Gabriel Entin,

En quête de république. Une histoire de la communauté politique en Amérique hispanique,

Rennes, Presses universitaires de Rennes, Des Amériques, 2025, 366 páginas.

A riesgo de volver a consagrarlo como el visionario que todo lo ha descubierto, recordemos esta temprana advertencia que lanzó Tulio Halperin Donghi en 1961: “Acaso en ninguna historia de ideas se entretejan tan tupidamente tradición y originalidad como en la del pensamiento político […] la originalidad […] está dada por el modo de utilizar esas ideas, por la estructura que con ellas se erige, por las consecuencias que de ellas se deducen, por las tendencias que expresan en lenguaje pulidamente racional. Todo eso, naturalmente, se pierde cuando de un autor se toman tan solo conceptos aislados de su contexto histórico e ideológico. Y para saber que efectivamente tales conceptos han sido tomados de ese autor no basta entonces con haberlos hallado en él: es necesario demostrar que eran conocidos por quien supuestamente los ha tomado a través de ese antecedente preciso y no de otro. Tanta cautela no ha sido por cierto la característica más notable de los estudiosos en busca de antecedentes españoles para la ideología revolucionaria”. Con este último reproche, Halperin dirigía sus dardos hacia la historiografía católica encarnada por Guillermo Furlong, pero ¿de dónde provino aquella puntual sugerencia sobre el apropiado uso de los conceptos –casi “performático” diríamos hoy– en recta sintonía con una historia de las ideas y, tras ella, del “pensamiento” político (y no de la “filosofía” ni de la “teoría” política)? ¿Estaría evocando aquel viejo llamado hegeliano a una “historia conceptual”? Difícilmente, salvo por alguna remota vía destilada en 1907 por el Benedetto Croce de Lo vivo y lo muerto en la filosofía de Hegel. Por otra parte, recordemos que hacía apenas cuatro años que J. G. A. Pocock había publicado su primera obra (1957) y siete que Reinhart Koselleck se había doctorado (1954). En cualquier caso, el plan metodológico del célebre diccionario Geschichtliche Grundbegriffe solo se publicaría en 1967. Otro impulso para esa reflexión conceptual sería imaginarlo en plena exploración de la obra de Richard Koebner quien, en 1953, había dado a conocer aquel gran artículo titulado “Semantics and historiography” o, tiempo antes, en 1929, su ensayo pionero sobre la historia del término locatio tan admirado por Marc Bloch. Por lo demás, descartemos por sus fechas los dos trabajos de Koebner traducidos al inglés y harto difundidos (Empire e Imperialism) puesto que datan de 1961 y 1964 respectivamente. Al otro ensayo de Koebner que Halperin sí pudo haberle echado un vistazo es “The concept of economic imperialism” (1949) que, posteriormente, en 1970, la editorial de la Fundación de Cultura Universitaria de Montevideo, perteneciente a la Universidad de la República, traduciría al castellano (la misma que, en junio de 1969, había invitado al propio Halperin para disertar sobre “Estudios latinoamericanos desde perspectiva norteamericana”).

Pero, en realidad, todos estos albures no son más que conjeturas basadas, como diría Randall Collins, en un principio de interacción ritual propio de un momento historiográfico con altos grados de experimentación. A fin de cuentas, tal vez debamos, simplemente, especular menos y profesar más una merecida fe en aquel sutil criterio que tenía Halperin para detectar rendijas epistemológicas allí donde casi nadie se arriesgaba a verlas, un criterio cuya sagacidad, si bien, como hemos visto, es notoria en aquel pasaje de Tradición política española e ideología revolucionaria de Mayo, alcanzará la cima once años después con Revolución y guerra (1972) y continuará en plena forma durante largo tiempo, seguirá siendo un producto social. Sea como fuere, en ese fragmento de 1961 Halperin arrojaba, como tantas otras veces, solo una severa invocación al rigor profesional y no necesariamente una minuta teórica de historia intelectual. No obstante, lo que quizá resulta aún más sugestivo es que, en aquella obra, su perspicacia no se agotaba con esa mirilla conceptual, sino que, a partir de ella, abría un camino inédito para repensar el modo en que la Revolución de Mayo había recreado la legitimidad del nuevo orden político. Tras objetivar su propia experiencia como súbditos de una corona con o contra la cual aquellos hombres tenían que levantar algún tipo de distancia institucional, la audacia de Halperin radicaba en sostener que esa construcción no había que buscarla por fuera de aquella experiencia, sino allí mismo, tanto en el interior de la relación que mantuvieron con la monarquía católica española durante trescientos años como en los modelos ideológicos ya traccionados desde el siglo xvii por el renacimiento del pensamiento escolástico. Para la historiografía argentina de los años 1960 (mayormente socioeconómica o bien como pertinaz continuum de la Nueva Escuela Histórica), el diseño de una frontera tan difusa entre “tradición y originalidad”, más propia de una historia de las ideas, solo podía leerse como una extrañeza o, peor aún, como una desinteligencia frente a la gran epopeya nacional. Halperin no solo transformaba a esos “prohombres” de Mayo en unos simples agentes temporales que debían reformular el pacto con el rey, sino que les adjudicaba, como ha señalado Elias Palti, una “torsión conceptual” mediante la cual secularizaron vagamente una escolástica en aras de gestar una comunidad política “republicana” en absoluto reñida con esa monarquía barroca del pasado: al demostrar una hipótesis tan inusitada (y tan indócil para las efemérides), Halperin virtualmente profanaba casi un siglo de rendidoras apostillas tal como las había forjado esa tradición de la mayor parte de sus colegas.1

No es de extrañar entonces que, aún en 2009, el propio Palti, al introducir una nueva edición de aquella obra, lamentase (casi en los mismos términos en que lo había hecho Halperin al prologar la reedición de 1985), no tanto la indiferencia hacia aquella premisa tan prosaica –que, después de todo, la obra de José Carlos Chiaramonte (entre 1982 y 1989) y, a escala regional, la de François-Xavier Guerra (1992) contribuirían a revalidar–sino la ausencia de una verdadera continuidad de investigación que expandiera en profundidad aquel largo período que precedió a 1810 allende la Revolución, la crisis de la monarquía borbónica o la cultura “laica y eclesiástica” del Virreinato del Río de la Plata. Aun así, y tal como ha indicado Marcela Ternavasio, en los últimos años y gracias a la exhumación de la perspectiva “atlántica” (aunque ya presente desde los años 1950 en Jacques Godechot y Robert Palmer, tal como la expusieron en el Congreso Internacional de Ciencias Históricas de Moscú para el caso de la Revolución francesa), el reexamen de aquella “implosión” monárquica se vio impulsado por tres nuevas operaciones historiográficas: una periodización más tardía para el impacto del proceso constitucional gaditano en el territorio controlado por Buenos Aires, un método basado en la historia conceptual que permitió precisar el uso y representación de los lenguajes en circulación y el impacto del “giro republicano” como alternativa al liberalismo en la formación de aquella nueva comunidad política.2 Con todo, cabe reconocer que buena parte de esos trabajos, pese al notable avance que han significado, continúan mirando hacia adelante bajo la inercia que impone el siglo xix o, a lo sumo, con un repliegue hacia y hasta el siglo xviii. En este sentido, el lamento de Elias Palti parecía forzado a seguir vigente.

Sin embargo, todo esto acaba de cambiar. Quien ha cosechado y trascendido, al cabo de más de medio siglo, todas aquellas pistas diseminadas por Halperin (las cuales, como ha señalado Jorge Myers, no siempre fueron reconocidas en su justeza por sus nuevos lectores), esas tres agendas de investigación que mencionaba Ternavasio y se ha remontado, como sugería Palti, al origen de los tiempos para dar con esa inveterada y lenta construcción de una idea de comunidad política republicana tal como decantó en el Río de la Plata a inicios del siglo xix, es Gabriel Entin, con una monumental obra-río titulada En quête de république. Une histoire de la communauté politique en Amérique hispanique. Tal como fue estructurada por el autor, estamos en presencia de una larga corriente cuyo curso, en su primera parte (“Los lenguajes de lo común”), lo conforman tres afluentes que exploran, en principio, los antecedentes de la categoría “republicanismo” desde Cicerón hasta el siglo xviii. Contamos allí con un cuantioso torrente de grados, apelativos y cualidades que rodean la historia semántica del concepto “república”, pero entrelazada y guiada por “lo común”, una categoría reticular creada por el autor y que representa una de las grandes contribuciones de la obra. De filiación rousseauniana, “lo común” es todo aquello que integra una res publica y que, a su vez, se ramifica en diferentes terminales conceptuales como ley, libertad, patria, ciudadano, legislador, virtud o religión, entre otras. Una vez trazada la pendiente erudita de esta primera historia conceptual, el autor nos adentra por el cauce de otros dos afluentes por donde regresa a la modernidad temprana. Allí se detiene en los modos en que la monarquía durante el siglo xvi se reinventó como “república cristiana” al tomar formas teológico-políticas y configurar la comunidad como cuerpo. Luego, nos lleva por la reconstrucción de los conflictos que, entre los siglos xvii y xviii, precipitaron el concepto de ciudadanía, y por las reformas borbónicas que incubarán un tipo de republicanismo cada vez más radical. En el curso medio de la obra (“Mutaciones de la república”), el autor analiza cómo la sedimentación de aquellos “lenguajes de lo común” asociados a la “república” impacta en Buenos Aires y el Río de la Plata tras las reformas borbónicas, las invasiones inglesas y la crisis monárquica a partir de lo que él mismo denomina “dimensión comunal de lo político” bajo los tres contornos que tomará la república (municipal, letrada y guerrera). En un segundo tramo, muestra cómo, bajo esta crisis, la representación “desincorporada” de la república cristiana permite objetivar el descubrimiento de “lo político” e inventa “lo común”. Finalmente, tras descender a la tercera parte (“El momento de la creación”), el autor analiza cómo se construyó una “república” sobre esa planicie durante la Revolución de Mayo a partir de los meandros que la Junta de Gobierno se dispuso a sortear: fabricar un cuerpo político, instalar un ideal educativo y esgrimir un enemigo. En el último capítulo, todo vierte en una nueva legitimidad política que recupera en espejo los sondeos de la primera y segunda partes y examina la emergencia de los dispositivos que cimentarán esa legitimidad, como la Constitución, las elecciones o la idea de una ciudadanía republicana.

Como se observa, pese a su doble rol de politólogo e historiador, Gabriel Entin ha evitado cualquier atajo que lo llevase a una nueva historia política de la América hispánica o, más puntualmente, ha preferido reinventar el camino que conduce hasta ella. En tal sentido, ha optado por reconstruir, con un notable pulso erudito, la larga duración de los empleos del concepto “república” como aquella “forma política” (y no como mera “forma de gobierno”) que, tras el colapso del imperio español en América y en menos de veinte años, sentó las bases múltiples y ambiguas de un lenguaje “de lo común” no sin antes elevarse hasta las primeras tentativas conceptuales en Occidente. Para trazar esa genealogía, el autor puso al servicio de una impresionante masa documental y bibliográfica al menos dos métodos: por un lado, una historia conceptual de corte koselleckiano y, por otro, una historia intelectual que admite la temporalidad del neohistoricismo de un Pocock o un Skinner, pero en combinación con la tradición histórica francesa de “lo político” en la línea de Claude Lefort y, sobre todo, de Pierre Rosanvallon: una aleación nada sencilla con la que logra, sobre todo, vencer con particular virtuosismo todas las resistencias epistemológicas que podrían socavar los enjeux de cada tradición cuando se las pone a jugar de forma mancomunada. A tal efecto, el autor ha reorganizado las permutas internas entre la detección de significados en diacronía y ha respetado la mutabilidad de los conceptos en su contexto histórico: una doble apuesta tras la cual no deja de resonar aquel equilibrio halperiniano entre “tradición y originalidad”, pero que el autor ha llevado bastante más lejos, en especial, al forjar nuevos conceptos para realidades complejas que no contaban con una nominación lo suficientemente precisa. De allí que Entin tampoco haya querido dar por supuesta ninguna carga semántica prefigurada para explicar la Revolución o la constitución de los Estados independientes a principios del siglo xix ni, claro está, asumir el concepto “república” como ya dado, sino rastrearlo tras una prolongada relación entre el rey, la religión y la monarquía mucho antes de aquella eclosión revolucionaria. Este tipo de narrativa, que nos permitimos denominar “intriga intelectual”, recuerda la observación de Edmund Wilson sobre Michelet: “regresar al pasado como si fuera presente y contemplar el mundo sin un conocimiento previo definido del aún no creado porvenir”. Pero también remite a la vertiente “literaria” que el autor ha querido darle a la obra en términos de polisemia conceptual y como puesta en abismo: en este sentido, la referencia borgiana de la conclusión no deja de sembrar esa presunción. Por otra parte, si bien Gabriel Entin ya es, desde hace más de una década, un notable referente en todo lo vinculado con la circulación de ideas y conceptos entre las revoluciones atlánticas y sobre la cual dan cuenta sus diversas publicaciones en libros y revistas nacionales y extranjeros, merece que nos detengamos un momento en su decisión de publicar esta investigación en otra lengua y bajo este título.

El gesto de presentar en francés esta verdadera suma de todas sus exploraciones no solo responde a su larga estadía de investigación en Francia, sino que también es análogo al gesto de Hilda Sabato cuando, en 2018, publicó originalmente en inglés Repúblicas del Nuevo Mundo: la necesidad de internacionalizar la profunda renovación de los debates historiográficos en América Latina e incorporarlos al conjunto de las discusiones que se realizan en otras áreas culturales cuyas lenguas son distintas del castellano. Como se sabe, una de las grandes deudas de la historia global y de muchas de sus secuelas atlánticas, conectadas y transnacionales, es la frecuente ausencia de la experiencia latinoamericana en igualdad de análisis (por no mencionar otras áreas igual de relegadas) respecto de las tradiciones europeas y norteamericanas. En este sentido, el esfuerzo del autor por trasladar al francés toda la complejidad conceptual de una nomenclatura esencialmente hispánica permite romper con la endogamia de cualquier historiografía nacional y, a su vez, contribuir a su potencia comparativa con territorios que cuentan con otra visibilidad epistemológica y académica. De hecho, Entin convierte esta necesidad en una de sus hipótesis: asumir las revoluciones hispánicas de principios del siglo xix como el cuarto “laboratorio republicano” junto a las revoluciones norteamericana, francesa y haitiana. Una proyección que también tiene mucho de halperiniana: desprovincializar el hecho histórico local y trasplantar los resultados de investigación a territorios cuya retórica es diferente de la propia. Por lo demás, recordemos que la vocación internacional de la obra de Entin tampoco se limita a Francia y a la Argentina, sino que también interviene en otras tradiciones intelectuales de la región.

Finalmente, vayamos al título de la obra. En quête de république dice más sobre la naturaleza del objeto de lo que realmente aparenta: Entin no pretende encontrar la” o “une république, sino que propone ir En quête de république. Por un lado, la ausencia de un artículo definido o indefinido para “república” carga sobre el sustantivo toda su cuota de indefinición, pluralidad e hibridez para su fortuna como concepto, el cual está en permanente construcción semántica a lo largo del tiempo y, por supuesto, de toda la obra. Por otro lado, al evitar el uso, por ejemplo, de un proustiano “À la recherche de” y preferir “En quête de”, Entin acentúa, no la búsqueda formal y concluyente en sí misma, sino el propio acto de buscar: quête (derivado del latín quæstio, indagatio) apunta a una acción que remite al arcaísmo francés quérir que significa buscar alguna cosa con el objetivo, luego, de llevarla consigo. Y tal es, exactamente, lo que el autor se propuso hacer aquí: cuestionar, indagar y buscar las diferentes modalidades conceptuales que atravesaron los conceptos de “república” y “republicanismo” para llevar consigo ese complejo acopio nada menos que desde la antigua Roma hasta las convulsionadas riberas del Río de la Plata al despuntar el siglo xix. Sin embargo, ahora, tras haber cumplido con aquella enorme misión de traducción al francés, tan solo resta que la obra regrese a casa, invierta su marca de alteridad y encuentre un editor en castellano.

Andrés G. Freijomil

Universidad Nacional de General Sarmiento / conicet

 

1 No obstante, la reseña de Tradición política española e ideología revolucionaria de Mayo firmada por el filósofo mendocino Dante O. Polimeni en la revista Cuyo (vol. I, Primera época, 1965) se mostró particularmente elogiosa. Al culminar, señalaba: “Se trata de un libro denso, apretado de ideas, no siempre expresadas con toda claridad, pero sin duda de un valor que le hace alcanzar categoría de trascendente en el ámbito del estudio del pensamiento argentino y en la búsqueda de sus influjos epocales”.

 

2 Véase Marcela Ternavasio, “Revolución e independencia en el Río de la Plata: agendas historiográficas in progress”, Araucaria, Año xxiv, nº 49, Sevilla, primer cuatrimestre de 2022.