Centro de Historia Intelectual, Departamento de Ciencias Sociales, Universidad Nacional de Quilmes

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Christian Ingrao,

Creer y destruir. Los intelectuales en la máquina de guerra de las SS,

Barcelona, Acantilado, 2017 (trad. del francés de José Ramón Monreal), 624 páginas

 

En su detallado e imprescindible informe sobre el juicio a Adolf Eichmann en Jerusalén, Hannah Arendt formuló la controvertida sentencia de que el teniente coronel de las SS nazis–acusado de haber cometido delitos contra el pueblo judío, crímenes contra la humanidad y crímenes de guerra– “sencillamente, no supo jamás lo que hacía”.[1] Arendt, al sostener que el mal radical había sido puesto en práctica por hombres ordinarios, cuya irreflexividad y falta de imaginación los había predispuesto a cometer los crímenes más atroces, desafiaba así a quienes querían hacer de Eichmann un monstruo inhumano. Eichmann resultaba así tan solo un burócrata, que había cumplido órdenes con una diligencia extraordinaria, con el fin de obtener progreso personal. Si bien el escrito de la filósofa alemana se centraba en el desarrollo y los fundamentos del juicio, esta acotación acerca de la personalidad de Eichmann resultó revulsiva para sus lectores, pues proponía una respuesta al interrogante acerca de qué tipo de hombres habían sido capaces de poner en práctica, sin vacilaciones, un genocidio de tal magnitud.

Podría decirse que en Creer y destruir. Los intelectuales en la máquina de guerra de las SS, Christian Ingrao se propone responder un interrogante similar al que daba respuesta la idea arendtiana de la banalidad del mal, pero haciendo hincapié, esta vez, en el sistema cultural que hizo posible a los cuadros intelectuales de las SS. Tal como lo declara en el prólogo, Ingrao se propone “ver el nazismo como un sistema de creencias que se traduce en prácticas y discursos específicos […] recorridos por unas emociones que eran distintas de las percibidas por las ciencias políticas y la sociología” (p. 11). De este modo, para Ingrao, el aspecto afectivo se vuelve una de las principales claves de interpretación del “sistema de creencias nazi” de los intelectuales de las SS. Así, el autor divide su trabajo –fruto de su tesis de doctorado defendida en la Universidad de Amiens en 2001– en tres partes, las cuales siguen un orden cronológico.

La primera parte de este extenso trabajo monográfico trata de los años de juventud y formación de los ochenta licenciados, economistas, juristas, lingüistas, filósofos, historiadores y geógrafos que forman el grupo de nazis objeto de estudio de Ingrao. Se trata, cabe aclarar, de hombres que estrictamente participaron como agentes de las SS (en especial del Servicio de Seguridad, el SD) en el intento nazi de exterminio de los judíos de la Europa del Este y no de intelectuales afiliados al Partido Nazi en general, ni siquiera de los cuadros más prominentes de las SS, como Eichmann. Es decir, fueron a su vez, y principalmente, responsables de los comandos móviles de ejecución que llevaron a cabo el asesinato en masa de judíos en el Este a partir de 1941. Este objeto de estudio, que parecería acotarse a un grupo específico de intelectuales, termina siendo de todas maneras muy vasto ya que el autor se detiene en aspectos particulares de las biografías de estos hombres, lo cual hace difícil la identificación de cada uno de ellos al lector no experto. De todas maneras, aparecen ya en este primer capítulo definiciones importantes, como la representación de la Gran Guerra que, a través de la prensa, las imágenes y la escuela, moldeó la mentalidad de estos hombres en su infancia. Según Ingrao, “La Gran Guerra era vista así como una lucha defensiva en la que estaba en juego la suerte de una Alemania enfrentada con un enemigo […] que se distinguía por la inhumanidad de sus métodos de luchas” (p. 23). Para el autor, la representación de un “mundo de enemigos” hostil a Alemania, surgida de la derrota en 1918, perdurará en el modo de sentir de estos hombres hasta el final de sus días y jugará un papel importante en la justificación de los crímenes genocidas que llevarían a cabo en su adultez. Ingrao también se detiene en el paso de estos intelectuales por la militancia universitaria, en la que afianzaron su discurso nacionalista y populista, es decir, su militancia völkisch, de matriz racista y anti-semita. Finalmente, en el último capítulo de esta parte, el autor describe la “nazificación del saber” por parte de estos hombres, que comenzarán pronto a combinar sus labores académicas con su militancia comprometida en el SD.

En la segunda parte de Creer y destruir (“La entrada al nazismo: un compromiso”), Ingrao se detiene en la consolidación de la teoría que motiva el actuar nazi: el determinismo racial nordicista, formulado por Hans F. K. Günther. Si bien el artífice intelectual del determinismo racial nazi no está incluido en la nómina de hombres analizados por Ingrao, se reconoce que con el triunfo de las posiciones Günther entre 1929 y 1930, “los tres componentes del imaginario biológico de las SS se han fusionado: determinismo racial, nordicismo y antisemitismo de formulación erudita” (p. 119). A lo largo de lo que resta del libro, el autor recurrirá habitualmente al determinismo racial nordicista y a la idea del “mundo de enemigos” para explicar las razones que motivaron a estos intelectuales a adoptar y abrazar la actitud ofensiva y criminal contra sus supuestos enemigos. En resumidas cuentas, la idea de la superioridad étnica de los elementos nórdicos en la población alemana y la representación de un enemigo bárbaro y hostil que incluía a los judíos, a los comunistas y a otras comunidades “enemigas”, justificaban –en las representaciones mentales de estos intelectuales– su accionar asesino. Luego de detallar minuciosamente los diversos modos y tiempos en que estos hombres ingresaron al Servicio de Seguridad del Partido Nazi, Ingrao se detiene en las funciones que cumplieron como funcionarios, cuyos vectores principales eran la lucha contra el enemigo y el control y evaluación del “espacio vital alemán”, que los nazis pretendieron expandir, en un primer momento, con su política de ocupación de Austria, los Sudetes y Checoslovaquia. Los intelectuales de las SS, quienes se vieron involucrados en estas campañas, habrían pasado de representarse un mundo de enemigos a pergeñar la idea del nazismo como “la providencia milenarista” (p. 248).

En la tercera parte de esta monografía (“Nazismo y violencia: el paroxismo de 1939-1945”), que ocupa más de la mitad de libro y que constituye tal vez su parte más significativa, se analiza la campaña contra el Este y su ocupación (Osteinsatz) dirigida por los grupos de operaciones (Einsatzgruppen) bajo el mando de las SS. Aquí Ingrao se aparta del seguimiento detallado de la trayectoria de los intelectuales en cuestión para abocarse a describir, con precisión, minuciosidad y destreza archivística, la máquina de guerra nazi en el frente del Este. Señala, además, que los intelectuales se habían tenido que adaptar a un “sistema normativo coercitivo que […] esperaba de ellos que unieran la práctica al discurso” (p. 248). De esta manera, a lo largo de este tercer capítulo –y aquí se encuentra una de las debilidades de este estudio– el lector pierde de vista por completo la especificidad intelectual de estos hombres, que son más bien tenidos en cuenta en tanto ejecutores y facilitadores del genocidio que desde las altas esferas del Tercer Reich se promueve. En otras palabras, su labor se vuelve burocrática. Para evitar caer en esta debilidad, Ingrao sugiere repetidas veces que la formación intelectual de estos hombres, su ferviente compromiso con el “sistema de creencias nazi”, servirá para incentivar en sus subordinados el desafío que suponía el asesinato en masa de hombres, mujeres y niños. Para ilustrar esta tarea, en el capítulo 9 Ingrao ensaya largas descripciones de los métodos implementados en cada grupo para las matanzas masivas, complementándolas con extensas citas de archivos, que incluyen correspondencia entre los soldados y sus familias, partes enviados por los grupos de operaciones y alegatos expresados en el juicio al que años más tarde fueron llevados algunos de estos intelectuales.  El horror de los crímenes cometidos por estos grupos es presentado por Ingrao con singular ascetismo, quien se centra en los modos de ordenamiento y planificación que se implementaron para mitigar la repugnancia experimentada por los soldados ante el trabajo de matar. Los intelectuales –sostiene el autor–  desempeñaron “un papel decisivo en la organización y la codificación de las prácticas de violencia, concibiendo y desarrollando las técnicas de exterminio, de gestión del carácter transgresor de la violencia y de legitimación de la acción genocida” (p. 433). Sin embargo, podría pensarse que no se requería un entendimiento demasiado complejo intelectualmente para poder tener éxito en estas tareas. Quizás, el solo hecho de haber transitado por la universidad los convertía en intelectuales, definición que no se explicita en el texto.

Finalmente, Ingrao evalúa las reacciones de aquellos miembros de este grupo que sobrevivieron a la derrota alemana en 1945, reacciones que van desde la continuación de su militancia a través de guerrillas clandestinas, hasta el retraimiento o fuga al extranjero. En el último capítulo, tal vez el más interesante del libro, Ingrao se detiene en los juicios a los que fueron sometidos estos hombres, en su mayoría juzgados ante el Tribunal Internacional Militar en los Estados Unidos entre 1947 y 1948. Reproduce aquí el alegato de Otto Ohlendorf, quien había organizado una estrategia de defensa coordinada con otros acusados que, sin embargo, no cosechó éxitos dado que fue finalmente sentenciado a la pena capital. El alegato revela en toda su complejidad una fundamentación intelectual–por supuesto errónea y perversa– del sistema de creencias nazi. Sin embargo, aunque se citen extensas partes de este discurso, Ingrao no se detiene particularmente en su análisis.

En síntesis, Creer y destruir sorprende más por su pericia archivística y por sostener correctamente las tesis de las cuales parte que por su descripción histórica o por sus desarrollos teóricos. Nos encontramos ante el trabajo de un indudable experto en el tema y ante una sistematización admirable de los archivos disponibles acerca del modo de accionar de los grupos de operaciones de las SS en el Este. Sin embargo, por momentos parece que el material archivístico, más que estar en función del argumento central, toma el lugar de mayor relevancia. En muchas ocasiones, el autor acude a la repetición invariable de las escuetas tesis que formula en los primeros capítulos para hacer tan solo acotaciones sobre las citas. El contexto histórico más general es muchas veces abordado con demasiada brevedad, mientras que las posibles resistencias, oposiciones o contradicciones del mentado “sistema de creencias nazis” no son exploradas. No queda claro si se trata de un grupo de hombres que tuvo una influencia intelectual decisiva en el genocidio o si tan solo fueron unos muy eficientes burócratas del régimen. Para el lector especializado, que esté interesado en el material de archivo, sin dudas este libro le resultará fundamental. Sin embargo, un público académico general no encontrará en Creer y destruir respuesta a muchos de los interrogantes que aún están a la orden del día respecto de la banalidad del mal encarnada por estos gestores del genocidio. 

Sofía Mercader

University of Warwick

 

[1] Guillermo Zermeño, La cultura moderna de la historia, México, El Colegio de México, 2010.