Veinticinco años de un libro augural

Sobre Regueros de tinta, de Sylvia Saítta

 

Presentación

Emiliano Gastón Sánchez

Universidad Nacional de San Martín / conicet

 

En el 2023 se cumplieron 25 años de la publicación de Regueros de tinta. El diario Crítica en la década de 1920, de Sylvia Saítta, publicado originalmente en la colección Historia y Cultura que dirigía Luis Alberto Romero para la editorial Sudamericana. Sin lugar a dudas, Regueros de tinta se ha convertido en un clásico para los estudios de la prensa y la literatura en la Argentina. Ello se debe a su original y novedoso programa de investigación, que ha resistido muy bien el paso del tiempo y que, en cierta forma, anticipó algunos rasgos de una perspectiva historiográfica definida luego como la “historia cultural y literaria de la prensa”.

El libro ya había tenido un merecido reconocimiento (dentro y fuero de los claustros) cuando en el 2013, con motivo de los cien años de la fundación de Crítica (la tarde del 15 de septiembre de 1913), fue reeditado por Siglo XXI. No obstante, el simbolismo que rodeaba a las “bodas de plata” del libro nos convenció de que ameritaba organizar un encuentro de relecturas y también de homenaje a este trabajo y a su autora. La presentación, organizada por el Centro de Estudios Latinoamericanos (lich-eh) y el Centro de Estudios de Historia Política (epyg) de la Universidad de San Martín, tuvo lugar el 19 de octubre de 2023 en el edificio Volta.

El espíritu de ese panel tuvo dos grandes ejes. En primer lugar, pensar la actualidad del libro entre las y los investigadores más jóvenes del mundo de la prensa y la literatura. Es decir, analizar cómo fue y es leído Regueros de tinta por quienes no fueron sus contemporáneos, y pensar desde la perspectiva actual de los estudios sobre la prensa y la literatura qué zonas del libro tienen todavía algo para decir. Por ello, el panel propuso diversas claves de lectura: Martín Albornoz abordó la importancia atribuida por el vespertino a las noticias policiales y al mundo del crimen, mientras que Juan Buonuome reflexionó sobre la contribución de Regueros de tinta al estudio de la sociedad y la política en la Argentina de entreguerras. Por último, Pilar Cimadevilla analizó la importancia de este libro para las investigaciones sobre la literatura argentina a través de un diálogo con la obra posterior de Saítta: El escritor en el bosque de ladrillos, la celebrada biografía intelectual de Roberto Arlt.

En segundo lugar el encuentro se propuso también contrastar dos momentos muy diferentes en las investigaciones sobre la prensa periódica. Porque, vale la pena enfatizarlo, la investigación que sostiene Regueros de tinta fue hecha en un mundo analógico que ya no existe: apelando a fichas, grabadores y fotocopiadoras manuales o, dicho de otro modo, sin cámaras digitales ni archivos digitalizados para consultar. Esa forma de investigar plantea un interrogante a quienes hoy trabajamos el universo de la prensa periódica de una manera muy distinta y con la posibilidad de acceder a un volumen mucho mayor de materiales, tras el llamado “giro digital”. En este sentido, la intervención con la que Sylvia Saítta dio cierre al encuentro hilvana recuerdos y experiencias personales de esa etapa de su formación como investigadora, pero también plantea una serie de reflexiones, a la luz de su experiencia como directora del Archivo Histórico de Revistas Argentinas (ahira) sobre los efectos y desafíos que la digitalización masiva de publicaciones periódicas plantea hoy al campo de estudios sobre la historia de la prensa, el periodismo y la literatura. o

La mezcla perfecta: las noticias policiales como problema histórico

Martín Albornoz

conicet / Universidad Nacional de San Martín

 

A 25 años de su publicación, un primer efecto que produce la relectura de Regueros de tinta. El diario Crítica en la década de 1920, de Sylvia Saítta, es el de retrotraer a un momento prácticamente fundacional de los estudios sobre las ligazones y tensiones entre prensa, cultura y sociedad en Buenos Aires. Sobre eso nos informan tanto las citas y las referencias bibliográficas como la propia necesidad de justificar la importancia de estudiar un diario como Crítica en un contexto en el cual el libro de Ricardo Sidicaro sobre La Nación, aparecido en 1993, era una novedad y los estudios de Beatriz Sarlo todavía tenían una vibración de actualidad rupturista.1 En ese sentido, el libro posee su propia historicidad, exhibe las marcas de su época, así como también sus líneas de fuga. Por otra parte, si sus herramientas interpretativas provenían en gran medida de la crítica literaria, es indudable que su publicación propició un fructífero diálogo con la disciplina histórica al erigir a la prensa como un objeto de estudio en sí mismo y no solo, como había hecho la historiografía de forma mayoritaria, como un insumo más para estudiar diversos temas exteriores a ella.2

Pero el libro condensa otros pasados. El más evidente envuelve a su propio objeto. Página tras página se despliega la fulgurante década de 1920 de la cual, la imagen es recurrente, el diario sería una “caja de resonancia”. Crítica deviene un prisma para pensar ese mundo, pero poniendo el centro de gravedad del análisis en las dinámicas del diario, lo que permite recuperar una dimensión notablemente bien tramada: la actividad febril de los periodistas, desde el más encumbrado hasta al más ignoto de los redactores. De este modo, Regueros de tinta puede leerse como una historia social y cultural del periodismo “al ras del suelo”. Los tramos dedicados a la pesca de la noticia vinculada con el mundo del crimen son particularmente representativos, y definen una zona sucia y entreverada que los cronistas habitaban en la redacción del vespertino, pero también en las calles de la ciudad, en tensa interacción con agentes de policía, jueces, políticos, otros periodistas, delincuentes de todo pelaje, desesperados y desesperadas, presos y lectores. El realce de esas figuras, y sus vínculos recíprocos, ofrece combinaciones de personajes urbanos sumamente atractivos. Por ejemplo, los suicidas lectores de Crítica que devinieron escritores al anunciar las razones de su final voluntario en el diario antes que a su familia y, por supuesto, la puesta en página de ese extraño privilegio. De esta manera, la construcción de la noticia y del invento informativo verosímil nos sitúan en un mundo de significados y tensiones que preocupaciones históricas más delineadas, como la política o la conflictividad social, dejaron afuera. El libro habita esa confusión volviéndola inteligible, sin alisar ninguno de sus pliegues.

Si la década de 1920 está en el centro de las preocupaciones y problemas, Regueros de tinta propicia otro movimiento retrospectivo. Para quien, como es mi caso, recortó sus intereses históricos en el estudio de narrativas del delito a finales del siglo xix y comienzos del xx, la lectura del capítulo “Por el mundo del crimen” es, todavía hoy, una fuente de inspiración para comprender la carga histórica y la hibridez de ciertos tópicos fuertemente instalados en la cultura porteña. Por ejemplo, y estrictamente relacionado con las interpretaciones del delito, el asunto de la “vanidad criminal”, sobre la que ya había llamado la atención José Ingenieros en su revista Archivos de Psiquiatría y Criminología en 1907.3 Según esta perspectiva, cualquier pobre diablo poseído por el espíritu de Eróstrato buscaba una forma de inmortalidad a través de sus crímenes, propósito que encontraba en las páginas de la prensa su expresión final. Es imposible no conectar la burla de Ingenieros frente a ese deseo de celebridad, con las referencias a Roberto Arlt, que recordaba, en una de sus Aguafuertes, sus inicios como reportero policial en Crítica y el enorme grado de disposición de ciertas personas para dejarse retratar y así aparecer en el diario. El más memorable, “un señor que se volvía loco para dar publicidad y a los cuatro vientos, la noticia de que su esposa se había fugado con un vecino”.4

Entre José Ingenieros y Roberto Arlt mediaba un mundo de referencias y sin embargo las mutuas resonancias, en parte, se vuelven perceptibles gracias a la lectura del libro de Saítta. En un juego constante de continuidad y ruptura emerge así toda una zona, de gran despliegue en la década del 1920, en la cual los motivos propios de la criminología parecían estar en boca de todos y no solo, como había sido estudiado por la historiografía, monopolizados por expertos y médicos pertenecientes a las agencias estatales. Sin proponérselo abiertamente, Regueros de tinta echa luz sobre el enorme rédito periodístico y popular que tuvieron la vulgata criminológica, la grafología o la fisiognomía más allá de los estrechos muros de la cátedra universitaria o de los centros de observación de alienados.

A su vez, la lectura nos coloca en una estación exasperada en la historia de lo que, en un artículo también publicado en Archivos de Psiquiatría de Ingenieros, se identificó con el entusiasmo de “la psicología popular ante los crímenes llamativos”.5 En Crítica es explícita esa voluntad de afectar la psicología popular, y tan fuerte la vocación por explotar el placer del lector por los detalles escabrosos que la harían merecedora del denuesto de sus detractores. Sin embargo, mucho más importante es la manera en la que Sylvia Saítta reinstala, como objeto de interés histórico relevante, algo que fue evidente para la gente del pasado y no tanto para los historiadores: la enorme pregnancia y el atractivo social y cultural que tenía la crónica policial. Para demostrarlo, Regueros de tinta reconstruye un universo textual que formó parte sustancial de la realidad leída de miles de personas. De este modo, es posible afirmar que la escritura sobre temas policiales (y su lectura) estaba irremediablemente incrustada en las realidades de antaño y que vista desde hoy es una vía particularmente rica de acceso al pasado. De paso, se introduce una relectura problemática de la vieja y exitosa interpretación de Roland Barthes según la cual lo propio de los faitsdivers y de la crónica roja es su ausencia de historicidad.6

Teniendo en cuenta esas coordenadas Regueros de tinta, todavía hoy, funciona perfectamente como un modelo de selección y de trabajo atento de fuentes. Por momentos, pareciera que el lector puede mirar por encima de los hombros de esos cronistas logrando entrever las aristas más corrosivas de una sociedad conflictiva e inarmónica. La manera en la que estos asuntos son planteados en el libro abre una cantera inagotable de reflexión histórica. Los modos de pensar y transitar la ciudad, la inmersión e invención de los bajos fondos y “la mala vida”, sobre la cual, como problema histórico, existía solamente un pionero ensayo de Leandro Gutiérrez de 1983.7 También la construcción mítica del heroísmo periodístico que con tanta eficacia sobreexplotaba Crítica, y la propia sonoridad de la ciudad. Sobre este punto, el libro trae a colación ejemplos reveladores para escuchar la musicalidad del pasado. Por ejemplo, el caso de una mujer descuartizada en 1929 cuya crónica Crítica decidió publicar como un romance policial para ser cantado con La pulpera de Santa Lucía, o cuando un cronista se obsesiona con descubrir la historia real detrás del tango La milonguita.

Así el libro construye una suerte de mezcla perfecta donde lo policial permite recuperar la confusión de la vida urbana porteña de los 20, a partir de la cual —de forma espectacular pero también piadosa— los diarios se hacen eco de una experiencia social y cultural donde la indeterminación y la fragilidad son la materia misma de la historia, lo que lleva a preguntarse sobre qué fue lo verdaderamente importante para las personas del pasado. El propio libro insinúa una respuesta al desdibujar las jerarquías temáticas, algo que solo un diario como Crítica podía permitirse con semejante libertad. Allí se encuentran “la verdadera milonguita”, la figura de Natalio Botana, el golpe de 1930, el creciente interés por los espectáculos deportivos, el suicida exhibicionista, la forja de mitos periodísticos, los éxitos y fracasos comerciales, los atentados anarquistas, la brutalización de la política, las torturas a presos políticos, entre otras tantas cosas.

Para lograr ese efecto de perfecta confusión (y que aún resulte tan eficaz), había que tramar la escritura del libro de un modo especial en conexión directa con un modo sensible de leer distintos tipos de crónicas, en este caso policiales, atendiendo a sus texturas peculiares. Reaparece, entonces, un problema que no por olvidado deja de existir: la relación entre narrativa e historia. Sobre este asunto hay en el libro una enorme cantidad de pistas para pensar cómo lo real y lo ficcional en la documentación no puede distinguirse. En este punto, al describir el quehacer del cronista policial, en la propia escritura de Saítta resuena en parte lo que los historiadores hacen con los pocos elementos que tienen a su disposición.

Así se me representó una figura: la del historiador como cronista policial, que podría sumarse al linaje de comparaciones del oficio de historiador con el inquisidor, el juez y el policía. Teniendo en cuenta esa analogía posible, hay un fragmento clave y que, por otra parte, se relaciona con la delicadeza de Saítta para leer los documentos. La sensibilidad extrema para detenerse en textos que miradas más distraídas colocarían en un segundo lugar. Esto, uno podría pensar, ya estaría contenido en la decisión de estudiar un diario como Crítica, pero es notable como pista para problematizar la propia narratividad histórica:

En esta inestabilidad del formato narrativo del delito, el cruce con la ficción es permanente, pues cada caso policial es también la construcción de un caso hipotético: a la pregunta de cómo contar aquello que, por falta de datos, es preciso imaginar para encontrar las causas y los culpables de los crímenes ocurridos, el cronista recurre a hipótesis que rodeen el caso e intenten solucionarlo. Así, construye con versiones propias, versiones de otros diarios o versiones de la policía, los capítulos de una verdadera novela. Como señala Gramsci, la crónica policial se redacta como una inacabable Mil y una noches que se concibe con rasgos de novelas por entregas. Existe la misma variedad de esquemas sentimentales y de motivos: la tragedia, el drama frenético, la intriga ingeniosa e inteligente, la farsa.8

 

Completar lo que falta, hipotetizar sobre causas que en el fondo se ignoran, suturar mediante la escritura, detectar las figuras de discurso y alimentarlas, reconocer la inexorable realidad de la repetición, pero también del pequeño desvío, son tareas propias de la crónica policial y también de la historia. Esto me lleva a una última evocación relacionada con una vieja recomendación de Robert Darnton, en la que sostenía la importancia de las salas de redacción de las noticias policiales para la tarea del historiador. En una entrevista con Jeremy Adelman, aparecida en la revista Entrepasados, Darnton afirmaba: “sería deseable que los historiadores pasaran un tiempo trabajando en la jefatura de policía como reporteros. Les daría experiencia de primera mano y les permitiría conocer gente común que da sentido a los sucesos a medida que se producen”.9 No pudiendo ya a esta altura de mi vida trabajar de reportero policial, gracias a Regueros de tinta se recorre la redacción de Crítica obteniendo pistas, ideas y capas de sentido que sin duda hacen que uno pueda pensar mejor la historia. o

 

1 Véase Ricardo Sidicaro, La política mirada desde arriba. Las ideas del diario La Nación, 1909-1989, Buenos Aires Sudamericana, 1993. La bibliografía del libro de Saítta constituye un interesante documento para calibrar tanto el estado de los estudios sobre la prensa en la década de 1990, como la novedad que implicó Regueros de tinta. Con pocas excepciones, la enorme mayoría de los trabajos referidos no provenían de ámbitos académicos y habían sido escritos con anterioridad.

 

2 Como un testimonio de ese diálogo con la historia, puede mencionarse la publicación, en 1992, de un artículo de Saítta sobre el diario Crítica en 1930 en la revista Entrepasados. Véase: Sylvia Saítta, “Crítica en los años ‘30: entre la conspiración y el exilio”, Entrepasados. Revista de Historia, Año II, n° 2, principios de 1992.

 

3 José Ingenieros, “La vanidad criminal”, Archivos de Psiquiatría y Criminología Aplicadas a las Ciencias Afines, Año VI, 1907.

 

4 Roberto Arlt, “Manía fotográfica”, en Obras. Tomo II: Aguafuertes, Buenos Aires, Losada, 1998, p. 427.

 

5 Pedro Dorado, “La psicología popular ante los crímenes llamativos”, Archivos de Psiquiatría y Criminología Aplicadas a las Ciencias Afines, Año II, n° 1, enero de 1903.

 

6 Prácticamente en la misma época, Dominique Kalifa realizaba un mismo movimiento crítico al tomar distancia del estructuralismo de Roland Barthes. Véase: Dominique Kalifa, L’encre et le sang. Récits de crimes et société à la Belle Époque, París, Fayard, 1995.

 

7 Leandro Gutiérrez, “La mala vida”, en J. L. Romero y L. A. Romero, Buenos Aires. Historia de cuatro siglos II, Buenos Aires, Editorial Abril, 1983.

 

8 Sylvia Saítta, Regueros de tinta. El diario Crítica en la década de 1920, Buenos Aires, Sudamericana, 1998, p. 198.

 

9 Robert Darnton, “Simplemente amo la historia”, Entrepasados. Revista de Historia, Año V, n° 10, principios de 1996, p. 122.