Christophe de Voogd,

Dans le miroir de Johan Huizinga. Écrire et penser l’histoire au prisme de la France,

Bruselas, Brepols, 2024, 420 páginas.

La historia es la forma espiritual a través de la cual una cultura toma conciencia de su propio pasado”. Así definía Johan Huizinga la disciplina histórica en 1929, definición que, si decidiésemos traducir en clave presentista, diríamos que allí donde dice “espiritual” deberíamos pensar hoy en “intelectual”, y cuando apela al verbo “tomar conciencia” (o “caer en la cuenta”) podríamos asociarlo fácilmente con los actuales modos de “autopercepción” de una identidad. Sin embargo, una traducción de ese estilo traicionaría los dos planos decimonónicos de historicidad que aún definían su concepción historiográfica: por un lado, el legado diltheyano de las “ciencias del espíritu” –con todo lo que significa en términos de un saber histórico que reniega de la cientificidad positivista, pero no de la literatura–, y, por otro, la crisis de la civilización liberal que padecían los historiadores occidentales y cuyo clima de general decadencia no tardó en provocar una suerte de conciencia “europea” más allá de cada identidad nacional. Y tales son, precisamente, los dos ejes principales que, por lo general, ha seguido la recepción de su obra y en cuyo epicentro siempre ha estado El otoño de la Edad Media, publicado una década antes de aquel apotegma y, sin dudas, atravesado por ambos exordios.

Sin embargo, tras su muerte en 1945 y pese al reconocimiento que recibió de sus contemporáneos, los estudios sobre su obra han tenido una frecuencia intermitente y no han pasado del mero introito. Más allá de algunos textos dispersos de Jan Romein, Pontien Polman, Werner Kaegi o Lucien Febvre (entre pocos más), de la relativa visibilidad que tendrá su figura gracias a la circulación en inglés de las obras de Pieter Geyl y Karl Weintraub entre los años 1950 y 1960, y de la publicación de las actas de un congreso que tuvo lugar en Groninga en 1972 para celebrar el aniversario de su nacimiento (y del que participaron historiadores de Bélgica, Inglaterra, Francia, Alemania, los Países Bajos y Suiza con conferencias leídas y publicadas en sus respectivas lenguas), lo cierto es que seguía sin aparecer un verdadero estudio biográfico o historiográfico digno de tal nombre. Tres coyunturas fueron necesarias para que tal empresa se produjera. En principio, la publicación de sus obras completas entre 1948 y 1951 (Verzamelde Werken), de su correspondencia entre 1989 y 1991 y, posteriormente, el libre acceso de ambas a partir de 2019 en el estupendo sitio Huizinga Online, a cargo de la Universidad de Leiden. A este necesario marco material se añade, en segundo lugar, la profesionalización de la historia de la historiografía a partir de los años 1980 (con la consiguiente pérdida de pudor por parte de la corporación para incorporar las trayectorias individuales de los historiadores como objeto de estudio) y las alzadas posmodernas en favor del lenguaje, el relativismo cultural y la devaluación de la perspectiva internalista de la ciencia, variables harto sensibles a la historiografía cultural de Huizinga. Finalmente, el golpe de gracia lo daría, bajo el amparo del paradigma kuhneano, la emergencia de los neohistoricismos (Stephen Greenblatt, Carlo Ginzburg, Quentin Skinner), con autores que, pese a sus diferencias, confluían todos en recuperar las voces del pasado reduciendo al mínimo posible cualquier distorsión que impusiera el presente. Así es como llegamos a los años 1990 y al renacimiento de los estudios sobre Huizinga, aunque, por lo pronto, solo aún en lenguas neerlandesa y alemana.

Quien, de algún modo, preparó el terreno para un establecimiento definitivo de la figura de Johan Huizinga en el panteón del canon profesional fue Johan Tollebeek en 1990, con una obra sobre la escritura y la práctica de la historiografía en los Países Bajos desde 1860, que sigue siendo, aún hoy, prácticamente única en su género. De allí en más, comenzará la andadura reparadora tras una serie de promisorias investigaciones en neerlandés. En 1990, Wessel E. Krul, que intervino en la edición de las Verzamelde Werken, publicó un volumen con ocho ensayos biográficos donde asume su historiografía como una estabilidad contemplativa, cual vía de escape ante el aturdimiento de un mundo en pleno cambio. En una época en que la hermenéutica y el narrativismo marcaban el ritmo de varios debates historiográficos (animados, entre otros, por el neerlandés Frank Ankersmit), aparece la tesis doctoral de Mark Kuiper, publicada en 1993, cuyo objetivo es recuperar la idea de “significado” en la obra de Huizinga tras un enlace virtuoso entre la interpretación que fabrican los actores históricos (con hechos y palabras) y la estética historiográfica que busca representarlos. Algunos ecos de estas problemáticas también estarán presentes en la obra de Willem Otterspeer (2006), pero respecto de las relaciones entre ética y estética. En 1996, Léon Hanssen convierte a Huizinga en el paradigma de la crisis de la civilización, a partir de un trabajo que, a diferencia de los restantes, se inscribe en la historia de las ideas. Un año después, Anton van der Lem reconstruirá lo que dio en llamar la “biografía” de una obra que Huizinga publicó en 1941 como “boceto” sobre la civilización holandesa en el siglo xvii. Según Frank van Vree, con las investigaciones de los tres editores de la correspondencia (Krul, Hanssen y Van der Lem) nos encontramos ante una suerte de trilogía que, gracias a sus diferencias de método, logran cubrir aspectos teóricos, biográficos e intelectuales hasta entonces desatendidos. Lo que hasta aquí tenemos es, entonces, el desarrollo de una corriente historiográfica de estudios sobre Huizinga en neerlandés muy subsidiaria aún del establecimiento de su obra y de las disputas epistemológicas que selló el posmodernismo. Sin embargo, superada esta última moda, el acento “estético” se ha ido diluyendo paulatinamente, algo que la obra de Carla du Pree (2016) puso de manifiesto al releer su derrotero como intelectual público (publieke intellectueel).

Por fuera del ámbito nacional, el alemán Christoph Strupp, utilizando las Verzamelde Werken, pero también varios textos inéditos y dispersos, consigue abrir en 1999 un nuevo camino de lectura a través de dos aspectos cruciales en Huizinga: el continuum de su historia cultural y sus vínculos con la historiografía germana, sobre todo, en relación con figuras como Erich Auerbach, Aby Warburg o Karl Lamprecht, aspecto este último que será ampliamente profundizado por Christian Krumm (2011), pero en dirección opuesta, es decir, a partir de la forma en que la ciencia alemana recepcionó la obra, entre otros casos el del historiador filonazi Christoph Steding, que había considerado a Huizinga “enemigo del Reich”. En los últimos años, muchas de las investigaciones de origen neerlandés y alemán en curso suelen publicarse en inglés: ya se trate del dossier dirigido por Adam Bžoch en la revista World Literature Studies (2017) sobre la recepción de Huizinga en Europa central y oriental, la obra colectiva dirigida por Peter Arnade, Martha Howell y Anton van der Lem (2019) que vuelve a leer El otoño de la Edad Media a partir de estas nuevas líneas interpretativas, o el trabajo de Thor Rydin publicado por la Amsterdam University Press en 2023, todos buscan romper con la endogamia lingüística y favorecer la difusión científica global, si bien al precio, claro está, de capitular ante la retórica de un inglés estandarizado.

Llegados a este punto, el lector podría preguntarse qué lugar, tras este mapa, ha ocupado la historiografía francesa. Y lo cierto es que su intervención ha sido muy reciente y bastante marginal. De hecho, Dans le miroir de Johan Huizinga es el primer trabajo de largo aliento sobre su obra, escrito y pensado en y para el mundo francófono, publicado en Bruselas y producto de una tesis doctoral defendida en 2013 en la Universidad de Leiden bajo el título “Le miroir de la France: Johan Huizinga et les historiens français”. Con ese título, el historiador francés Christophe de Voogd, profesor en el Institut d’études politiques de París (Sciences Po) y antiguo director del Institut français des Pays-Bas, en Amsterdam, acude a una imagen especular utilizada por Huizinga con harta frecuencia: no solo “espejo” (spiegel) sino también “reflejo” (weerspiegeling) o “reflejarse” (zich spiegelen). Asimismo, fue la primera opción para titular El otoño de la Edad Media: “En el espejo de Jan van Eyck” (In de spiegel van Jan van Eyck). Pero De Voogd también apela explícitamente al empleo de François Hartog en El espejo de Heródoto (1980) para conjugar el doble efecto de representación entre el sujeto herodoteo que observa y el objeto resultante tras la comparación con el mundo escita, percepción que sería análoga a la que Huizinga practica con la historiografía francesa. Con esta referencia, De Voogd asegura la radicación de su obra en aquella tradición, un lugar que ya logró consolidar en 2003 con su Histoire des Pays-Bas des origines à nos jours. Recordemos, además, que Dans le miroir de Johan Huizinga cuenta con un solo precedente en esta área lingüística: L’Odeur du sang et des roses. Relire Johan Huizinga aujourd’hui, dirigida por Élodie Lecuppre-Desjardin en 2019 (donde De Voogd participaba con un primer avance de su investigación). Pese a la calidad de las contribuciones, esta obra colectiva será publicada por Presses universitaires du Septentrion de la Universidad de Lille, una editorial prestigiosa pero situada por fuera del centralismo parisino y, por ende, reducida en su visibilidad y circulación. Así pues, que las únicas dos obras propiamente científicas en francés sobre Huizinga sean tan cercanas y hayan sido publicadas en Lille (Villeneuve-d’Ascq) y en Bruselas dice mucho sobre los aplazamientos de su recepción en esta lengua.

Precisamente, el primer punto que indagará De Voogd corresponderá al lugar que Huizinga ocupó en el mundo intelectual francés. De allí las tres “paradojas” que la investigación le ha planteado: la franca asimetría con el mundo alemán (con cuya tradición Huizinga siempre se sintió mucho más identificado), el aire de mutua desconfianza que ha sobrevolado sus relaciones con Marc Bloch y con Lucien Febvre (apenas más estrechas con el segundo que con el primero) y las ambivalencias de su recepción general en Francia que cuenta, a su vez, con tres etapas: un período de profusas traducciones de obras y textos breves (1921-1955), un eclipse de visibilidad hasta 1975, y un tercer periodo que parte de ese año con la nueva traducción de El otoño de la Edad Media. Tres etapas que reproducen los cambios operados en la disciplina histórica por las tres generaciones de Annales y que no solo afectaron la fabricación de “objetos, enfoques y problemas”, sino que también administraron la recepción y traducción al francés de ciertas obras según se adecuaran o no a las necesidades epistemológicas de su proyecto historiográfico. En este y otros sentidos, Dans le miroir de Johan Huizinga es todo un prodigio de erudición historiográfica que Brepols contribuye a consolidar con una impecable factura editorial que no restringe la extensión de las notas al pie, no escatima en apéndices ni en sistematizaciones bibliográficas. Por su parte, se diría que De Voogd ha recuperado lo mejor de las casi tres décadas con que cuenta la tradición de estudios que acabamos de bosquejar, pero a partir de una auténtica historia total de Huizinga que incluye y trasciende el marco francés, puesto que también repara, sin apelar al género biográfico, en la intersección de múltiples contextos que afectaron su vida y su obra. A tal efecto, el autor acude a la premisa koselleckiana de la simultaneidad de los diferentes horizontes temporales que cohabitan en un mismo actor histórico mientras, a su vez, rehúye tanto el anacronismo presentista como el “historicismo reductor”. No cabe duda que De Voogd, en clara continuidad con la tradición francesa, evita afiliarse a una historia intelectual más clásica y, para lograrlo, segmenta la obra en tres partes bien diferenciadas, las articula de forma multiescalar y las dota de un marco teórico propio.

La primera de ellas, deudora de una sociología de las profesiones parcialmente inspirada en la obra de Pierre Bourdieu, pero también en una sociología de los historiadores tal como la practicó Pim den Boer (1987) siguiendo las huellas de Charles-Olivier Carbonell (1976), aborda la situación del contexto universitario neerlandés de fines del siglo xix y principios del xx, una época donde la profesionalización de la disciplina aún era un proyecto inacabado y donde Huizinga funciona como un estudio de caso. Con ese eje, allí explora tres historias: una historia social donde analiza las variables de su capital cultural desde sus orígenes hasta la consagración definitiva como “el hombre más famoso de Holanda”, una historia de las instituciones universitarias en cuyo seno emerge un homo academicus que debe hacer frente a un métier en crisis durante el período de entreguerras y, en fin, una historia política del “patriotismo” de Huizinga como historiador neerlandés, con todo lo que ello moviliza en términos de conciencia nacional, memoria histórica y cooperación internacional. La segunda parte acomete los meandros del mundo intelectual francés. Aquí De Voogd se convierte en historiador de la historiografía, un área en la que no es especialista, pero que maniobra con singular maestría. Tras un capítulo dedicado a los viajes, redes y versiones francesas de sus obras, el autor activa las dos imágenes especulares que Huizinga construyó de Francia a partir de su propia tradición intelectual: por un lado, mediante una interpretación nada complaciente de su historia (la cual, recordemos, siempre ocupó un lugar importante en su obra) a través del análisis de figuras o procesos (Luis XIV, Napoleón, Juana de Arco, la Edad Media, la Revolución francesa o Michelet) y, por otro, subrayando el enérgico combate que operó Huizinga contra el nacionalismo historiográfico francés, presa de una “galomanía desenfrenada” (sobre todo tras su lectura de Ernest Renan y Charles Seignobos), combate con el cual buscaba preservar la diferencia neerlandesa y promover el ideal europeo. En la tercera parte de la obra, De Voogd reduce la escala e interviene como teórico de la historia, atento a los métodos y técnicas comunes y contrapuestas empleadas por Huizinga bajo el prisma francés. Tras un estupendo capítulo enteramente consagrado al análisis del “boceto” sobre la civilización neerlandesa del siglo xvii, de 1941, (y parcialmente subsidiario del análisis de Van der Lem que señalamos más arriba), De Voogd elabora un “ensayo de epistemología comparada” entre Huizinga y los fundadores de Annales donde reevalúa los principales tópicos asociados: el pragmatismo histórico, las antinomias de la razón histórica, la cientificidad de la disciplina, la célebre “historia-problema” y el crucial “malentendido” entre dos conceptos clave que trasuntan ambas historiografías: “mentalidades” y “representaciones”. El último capítulo recupera aquellas nociones forjadas por Huizinga y gracias a las cuales se convirtió en un historiador digno de atención en las últimas décadas: la idea de aanschouwelijkheid (que De Voogd traduce como “la evidencia sensible de una imagen”), la distinción entre “forma” (como cambio histórico) y “función” (en tanto permanencia antropológica), la historia como “relato verdadero”, la imbricación entre “ética” y “nostalgia” y una nota final que permite comprender por qué se volvió una figura tan atractiva para el posmodernismo.

Este auténtico tour de force culmina con “diez tesis” sobre El otoño de la Edad Media donde de Voogd analiza el uso que Huizinga hizo de las fuentes que tuvo a mano junto con la coherencia retórica y la productividad interpretativa que arroja la obra, tres variables que toma de la célebre intervención sobre la Shoah de Hayden White, “El entramado histórico y el problema de la verdad” (1992). En los apéndices, se incluyen una cronología biobibliográfica de las relaciones de Huizinga con Francia, la traducción al francés de la advertencia original de 1919 para El otoño de la Edad Media, luego eliminada de las sucesivas ediciones pero también de aquellas traducciones (como la francesa y la castellana) que partieron de la edición alemana (1924), la que solo la reprodujo parcialmente. El autor también incorpora la traducción de la austera reseña que Huizinga escribió en 1925 para Los reyes taumaturgos de Marc Bloch, así como la que este último redactó para El otoño de la Edad Media, ambas de un gran valor documental para la historia de la historiografía. Cabría preguntarse, finalmente, si Johan Huizinga se ha convertido en un “clásico”, interrogante que De Voogd se plantea al principio de su obra e intenta responder hacia el final, un estatuto de perennidad intelectual que siempre parece depender de lo que cada tradición nacional (incluida la propia) haya elegido hacer con una figura y cuánto pueda redituar en aras de legitimar un pasado, real o imaginado. La respuesta, por supuesto, quedará en manos de los futuros lectores.

Andrés G. Freijomil

Universidad Nacional de General Sarmiento / conicet