Centro de Historia Intelectual, Departamento de Ciencias Sociales, Universidad Nacional de Quilmes

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¿Una arquitectura imposible?

Arquitectura y política en el Taller Total de Córdoba, 1970-1975

 

Juan Sebastián Malecki

 Universidad Nacional de Córdoba/CONICET

 

 

I. Presentación

En septiembre de 1970 se puso en funcionamiento en la Facultad de Arquitectura y Urbanismo (FAU) de la Universidad Nacional de Córdoba la experiencia político pedagógica conocida como Taller Total (TT), una de las experiencias más ricas y complejas en la historia de las universidades nacionales de la Argentina, en donde se superpusieron radicalización política, discusiones disciplinares y debates pedagógicos. Producto de una serie de crisis –universitaria, institucional, social, disciplinar– que se venían gestando desde tiempo atrás, el TT se presenta como un excelente caso para indagar en las relaciones que se dieron entre arquitectura y política en un momento muy particular de la cultura arquitectónica argentina e internacional.

Si bien la crisis institucional que vivió la FAU en 1970 –y que desembocó en el TT– debe ser enmarcada en la situación que se vivía en las universidades, también debemos reconocer en ella una historia institucional previa y un cuadro disciplinar más amplio. Dicho de manera sintética, con la intervención a la Universidad en 1966 se expulsó a un grupo de docentes por oponerse a las políticas de la Revolución Argentina, la mayoría de ellos titulares y adjuntos de composición arquitectónica. Este grupo había quedado identificado con la renovación de la Facultad en los tempranos sesenta, en la que se había instalado una agenda “progresista” con los temas de enseñanza de la arquitectura y de su función social. En contraposición, el grupo que quedó a cargo de la Facultad luego de 1966 estaba compuesto por sus sectores más “conservadores” y “liberales”, entre cuyos principales referentes se encontraban Marina Waisman y Enrico Tedeschi.[1] De tal forma, el TT se propuso como una reacción en contra de esos sectores –Waisman fue elegida vicedecana en abril de 1970 mientras que Tedeschi fue designado director de los “Talleres verticales”, que no llegaron a implementarse– y en contra de la idea de arquitectura que ellos representaban, particularmente las sostenidas por Tedeschi, que encontraban en aquel grupo de docentes expulsados a sus principales referentes.

Esta situación nos permite complejizar la mirada sobre los procesos de radicalización que se dieron en la Argentina entre los años sesenta y setenta. Si bien no podremos desarrollar la idea en toda su extensión, quisiéramos por lo menos dejarla planteada. Uno de los principales argumentos es que en el paso de una década a la otra el proceso de radicalización llevó a una creciente centralidad de la política, lo que supuso una paulatina pérdida de la autonomía del campo intelectual.[2] En la línea abierta por algunas investigaciones recientes, como la de Diego García o la de Fernanda Beigel, es posible sugerir que las experiencias de radicalización política no siempre implicaron un desdibujamiento de las especificidades disciplinares y que, en ciertos casos, permitieron la consolidación de redes y afinidades dentro del mismo campo.[3] Por otro lado, si en otros ámbitos disciplinares el contexto de radicalización política contribuyó a que nuevas generaciones desplazaran a los grupos que en los sesenta habían llevado adelante el proceso de renovación universitaria, como en el caso del Departamento de Sociología de la UBA,[4] en nuestro caso, por el contrario, el panorama es mucho más complejo de lo que podría considerarse una disputa entre generaciones o entre perspectivas teóricas –como las que oponían a marxistas y funcionalistas–. En buena medida, porque la experiencia de radicalización vivida en el TT no propuso deshacerse de la herencia disciplinar previa, sino llevar hasta su máxima implicación las problemáticas relaciones entre arquitectura y política que habían sido planteadas durante el surgimiento de la “arquitectura moderna” en su período vanguardista de los años veinte.

Precisamente, esta cuestión nos lleva a considerar un cuadro disciplinar más amplio que no solo remitía a la situación profesional del país sino a una serie de crisis que se estaban produciendo a nivel internacional. Como señala Graciela Silvestri, durante los sesenta la figura del arquitecto, junto a la del psicoanalista y a la del sociólogo, quedó fuertemente asociada a los procesos de modernización social y cultural del país. Pero a diferencia de aquellos, el arquitecto mantuvo fuertes compromisos con el Estado. Esta situación lo predisponía a disociar compromiso político de encargo profesional, en tanto el Estado se presentaba como el comitente privilegiado que podía llevar a cabo los proyectos de modernización que el arquitecto pregonaba. Por tales motivos, “quienes vayan a buscar experimentaciones radicales, las [encontrarán] en el breve período que va entre 1972 y 1974 en el área de la enseñanza de la arquitectura, y no en las prácticas profesionales, inevitablemente atravesadas por los compromisos con el Capital o con el Estado”.[5] Al mismo tiempo, desde la Segunda Guerra Mundial se fueron abriendo diferentes líneas de trabajo como respuesta a la crisis que se había abierto en la cultura arquitectónica moderna desde los años treinta. Así, la temática del hábitat, la arquitectura de sistemas, las pedagogías radicales o las relaciones con las ciencias sociales –por nombrar las más pertinentes a nuestro tema–, componían parte del paisaje de revisiones, replanteos y experimentaciones que encontraban en esa crisis un origen común. Pero el TT remitía también a una serie de cuestiones desarrolladas por las vanguardias arquitectónicas, principalmente la que apuntaba a la función social de la arquitectura, bajo el presupuesto de que esta podía intervenir positivamente en los procesos de transformación social. En tal sentido, ¿se podría conceptualizar al TT como una experiencia vanguardista? Más aun ¿podríamos hablar de una radicalización disciplinar? Ella misma, ¿era externa a la cultura arquitectónica moderna o, por el contrario, respondía a algunos de sus principios?

La hipótesis que quisiéramos desarrollar es que el TT se produjo como consecuencia de una serie de crisis y replanteos que remitían al desarrollo de la cultura arquitectónica, en que la “crisis” abierta con la emergencia de la arquitectura moderna estaba encontrando las fronteras de su resolución bajo la apertura de un nuevo horizonte, en que sus postulados parecían agotarse, pero muy particularmente remitían a los debates en torno a la enseñanza de la arquitectura que se abrieron con la crisis de la tradición Beaux Arts y los postulados que había desplegado la arquitectura moderna en su experiencia más importante y significativa, la Bauhaus. Además, se conecta también con los cuestionamientos más generales que se hicieron, durante los sesenta, a la pedagogía en su conjunto. El contexto específico en el que se produjeron estos desplazamientos fue el de una crisis social y política que produjo una intensa radicalización política y disciplinar, llevando a un replanteo del rol social de la arquitectura y del arquitecto. Esto supuso, por parte del TT, un doble destiempo respecto a un retorno a las vanguardias arquitectónicas cuanto a los desarrollos disciplinares del momento, signados a nivel internacional por el giro “posmoderno”. Enfocándonos solamente en algunos de los aspectos del TT, podemos sostener que la reconsideración del compromiso social de la arquitectura se dio por medio de la discusión en torno a la problemática del “hábitat”, lo que suponía, en primera instancia, una redefinición de los límites disciplinares, en segundo lugar una “disolución” –y no una especialización– de las concepciones teóricas e historiográficas de la arquitectura en la “historia crítica del hábitat” y, en tercer lugar, la incorporación de las ciencias sociales a los debates disciplinares. Por otro lado, entender el hábitat como respuesta al contexto de fuerte politización permite indicar que en el TT se dio un proceso de radicalización disciplinar en el que el rol del arquitecto se pensó como un aporte específico a los procesos de transformación social.

Teniendo en cuenta lo complejo de la experiencia del TT, se impone en el presente artícu-lo un recorte sustancial. En tal sentido, nos interesa, ante todo, indagar en los contornos intelectuales del TT, prestando particular atención a sus debates arquitectónicos y a sus referencias internacionales. Tendremos que dejar de lado el proceso institucional que llevó al TT, así como su dinámica de funcionamiento y los grupos políticos que allí actuaron. De tal manera, en una primera instancia buscaremos dar cuenta del panorama de “crisis” e inestabilidad que presentaba la arquitectura en los sesenta y setenta para luego avanzar respecto a una serie de debates que se dieron en el TT –el papel ideológico de la arquitectura, la temática del hábitat y las relaciones con las ciencias sociales– que permiten apreciar hasta qué punto la pregunta por el compromiso social de la arquitectura llevaba a una redefinición de la disciplina. En un tercer momento, la “arquitectura de sistemas” y la figura de Mario Corea nos permitirán indagar sobre la “radicalización disciplinar”, entendiendo que una de aquellas redefiniciones implicaba, en su formulación más extrema, una posible disolución disciplinar o una prescindencia del arquitecto como dador de forma. Por último, nos interesa preguntarnos en qué términos el TT puede ser pensado como una experiencia vanguardista.

II. Replanteos, experimentación y radicalización en la cultura arquitectónica

Plantear el problema por el carácter vanguardista del TT –cuestión sobre la que volveremos al final del artículo– nos lleva a reconsiderar dicha experiencia en un marco temporal más amplio que incluya el derrotero de la cultura arquitectónica moderna. En tal sentido, en el Libro Mostaza –publicación que sintetizaba la experiencia acumulada hasta ese entonces y que definía el marco institucional y organizativo en el que se estaba desarrollando el TT – se sostenía que

 

es necesario replantear críticamente el rol del arquitecto, la concepción de la arquitectura que lo determina y su enseñanza aquí y ahora, ha impulsado a docentes y alumnos de la Facultad […], a asumirse como actores de un proceso que lleve a comprender la Arquitectura como práctica social, generada en la sociedad, interpretada interdisciplinariamente, asumida y resuelta por el arquitecto, y donde el USUARIO es su destinatario, continuador y hacedor en comunidad del producto: el hábitat humano,

 

para luego agregar que “lo que se propone en última instancia [el TT], es el reemplazo de una práctica y enseñanza fundadas en un eje técnico-estético por una estructura orientada por el eje científico-social”.[6] De la cita, quisiéramos destacar la crítica a la formación del arquitecto asentada sobre una mirada esteticista o tecnocrática y su reemplazo por una concepción de la arquitectura como práctica social que requería del auxilio de las ciencias sociales. Puesto en una perspectiva de largo aliento, en la que se muestren las aporías a las que se enfrentó la arquitectura moderna en su intento de transformar las formas de enseñanza de la arquitectura, el TT se asentó sobre un prolongado debate en el que la opción entre “arte” y “técnica” no llegó a encontrar una resolución definitiva.

Esa tensión entre arte y técnica remitía a las discusiones que se dieron en los intentos de reformulación de la enseñanza de la arquitectura en clave moderna. Dicho sintéticamente, con el surgimiento de las vanguardias arquitectónicas a principios del siglo XX entró en crisis el sistema compositivo conocido como Beaux Arts. La Bauhaus, uno de los principales intentos de reemplazar dicho sistema, prontamente se convirtió en un ejemplo paradigmático. Pero, como señala Francesco dal Co, la intención de establecer una escuela sobre la base de la “nueva arquitectura” prontamente encontró ciertas aporías y tensiones que no pudo salvar, en que la crítica al carácter artístico de la arquitectura no resolvió la tensión entre el componente creativo y el productivo.[7] Esto puede verse en la amarga disputa en torno a las orientaciones divergentes que Walter Gropius y Hannes Meyer dieron a la Bauhaus, las que podrían resumirse entre un momento “expresionista” y otro “objetivista”. Mientras que en el primer momento convergieron la necesidad de crear una escuela sobre la base de un “programa” que posibilitara restituir la unidad entre arte y design –que la tradición decimonónica había querido mantener separados– y el mantenimiento del costado artístico-intuitivo del proceso creativo –de inclinación irracionalista y estetizante bajo la influencia de Johannes Itten–, y en el curso introductorio de la Bauhaus fue reintroducida la “ideología artesana decimonónica” de creación de objetos “singulares”, en el segundo momento hubo una posición ambivalente entre compromiso político y compromiso con el capital –la gran industria–, en el que la crítica de Meyer a la arquitectura como “torre de marfil” se contraponía al “compromiso social” de la arquitectura, pero en cuya necesidad de hacer y construir se veía condicionada por una serie de fuerzas –la del capital, la de la metrópolis– que superaban su posibilidad de controlarlas. En estas contradicciones se cifra, también, el “devenir técnico de la arquitectura”, es decir, la transformación de la arquitectura en mera técnica, que dejaba de lado la discusión de los fines que perseguía para volverse meramente instrumental.

Con la migración de los principales referentes de la arquitectura moderna desde Alemania hacia los Estados Unidos a mediados de los treinta, la Bauhaus se convirtió en un modelo para la renovación de las facultades de Arquitectura. Pero a diferencia de otras experiencias,[8] que encontraban en la escuela alemana un modelo de organización curricular, lo que emergía en Córdoba con más fuerza en el contexto de radicalización política era un intento de recuperación –aunque fuera inconsciente o involuntario– del principio vanguardista de reconciliación entre arte y vida por medio del compromiso social de la arquitectura. Pero esto reenviaba a la pregunta por el tipo de compromiso que la propia arquitectura imaginaba con las fuerzas sociales en su lucha contra las fuerzas del capital, en el mismo momento en que Manfredo Tafuri denunciaba el papel del desing en la reconfiguración del sistema capitalista.[9]

Ahora bien, si en términos de pedagogía arquitectónica la experiencia del TT se inscribió en las derivas de la Bauhaus, también debe reponerse un marco más general de la disciplina en el que se pueden identificar diferentes crisis que remitían a una serie de replanteos que pusieron en entredicho los límites de la disciplina. Si bien este no es el lugar para reconstruir ese proceso, nos interesa señalar algunas cuestiones que permitan apreciar el panorama en que se encontraba la arquitectura. Desde la segunda posguerra, la cultura arquitectónica moderna comenzó un proceso de revisión de sus postulados que dio lugar a diversas “ansiedades” respecto de las respuestas que debía ofrecer la arquitectura.[10] Según Felicity Scott, esos desarrollos estuvieron ligados –sobre la base de la teoría de sistemas, la cibernética, las ciencias de la conducta o las ciencias sociales– a experimentaciones disciplinares que delinearon diferentes “tecno-utopías”, que no solo implicaron una apuesta por cambios estructurales de la sociedad sino que, también, muchas veces desafiaron los límites convencionales de la disciplina. Así, “las prácticas experimentales y radicales fueron puestas en una narrativa que indicaba una disciplina fuera de control, produciendo estrategias demasiado extraviadas de las demarcaciones tradicionales de la arquitectura”.[11]

En tal sentido, durante los sesenta las “megaestructuras” tuvieron un fuerte impacto en el pensamiento arquitectónico, donde la proporción y las operaciones demandadas desafiaban las escalas en que se había pensado la arquitectura, desestabilizando los límites de la disciplina.[12] Por ejemplo, junto al avance de la “cultura del ocio”, Cedric Price ideó la propuesta del Fun Palace (1962). En ella se pensó en una “arquitectura indeterminada” que pudiera responder a las actividades y demandas de un uso siempre cambiante, en una suerte de interacción y compromiso entre el usuario y la arquitectura.[13] Si cambio y flexibilidad estaban a la orden del día, uno de los grupos que llevó adelante una de las propuestas más radicales fue la revista Archigram (1961-1974). En sus diversas propuestas –como Plug-in-City o Instant City–, la distinción entre ciudad y arquitectura se difuminaba para adquirir una nueva dimensión de estructuras móviles que servían para producir futuras configuraciones sociales. Aunque el mayor impacto de la revista residió en presentar una nueva imagen de la arquitectura –o a la arquitectura como imagen– que abrevaba en el desarrollo de la contra cultura pop londinense, como indica Hyde, “al proponer nuevas formas radicales de imaginar y reconocer la presencia de la arquitectura dentro de emprendimientos aparentemente no-arquitectónicos, Archigram contribuía a acelerar un forzamiento de las constricciones convencionales integradas a la disciplina”.[14] En Italia, por el contrario, en el contexto de una prolongada crisis profesional que se extendía al sistema universitario, Tafuri señalaba que la respuesta de los grupos de arquitectos más jóvenes –como ArchizoomSuperestudioGruppo 19639999– fue la de “pensar un arte que funcionaría como una terapia psicofísica liberadora carente de códigos, y llamaba a su audiencia a participar en una destructiva y caótica orgía”.[15] Si estos grupos estaban proponiendo nuevos imaginarios en los que el futuro, la tecnología y la arquitectura parecían coincidir, en un sentido opuesto la exposición “Arquitectura sin arquitectos” de Bernard Rudofsky discutía con la ortodoxia de la arquitectura moderna al mostrar la “prescindencia” disciplinar en las conformaciones de formas urbanas tradicionales, principalmente en las culturas no occidentales.[16]

Más allá de estos impulsos, en los convulsionados años sesenta la arquitectura también jugó un importante papel en el desarrollo de una contracultura contestataria, sobre todo en los Estados Unidos. Entre los varios ejemplos que se pueden citar, tal vez los más importantes sean Drop City y Ant Farm. La primera, fundada en Colorado en 1965 y prontamente convertida en emblema de la contracultura hippie del país en tanto “significaban una alternativa a las estructuras sociales existentes”, se construyó usando los domos geodésicos que había desarrollado Richard Buckminster Fuller para el Departamento de Estado. Como señala Scott, “adoptados como respetuosos del medioambiente, adecuados para ‘perderse’, como tecnología de hazlo-tú-mismo, los domos fueron por un corto período la opción arquitectónica de la contracultura”.[17] Mientras que Ant Farm, fundada en San Francisco en 1969 por Chip Lord y Doug Michels, al tiempo que desarrollaba una “arquitectura subterránea” –de allí su referencia a las hormigas– alertaba sobre los problemas del medio ambiente, la polución y la guerra nuclear. Así, no solo recurría a una arquitectura experimental para sustentar sus intervenciones –como en Air Emergency–, sino que también la situaba en el cruce y la disputa entre desarrollos tecnológicos, militares y medio ambientales.[18]

Pero así como algunas propuestas arquitectónicas servían para desarrollar una crítica a la sociedad de consumo norteamericana –e incluso proponer estilos de vida alternativos–, el urbanismo y la ciudad tuvieron un papel destacado en las protestas que se dieron en torno al mayo francés de 1968. Es bien conocido el impacto que tuvo el movimiento “situacionista” y su “deriva urbana” en las formas de repensar la ciudad, como parte de un clima intelectual más amplio que incluía la sociología urbana y de la vida cotidiana de Henry Lefebvre y las revistas Utopie, sociologie de l’Urbain y Melpomène/Melp!, entre otras.[19] Justamente a través de esas revistas se puso en crisis la idea del “arquitecto artista”, sostenida por el sistema Beaux Arts todavía operante en Francia, y se buscó su reemplazo por la noción del “arquitecto-intelectual”. Más aun, en ese contexto de radicalización los estudiantes llevaron adelante una serie de protestas que terminaron con la disolución de la École des Beaux Arts y su reemplazo por las Unités Pédagogiques.[20] Hay que recordar que, en esos años, el campo de la pedagogía de la arquitectura fue uno de los más convulsionados, y encontró muy diversas y extendidas experiencias que pusieron en crisis tanto la currícula como las formas de enseñanza.[21] Entre muchos ejemplos, podemos señalar el realizado en la Facultad de Arquitectura de la Universidad Autónoma de México entre 1972 y 1976, en el que el nuevo plan de estudio –llamado “autogobierno” – apuntaba a una agregación total del conocimiento, un compromiso social de la arquitectura, una autogestión y una teoría práctica. En Chile, en el contexto de creciente politización que se dio hacia los años setenta, la Facultad de Arquitectura y Bellas Artes de la Universidad Católica de Chile emprendió un cambio radical de su currícula que consistió en dividir la Escuela de Arquitectura en tres departamentos: el de Arquitectura de Obras, el de Arquitectura y el de Vivienda y Urbanismo.

Ocio, megaestructuras, domos geodésicos, auto-construcción, contracultura hippie, ambientalismo, derivas urbanas, vida cotidiana, arquitectura sin arquitectos, pedagogías radicales fueron algunos de los temas que, entre los sesenta y setenta, volvieron ampliamente porosa a una cultura arquitectónica que se veía tensionada desde múltiples lados. Ya sea porque se cuestionaban sus fronteras disciplinares, porque su propio objeto y práctica profesional aparecían más confusos que nunca, porque debía competir con nuevos saberes que la interrogaban en su constitución, la arquitectura se volvió un campo de experimentación que, en un contexto de marcada politización y radicalización, la llevaron al límite de sus posibilidades. Ahora bien, si muchos de los episodios hasta aquí señalados no tuvieron gran circulación en la Argentina –e incluso algunos ni siquiera fueron conocidos–, las dos temáticas que mayor impacto tuvieron en Córdoba fueron la del “hábitat” y la que en la Argentina dio en llamarse “arquitectura de sistemas”. Ambas cuestiones desafiaban el corazón de la disciplina: si el “hábitat” interrogaba la extensión de la arquitectura, la arquitectura de sistemas cuestionaba el centro mismo de la disciplina.

III. Ideología, hábitat y ciencias sociales en el TT

Aunque el TT se presupone como uno de los espacios de mayor radicalización política en la Universidad Nacional de Córdoba,[22] los aspectos más interesantes y singulares de esta experiencia deben buscarse en la reformulación de las formas de enseñanza, en las transformaciones de la vida institucional y en los debates que se dieron sobre la arquitectura. Si bien por cuestiones de espacio no podremos detenernos en su funcionamiento y dinámica,[23] conviene precisar algunas cuestiones generales. Con el inicio del TT, el conjunto de la FAU entró en una actividad frenética de reuniones, asambleas, discusiones, escritos, publicaciones, traducciones, propuestas. Esta nueva situación afectó a todos los órdenes de funcionamiento de la Facultad, desde la división por materias, que pasó a comprender áreas de conocimiento, a la carrera docente, que fue reformulada íntegramente, eliminando las jerarquías docentes. En oposición a la idea de “taller vertical” –modelo adoptado en las facultades de Rosario y Buenos Aires luego de 1955–, el TT pretendía una integración total de la arquitectura por medio de una estructura que articulara en sentido horizontal y vertical las diferentes áreas de conocimiento en que se había dividido la estructura curricular, eliminando el anterior sistema de cátedras. Esto implicaba un trabajo conjunto de todos los niveles –vertical–, junto a una integración –horizontal– en el área de “síntesis”. Pero mientras en sentido horizontal el TT se organizaba por áreas, en sentido vertical estaba compuesto por doce Talleres, o Equipos de Trabajo (ET), cada uno de los cuales tenía una coordinadora docente-estudiantil, integrada por nivel e internivel, que, a su vez, debía confluir en una Coordinadora General que, en los hechos, era el máximo órgano de gobierno de la Facultad. Ahora bien, las realidades y las dinámicas divergían notablemente de un taller a otro: algunos de ellos funcionaron con bastante éxito, llevando adelante diversas propuestas urbano-arquitectónicas, mientras que en otros, el clima de conflicto o de radicalización política hizo prácticamente imposible las tareas académicas.[24] Aun así, la presencia de militantes de las diferentes agrupaciones estudiantiles –PCR, PRT, montoneros,  peronismo de base, entre otras– fue transversal a todos los talleres, aunque cada uno tenía ciertas figuras centrales (profesores) que eran las que solían dar la “orientación” política del taller.

Puestos a redefinir las formas de enseñanza de una arquitectura que atendiera las problemáticas sociales a las que los futuros arquitectos debían dar respuestas, pareció necesario generar espacios en los que los docentes pudieran incorporar de manera sistemática esas preocupaciones. En lo que sigue, nos detendremos en los debates que se dieron sobre las relaciones entre arquitectura e ideología, la problemática del “hábitat” y sus relaciones con las ciencias sociales.

Con la formación de los ET entre septiembre y octubre de 1970 comenzaron a definirse algunos de los temas que luego fueron ampliamente debatidos en diversos “seminarios de instrumentación docente”. Ya en esas primeras asambleas aparecen con mucha fuerza los temas que atravesaron al TT: “el rol del arquitecto en la sociedad”, el “rol del estudiante”, las “formas de ver la arquitectura”, el problema del “hábitat”. En igual sentido, la primera lista de bibliografía sugerida por los diferentes ET es indicativa del acercamiento al discurso de las ciencias sociales, sobre todo las de corte marxista. Así, por ejemplo, se proponía discutir los trabajos de Francisco Delich, Iván Baigorria, Eliseo Verón, Marta Harnecker, Marcos Winograd, Roberto Segre, Lucien Goldman.[25] Superada esa primera etapa, y a medida que la FAU se iba organizando, se llevaron a cabo diversos seminarios docentes que buscaban actualizar los debates disciplinares. Según la información recabada, hubo dos en 1972 y otros dos en 1975. Estos permiten tener un panorama más o menos completo de las lecturas, los autores y las problemáticas que circularon en el TT. En los dos primeros, se puede observar el giro de los arquitectos hacia unas ciencias sociales que estaban en un intenso diálogo con una historiografía que, para la misma época, también recurría a la antropología y a la sociología para renovar sus indagaciones, como la ensayada por la Escuela de los Annales –particularmente por Braudel– y la de corte marxista. Por otro lado, fueron los cientistas sociales que ingresaron en 1973 quienes llevaron adelante los seminarios de 1975, en los que las discusiones se centraron, mayoritariamente, en los procesos de urbanización e industrialización.

En octubre de 1972 –la fecha es tentativa ya que no conocemos el momento de su realización– se llevó a cabo el seminario sobre “ideología y arquitectura” con la participación de Oscar Moraña, Lázaro Devoto y María Angélica Gorgas. En su presentación, Moraña sostenía que la temática “arquitectura e ideología” planteaba una “problemática transparente” en tanto implicaba una relación entre dos términos sobre los que cabrían las preguntas: “¿De qué manera la arquitectura expresa una determinada ideología? ¿De qué manera la arquitectura puede ayudar a conservar o a desarrollar determinadas ideologías?”. Sin embargo, según Moraña, estas preguntas suponían un consenso sobre los conceptos que distaba de ser generalizado. Aunque dejaba en suspenso toda definición de la arquitectura, el resto de su intervención consistía en un recorrido por las distintas definiciones de ideología, particularmente las de corte marxista. Pero más allá de los autores que nombra, nos interesa destacar la inclusión de los “aportes de la lingüística y la semántica”. No porque realice un desarrollo extenso del tema –menciona al pasar a Eliseo Verón, Umberto Eco y Noam Chomsky– sino porque da cuenta del papel central que tuvo la semiología en los debates arquitectónicos del momento.[26]

Verón era uno de los principales impulsores de los estudios semiológicos en la Argentina, mientras que Eco había sido invitado por Waisman a realizar el último seminario del IIDEHA en 1971 en La Plata. Eco ya había intentado un cruce entre semiótica y arquitectura –principalmente en la Estructura ausente, de 1968–, publicado parcialmente en los Cuadernos Summa-Nueva Visión. Eco significaba una puerta de entrada a los vínculos entre semiología y diseño que se estaban produciendo en Italia y que, en el marco del surgimiento de las neovanguardias, había despertado el interés internacional. Así se explica que en el número que Summa le dedica a la exposición Italy: The New Domestic Landscape –organizada por Emilio Ambasz en el MoMa en 1972– se incluyera una serie de textos de Eco –que no eran parte de la muestra– y se omitieran los textos mucho más críticos de Manfredo Tafuri que sí estaban incluidos en el catálogo. Si el primero señalaba alegremente las contradicciones a las que se enfrentaban los diseñadores radicales  –ArchizoomSuperstudioGruppo 9999– al decir que “proyectan y diseñan su protesta contra el universo del diseño industrial adaptado a las exigencias de la sociedad de consumo”,[27] el segundo mostraba que la “revuelta de los objetos” de los diseñadores italianos, bajo el piso común del estructuralismo y las teorías semiológicas de la comunicación, ejemplificaba la ratio por la cual la utopía tecnológica del diseño ocultaba su propia contribución a la reconfiguración del capitalismo.[28] Si Tafuri representaba la posición más crítica y políticamente comprometida, la de Eco resultaba más ambigua y despreocupada respecto de sus implicanciones y, por tanto, más fácil de asimilar por lectores interesados en el hecho del diseño en sí. Además del prestigio de Eco, posiblemente haya sido su posición moderada lo que le interesaba a Waisman para invitarlo a dictar el seminario del IIDEHA, ya que le permitía un juego controlado respecto a los saberes que estaban cuestionando los límites de la arquitectura. Así parecía sugerirlo cuando justificaba la invitación de Eco al seminario: “por esa necesidad urgente que tiene hoy todo arquitecto que se respete, de tratar de salirse del campo de la arquitectura para reconsiderar su propia acción desde nuevos puntos de vista”.[29]

Pero volvamos una vez más a Moraña. Al final de su texto, proponía tres “hipótesis” de acuerdo a las definiciones de ideología que había desarrollado. Si la primera apuntaba a las relaciones entre arquitectura y cultura, como crítica a las maneras “formalistas” de entender la historia de la arquitectura, en la tercera se preguntaba sobre “qué tipos de mensaje emite la arquitectura”, en un intento, bastante vago, de acercarse a una semiología de la arquitectura. Pero nos interesa destacar la segunda hipótesis, que se refería a la ideología como falsa conciencia, para remarcar que, desde un punto de vista marxista, “se tenderá a hablar de hábitat más que de arquitectura, por cuanto el hábitat se presenta inmediatamente como organización del espacio social global, mientras que el término de ‘arquitectura’ tiende a connotar fenómenos de ‘artisticidad’ que indudablemente empañan la claridad del análisis”.[30]

Justamente la problemática del “hábitat” fue una de las discusiones más importantes en el TT. La misma no solo remitía a una larga serie de debates y propuestas dentro de la cultura arquitectónica internacional, sino que, en el contexto del TT, supuso una reformulación del papel de la “historia” –y, por consiguiente, de cómo la disciplina se veía a sí misma–, al tiempo que se pensaba como un aporte específico a los procesos de transformación social. En tal sentido, con el nuevo Plan de Estudio las materias de Historia de la Arquitectura desaparecía para ser subsumida dentro del subcampo de “Histórica Crítica del Hábitat”. La nueva denominación implicaba no solo un cambio de nombre, sino, y más importante aun, un desplazamiento y una suerte de “disolución” del objeto de la historia de la arquitectura –sobre todo en relación a cómo la había planteado Tedeschi–.[31]

El concepto de “hábitat” había sido introducido primero en los debates arquitectónicos a principios de los años cincuenta por Michel Ecochard y los grupos del CIAM con base en el norte de África. Ecochard estuvo a cargo del Service  de l’Urbanism del Protectorado Francés de Marruecos entre 1946 y 1952. Ante la creciente migración rural, el Service llevó adelante una intensa política de urbanización. Para ello, colaboró estrechamente con geógrafos, antropólogos y sociólogos franceses que trabajaban en Marruecos, de los cuales tomó prestada la noción de “hábitat”, lo que le permitió realizar diversos estudios sobre las formas tradicionales de vida de los grupos migrantes que fueron implementados en las propuestas urbano-arquitectónicas de vivienda colectiva. Allí se destacaba la reproducción de la grilla tradicional del Casbah marroquí, así como la recreación de los espacios interiores y exteriores típicos de los modos de vida musulmana. Los resultados fueron presentados bajo el título Housing for the Greatest Number en el CIAM realizado en Aix-en-Provance, donde causó una gran impresión en los grupos más jóvenes de arquitectos, como Aldo Van Eyck y los Smithson.[32]

En segundo lugar, el concepto de “hábitat” fue introducido por el propio Le Corbusier cuando intentó sustituir la “Carta de Atenas” por la “Carta del hábitat” en el VII Congreso de Bérgamo, en 1949, aunque no fue oficialmente tratado hasta el IX Congreso en Aix-en-Provence, en 1953.[33] La noción de hábitat pretendía un abordaje holístico de las condiciones humanas del vivir, entre ellas la del medio construido. De esta manera, la especificidad de la arquitectura era diluida en una serie de problemáticas que requerían de la asistencia de otras ciencias especializadas, poniendo en discusión la autonomía de la forma arquitectónica. Así, “de golpe, el objeto de la arquitectura, el urbanismo y la planificación no fue más la ‘ciudad’, sino el medio ambiente. Indicativo, además, de un desplazamiento de la preocupación de la arquitectura (moderna) por la vivienda hacia una obsesión con el ‘hábitat’”.[34] Pero a medida que la temática del desarrollo del “tercer mundo” fue ganando espacio en las agendas internacionales durante los años sesenta, la temática del “hábitat’” se instaló con fuerza en un conjunto importante de agencias internacionales, como en la conferencia internacional sobre Hábitat en 1976 de las Naciones Unidas y en la creación del Centro para los Asentamientos Humanos. De tal forma, si bien la noción de hábitat incluía toda la extensión del antiguo objeto de la historia de la arquitectura, disolvía la especificidad arquitectónica dentro del problema general de los “asentamientos humanos”.

Si la problemática del hábitat venía precedida por estos debates, nos interesa ahora indagar sobre las lecturas específicas que circularon en el TT. En agosto de 1970, el “Grupo del hábitat” –agrupamiento local que replicaba el “frente de arquitectos” formado a nivel nacional en torno a las figuras de Marcos Winograd, Paco García Vázquez y Víctor Pelli– había realizado una mesa redonda sobre “hábitat y política”, con gran presencia de estudiantes y docentes. En octubre de ese año, Iván Baigorria –miembro de aquel grupo– dictó una conferencia en la FAU que fue ampliamente citada en trabajos posteriores del TT.[35] Allí sostenía que lo que caracterizaba al hombre era el “transformar lo que la naturaleza nos brinda en un sistema organizado de objetos e ideas”. Partiendo del “materialismo dialéctico”, Baigorria sostenía que la “realidad al hombre se le presenta como una totalidad”. Pero si el hombre transforma a la naturaleza en cultura, la parte de la “naturaleza que el hombre transforma interesa a los arquitectos o a los urbanistas en un segmento que es el denominado el HÁBITAT”. Para aclarar que “en la actualidad se ha comprendido que el hábitat no es solamente el espacio físico en que vive el hombre, […] se ha comprendido que el hábitat, siendo cultura, es un producto social y que por tanto la cultura y el hábitat dentro de ella, son un producto específico del hombre viviendo en sociedad”. Pero además, especificaba que la noción de hábitat era un “conjunto problemático […] que se puede ubicar en un espacio ‘imaginario’ que se da en la confluencia de la esfera de lo natural, lo social y lo cultural”. Por ello mismo, sostenía que “no se puede encarar al hábitat como un simple problema de adaptación al medio físico”, ni como un problema constructivo o de diseño arquitectónico.[36]

Buena parte de estas cuestiones fueron retomadas en 1972. En el texto “El tema del hábitat” –que figura sin autor– se repiten varias cuestiones apuntadas por Baigorria. A una primera explicitación de  que la noción de “hábitat” proviene de la biología y que se emparenta con la de “ecología”, le seguían una serie de consideraciones que ponían en crisis ciertas nociones centrales del modernismo más ortodoxo –como la de función y la de ciudad–. Así, por ejemplo, se sostenía que “la ciudad no es una simple matriz funcional sino el resultado de un juego social y cultural sumamente complejo como la sociedad que la forma, y al hablar de los niveles intraurbanos del hábitat se piensa precisamente en la dinámica de este juego que empeña motivaciones afectivas que trascienden las funciones institucionalizadas”. Aunque sin renunciar del todo a la idea de “función”, advertían sobre el nuevo marco que se buscaba: “la idea de funcionalismo encuadra los hechos en relación a su cumplimiento, los considera acontecimientos finitos y transitorios […]. La idea de hábitat es radicalmente distinta, se basa en el concepto de permanencia”. Según el texto, con ello se pretendía dejar de “considerar como unidad de proyecto al edificio, para tomar como unitario un conjunto arquitectónico y sus relaciones con el entorno”. Por tanto, la noción de hábitat “incide profundamente en la acentuación del destino social de la arquitectura”.[37]

En septiembre de 1972 se realizó el seminario sobre el “Papel ideológico de la arquitectura en la estructura espacio temporal del hábitat”, en el que participaron Edith Peralta, Liliana Rainis, Rodolfo Gallardo, Adrian Trecco, Berta De la Rua y Carlos A. Gómez. La primera parte fue desarrollada por Peralta, otra de las integrantes del “grupo del hábitat”. Allí explicitaba que “entendemos por hábitat no solamente el espacio físico en que vive el hombre, o sea la parte del espacio geográfico natural al que ha transformado en vivienda y los problemas constructivos y funcionales que de ella se derivan, sino además, se ha comprendido que, siendo el hábitat cultura, es un producto social”. A continuación Peralta desarrollaba un recorrido sobre las formas de ocupación del suelo en América Latina desde la colonia hasta la actualidad, para concluir –siguiendo un artículo de Segre– con la situación de la Cuba socialista, que había permitido superar la dicotomía entre desarrollo urbano y desarrollo rural.[38]

Rainis –que se había formado con Waisman y Tedeschi– comenzaba su exposición con un diagnóstico sombrío respecto del momento actual de la arquitectura, que se presentaba como un “fermento de violentas involuciones” que coexistían “al lado de un conjunto de nuevos requerimientos y propuestas” que daban un panorama general de “una verdadera crisis institucional de la arquitectura”. Refiriéndose al artículo de Walter Gropius “Alcance de la arquitectura integral”, de 1956, en el que señalaba que el arquitecto debe ser un “coordinador”, Rainis sostenía –citando a Lefebvre– que la interpretación y la traducción de las necesidades humanas a fórmulas funcionales fue uno de los más graves errores del movimiento moderno, ya que “reduce caricaturalmente la vida”. La consecuencia, para ella, era que “se volvía de este modo a legalizar el rol del arquitecto-demiurgo, al servicio de las clases dominantes, que la época del Renacimiento había iniciado, personalizado en el arquitecto-artista”. En contra de esa tendencia, Rainis indicaba que si los estudios sobre “métodos y procesos de sistematización del diseño” se mostraban todavía insuficientes, era porque se debía “ampliar y profundizar el campo de análisis de la realidad”. Con ello se refería a que “la arquitectura contiene modos de vida”. A continuación, buscaba desarrollar un recorrido sobre “lo que la arquitectura ha significado como anticipación ideológica primeramente y luego como proceso inmerso en el otro más amplio de la producción y desarrollo del universo capitalista”. Más allá del recorrido que traza, nos interesa destacar el gesto que buscaba “desmitificar la arquitectura”, su definición de que “la arquitectura es una organización de espacios que contienen y condicionan modos de vida humanos, estableciendo por lo tanto condiciones de habitabilidad determinadas y que expresan las relaciones sociales de producción”, que debería dar lugar a una “historia de los procesos de producción de la arquitectura”, así como las referencias a Eco, a Françoise Choay (“Semiología y urbanismo”) y a la Antropología estructural de Claude Lévi-Strauss.[39] Esta última supuso un tenue intento de acercarse a lo que más recientemente se ha llamado “antropología arquitectónica” pero que reconoce en el artículo de Pierre Bourdieu “La maison Kabyle ou le monde renversé”, de 1964, uno de sus textos fundantes, traducido para el TT por Facundo Ortega y Amalia Mauro.

Como indicamos más arriba, los seminarios de 1975 –realizados cuando la experiencia del TT estaba llegando a su fin– fueron llevados adelante por los docentes que integraban el llamado “grupo de las AES” –Antropología, Economía, Sociología– de la Subárea de Ciencias Sociales. Hay que remarcar que este grupo provenía de las ciencias sociales y su incorporación como docentes en la FAU fue un gesto significativo de cuán programática era la intención de acercar la arquitectura a esos debates.[40] Efectivamente, en los concursos realizados a fines de 1972 ingresaron Waldo Ansaldi, Enrique Federico Cárpena (sociología); Facundo Ortega, Beatriz Alacia de Heredia, Baigorria (antropología); José González (economía).[41] Alacia, Baigorria, Ortega y Ansaldi eran egresados de la carrera de Historia de la UNC. La primera, recibida en 1964, fue docente  de Antropología en la Facultad de Filosofía hasta que fue expulsada por la dictadura de Onganía. Luego de realizar estudios de posgrado en el Instituto Di Tella y en Río de Janeiro, volvió al país para integrarse al TT. Ansaldi egresó a fines de 1972, aunque para ese entonces ya había realizado diversos trabajos con Francisco Delich. Ansaldi había participado del grupo estudiantil cercano a Pasado y Presente, siendo presidente del Centro de Estudiantes de la Facultad de Filosofía en 1966.

El primer seminario, sobre “Espacio y sociedad”, fue organizado por Ansaldi, Ortega, Mauro y Elsa Chanaguir, con textos de Lucien Febvre, Fernand Dumont, Maurice Godelier y Eric Hobsbawm, entre otros. Se proponía como objetivo una “crítica al determinismo geográfico” sobre la base de un paralelismo entre la “interpretación del espacio y la interpretación del tiempo” que se oponía a las consideraciones estéticas sobre el espacio que había desarrollado Zevi y difundido Tedeschi. En el intercambio de perspectivas, saltaba a la vista que los arquitectos mantenían una noción de espacio ligado a lo geográfico y lo físico, mientras que los sociólogos y los historiadores buscaban complejizarla a través de una “dialéctica del espacio y una dialéctica de la duración”. En esa línea, Foglia reconocía –refiriéndose al Suquía– que “lo que se considera un límite natural, muchas veces no lo es. No porque no exista el río sino porque ese río es un límite social […]. El río puede separar para que de un lado estén ciertos barrios con determinada extracción social”. En las conclusiones, se sostenía que “la relación sociedad-espacio debe ser encarada desde una perspectiva histórica”, en tanto “el espacio urbano mediatiza las relaciones del hombre con la naturaleza”.[42]

El segundo seminario, organizado por Ansaldi, Chanaguir, González y Mauro como continuación y profundización del primero, se refería a los “procesos de industrialización y urbanización”, temática que había sido desarrollada por la incipiente sociología cordobesa, principalmente con los trabajos de Juan Carlos Agulla y los de Delich. Allí se realizó un repaso sobre los principales conceptos involucrados, en el que se señaló que urbanización e industrialización no son siempre procesos coetáneos, aunque  en muchos casos se los ha confundido con el desarrollo económico. Si bien se llega a señalar la situación particular que presenta el contexto latinoamericano, que era motivo de debate en una extensa bibliografía de la época bajo la figura de la “ciudad latinoamericana”, no se lo desarrolla. La bibliografía utilizada incluía, entre otros, textos de Maurice Dobb, Charles Bettelheim y Hobsbawm. [43]

Estos seminarios ofrecen un panorama bastante completo de las principales discusiones que se dieron en el TT, así como de muchos de los autores que por allí circularon. En líneas generales, se puede sostener que el TT buscó ponerse al día con las temáticas que estaban teniendo una amplia circulación y recepción en la Argentina del momento, desde la antropología estructuralista de Lévi-Strauss a la sociología urbana y de la vida cotidiana de Lefebvre, pasando por la Escuela de los Annales.

IV. Radicalización disciplinar: arquitectura de sistemas

Si la problemática del hábitat suponía un desdibujamiento de las fronteras disciplinares, en el marco del TT podemos identificar aun otra cuestión que afectaba, esta vez, al centro mismo de la arquitectura. Nos referimos a ciertos planteos realizados dentro de la “arquitectura de sistemas” y a una de sus figuras más importantes, Mario Corea. La arquitectura de sistemas tuvo una amplia y extendida difusión en los setenta –impulsada incluso desde dependencias estatales, como la Secretaría de Estado de Salud Pública–, aunque sus fuentes remiten a otra de las respuestas elaboradas por la cultura arquitectónica internacional luego de la Segunda Guerra Mundial. Según Alan Colquhoun, dos cuestiones habrían convergido para producir un cambio en el diseño: la psicología de la percepción y la idea de “comunidad”, que colocaba al usuario en el centro de la escena, y la teoría de los sistemas, que partía de extrapolar el principio de la autorregulación de las máquinas a todo conjunto organizado.[44] Sobre esta base, Fernando Aliata señala que “la irrupción del industrial design bélico plantea cambios en las estrategias organizativas del proyecto de arquitectura que cuestionan severamente el tipo de certeza hasta allí desarrollado y que constituían la enciclopedia mental de los arquitectos. Y no solo de aquellos formados en la tradición Beaux Arts sino de aquellos integrados a la práctica moderna que continuaban pensando en la necesidad de control disciplinar sobre los objetos arquitectónicos organizados como productos acabados y únicos”.[45] De tal forma, al pasar del ámbito bélico al de la arquitectura, las ideas de indeterminación, repetición, regularidad y ausencia de centro –característico de la arquitectura de sistemas– tendieron a generar una nueva manera de encarar el proyecto arquitectónico. Así, en consonancia con la difusión de la problemática sobre el hábitat que, en conjunto con la Teoría General de Sistema, tendía a valorizar la riqueza de los sistemas urbanos autoconstruidos –como en el caso de la Casbah norafricana– y de la emergencia de la temática de la autoconstrucción, la arquitectura de sistemas, en sus versiones más extremas, llevaba a plantear la posibilidad de prescindir del arquitecto como dador de forma. Estas cuestiones posibilitaron que, en el contexto del TT, la arquitectura de sistemas sirviera como un discurso de radicalización disciplinar.

Mario Corea egresó en 1962 de la Facultad de Arquitectura de Rosario. Ese mismo año se ausentó para hacer un master de Urban Design en la Graduate School of Design de Harvard. Allí entró en contacto con Josep Lluis Sert, con el que trabajó durante un tiempo. Como ha señalado Graciela Silvestri, Corea llegó a Harvard en el preciso momento en que el “diseño urbano” se estaba consolidando como un área particular de la disciplina, bajo el presupuesto de articular el trabajo del arquitecto, el del planificador y el del paisajista.[46] Durante su estadía en Cambridge, trabajó en el equipo de Fumihiko Maki –representante del “metabolismo” japonés y de varios proyectos megaestructurales–, en cuyo marco participó en la redacción del artículo “Sistemas de movimiento en la ciudad” –una referencia central para entender la arquitectura de sistemas, según Silvestri–, reproducido en 1972 por el TT. En 1970 se desplazó a Londres donde obtuvo otro diploma en Urban Design de la Architectural Association. Al año siguiente fue becado por la asociación dependiente del Ministerio de Relaciones Públicas y Cooperación Técnica de Francia para realizar un seminario sobre proyectos urbanos y regionales. Allí entró en contacto con la extensa investigación sobre temas urbanos que se estaba teniendo lugar en Francia con Manuel Castells, Alain Touraine y Lefebvre. Pero fue en Londres donde Corea se aproximó a la política, según recuerda: “me hice de izquierda en Londres, en el AA: no por mis profesores, sino por mis compañeros, en especial por los italianos”.[47] A su regreso a la Argentina, Corea ingresó al Partido Comunista Revolucionario, creado en 1968. Para ese momento, el PCR, de tendencia maoísta, tenía una importante gravitación en los sectores más radicalizados de la izquierda intelectual de corte marxista, incluyendo a varios personajes ligados a Pasado y Presente.

El primer contacto de Corea con el TT se  produjo en diciembre de 1970, cuando fue invitado –a través de su amigo Víctor Soria, decano de la FAU entre 1972 y 1973– a participar del ciclo de conferencias “Arquitectura y urbanismo. Su contexto global, aspectos metodológicos del Diseño”. Luego siguió su designación como parte del jurado en los concursos que se realizaron en 1971. En 1972 fue contratado por un mes para dictar un curso sobre “metodología del diseño hospitalario”, ingresando como docente de la FAU en los concursos sustanciados a fines de ese año.[48] Como muestra de la repercusión que tuvo la actuación de Corea en el TT (o al menos para una parte de este), la FAU publicó Hacia una dimensión socio-política de la arquitectura y el urbanismo y El diseño transfuncional. La estructura posibilitante, que era su presentación al concurso de 1972.

En Hacia una dimensión socio-política, Corea explicitaba su posicionamiento político-arquitectónico, del cual habría que destacar dos cuestiones: la del urbanismo como praxis social y la del arquitecto como intelectual. Respecto de la primera, Corea sostenía que “si el urbanismo tiene que ver con el orden sin imposición, dando a la gente el derecho de participar en la formación de su propio medio ambiente, deberá ante todo, comprender la sociedad en la cual está trabajando”; así, “el Urbanismo debe introducir la dimensión socio-política en el marco teórico de la disciplina”.[49] Pero para Corea, el fenómeno urbano de crecimiento continuo que “debería” ser el lugar para la “realización social” se había convertido en el “centro de la dominación material”.[50] Siguiendo la lectura del Hombre unidimensional de Herbert Marcuse, señalaba que “los productos mismos tienen la capacidad de adoctrinamiento” en tanto generan formas de vida en la que se reproduce los modos de explotación imperialista, donde el desarrollo tecnológico es transferido ya obsoleto del centro a la periferia. Para revertir la situación, sostenía que “a menos que el control totalitario de la sociedad industrial sobre los países subdesarrollados sea eliminado no podemos romper el subdesarrollo”.[51]

En sintonía con las discusiones sobre el hábitat en el TT a las que nos hemos referido –que tenían un origen común en los planteos de Lefebvre–, Corea indicaba que “la falla de los arquitectos y planificadores en comprender este carácter dialéctico de la ciudad, está expresado en el hecho de que ellos miraron la ciudad como un objeto, como una máquina que trabaja”.[52] Pero si la ciudad estaba en crisis, había algunas señales alentadoras –como las rebeliones de París, Córdoba, Rosario, Washington– de que “la ciudad está recuperando parte de su valor-uso”.[53] Ante esta situación, Corea se preguntaba: “¿Puede la ciudad sobrevivir a esta crisis? No. Pero al mismo tiempo la ciudad no puede desaparecer. Ello significaría la dominación final de la sociedad por las fuerzas totalitarias. La ciudad tiene que sobrevivir y por su supervivencia, la ciudad tiene que ser redefinida”.[54] En tal sentido, rescataba la experiencia llevada adelante por John Turner en Perú en el marco del Plan PREVI: “Es paradójico que si nosotros buscamos un ejemplo de lo más cercano a un urbanismo tal como una praxis social, lo encontremos en la comunidad más pobre de un país subdesarrollado de Latinoamérica”.[55] Más aun, su insistencia en redefinir el urbanismo como una praxis social dejaba abierta la puerta para que la figura del arquitecto fuera superada por la sociedad. En tal sentido, Corea sostenía que los enfoques tradicionales “parten de la creencia de que el especialista, el arquitecto o el planificador” tienen el derecho a la síntesis entre forma práctica y su concreción material. En contrapartida, decía, “deberíamos afirmar como un concepto básico para el nuevo enfoque, que en términos del medio ambiente urbano, de la ciudad, nadie excepto la sociedad misma es capaz y tiene el derecho de hacer esa síntesis”. Más aun, “es la transformación del urbanismo en una práctica social a nivel global. Este urbanismo rebasa las técnicas parciales, los conceptos especialistas y se transforma él mismo en una praxis social, en el interés de la sociedad ejerciendo su derecho a la autodefinición”. [56]

Si Silvestri acierta al señalar que Corea rechazaba las posiciones de autoconstrucción del hábitat,[57] ese rechazo en pos de un rol específico para el especialista se da a nivel proyectual –por ejemplo, en su propuesta para el concurso de remodelación del centro de Santiago de Chile de 1972– pero entraba en conflicto con el nivel discursivo. Y como la propia Silvestri señala, la práctica discursiva era central tanto para Corea cuanto para el TT. Así, en el contexto de su enunciación, la definición del urbanismo proponía abría un marco de indecibilidad –en el paso del discurso a la forma– que, en parte, intentaba ser subsanado incluyendo una consideración del arquitecto en cuanto intelectual. Al respecto, decía que “este urbanismo mirará a la ciudad y a la urbanidad no como un producto directo del arquitecto o equipo de especialistas (equipo de planificación) sino como el producto de un proceso dialéctico entre la sociedad, la realidad material y el arquitecto. No solamente como un proceso intelectual, sino también y más importante, como un proceso de práctica social y práctica política”.[58] Ahora bien, la cuestión del arquitecto qua intelectual debe inscribirse en una perspectiva más amplia, en la que un grupo de marxistas heterodoxos, que se encontraban en la estela de la experiencia de Pasado y Presente –en donde podemos situar a Los Libros, del que participó Corea en el número 36–, siguiendo las ideas de Antonio Gramsci pensaron la cultura como el espacio específico de intervención política de los intelectuales.

La referencia a la noción gramsciana de “intelectual orgánico” es explícita en El diseño transfuncional[59] para dar cuenta de la nueva figura del arquitecto-intelectual que proponía. Esta se insertaba en una relectura del modernismo arquitectónico que buscaba superar, en sentido dialéctico, las limitaciones a las que este había llegado. Así, sostenía que la noción de “transfuncionalidad” estaba dirigida a la “superación del pensamiento analítico y a la incorporación del pensamiento dialéctico, concebido dentro del proceso histórico y ubicando a la práctica social como su protagonista más definitorio”. Esto implicaba “superar la idea de objeto producido para su uso posterior y proponer la idea de proceso de producción de hábitat por la práctica social en el tiempo Histórico”.[60] En esa misma línea, argumentaba que, si a nivel teórico se buscaba romper las relaciones entre función-forma, el nuevo concepto de diseño pretendía “romper la concepción del arquitecto de síntesis, la concepción del arquitecto que tomando la programación que le viene determinada, fundamentalmente por las clases dominantes se convierte en el ejecutor de esa programación”. Por el contrario, concebía “al arquitecto como agente posibilitante (técnico + político) entre la práctica social previa y la política de masas, que son quienes determinan sus necesidades, al servicio de su clase y la práctica social posterior a la concreción material […]. El arquitecto, en ese contexto actúa como posibilitante y no como determinante o como intérprete de las necesidades”.[61] De tal forma, los planteos de Corea parecían sostener una de las versiones más radicalizadas de la arquitectura de sistemas, en la que la propia figura y función del arquitecto eran puestas en tensión al punto de posibilitar su disolución como creador de forma.

V. El problema de la vanguardia

A modo de cierre, quisiéramos retomar la pregunta por el carácter vanguardista del TT. La misma no tiene una respuesta evidente, en tanto depende de cómo conceptualicemos a las vanguardias artísticas, a lo que deberíamos sumar las especificidades sobre la condición “artística” de la arquitectura. La propuesta de Peter Bürger fue la que estableció el marco conceptual a partir del cual se han leído las rupturas vanguardistas de principios del siglo XX.[62] Dicho de manera esquemática, la teoría de Bürger se apoya sobre tres cuestiones: la crítica de las vanguardias estaban dirigidas al “arte como institución” en un intento de reconciliar arte y vida por medio de la sustitución de la idea de “obra orgánica” por la de “obra inorgánica”.

Para la misma época, Tafuri procedía a una lectura de las vanguardias arquitectónicas que ponía el acento en su deriva posterior en el marco de la reconfiguración del sistema capitalista. Si para Bürger destrucción y reconciliación definían a las vanguardias, Tafuri señalaba que las vanguardias arquitectónicas implicaban un presupuesto “constructivo”, en el que la arquitectura estaba llamada a contribuir a la construcción de un “mundo nuevo”. Por tanto, en su necesaria relación con la ciudad, con el Estado y con las fuerzas productivas, las vanguardias arquitectónicas se enfrentaron más clara y directamente con la serie de dilemas y contradicciones que anidaban en las experiencias vanguardistas. Incluso el derrotero de la “arquitectura moderna” muestra con mayor crudeza el papel jugado en el proceso de reorganización del sistema de producción capitalista, en el que se pasó del “momento heroico” de las vanguardias arquitectónicas a la formulación del plan, del momento experimental de los primeros CIAMs a su institucionalización como expertos mundiales en la segunda posguerra. Más aun, en el contexto norteamericano de los setenta, las diferentes reformulaciones y experimentaciones llevaron a una nueva propuesta “vanguardista” que, bajo el rótulo difuso de “posmodernismo”, supuso el abandono de los principios de la arquitectura moderna.[63]

El tema excede en extensión y complejidad lo que aquí hemos reseñado, pero es útil para subrayar el doble destiempo –noción que tomamos de Hall Foster–[64] en que se produjo la experiencia del TT. Destiempo respecto tanto a esas nuevas propuestas vanguardista cuanto a su retorno a un tipo de principio vanguardista de reconciliación entre arte y vida pero que, consciente de las limitaciones que imponía una “sociedad capitalista dependiente”, no albergaba esperanzas en la creación de una nueva forma arquitectónica –el propio Corea lo señalaba citando a Lefebvre–,[65] sino postulando una nueva “mentalidad” del futuro profesional en su aproximación a las necesidades sociales que debían constituirse en centrales para su desarrollo profesional. Así, no se trataba de crear una nueva “arquitectura” sino de dar sentido a un nuevo “arquitecto”. De tal forma, el “compromiso” no podía ser con una forma arquitectónica o política determinada, sino con una pedagogía específica. De ahí la imposibilidad de su arquitectura. Si esto era una paradoja que no tenía salida, no podremos saberlo por lo abrupto de su interrupción en pleno proceso de desarrollo. ?

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Resumen / Abstract

¿Una arquitectura imposible? Arquitectura y política en el Taller Total de Córdoba, 1970-1975

 

El Taller Total –nombre con el que se conoció la experiencia política pedagógica que se dio en la Facultad de Arquitectura de Córdoba entre 1970 y 1975– fue, probablemente, una de los episodios más ricos y complejos en la historia de las universidades nacionales de la Argentina, donde se superpusieron radicalización política, discusiones disciplinares y debates pedagógicos. Producto de una serie de crisis –universitaria, institucional, social, disciplinar– que se venían gestando desde tiempo atrás, el Taller Total de Córdoba (TT) se presenta como un excelente caso para indagar en las relaciones que se dieron entre arquitectura y política en un momento muy particular de la cultura arquitectónica argentina e internacional. En el presente trabajo, nos proponemos indagar en los contornos intelectuales del Taller Total, prestando particular atención a sus debates arquitectónicos y a sus referencias internacionales. En estos, la problemática del “hábitat” implicó no solo una redefinición de los límites disciplinares sino que también se pensó como el aporte específico de la arquitectura a los procesos de transformación social, cuestión que nos lleva a considerar esta experiencia desde la problemática del “destiempo” de las neovanguardias.

 

Palabras Clave: Radicalización - Arquitectura - Habitat - Vanguardias

 

 

An Impossible Architecture? Politics and Architecture in Cordoba’s Taller Total, 1970-1975

 

The Taller Total –the given name to the political and pedagogical experience held at Cordoba’s Faculty of Architecture between 1970 and 1975– was, perhaps, one of the most riches and complexes episodes in the history of Argentinean universities, where it can be fund a overlapping of political radicalization, architectural discussions and pedagogical debates. As a product of a series of long brewing crises involving institutions, politics, society, the university, and the discipline of Architecture itself, the Taller Total is a good case study to enquire the relationships between architecture and politics in a particular moment of the Argentinean and international architectural culture. The aim of the present paper is to query the intellectual outlines of the Taller Total, focusing on its architectural debates and their international references. In those debates, the problematic of “habitat” was thought not only as a redefinition of the disciplinary boundaries but also as a consideration of Architecture’s specific contribution to social transformation processes. This brings the necessity to reconsider this experience under the problematic posses by the “untimeliness” of the neo-avant-gards

 

Keywords: Radicalization - Architecture - Habitat - Avant-gardes

 

 

Fecha de recepción del original: 6/2/2015

Fecha de aceptación del original: 16/2/2016



[1] Enrico Tedeschi cobró notoriedad con la publicación de Una introducción a la historia de la arquitectura, de 1951, Teoría de la arquitectura, en 1962, y a los seminarios internacionales que organizó desde el Instituto Interuniversitario de Historia de la Arquitectura (IIDEHA) –del que fue su primer presidente–, y en el que llevó a cabo una renovación en los campos de la teoría y de la historia de la arquitectura en la que, en una genealogía que conectaba los planteos historicistas de Benedetto Croce, la perspectiva en la historia del arte de Lionello Venturi y el espacialismo de Bruno Zevi, proponía una identificación de la arquitectura con el arte. Asimismo, fue docente en Tucumán, Mendoza y Córdoba. Waisman, por su parte, además de ser docente de Historia de la arquitectura y secretaria y luego presidenta de aquel Instituto, se convirtió en una figura relevante a nivel nacional con la publicación de  Estructura histórica del entorno, en 1972, en que tomaba posición respecto de la crisis que ella entendía atravesaba la arquitectura, aunque también puede leerse como un quiebre respecto a los planteos de Tedeschi –al pasar el campo de referencias desde la estética a las ciencias sociales–, así como una respuesta a algunos debates que se daban en el TT.

 

[2] Silvia Sigal, Intelectuales y poder en Argentina. La década del sesenta, Buenos Aires, Siglo XXI, 2002.

 

[3] Diego García, “Signos. Notas sobre un momento editorial”, en Políticas de la memoria, Nº 1, 10/11/12, Buenos Aires, CeDinCi, 2011/2012; Fernanda Beigel (ed.), Autonomía y dependencia académica. Universidad e investigación científica en un circuito periférico: Chile y Argentina (1950-1980), Buenos Aires, Biblos, 2010.

 

[4] Lucas Rubinich, “La modernización cultural y la irrupción de la sociología”, en Daniel James (dir.), Violencia, proscripción y autoritarismo, vol. IX de Nueva Historia Argentina, Buenos Aires, Sudamericana, 2003.

 

[5] Graciela Silvestri, “Alma de arquitecto. Conformación histórica del ‘habitus’ de los proyectistas del hábitat”, en Registros, año 10, Nº 11, 2014, p. 82.

 

[6] Libro Mostaza, Facultad de Arquitectura y Urbanismo, Córdoba, UNC, 1971, pp. 7-8.

 

[7] Francesco dal Co, “Introducción”, en Hannes Meyer, El arquitecto en la lucha de clases, Barcelona, Gustavo Gili, 1972.

 

[8] De manera explícita en la experiencia de la Escuela de Arquitectura de Tucumán a fines de los cuarenta.

 

[9] Manfredo Tafuri, Architecture and Utopia. Design and Capitalism Development, Cambridge, The MIT Press, 1976.

 

[10] Sarah Williams Goldhagen y Rejean Legault (eds.), Anxious modernism. Experimentation in postwar architectural culture, Cambridge, The MIT Press, 2000.

 

[11] Felicity Scott, Architecture or Techno-utopia. Politics after Modernism, Cambridge, MIT Press, 2010, p. 3 [hay traducción en castellano: Arquitectura o tecnoutopía. Política después del modernismo, Bernal, Editorial de la Universidad Nacional de Quilmes, 2017].

 

[12] Reyner Banham, Megaestructuras. Futuro urbano del pasado reciente, Barcelona, Gustavo Gili, 1991.

 

[13] Mary Louise Lobsinger, “Cibernetic Theory and the Architecture of Performance: Cedic Price’s Fun Palace”, en Goldhagen y Legault (eds.), Anxious modernism.

 

[14] Timothy Hyde, “Architecture in the Sixties and the Sixties in Architecture”, en The Sixties: A Journal of History, Politics and Culture, vol, 2, Nº 1, junio de 2009, p. 100.

 

[15] Manfredo Tafuri, History of Italian Architecture, 1944-1985, Cambridge, MIT Press, 1989, p. 99.

 

[16] Felicity Scott, “Bernard Rudofsky: Allegories of Nomadism and Dwelling”, en Goldhagen y Legault (eds.), Anxious Modernism.

 

[17] Scott, Architecture or Techno-utopia, p. 155.

 

[18] Ibid., p. 215.

 

[19] Jean Louis Violeau, “The Bitter Victory of the Situationist International”, en Goldhagen y Legault (eds.), Anxious modernism.

 

[20] Véronique Patteeuw, “Architecture, Writing and Criticism in the 1960s and 1970s”, en Architectural Theory Review, vol. 3, Nº 15, 2010, p. 287.

 

[21] Véase el extenso listado de casos recopilados por el proyecto Radical Pedagogies, en <http://radical-pedagogies.com> (27/5/15).

 

[22] Hasta el momento no contamos con trabajos que den cuenta de las agrupaciones políticas que actuaron en el marco de la Facultad, ni mucho menos de las tensiones y los problemas que se puedan haber planteado entre aquellas y la experiencia del TT. Por ejemplo, hasta donde hemos podido indagar, de los principales referentes del TT solo Osvaldo Bidinost y Carlos Gómez tenían una militancia en organizaciones radicalizadas como PRT o PCR (respectivamente). Por contraste, Juan Carlos Fontán, decano interventor que puso en funcionamiento al TT en 1970, no tenía militancia política más allá de una identificación con el peronismo.

 

[23] Analizo en detalle los procesos que llevaron a la puesta en marcha del TT, así como su dinámica de funcionamiento, en Juan Sebastián Malecki, “Crisis, radicalización y política en el Taller Total de Córdoba, 1970-1975”, en Prohistoria, Nº 25, 2016.

 

[24] Como en el “Taller once” de Bidinost. Esto no impidió que realizaran algunos trabajos urbano-arquitectónicos, como los llevados a cabo en “Colonia Lola”.

 

[25] Boletín informativo del Taller Total, año 1, Nº 3, 21/10/70, pp. 2-5.

 

[26] Oscar Moraña, “Arquitectura e ideología”, en Seminario de instrumentación docente 1972. Ideología y arquitectura, Córdoba, FAU, 1972. Agradezco a Víctor Soria el haberme facilitado mucho del material acá señalado.

 

[27] Umberto Eco, “El antidiseño”, en Summa, Nº 54, octubre de 1972, p. 58.

 

[28] Manfredo Tafuri, “Design and Technological Utopia”, citado en Scott, Technoutopias, p. 136.

 

[29] Marina Waisman, “Umberto Eco en IIDEHA”, en Summa, Nº 29, 1970, p. 77.

 

[30] Oscar Moraña, “Arquitectura e ideología”, pp. 14-15.

 

[31] Sobre Tedeschi, véase Juan Sebastián Malecki, “Historia y crítica. Enrico Tedeschi en el proceso de renovación de la cultura arquitectónica argentina, 1950-1970”, en Eadem Utraque Europa, Nº 14, 2013.

 

[32] Jean-Louis Cohen, “The Moroccan Group and the Theme of Habitat”, en Rassegna, Nº 52, 1992.

 

[33] Eric Mumford, The CIAM Discourse on Urbanism, 1928-1960, Cambridge, The MIT Press, 2000, pp. 192 y 225.

 

[34] Viviana D’Auria, Bertrand de Meulder y Kenny Shannon, “The Nebulous Notion of Human Settlements”, en D’Auria, et al., Human Settlements. Formulations and (re)Calibrations, Amsterdam, Sun Academia, 2010, p. 10.

 

[35] Egresado de la Escuela de Historia en 1968, hacia principio de los setenta se desempeñaba como docente de Antropología Cultural en la Facultad de Filosofía.

 

[36] Iván Baigorria, Cultura y hábitat, Córdoba, FAU, octubre de 1970.

 

[37] “El tema del hábitat” (sin autor), Córdoba, FAU, octubre de 1972.

 

[38] Edith Peralta, “Uso del suelo”, en Seminario de instrumentación docente: Papel ideológico de la arquitectura en la estructura espacio temporal del hábitat, Córdoba, FAU, 1972, pp. 67 y 73.

 

[39] Liliania Rainis, “Papel ideológico de la arquitectura en la estructura espacio temporal del hábitat”, en Seminario de instrumentación docente: Papel ideológico de la arquitectura en la estructura espacio temporal del hábitat, Córdoba, FAU, septiembre de 1972.

 

[40] La interacción del grupo de la AES fue con los docentes por medio de los seminarios de actualización y no con los estudiantes en el taller, lo cual también marcaba un límite a esa integración.

 

[41] RD 3/73 y 4/73. No hemos podido encontrar las resoluciones en las que se incorporaban Elsa Chanaguir y Amalia Mauro.

 

[42] “Seminario docente N 1: Espacio y sociedad”, FAU, 1975, mimeografiado. Agradezco a Elsa Chanaguir el haberme facilitado el material dactilografiado de los dos seminarios organizados por el área de ciencias sociales.

 

[43] “Segundo seminario: Los procesos de industrialización y urbanización”, FAU, 1975.

 

[44] Alan Colquhoun, La arquitectura moderna. Una historia desapasionada, Barcelona, Gustavo Gili, 2005, p. 220.

 

[45] Fernando Aliata, “Arqueología de la arquitectura de sistemas”, en Registros, año 10, Nº 11, 2014, p. 8. Sobre la arquitectura de sistemas sigo el planteo de Aliata.

 

[46] Sobre Corea sigo lo planteado por Graciela Silvestri, “Alma de arquitecto”.

 

[47] Citado en Silvestri, “Alma de arquitecto”, p. 78.

 

[48] RD  4/73. Pese a haber sido una de las figuras de mayor prestigio que participaron en el TT, habría que relativizar su impacto en el mismo ya que, aun cuando ganó el concurso docente, no llegó a dar clases.

 

[49] Mario Corea, Hacia una dimensión socio-política de la arquitectura y el urbanismo, Córdoba, FAU, 1972, p. 5.

 

[50] Ibid., p. 19.

 

[51] Ibid., pp. 20-21.

 

[52] Ibid., p. 27.

 

[53] Ibid., pp. 29 y 31.

 

[54] Ibid., p. 34.

 

[55] Ibid., p 37.

 

[56] Ibid., p. 58.

 

[57] Silvestri, “Alma de arquitecto”, p. 86.

 

[58] Mario Corea, Hacia una dimensión, p. 60.

 

[59] Mario Corea, El diseño transfuncional. La estructura posibilitante (notas para la discusión), Córdoba, FAU, 1973, p. 22.

 

[60] Corea, El diseño transfuncional, p. 16.

 

[61] Ibid., p. 19.

 

[62] Peter Bürger, Teoría de la vanguardia, Buenos Aires, Las cuarenta, 2010.

 

[63] Véase Reinhold Martin, Utopia Ghost: Architecture and Posmodernism, Again, Minnesota, University of Minnesota Press, 2010.

 

[64] Hal Foster, El retorno de lo real. La vanguardia a finales de siglo, Madrid, Akal, 2001.

 

[65] Corea terminó su presentación al concurso docente con esta cita de Lefebvre: “no es función del arquitecto definir una nueva concepción de la vida, sino una nueva concepción de la vida la que debe permitir al arquitecto realizar su labor”. En una línea similar se expresaba Tafuri a principios de 1970, cuando señalaba, parafraseando a Marx, que no puede haber una arquitectura revolucionaria, sino una crítica revolucionaria de la arquitectura, en Tafuri, Architecture and Utopia.