasado nuevos caminos para leer el presente e imaginar un futuro desde la riqueza del discurso literario.

Mariana Rosetti

Facultad de Filosofía
y Letras-ILH/CONICET

 

[1] Elías Palti, La invención de una legitimidad. Razón y retórica en el pensamiento mexicano del siglo XIX (Un estudio sobre las formas del discurso político), México, Fondo de Cultura Económica, 2005, pp. 67-84.

[2] Elías Palti,“La guerra de los treinta años de Fernando Orozco y la visión lúdico-poética de la historia”, Latin American Literary Review, XXV,nº 49, 1997, pp. 69-90.