La máquina bifronte*

Mauro Vallejos

conicet / Universidad de Buenos Aires

 

 

Tenga presente cuánto desagrado me produce el ser objeto de una ‘celebración’”, le advirtió Freud a uno de sus alumnos luego de que este hubiera aceptado participar de un homenaje por el octogésimo cumpleaños del creador del psicoanálisis.1 Los escenarios son muy distintos, y las figuras otro tanto. Repitiendo el candor y la inocencia de aquel discípulo, y aun a sabiendas de que, como viejo freudiano, Hugo Vezzetti mira de reojo estos gestos, acepté “con inmenso placer” la invitación y el desafío de trazar, en el espacio de unas pocas páginas, una semblanza tentativa de sus aportes más sustanciales a ese terreno que, en afán de simplificación y con un mote que peca de mal gusto, llamamos la historia psi.

A través de una obra que despliega su máximo potencial en las décadas del 80 y del 90, Vezzetti puso en pie los cimientos de tres agendas de investigación que poco a poco exhibieron sus interconexiones. Allí donde no había prácticamente nada, él fundó y sistematizó los estudios históricos de la psicología, de la psiquiatría y del psicoanálisis.

Una mirada rápida podría buscar en las propias contribuciones de Vezzetti la clave para explicar esa inédita capacidad fundacional. No ha de extrañar que en una ciudad donde, por un lado, se produjo una temprana profesionalización de la psiquiatría, una igual de prematura consolidación del saber psicológico y una muy rápida acogida del vocabulario freudiano; y por otro, donde aconteció, bien desde el comienzo y no sin cortocircuitos, una amalgama algo teratológica de esas tres disciplinas, no podría sorprender, entonces, que en un contexto así haya irrumpido una obra capaz de ensayar, sin demasiados titubeos, una historización de esas tres zonas.

Ahora bien, cabe abrigar serias dudas respecto de un diagnóstico así planteado. Para empezar, ese enraizamiento, esa localización del ímpetu intelectual de Vezzetti corre el riesgo de aproximarlo demasiado a un peligro advertido muy tempranamente por el autor, esto es, el de buscar en el relato histórico una mera “función legitimadora”, que rastrea en el pasado las anticipaciones de una identidad dada por segura.2 En claro rechazo a una narración histórica que garantizara la bondad de lo mismo, Vezzetti ubicó su empresa, desde el inicio, en el “terreno de ese ‘conocimiento desinteresado’ que caracteriza al saber histórico”.3

Ahora bien, esa apuesta por lo desinteresado se mixturó con un posicionamiento no menos decidido respecto de un diagnóstico acerca de la situación crítica del saber psi en la Argentina tras el fin de la dictadura. Lo que hizo las veces de impulso seminal de esa pesquisa triplemente fundacional puede ser aprehendido en aquello que, en términos freudianos, hemos de nominar como una insistencia sintomática que se perfila en varios escritos tempranos del autor, aparecidos en Punto de Vista durante la década del 80.4 Merced a interrogantes dispares, lo que se reitera, a modo de retorno de algo no resuelto, es la constatación de una pérdida, de un quiebre, casi de una renuncia: el psicoanálisis afincado en Buenos Aires tras el retorno de la democracia habría tirado por la borda, para insistente lamento de nuestro autor, su propensión a participar del debate intelectual; y habría producido en sus actores un corrimiento ostensible, a partir del cual el psicoanalista dejó de ser “un intelectual insertado en un medio cultural y político”.5

Si bien esa suerte de desazón fue esgrimida y ampliada en momentos en que la obra de Vezzetti se desplazaba desde el terreno de la historia de la locura hacia la historia cultural del psicoanálisis, tanto su insistencia como la datación temprana de su primera irrupción alientan la posibilidad de ver en aquella empresa historiadora una máquina bifronte, que al tiempo que producía el saldo de ese saber riguroso y desinteresado no escondía su pretensión de utilizar estratégicamente el tamiz histórico para reintroducir en el campo psi los desafíos de un debate intelectual desafortunadamente descartado.

El carácter dispar de la intervención de Vezzetti reside no solamente en la forja de una obra que sin decir agua va dejó asentados los lineamientos fundamentales de tres carriles de indagación histórica, sino también en el talante desbordante que le imprimió. Vezzetti fundó una historia del dispositivo psiquiátrico que jamás fue una historia interna de la psiquiatría, sino más bien una captación de su imbricación estratégica. Lo mismo para la psicología: el derrotero institucional de esa ciencia, de sus laboratorios, de sus sociedades o revistas, fue recolocado en una urdimbre más exigente, donde la criminología o la exégesis de los males sociales emergían como los puntos rectores a desentrañar. En lo que respecta al psicoanálisis, es casi innecesario recordar hasta qué punto lo que Vezzetti hizo con su historia nada tiene que ver con la biografía de sus asociaciones o adherentes, sino que sus análisis ayudaron a elaborar visiones innovadoras sobre la vida letrada o la modernización cultural de los primeros dos tercios del siglo xx.

1. Táctica y segregación

Con la publicación de La locura en la Argentina, en 1983, Vezzetti hizo mucho más que colocar el primer ladrillo de un largo proyecto sobre la historia de la psiquiatría y la psicología: se plegó asimismo a un movimiento más amplio de renovación en el terreno de la historiografía local, mostrando en este caso la potencialidad de una singular apropiación de los escritos de Michel Foucault. No hay “un centro estable del análisis; no hay un núcleo esencial desde el cual el dispositivo de la locura se haga transparente”, afirma a modo de justificación de una maquinaria analítica que cambia de horizonte a cada momento, con cortes oblicuos que amenazan con desorientar al lector incauto.6 La multiplicidad de estratos no quiere decir allí desorden ni falta de jerarquía. Todo lo contrario, la reconstrucción del dispositivo psiquiátrico sigue los pasos de una serie acotada de axiomas, que reconducen a la problemática del control social y la segregación de los sectores subalternos: “Pero si esa renovada función médica viene así a sacralizar una distancia imborrable respecto de la razón […] es a partir de un espacio creado, antes que nada, como resultado de necesidades de ordenamiento social y administrativo. Y desde ese origen, ese espacio de internamiento aparece condenado a reproducir las fracturas y las barreras del campo social”.7

Por debajo de todos sus tecnicismos y pretensiones humanitarias o cientificistas, la psiquiatría es percibida por Vezzetti como un enclave táctico de una estrategia versátil que se pretende civilizatoria, y que ensayará en su despliegue distintos intentos de figuración de esa otredad a excluir y cuidar. El salvaje, el ocioso, el inmigrante, el perverso, se recortan así como rostros enquistados de una máquina representacional que encuentra en la criminología, la psicología y la literatura sus focos de enunciación segregante.

La psiquiatría no debe ser colocada, por ende, en la estela de una historia de la medicina científica, sino en el tablado de una agenda ligada a la conflictividad social y el afán civilizador de las élites. Su partenaire más conspicuo, su compañero de ruta, casi su figura tutelar, no es la filosofía, ni la moral de las pasiones, y mucho menos un evangelio del trabajo. Esas son meras figuraciones o racionalizaciones del verdadero molde en que se construye la acción psiquiátrica, que es el higienismo, entendido como el dispositivo práctico y teórico de reforma social que, por un lado, no deja esfera humana por fuera de sus alcances, y que, por otro, propende a una administración técnica y redituable de una masa humana percibida como peligrosa y en peligro.

A esa inscripción estratégica de la psiquiatría dentro del higienismo, Vezzetti agrega aclaraciones que reenvían a lenguajes que ya no estarán tan presentes en su obra. Y ello tiene que ver con la colocación de esa matriz de control al servicio de intereses de clase o de marcos regulatorios de índole política. “Con el higienismo la burguesía encuentra las condiciones para erigir una nueva figura del reformador social, ungido por la ciencia y los ideales filantrópicos”, dice al comienzo de la obra, para luego añadir que con ello “se realimenta esa descalificación de las masas que es inaugural en la conformación liberal de la nación”.8

Así, todo cuanto dicen los psiquiatras acerca de la locura, todo cuanto hacen dentro del asilo, no hace más que refractar, traducir o amplificar exigencias de un ideario a fin de cuentas político. “En ese molde, vendrán a vaciarse discursos y ciertos personajes médicos, y la función médico moral quedará en parte sancionada como la continuación de la política por otros medios”.9 A nivel ya teórico más que práctico, las disquisiciones psiquiátricas acerca de la potencialidad enloquecedora de la ciudad, la peligrosidad de las masas, la prevalencia de la locura entre los inmigrantes, e incluso su adhesión al credo hereditario, fueron vistas, desde este prisma foucaultiano que no daba la espalda al lenguaje marxista como una transliteración o una caja de resonancia de inquietudes que las élites ilustradas canalizaban en la literatura naturalista, o que sustentaban los presupuestos de las agendas de los estamentos gubernamentales.

Alternando inquisiciones más apegadas a fuentes primarias con miradas sinópticas de largos tramos del pensamiento de fin de siglo, el libro dedica asimismo una particular atención a la inserción del tópico de la criminalidad en su cruce con la psiquiatría y el ordenamiento urbano. Por la significación que esa vertiente tendrá en lo inmediato en la trayectoria de Vezzetti, vale remarcar la hipótesis de que la psicología halló en esa confluencia las condiciones de posibilidad de su despliegue. La irrupción del “sujeto criminal” como entidad que se desprende, casi como un ectoplasma, del acto punible del delito, fue contemporánea de un incipiente desarrollo de la psicología, que hallará en Ingenieros su hacedor más locuaz.10

2. La recepción, sus límites y la cultura plebeya

A fines de los ochenta, mediante un giro sin retorno, se observan diversas mutaciones en los trabajos del autor. Por un lado, la historia del psicoanálisis se perfila como su nuevo terreno de especialización, con lo cual se produce un natural corrimiento del arco cronológico de su pesquisa hacia los primeros dos tercios del siglo xx. Por otro lado, se altera sustancialmente el arsenal interpretativo y la naturaleza del objeto de indagación. Sin poner de por medio ninguna autocrítica o renegación de las tesis más contestatarias de su buceo por la historia de la psiquiatría, Vezzetti asume un giro de 180 grados y reinscribe su esfuerzo analítico bajo nuevos sintagmas que hasta entonces no habían aparecido en su vocabulario personal: recepción, operaciones de lectura, implantación son los nuevos componentes de su glosario inquisitivo.

En su nueva arena de batalla intelectual, Vezzetti se mueve como pez en el agua. En esas páginas —pienso sobre todo en su clásico Freud en Buenos Aires, de 1989— el nombre del creador del psicoanálisis se transforma en una suerte de maná que circula por las manos de heterogéneos actores sociales —psiquiatras desencantados con el alienismo, intelectuales marxistas con alergia a las modas, proto-psicólogos hartos de positivismo de laboratorio, escritores permeables a una nueva sensibilidad—, que o bien rechazan las novedades del inconsciente y la sexualidad, o bien optan por tomar de allí lo poco que les conviene.

Una erudición pasmosa, y sobre todo una impávida certeza de que el entramado cultural tiene su propia lógica y sus propios dinamismos, evita un mal que parecía difícil de sortear: ¿cómo no extraviarse en ese cúmulo irradiado de referencias, que para colmo de males traían a la palestra, siempre bajo el mote de Freud, recortes divergentes de la disciplina psicoanalítica, o la colocaban en dinastías o tradiciones inconciliables, como la sexología, la crítica cultural, la psicoterapia o el mero diletantismo europeo? ¿Cómo evitar que ese apilamiento variopinto de receptores de Freud derivara en una versión sofisticada del Antón Pirulero? Vezzetti sortea, casi de modo grácil, ese y otros riesgos. Fundamentalmente mediante una periodización de aquellas lecturas, lo cual le permite establecer que si en los años veinte la cuestión esencial, sobre todo de parte de los actores del mundo de la medicina, pasaba por el rechazo global o la aceptación trasformadora del psicoanálisis, en los años treinta, por el contrario, la controversia se desplaza “hacia un debate acerca de su ámbito propio y sus límites, es decir, se abre a una disputa por el régimen de lecturas y aplicaciones”.11 Si la participación del psicoanálisis en la cultura local ya no puede ser puesta en entredicho en la década del 30, ello se debe menos a las transformaciones en el ámbito de la psiquiatría y su apertura al ejercicio de la psicoterapia, que a una cesura producida en el ámbito más espiritual de las ideas y la sensibilidad, en una época sedienta de nuevos lenguajes para entender los conflictos humanos y la vida urbana.

Así como, anteriormente, la historia de lo que hacían o decían los psiquiatras era una alternativa provechosa para medir los vectores segregativos del maridaje entre pedagogía civilizatoria, filantropía e higienismo, en esta oportunidad la historización de esas apropiaciones de Freud, a veces brutales y por momentos empáticas, servía al cometido de fotografiar un muy bien recortado escenario cultural en transformación, donde se imbricaban la higiene mental, la interpretación de la cultura y las ambiciones de una comunidad intelectual a la búsqueda de nuevas herramientas analíticas.

Se podría decir que Freud funciona casi como un significante vacío, que circula como un don entre casilleros que, al imprimirle su significación artificial y localizada, ponen en evidencia sus movimientos y energías. Y a tal respecto la siguiente obra del autor, Aventuras de Freud en el país de los argentinos, de 1996, fue mucho más que una ampliación de esa clave de lectura: fue más bien su rectificación en sordina. El nuevo volumen vino a declarar el carácter meramente preliminar e incompleto de ese estudio de recepción restringido a las menciones explícitas. Entre un libro y otro, amén de sus continuidades, se percibe una confrontación, un debate interno que no siempre se salda en tono conciliatorio.

Sin establecer comparaciones explícitas, Aventuras.. muestra que a nivel de sus consecuencias, y a pesar de no recurrir a la recuperación abierta del nombre de Freud, un entramado literario ligado al sexo, el matrimonio y los afectos cumplió una función muy potente en la preparación del terreno del freudismo porteño. La captación de esa capacidad es posible ahora, en la nueva monografía, debido a que ella introduce el valor heurístico de un factor sin el cual un estudio de recepción corre el peligro de perder su brújula. Ese factor puede ser resumido en el término del público, a sabiendas de que en esa categoría se dan cita cuestiones ligadas a la gestación, en una masa sin fronteras, de una cierta curiosidad o sensibilidad, y a la preparación de un circuito de consumo (por ejemplo, de literatura de divulgación).

La relocalización de Ingenieros, que en Freud en Buenos Aires ocupaba un lugar ciertamente marginal, es quizá el indicio más elocuente de los réditos y exigencias de esta nueva mirada que, sin desatender los círculos de recepción, se concentra más bien en las irradiaciones más amplias y menos inmediatas de las intervenciones de los actores. La constatación que ya estaba presente en el libro de 1989 —esto es, que Ingenieros, en tanto que lector caprichoso de Janet, y torpe usuario de la sugestión, parecía poco indicado para prestar algún servicio en la implantación del espíritu freudiano— da lugar ahora a un balance de saldo contrario. A pesar de los modos algo rústicos con que manipuló los problemas de la rememoración y el trauma, Ingenieros colaboró como nadie, a través de la puesta al día de las problemáticas de la psicoterapia y la sexualidad, para la acogida pública del psicoanálisis. La clave para esa insospechada operatoria es hallada por Vezzetti en el cruce entre, por un lado, el posicionamiento heterodoxo y provocador de Ingenieros a propósito de la sexualidad y el amor y, por otro, la renovación que en relación a esos temas tendrá la circulación de traducciones de una literatura sexológica, entre científica y divulgativa, que conocerá un inédito éxito de ventas.12

A ese mismo propósito, Aventuras… ofrece soluciones superadoras para entender el fenómeno, ya recortado en Freud en Buenos Aires, acerca de la reticencia frente al psicoanálisis de parte de ciertos faros del escenario cultural progresista, como Nosotros o la Revista de Filosofía. El criterio esencial para comprender esa animosidad no pasa ya tanto por el contenido de su ideario, sino por su desinterés hacia una política cultural renovadora, que apostara por las virtudes transformadoras de una educación dirigida a las grandes masas. Es decir, esa falta de sintonía con la cultura plebeya es lo que aleja a un sector del progresismo de una sensibilidad popular que poco a poco se va tornando permeable al psicoanálisis.

La obra ciertamente profundiza, despliega, amplifica la implantación del psicoanálisis del lado de los médicos y la cultura científica. Pero a ello agrega, como condimento novedoso, la atención a lo que Vezzetti denomina un “freudismo plebeyo, inorgánico, ‘de mezcla’, mucho más cercano a las percepciones del público que a la validación por los especialistas, en el que el ensayo y las operaciones de la divulgación fueron las herramientas mayores”.13

Vezzetti certifica la polivalencia de esa implantación, garantizada por el interjuego entre varios elementos nacientes. Nacimiento, por un lado, de esa curiosidad plebeya por el sexo y la vida afectiva. Y por otro, emergencia de un protagonista que fue derivación no automática de la medicalización. En efecto, porque ese mundo nuevo que acompaña la inserción del psicoanálisis no tiene que ver solamente con ese público que accede a nuevos interrogantes y se martiriza con nuevos deseos, sino también, por otro lado, con la creación, algo salvaje y descontrolada, de un emplazamiento que responde a esa nueva subjetividad. El psicoanalista irrumpe ciertamente como un heredero, más empático, del médico higienista.14 Aparece como la oreja proyectada en el afuera por un sujeto que desea hablar de sus sueños y de sus accidentes de alcoba.

Sin romper amarras con Foucault, y estableciendo un proceso de toma y daca con el campo de los estudios culturales, estas obras hicieron mucho más que dar su fundamento a los estudios críticos sobre la historia del psicoanálisis: devinieron referencias imprescindibles para entender la maquinaria cultural del período de entreguerras, así como la modernización de los hábitos y costumbres de esos años.

3. Duelo y desborde

Tomada en su integridad, la obra de Vezzetti parece una invitación constante a reconocer tradiciones pasadas por alto y a repensar cronologías ya consensuadas. Respecto de la llegada del psicoanálisis, insistió en que hubo un freudismo, entre plebeyo y sofisticado, anterior a un movimiento profesional que a partir de la década del 40 empezaría a girar alrededor de la apa (Asociación Psicoanalítica Argentina). A propósito de la conformación local de una sensibilidad moderna, afincada en una subjetividad familiarizada hecha de deseos e intimidad, ha mostrado que había que desplazar la lente desde los 60 hacia los 20 y los 30. Un tercer ciclo de trabajos —sobre los que no puedo detenerme aquí, y que son revisitados de manera provechosa por quienes me acompañan en este homenaje— abogó por una tercera rectificación de cronologías. El maridaje entre las disciplinas psi y la cultura de izquierda, fechado tradicionalmente en el tránsito vertiginoso de los 60 a los 70, debía ser visto en realidad en una escala más amplia, que reenviaba a actores y debates que se remontaban a las décadas del 40 y el 50, y que habían tenido como hábitat esencial a la psiquiatría.15

Este muestrario algo apresurado de las contribuciones señeras de Hugo no alcanza quizá para calibrar la real significación de su obra en un terreno que le debe casi todo —y que fue producida en paralelo a una labor igual de exigente en el terreno de la enseñanza y en la formación de recursos humanos—. Una reflexión sobre esa labor historiadora, que hizo pie en archivos heteróclitos y en una erudición penetrante, nos haría entender que el siguiente movimiento fue casi un paso natural y necesario; al salirse del redil de la historia psi hacia el campo de la historia política y los estudios sobre la memoria, Vezzetti no hizo más que ser consecuente con una pulsión intelectual casi rabiosa. Se trató, en suma, de un efecto posible de esa estrategia del desborde señalada al inicio de este escrito. ¿Debe ser entendido ese corrimiento como una continuación transformadora de inquietudes que estuvieron siempre allí, ligadas a la encrucijada entre la trama intelectual y la política? ¿O hay que interpretar que allí operó asimismo la certificación de un duelo (para nada desconsolado), provocado por la caída de un anudamiento otrora visto como necesario e incluso urgente? El despliegue de la obra aquí analizada se produjo en simultáneo al reforzamiento de una creciente tecnificación de la psicología y de un parejo replegamiento faccioso del psicoanálisis, que no hicieron más que vigorizar el divorcio (entre la trama psi y el mundo de las ideas y de la cultura) que aquella empresa investigativa quiso afanosamente exorcizar. o

 

* Este escrito es una reelaboración de la ponencia leída en la celebración del octogésimo aniversario de Hugo Vezzetti. He decidido no suprimir del todo las marcas de su tenor oral. Agradezco a Mariano Zarowsky y a Luis Sanfelippo por sus comentarios, y a Adrián Gorelik por la invitación.

1 Gerhard Fichtner (ed.), The Sigmund Freud – Ludwig Binswanger Correspondence, 1908-1938, Londres, Other Press, 2003, p. 205.

2 Hugo Vezzetti, “Problemas y perspectivas de una historia de la psicología en la Argentina”, Punto de Vista, n° 30, octubre de 1987, p. 10.

 

3 Ibid, p. 11.

 

4 Hugo Vezzetti, “Situación actual del psicoanálisis”, Punto de Vista, n° 19, diciembre de 1983; “Derechos humanos y psicoanálisis”, Punto de Vista, n° 28, noviembre de 1986; “El psicoanálisis y la cultura intelectual”, Punto de Vista, n° 44, noviembre de 1992.

 

5 Vezzetti, “Situación actual del psicoanálisis”, p. 5.

 

6 Hugo Vezzetti, La locura en la Argentina, Buenos Aires, Folios, 1983, p. 12.

 

7 Ibid, pp. 66-67.

 

8 Ibid, pp. 37 y 43.

 

9 Ibid, p. 92.

 

10 Hugo Vezzetti, El nacimiento de la psicología en Argentina, Buenos Aires, Puntosur, 1988.

 

11 Hugo Vezzetti, Freud en Buenos Aires, segunda edición ampliada, Bernal, Universidad Nacional de Quilmes, 1996, p. 59.

 

12 Hugo Vezzetti, Aventuras de Freud en el país de los argentinos, Buenos Aires, Paidós, 1996, pp. 117 y 125.

 

13 Ibid, p. 247.

 

14 Hugo Vezzetti, “Las promesas del psicoanálisis en la cultura de masas”, en F. Devoto y M. Madero (dirs.) Historia de la vida privada en la Argentina. Tomo 3: La Argentina entre multitudes y soledades. De los años treinta a la actualidad, Buenos Aires, Taurus, 1999.

 

15 Hugo Vezzetti, Psiquiatría, psicoanálisis y cultura comunista. Batallas ideológicas en la Guerra Fría, Buenos Aires, Siglo XXI, 2016.