Natalie Zemon Davis,
Ficción en los archivos. Relatos de perdón
y sus narradores en la Francia del siglo xvi,
traducción del inglés por Eugenia Gay,
Buenos Aires, Prometeo, 2024, 225 páginas.
La traducción de Fiction
in the Archives. Pardon
Tales and Their Tellers in Sixteenth Century France (Stanford University
Press, 1987) se suma tardía pero gratamente a la
biblioteca de libros clásicos de la historia cultural en castellano. Como bien
notan las autoras del estudio introductorio (Débora D’Antonio,
Valeria S. Pita y Cristiana Schettini), la primera
edición de la obra había tenido lugar en el contexto de la crisis disciplinar
lanzada desde el llamado “giro lingüístico”, desafío que Zemon
Davis convirtió en uno de los motores fundamentales de su producción
historiográfica. Casi cuarenta años después y a la luz de las penurias que
enfrentan la historia, las humanidades y las ciencias sociales (problemas de
confianza, valoración e, inseparable de ambos, financiación), esos tiempos de
crisis, contiendas u oportunidades epistémicas despiertan menos temores que
añoranzas. Pero más allá de esta diferencia contextual, el despliegue de un
método inteligente y sistemático para relevar fuentes e historiografía, en un
diálogo lúcido con la teoría literaria y la antropología, siguen ofreciendo en
esta obra un ejemplo encomiable de análisis histórico que encontrará nuevos
lectores y lecturas.
Ficción en los
archivos está dedicado al
análisis de las cartas de remisión producidas en Francia durante el siglo xvi, documentos firmados por los reyes
franceses en los que concedían perdón a homicidas (los “suplicantes”) que
solicitaban la misericordia regia. Para que el pedido prosperara, el crimen
debía ser perdonable bajo la ley francesa (fundamentalmente, no debía ser
premeditado) y se exigía de los suplicantes un relato sincero del crimen que
los secretarios reales ponían por escrito para presentar al monarca. Si el
perdón era concedido, debía, luego, ser ratificado ante los tribunales reales,
donde los suplicantes volvían a relatar el crimen ante jueces que podían
confrontar sus testimonios con las cartas y con otras informaciones y testigos.
Este fondo documental ya había sido utilizado (incluso por la propia Zemon Davis) para analizar problemas vinculados con el
conflicto social, pero, en el centro mismo de las discusiones que el giro
lingüístico había traído a la historia, la autora lo confrontó con nuevas
preguntas, relativas esta vez a lo que llamó “ficción”: las estrategias
narrativas desplegadas por los acusados para construir sus relatos de remisión.
Con este término, Zemon Davis no se refiere a las
imposturas que podrían albergar esos testimonios, sino a la acción de dar a los
eventos pasados la forma de una historia, de narrativizarlos.
Es quizá con esta definición que el texto revela con más claridad su marca de
origen. Zemon Davis justifica su elección en algunas
acepciones del verbo latino fingo –de
donde deriva la palabra– y en los estudios narratológicos contemporáneos de W.
J. T. Mitchell, Hayden White, Gérard Genette, Roland Barthes y Paul Ricœur, entre
otros. En efecto, fingo es un verbo en extremo
polisémico sobre el cual la autora realizó una operación de restricción
semántica: tomó las acepciones vinculadas con “hacer dando forma” o “moldear”,
dejando de lado aquellas ligadas a “inventar, falsificar” o “fingir y simular”.1
La operación resulta dudosa en la medida en que el sentido actual del término
ficción, ligado a lo fingido, la invención libre o a relatos imaginarios,2
ya se había cristalizado en el curso de la modernidad temprana: Sebastián de
Covarrubias definía “ficción” como “cosa fingida o compuesta por fábulas, o los
argumentos de las comedias, a fingiendo”.3 Ya en el mismo contexto de la
primera edición de Ficción en los archivos, Lawrence Stone (a quien va
dedicado el libro) juzgó que el uso de la noción mellaba el valor de la obra.4
En nuestros días, la
inadecuación del término persiste, y esto al menos por dos razones. Por un
lado, debido al creciente refinamiento de las herramientas de análisis
relativos a la condición textual de los documentos convertidos en fuentes históricas
y de la propia escritura histórica, aspectos en los que Zemon
Davis realizó importantes contribuciones. Por otro, a raíz de la superación del
contexto polémico en que el libro fue producido: el uso de la noción de ficción
pretendía ubicarlo en el marco de discusiones más amplias y situadas de la
época, entrelazándose con el propio derrotero de la autora como promotora y
asesora del filme Le Retour de Martin Guerre (1982) y como autora de una monografía dedicada
al caso (1983). Aun cuando la equiparación de cualidades literarias,
ficcionales y narrativas es problemática, lo cierto es que no afecta ni la
argumentación ni los resultados del programa de investigación planteado por Zemon Davis. En primer lugar, porque su diálogo con los
estudios literarios contemporáneos se estructuró a través de preguntas para
formular a las fuentes y no por la adopción de modelos explicativos o
determinantes. En segundo término, por el profundo y sistemático relevamiento
de fuentes que se despliega a cada paso de la exposición. Finalmente, debido al
aprovechamiento pleno de estudios previos que sostienen la argumentación,
aportando ejemplos, comparaciones o matices. Estos dos últimos puntos pueden
verse fácilmente en las profusas notas al pie, cuya ubicación –acertadísima
decisión editorial– facilita su apreciación.
Volviendo al contenido de
la obra, el objetivo principal del estudio es reconstruir la capacidad y los
estilos narrativos de las personas del siglo xvi
a través del estudio de las cartas de remisión y de los vínculos que
pueden establecerse entre estas y textos célebres de autores como François Rabelais, Margarita de Navarra, William Shakespeare o Bonaventure des Périers. Con
ello, la autora es capaz de ponderar lo que podríamos llamar “capital
narrativo”5
de la sociedad francesa del siglo xvi,
considerando retóricas de lo verosímil, valoraciones de los relatos y
variaciones de estilo según divisiones sociales y de género. El primer capítulo
del libro se titula “El tiempo de la narración”. Allí se describe el
procedimiento de solicitud de una carta de remisión, señalando las varias
instancias que debían sortear relato y suplicante. Todas ellas implicaban una
revisión del testimonio del homicidio cometido, donde la verosimilitud de lo
narrado era esencial para la obtención del perdón. A continuación, la autora
evalúa hasta qué punto las estrategias narrativas halladas en las cartas de
remisión deberían atribuirse a los notarios del rey o a los homicidas, salidos
de todos los estratos sociales de la sociedad francesa del momento. Esta es una
pregunta necesaria para establecer la representatividad de este fondo
documental respecto de las estrategias narrativas de los suplicantes, en especial
cuando eran campesinos, miembros de la plebe urbana, artesanos o comerciantes. Zemon Davis afirma que se trataba de documentos de autoría
colectiva, pero donde la voz de los suplicantes daba forma al testimonio. La
consideración de la existencia de distintos escenarios de narración populares (veillées, espacios laborales, tabernas e, incluso,
el acto de confesión) y la función político-social de los relatos de perdón (en
especial en relación con la construcción de la autoridad regia y el
establecimiento de la paz social) sostienen la apreciación de esa
preponderancia.
Los dos capítulos
restantes analizan el despliegue de estrategias narrativas en clave de género,
aunque el segundo “Hombres iracundos y defensa propia”, refiere rasgos comunes
entre las cartas de remisión de hombres y mujeres. Entre ellos se destaca la
profusión de detalles y descripciones vívidas, como un mecanismo privilegiado
para generar un “efecto de lo real” en sus relatos.6 En lo concerniente a las narrativas
de remisión de hombres, la ira (chaude
colle, la bilis ardiente) solía tener un lugar central como
explicación-justificación del crimen. En algunos casos, las referencias al
contexto ritual-festivo o histórico podían agregar otra capa de verosimilitud y
coherencia al relato. Por último, se destaca cómo la condición social del
suplicante solía estructurar sus relatos en términos de motivación, escenario,
arma homicida y víctima, incluso en los casos de adulterio que atravesaban todo
el conjunto social. En este capítulo, Zemon Davis se
formula una pregunta fundamental para evaluar el valor social de las narrativas
de perdón, fueran de hombres o de mujeres: ¿era suficiente o necesaria una
buena historia para obtener el perdón real en una sociedad de privilegio como
lo era la francesa en el siglo xvi?
Así como la autora encontró historias atrapantes, también halló otras que
carecían de esos méritos y que resultaron en el perdón real, en particular
cuando se trataba de personas cercanas a la corte. Estos últimos eran, no
obstante, casos “excepcionales” que darían testimonio, no de lo superfluo de
una historia de perdón bien construida, sino de la dinámica de una sociedad del
Antiguo Régimen respecto de la distribución de los favores reales. El análisis
del conjunto destaca, por lo demás, la necesidad de un relato verosímil y
coherente capaz de pasar con éxito distintas objeciones y que sirviera para
sostener el apoyo de la comunidad del suplicante, fuera la corte, su aldea,
taller o parroquia. Junto a ello, debía ajustarse al “juego del rey”, es decir,
al despliegue público de la autoridad real basada en la respuesta a la súplica.
El último capítulo, “El
derramamiento de sangre y la voz de la mujer” se concentra en las cartas de
remisión solicitadas por mujeres. Mucho más reducidas en número, más homogéneas
en edad y estatus social que sus pares hombres, las suplicantes no podían
aprovechar las explicaciones dadas habitualmente por ellos (como la ira o la
embriaguez). Debían por tanto apoyarse en la descripción minuciosa de los
eventos que llevaron al crimen, construyendo sus narraciones a partir de
elementos propios de su rol de género: la familia, el honor sexual y la
herencia, en situaciones más cotidianas que festivas y más hogareñas que
laborales. El análisis de relatos de asesinatos entre mujeres resulta en
especial interesante, ya que atribuye sus escasas cualidades narrativas a la
carencia de relatos modélicos que abordaran las peleas físicas entre mujeres
como un tema serio y no cómico.
La publicación en
castellano de Ficción en los archivos puede pensarse como un homenaje a
su autora a poco más de un año de su muerte. Pero sin duda lo es a una
historiografía que tomó lo mejor de los desafíos del giro lingüístico,
poniéndolos a trabajar en función de un programa plenamente historiográfico.
Esto dio como resultado un conocimiento más claro de la distribución de las
técnicas narrativas en la sociedad francesa del siglo xvi y la constatación de los vasos comunicantes que unían a
la baja y alta cultura en la puesta en escena de la autoridad regia. Además,
echó una luz temprana sobre la creciente ansiedad establecida en torno a lo
creíble, lo verosímil y su representación en la modernidad temprana,
preocupación que atravesaba faits divers, relatos de viaje a ultramar, reportes de
experimentos, producción de imágenes, obras literarias y pedidos de perdón,
entre otros géneros y campos. Por último, su indagación relativa al valor
cognitivo y explicativo de la narración, sea en relación con los testimonios del
pasado como con la propia escritura de la historia, sigue siendo de fundamental
importancia. Por todo ello, tener en nuestras manos Ficción en los archivos (además
editado en la complejísima coyuntura que atraviesa la Argentina) constituye una
fuente de alegría.
María Juliana Gandini
Escuela Interdisciplinaria de Altos Estudios Sociales / conicet / Universidad Nacional de Luján
1 Peter
Geoffrey William Glare (ed.), Oxford Latin Dictionary, Oxford, Oxford
University Press, 2da edición, 2012, pp. 770-771.
2 Véanse las definiciones de la rae,
el oed y
el Dictionnaire de l’Académie
française.
3 Sebastián de Covarrubias Orozco, Tesoro de la lengua
castellana, o española..., Madrid, Luis Sanchez Impressor del Rey N. S., 1611, f. 400v.
4 Natalie
Zemon Davis, “A life of learning. Charles Homer
Haskins Lecture for 1997”, American Council of Learned Societies, no
39, 1997, p. 21; “The Historian and Literary Uses”, Modern Language
Association, 2003, p. 25.
5 Stephen Greenblatt formuló el concepto
de “capital mimético” para englobar el “stock de imágenes, junto a los
medios para producirlas y hacerlas circular de acuerdo con las fuerzas del
mercado predominantes”, en Marvelous possessions. The wonder of the
New World, Chicago, University of Chicago Press, 1991, p. 6. El libro está dedicado a nuestra autora y
al poeta Robert Pinsky.
6 Roland
Barthes, “L’effet de réel”,
Communications, vol. 11, no 1, 1968, pp. 84-89.