Carlos Altamirano (coordinador),

Aventuras de la cultura argentina en el siglo xx,

Buenos Aires, Siglo XXI, 2024, 336 páginas.

El coordinador de este libro, Carlos Altamirano, es un veterano sabio de la tribu. Ha vivido y ha estudiado mucho, ha reflexionado públicamente sobre su trayectoria intelectual, ha enseñado a otros muchos a mirar, a leer, a entender, todo ello sin agobiar a lectores, lectoras y escuchas ni cerrar perspectiva alguna. Su exigente invitación intelectual se concretó hace años en la Historia de los intelectuales en América Latina (dos volúmenes, el primero coordinado junto a Jorge Myers), una colección de investigaciones de la que este libro puede considerarse parcialmente un oblicuo heredero.1 Ahora ha reunido 23 trabajos de los mejores exponentes de la historiografía y de la crítica de la Argentina contemporánea, agrupados en un título que parece elusivo respecto de cualquier dictamen tajante cuando elige, con sus editores, nombrar la experiencia cultural argentina como una aventura. (Antes, con gesto parecido reunió su vida intelectual y política en un libro titulado Estaciones).2

Un prólogo breve y sobrio nos introduce en el alcance de las pretensiones del libro, organizado en secciones que recorren una secuencia temporal escueta –el siglo xx– vertebrada en asuntos de la cultura desde variadas escalas y cortes temáticos. Trayectorias en la metrópoli, inquietudes de la entreguerras, variantes y tensiones de lo nacional, lo internacional y lo popular, palpitaciones de los interiores del país, movidas de los años sesenta y de las resistencias subterráneas de los setenta.

Se trata de un arco amplio de asuntos, que más allá de la solvencia analítica y documental con que son abordados, expresan un fenómeno historiográfico que, si bien lleva unos cuantos años de existencia, la tierra que mueve a su paso tiene aún el aspecto de recién roturada. Entre la historia intelectual y cultural, este libro, sin decirlo demasiado, cumple bien la promesa de Altamirano y de otros tantos investigadores e investigadoras que lo acompañan cuando entiende a la primera como un territorio de confluencias exigentes, de final incierto, entre la historia política (tal vez su hilo conductor) y la de las ideas, entre la crítica literaria de amplio espectro, la sociología de las élites y las trayectorias individuales y colectivas. Ciertamente, entresacamos estos rasgos firmes de una prosa ensayística que no quiere estar a cada rato dando una señal identitaria de sí misma y que prefiere –sus autores y autoras prefieren– entregarse a la indagación concreta de las cosas, confiando –es una conjetura– en que los lectores harán sus cuentas y balances. Así, historia intelectual será no tanto la que responde a registros y definiciones previas del género, necesarias cada tanto, sino a una práctica y practicantes que tratan de domar un objeto que luce nuevo sobre todo por la forma en que sus piezas se articulan. La historia cultural ocupa zonas cercanas, o mejor linderas; observa a otros actores y vínculos, avanza cuanto puede sobre los problemas de la circulación y la recepción, indaga en los sentidos cambiantes.

En la sección “Metrópoli” (título que bien podríamos imputar a Eduardo Mallea que así encabezó el capítulo II de la Historia de una pasión argentina en 1937), se reconstruyen espacios culturales como el Teatro Colón en su fase inaugural, el continuo entre la calle Corrientes y la revista Nosotros; se integran luego en el conjunto metropolitano trayectorias intelectuales y políticas como las de Paul Groussac, Alfonsina Storni, o el primer tramo de la de Carlos Ibarguren. Todas las plumas son expertas en su tema, y remiten a obras mayores, precedentes; la de Fernando Devoto muestra una vez más, pese a la brevedad, una notable capacidad para ir desde el archivo a la biblioteca, desde el texto-documento hasta la reflexividad tendida sobre el mismo oficio que practica. “Entreguerras” es un título perturbador y casi anacrónico, como es sabido. La vitalidad y calidad de la historiografía argentina se vuelve aquí evidente dado el acopio de estudios y monografías especializadas, con un rendimiento que es muy alto sobre todo cuando se pone el foco en los años treinta. Si la expresión no estuviera tan marcada en la Argentina podría decirse, serenamente, que se nos ofrecen aquí textos fuertemente revisionistas, ya sobre los intelectuales católicos, los liberales del Colegio Libre, los cordobeses que animaron una pretendida capitalidad para el proyecto frentepopulista. Hay unas sintonías y sincronías sorprendentes entre los capítulos, una contemporaneidad llena de sugerencias para pensar esta aventura cultural múltiple y a la vez integrada entre la llegada polémica de Jacques Maritain, las conferencias sobre España de Aníbal Ponce, y el estreno de las izquierdas reunidas en “la Docta”. Todo en 1936, valga de ejemplo.

Inter (nacional) y popular” nos conduce a varias expresiones de la cultura nueva, urbana, masiva, industrial, popular. La historieta, la radio como “desestabilizadora” que cruza textos y reinventa tradiciones narrativas y estéticas, la edad dorada del cine con (casi) todos sus componentes clásicos (la infraestructura, la narrativa específica, el star system, el público). Todo se ofrece con una densidad y una masividad tan convincente que perdemos de vista a la literatura como gran vidriera, una de las piezas clásicas o tradicionales en la identificación de una cultura. Tulio Halperin y antes Real de Azúa escribieron hace mucho sobre “la crisis” de Eduardo Mallea como autor, vinculada entre otras muchas razones a la erosión de su público lector.3 Lo que fue vivido como un drama de incomprensión o de inadecuación tal vez pueda ser visto ahora, con el foco de luz que proyecta este libro, desde una inversión de papeles a partir de la transformación de los públicos y de la explosión de las ofertas y de los consumos en los ámbitos tradicionales.

En “Luces interiores” los trabajos dan vida a revistas culturales, a la red de grupos, lugares olvidados, no centrales, a géneros expresivos desplegados con vigor lejos de la metrópoli, a distanciamientos respecto del regionalismo tradicional: las historias del chamamé, de La Carpa de poetas y la literatura del noroeste, del sistema cultural completo armado en el Chaco, de la vida cultural en Jujuy articulada con el mundo andino. Lila Caimari nos acerca un hilado prodigioso de la historia cultural rionegrina en General Roca, y hace del sitio y de su gente un lugar privilegiado para comprender un conjunto denso (una “lucha contra un vacío”) donde parece que nada se pierde y que todo encuentra su explicación.

En las secciones finales, “Los sesenta” y “Desobediencias”, la metrópoli (extendida hasta Rosario y hasta La Plata) vuelve por sus fueros a partir del examen del potentísimo mundo de los libros, los editores y los programas editoriales, los centros de investigación como el Di Tella, los ambientes intelectuales forjados entre emergencias políticas tajantes, en el litoral con Frondizi, Alcalde, los Viñas, Halperin, y en Córdoba con Aricó, Gramsci, el Partido Comunista y sus explosiones. Mucho tiene para ofrecer, todavía, el enfoque que muestra un vector de apoyo en las biografías (las de Arnaldo Orfila Orfila y Boris Spivakow son ejemplares en el trabajo de Dujovne, como la de Susana Lugones en el de Aguilar): en tanto escrutadoras de saberes, relaciones y convicciones, funcionan como una sonda a las profundidades, son un corte vertical que permite dar cuenta de la complejidad de aquella cultura.

Finalmente, la contestación contracultural de los setenta y ochenta es investigada a partir de la movida del rock platense y, más general, en las formas ocultas de la resistencia y la autogestión.

Los textos, cada uno de ellos, se sostienen por sí mismos y remiten a programas de trabajo acreditados en campos de estudio con creciente especificidad y refinamiento. Pero en la lectura corrida del conjunto, por su orden y por cierto acompasamiento entre lo diacrónico y lo sincrónico, esa lectura se reencuentra con el propósito genuino que da mérito al libro colectivo y que funciona, a la postre, como un excelente estado del arte. Las “aventuras” de la cultura argentina están menos dispersas de lo que el tan hospitalario y flexible título sugiere. Primero porque más allá de cualquier apriorismo conceptual extremo, historia cultural será, por un tiempo, lo que estos autores y autoras han escrito sobre estos asuntos (también de otros que por mil razones no están aquí) y que dan forma cada vez más estilizada a un campo específico y poroso de conocimiento. Segundo, porque por más enraizados que estén estos enfoques en tradiciones interpretativas globales (francesas, británicas, estadounidenses; culturalistas, posmodernas, desterrito-rializadas, etc.) es la Argentina como Estado, “país”, territorio, con sus diversidades en tensión, la unidad mayor de análisis para las cosas y la que reduce la dispersión a marcos nacionalmente inteligibles y hasta comparables, todavía.

El éxito de esta empresa del que Aventuras… es una oportuna expresión (de un momento, de unos grupos y redes de producción académica, de unos énfasis y preferencias) tiene además el mérito de abrir la imaginación hacia otras lecturas y caminos de indagación. Por ejemplo, la literatura de ensayo y de ficción ha sido una puerta de entrada tradicional para intentar la comprensión de la cultura; también podrían serlo el psicoanálisis como práctica tan comúnmente extendida en la Argentina, o el fútbol como gran deporte socializador y nacionalizador de las masas. Retengamos aquí solamente lo primero.

Tal vez con desmesura, Sarmiento “funcionó” por largo tiempo como clave de bóveda para escrutar la historia compleja y completa de la Argentina. Sus talenteadas sobre “los cantares propios del pueblo” (el triste, la vidalita del capítulo 2 de Facundo), sus párrafos llenos de calidad literaria sobre el baqueano y el rastreador, sus simplificaciones acerca de cómo “toda civilización se expresa en trajes y cada traje expresa un sistema de ideas entero” fueron siempre, desde que quedaron escritas, una invitación a pensar el conjunto de las claves culturales y políticas de las Argentinas sucesivas. A su turno, Ezequiel Martínez Estrada volvió en 1933 sobre algunos tópicos del determinismo sociológico para examinar las soledades inmensas y la voracidad del desierto ante la novedad de cualquier emprendimiento. Muy poco después, en 1940, Eduardo Mallea escribió su “historia intelectual” (son sus palabras), hecha de lecturas orientadas a poner en la superficie, desde una “fiebre metafísica”, la “mediocridad” de la Argentina visible. Puede prolongarse, ajustarse, enmendarse esta lista de referencias vectoriales clásicas en la interpretación tradicional de la cultura. Menos discutible, me parece, es el hecho de que este programa de historia cultural e intelectual expresado en Aventuras… se aparta relativamente o toma distancia de las “grandes firmas” de la literatura entendidas como sistema de balizas para navegar en aguas inciertas y entre corrientes diversas. La literatura de ficción es también más o menos evitada; o mejor, encuentra alguna nitidez y justificación en ocasión de cruzarse con autores más que con sus textos, y lo hace sobre todo a través de sus mediadores, los editores, los diarios, los radioteatros, las movidas literarias y políticas. Es al fin y al cabo la gran hora de los editores que actuaban como mediadores y productores de “cambio político y apertura moral”.

Este libro coordinado por Altamirano lleva el péndulo del análisis (con sus temas, preguntas, archivos, linajes académicos) hacia zonas nuevas, poco o nada exploradas. Reúne, por ello, saberes y tradiciones diferentes que van desde la historia a la crítica literaria y cultural, que se articulan con fluidez en una narrativa potente y persuasiva. Pronto llegará el momento en el que el péndulo vuelva a tocar, con talante esta vez hermenéutico para la cultura, el extremo de la creación literaria.

José Rilla

Universidad de la República

 

1 Carlos Altamirano (dir.), Historia de los intelectuales en América Latina I. La ciudad letrada, de la conquista al modernismo (Jorge Meyers, ed.), Buenos Aires, Katz, 2010.

 

2 Carlos Altamirano, Estaciones, Buenos Aires, Ampersand, 2019.

 

3 Carlos Real de Azúa, “Una carrera literaria: Eduardo Mallea”, Entregas de la Licorne, n° 5-6, Montevideo, 1955; Tulio Halperin Donghi, “Las angustias de un observador distante: Eduardo Mallea y la ‘Argentina invisible’”, Las tormentas del mundo en el Río de la Plata, Buenos Aires, Siglo XXI, 2015.