Mona Salem Said
Ja’bub منى سالم سعيد
جعبوب,
Qiyadat al-mujtama’ nahw al-taghyir: al-tajriba al-tarbawiyya li-thawrat Dhufar (1969-1992) قيادة المجتمع نحو التغيير: التجربة التربوية لثورة ظفار
[Conducir la sociedad hacia el cambio: la
experiencia educativa de la revolución de Dhofar
(1969-1992)],
Beyrouth: Markaz dirasat al-wihda al-’arabiya [Centro de estudios de la unidad árabe], primera
edición 2010, segunda edición 2023, 368 páginas.
Este primer libro de Mona Ja’bub, historiadora omaní, ha suscitado interés en el
mundo árabe por su enfoque de la historia social y cultural de la revolución de
Dhofar en Omán. Publicado por un prestigioso editor
en ciencias sociales en el mundo araboparlante, las
autoridades omaníes inicialmente retiraron el libro de Ja’bub
de la Feria Internacional del Libro de Mascate, en Omán, en 2012, pero lo
restituyeron al día siguiente como señal de un relajamiento de la censura. El
libro se centra en las cuestiones de género y de circulación de ideas, y, a
partir de un caso poco conocido fuera del mundo árabe, hace un aporte original
al estudio de la recepción global del maoísmo y el marxismo entre las décadas
de 1960 y 1970.
Entre 1968 y 1975, la
provincia de Dhofar del Sultanato de Omán vivió una
revolución marxista-leninista contra el sultán Said y su sucesor Qaboos, que dependían del Imperio británico. En aquella
época, Dhofar tenía una economía de subsistencia y
sus habitantes vivían en extrema pobreza. En la costa había pescadores, en la
llanura había algo de agricultura y sobre todo árboles de incienso, y en las
tierras altas había cría de ganado. Incluso después de que comenzaran las
exportaciones de petróleo en 1967, el Estado recaudaba impuestos sin
proporcionar servicios a la población: la medicina moderna era desconocida, la
única escuela estaba reservada para la corte del sultán y en Dhofar la mayoría de la población y la casi totalidad de
las mujeres eran analfabetas. En el sistema tribal dhofarí,
la tierra era propiedad de las tribus, no de los individuos, y algunas tribus
tenían más prestigio que otras y portaban armas. En lo más bajo de la escala
social había personas esclavizadas por las tribus y por el sultán.
Una rebelión armada dhofarí de inspiración panarabista, lanzada en 1965 por dhofarís residentes en Kuwait y apoyada por el Egipto de Nasser, fue desacreditada por la derrota de Egipto y sus
aliados en la guerra de junio de 1967 contra Israel. Unos meses más tarde,
militantes de Dhofar viajaron a China para formarse
en la revolución. Regresaron a casa convencidos por el maoísmo, en un barco
cargado de armas y alimentos. Todo esto permitió a los comunistas dhofarís tomar el liderazgo de lo que entonces se llamaba
Frente Popular para la Liberación de Omán y el Golfo Árabe (como cambió de
nombre varias veces, lo llamaré simplemente Frente Popular). Este giro hacia la
izquierda se vio reforzado por el apoyo inquebrantable dado a la revolución de Dhofar por Yemen del Sur, vecino de Omán que se convirtió,
en 1970, en el único país comunista del mundo árabe.
El libro de Ja’bub muestra cuán controvertida fue la aplicación de la
teoría marxista al contexto local. Cuando el Frente Popular encargó un informe
a un marxista de Bahrein sobre la estructura de
clases en Dhofar, el informe concluyó que no había
clases en Dhofar, solo tribus. Esta conclusión
disgustó a los cuadros del Frente Popular y el informe no fue publicado. Ellos
reconocían que en Dhofar no había proletariado ni
burguesía, pero afirmaban que las tribus eran en realidad clases.
El Frente Popular
prohibió la esclavitud en el territorio liberado. Abolió la propiedad tribal,
convirtiendo toda la tierra en propiedad pública. Bajo el liderazgo de
militantes feministas en sus filas, hizo de la liberación de la mujer uno de
los pilares de su doctrina. Por ello, las mujeres portaban armas en el ejército
revolucionario, la alfabetización femenina fue una prioridad y se abolió la
poligamia. Pero estas medidas no alcanzaban: como muestra Ja’bub,
también había que luchar en el ámbito de las ideas. Los militantes vieron que
la transformación social que buscaban requería no solo decretos impuestos por
la fuerza, sino también un sistema educativo capaz de llevar a sus alumnos a
adoptar valores y comportamientos contrarios a la tradición. Otros
investigadores han analizado los aspectos políticos de la revolución dhofarí, pero la originalidad del libro de Mona Ja’bub es que se centra en la actividad educativa del
Frente Popular y especialmente en la escuela y la universidad que estableció en
Yemen, cerca de la frontera con Omán. Ja’bub pudo
realizar entrevistas con muchos exmilitantes y
exalumnos de estas instituciones, lo que le permitió trazar un retrato íntimo
de este intento de adaptar la teoría marxista a un contexto muy diferente de la
economía industrial que Marx tenía en mente.
La cuestión lingüística y
el panarabismo jugaron un rol preponderante en la revolución. En Dhofar, la lengua de la vida cotidiana no era en absoluto
el árabe, sino el shehri, un primo lejano del árabe. Sin
embargo, la pertenencia de los dhofarís a la nación
árabe era fundamental en la ideología del Frente Popular. El árabe estándar,
que sus miembros consideraban la lengua nacional de los árabes, ocupaba así un
lugar central en la cultura que los maestros revolucionarios querían inculcar a
sus alumnos. En el mundo árabe se utilizan en la vida cotidiana muchos
dialectos árabes, algunos de los cuales son entre sí ininteligibles, mientras
que el árabe estándar, que pocas personas pueden hablar, se reserva principalmente
para la escritura y el discurso formal. Los estudiantes no solo no entendían el
árabe estándar, sino que tampoco entendían ningún dialecto árabe. Al principio,
los profesores abordaron esta situación obligando a los estudiantes a hablar
siempre en árabe estándar (lo que habría sido considerado extraño en cualquier
otro país árabe) y prohibiéndoles hablar shehri
incluso fuera de clase, bajo pena de castigo. Si los estudiantes necesitaban
una palabra que no conocían en árabe, solo podían usar gestos. Los profesores
decían a los estudiantes que esto era parte de su deber hacia su patria árabe. Ja’bub nos muestra que los estudiantes no solo obedecieron
esas reglas por miedo: en realidad las internalizaron. Una exalumna recuerda
que un día en el comedor de la escuela, mientras hablaba con la cocinera, se le
escapó una palabra en shehri y de inmediato se sintió
avergonzada. Ella se presentó ante la dirección y solo se sintió aliviada
después de disculparse frente a todos los demás estudiantes. Más tarde, un
nuevo director derogó la prohibición del shehri e
implementó una política de promoción de la cultura dhofarí.
Las escuelas del Frente
Popular sufrieron una grave falta de financiación en los primeros años de su
existencia. Al principio no había edificios, solo tiendas de campaña. Debido a
la falta de libros de texto, los estudiantes copiaban sus lecciones a mano.
Durante cuatro años, el único libro disponible en cantidad suficiente para
enseñar a leer y escribir en árabe fue una traducción del Pequeño Libro Rojo
de Mao Zedong, del que China enviaba grandes
cantidades con cada envío de armas. También fue el manual de instrucción
política más importante del Frente, junto a textos de Marx, Engels, Lenin,
Stalin, Ho Chi Minh y el Che Guevara. Mao era de lejos la figura más admirada
entre la población dhofarí, y mucha gente llevaba
insignias de Mao, no solo, según la autora, porque les enviaba armas y comida,
sino también porque sus ideas resonaban con sus preocupaciones, porque tenía
una concepción bien desarrollada de la lucha anticolonial y porque escribían
para un público campesino.
El marxismo enseñado en
la escuela pasaba además por un filtro importante: al menos durante los
primeros años de la revolución, los dirigentes y profesores del Frente no
mencionaban la crítica marxista de la religión, sin duda para evitar conflictos
con una población compuesta por musulmanes muy piadosos. Por el contrario, sin
proponer una enseñanza religiosa, afirmaban que no había contradicción entre el
socialismo y el islam. En este punto la autora está de acuerdo. Para Ja’bub, antes de la revolución la sociedad dhofarí ya se basaba en una especie de comunismo tribal en
el que el Estado estaba casi ausente. Ella afirma que los pueblos de la
península arábiga ya se sentían cómodos con la idea de la dominación del
proletariado, porque esta idea se encuentra en el Corán, y cita el versículo:
“Y quisimos favorecer a los que habían sido subyugados en la tierra, hacerlos
dirigentes y convertirlos en los herederos” (28:5). Este ha sido uno de los
versículos preferidos de la izquierda islámica desde la década de 1970.
En 1970, Gran Bretaña
reemplazó al sultán de Omán por su hijo Qaboos. Sin
alejarse del autoritarismo de su padre, Qaboos buscó
no solo derrotar militarmente la revolución, sino también ganar el apoyo
popular, promoviendo el desarrollo económico, construyendo escuelas públicas,
restaurando algunos de los privilegios tribales, proclamando constantemente que
el islam era la base de su gobierno y afirmando que el Frente Popular se oponía
al islam. Según Ja’bub, aunque esta acusación ha sido
falsa durante mucho tiempo, los dirigentes del Frente, sintiéndose respaldados
de modo incondicional por la población, acabaron diciendo abiertamente que la
religión es el opio del pueblo. Entonces sus soldados se rebelaron contra ellos
y esto condujo a una división dentro del Frente. Para Ja’bub,
si los revolucionarios hubieran continuado su uso selectivo del pensamiento
marxista, adaptándolo a la sociedad local y sus creencias islámicas, podrían
haber tenido más éxito que cualquier otro movimiento de izquierda en el mundo
árabe.
Después de la derrota
militar de la revolución en 1975, ¿qué pasó con el cambio social que esta
última había traído consigo? Las respuestas de Ja’bub
a esta pregunta se encuentran entre las partes más interesantes del libro. Los
revolucionarios fomentaron y celebraron los matrimonios entre personas de las
tribus y antiguos esclavos. Los antiguos alumnos recuerdan que se alegraban de
estos matrimonios. Durante la revolución, las palabras asociadas con el racismo
se volvieron repugnantes para ellos e incluso se prohibieron usar la palabra
“negro” para referirse al color de la piel de alguien. Orgullosamente le
cuentan a la autora que, en ese momento, como estaban convencidos de que el
tribalismo era injusto y reaccionario, espontáneamente dejaron de mencionar el
nombre de su tribu cuando escribían su nombre completo. Pero Ja’bub observa que cuando los conoció, la primera pregunta
que le hicieron fue: “¿De qué tribu es usted?”, y que su conversación estaba
plagada de comentarios sobre la calidad de la tribu de tal o cual persona. La
esclavitud todavía está prohibida, pero el desprecio de las tribus hacia los
antiguos esclavos ha regresado. De manera similar, las mujeres que fueron
educadas por el Frente Popular se encuentran hoy entre las mujeres omaníes más
conservadoras y las más apegadas a los signos externos de la tradición
patriarcal. Ciertamente, se han convertido en médicas, profesoras o gerentas de empresa. Pero han repudiado el feminismo que el
Frente Popular había defendido y practicado.
Ja’bub concluye que la teoría marxista no puede
aplicarse tal cual al orden social tribal que existía en Dhofar
antes de la revolución, pero que su éxito se explica por la injusticia social
de ese orden y porque muchos de los fundadores y líderes de la revolución
pertenecían a categorías sociales no tribales que sufrían esta injusticia. Este
libro, que se ha convertido en una referencia importante para la investigación
histórica sobre la península arábiga, constituye una contribución interesante a
los debates sobre la relevancia de los conceptos marxistas en diferentes
contextos sociales. También ofrece una visión fascinante sobre cómo una
población puede adherirse sinceramente a los valores revolucionarios de un
cuasi-Estado construido por militantes —y cómo puede abandonar estos valores
con la llegada de un Estado sucesor.
Benjamin Geer