Centro de Historia Intelectual, Departamento de Ciencias Sociales, Universidad Nacional de Quilmes
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“Pero no podemos definir nuestras tareas por nuestras capacidades, porque llegamos a conocer éstas al desempeñar aquellas.”
Leo Strauss
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En abril de 1978, José Sazbón retomaba el contacto con José Aricó luego de dos años sin noticias debido al golpe de Estado que los había obligado a dejar la Argentina. En la carta –que lleva el membrete de la Universidad de Zulia de la ciudad de Maracaibo, Venezuela, destino de su exilio– se apresura a ponerlo al tanto de sus tareas (“estoy dando cursos de Metodología de las Ciencias Sociales y de Teoría Política”) y de los proyectos que lo mantienen ocupado para de inmediato preguntarle por su situación: “quisiera saber en general cómo están las cosas allá, y en particular cómo funciona la Siglo XXI fusionada (o como se llame) después del Gran Traslado”.
En realidad, el interés particular domina la única carilla de la carta: consultas sobre títulos, traducciones y libros en proceso, pedido de catálogos y novedades: “Una consulta: el P.yP.[1] sobre Mariátegui que hace tiempo tienen en preparación, ¿en qué estado está? ¿Es posible mandar algo para su inclusión en el volumen?”. Y de inmediato: “Otra consulta: ¿Ya salió Vercelli? ¿Y Buci-Glucksmann? En caso afirmativo, hazme el favor de enviarme ejemplares”. Dos líneas después: “Mandame catálogos actualizados, tanto sobre la colección como de la editorial. Cuéntame de los proyectos editoriales de mediano y largo plazo” –y, desplazando imperceptiblemente el foco– “¿Cuál es tu actividad editorial y extraeditorial? ¿Seguís trabajando en el PyP ilimitadamente postergado?”.
Consciente de sus palabras –especialmente considerando el largo desencuentro provocado por la crisis argentina– Sazbón escribe en el último párrafo: “En fin, una vez más esta comunicación resulta deformada por tendencias librescas. Pero eso es sólo la apariencia. Espero que sepas atravesar la corteza para llegar al nocciolo afectivo, después de tanta separación y resignación”.[2]
Ya recuperada la comunicación y tras la respuesta de Aricó, dominada también por “las tendencias librescas”, un poco en broma y un poco en serio Sazbón le escribe: “Veo que para la historia tu figura será indiscernible de la de Siglo XXI”.
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¿Qué motivaba el pronóstico de Sazbón, que unía el nombre de Aricó al de la editorial fundada hacía poco más de una década por Arnaldo Orfila Reynal?[3]
La respuesta de Aricó, fechada un par de meses después de recibida la carta de Sazbón (junio de 1978), había estado, como señalamos, también dominada por las “tendencias librescas”. Veamos de qué modo. Mecanografiada en una hoja de Siglo XXI Editores, la única carilla está ocupada por noticias e información editorial: las colecciones en las que está trabajando, sus tareas en la empresa, los títulos ya publicados y en preparación, proyectos, etc. Ni siquiera dedica el último párrafo a saludos personales, y por eso agrega a mano sobre el margen izquierdo de la carta y en dirección vertical: “Saludos a todos los amigos y a tu familia. Todos por aquí bien (incluso mi gente que está muy bien). Abrazos y saludos. P. [Pancho]”.
¿Qué tareas cumple en la empresa?: “Personalmente –dice Aricó– además de meter la cuchara en todos los problemas de Siglo XXI: desde la edición de los libros a la forma en la que se los acomoda en los depósitos, trabajo más en las series ‘Biblioteca del Pensamiento Socialista’, ‘América Nuestra’ y los Cuadernos”; y luego de describir pormenorizadamente los títulos en preparación para cada una de las series escribe, como al pasar (del mismo modo en el que le había preguntado Sazbón), desplazando el tema de conversación a lo extraeditorial: “[…] trataré de terminar la primera parte de mi mamotreto (formación del socialismo latinoamericano) este año”.[4]
Estas palabras son las que generan la reacción de Sazbón a la vuelta de la carta, de tono hiperbólico aunque de precisa información:
Veo que tu figura será indiscernible de la de Siglo XXI: “Pancho Aricó quien en esa época estaba literalmente tras cada una de las fases de la existencia del libro: lo imaginaba, lo producía inicialmente como ‘concreto mental’, lo escribía o reescribía, lo prologaba, lo imprimía, lo corregía, lo editaba, lo empaquetaba, lo acomodaba en el depósito [dato de tu carta], lo distribuía y a veces acompañaba al lector hasta la casa para indicarle por sobre el hombro las erratas supervivientes o una ardua cuestión de interpretación filológica o política.”
Para acto seguido agregar, “Bien, muy bien. Pero ojo con la postergación de tu rumiado trabajo arqueológico del socialismo en Latinoamérica. Me resultó inquietante la sustitución del n° 50 de los PyP. Confío en que, una que otra vez, el escritor se sobreponga al editor”.[5]
Lo que a lo largo del intercambio se presentaba como un deslizamiento natural, un pasaje suave y sin obstáculos de una actividad (la editorial) a otra (la intelectual), acaba por revelarse como una oposición hecha de dos alternativas en tensión.
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Aricó no acompañaba al lector hasta la casa para indicarle las erratas o asistirlo en la lectura de un pasaje difícil, pero cumplía más o menos con las demás tareas antes descriptas y también con otras, como traducir o escribir solapas y contratapas (que, en definitiva, son un modo de guiar al lector). “Estaba tras cada una de las fases de la existencia del libro”, como señala Sazbón.
Pero ese tipo de ocupaciones no era excepcional entre los que se habían iniciado en el trabajo editorial a lo largo de los ’60: en general jóvenes (y no tan jóvenes) marcados por la militancia en el heterogéneo espacio de la nueva izquierda y la experiencia de la universidad posperonista, entre ellos el interlocutor de Aricó. ¿Es posible –siguiendo el rastro de estas figuras y otras cercanas– señalar la emergencia de un tipo de editor: el “editor-intelectual”?[6] ¿Un tipo de editor que intenta –en ocasiones con éxito y en otras no tanto– armonizar de manera virtuosa al “escritor” y al hacedor de libros? ¿O vincular un proyecto intelectual más o menos definido y la producción impresa? Este perfil de editor privilegia en general el polo “cultural” de la práctica editorial: desde la selección de títulos a la composición de libros a partir de textos dispersos, la traducción informada e interesada (más que profesional), la escritura de paratextos (introducciones, presentaciones, prólogos, notas de editor, solapas, contratapas… e incluso la reseña del libro preparado) y carece de medios o de interés para afrontar satisfactoriamente el polo “económico”. Por ese motivo, probablemente, destacan como directores activos de colecciones que terminan muchas veces por identificarse con su nombre, en el marco de un sello editorial que asume las tareas administrativas y económicas.[7] El desarrollo de esta tipología –para sopesar sus posibles ganancias y límites analíticos– supone avanzar sobre un trabajo de distinción doble: por un lado frente a los editores tout court (Orfila Reynal, B. Spivacow, etc.) y por otro con intelectuales cuya trayectoria está surcada, aunque sea por un momento, por la práctica editorial (y no como asesores o miembros de un consejo editorial sino involucrados en las tareas propiamente editoriales, como el caso de aquellos que son expulsados por motivos políticos de su “ámbito natural”: la cátedra).
El reclutamiento de este sector depende de una serie de condiciones que aquí solo podemos mencionar: la diversificación del espacio editorial promovida por su orientación creciente hacia el mercado interno desde los ’50, consolidada a su vez por la paulatina preferencia por autores nacionales,[8] la ampliación del público lector y de los sectores más dinámicos de la modernización cultural hacen posibles múltiples apuestas editoriales de dimensiones pequeñas o medianas, que intentan aprovechar los nichos que los sellos establecidos no cubren aunque en ocasiones promuevan.[9] Con todo, el panorama es incomprensible sin la centralidad que la política gana en esos años.
Por último, hay que destacar entre estas figuras un marcado perfil autodidacta, derivado, muy probablemente, de su compartida participación en la cultura comunista desde su temprana juventud. Una cultura hecha de la confianza en la palabra impresa, de libros y lecturas muy amplias.[10]
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Si bien Aricó participó en variados emprendimientos editoriales, su nombre quedó pegado a la colección de los Cuadernos de Pasado y Presente, que comenzó a publicar en Córdoba en 1968 y, tras casi 100 libros bajo diferentes editoriales, abandonó en México en 1983.[11] Los CPyP remitían al proyecto de renovación del marxismo que Aricó había formulado a principios de los ’60, antes de ser expulsado del Partido Comunista Argentino. Dos eran las estrategias privilegiadas para ese programa (que, en un principio, era simultáneamente un intento de revitalización política del PCA): la puesta en diálogo y discusión del marxismo con lo “más adelantado de la ciencia burguesa” (en especial las ciencias sociales contemporáneas) y la difusión de escritos vinculados a la tradición marxista, inaccesibles hasta ese momento. Los CPyP se identificaron especialmente con esta segunda operación, lo que no significa que la primera estuviese ausente. Si la edición y la promoción de las ciencias sociales tienen más nitidez en los emprendimientos editoriales paralelos, que pueden identificarse con el perfil “más profesional” de Aricó como editor (sea en Eudecor, Signos o Siglo XXI), esa dimensión es también perceptible en los CPyP, entre otras cosas, porque el marxismo se ha convertido en esos años también en un discurso con sede académica; sea por la presencia de marxistas en la universidad, sea por el reconocimiento del marxismo por cientistas sociales no marxistas. Los CPyP, así, promovieron ese proceso a la vez que encontraron en ese marco una posibilidad de concreción. Considerado todo desde las ciencias sociales, es posible afirmar que el impacto del marxismo no está notado disciplinarmente, pero tampoco es homogéneo.[12]
Luego de la expulsión del PCA, el programa renovador del marxismo que anima la colección aparece como un retorno a las fuentes que implicaba –no siempre de manera abierta– un llamado al orden y una denuncia del escolasticismo del marxismo oficial. Si la motivación política general se presenta con claridad, a la vez –como intenta mostrar H. Crespo– también es posible encontrar marcas de la política más coyuntural. ¿Agota, sin embargo, la ideología y la política –sea en términos amplios o coyunturales– la práctica editorial?
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En la advertencia introductoria a un volumen de principios de los ’70, que compilaba variados ensayos y escritos que ofrecían claves de interpretación y lectura de El capital de Marx, Aricó glosaba a Rosa Luxemburgo: “la obra de Marx sobrepasa las exigencias directas de la lucha de las clases proletarias”. Y continuaba: “tanto en el análisis de la sociedad capitalista como en sus métodos de investigación histórica nos legó un arsenal teórico que no puede ser absorbido sino parcialmente por el movimiento revolu-cionario”.[13] ¿Es posible identificar en esas palabras también el modo en el que la producción y la “obra” editorial de Aricó se articulaba –o buscaba articularse– con las exigencias de la política?
La colección de los CPyP, como señalamos, implicaba un retorno a las fuentes. Animaba ese retorno (como otros previos) la convicción de que, al entablar un vínculo directo con la autoridad de los textos marginados, menores o no corrompidos por la manipulación del marxismo oficial, era posible rechazar ese discurso vacío y restablecer la relación con la realidad.[14] Se anuda así no solo la motivación política con la práctica editorial, sino también un acercamiento “arqueológico” al pasado, como dice Sazbón. Aricó siempre se disculpaba por lo que llamaba “aproximación filológica”.[15] La tensión entre el “escritor” y el “editor” arriba indicada se ve desplazada aquí por la incomodidad entre la perspectiva “filológica” y las motivaciones políticas.
Desde la perspectiva de la historiografía, sin embargo, podemos observar otras cosas. ¿No era esa vinculación política pero no instrumental entre pasado y presente lo que hacía posible la empresa historiográfica? Por otro lado, la prolongada práctica editorial había entrenado la mirada analítica de Aricó, abriendo la posibilidad de identificar las condiciones sociales y materiales de circulación de las ideas –para decirlo con nuestras palabras más que con las suyas–, considerar a los intermediarios y los agentes involucrados en ese proceso y, en definitiva, percibir las marcas del roce con la vida política y social que portan las ideas. Esos insumos y herramientas hicieron posible una historiografía atenta a la diversidad de contextos de la dinámica intelectual; enfatizando entre ellos los espacios de recepción. La historiografía de Aricó, desplegada en los ’80 y verosímil desarrollo de aquel “mamotreto” (difusión del marxismo en América Latina), se reconoce en la historia de las ideas –una tendencia muy transitada en las aproximaciones al pasado de la izquierda argentina–.[16] Su nocciolo, sin embargo, reside en los “usos” y en la recepción de las ideas socialistas. Un módulo historiográfico que combina aspectos de la práctica editorial y de la política, y que ubica progresivamente al marxismo en otro lugar (es decir, lo convierte en otra cosa): el de objeto de rememoración y de investigación historiográfica. ?
Bibliografía
Aricó, José, “Advertencia”, en Dobb, Pietranera, Poulantzas, et al., Estudios sobre El capital, vol. I, Buenos Aires, Signos, 1970.
——, “Advertencia”, en VVAA, Consejos obreros y democracia socialista, Buenos Aires, Cuadernos de Pasado y Presente, N° 33, 1972.
Crespo, Horacio, “En torno a los Cuadernos de Pasado y Presente, 1968-1983”, en C. Hilb (comp.), El político y el científico. Ensayos en homenaje a J. C. Portantiero, Buenos Aires, Siglo XXI, 2009.
——, “El marxismo latinoamericano de Aricó. La búsqueda de la autonomía de lo político en la falla de Marx”, en J. Aricó, Marx y América Latina, Buenos Aires, FCE, 2010.
Devoto, Fernando, “Unas palabras sobre J. C. Chiaramonte”, en Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”, N° 45, 2016.
Espeche, Ximena, “Los límites de la ausencia. Un ensayo sobre historia de las ideas: José Aricó, Leopoldo Zea y Carlos Real de Azúa”, en Orbis Tertuis, vol. XXII, N° 25, 2017.
García, Diego, “Signos. Notas sobre un momento editorial”, en Políticas de la Memoria, N° 10-11-12, 2011.
De Diego, José Luis (dir.), Editores y políticas editoriales en Argentina. 1880-2010, Buenos Aires, FCE, 2014.
Novello, Andrea, “Lévi-Strauss en Argentina: un estudio sobre sus primeros itinerarios de recepción”, tesis de Licenciatura en Antropología, FFyH, UNC, 2017.
Prieto, Adolfo, Sociología del público argentino, Buenos Aires, Leviatán, 1956.
Rodrigues Soares, Lidiane, “Leitores e leituras acadêmicas de Karl Marx (São Paulo, 1958-1964)”, en Intelligere: Revista de História Intelectual, vol. 2, Nº 1 (2), 2016.
Sorá, Gustavo, Editar desde la izquierda en América Latina, Buenos Aires, Siglo XXI, 2017.
Tarcus, Horacio, Marx en la Argentina, Buenos Aires, Siglo XXI, 2007.
[1] Referencia a los Cuadernos de Pasado y Presente (en adelanta CPyP), colección de literatura marxista que José Aricó dirigió entre 1968 y 1984, tras publicar 98 títulos bajo diversos sellos editoriales (Ediciones Pasado y Presente, Signos, Siglo XXI-Argentina, Siglo XXI-México) en diferentes ciudades (Córdoba, Buenos Aires, México DF).
[2] Carta de J. Sazbón a J. Aricó, Venezuela, 20/4/1978, Fondo José Sazbón, CeDInCI. El destacado me pertenece.
[3] Aricó había formado parte del núcleo que participó en la apertura de Siglo xxi-Argentina a principios de los ’70 proveniente de la experiencia de Signos: una pequeña editorial de vida breve que unió a conocidos de la etapa de la publicación de la revista cordobesa Pasado y presente (Héctor Schmucler, Santiago Funes, J. Aricó, J. Tula) con jóvenes historiadores porteños (J. C. Garavaglia, Enrique Tándeter, Alberto Díaz). Orfila Reynal, interesado en la expansión de la cobertura hispanoamericana del proyecto editorial que había lanzado al poco tiempo de ser desplazado del Fondo de Cultura Económica, encontró en ellos los socios apropiados para esa empresa. Sociedad surcada por tensiones y conflictos, pero conveniente –por diversos motivos– para ambas partes: mientras Orfila daba un paso hacia su objetivo de expansión a su vez lograba incorporar a su proyecto un activo grupo promotor de novedades editoriales; los ex integrantes de Signos obtenían el prestigio de un editor (a esa altura ya legendario) y de una editorial que había nacido bajo el signo de la insurrección en tiempos revolucionarios, por otro lado, salvaban un fondo y un proyecto editorial que –a pesar de mostrar una gran capacidad de selección de títulos de ciencias sociales, literatura y política– estaba en peligro por las dificultades económicas y financieras. Cf. D. García, “Signos. Notas sobre un momento editorial”, en Políticas de la Memoria, N° 10-11-12, 2011, y G. Sorá, Editar desde la izquierda en América Latina, Buenos Aires, Siglo xxi, 2017 (en especial pp. 223-249, pero todo el libro es importante).
[4] Carta de J. Aricó a J. Sazbón, México, 24/6/1978, Fondo José Sazbón, CeDInCI. Sobre el “mamotreto” véase H. Crespo, “El marxismo latinoamericano de Aricó. La búsqueda de la autonomía de lo político en la falla de Marx”, en J. Aricó, Marx y América Latina, Buenos Aires, FCE, 2010, pp. 9-48.
[5] Carta J. Sazbón a J. Aricó, Venezuela, 1/12/1978; Fondo José Sazbón, CeDInCI. El destacado me pertenece.
[6] Estamos concentrando la mirada, como queda claro, en la edición de ciencias sociales (sin considerar, por ejemplo, la edición de literatura que podría agregarse más adelante). Entre otras figuras, además de las referidas, podemos remitir a Oscar del Barco, Eliseo Verón, Héctor Schmucler, Enrique Tándeter, J. C. Garavaglia, entre muchas más.
[7] Una figura de este tipo asume –como sugerimos a continuación– tareas y funciones de un momento determinado del desarrollo técnico, profesional y económico de la industria editorial. A. Novello recupera y expande esta tipología en su Tesis de Licenciatura en Antropología titulada “Lévi-Strauss en Argentina: un estudio sobre sus primeros itinerarios de recepción”, FFyH, UNC, 2017.
[8] A. Prieto, Sociología del público argentino, Buenos Aires, Leviatán, 1956; J. L. de Diego (dir.), Editores y políticas editoriales en Argentina. 1880-2010, Buenos Aires, FCE, 2014.
[9] Entre esas editoriales podemos nombrar Jorge Álvarez, Galerna, Tiempo Contemporáneo, Carlos Pérez, Signos, Ed. de la Flor, Calden o Nueva Visión.
[10] Pueden verse, entre otras, dos perspectivas diferentes que abordan la íntima relación entre izquierda y cultura impresa: R. Debray, “El socialismo y la imprenta: un ciclo vital”, New Left Review, N° 46, septiembre-octubre de 2013; M. Angenot “La conversión al socialismo”, en Interdiscursividades. De hegemonías y disidencias, Córdoba, Editorial unc, 2010, pp. 129-150. Recientemente F. Devoto recordó esa dimensión en el perfil de J. C. Chiaramonte, “Unas palabras sobre JC Chiaramonte”, Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”, Nº 45, 2016, pp. 160-163.
[11] R. Burgos anexa al final de Los gramscianos argentinos (Buenos Aires, Siglo XXI, 2004) una lista completa de los libros publicados en la CPyP; véase además H. Crespo, “En torno a los Cuadernos de Pasado y Presente, 1968-1983”, en C. Hilb (comp.), El político y el científico. Ensayos en homenaje a J. C. Portantiero, Buenos Aires, Siglo XXI, 2009, pp. 169-196.
[12] En este punto el impacto del marxismo sobre el desarrollo de las ciencias sociales es comparable al del estructuralismo (cf. Novello, “Lévi-Strauss”), aunque su atracción descanse en motivos claramente diferentes. Ese impacto transdisciplinar, sin embargo, debe ser singularizado en las ciencias sociales específicas (sociología, historia, filosofía, crítica literaria, etc.) considerando los efectos particulares de acuerdo a las reglas y condiciones institucionales que conforman sus diferencias. En este punto resulta provechosa la aproximación que propone L. Rodrigues Soares en “Leitores e leituras acadêmicas de Karl Marx (São Paulo, 1958-1964)”, Intelligere: Revista de História Intelectual, vol. 2, Nº 1 (2), 2016.
[13] “Advertencia”, en Dobb, Pietranera, Poulantzas et al., Estudios sobre El capital, vol. I, Buenos Aires, Signos, 1970, pp. VII y VIII.
[14] Un movimiento semejante se puede rastrear, por ejemplo, en los escritos tempranos de R. Mondolfo.
[15] Entre muchos ejemplos posibles, se puede ver la “Advertencia a la primera edición”, en Aricó, Marx y América Latina, p. 76; o la “Advertencia” en VVAA, Consejos obreros y democracia socialista, Cuadernos de Pasado y presente, N° 33, Buenos Aires, 1972, p. VI.
[16] X. Espeche, “Los límites de la ausencia. Un ensayo sobre historia de las ideas: José Aricó, Leopoldo Zea y Carlos Real de Azúa”, Orbis Tertuis, vol. XXII, N° 25, junio 2017. Sin dudas el proyecto historiográfico de Aricó se vincula con aquellas empresas colectivas que a lo largo de los ’70 promovieron en Europa aproximaciones a la historia del marxismo y del socialismo (J. Droz; E. J. Hobsbawm), en las que, por otro lado, participó. Aquí intentamos subrayar el itinerario singular y sinuoso que lo condujo hacia la historiografía y marcó su proyecto, más que las condiciones políticas más amplias y compartidas, sin duda con su propio peso en el proceso. H. Tarcus recupera y desarrolla la propuesta de Aricó para pensar la historia de la recepción de las ideas en Marx en la Argentina, Buenos Aires, Siglo XXI, 2007.