López Cantera, Mercedes,
Entre la reacción y la contrarrevolución.
Orígenes del anticomunismo
en Argentina (1917-1943),
Buenos Aires, Ediciones Imago Mundi, 2023, 328 páginas.
En Entre la reacción y la
contrarrevolución, Mercedes López Cantera lleva a cabo un estudio exhaustivo sobre el
anticomunismo argentino en la primera mitad del siglo xx. La obra se distingue no solo por su rigurosidad
metodológica, su minucioso trabajo de archivo y su sostenido diálogo crítico
con una historiografía ya consolidada, sino también por su capacidad para
responder de forma sistemática y matizada a los grandes interrogantes que
plantea el anticomunismo como práctica, discurso e ideología, antes de la
irrupción del peronismo y de la formulación de la Doctrina de Seguridad
Nacional.
A lo largo del libro,
López Cantera reconstruye el modo en que el anticomunismo se articuló en la
Argentina entre 1917 y 1943, como respuesta a una multiplicidad de estímulos
–locales, regionales y transnacionales– que influyeron en su configuración. En
lugar de proponer una narrativa lineal, la autora adopta un enfoque analítico
que reconoce la complejidad y la variabilidad del fenómeno. Así, demuestra cómo
el anticomunismo se moldeó, en distintos momentos, como reacción ante peligros
percibidos –reales o imaginarios–, en función de las coyunturas políticas,
sociales e internacionales de cada etapa.
En este marco, una de las
preguntas centrales del libro gira en torno a si el anticomunismo de las
primeras décadas del siglo puede considerarse un antecedente directo del que se
consolidó en la segunda mitad, especialmente durante la Guerra Fría. La autora
sostiene una respuesta afirmativa. Si bien reconoce importantes
transformaciones, como la adopción de nuevos lenguajes y dispositivos
institucionales, argumenta que muchas de las características esenciales del
anticomunismo temprano –su carácter excluyente, la construcción del enemigo
interno y su vocación represiva– se mantuvieron vigentes. Esta continuidad,
lejos de ser automática, se funda en una cultura política de larga duración,
capaz de atravesar transiciones entre gobiernos democráticos y dictaduras sin
perder eficacia.
Desde una perspectiva
metodológica, la autora trabaja en una doble escala de análisis. Por un lado,
atiende de manera precisa al contexto nacional y a sus especificidades: las
dinámicas políticas internas, las relaciones entre nacionalismo, catolicismo y
Estado, y las formas particulares que adoptó la represión en el país. Por otro
lado, incorpora una mirada transnacional que permite articular episodios clave
del siglo xx –como la Revolución
rusa, la guerra civil española, el ascenso del fascismo europeo y la Segunda
Guerra Mundial– con las apropiaciones y resignificaciones
que realizaron actores argentinos, particularmente las derechas nacionalistas y
católicas, al traducir un discurso anticomunista global en claves locales
dotadas de especificidad. El primer capítulo analiza el período comprendido
entre 1917 y 1930, signado por el impacto de la Revolución rusa y por el temor
de los sectores conservadores y católicos frente a una creciente conflictividad
social. López Cantera muestra cómo las élites promovieron y financiaron
iniciativas para enfrentar esa amenaza percibida, y cómo, ya desde entonces,
comenzaba a trazarse una distinción entre trabajadores “nacionales” y
“foráneos” en el seno de la protesta obrera.
El segundo capítulo
constituye un aporte sustantivo a la historia institucional del aparato
represivo. A partir del estudio de la Sección Especial de Represión al
Comunismo, la autora reconstruye los orígenes de las prácticas estatales de
inteligencia y control político. Estas no eran improvisadas, sino que
respondían a una sofisticación creciente del discurso anticomunista y estaban
legitimadas tanto por actores locales como por un clima ideológico regional
compartido. En efecto, desde los años treinta, la Argentina compartía con otros
países del Cono Sur (Brasil, Uruguay, Chile) una sensibilidad anticomunista
común, pese a sus diferencias políticas. Este “clima de ideas” sirvió como
marco de legitimación para el accionar represivo del Estado argentino,
reduciendo el conflicto social en la agenda pública a la figura del comunismo,
como también lo evidencia el informe del ministro del Interior Leopoldo Melo, que
funcionó como instrumento legal complementario.
El tercer capítulo se
concentra en el aporte del nacionalismo y del catolicismo al desarrollo del
anticomunismo. López Cantera reconstruye la actuación de organizaciones
nacionalistas como la Legión de Mayo, la Legión Cívica Argentina, la Acción
Nacionalista Argentina, la Unión Nacionalista de Estudiantes Secundarios y la
Comisión Popular Argentina contra el Comunismo, así como de publicaciones como Crisol,
Clarinada, Bandera Argentina y Criterio. A través de este
corpus, la autora examina cómo se construyó la figura del “enemigo rojo” a
partir de representaciones que apelaban más a valores morales y culturales que
a argumentos estrictamente políticos.
El cuarto capítulo
explora el proceso de transnacionalización del discurso anticomunista argentino
a partir de 1936. En esa coyuntura, tanto factores locales –como la
reconfiguración del radicalismo o la oleada de huelgas obreras– como momentos
globales –notablemente, la guerra civil española– contribuyeron
a reforzar el anticomunismo y facilitaron su formalización jurídica mediante el
proyecto de ley presentado por el senador conservador Matías Sánchez Sorondo. Este
proyecto no solo condensaba estigmas y representaciones dominantes, sino que se
constituyó en una herramienta jurídica admirada incluso más allá de las
fronteras nacionales. Según la autora, su contenido da cuenta del carácter performativo del anticomunismo como tecnología política: no
solo nombraba una amenaza, sino que también contribuía a producirla y
organizarla.
Aunque el proyecto no fue
aprobado, su borrador funcionó como instrumento pionero en la lucha
anticomunista global, al tiempo que logró condensar representaciones ya
sedimentadas en la sociedad argentina. En este sentido, constituye un hito
fundamental para comprender la articulación entre discurso, institucionalidad y
acción represiva.
El quinto capítulo
analiza cómo el discurso anticomunista promovido por sectores católicos y
nacionalistas se rearticuló frente al sindicalismo en
expansión, al antifascismo, a la guerra civil española y a la participación
soviética en la Segunda Guerra Mundial.
La culminación de este
proceso, según muestra la autora, se encuentra en los informes del ministro del
Interior Miguel Culaciati, durante la década de 1940.
Allí se consolida una inflexión crucial: el anticomunismo ya no se presenta
solamente como defensa del “orden social”, sino como salvaguarda de los “valores democráticos”. En
este contexto geopolítico transformado, las derechas argentinas articularon
campañas para vincular el comunismo con toda forma de disidencia. A partir de
entonces, el comunismo pasó a ocupar un lugar central en el imaginario de las
amenazas “antiargentinas”, en nombre de la democracia
y la tradición nacional. Esta asociación entre anticomunismo y democracia –que
será clave en el liberalismo occidental de posguerra– ya se vislumbra en la
Argentina de entreguerras, y le permite a la autora postular una de sus tesis
más relevantes: el anticomunismo funcionó como un punto de continuidad
ideológica entre regímenes autoritarios y democráticos.
El epílogo retoma los
principales ejes de la investigación y propone una hipótesis de largo alcance:
entre 1917 y 1943, el anticomunismo argentino se consolidó como una matriz
discursiva que articuló tradiciones católicas, nacionalistas y conservadoras en
una narrativa común, orientada a construir al comunismo como amenaza interna.
Esta construcción no solo legitimó la acción represiva del Estado, sino también
diversas estrategias simbólicas y culturales de disciplinamiento
social. López Cantera argumenta que el carácter flexible de este discurso
permitió así su adaptación al tránsito entre gobiernos democráticos y
autoritarios, garantizando su persistencia como tecnología política. En este
sentido, uno de los aportes más originales del libro reside en demostrar que
esta continuidad no se inaugura con la Guerra Fría, sino que se origina en el
propio momento fundacional del anticomunismo como discurso ordenador del campo
político argentino. Su capacidad para insertarse en regímenes de distinto signo
revela su funcionalidad en el sostenimiento de un determinado orden, más allá
de las formas institucionales que lo encuadraran.
En efecto, el libro
plantea que el anticomunismo argentino no fue una reacción meramente
coyuntural, sino una tecnología política versátil, con capacidad para
reconfigurarse ante distintos escenarios locales, regionales y globales. Así,
este discurso resultó eficaz para construir un “otro” político –con atributos
xenófobos, antisemitas y antiprogresistas– que sirvió como blanco común para
diversos sectores de la derecha, y que fue de hecho institucionalizado por el
propio Estado por medio de marcos legales, discursos públicos y dispositivos
represivos.
En la parte final de la
obra, López Cantera deja abierta una serie de preguntas que invitan a
reflexionar sobre la persistencia del anticomunismo en los años posteriores.
Aunque su investigación se detiene en 1943, los hallazgos permiten inferir
elementos clave para pensar su reformulación durante el peronismo, su
incorporación a la Doctrina de Seguridad Nacional y su consolidación como parte
de la cultura política del “mundo libre”. Como señala la autora, resulta
especialmente paradójico que el comunismo, que en los años treinta sirvió como
aglutinante de frentes antifascistas, fuese luego resignificado como enemigo
interno en los años cincuenta, incluso por sectores políticos que anteriormente
lo habían reivindicado.
Esta dinámica –que
trasciende la acción estatal y se proyecta en prácticas culturales, discursos
públicos y representaciones sociales– permite, como plantea la autora, pensar
el anticomunismo como parte estructural de la cultura política argentina. La
pregunta que queda abierta es hasta qué punto esta
matriz logró sobrevivir incluso más allá de los momentos de mayor intensidad
represiva, prolongándose como forma persistente del sentido común político.
En definitiva, Entre
la reacción y la contrarrevolución constituye una obra de referencia
ineludible para quienes investigan la historia política argentina, las
derechas, el anticomunismo, los aparatos represivos y las culturas políticas
del siglo xx. Su densidad
analítica, su solidez empírica y su capacidad para establecer conexiones
significativas entre escalas locales y globales convierten a este libro en una
contribución decisiva, no solo para comprender el pasado, sino también para
interpretar las formas contemporáneas de la intolerancia política.
Valeria Galván
Universidad Nacional de San Martín / concicet