Espadas con cabeza: la tropa fiel a Rosas en las vísperas de
Caseros
Alejandro M. Rabinovich
conicet / Universidad Nacional de La Pampa
Pueden robarte el corazón, cagarte a tiros
en Morón, pueden lavarte la cabeza, por nada. Pero el amor es más fuerte…
Ulises Butrón
La historiografía argentina reciente ha
hecho avances considerables en la cuantificación del fenómeno de la
militarización en el Río de la Plata de la primera mitad del siglo xix.1 Estos avances nos muestran que los
Estados surgidos del colapso imperial español, que tantas dificultades
encontraron para cumplir la mayoría de sus funciones, fueron, en cambio,
notablemente exitosos en un aspecto: movilizar a una porción inusualmente alta
de la población masculina adulta para servir en sus fuerzas militares, ya
fueren milicianas o de línea. Pese a la penuria fiscal, la resistencia de la
población y la inestabilidad política, los Estados rioplatenses pudieron contar
con un número de hombres armados que, en términos relativos a su población, los
ubica en índices iguales o superiores a los de los Estados más desarrollados de
la época.2
Esta capacidad de movilización armada, ampliamente demostrada durante la guerra
revolucionaria, encuentra otro punto álgido insospechado a partir del segundo
gobierno de Juan Manuel de Rosas en la provincia de Buenos Aires.3
En efecto, en un contexto en el que la mayoría de los países sudamericanos
achicaban al máximo sus ejércitos de línea y apenas podían pagar guardias
nacionales y milicias, el rosismo logró desplegar a
miles de veteranos en operaciones ofensivas continuadas durante largos años.
¿Cómo se explica este éxito, o, dicho de otro modo, por qué servían los
soldados rosistas?
La pregunta por las
motivaciones de la tropa constituye en todas partes uno de los principales —y
más elusivos— focos de interés para la historia social de la guerra. En el caso
de los famosos soldados de Rosas, el interrogante ha recibido considerable
atención por parte de la historiografía argentina, que ha explorado dos líneas
explicativas, no excluyentes sino complementarias. Por un lado, la que podemos
llamar hipótesis “represiva” o “disciplinaria” esbozada tanto por Juan Carlos Garavaglia como por Ricardo Salvatore, que enfatiza el
carácter forzado y en última instancia violento del reclutamiento y el
mantenimiento en las filas. Esta perspectiva se enfoca en el alto porcentaje de
reclutamientos forzosos, por los que los “destinados” al ejército eran
obligados a servir por un número de años como pena por algún delito o por haber
caído, a ojos de los jueces de paz, bajo la nebulosa categoría de “vagos”. El
reclutamiento militar y el posterior recurso a azotes y otros castigos podría
ser interpretado entonces como parte de un proyecto más amplio de disciplinamiento de los sectores subalternos, en el que los
ejércitos servirían como “prisiones ambulantes”.4
La segunda línea
explicativa es la de los “incentivos materiales”. Enfocada ante todo en los
enrolamientos voluntarios, se considera al servicio militar como un “trabajo”
que compite en el mercado con otras opciones laborales. Se toma en cuenta el
monto del salario ofrecido por el ejército, así como las raciones, primas de
enganche, vestuarios y otros elementos que podían transformar el reclutamiento
en una opción atractiva para un hombre del período. En el caso del rosismo en particular, Raúl Fradkin
y Jorge Gelman describen un verdadero “sistema” de
protección de las familias de los soldados, mediante el cual el gobierno les
repartía regularmente trigo, carne y dinero.5 También se ha señalado, con razón,
la importancia fundamental que jugaba la perspectiva del botín o el saqueo, así
como incentivos “no materiales” pero valiosos como el goce de fuero militar, el
prestigio de vestir el uniforme, el acceso a la libertad para la población
esclavizada o a la ciudadanía para los migrantes.6
Cuando se combinan ambas
hipótesis el poder explicativo es considerable, aunque también es posible
plantear dudas respecto de su alcance último. Pensemos en un ejército en
campaña a lo largo del territorio rioplatense. ¿Cuál podría ser la eficacia de
una “prisión ambulante” sin ninguna infraestructura, en la que los “presos”
están armados hasta los dientes y andan casi siempre montados a caballo en
medio de territorios con baja densidad de población? ¿Qué podría evitar que la
tropa se amotine o deserte en masa? Por otro lado, ¿es suficiente el aliciente
de un prest cuando los salarios no se pagaban casi nunca al completo y las
deudas se acumulaban a lo largo de años?
Nos parece razonable,
por lo tanto, explorar la posibilidad de que estuviera actuando, sumado a los
primeros dos, un tercer factor explicativo que hiciera que, siendo
relativamente fácil escapar, y sirviendo en condiciones materiales muy precarias,
igualmente un número considerable de los soldados y milicianos optaran por
seguir luchando en sus unidades, haciendo así posibles unos esfuerzos de guerra
que de otro modo hubieran sido irrealizables dadas las capacidades estatales
existentes. La clave para hallar ese tercer factor se encuentra al recorrer la
montaña de proclamas, boletines y arengas de todo tipo dirigidas por
comandantes y gobiernos rioplatenses a la población y a la tropa. Lo que
encontramos allí es un incansable esfuerzo por motivar a los soldados a servir
por una causa que excedía a su obligación legal o a su interés material. Fuera
la Patria, la Federación o la Libertad, quienes redactaron estos mensajes
pensaron que era útil y eficaz el apelar a factores identitarios,
políticos o incluso emotivos para motivar a la tropa a servir bajo una bandera
y bajo una persona determinada en pos de un ideal.
En este sentido, para el
caso del rosismo es evidente que la publicación de Orden
y virtud, cuyos 30 años celebra este dossier, constituye un antecedente
relevante. Al establecer la importancia fundamental del discurso político para
la legitimación del régimen y la ampliación de su base social de sustentación,
el libro dejó sentadas las premisas de una línea de investigación muy prolífica
que hoy nos permite abordar temáticas como la de las motivaciones de la tropa
pisando sobre terreno sólido. A fin de demostrar esta productividad, en este
ensayo analizaremos uno de los casos más notorios de lealtad militar hacia el rosismo: la sublevación de la división Aquino.
Elegimos este caso por
un motivo concreto. Como se sabe, es difícil indagar en las ideas políticas de
los sectores populares en general, y de la tropa en particular. Se han hecho
avances significativos para entender mejor las motivaciones ideológicas de la
oficialidad revolucionaria, pero por una cuestión de disponibilidad de fuentes
es mucho más complejo lograr algo similar con los soldados y milicianos del
período, ya que las bajas tasas de alfabetización nos dificultan acceder a su palabra.7
En el archivo, estos solo hablan en las declaraciones que les toman los
fiscales en los sumarios, cuando son acusados de un delito (en su mayoría por
deserción), o en las raras ocasiones en que logran elevar una solicitud a las
autoridades. En ninguno de los dos casos se suelen explayar sobre cuestiones
más allá de las condiciones del servicio y su realidad material.8
De manera que estas declaraciones ofrecen valiosa información acerca de los
motivos por los que algunos soldados desertaban, pero no dicen nada de las
motivaciones de aquellos otros que se quedaban a servir en sus regimientos pese
a todo.
¿Debemos pues
resignarnos a asumir que la tropa servía solo por obligación o por interés
material, y que no sabemos ni podremos saber nada acerca del vigor de sus
convicciones? No, ya que existe una vía alternativa. Se trata de hallar casos
de estudio en los que una tropa determinada exprese de manera inequívoca,
mediante sus acciones, una voluntad de servicio que no pueda ser reducida a
otros factores que excluyan la identificación con una causa determinada. Pilar
González Bernaldo demostró la factibilidad de este
enfoque al analizar la movilización popular desbordante de 1829, al inicio
mismo del ciclo rosista, señalando el rol que Rosas
jugaba en las representaciones colectivas de la tropa miliciana como
“súper-gaucho” y “supremo protector”.9 Desde ya, no es sencillo encontrar
casos de este tipo que estén, a su vez, debidamente documentados. Por suerte,
la división Aquino nos ofrece una perspectiva extraordinaria desde el extremo
opuesto del ciclo rosista, en 1852.
Presentemos rápidamente
el contexto de los hechos. Tras la crítica coyuntura de 1839, en la que el rosismo llegó a tambalearse ante los múltiples frentes
abiertos (el bloqueo naval francés, el levantamiento rural del sur de la
provincia y la invasión unitaria),10 Rosas contraatacó enviando sus fuerzas
al interior, bajo el mando de Manuel Oribe. Este Ejército confederado logró
derrotar a sus adversarios en las provincias y luego pasó a la otra banda a dar
inicio a lo que se llamaría el Sitio Grande de Montevideo. Así, un núcleo de
seis mil soldados de línea, en su mayoría bonaerenses, serviría durante casi
nueve años consecutivos frente a los muros de la capital oriental.11
Se trataba de la fuerza veterana más experimentada del Río de la Plata.
Ahora bien, a fines de
1851, cuando el gobernador de Entre Ríos, Justo José de Urquiza, se levantó en
armas contra Rosas y marchó sobre Montevideo, Oribe, en vez de luchar, decidió
capitular, entregando los batallones argentinos al enemigo. Miles de aguerridos
soldados se vieron incorporados a las filas del Ejército Grande, obligados a
servir bajo el mando de oficiales unitarios a los que habían combatido durante
años. Siendo que las condiciones materiales del servicio seguirían siendo
básicamente las mismas, ¿aceptarían pasivamente el traspaso?
Por suerte, para
responder al interrogante, contamos con una abundancia inédita de materiales,
ya que el encuentro con estos viejos soldados suscitó un interés extraordinario
en algunos contemporáneos. Al recorrer el campamento después de su entrega al
ejército de Urquiza, Sarmiento afirmaba:
Pocas veces he experimentado impresiones
más profundas que la que me causó la vista e inspección de aquellos terribles
tercios de Rosas, a los cuales se ligan tan sangrientos recuerdos, y para
nosotros preocupaciones que habíamos creído invencibles. ¿De cuántos actos de
barbarie inaudita habrían sido ejecutores estos soldados que veía tendidos de
medio lado, vestidos de rojo, chiripá, gorro y envueltos en sus largos ponchos
de paño? Fisonomías graves como árabes y como antiguos soldados, caras llenas
de cicatrices y de arrugas […] ¡Qué misterios de la naturaleza humana! ¡Qué
terribles lecciones para los pueblos! He aquí los restos de diez mil seres
humanos, que han permanecido diez años casi en la brecha combatiendo y cayendo
uno a uno todos los días, ¿por qué causa? ¿sostenidos
por qué sentimiento?
Sarmiento se planteaba la misma
pregunta que guía este artículo y procedió a ensayar respuestas que iría
descartando una a una: no puede ser que sirviesen por los ascensos, porque no
los tuvieron. Tampoco por el alimento, el botín o el salario, tan escasos.
Hasta que solo le quedó una explicación:
Tenían por él, por Rosas, una afección
profunda, una veneración que disimulaban apenas […]
¿Qué era Rosas, pues, para estos hombres? ¿O son hombres estos seres?12
Esa afección por Rosas, que para Sarmiento
era inexplicable hasta el punto de poner en duda la humanidad misma de los
soldados, se vuelve inteligible a partir de un conjunto de documentos
extraordinarios. Resulta que, al enterarse de que Oribe capitularía al día
siguiente y entregaría los batallones argentinos al enemigo, el 7 de octubre de
1851 por la noche los oficiales de algunos cuerpos se reunieron con sus sargentos
para informales que quedaban libres de “tomar el camino que qui[si]eran”. Los sargentos
lo comunicaron a la tropa y, “así que fue recibida por los soldados aquella
orden se dirigieron a las cuadras donde tenían su armamento y empezaron a
inutilizar la mayor parte de los fusiles gritando que no le servirían al loco
traidor salvaje unitario Urquiza. En seguida arrimaron la caballada del
batallón […] y como pudieron empezaron a dispersarse en diferentes rumbos”.13
En efecto, varios
cientos de soldados desertaron en masa esa noche. De la mayoría no sabemos nada
más, pero 42 oficiales y soldados con nombre y apellido lograron embarcarse en
una fragata inglesa que los cruzó a Buenos Aires. A su llegada, las autoridades
del puerto les tomaron prolijas declaraciones. Esos documentos, no destinados a
publicarse, se conservan en los legajos de la capitanía del puerto.14
¿Qué nos revelan?
En principio, que la
tropa no acepta el cambio de bandera y que tiene una intención manifiesta de
seguir defendiendo al rosismo, incluso en un momento
en el que buena parte de sus aliados históricos le soltaban la mano y
anunciaban un fin de ciclo. Así, la esposa de uno de los capitanes bonaerenses,
doña Tomasa Videla, declara que “el entusiasmo todavía de los
valientes soldados del ejército argentino es admirable: que todos dicen
públicamente y principalmente a la exponente que conoce a todos, que no desean
más que los pasen a esta provincia y ponerse frente al ilustre General Rosas,
jefe supremo de la Confederación Argentina y entonces se verán las caras con el
loco inmundo traidor salvaje unitario Urquiza”. La identificación en este caso
es personal, directa, tanto con Rosas como con su hija: “que todos, todos jefes
y oficiales, le han encargado que dijese a sus jefes que no tuvieran cuidado,
que los ayudasen un poco para venir, que ellos habían de hacer todo lo posible
para seguir siempre al ilustre General Rosas, contra quien no pelearían, antes
dejarían matarse que hacerlo, que todos le encargaban dijesen a su viejo el
General Rosas y su digna hija Manuelita, que se acordasen de ellos”.15
Otras declaraciones, en
cambio, son más explícitas respecto del contenido de la lealtad a Rosas,
haciendo referencia tanto a la cuestión del americanismo como a la causa de la
Federación, confirmando de paso la eficacia pedagógica de los eslóganes
rosistas.16
Por ejemplo, el capitán de caballería Mariano Orzábal
manifiesta que huyó de Montevideo “con el objeto de prestar sus servicios
en todo y dondequiera que lo destinase el ilustre General Rosas jefe supremo de
la Confederación Argentina para cooperar así a la defensa heroica que hace este
eminente y sabio americano de la independencia de su querida patria y del
sistema Santo confederado”.17 Aquí no tenemos espacio para
explayarnos en el análisis de las demás declaraciones; en definitiva, la
mayoría expresa “que ningún soldado del ejército argentino sirve al loco
traidor salvaje unitario Urquiza pues públicamente dicen que si pasan a la
provincia de Buenos Aires no tirarán ni un tiro contra el ilustre General Rosas
por quien se han de sacrificar”.18
Semejantes palabras
podrían ser tomadas como meras promesas vacías, como tantas otras que se
vertieron al espacio público durante la crisis desatada por el pronunciamiento
de Urquiza, si no fuera porque una parte considerable de la tropa cumpliría lo
prometido al pie de la letra, sacrificándose en efecto, lo que nos trae por fin
a la división Aquino. Esta unidad, en rigor un escuadrón de caballería de 514 plazas,
no tuvo oportunidad de huir de Montevideo y fue incorporada en bloque al
Ejército Grande, limitándose Urquiza a reemplazar a sus jefes superiores. Su
nuevo comandante, el coronel Pedro León Aquino, era un acérrimo unitario y
partidario de mantener una disciplina inflexible en su unidad.
Tras cruzar el Paraná,
cuando el Ejército Grande se preparaba para iniciar la marcha desde El
Espinillo, Aquino decidió acampar su división alejada del resto para disponer
de mejores pastos, pero parte de la unidad conspiraba en su contra y al
anochecer del 10 de enero, liderados por el sargento mayor José Aguilar, se
levantaron en armas. Unos 20 hombres a caballo se dirigieron a la tienda de
Aquino y lo asesinaron a lanzadas, al igual que a otros siete oficiales superiores
nombrados por Urquiza. Luego saquearon los equipajes de los jefes y se pusieron
en marcha hacia Buenos Aires con toda la división. A la mañana siguiente
partiría una fuerza en su persecución, que no consiguió alcanzarlos.
Los soldados sublevados
llegaron pronto al campamento de Santos Lugares, aunque insistieron en seguir
hasta Palermo para presentarse personalmente a Rosas. Quien tuvo que
contenerlos fue Antonino Reyes, el edecán del gobernador. Sus apuntes inéditos
narran de primera mano el encuentro:
Sus ropas gastadas y hechas andrajos en la
laboriosa campaña que habían hecho, llevando sus armas victoriosas en todas las
batallas en que se habían hallado; unos habían envejecido, otros mutilándose
por las heridas recibidas en los combates; venían después de once años de
ausencia de la patria y del hogar a ver lo que encontraban de sus familias. Y
sin embargo de todo esto, venían contentos de haber llenado su deber, a
presentarse al Ilustre restaurador de las leyes, como ellos decían, a combatir
a su lado contra sus enemigos. No había uno sólo que disintiese en esta
voluntad, era uniforme, como era el deseo de no parar hasta no llegar a la
presencia del Sr. Gobernador a quién querían ver. Mucho trabajo me costó
poderlos contener allí bajo promesas de que haría presente al Sr. Gobernador su
llegada y su deseo. […] Al día siguiente, a la oración, llegó el gobernador. Yo
presencié el momento en que entró a caballo en el centro de las cuadras donde
estaban aquellos hombres alojados. En el acto se reunieron a su alrededor todos
vitoreándolo, le besaban las manos, lo abrazaban y lo estrechaban con todo
cariño. Allí estuvo con ellos mucho rato, y seguido de los más fue a su
alojamiento donde se sentó rodeado de muchos de ellos, hasta que pasado un
tiempo lo dejaron ocuparse de sus asuntos del servicio.19
La sublevación de la división Aquino fue
uno de los acontecimientos más espectaculares de la campaña. Al ser informado,
Urquiza trataría de restarle importancia, diciendo a su estado mayor: “Esto es
como las olas del mar, que unas vienen y otras van”.20 Pero la noticia causaría conmoción
en las filas del ejército. Del lado de enfrente, desde ya, la noticia fue
recibida con euforia. El gobierno envió circulares a cada pueblo ordenando se
organizasen demostraciones públicas de júbilo “por tan glorioso acontecimiento
que revela al mundo la acrisolada lealtad de esos dignos argentinos y da un
ejemplo conspicuo de la virtud sublime”.21 Buenos Aires quedó embanderada y
se dispararon 21 cañonazos en la escuadra.
El gobierno publicó
incluso un decreto de premios inéditamente generosos: dos grados de ascenso
para los oficiales y suboficiales de la división, triple sueldo para los
soldados, además de un exorbitante premio en efectivo que iba de 20.000 pesos
para los jefes hasta 1000 pesos para cada soldado. También se estipulaba que
cuando terminara la guerra los soldados recibirían una baja firmada por el propio
Rosas, quien “expresará en ellas la lealtad a su patria, la heroica acción de
su lealtad, la fecha en que se presentaron, y todo lo demás que sirva a
inmortalizar su ardiente patriotismo y acrisolada lealtad”. Quedarían señalados
de por vida como “fieles federales beneméritos” y se les facilitaría el acceso
a la tierra.22
Antes de gozar de los
premios, sin embargo, había que sobrevivir a la batalla. El 3 de febrero de
1852, en la cañada de Morón, los soldados sublevados de la división Aquino
lucharon en el centro de la línea rosista. Mientras
que el ejército se desbandaba en masa, ellos se quedaron hasta el final junto
al gobernador. Cuando este, aceptando la derrota, decidió escapar para salvar
su vida, lo rodearon y cargaron por el centro enemigo para abrirle paso. Los
batallones de Urquiza rompieron fuego: de 600 jinetes solo quedaron 80, pero
Rosas, cubierto por los cuerpos de sus soldados, logró salir del campo de
batalla con un balazo en la mano. Los últimos sobrevivientes lo acompañaron aún
un largo trecho hasta que cesó el peligro. Rosas se despidió
de cada uno y se embarcó en un buque inglés. En los días subsiguientes Urquiza
dio orden de apresar a los sobrevivientes de la división Aquino, quienes fueron
condenados a muerte en masa. Narra César Díaz: “se ejecutaban todos los días de
a diez, de a veinte y más hombres juntos, sin otra formalidad que la de
justificar la identidad de las personas, para lo cual se consideraba suficiente
la denuncia de los mismos prisioneros. […]. Los cuerpos de las víctimas
quedaban insepultos en los mismos parajes en que habían sido privados de la
vida, cuando no eran colgados en alguno de los árboles de la alameda que
conduce de la ciudad a Palermo”.23
El fusilamiento de los
sobrevivientes de la división Aquino fue traumático para la población de Buenos
Aires, de donde eran oriundos muchos de sus soldados, y para algunos
contemporáneos significó el principio del fin de la expectativa por el nuevo gobierno
de Urquiza. Como sea, para nuestro objeto de estudio, el ejemplo de estos 500
soldados, su agencia para decidir de qué lado combatirían, su identificación
evidente con Rosas y la causa que este representaba a sus ojos, en fin, su
voluntad de llevar esa decisión hasta el sacrificio último cuando ya estaba
todo perdido, nos recuerda la importancia de seguir indagando en las
representaciones e identidades políticas populares de la tropa para poder
comprender mejor el desarrollo del proceso de militarización revolucionario. o
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Resumen / Abstract
Espadas con cabeza: la tropa fiel a Rosas
en las vísperas de Caseros
Nuestra historiografía ha realizado avances
en la descripción y cuantificación del proceso de militarización experimentado
por la región en la primera mitad del siglo xix.
Esta participación de la población en las fuerzas de guerra se explica
generalmente por efecto de la coacción o los intereses materiales de la tropa,
pero dada la escasez de fuentes de primera mano es difícil indagar en los
componentes políticos o identitarios que juegan un
papel motivador del servicio. El presente artículo busca colaborar con esta
área de vacancia a partir de un caso concreto lo suficientemente llamativo para
haber producido fuentes extraordinarias: la división Aquino en la campaña final
contra el rosismo. Este cuerpo de caballería
bonaerense, compuesto por soldados veteranos con más de una década de servicio
en los ejércitos confederados, fue entregado al ejército de Urquiza y obligado
a servir en contra de su antiguo gobierno. Lejos de aceptar la situación, los
soldados se levantaron en armas, asesinaron a sus comandantes y se reportaron
personalmente ante Juan Manuel de Rosas, a quien acompañaron hasta el final de
la batalla de Caseros y por quien murieron fusilados. El objetivo consiste en
analizar la adhesión de esta tropa a Rosas y entender mejor la agencia de la
que disponían los sectores populares en armas.
Palabras clave: Guerra - Militarización - Rosismo - Identidades - Ejército
Swords
with a head: the troops loyal to Rosas on the eve of Caseros
Our
historiography has made progress in the description and quantification of the
militarization process experienced by South America in the first half of the 19th
century. The participation of the population in the army is generally explained
by the effect of coercion or the material interests of the troops, but given
the scarcity of first-hand accounts it is difficult to investigate the
political or identarian components that played a role
in the motivation to serve. This article seeks to contribute to this topic
thanks to a concrete case that was striking enough to have produced
extraordinary sources: the Aquino division during the last campaign against
Rosas. This cavalry corps, composed of veteran soldiers of Buenos Aires with
more than a decade of service in the confederate armies, was handed over to Urquiza’s army and forced to serve against its former
government. Far from accepting the situation, the soldiers took up arms,
murdered their commanders and reported personally to Juan Manuel de Rosas, whom
they accompanied until the end of the battle of Caseros and for whom they were
eventually shot. The objective is to analyze the adhesion of these troops to
Rosas and to better understand the agency of the people in arms.
Keywords: War -
Militarization - Rosas - Identities - Army
1 Alejandro M. Rabinovich e Ignacio
Zubizarreta (eds.), La construcción estatal en el Río de la Plata a través
del empleo civil y militar (1600-1873), Buenos Aires, Teseo, 2023.
2 Alejandro M. Rabinovich, “La
militarización del Río de la Plata, 1810-1820. Elementos cuantitativos y
conceptuales para un análisis”, Boletín del Ravignani,
n° 37, 2012.
3 Jorge Gelman y Sol Lanteri,
“El sistema militar de Rosas y la Confederación Argentina (1829-1852)”, en O.
Moreno (coord.), La construcción de la nación Argentina. El rol de las
fuerzas armadas, Buenos Aires, Ministerio de Defensa de la Nación, 2010.
4 Juan Carlos Garavaglia, “Ejército y
milicia: los campesinos bonaerenses y el peso de las exigencias militares,
1810-1860”, Anuario iehs, n° 18, 2003. Ricardo Salvatore, Paisanos
itinerantes. Orden estatal y experiencia subalterna en Buenos Aires durante la
era de Rosas, Buenos Aires, Prometeo, 2018, y “Disciplinando mediante la
pena capital: ejecuciones de soldados durante el gobierno de Juan Manuel de
Rosas”, Revista de Indias, nº 289, 2023.
5 Raúl Fradkin y Jorge Gelman, Juan Manuel de Rosas. La construcción de un
liderazgo político, Buenos Aires, Edhasa, 2015,
pp. 334-337.
6 Raúl Fradkin, “Las formas de hacer la
guerra en el litoral rioplatense”, en S. Bandieri (dir.), La historia económica y los procesos de
independencia en la América hispana, Buenos Aires, Prometeo, 2009.
7 Virginia Macchi, “Guerra y
política en el Río de la Plata: el caso del Ejército Auxiliar del Perú
(1810-1811)”, Anuario de la Escuela de Historia Virtual, n° 3, 2012.
8Una excepción notable estudiada en Gabriel Di Meglio,
“Las palabras de Manul. La plebe porteña y la
política en los años revolucionarios”, en R. Fradkin
(ed.), ¿Y el pueblo dónde está? Contribuciones para una historia popular de
la revolución de independencia en el Río de la Plata, Buenos Aires, Prometeo,
2008.
9 Pilar González Bernaldo, “El
levantamiento de 1829 el imaginario social y sus implicaciones políticas en un
conflicto rural”, Anuario iehs,
nº 2, 1987.
10 Jorge Gelman, Rosas bajo fuego. Los
franceses, Lavalle y la rebelión de los estancieros, Buenos Aires,
Sudamericana, 2009.
11 Mateo Magariños de Melo, El gobierno
del Cerrito. Colección de documentos oficiales emanados de los poderes del
gobierno presidido por el Brigadier General D. Manuel Oribe, 1843-1851,
tomo ii, Montevideo, 1961, p.
1029; John Lynch, Juan Manuel de Rosas, 1829-1852, Buenos Aires, Emecé, 1984, p. 330.
12 Domingo F. Sarmiento, “Campaña en el Ejército Grande”, en Obras
de D.F. Sarmiento, tomo xiv,
Buenos Aires, Imprenta Moreno, 1897, p. 118.
13 “Declaración del teniente Ignacio Ravelo, puerto de Buenos Aires,
5 de nov. 1851”, en J. A. Benencia, Partes de las
Guerras Civiles, tomo iii,
Buenos Aires, Academia Nacional de la Historia, 1977, p. 446.
14 “Declaraciones e informes diversos sobre la situación de los
jefes y oficiales de la tropa de Buenos Aires destacadas en la Banda Oriental
desde el momento en que capituló el General Oribe”, Archivo General de la
Nación (agn),
iii 28-6-4. Reproducidas en Benencia, Partes de las Guerras Civiles, pp.
443-460.
15 “Declaración de Doña Tomasa Videla, Buenos aires, 1 de nov.
1851”, en Benencia, Partes de las Guerras Civiles,
p.444.
16 Jorge Myers, Orden y Virtud. El discurso republicano en el
régimen rosista, Bernal, Universidad Nacional de
Quilmes, 1995, pp. 60, 95, 100.
17 “Declaración de Mariano Orzábal, Buenos
Aires, 5 de nov. 1851”, en Benencia, Partes de las
Guerras Civiles, p. 445.
18 Ibid.
19 Reproducido en Carlos Ibarguren, Juan
Manuel de Rosas, su vida, su drama, su tiempo, Buenos Aires, Theoría, 1961, pp.284-285.
20 César Díaz, “Campaña del Ejército Grande Aliado en Sud América”,
en A. Díaz, Memorias Inéditas del General Oriental don César Díaz,
Buenos Aires, Imprenta de Mayo, 1878, p. 236.
21 “Comunicación del Sargento mayor edecán de Rosas Vicente Torcida
al juez de paz de Tuyú, 20 de enero de 1852, Santos
Lugares”, en Benencia, Partes de las Guerras
Civiles, p. 517.
22 “Extracto de los premios concedidos a los
leales valientes pasados del ejército de Urquiza, 13 de enero de 1852”, en Benencia, Partes de las Guerras Civiles, p. 530.
23 Díaz, “Campaña del Ejército…”, p. 305