Eline Van Ommen,
Nicaragua
must survive. Sandinista revolutionary diplomacy in the Global Cold War,
Oakland,
University of California Press, 2023, 294 páginas.
Las dos décadas que siguieron al fin de la
Revolución Sandinista en el año 1990 fueron testigos de cierta mengua en los
estudios que la abordaron. El experimento revolucionario había finalizado con
una dura derrota electoral que puso a Violeta Barrios de Chamorro como
presidenta de Nicaragua y dio lugar a una serie de reformas neoliberales que
revirtieron los avances de la Revolución. La decepción respecto de un proceso
que había entusiasmado a miles de militantes a nivel global y que llegaba a su
fin parecía ser una prueba más de que, en América Latina, la década de los 80 había
sido una década perdida.
Sin embargo, a partir del
retorno del Frente Sandinista de Liberación Nacional (fsln) al poder en el año 2006, y sobre todo en la última
década, nos encontramos con una revitalización del campo de estudios sobre la
Revolución Sandinista. Los nuevos trabajos introdujeron perspectivas novedosas,
atendiendo así tanto a su desarrollo local como a su impacto transnacional. Es
dentro de esta última perspectiva que podemos incluir al libro Nicaragua
must survive, donde la historiadora neerlandesa Eline Van Ommen se propone
realizar un aporte a la historiografía sobre la Revolución Sandinista
enfocándose en los vínculos que el fsln
estableció con Europa Occidental.
Los conceptos de
“transnacional” –que aquí es usado para dilucidar las estrategias que el fsln tomó con organizaciones no
estatales– y de “diplomacia” –utilizado para el análisis de las relaciones del
gobierno sandinista con los Estados y funcionarios europeos– son claves en la
construcción de este libro (p. 15). Es a partir de ellos que la autora inscribe
su trabajo en dos enfoques ciertamente prolíficos dentro de la historiografía
de la Revolución Sandinista. Por un lado, Nicaragua must survive forma
parte de la abundante literatura sobre los movimientos de solidaridad internacional
que surgieron a partir del triunfo del fsln
en el año 1979; pero, por el otro lado, al abordar las relaciones diplomáticas
que estableció el gobierno revolucionario, el libro de Van Ommen no solo
dialoga con otro de reciente aparición, como La última revolución, del
mexicano Sánchez Natera1
–donde el autor examina los vínculos entre el fsln
y los gobiernos de México, Venezuela, Panamá, Costa Rica y Cuba–, sino que se
complementa con él al trabajar, en el contexto de la Guerra Fría, la diplomacia
sandinista en otros espacios.
De esta manera, a partir
de un corpus de fuentes variado que incluye entrevistas realizadas a militantes
y diplomáticos, memorias personales, colecciones privadas, revistas, periódicos
y fuentes diplomáticas de los países trabajados, Van Ommen se propone realizar
una serie de contribuciones entre las que podemos destacar, en principio, dos.
En primer lugar, Nicaragua must survive busca salirse de una narrativa
ciertamente hegemónica que describe la relación del fsln con el mundo –aquí podemos incluir desde los vínculos
con los movimientos de solidaridad como con el resto de los Estados– dentro de
una narrativa de “David y Goliat” (p. 6), al rescatar las diversas estrategias
que ejecutó para usar el contexto internacional a su favor. Lo que nos lleva a
la segunda contribución: Van Ommen realiza un aporte indispensable para
comprender la actividad de los actores del tercer mundo en el contexto de la
Guerra Fría y, específicamente, para complejizar el rol que tuvo América Latina
en su desarrollo. Como describirá a lo largo del libro, los sandinistas, lejos
de ser víctimas pasivas de su contexto, llevaron a cabo diversas estrategias
para conseguir el financiamiento y la colaboración de los países europeos. La
hipótesis central del trabajo es, de tal manera, que Europa occidental estaba
en el corazón de la diplomacia sandinista porque, en última instancia, eran los
países que integraban la Comunidad Europea los que podían, no solo ofrecer
ayuda financiera, sino contrarrestar y limitar el accionar de Estados Unidos en
Nicaragua. Para esto, el fsln se
valió de la atmósfera reinante en la Guerra Fría, enfatizando en las
causalidades internas de la Revolución y negando los posibles vínculos que
pudieran existir con la Unión Soviética. Aún más, como muestra la autora, los
sandinistas procurarán limitar sus relaciones con el bloque comunista,
mostrándose como un movimiento no alineado.
El relato que conforma Nicaragua
must survive está realizado de forma cronológica: comienza en los momentos
previos a la Revolución y acaba en 1990, cuando esta llega a su fin tras la
victoria de Barrios de Chamorro en las elecciones de ese año. A lo largo de los
seis capítulos que conforman el libro, Van Ommen realizará un minucioso
análisis de la política externa del fsln.
El principal valor de la obra quizás sea la forma en la que esta política
diplomática es puesta constantemente en tensión con los propios problemas
domésticos que enfrentaron los sandinistas en cada paso de su gobierno, y por
las variaciones de una política exterior estadounidense que fue desde cierta
inconsistencia durante el gobierno de Carter a la agresión directa durante el
de Reagan. Todo esto con la Guerra Fría como telón de fondo. Otro aspecto a
destacar del libro está vinculado al análisis de la no siempre armónica
relación que mantuvo el fsln con
los activistas de solidaridad europeos que, frecuentemente, sentían que no se
les prestaba la atención merecida.
En ese sentido, a través
de las páginas de Nicaragua must survive, Van Ommen nos ofrecerá un
relato que pivotea constantemente entre el escenario doméstico y el
internacional, con la diplomacia y la solidaridad como ejes transversales. Así,
ya en un primer momento se destacará la importancia de la conformación de una
red de militantes transnacionales a la hora de denunciar las violaciones a los
derechos humanos llevadas a cabo por Somoza y de mostrar la pluralidad y
legitimidad del fsln como
representante del pueblo nicaragüense. Si el miedo a otra Cuba era lo que
guiaba las decisiones de los gobiernos y los partidos europeos, los activistas
intentarán mostrar otra cara de la guerrilla, más plural que la cubana, en su
discurso.
La diplomacia, en ese
sentido, será clave tras la Revolución. Como señala Van Ommen en su conclusión,
si algo muestra el caso nicaragüense es que en los últimos años de la década
del 70 y durante la del 80, la Guerra Fría, lejos de llegar a su fin, aceleró
sus lógicas, sobre todo en América Latina (p. 223). En este sentido, el fsln debió hacer uso de su creatividad
diplomática para dejar en claro que la Revolución respondía a razones propias y
no a dinámicas de la Guerra Fría. Si antes de la Revolución los europeos temían
la irrupción de otra Cuba en el escenario latinoamericano, tras el triunfo se
enfrentarán ahora al constante temor de un acercamiento de Nicaragua al bloque
comunista. La estrategia inicial del fsln
en ese sentido fue la de enfocarse en los problemas humanitarios que afrontaba
su país, aprovechando la voluntad europea de ofrecer financiamiento bajo la
premisa de que, si ellos no lo hacían, lo haría la urss.
Los albores de la
Revolución, no obstante, no estuvieron libres de las tensiones que ofrecía la
Guerra Fría, y las voces del exterior que acusaban al fsln de ser marxista-leninista se hicieron sentir. Los años
que siguieron al triunfo de Ronald Reagan no harían más que profundizar esas
lógicas y romper cierto consenso existente sobre lo que estaba sucediendo en
Nicaragua. Es en ese contexto que el fsln
vuelve a poner el foco, principalmente, en la conformación de una red de
solidaridad internacional que tras el triunfo revolucionario había estado
desprovista de atención y financiamiento. El accionar de estos grupos a partir
de aquí será principalmente defensivo e incluirá estrategias específicas para
que la atención no se vaya de Nicaragua a otros países que estaban en crisis y
guerra, como El Salvador.
La estrategia
diplomática, por otro lado, estaría orientada a contrarrestar los posibles
efectos que la victoria de Reagan pudiera tener en Centroamérica. El gran
desafío en este momento fue el de evitar que la Revolución cayera en la
narrativa de la Guerra Fría. Para esto, los sandinistas intentaron demostrarle
constantemente a la Comunidad Europea que el abordaje de Reagan era erróneo y
que era necesario llevar a cabo políticas coordinadas hacia la región.
Van Ommen destacará, en
ese sentido, cómo la percepción internacional a partir de la emergencia del
ascenso de Reagan tendrá impactos concretos en la política doméstica
nicaragüense. Un caso paradigmático de esto es el de las elecciones del 1984
que, según la autora, respondieron a la necesidad del fsln de mostrarse democrático ante la comunidad
internacional. Otro, negativo, tendrá que ver con la reintroducción del estado
de emergencia a partir de la falta de respuesta europea al embargo que dictó
Estados Unidos tras el pedido de Nicaragua a la urss
de abastecimiento de petróleo. Para Van Ommen, esto pudo haberse debido
a cierta desilusión hacia la Comunidad Europea respecto de la falta de
soluciones que ofrecía a un gobierno sandinista que se había mostrado
predispuesto a realizar concesiones (p. 171).
Las sanciones dictadas
por Reagan también tuvieron su impacto en el activismo de solidaridad europeo,
que ahora estaría orientado a paliar los efectos del embargo. Con respecto a la
diplomacia, y tras el acercamiento a la urss,
existirá un esfuerzo constante, y poco fructífero, de mostrar a Nicaragua como
país no alineado. El resultado fue malo en ambos casos: cierto giro a la
derecha en los países europeos derivó en una falta total de confianza en el
gobierno sandinista; por el otro lado, los militantes decepcionados por la
apoliticidad de la campaña, dejaron de apoyar incondicionalmente al fsln y llevaron a cabo campañas más
personalizadas e independientes con el pueblo nicaragüense.
La declinación de las
lógicas de la Guerra Fría dio la estocada final a la Revolución en la arena
internacional. Con la decisión de Gorbachov de acercarse a Estados Unidos y
dejar de financiar a los países aliados del Caribe, los europeos ya no veían
razones para ayudar a un gobierno que siempre les había resultado incómodo. El fsln, en ese sentido, se vio forzado a
realizar más concesiones, siendo el llamado a las elecciones que dieron como
ganadora a Barrios de Chamorro la más grande de ellas.
Van Ommen concluye en su
último capítulo con algunas reflexiones interesantes respecto de la Guerra
Fría. Por un lado, Nicaragua ilustra la existencia de un conflicto que, lejos
de ser estrictamente bipolar, se destacó por su multipolaridad y multiplicidad
de actores con estrategias independientes de las grandes potencias. Por otro
lado, asoman en las últimas páginas algunas reflexiones respecto del declive
del movimiento de solidaridad internacional. Los activistas abandonaron la
solidaridad organizada priorizando experiencias más personalizadas, que los
involucrarán de una forma más directa. Como señala Van Ommen, nos encontramos
aquí con el triunfo de una sensibilidad neoliberal en la Europa de los años 80
(p. 179). En un contexto en el que cierto culto a la individualidad comenzaba a
ser hegemónico, los proyectos colectivos, revolucionarios y transformadores
parecían ya no contar con el mismo encanto que antes.
Gastón Mazzaferro
Universidad Nacional de San Martín / conicet
1 Gerardo Sánchez Nateras, La última revolución. La insurrección
sandinista y la Guerra Fría interamericana, México D.F., Secretaría de
Relaciones Exteriores, 2022.