Espadas con cabeza: la tropa fiel a Rosas en las vísperas de Caseros

 

Alejandro M. Rabinovich

 

conicet / Universidad Nacional de La Pampa

Pueden robarte el corazón, cagarte a tiros en Morón, pueden lavarte la cabeza, por nada. Pero el amor es más fuerte…
Ulises Butrón

 

La historiografía argentina reciente ha hecho avances considerables en la cuantificación del fenómeno de la militarización en el Río de la Plata de la primera mitad del siglo xix.1 Estos avances nos muestran que los Estados surgidos del colapso imperial español, que tantas dificultades encontraron para cumplir la mayoría de sus funciones, fueron, en cambio, notablemente exitosos en un aspecto: movilizar a una porción inusualmente alta de la población masculina adulta para servir en sus fuerzas militares, ya fueren milicianas o de línea. Pese a la penuria fiscal, la resistencia de la población y la inestabilidad política, los Estados rioplatenses pudieron contar con un número de hombres armados que, en términos relativos a su población, los ubica en índices iguales o superiores a los de los Estados más desarrollados de la época.2 Esta capacidad de movilización armada, ampliamente demostrada durante la guerra revolucionaria, encuentra otro punto álgido insospechado a partir del segundo gobierno de Juan Manuel de Rosas en la provincia de Buenos Aires.3 En efecto, en un contexto en el que la mayoría de los países sudamericanos achicaban al máximo sus ejércitos de línea y apenas podían pagar guardias nacionales y milicias, el rosismo logró desplegar a miles de veteranos en operaciones ofensivas continuadas durante largos años. ¿Cómo se explica este éxito, o, dicho de otro modo, por qué servían los soldados rosistas?

La pregunta por las motivaciones de la tropa constituye en todas partes uno de los principales —y más elusivos— focos de interés para la historia social de la guerra. En el caso de los famosos soldados de Rosas, el interrogante ha recibido considerable atención por parte de la historiografía argentina, que ha explorado dos líneas explicativas, no excluyentes sino complementarias. Por un lado, la que podemos llamar hipótesis “represiva” o “disciplinaria” esbozada tanto por Juan Carlos Garavaglia como por Ricardo Salvatore, que enfatiza el carácter forzado y en última instancia violento del reclutamiento y el mantenimiento en las filas. Esta perspectiva se enfoca en el alto porcentaje de reclutamientos forzosos, por los que los “destinados” al ejército eran obligados a servir por un número de años como pena por algún delito o por haber caído, a ojos de los jueces de paz, bajo la nebulosa categoría de “vagos”. El reclutamiento militar y el posterior recurso a azotes y otros castigos podría ser interpretado entonces como parte de un proyecto más amplio de disciplinamiento de los sectores subalternos, en el que los ejércitos servirían como “prisiones ambulantes”.4

La segunda línea explicativa es la de los “incentivos materiales”. Enfocada ante todo en los enrolamientos voluntarios, se considera al servicio militar como un “trabajo” que compite en el mercado con otras opciones laborales. Se toma en cuenta el monto del salario ofrecido por el ejército, así como las raciones, primas de enganche, vestuarios y otros elementos que podían transformar el reclutamiento en una opción atractiva para un hombre del período. En el caso del rosismo en particular, Raúl Fradkin y Jorge Gelman describen un verdadero “sistema” de protección de las familias de los soldados, mediante el cual el gobierno les repartía regularmente trigo, carne y dinero.5 También se ha señalado, con razón, la importancia fundamental que jugaba la perspectiva del botín o el saqueo, así como incentivos “no materiales” pero valiosos como el goce de fuero militar, el prestigio de vestir el uniforme, el acceso a la libertad para la población esclavizada o a la ciudadanía para los migrantes.6

Cuando se combinan ambas hipótesis el poder explicativo es considerable, aunque también es posible plantear dudas respecto de su alcance último. Pensemos en un ejército en campaña a lo largo del territorio rioplatense. ¿Cuál podría ser la eficacia de una “prisión ambulante” sin ninguna infraestructura, en la que los “presos” están armados hasta los dientes y andan casi siempre montados a caballo en medio de territorios con baja densidad de población? ¿Qué podría evitar que la tropa se amotine o deserte en masa? Por otro lado, ¿es suficiente el aliciente de un prest cuando los salarios no se pagaban casi nunca al completo y las deudas se acumulaban a lo largo de años?

Nos parece razonable, por lo tanto, explorar la posibilidad de que estuviera actuando, sumado a los primeros dos, un tercer factor explicativo que hiciera que, siendo relativamente fácil escapar, y sirviendo en condiciones materiales muy precarias, igualmente un número considerable de los soldados y milicianos optaran por seguir luchando en sus unidades, haciendo así posibles unos esfuerzos de guerra que de otro modo hubieran sido irrealizables dadas las capacidades estatales existentes. La clave para hallar ese tercer factor se encuentra al recorrer la montaña de proclamas, boletines y arengas de todo tipo dirigidas por comandantes y gobiernos rioplatenses a la población y a la tropa. Lo que encontramos allí es un incansable esfuerzo por motivar a los soldados a servir por una causa que excedía a su obligación legal o a su interés material. Fuera la Patria, la Federación o la Libertad, quienes redactaron estos mensajes pensaron que era útil y eficaz el apelar a factores identitarios, políticos o incluso emotivos para motivar a la tropa a servir bajo una bandera y bajo una persona determinada en pos de un ideal.

En este sentido, para el caso del rosismo es evidente que la publicación de Orden y virtud, cuyos 30 años celebra este dossier, constituye un antecedente relevante. Al establecer la importancia fundamental del discurso político para la legitimación del régimen y la ampliación de su base social de sustentación, el libro dejó sentadas las premisas de una línea de investigación muy prolífica que hoy nos permite abordar temáticas como la de las motivaciones de la tropa pisando sobre terreno sólido. A fin de demostrar esta productividad, en este ensayo analizaremos uno de los casos más notorios de lealtad militar hacia el rosismo: la sublevación de la división Aquino.

Elegimos este caso por un motivo concreto. Como se sabe, es difícil indagar en las ideas políticas de los sectores populares en general, y de la tropa en particular. Se han hecho avances significativos para entender mejor las motivaciones ideológicas de la oficialidad revolucionaria, pero por una cuestión de disponibilidad de fuentes es mucho más complejo lograr algo similar con los soldados y milicianos del período, ya que las bajas tasas de alfabetización nos dificultan acceder a su palabra.7 En el archivo, estos solo hablan en las declaraciones que les toman los fiscales en los sumarios, cuando son acusados de un delito (en su mayoría por deserción), o en las raras ocasiones en que logran elevar una solicitud a las autoridades. En ninguno de los dos casos se suelen explayar sobre cuestiones más allá de las condiciones del servicio y su realidad material.8 De manera que estas declaraciones ofrecen valiosa información acerca de los motivos por los que algunos soldados desertaban, pero no dicen nada de las motivaciones de aquellos otros que se quedaban a servir en sus regimientos pese a todo.

¿Debemos pues resignarnos a asumir que la tropa servía solo por obligación o por interés material, y que no sabemos ni podremos saber nada acerca del vigor de sus convicciones? No, ya que existe una vía alternativa. Se trata de hallar casos de estudio en los que una tropa determinada exprese de manera inequívoca, mediante sus acciones, una voluntad de servicio que no pueda ser reducida a otros factores que excluyan la identificación con una causa determinada. Pilar González Bernaldo demostró la factibilidad de este enfoque al analizar la movilización popular desbordante de 1829, al inicio mismo del ciclo rosista, señalando el rol que Rosas jugaba en las representaciones colectivas de la tropa miliciana como “súper-gaucho” y “supremo protector”.9 Desde ya, no es sencillo encontrar casos de este tipo que estén, a su vez, debidamente documentados. Por suerte, la división Aquino nos ofrece una perspectiva extraordinaria desde el extremo opuesto del ciclo rosista, en 1852.

Presentemos rápidamente el contexto de los hechos. Tras la crítica coyuntura de 1839, en la que el rosismo llegó a tambalearse ante los múltiples frentes abiertos (el bloqueo naval francés, el levantamiento rural del sur de la provincia y la invasión unitaria),10 Rosas contraatacó enviando sus fuerzas al interior, bajo el mando de Manuel Oribe. Este Ejército confederado logró derrotar a sus adversarios en las provincias y luego pasó a la otra banda a dar inicio a lo que se llamaría el Sitio Grande de Montevideo. Así, un núcleo de seis mil soldados de línea, en su mayoría bonaerenses, serviría durante casi nueve años consecutivos frente a los muros de la capital oriental.11 Se trataba de la fuerza veterana más experimentada del Río de la Plata.

Ahora bien, a fines de 1851, cuando el gobernador de Entre Ríos, Justo José de Urquiza, se levantó en armas contra Rosas y marchó sobre Montevideo, Oribe, en vez de luchar, decidió capitular, entregando los batallones argentinos al enemigo. Miles de aguerridos soldados se vieron incorporados a las filas del Ejército Grande, obligados a servir bajo el mando de oficiales unitarios a los que habían combatido durante años. Siendo que las condiciones materiales del servicio seguirían siendo básicamente las mismas, ¿aceptarían pasivamente el traspaso?

Por suerte, para responder al interrogante, contamos con una abundancia inédita de materiales, ya que el encuentro con estos viejos soldados suscitó un interés extraordinario en algunos contemporáneos. Al recorrer el campamento después de su entrega al ejército de Urquiza, Sarmiento afirmaba:

Pocas veces he experimentado impresiones más profundas que la que me causó la vista e inspección de aquellos terribles tercios de Rosas, a los cuales se ligan tan sangrientos recuerdos, y para nosotros preocupaciones que habíamos creído invencibles. ¿De cuántos actos de barbarie inaudita habrían sido ejecutores estos soldados que veía tendidos de medio lado, vestidos de rojo, chiripá, gorro y envueltos en sus largos ponchos de paño? Fisonomías graves como árabes y como antiguos soldados, caras llenas de cicatrices y de arrugas […] ¡Qué misterios de la naturaleza humana! ¡Qué terribles lecciones para los pueblos! He aquí los restos de diez mil seres humanos, que han permanecido diez años casi en la brecha combatiendo y cayendo uno a uno todos los días, ¿por qué causa? ¿sostenidos por qué sentimiento?

Sarmiento se planteaba la misma pregunta que guía este artículo y procedió a ensayar respuestas que iría descartando una a una: no puede ser que sirviesen por los ascensos, porque no los tuvieron. Tampoco por el alimento, el botín o el salario, tan escasos. Hasta que solo le quedó una explicación:

Tenían por él, por Rosas, una afección profunda, una veneración que disimulaban apenas […] ¿Qué era Rosas, pues, para estos hombres? ¿O son hombres estos seres?12

Esa afección por Rosas, que para Sarmiento era inexplicable hasta el punto de poner en duda la humanidad misma de los soldados, se vuelve inteligible a partir de un conjunto de documentos extraordinarios. Resulta que, al enterarse de que Oribe capitularía al día siguiente y entregaría los batallones argentinos al enemigo, el 7 de octubre de 1851 por la noche los oficiales de algunos cuerpos se reunieron con sus sargentos para informales que quedaban libres de “tomar el camino que qui[si]eran”. Los sargentos lo comunicaron a la tropa y, “así que fue recibida por los soldados aquella orden se dirigieron a las cuadras donde tenían su armamento y empezaron a inutilizar la mayor parte de los fusiles gritando que no le servirían al loco traidor salvaje unitario Urquiza. En seguida arrimaron la caballada del batallón […] y como pudieron empezaron a dispersarse en diferentes rumbos”.13

En efecto, varios cientos de soldados desertaron en masa esa noche. De la mayoría no sabemos nada más, pero 42 oficiales y soldados con nombre y apellido lograron embarcarse en una fragata inglesa que los cruzó a Buenos Aires. A su llegada, las autoridades del puerto les tomaron prolijas declaraciones. Esos documentos, no destinados a publicarse, se conservan en los legajos de la capitanía del puerto.14 ¿Qué nos revelan?

En principio, que la tropa no acepta el cambio de bandera y que tiene una intención manifiesta de seguir defendiendo al rosismo, incluso en un momento en el que buena parte de sus aliados históricos le soltaban la mano y anunciaban un fin de ciclo. Así, la esposa de uno de los capitanes bonaerenses, doña Tomasa Videla, declara que “el entusiasmo todavía de los valientes soldados del ejército argentino es admirable: que todos dicen públicamente y principalmente a la exponente que conoce a todos, que no desean más que los pasen a esta provincia y ponerse frente al ilustre General Rosas, jefe supremo de la Confederación Argentina y entonces se verán las caras con el loco inmundo traidor salvaje unitario Urquiza”. La identificación en este caso es personal, directa, tanto con Rosas como con su hija: “que todos, todos jefes y oficiales, le han encargado que dijese a sus jefes que no tuvieran cuidado, que los ayudasen un poco para venir, que ellos habían de hacer todo lo posible para seguir siempre al ilustre General Rosas, contra quien no pelearían, antes dejarían matarse que hacerlo, que todos le encargaban dijesen a su viejo el General Rosas y su digna hija Manuelita, que se acordasen de ellos”.15

Otras declaraciones, en cambio, son más explícitas respecto del contenido de la lealtad a Rosas, haciendo referencia tanto a la cuestión del americanismo como a la causa de la Federación, confirmando de paso la eficacia pedagógica de los eslóganes rosistas.16 Por ejemplo, el capitán de caballería Mariano Orzábal manifiesta que huyó de Montevideo “con el objeto de prestar sus servicios en todo y dondequiera que lo destinase el ilustre General Rosas jefe supremo de la Confederación Argentina para cooperar así a la defensa heroica que hace este eminente y sabio americano de la independencia de su querida patria y del sistema Santo confederado”.17 Aquí no tenemos espacio para explayarnos en el análisis de las demás declaraciones; en definitiva, la mayoría expresa “que ningún soldado del ejército argentino sirve al loco traidor salvaje unitario Urquiza pues públicamente dicen que si pasan a la provincia de Buenos Aires no tirarán ni un tiro contra el ilustre General Rosas por quien se han de sacrificar”.18

Semejantes palabras podrían ser tomadas como meras promesas vacías, como tantas otras que se vertieron al espacio público durante la crisis desatada por el pronunciamiento de Urquiza, si no fuera porque una parte considerable de la tropa cumpliría lo prometido al pie de la letra, sacrificándose en efecto, lo que nos trae por fin a la división Aquino. Esta unidad, en rigor un escuadrón de caballería de 514 plazas, no tuvo oportunidad de huir de Montevideo y fue incorporada en bloque al Ejército Grande, limitándose Urquiza a reemplazar a sus jefes superiores. Su nuevo comandante, el coronel Pedro León Aquino, era un acérrimo unitario y partidario de mantener una disciplina inflexible en su unidad.

Tras cruzar el Paraná, cuando el Ejército Grande se preparaba para iniciar la marcha desde El Espinillo, Aquino decidió acampar su división alejada del resto para disponer de mejores pastos, pero parte de la unidad conspiraba en su contra y al anochecer del 10 de enero, liderados por el sargento mayor José Aguilar, se levantaron en armas. Unos 20 hombres a caballo se dirigieron a la tienda de Aquino y lo asesinaron a lanzadas, al igual que a otros siete oficiales superiores nombrados por Urquiza. Luego saquearon los equipajes de los jefes y se pusieron en marcha hacia Buenos Aires con toda la división. A la mañana siguiente partiría una fuerza en su persecución, que no consiguió alcanzarlos.

Los soldados sublevados llegaron pronto al campamento de Santos Lugares, aunque insistieron en seguir hasta Palermo para presentarse personalmente a Rosas. Quien tuvo que contenerlos fue Antonino Reyes, el edecán del gobernador. Sus apuntes inéditos narran de primera mano el encuentro:

Sus ropas gastadas y hechas andrajos en la laboriosa campaña que habían hecho, llevando sus armas victoriosas en todas las batallas en que se habían hallado; unos habían envejecido, otros mutilándose por las heridas recibidas en los combates; venían después de once años de ausencia de la patria y del hogar a ver lo que encontraban de sus familias. Y sin embargo de todo esto, venían contentos de haber llenado su deber, a presentarse al Ilustre restaurador de las leyes, como ellos decían, a combatir a su lado contra sus enemigos. No había uno sólo que disintiese en esta voluntad, era uniforme, como era el deseo de no parar hasta no llegar a la presencia del Sr. Gobernador a quién querían ver. Mucho trabajo me costó poderlos contener allí bajo promesas de que haría presente al Sr. Gobernador su llegada y su deseo. […] Al día siguiente, a la oración, llegó el gobernador. Yo presencié el momento en que entró a caballo en el centro de las cuadras donde estaban aquellos hombres alojados. En el acto se reunieron a su alrededor todos vitoreándolo, le besaban las manos, lo abrazaban y lo estrechaban con todo cariño. Allí estuvo con ellos mucho rato, y seguido de los más fue a su alojamiento donde se sentó rodeado de muchos de ellos, hasta que pasado un tiempo lo dejaron ocuparse de sus asuntos del servicio.19

La sublevación de la división Aquino fue uno de los acontecimientos más espectaculares de la campaña. Al ser informado, Urquiza trataría de restarle importancia, diciendo a su estado mayor: “Esto es como las olas del mar, que unas vienen y otras van”.20 Pero la noticia causaría conmoción en las filas del ejército. Del lado de enfrente, desde ya, la noticia fue recibida con euforia. El gobierno envió circulares a cada pueblo ordenando se organizasen demostraciones públicas de júbilo “por tan glorioso acontecimiento que revela al mundo la acrisolada lealtad de esos dignos argentinos y da un ejemplo conspicuo de la virtud sublime”.21 Buenos Aires quedó embanderada y se dispararon 21 cañonazos en la escuadra.

El gobierno publicó incluso un decreto de premios inéditamente generosos: dos grados de ascenso para los oficiales y suboficiales de la división, triple sueldo para los soldados, además de un exorbitante premio en efectivo que iba de 20.000 pesos para los jefes hasta 1000 pesos para cada soldado. También se estipulaba que cuando terminara la guerra los soldados recibirían una baja firmada por el propio Rosas, quien “expresará en ellas la lealtad a su patria, la heroica acción de su lealtad, la fecha en que se presentaron, y todo lo demás que sirva a inmortalizar su ardiente patriotismo y acrisolada lealtad”. Quedarían señalados de por vida como “fieles federales beneméritos” y se les facilitaría el acceso a la tierra.22

Antes de gozar de los premios, sin embargo, había que sobrevivir a la batalla. El 3 de febrero de 1852, en la cañada de Morón, los soldados sublevados de la división Aquino lucharon en el centro de la línea rosista. Mientras que el ejército se desbandaba en masa, ellos se quedaron hasta el final junto al gobernador. Cuando este, aceptando la derrota, decidió escapar para salvar su vida, lo rodearon y cargaron por el centro enemigo para abrirle paso. Los batallones de Urquiza rompieron fuego: de 600 jinetes solo quedaron 80, pero Rosas, cubierto por los cuerpos de sus soldados, logró salir del campo de batalla con un balazo en la mano. Los últimos sobrevivientes lo acompañaron aún un largo trecho hasta que cesó el peligro. Rosas se despidió de cada uno y se embarcó en un buque inglés. En los días subsiguientes Urquiza dio orden de apresar a los sobrevivientes de la división Aquino, quienes fueron condenados a muerte en masa. Narra César Díaz: “se ejecutaban todos los días de a diez, de a veinte y más hombres juntos, sin otra formalidad que la de justificar la identidad de las personas, para lo cual se consideraba suficiente la denuncia de los mismos prisioneros. […]. Los cuerpos de las víctimas quedaban insepultos en los mismos parajes en que habían sido privados de la vida, cuando no eran colgados en alguno de los árboles de la alameda que conduce de la ciudad a Palermo”.23

El fusilamiento de los sobrevivientes de la división Aquino fue traumático para la población de Buenos Aires, de donde eran oriundos muchos de sus soldados, y para algunos contemporáneos significó el principio del fin de la expectativa por el nuevo gobierno de Urquiza. Como sea, para nuestro objeto de estudio, el ejemplo de estos 500 soldados, su agencia para decidir de qué lado combatirían, su identificación evidente con Rosas y la causa que este representaba a sus ojos, en fin, su voluntad de llevar esa decisión hasta el sacrificio último cuando ya estaba todo perdido, nos recuerda la importancia de seguir indagando en las representaciones e identidades políticas populares de la tropa para poder comprender mejor el desarrollo del proceso de militarización revolucionario. o

Bibliografía

Benencia, Julio Arturo, Partes de las Guerras Civiles, tomo iii, Buenos Aires, Academia Nacional de la Historia, 1977.

Di Meglio, Gabriel, “Las palabras de Manul. La plebe porteña y la política en los años revolucionarios”, en R. Fradkin (ed.), ¿Y el pueblo dónde está? Contribuciones para una historia popular de la revolución de independencia en el Río de la Plata, Buenos Aires, Prometeo, 2008.

Díaz, César, “Campaña del Ejército Grande Aliado en Sud América”, en A. Díaz, Memorias Inéditas del General Oriental don César Díaz, Buenos Aires, Imprenta de Mayo, 1878.

Fradkin, Raúl y Jorge Gelman, Juan Manuel de Rosas. La construcción de un liderazgo político, Buenos Aires, Edhasa, 2015.

Fradkin, Raúl, “Las formas de hacer la guerra en el litoral rioplatense”, en S. Bandieri (dir.), La historia económica y los procesos de independencia en la América hispana, Buenos Aires, Prometeo, 2009, pp. 167-214.

Gelman, Jorge y Sol Lanteri, “El sistema militar de Rosas y la Confederación Argentina (1829-1852)”, en O. Moreno (coord.), La construcción de la nación Argentina. El rol de las fuerzas armadas, Buenos Aires, Ministerio de Defensa de la Nación, 2010.

Gelman, Jorge, Rosas bajo fuego. Los franceses, Lavalle y la rebelión de los estancieros, Buenos Aires, Sudamericana, 2009.

Ibarguren, Carlos, Juan Manuel de Rosas, su vida, su drama, su tiempo, Buenos Aires, Theoría, 1961.

Lynch, John, Juan Manuel de Rosas, 1829-1852, Buenos Aires, Emecé, 1984.

Magariños de Melo, Mateo, El gobierno del Cerrito. Colección de documentos oficiales emanados de los poderes del gobierno presidido por el Brigadier General D. Manuel Oribe, 1843-1851, tomo ii, Montevideo, 1961.

Myers, Jorge, Orden y Virtud. El discurso republicano en el régimen rosista, Bernal, Universidad Nacional de Quilmes, 1995.

Rabinovich Alejandro M. e Ignacio Zubizarreta (eds.), La construcción estatal en el Río de la Plata a través del empleo civil y militar (1600-1873), Buenos Aires, Teseo, 2023.

Salvatore, Ricardo, Paisanos itinerantes. Orden estatal y experiencia subalterna en Buenos Aires durante la era de Rosas, Buenos Aires, Prometeo, 2018.

Sarmiento, Domingo F., “Campaña en el Ejército Grande”, en Obras de D. F. Sarmiento, tomo xiv, Buenos Aires, Imprenta Moreno, 1897.

Resumen / Abstract

Espadas con cabeza: la tropa fiel a Rosas en las vísperas de Caseros

Nuestra historiografía ha realizado avances en la descripción y cuantificación del proceso de militarización experimentado por la región en la primera mitad del siglo xix. Esta participación de la población en las fuerzas de guerra se explica generalmente por efecto de la coacción o los intereses materiales de la tropa, pero dada la escasez de fuentes de primera mano es difícil indagar en los componentes políticos o identitarios que juegan un papel motivador del servicio. El presente artículo busca colaborar con esta área de vacancia a partir de un caso concreto lo suficientemente llamativo para haber producido fuentes extraordinarias: la división Aquino en la campaña final contra el rosismo. Este cuerpo de caballería bonaerense, compuesto por soldados veteranos con más de una década de servicio en los ejércitos confederados, fue entregado al ejército de Urquiza y obligado a servir en contra de su antiguo gobierno. Lejos de aceptar la situación, los soldados se levantaron en armas, asesinaron a sus comandantes y se reportaron personalmente ante Juan Manuel de Rosas, a quien acompañaron hasta el final de la batalla de Caseros y por quien murieron fusilados. El objetivo consiste en analizar la adhesión de esta tropa a Rosas y entender mejor la agencia de la que disponían los sectores populares en armas.

 

Palabras clave: Guerra - Militarización - Rosismo - Identidades - Ejército

 

 

Swords with a head: the troops loyal to Rosas on the eve of Caseros

Our historiography has made progress in the description and quantification of the militarization process experienced by South America in the first half of the 19th century. The participation of the population in the army is generally explained by the effect of coercion or the material interests of the troops, but given the scarcity of first-hand accounts it is difficult to investigate the political or identarian components that played a role in the motivation to serve. This article seeks to contribute to this topic thanks to a concrete case that was striking enough to have produced extraordinary sources: the Aquino division during the last campaign against Rosas. This cavalry corps, composed of veteran soldiers of Buenos Aires with more than a decade of service in the confederate armies, was handed over to Urquiza’s army and forced to serve against its former government. Far from accepting the situation, the soldiers took up arms, murdered their commanders and reported personally to Juan Manuel de Rosas, whom they accompanied until the end of the battle of Caseros and for whom they were eventually shot. The objective is to analyze the adhesion of these troops to Rosas and to better understand the agency of the people in arms.

 

Keywords: War - Militarization - Rosas - Identities - Army

1 Alejandro M. Rabinovich e Ignacio Zubizarreta (eds.), La construcción estatal en el Río de la Plata a través del empleo civil y militar (1600-1873), Buenos Aires, Teseo, 2023.

 

2 Alejandro M. Rabinovich, “La militarización del Río de la Plata, 1810-1820. Elementos cuantitativos y conceptuales para un análisis”, Boletín del Ravignani, n° 37, 2012.

 

3 Jorge Gelman y Sol Lanteri, “El sistema militar de Rosas y la Confederación Argentina (1829-1852)”, en O. Moreno (coord.), La construcción de la nación Argentina. El rol de las fuerzas armadas, Buenos Aires, Ministerio de Defensa de la Nación, 2010.

 

4 Juan Carlos Garavaglia, “Ejército y milicia: los campesinos bonaerenses y el peso de las exigencias militares, 1810-1860”, Anuario iehs, n° 18, 2003. Ricardo Salvatore, Paisanos itinerantes. Orden estatal y experiencia subalterna en Buenos Aires durante la era de Rosas, Buenos Aires, Prometeo, 2018, y “Disciplinando mediante la pena capital: ejecuciones de soldados durante el gobierno de Juan Manuel de Rosas”, Revista de Indias, nº 289, 2023.

 

5 Raúl Fradkin y Jorge Gelman, Juan Manuel de Rosas. La construcción de un liderazgo político, Buenos Aires, Edhasa, 2015, pp. 334-337.

 

6 Raúl Fradkin, “Las formas de hacer la guerra en el litoral rioplatense”, en S. Bandieri (dir.), La historia económica y los procesos de independencia en la América hispana, Buenos Aires, Prometeo, 2009.

 

7 Virginia Macchi, “Guerra y política en el Río de la Plata: el caso del Ejército Auxiliar del Perú (1810-1811)”, Anuario de la Escuela de Historia Virtual, n° 3, 2012.

 

8Una excepción notable estudiada en Gabriel Di Meglio, “Las palabras de Manul. La plebe porteña y la política en los años revolucionarios”, en R. Fradkin (ed.), ¿Y el pueblo dónde está? Contribuciones para una historia popular de la revolución de independencia en el Río de la Plata, Buenos Aires, Prometeo, 2008.

 

9 Pilar González Bernaldo, “El levantamiento de 1829 el imaginario social y sus implicaciones políticas en un conflicto rural”, Anuario iehs, nº 2, 1987.

 

10 Jorge Gelman, Rosas bajo fuego. Los franceses, Lavalle y la rebelión de los estancieros, Buenos Aires, Sudamericana, 2009.

 

11 Mateo Magariños de Melo, El gobierno del Cerrito. Colección de documentos oficiales emanados de los poderes del gobierno presidido por el Brigadier General D. Manuel Oribe, 1843-1851, tomo ii, Montevideo, 1961, p. 1029; John Lynch, Juan Manuel de Rosas, 1829-1852, Buenos Aires, Emecé, 1984, p. 330.

 

12 Domingo F. Sarmiento, “Campaña en el Ejército Grande”, en Obras de D.F. Sarmiento, tomo xiv, Buenos Aires, Imprenta Moreno, 1897, p. 118.

 

13 “Declaración del teniente Ignacio Ravelo, puerto de Buenos Aires, 5 de nov. 1851”, en J. A. Benencia, Partes de las Guerras Civiles, tomo iii, Buenos Aires, Academia Nacional de la Historia, 1977, p. 446.

 

14 “Declaraciones e informes diversos sobre la situación de los jefes y oficiales de la tropa de Buenos Aires destacadas en la Banda Oriental desde el momento en que capituló el General Oribe”, Archivo General de la Nación (agn), iii 28-6-4. Reproducidas en Benencia, Partes de las Guerras Civiles, pp. 443-460.

 

15 “Declaración de Doña Tomasa Videla, Buenos aires, 1 de nov. 1851”, en Benencia, Partes de las Guerras Civiles, p.444.

 

16 Jorge Myers, Orden y Virtud. El discurso republicano en el régimen rosista, Bernal, Universidad Nacional de Quilmes, 1995, pp. 60, 95, 100.

 

17 “Declaración de Mariano Orzábal, Buenos Aires, 5 de nov. 1851”, en Benencia, Partes de las Guerras Civiles, p. 445.

 

18 Ibid.

 

19 Reproducido en Carlos Ibarguren, Juan Manuel de Rosas, su vida, su drama, su tiempo, Buenos Aires, Theoría, 1961, pp.284-285.

 

20 César Díaz, “Campaña del Ejército Grande Aliado en Sud América”, en A. Díaz, Memorias Inéditas del General Oriental don César Díaz, Buenos Aires, Imprenta de Mayo, 1878, p. 236.

 

21 “Comunicación del Sargento mayor edecán de Rosas Vicente Torcida al juez de paz de Tuyú, 20 de enero de 1852, Santos Lugares”, en Benencia, Partes de las Guerras Civiles, p. 517.

 

22 “Extracto de los premios concedidos a los leales valientes pasados del ejército de Urquiza, 13 de enero de 1852”, en Benencia, Partes de las Guerras Civiles, p. 530.

 

23 Díaz, “Campaña del Ejército…”, p. 305