Alejandra Mailhe,

En busca de la alteridad perdida. Indigenismos y mestizajes en Argentina y América Latina entre fines del siglo xix y la década de 1960,

Bernal, Editorial de la Universidad Nacional de Quilmes, 2023, 624 páginas.

En busca de la alteridad perdida es un libro ambicioso (en el mejor sentido del término), complejo –y claro al mismo tiempo–, que remite, centralmente, a una pregunta: el interrogante acerca de lo latinoamericano, entendido como identidad, como ethos, como desafío y como problema. Entendido también como una apuesta intelectual y como motor de una dinámica a partir de la cual se construye conocimiento. En este interrogante ocupan lugar central las distintas figuraciones de la identidad, los posicionamientos de diversas subjetividades y la inscripción textual de subjetividades otras, en el marco de una “sed de communitas” que define, en palabras de Mailhe, buena parte de los textos analizados.

Las respuestas múltiples que aquí se ensayan solo pueden entenderse en una concepción densa de la temporalidad, que el libro expone desde su Introducción y que va ampliando y complejizando en todo su derrotero. Si sincronía y diacronía son los ejes a partir de los cuales leer los diálogos intelectuales y la percepción del cambio, la temporalidad adquiere aquí formas múltiples, desde los usos del pasado a la potencia de sucesivas imágenes e imaginarios sobre el futuro.

En términos de usos del pasado, se destaca la delicada trama que engarza el presente de las escrituras que aquí se analizan con “lo colonial”, que aparece desplegado de maneras múltiples: como modelo a continuar o a rechazar; como soporte de nuevas configuraciones identitarias aún en ciernes; como argumento de debate en torno a la configuración de Estados-nación, tan disímil en diversas partes del continente. En un sentido complementario, que no es el objetivo de este libro pero al que sin dudas contribuye, esta percepción densa de la temporalidad y de lo colonial funciona también brindando espesor a debates del presente en torno a la noción de colonialidad, por ejemplo, en la medida en que desmenuza con maestría continuidades y desplazamientos.

El libro propone también un recorrido por un universo de conceptos, ideas y formulaciones varias, entendiéndolas a partir de diversas vetas y en torno a personajes rectores: la figura religadora de Ricardo Rojas como uno de los centrales. Por eso se detiene puntualmente en la doble dirección de ideas e influencias, y exhibe estos vericuetos en las propuestas de Ernesto Quesada, Rojas, José Vasconcelos, Manuel Gamio, entre muchos otros. Retomando los postulados de Pierre Bourdieu y matizándolos, insiste en la pregunta acerca de la desigualdad y los matices en la circulación de conocimiento, pero no elide pensar además las posibilidades del impacto de ciertos imaginarios también en discursos metropolitanos.

Atraviesa los distintos capítulos la pregunta por la recepción y por el tipo de público que se encuentra en configuración, interrogante que pone en el centro la compleja figura del intelectual-mediador en su dimensión paternalista; los límites de ciertas miradas etnocéntricas; las posibilidades de una suerte de relativismo cultural que nunca se completa. En cualquier caso, pensar el público es también pensar la crítica a la modernidad, la experiencia de los sujetos populares (siempre recelados y plausibles de ser controlados, medidos, categorizados), el lugar del letrado frente a estos. La dimensión diacrónica del libro permite ver, en este sentido, los desplazamientos y transformaciones en estas concepciones del otro, atadas a proyectos nacionales que mutan progresivamente a lo largo del siglo xx.

Estas dimensiones de análisis se engarzan en una compleja estructura que hace de la vinculación, la comparación y el contraste el tono de su discurso. La atención a las tensiones entre lo nacional y lo latinoamericano se engarza con una suerte de bajo continuo que recorre todo el texto: la pulsión letrada de aprehender al otro, para lo cual es preciso describirlo, categorizarlo, definirlo, cristalizarlo. Así, entre la fascinación, el uso y la abyección, esta posible aprehensión del otro obliga a volver permanentemente la mirada sobre el yo, en una suerte de movimiento especular que redefine el lugar del intelectual en tanto este intenta definir su alteridad.

Ese otro es, en los distintos capítulos, un otro opaco, que opera en la secrecía y el ocultamiento, como las escenas en que Estanislao Zeballos, Carl Lumholtz, Guido Boggiani, Evaristo Moreno, Henri Girgois, Rojas o Adán Quiroga exploran un saber que les será vedado. Ese otro también es aprehendido a partir de la violencia simbólica que Michel de Certeau denominó como “la belleza de lo muerto”,1 y que exhibe la fascinación frente a un otro que ahora aparece como fuera del tiempo y por tanto susceptible de ser incorporado al tiempo de la nación.

La inscripción textual (de textos e imágenes) del otro se organiza a partir de las figuras (y metáforas) del archivo y la colección, que atraviesan las actividades y lecturas de todos los intelectuales aquí mencionados, de Zeballos a Gamio, pasando por Moreno, Luis Valcárcel, García u Ortiz, por nombrar unos pocos. El libro identifica archivos diversos: archivos de la alteridad, archivos de lo abyecto, archivos y colecciones de restos asígnicos (los cadáveres de los principales mapuches o los restos de los muertos por viruela), frente a la magnificencia de los restos insignes sobre los cuales se erige la ficción de la nación.2 Colecciones macabras en las que Alejandra Mailhe lee la violencia de la apropiación y de una mirada cientificista, pero también ilumina otras posibilidades, como el archivo oral que propone Quiroga (más cercano quizás a la idea de repertorio) y que funciona brindándole a su escritura una textualidad oralizante.

En términos de archivo, Mailhe también identifica aquellos que buscan dar cuenta de un origen esencial: indoeuropeo en el caso de López; autóctono (Vasconcelos, Joaquín Torres García); mítico, con las referencias a la Atlántida por ejemplo. Estas búsquedas se entrelazan para configurar un archivo de otros saberes (médico en Girgois o en ese deslumbrante capítulo, que es todo un trabajo de archivo en sí mismo, en que recorre revistas médicas y folletos varios), ocultista (Daniel Granada), religioso o comunitario. Y también alude a los bordes o los silencios del archivo: la minuciosa decisión mediante la cual la mayoría de estos textos eluden las referencias a resistencias o rebeliones, en pos de una configuración identitaria que domestique al indígena, lo afro (en el caso de Brasil, con las peculiares aproximaciones de Gilberto Freire) o lo mestizo.

Pero este libro también construye, en la escritura misma, un archivo sensible y un archivo afectivo: capítulo a capítulo la escritura esboza una aproximación a colores, olores, sonidos, temores y disputas que configuran a la vez un archivo propio del ensayo latinoamericano y que lo definen más allá de cuestiones genéricas o formales. Creo que este es uno de los grandes aciertos del trabajo: una sensibilidad crítica que opera sobre los textos iluminando incluso aquello que solo habita el detalle.

Esta configuración archivística se engarza con otra dimensión que quiero resaltar y que es la de la operación crítica que el texto produce. ¿Cómo funciona? ¿Cómo está hecho? La estructura de pregunta que abre buena parte de los capítulos opera como invitación al diálogo: lejos de la pregunta retórica, invita realmente al lector a desentrañar los interrogantes que inician la escritura. Esta forma del diálogo se enlaza con la atención a las formas de los textos: la focalización, los modos de mirar y los distintos tipos de mirada que cada autor organiza, los lugares sucesivos y muchas veces divergentes del sujeto de la enunciación (Rojas), la atención a las metáforas (Fernando Ortiz), los símbolos (la cruz en Quiroga), la metonimia, los desplazamientos y su contigüidad (Zevallos), los desvíos (Lumholtz), la comparación y la analogía con el mundo colonial (Vasconcelos, Gamio, García, Quiroga).

Esta atención a las formas permite pensar la dimensión genérica de estos textos y constituye un aporte central a los estudios literarios. Por un lado, porque redefine el ethos del ensayo a partir de su diacronía; por otro lado, porque explicita con el análisis de cada texto entrelazado con otros la naturaleza del ensayo como género híbrido que se alimenta del diario de campaña, el relato de viaje, la nota de color, las reflexiones de Michel de Montaigne (también referido en el texto), el informe científico, la fotografía y la pintura, entre tantos otros. Así, el libro también redefine las posibilidades y los límites del género, enfatizando su vínculo con el viaje, en sus variables presentaciones: desde el viaje exotista de Zeballos hasta el viaje reformista de Rojas.

En este sentido, el ensayo es una de las formas en las que el libro ofrece un recorrido intelectual por el origen y desarrollo de discursos disciplinares como la arqueología, la antropología, la arquitectura, la medicina, la filología. Y también es esta forma la que permite leer el matiz, la contradicción, la ambigüedad en los usos del otro para configurar una idea de nación que cambia contextualmente y diacrónicamente. Así, el texto que la autora ofrece, resultado de una amplia, profusa y delicada investigación, ilumina zonas inexploradas de la configuración de la alteridad y nos invita a pensar, más allá de su periodización, los interrogantes y los debates del presente.

Valeria Añón

Universidad de Buenos Aires

 

1 Michel de Certeau, “La belleza de lo muerto: Nizard”, en M. de Certeau, La cultura en plural, Buenos Aires, Nueva Visión, 1988.

 

2 Acerca de las nociones de “restos insignes” y “restos asígnicos”, véase Carlos Jáuregui y Valeria Añón, “Introducción: restos transepultos y espectros de la modernidad latinoamericana”, Arizona Journal of Hispanic Cultural Studies, vol. 28, 2024.