Ernesto Bohoslavsky y Marina Franco,

Fantasmas rojos. El anticomunismo en la Argentina del siglo xx,

San Martín, unsam Edita, 2024, 165 páginas.

Con una importante trayectoria de investigación en historia de las derechas y la conflictividad política, Franco y Boholavsky escribieron un libro que es una síntesis y un punto de llegada en el planteo de un problema historiográfico: ¿cómo se expresó el contrapunto comunismo-anticomunismo en la Argentina del siglo xx? y ¿cómo se traspusieron estas ideologías en las praxis políticas? Para dar cuenta de esta problemática, el libro acierta en proponer tres claves de lectura novedosas. En primer lugar, la investigación abarca una periodización de largo plazo (1902-1983), lo que permite ver las variaciones y las diversas instrumentalizaciones del discurso anticomunista, más allá del período de la Guerra Fría. En segundo lugar, es un trabajo que incluye la dimensión transnacional, atento a los contextos e influencias geopolíticas. Y en tercer lugar, busca deliberadamente un diálogo con la historia reciente y la actualidad: se propone como un texto de historia pública que entra en el debate actual ligado a los usos del anticomunismo presentes en el discurso que generó el triunfo electoral de Javier Milei.

Tanto Bohoslavsky como Franco ya han profundizado en otras producciones en las tramas de ideas que sustentaron prácticas represivas, y en las influencias de corrientes ideológicas como la Guerra Fría y los anticomunismos en la Argentina. Sus aportes metodológicos y conceptuales han sido ampliamente reconocidos por la historiografía.1 En esta ocasión, les interesa convocar a lectores y lectoras no especializados. Para ello realizan un ejercicio de comprensión de los usos del anticomunismo, y adoptan la estrategia de remontarse a sus orígenes, es decir: un anticomunismo anterior al comunismo soviético. El primer capítulo abarca el período 1902-1932, y toma como punto de partida una medida legal: la Ley de Residencia que, junto con el estado de sitio y las represiones a las huelgas obreras, fue moldeando las prácticas persecutorias generadas por el orden conservador, y ofreció un marco que permitió mantener las precarias condiciones laborales que acompañaron el crecimiento del modelo agroexportador. Muestran cómo, a esa medida legal de expulsión de extranjeros considerados anarquistas subversivos, le siguió la implementación de Secciones de la policía dedicadas a generar prontuarios. Ya se contaba con elementos técnicos como la fotografía y las huellas dactilares, y en 1905 se encontraban fichadas más de 13.300 personas ligadas a un posible “complot”. Dichos instrumentos legales y de represión se sustentaron en la creencia en una amenaza, proveniente del extranjero, lo que ayudó a construir un creciente sentimiento xenófobo y antisemita, que sirvió a la perfección para reprimir las expresiones de malestar social. Boholavsky y Franco reconstruyen momentos de tensión como el asesinato de Ramón Falcón, a la vez que plantean que el problema comenzó a ser: “quiénes y con qué intereses definen la amenaza que justifica medidas de tal gravedad” (p. 27) y de qué modo estas medidas represivas alcanzaron a otros enemigos políticos como el radicalismo.

Con la llegada de las noticias de la Revolución rusa este “sentimiento de amenaza” (p. 33) se profundizó junto a la idea de la existencia de un “maximalismo”. Ante este “avance rojo” que se produce durante el gobierno radical de Yrigoyen, sectores conservadores y del empresariado suman grupos de jóvenes civiles que cuentan con el apoyo de sectores militares, y conforman la Liga Patriótica Argentina; así, la represión adopta un formato como el aplicado en la Patagonia en los años veinte, con Ley Marcial, fusilamientos clandestinos y fosas comunes. El libro plantea una pregunta: “¿creían los empresarios en la existencia de un soviet o era una excusa para insuflar la gravedad al conflicto y legitimar la reacción violenta?” (p. 41). 2

El segundo capítulo aborda un período de crecimiento de la presencia del comunismo (1932-1958), en especial en organizaciones sindicales. Frente a esta presencia, el anticomunismo amplió también sus estrategias de espionaje y represión, que abarcaron el mundo cultural y educativo, y generó proyectos de ley y formaciones burocráticas, como la de la Sección Especial, que propiciaron la violación de los derechos humanos. El nuevo orden conservador presidido por Justo buscó conformar un apoyo popular, sustentado en las leyes de Matías Sánchez Sorondo y en el Congreso Eucarístico de 1934. En este sentido, desde los espacios políticos de derecha surgiría la búsqueda de la integración de la cuestión social. Por ejemplo, así sucedió con el gobierno bonaerense de Manuel Fresco, que acompañó a la ilegalización del Partido Comunista Argentino (pca) y de cualquier expresión considerada de propaganda del partido. Como lo ha señalado Mercedes López Cantera, en este período la persecución contra el pca adquirió contornos precisos.3 En esa línea se expresó también el naciente peronismo, que mantuvo un discurso anticomunista aunque permitió el retorno a la legalidad del partido, pero se encargó de disputarle el apoyo de las clases populares.

En las décadas de 1950 y 1960 sucedieron transformaciones sustanciales en las ideas y las prácticas anticomunistas, según puede verse en el tercer capítulo. En primer lugar, porque luego del derrocamiento de Perón en 1955, la corporación militar antiperonista ligaría al peronismo de la llamada “Resistencia” con las posiciones del comunismo. En segundo lugar, porque el acontecimiento Revolución cubana generó una estrategia por parte de Estados Unidos que cambiará las formas de lidiar con una “nueva izquierda” que consideraba al modelo guerrillero cubano como una forma de combate válido. La cuestión de la “vía armada” para alcanzar la revolución había generado una ruptura profunda en el seno de los partidos marxistas tradicionales (Comunista y Socialista). Asimismo, contribuyó a la aparición de un sector nuevo en el peronismo, que también consideró la estrategia armada como una forma válida de praxis política. Tanto la Doctrina de Seguridad Nacional proveniente de Washington y de la Escuela de las Américas, como el bagaje de la doctrina antiinsurgente francesa, cambiarían el accionar de la represión estatal, primero con el plan Conintes, luego con las transformaciones en la side. Como señalan Franco y Bohoslavsky, el combate a esta “nueva izquierda” amplió el alcance de las sospechas, que se enfocaron en los jóvenes, en las universidades, en los gremios nuevos, y también en los hippies, en las disidencias sexuales, en expresiones culturales y artísticas e incluso, luego del Concilio Vaticano II, alcanzó a sectores de la Iglesia que realizaron una opción por los pobres.

El cuarto y último capítulo del libro tendrá que ver con esta ampliación de la noción de “infiltrado”, de enemigo oculto e interno, que los militares parecían no poder controlar, vistos los sucesos del Cordobazo y otros estallidos ocurridos en diferentes lugares del país. En 1970, con el fusilamiento del general Aramburu se abrió paso una nueva organización armada peronista: Montoneros. Esta organización condensaba el mayor temor de los sectores anticomunistas: la unión entre la populosa adhesión al peronismo, ligado a los trabajadores y su experiencia de bienestar, con una ideología marxista, o socialista revolucionaria. Las fuerzas armadas apostaron por generar las condiciones de un retorno de Perón, que, en su tercer mandato concretó medidas legales antisubversivas adicionales a las ya existentes. La presidenta que lo sucedió luego de su muerte en 1974 completó la lucha contra la llamada “subversión”, con los decretos ligados al Operativo Independencia en 1975. Esta represión legal fue acompañada por otras expresiones ilegales del anticomunismo como la Triple A, que buscaba “depurar” al peronismo de aquellos que, siguiendo “la tendencia revolucionaria”, se habían contagiado del “virus marxista” y por lo tanto eran merecedores de castigos en forma de asesinatos, tormentos o exilios.

Este “otro amenazante” que estaba oculto, clandestino y armado fue el enemigo perfecto para dar inicio a lo que Bohoslavsky y Franco llaman un “anticomunismo de eliminación” y un “consenso exterminador” (1976-1983). La dictadura iniciada el 24 de marzo de 1976 desplegó sus argumentos ligados a “reorganizar” la sociedad, eliminar las formas de rebeldía e indisciplina y volver al orden, coincidentes con las premisas del anticomunismo. En este sentido, el uso de los métodos de privaciones ilegales de la libertad, torturas y violaciones en centros clandestinos de detención, desapariciones y robo de bebés, se justificaba con esta ideología, que incluía la lucha por un regreso a un orden moral. Se trató de una “batalla por las mentes”, contra los valores ideológicos marxistas; una suerte de disputa por la sensibilidad y por las ideas, que se llevó a cabo también en el campo de la cultura y la intelectualidad, con nuevos proyectos y ofertas estéticas. Claro que, como observan Franco y Bohoslavky, esta batalla cultural acompañó un cambio estructural en la economía y la sociedad argentinas que sigue vigente en la actualidad (p. 133).

La gravedad de los hechos ligados a la última dictadura, la peculiaridad del trauma generado por los treinta mil desaparecidos y las prácticas del terrorismo de Estado, tienden a dejar en un lugar menos iluminado la persistencia ideológica que sostuvo esas prácticas represivas. Este libro es un aporte porque muestra las continuidades del anticomunismo, que como imaginario impulsó la defensa de la nación y de los valores de la civilización cristiana, y constituyó a los guardianes de ese orden capitalista como defensores ante una “amenaza roja”, de destructores conspirativos. También el modo en que estos adalides del anticomunismo cumplieron una función en la construcción de un orden económico capitalista. La persistencia de esta ideología, reconstruida por Bohoslavsky y Franco, parece aludir a la expresión marxista de 1852: la historia se repite como tragedia y luego como farsa. ¿Era de esperarse, siguiendo el hilo argumentativo del texto, que las reverberaciones podían traspasar incluso el proclamado “fin de la historia” en 1989, y que el siglo xxi reactualizaría el contrapunto comunismo-anticomunismo? Una hipótesis posible frente a este retorno puede vincularse quizás a que la definición sobre qué es y qué fue el comunismo sigue siendo imprecisa, difusa, y por lo tanto útil para ser manipulada con objetivos políticos y económicos muy concretos.

Laura Prado Acosta

Universidad Nacional Arturo Jaureche / conicet / Universidad Nacional de Quilmes

 

1 Puede mencionarse, entre otros, de Bohoslavsky, Los mitos conspirativos y la Patagonia en Argentina y Chile durante la primera mitad del siglo xx: orígenes, difusión y supervivencias [tesis doctoral], Universidad Complutense de Madrid, 2006, e Historia mínima de las derechas latinoamericanas, México, ColMex, 2023; de Franco, Un enemigo para la nación. Orden interno, subversión y guerra (1973-1976), Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2012, y 1983. Democracia, transición e incertidumbre, Editorial ungs, Los Polvorines, 2023. También publicaron E. Boholavsky y M. Franco, “Elementos para una historia de las violencias estatales en la Argentina en el siglo xx”, Boletín del IHAyA “Dr. E. Ravignani, n° 53, 2020.

 

2 Boholavsky, en otro trabajo sobre episodios de generación de noticias falsas, “pescado podrido”, mostró cómo la acusación de supuestas infiltraciones soviéticas en el ejército daba cuenta de una estrategia que favoreció, por ejemplo, la eliminación de una organización sindical en Santa Cruz hasta 1940. E. Bohoslavsky y J. D. Ablard, “Rumors, Pescado Podrido and Disinformation in Interwar Argentina”, Journal of Social History, vol. 55, n° 1.

 

3 Mercedes López Cantera, Entre la reacción y la contrarrevolución. Orígenes del anticomunismo en la Argentina (1917-1943), Imago Mundi, Buenos Aires, 2023.