Ya nadie va a escuchar tu remera

Un ensayo sobre la figura de Rosas en la vida política democrática argentina (1983-2015)

 

Fabio Wasserman

 

Universidad de Buenos Aires / conicet

 

A la memoria de Javier Trímboli

Introducción en primera persona

Era un 24 de marzo. No puedo precisar exactamente de qué año, quizás 2011 o 2012, pero sí que estaba en la Plaza de Mayo en un acto en el que se conmemoraba el golpe de Estado de 1976. Entre los miles de jóvenes que ese día portaban carteles y banderas con consignas e imágenes que repudiaban el terrorismo de Estado había algunos que lucían remeras con la cara de Juan Manuel de Rosas, una figura que bien podía asociarse con la violencia política estatal. Si bien no era la primera vez que veía esa imagen en una manifestación, nunca había sido en un acto en defensa de los derechos humanos. ¿Qué expresaban esas remeras? ¿Rosas comenzaba a ser reivindicado por actores que abrevaban en tradiciones político-ideológicas que hasta entonces habían sido refractarias al revisionismo rosista? De ser así, y teniendo en cuenta que eran jóvenes que habían crecido en democracia, ¿esto implicaba un cambio de mayor calado en la forma en la cual un sector de la sociedad valoraba a Rosas y al rosismo? Y, más en general, ¿el eje rosismo / antirrosimo había vuelto a ser relevante en la cultura política argentina?

En las siguientes líneas retomo estos interrogantes y sumo otros referidos a los usos de la figura de Rosas en la vida política argentina desde la recuperación democrática en 1983.1 Darles una respuesta acabada requeriría de un espacio mayor que el aquí disponible, por lo que solo exploraré a modo de ensayo algunas pistas significativas. En ese sentido, y asumiendo que se trata de un abordaje sesgado, me enfocaré en algunos discursos y políticas gubernamentales que se produjeron hasta el año 2015, ya que los gobiernos que se sucedieron de ahí en más no introdujeron novedades significativas en la valoración y los usos de la figura de Rosas.

El revisionismo rosista

La historia del revisionismo rosista es conocida.2 Más allá de algunos antecedentes que se remontan al último tercio del siglo xix, fue recién durante la década de 1930 cuando un grupo de políticos e intelectuales dieron inicio a una campaña para reivindicar a Rosas y a sus gobiernos (1829-1832 y 1835-1852) en el marco de una revisión mayor de la historia nacional. Este propósito se expresó a través de numerosas publicaciones y en la creación en 1938 del Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas. Si bien el revisionismo no constituía un grupo homogéneo en términos políticos e ideológicos, sus plumas más destacadas e influyentes tendían a ubicarse en algunas de las variantes de la derecha nacionalista. Coincidían, sobre todo, en sus críticas: a la tradición liberal; a la “historia oficial” por haber falseado la historia nacional, y a la dirigencia “oligárquica” que había liderado el proceso de organización nacional tras la derrota de Rosas en la Batalla de Caseros en 1852, que además motivó su retirada de la vida política local y su exilio en Inglaterra donde fallecería un cuarto de siglo más tarde. La recuperación de la figura de Rosas era, de ese modo, tanto una operación historiográfica como una punta de lanza para intervenir en el debate político e ideológico. En líneas generales lo exaltaban por ser una figura de orden; por su liderazgo de las clases populares; por expresar valores nacionalistas; por su federalismo, y, sobre todo, por haber impedido la disgregación del país y haber sido un férreo defensor de la soberanía nacional. Asimismo, rebatían las acusaciones de haber impuesto un régimen de terror, ya sea discutiendo la veracidad de algunos hechos o justificándolos como algo inevitable en el marco de las guerras civiles y que además también habrían practicado sus enemigos.

Entre mediados de la década de 1950 y comienzos de la de 1970 el revisionismo se renovó y encontró públicos más amplios, logrando convertirse en una suerte de sentido común histórico para un sector importante de la sociedad argentina. Primero, de la mano del peronismo proscrito en 1955 con el que uniría su suerte de ahí en más, tal como quedaría sintetizado en la tríada “San Martín - Rosas - Perón”. Poco después, en el marco del proceso de radicalización política que promovió la incorporación de autores, categorías e interpretaciones marxistas. En esos años, asimismo, se expandió el panteón revisionista y cobraron mayor presencia otros líderes federales del siglo xix como Pancho Ramírez, el Chacho Peñaloza y Manuel Dorrego. De ese modo, Rosas comenzó a estar rodeado cada vez más por otras figuras que expresaban matices o posiciones alternativas dentro del federalismo. Por su parte, en el seno del revisionismo rosista crecían las tensiones entre quienes adherían al peronismo y quienes sostenían una posición antiperonista. Nada de esto, sin embargo, hizo mella en el sentido del discurso revisionista en lo que hacía a su crítica a la tradición liberal y a la defensa de la soberanía y los intereses nacionales, aunque ahora estos podían ser interpretados en clave antiimperialista.

Con la llegada del peronismo al poder en 1973 se produjo una reivindicación oficial de Rosas y su figura pasó a cobrar mayor presencia en la vida pública. Pero la dictadura iniciada en 1976 puso fin a este proceso al congelar el debate político e ideológico, y al presentarse como heredera de la tradición liberal-republicana refractaria al rosismo. Esto se evidenció, por ejemplo, en la decisión de suprimir su nombre y su figura en los espacios públicos y en el hecho de haberse autodenominado Proceso de Reorganización Nacional en clara alusión al proceso de organización nacional iniciado tras su exilio en 1852.

Tres formas de lidiar con Rosas: alfonsinismo, menemismo, kirchnerismo

La derrota en la guerra de Malvinas en 1982, la crisis económica y el creciente proceso de movilización política y social pusieron en jaque a la dictadura y dieron paso a la apertura o transición democrática que se produjo en un marco político e ideológico que ya no era similar al de la década anterior.

Esto se pudo apreciar en las elecciones presidenciales de 1983, cuando el partido radical liderado por Raúl Alfonsín le infligió la primera derrota nacional al peronismo en comicios sin proscripciones. Si bien existía una antigua veta rosista dentro del radicalismo, la reivindicación por parte del alfonsinismo de la Constitución de 1853 como principal referencia histórica, enfatizando su carácter republicano con respecto al orden institucional y liberal con relación a los derechos individuales casi no dejaba margen para recuperar a Rosas. Por el contrario, en el discurso oficial y en el clima cultural de la época, el régimen rosista tendía a incluirse dentro de una tradición autoritaria y violenta que quería ser dejada atrás. Esto se puede apreciar, por ejemplo, en la recepción que tuvo Camila, la exitosa película de María Luisa Bemberg estrenada en 1984. No solo porque tomaba distancia de la visión revisionista que informaba la película Juan Manuel de Rosas filmada por Manuel Antín en 1972 en base a un guion coescrito con el historiador José María Rosa, sino más bien porque su recreación del terror rosista podía ser interpretada por sus espectadores como un antecedente de la dictadura.3 En suma, en los años iniciales de la democracia la figura de Rosas no parecía ocupar un lugar relevante en la vida pública o solo era considerada en un sentido crítico, con la excepción de algunos sectores del nacionalismo y del peronismo para quienes continuaba siendo un referente histórico de primer orden.

Que la suerte de Rosas en la cultura política y en la memoria social estaba ligada a la del peronismo quedó en evidencia cuando Carlos Menem asumió la presidencia el 9 de julio de 1989.4 Si bien el país estaba sumido en una profunda crisis socioeconómica, o quizás por eso mismo, una de sus primeras decisiones fue la repatriación de los restos de Rosas que, sin encontrar mayor oposición, se concretó entre fines de septiembre y comienzos de octubre.5 El revisionismo venía reclamando por esa medida desde la década de 1930, y en 1954 pareció que podía concretarse, pero fue recién con la llegada del peronismo al poder en 1973 cuando pudo avanzar en el Congreso un proyecto de repatriación mientras que la Legislatura de la provincia de Buenos Aires derogaba la ley que en 1857 lo había declarado “reo de lesa patria”. Finalmente, en septiembre de 1974 el Congreso votó la Ley 20769 que dispuso la repatriación. Si en 1973 el proyecto estaba asociado con el retorno de Perón —y pronto se vio frustrado por su muerte y por los enfrentamientos internos del peronismo—, en 1989 se vinculó con la política de “pacificación nacional” propiciada por Menem. Una de las primeras expresiones de esa política fueron los indultos a represores concretados pocos días después en varios decretos que también incluían a guerrilleros y militantes con causas penales y a militares que se habían alzado contra el gobierno de Alfonsín.

De ahí en más, y sin que esto implicara debates públicos relevantes o innovaciones en las interpretaciones sobre el rosismo, algo que estaba sucediendo en el campo académico, el nombre y la imagen de Rosas comenzaron a tener mayor presencia en la vida cotidiana de los argentinos.6 En 1991 se lanzó una serie de estampillas con su cara; en 1992 se emitió un billete de 20 pesos que en el frente llevaba su rostro y un cuadro que retrataba a su hija Manuelita y en el dorso una imagen del Combate de la Vuelta de Obligado; y en 1999 se erigió el primer monumento en su honor en la ciudad de Buenos Aires. Asimismo, en varias ciudades del país se le dio su nombre a calles o a espacios públicos, en algunos casos recuperando los asignados en 1973-74 que habían sido suprimidos por la dictadura.

El gobierno de Menem parecía haber abierto una etapa promisoria para quienes promovían la reivindicación de Rosas, ya que incluso podían contar con respaldo estatal. Tanto es así que en enero de 1997 se emitió un decreto que establecía la incorporación del Instituto Juan Manuel de Rosas a la Secretaría de Cultura de la Nación. Ahora bien, la recuperación oficial de Rosas le había hecho perder buena parte de su carácter disruptivo, ya que se enmarcaba en un proyecto de pacificación del pasado y del presente por parte de un gobierno cuyas políticas neoliberales y alineamientos internacionales difícilmente podían congeniarse con un discurso nacionalista y anticolonialista. En ese sentido, se trataba de una operación que entronizaba su figura y, a la vez, neutralizaba su carga simbólica e ideológica. El Restaurador de las Leyes había dejado de ser un ariete para discutir el presente y el futuro de la nación para pasar a convertirse en un destacado y controvertido líder político del pasado que, tras un siglo y medio de desencuentros, había encontrado su lugar en la historia nacional. Esta mutación se puede apreciar, por ejemplo, en Juan Manuel de Rosas. El maldito de nuestra historia oficial, la biografía publicada en 2001 por Pacho O’Donnell, uno de los escritores más exitosos entre quienes habían recogido las banderas del revisionismo.7

Para ese entonces, y tras la derrota del peronismo en las elecciones de 1999, gobernaba la Alianza entre el radicalismo y el Frepaso liderada por Fernando de la Rúa. El nuevo gobierno le había puesto un freno a la recuperación de la figura de Rosas por parte del Estado, ya que en el año 2000 había anulado el decreto que había nacionalizado al Instituto Histórico que llevaba su nombre. Tras varios entredichos, el 27 de noviembre de 2001 el Congreso dictó la Ley 25529 que lo mantenía en la órbita estatal. Claro que en esa coyuntura la sociedad y la dirigencia política tenían otras preocupaciones, algo que quedó en evidencia pocos días más tarde cuando se produjo la renuncia del presidente en medio de una profunda crisis que constituyó un parteaguas en la historia argentina reciente.

La llegada del kirchnerismo al poder en 2003 promovió una mayor presencia del discurso histórico en la vida pública, sobre todo tras la asunción como presidenta de Cristina Fernández de Kirchner en 2007.8 En líneas generales, y con un fuerte impulso dado por el Estado a través de distintos dispositivos institucionales y mediáticos, pero también por organizaciones sociales y políticas, se recuperaron interpretaciones, hechos y figuras promovidas por el revisionismo a los que se sumaron otros más recientes vinculados con reivindicaciones étnicas y de género, la militancia juvenil de los 70 y las políticas de Memoria, Verdad y Justicia con relación al terrorismo de Estado ejercido por la dictadura a partir de 1976. Pero más que un discurso único, como muchas veces se alega, este proceso dio lugar a interpretaciones históricas no siempre coincidentes entre sí, algo que obedeció a la pluralidad de actores involucrados que abrevaban en distintas tradiciones político-ideológicas y provenían de diversos ámbitos políticos, culturales y académicos.

En ese marco volvió a cobrar mayor presencia la figura de Rosas, aunque sin alcanzar un lugar central en el panteón oficial. Esto se puede apreciar tanto en los discursos de Cristina Fernández como en la iconografía que eligió para los distintos espacios de la Casa Rosada. En el despacho presidencial bautizado Hombres y mujeres de Mayo se incluyó a próceres como San Martín, Belgrano, Moreno y Dorrego, pero no a Rosas. En 2010 se creó la Galería de los Patriotas Latinoamericanos en la que se exhibía un cuadro con su rostro entre los de decenas de próceres continentales que poblaban el salón, y que también incluía a figuras locales que formaban parte de otras tradiciones. Por su parte, en el Salón de las Mujeres, inaugurado en 2009, no estaban ni su esposa Encarnación Ezcurra ni su hija Manuelita, aunque sí se le dio lugar a una opositora como Mariquita Sánchez. Y esto a pesar de que Cristina Fernández reivindicó en varias ocasiones a Ezcurra señalando que había sido ocultada por la historia oficial. Esta recuperación parcial de Rosas y del rosismo se puede apreciar también en la decisión tomada en 2011 de crear el Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Argentino e Iberoamericano Manuel Dorrego para darle sustento histórico al discurso gubernamental en clave latinoamericana en vez de procurar ese apoyo en el Instituto Histórico Juan Manuel de Rosas. Ese mismo año se creó el Museo del Bicentenario en un predio contiguo a la Casa Rosada, con un guion que presentaba a la historia argentina en espacios ordenados en forma cronológica. En el dedicado al período 1829-1861 titulado “La anarquía. Rosas, el restaurador de las leyes. Unitarios y Federales”, los únicos objetos vinculados con Rosas eran un retrato suyo, una litografía del Combate de la Vuelta de Obligado y un trozo de cadena de esa acción bélica ocurrida en 1845. Esta elección no parece casual, ya que ese episodio constituyó el núcleo más significativo de las referencias a Rosas y sus gobiernos por parte del kirchnerismo y, en buena medida, aquello que alentaba su reivindicación histórica.

Para entender esta cuestión tenemos que volver una vez más a las décadas de 1930 y 1970. Uno de los tópicos del primer revisionismo, quizás el más exitoso, fue haber asociado a Rosas con la defensa de la soberanía nacional por esa batalla que le valdría ser legatario de la espada de San Martín. De hecho, y tras haber votado la repatriación de sus restos en 1974, el Congreso Nacional aprobó la Ley 20770 que declaraba al 20 de Noviembre como Día de la Soberanía Nacional en conmemoración del Combate de la Vuelta de Obligado. En 2010, el gobierno convirtió a esa fecha en feriado nacional e inauguró un monumento memorial en el paraje donde se produjo el enfrentamiento. La obra, realizada por el artista plástico Rogelio Polesello, consta de una gran estrella federal situada en el piso, sobre la cual se montó un semicírculo hecho con gruesas cadenas que rememoran la táctica empleada para impedir el avance de la fuerza anglofrancesa por el río Paraná. Del conjunto monumental también forma parte una escultura de Rosas en color rojo, cuyo carácter imponente no hace más que reforzar la impresión de que se trata de un elemento agregado más que algo concebido como parte de una misma obra. En la inauguración del monumento, un acto en el que además de organizaciones políticas, sociales y culturales también estuvieron presentes las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo, Cristina Fernández sostuvo una vez más que era una epopeya ocultada durante más de un siglo por la historia oficial, pero apenas mencionó a Rosas, cuyo nombre quedó diluido entre otros.9

El vínculo entre esa batalla, la defensa de la soberanía nacional y la figura de Rosas se puede apreciar en Zamba, una serie de dibujos animados protagonizada por un chico formoseño que viaja al pasado para vivir aventuras con figuras históricas junto a una niña afrodescediente que se convirtió en una suerte de ícono del canal infantil Pakapaka.10 Resulta significativo que en este verdadero emblema cultural del kirchnerismo no haya un capítulo dedicado a Rosas como sí lo hay del Combate de Obligado que, no casualmente, se estrenó el 20 de noviembre de 2011.11 En dicho capítulo se expresan algunas tensiones que se prestan a diversas lecturas. Por un lado, porque Rosas, que tiene rasgos narcisistas y aparece con una flor en la oreja que le da un toque pop, se quiere rendir, ya que le parece imposible enfrentar a la poderosa fuerza naval anglofrancesa, hasta que intervienen Zamba y San Martín a través de una videollamada y lo convencen de organizar la resistencia. Por otro lado, porque también se muestra la concentración del poder y las persecuciones a los enemigos, recurriendo para ello a un intertexto de El matadero de Esteban Echeverría. Ahora bien, más allá de estas decisiones que dotan de mayor complejidad al contenido histórico, lo decisivo es la reivindicación de Rosas como abanderado de la defensa de la soberanía nacional, tal como destaca el clip final con una canción cuya letra expresa un discurso anticolonial. En ese sentido, es hora de decirlo, mi hipótesis es que la defensa de la soberanía nacional en clave antiliberal era lo que estaba simbolizando la imagen de Rosas estampada en la remera utilizada por los jóvenes militantes al conmemorarse el aniversario del golpe de Estado de 1976. Y por eso podía convivir con consignas e imágenes que promovían la defensa de los derechos humanos y el recuerdo de las víctimas del terror dictatorial.

Breves consideraciones finales

Las dos encarnaciones exitosas del peronismo en democracia, el menemismo y el kirchnerismo, lograron concretar algunos de los objetivos que se había fijado el revisionismo en la década de 1930: repatriar los restos de Rosas y entronizarlo como el defensor de la soberanía nacional. Pero no del mismo modo ni con los mismos fines. Si el menemismo había movilizado su imagen, su nombre, e incluso sus restos, como emblemas de la reconciliación, la pacificación y la unidad nacional a fin de sostener políticas neoliberales, para el kirchnerismo su figura y su nombre no parecían ser tan importantes como algunos hechos con los que estos se habían identificado y que estaban vinculados con la defensa de la soberanía nacional. De ese modo, y si bien no desaparecieron del todo, quedaron opacadas otras posibilidades como la de considerarlo un hombre de orden o un representante del pueblo. Asimismo había perdido relevancia lo que durante mucho tiempo había sido el eje en torno al cual giraban las discusiones sobre su figura y sus gobiernos: el terror, la persecución política y la concentración dictatorial del poder. Tampoco parecía relevante referirse a otras cuestiones sobre las cuales habían corrido ríos de tinta, como la inserción de la economía local en el mercado internacional dominado por Inglaterra, la condición de Rosas como gran propietario, su defensa de los intereses de Buenos Aires, o las fuerzas que se habían coaligado para provocar su caída y su exilio en 1852 —uno de los temas centrales del discurso revisionista que signaba en ese hecho el origen de la decadencia nacional—. De ese modo, la complejidad y las contradicciones de una figura que había ocupado el centro de la escena política durante dos décadas y media y cuyo nombre había sido invocado durante más de un siglo como una de las claves explicativas del pasado nacional quedaban reducidas a una de sus acciones, facilitando así el uso de su nombre y de su imagen en el debate público.

Podría conjeturarse que en los 40 años de democracia se produjo un enfriamiento de la figura histórica “Rosas”, que hasta el inicio de la dictadura en 1976 había sido uno de los ejes que organizaban la disputas que vinculaban la historia nacional con el presente y el futuro. Ahora bien, esto quizás se debió no tanto a lo que podía representar su figura en sí, como a una creciente pérdida de la centralidad que hasta entonces había tenido la primera mitad del siglo xix como una cantera de referencias históricas capaces de nutrir y de organizar las disputas político-ideológicas.12 En ese sentido, y esto es una hipótesis que requiere seguir siendo explorada, pasaron a ser más decisivas las producidas durante la segunda mitad del siglo xix y el siglo xx con relación a temas como la organización del Estado nacional, el exterminio de los pueblos originarios, las luces y sombras del modelo agroexportador, el peronismo, la violencia política en la década de 1970 y la dictadura iniciada en 1976, algo que se hizo evidente durante el gobierno de Mauricio Macri que en vano quiso desentenderse del vínculo entre historia y política y, en la actualidad, con el de Javier Milei que, por el contrario, hace de las invocaciones a ese pasado uno de los recursos legitimadores de sus políticas.13 o

Bibliografía

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Shumway, Jeffrey, “A veces saber olvidar es también tener memoria: la repatriación de Juan Manuel de Rosas, el menemismo, y las heridas de la memoria Argentina”, en O. Barreneche y A. Bisso (comps), Ayer, hoy y mañana son contemporáneos. Tradiciones, leyes y proyectos en América Latina, La Plata, Editorial de la Universidad Nacional de La Plata, 2010, pp. 93-132.

Stortini, Julio, “Fervores patrióticos: monumentos y conmemoraciones revisionistas en la historia reciente”, en A. Eujanian, R. Pasolini y M. E. Spinelli (coords.), Episodios de la cultura histórica argentina. Celebraciones, imágenes y representaciones del pasado. Siglos xix y xx, Buenos Aires, Biblos, 2015, pp. 85-103.

Stortini, Julio, “Rosas a consideración: historia y memoria durante el menemismo”, en F. Devoto (dir.), Historiadores, ensayistas y gran público. La historiografía argentina, 1990-2010, Buenos Aires, Biblos, pp. 97-115.

Wasserman, Fabio, En el barro de la historia. Política y temporalidad en el discurso macrista, Buenos Aires, SB, 2021.

Resumen / Abstract

Ya nadie va a escuchar tu remera. Un ensayo sobre la figura de Rosas en la vida política democrática argentina (1983-2015)

El trabajo analiza los usos de la figura de Juan Manuel Rosas en la vida política argentina entre 1983 y 2015. Por razones de espacio y de claridad expositiva se colocó el foco en algunos discursos y políticas gubernamentales. Tras una breve presentación de las derivas del revisionismo, que a partir de la década de 1930 promovió una reivindicación de Rosas y sus gobiernos, se examinan las diversas formas en las que su figura fue tratada a partir de la recuperación democrática. En ese sentido, se analiza cómo su rechazo o su reivindicación adquirieron diversos significados vinculados con las líneas políticas que orientaron a los gobiernos nacionales, particularmente los de Carlos Menem, como emblema de la pacificación y de la unidad nacional, y los de Cristina Kirchner, como símbolo de la defensa de la soberanía nacional. 

 

Palabras clave: Historia pública - Cultura política - Historia política argentina - Historiografía - Identidades políticas

 

 

Nobody will listen to your T-shirt anymore. An essay on the figure of Rosas in Argentine democratic political life (1983-2015)

This paper analyzes the uses of the figure of Juan Manuel Rosas in Argentine political life between 1983 and 2015. For reasons of space and clarity, the focus is on certain speeches and government policies. After a brief presentation of the revisionist tendencies that emerged in the 1930s and promoted a rehabilitation of Rosas and his governments, the paper examines the various ways in which his figure was treated after the return to democracy. In this regard, the study analyzes how his rejection or vindication acquired different meanings linked to the political lines that guided national governments, particularly those of Carlos Menem, as an emblem of pacification and national unity, and those of Cristina Kirchner, as a symbol of the defense of national sovereignty.

 

Keywords: Public history - Political culture - Argentine political history - Historiography - Political identities

1 Les agradezco a Martha Rodríguez, a Ximena Espeche y al evaluador anónimo por los comentarios y las sugerencias.

 

2 Un panorama general de ese movimiento en: Alejandro Cattaruzza, “El revisionismo. Itinerarios de cuatro décadas”, en A. Cattaruzza y A. Eujanian, Políticas de la historia, Argentina 1860-1960, Buenos Aires, Alianza Editorial, 2003; Fernando Devoto y Nora Pagano, Historia de la historiografía argentina, Buenos Aires, Sudamericana, 2009, cap. 4; Diana Quattrocchi-Woisson, Los males de la memoria. Historia y política en la Argentina, Buenos Aires, Emecé, 1995.

 

3 Tulio Halperin Donghi, “El presente transforma el pasado: el impacto del reciente terror en la imagen de la historia argentina”, en AA. VV., Ficción y política. La narrativa argentina durante el proceso militar, Buenos Aires, Alianza, 1987, p. 75.

 

4 Para los usos de la figura de Rosas durante los gobiernos de Menem: Julio Stortini, “Rosas a consideración: historia y memoria durante el menemismo”, en F. Devoto (dir.), Historiadores, ensayistas y gran público. La historiografía argentina, 1990-2010, Buenos Aires, Biblos; Flaherthy M. Cota Badillo, “¿Una década de Rosas? Juan Manuel de Rosas y el peronismo durante el período 1989-2001”, Anuario de la Escuela de Historia Virtual, año 14, n° 24, 2023.

 

5 Para el proceso de repatriación de los restos de Rosas pueden consultarse los siguientes trabajos: Ana María Barletta y Gonzalo de Amézola, “Repatriación: Modelo para armar. Tres fechas en la repatriación de los restos de Juan Manuel de Rosas (1934 - 1974 - 1989)”, en Mitos, altares y fantasmas. Aspectos ideológicos en la historia del nacionalismo argentino, Serie Estudios e Investigaciones, n° 12, Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional de La Plata, 1992; Eduardo Hourcade, “La repatriación de los restos de Rosas”, en N. Pagano y M. Rodríguez (comps.), Conmemoraciones, patrimonio y usos del pasado. La elaboración social de la experiencia histórica, Buenos Aires, Miño y Dávila, 2014; Jeffrey Shumway, “A veces saber olvidar es también tener memoria: la repatriación de Juan Manuel de Rosas, el menemismo, y las heridas de la memoria Argentina”, en O. Barreneche y A. Bisso (comps), Ayer, hoy y mañana son contemporáneos. Tradiciones, leyes y proyectos en América Latina, La Plata, Editorial de la Universidad Nacional de La Plata, 2010.

 

6 Respecto del campo académico, dentro de la vasta bibliografía académica sobre Rosas y las características del orden rosista que se produjo durante las últimas décadas puede consultarse como una obra de síntesis la biografía de Raúl Fradkin y Jorge Gelman, Juan Manuel de Rosas. La construcción de un liderazgo político, Buenos Aires, Edhasa, 2015.

 

7 Más allá del título ganchero que destacaba la supuesta condición “maldita” de Rosas, el autor procuraba presentar una visión equilibrada de su figura y sus gobiernos. Esto se puede apreciar ya en la dedicatoria que reunía a historiadores liberales como Mitre y López “a quienes solo puede reprochárseles las inevitables imperfecciones de una tarea ciclópea y humana”, junto con revisionistas como Saldías, Quesada, Rosa, Chávez, Gálvez e Ibarguren que “agregaron los matices blancos y grises que humanizaron el negro encapotado de la versión oficial”. Pacho O’ Donnell, Juan Manuel de Rosas. El maldito de nuestra historia oficial, Buenos Aires, Planeta, 2001, p. 9. Cabe señalar que O´Donnell había estado el frente de la Secretaría de Cultura cuando se decidió la incorporación bajo su órbita del Instituto Juan Manuel de Rosas.

 

8 Camila Perochena, Cristina y la historia. El kirchnerismo y sus batallas por el pasado, Buenos Aires, Crítica, 2022; Julio Stortini, “Fervores patrióticos: monumentos y conmemoraciones revisionistas en la historia reciente”, en A. Eujanian, R. Pasolini y M. E. Spinelli (coords.), Episodios de la cultura histórica argentina. Celebraciones, imágenes y representaciones del pasado. Siglos xix y xx, Buenos Aires, Biblos, 2015.

 

9 https://www.casarosada.gob.ar/informacion/archivo/22834-blank-34208821.

10 Gabriela Gomes, “Valoraciones y prejuicios sobre La asombrosa excursión de Zamba”, Clío & Asociados. La historia enseñada, n° 23, 2016.

 

11La asombrosa excursión de Zamba en la Vuelta de Obligado, disponible en: https://www.youtube.com/watch?v=NP7VQTB-lQM.

 

12 Esta hipótesis la planteé en un examen de las discusiones suscitadas por el Proyecto Artigas en Fabio Wasserman, “Artigas et son drapeau dans les querelles politiques argentines”, Passés Futurs, n° 9, 2021.

 

13 Para el discurso del macrismo sobre el pasado nacional puede consultarse mi trabajo Fabio Wasserman, En el barro de la historia. Política y temporalidad en el discurso macrista, Buenos Aires, SB, 2021.