Juan Manuel de Rosas, el Ejército Unido y la geopolítica
rioplatense
Algunas
hipótesis y lecturas historiográficas (1840-1851)
Mario Etchechury-Barrera
conicet / Universidad Nacional de Rosario
El proceso de formación y la trayectoria
del Ejército Unido de Vanguardia de la Confederación Argentina (1840-1851)
sirven como observatorio para explorar desde un ángulo poco frecuentado la
política regional llevada adelante por Juan Manuel de Rosas en el Río de la
Plata; en particular, sus complejos vínculos con los grupos “federales” del
litoral y el interior y su intervención en las disputas civiles del Estado
Oriental del Uruguay, en el contexto de la intensa conflictividad regional e
internacional que la historiografía suele definir como la “Guerra Grande”
(1838-1852).
En este artículo no
abordaremos la deriva bélica ni los detalles de las campañas militares
protagonizadas por el Ejército Unido, sino que propondremos algunas hipótesis
en torno a su rol dentro de la geopolítica trazada por Rosas en la región.
Hablar de la geopolítica implica no solo abordar las relaciones diplomáticas
con los demás poderes de la cuenca rioplatense o con las potencias europeas,
sino también —y a veces, sobre todo— reconstruir las tramas conspirativas y las
alianzas subterráneas que el gobernador de Buenos Aires presentaba a sus
interlocutores como amenazas inminentes, aunque fuesen, en realidad, lecturas
arbitrarias o distorsionadas de algunos eventos concretos. Su alusión a un
supuesto “Gran Plan” unitario dirigido a anarquizar a la entera región fue
utilizada con sagacidad y no poco maquiavelismo para intervenir en el área y
presionar a otros gobiernos. En ese sentido, si bien Jorge Myers nos aclara
desde la introducción de su ya clásico Orden y virtud que su
investigación se circunscribirá, con pocas excepciones, a la provincia de
Buenos Aires, no por ello deja de proponer algunas hipótesis pertinentes para
abordar este problema. Resultan interesantes sus apuntes acerca de la
articulación por parte de Rosas y sus colaboradores de una panoplia de
instrumentos de poder informales, entre los que destacaba el empleo de “la
guerra civil o su amenaza como forma de gobierno”, un aspecto que podemos
considerar como un elemento constitutivo de la geopolítica del período.1
De hecho, como señala el autor, acompañándose del historiador de la Antigüedad Moses Finley, el mar de fondo bélico, lejos de constituir
una anomalía, fue estructurador del orden político desde fines de la década de
1830 en el ámbito del litoral y el interior de la Confederación. Esta
conflictividad interna se concatenó con las intervenciones diplomáticas y
militares anglo-francesas, desarrolladas sobre todo entre 1838 y 1845, eventos
que en su conjunto terminaron por crear un complejo panorama regional.
Ahora bien, si el
Ejército Unido constituyó una de las principales herramientas de intervención
de Rosas en la región rioplatense, su historia se inscribe en un proceso un
poco más largo y situado fuera del territorio confederal, iniciado a mediados
de la década de 1830. Pese a que la historiografía tradicional suele presentar
a “blancos” del Estado Oriental y “federales” de la Confederación Argentina
como aliados “naturales” en una causa común contra “unitarios”, “colorados”
partisanos de Fructuoso Rivera y agentes franceses, en realidad los vínculos
entre el gobernador de Buenos Aires y Manuel Oribe, que asumió como presidente
del Estado Oriental del Uruguay en 1835, no fueron cordiales. La liberalidad
con que el gobierno uruguayo gestionó el problema del exilio antirrosista asentado en el territorio oriental constituyó
materia de continuas controversias que crisparon las relaciones entre ambos
mandatarios. Por un lado, Rosas desarrolló a través de diversos canales
diplomáticos un esfuerzo sostenido para que Oribe tomara conciencia de que la
insurrección acaudillada en Uruguay desde 1836 por Fructuoso Rivera y sus
aliados formaba parte de una conspiración mucho más vasta, una hidra de múltiples
cabezas que no podía ser batida sin llevar adelante una política de represión
firme. Para consolidar esa política Rosas se apoyó en la idea de que existía un
“Gran Plan” unitario, una conspiración con diversas ramificaciones dirigida a
formar una liga americana que reeditara el antiguo proyecto de Simón Bolívar,
con uno de sus ejes en la Bolivia de Santa Cruz.2 Para sustentar esta visión
conspirativa, Rosas apeló a la existencia de una misión previa, desarrollada en
Bolivia en 1834 por Francisco J. Muñoz, durante la presidencia de Fructuoso
Rivera. En realidad, como se desprende de las instrucciones, el enviado
oriental había sido comisionado para gestionar una Confederación hispano-
americana con el fin de negociar de manera conjunta los límites estatales con
el Imperio del Brasil. Sin embargo, Rosas sostendría
poco después que esta misión encubría una trama dirigida a desestabilizarlo,
una sospecha que se apoyaba en las conversaciones que el diplomático oriental
había tenido durante su tránsito a Bolivia con los gobernadores de Córdoba,
Salta, Tucumán y Catamarca, a los que había expuesto el objetivo de su misión.
El hecho de que Muñoz, una vez acabada la gestión de Rivera, fuese designado por Oribe como ministro de Hacienda se transformó
en un nuevo motivo de controversia con Rosas. Asimismo, como se puede apreciar
en la correspondencia diplomática del período, Rosas instó
en varias oportunidades al presidente oriental a que ejecutara una persecución
más radical y sistemática de las redes de “unitarios” extendidas entre
Montevideo y el Hinterland rural. Se trataba de un claro esfuerzo por
trasladar una lógica faccional de “guerra a muerte”
que Oribe no parecía dispuesto a condescender, en un intento por “neutralizar”
y aislar al Estado Oriental de los conflictos regionales e internacionales.3
Mien-tras tanto, en febrero de 1836, Rosas nombró al
coronel Juan Correa Morales como agente especial en la capital uruguaya, con el
objeto de recomponer las relaciones entre ambos Estados e influir sobre la
nueva administración para que erradicara a los principales cabecillas de la
“emigración argentina”, una misión que causó rispideces y que ya delataba la
intención del líder federal de intervenir con mano fuerte en la otra orilla del
Plata. Durante su residencia en Montevideo, Correa Morales criticó de forma
severa a Oribe, catalogándolo en su correspondencia oficial como una “nulidad”
política cuya tolerancia hacia los unitarios hacía presagiar su inminente
ruina.4
De hecho, en agosto de 1836, cuando la rebelión acaudillada por Rivera y sus
aliados había cobrado vigor en el territorio oriental, Rosas negó de forma
explícita brindar el apoyo militar que Oribe le había solicitado poco antes,
aludiendo a obstáculos formales y logísticos. La negativa encubría un claro
intento de presión política sobre Oribe, ya que, como se desprende de las
comunicaciones cruzadas, Rosas señaló que el gobierno de la Confederación solo
podría llegar a colaborar en la pacificación oriental si se firmaba una
convención “por la que se me asegurase de una marcha firme, rápida y decisiva,
y que de logrado el triunfo contra los rebeldes, ese
Gobierno extinguiría en todo el territorio del Estado hasta las más pequeñas
raíces de la presente rebelión”.5
La situación comenzó a
cambiar cuando Oribe, cercado política y militarmente, renunció al poder en
octubre de 1838 y se trasladó a Buenos Aires con un grupo de oficiales y
civiles.6
Desde allí el mandatario depuesto, que había protestado por su renuncia al
poder, catalogándola como resultado de la violencia ejercida contra su
gobierno, dio a conocer un manifiesto en el que acusaba a los agentes franceses
de haber colaborado de modo activo en su caída.7 Bajo esas nuevas coordenadas
geopolíticas, Rosas, convertido en anfitrión de los emigrados oribistas, pudo desarrollar una estrategia geopolítica más
acorde a sus intereses. Si bien no conocemos los detalles de las negociaciones
entre los dos líderes, el gobernador porteño siguió reconociendo a Oribe como
“Presidente legal” del Estado Oriental, y desde un inicio le adjudicó un rol
militar en las operaciones que se estaban planeando. La oportunidad para
insertar al mandatario oriental en la campaña de pacificación de las provincias
del interior y el litoral se concretó tras la derrota sufrida por el ejército
comandado por Pascual Echagüe en la batalla de Cagancha
(29/12/1839), desarrollada en el territorio uruguayo. A partir de allí Rosas y
sus colaboradores comenzaron a organizar un nuevo contingente que poco después
recibiría la designación de Ejército Unido de Vanguardia de la Confederación
Argentina. Inicialmente se trataba de un conglomerado heterogéneo de oficiales
y tropas orientales, porteñas y santafesinas, al que Rosas trató de cohesionar
designando a Oribe, en octubre de 1841, como su Jefe interino, en atención a su
rango de brigadier general. Así, a través de una estrategia en “dos tiempos”
Rosas creaba una poderosa herramienta para intervenir, primero en el concierto
provincial y luego al otro lado del Plata, permitiendo así que Oribe se
trasladara al Estado Oriental para reclamar el poder. Tal como apuntaron desde
distintos ángulos Ernesto Quesada, Julio Irazusta, Mateo Magariños
de Mello y Víctor Tau Anzoátegui, con ese movimiento Rosas lograba unificar la
dirección militar, y prescindir en el mediano plazo de alianzas con otros
gobernadores, lo que le permitía desanclar al nuevo ejército de agendas
provinciales.8
Esto último se expresó con claridad en la forma en que el mandatario federal
resolvió el problema del mando supremo, designando a Oribe —un extranjero sin
intereses en la política local— por encima de otros jefes que reivindicaban su
derecho a ser nombrados comandantes de la nueva fuerza, como fue el caso del
gobernador santafesino Juan Pablo López, o del general Ángel Pacheco, militar
de reconocida solvencia y considerado además como un federal de máxima
confianza. De forma simultánea, el Ejército Unido le permitió al líder porteño
ejercer el gobierno de los territorios insurreccionados, empleando a Oribe con
“carácter de delegado del magistrado nacional y de jefe militar de una zona
sometida a las duras consecuencias de la guerra civil”. A partir de allí se fue
instaurando “una suerte de gobierno bicéfalo”, como apuntó con agudeza Tau
Anzoátegui, que tenía como polos al gobernador de Buenos Aires, y a Oribe y sus
principales comandantes como delegados político-militares en el interior.9
Puede decirse que desde
su formación misma el Ejército Unido no solo funcionó como un medio para
reprimir los levantamientos contra el rosismo, sino
que también fue fundamental para fortalecer los “partidos” federales de cada
provincia y reacomodar sus alianzas con el gobierno porteño. Durante los principales
tramos de la campaña los comandantes federales restauraron a los gobernadores
depuestos, propiciaron la formación de asambleas para elegir nuevas autoridades
y participaron en la organización de las comandancias de los valles y partidos
rurales, afectadas por la intensa guerra civil.10 Esto último permite abordar el rol
desempeñado por los comandantes federales en un contexto de “faccionalización de la política” caracterizado por el
paulatino estrechamiento de las posibilidades de disidencia dentro del espacio
público, estrechamiento que se tornó más agudo entre 1838 y 1842.11
Fue en esa coyuntura cuando dentro de filas federales terminó de consolidarse
la figura del opositor como un enemigo, conspirador o traidor que anarquizaba
el orden público y al que era necesario erradicar de la escena, siguiendo una
lógica belicista que dejaba un amplio margen para aplicar una violencia sin
cortapisas. De forma simultánea, el Ejército Unido se constituyó en una
auténtica máquina de propaganda, llevando a los territorios por los que
transitaba una retórica de “guerra sin cuartel”. En efecto, mediante sus
comunicaciones y órdenes diarias los oficiales federales alimentaron un tipo de
discurso marcado por fuertes contenidos americanistas, que exaltaba la virtud y
gloria de los federales y condenaba al cadalso a los “salvajes unitarios”,
culpables de crímenes de “lesa patria”. En algunos momentos, signados por una
fuerte polarización ideológica, los mandos de la fuerza federal cumplieron a
rajatabla con ese propósito, como lo ilustran los sangrientos episodios de
Quebracho Herrado (28/11/1840), Famaillá (19/09/1841)
o la toma de Catamarca (29/10/1841), donde se desencadenó una durísima
represión que no dudó en marcar los espacios públicos con las cabezas y cuerpos
desmembrados de los principales antagonistas.12 No obstante, esas acciones
persecutorias y punitivas también encontraron una constante —y para Oribe
sospechosa— oposición entre los propios “notables” del interior que, pese a su
protesta de ser federales leales a la causa, con frecuencia estaban vinculados
por lazos de familia, amistad o negocios con muchos de los clasificados como
“salvajes unitarios”.
Para algunos sectores
provinciales la lógica facciosa de ese “federalismo de guerra” que buscaban
imponer Oribe y su núcleo más duro de oficiales era improcedente, en tanto
amenazaba con romper los entramados sociales y políticos necesarios para gobernar
una vez que el ejército se hubiese marchado de sus jurisdicciones. En muchas
ocasiones terminó generándose una “violencia negociada” en el marco de la cual
los mandos del “Ejército restaurador” debieron ceder ante las peticiones de
indulto y perdón cursadas por representantes acreditados dentro del federalismo
provincial, que facilitaron la excarcelación, huida u ocultamiento de presuntos
“unitarios”. Los ejemplos de este tipo de solicitudes, con que los gobernadores
buscaban concentrar el castigo en ciertos actores y proteger a otros, se
repiten desde Mendoza a Córdoba. Incluso Oribe llegó a reconvenir a figuras
centrales del federalismo del momento, como el tucumano Celedonio Gutiérrez,
por considerar que protegían de manera ostensible a enemigos del “sistema”.13
Es por esto que, si pretendemos analizar en detalle la reconfiguración del
poder en el interior y el litoral tras la “crisis del sistema federal” ocurrida
entre 1840 y 1842, se torna imprescindible explorar el modo en que cada
provincia gestionó el problema de la oposición interna, los embargos y el
paulatino retorno de los emigrados antirrosistas tras
la intensa resemantización del campo político que
había provocado el Ejército Unido durante su campaña. No obstante, luego de la
“pacificación” llevada adelante en esa coyuntura, la posibilidad de articular
una nueva alianza de dimensiones intraprovinciales
contra Rosas quedó prácticamente cerrada, y solo se mantuvieron activos algunos
focos insurreccionales, sobre todo en Corrientes, así como las persistentes
“montoneras” fronterizas en el Norte y en el sector cordillerano del
territorio.
El pasaje del Ejército
Unido al Estado Oriental, luego de aplastar a las fuerzas de la alianza antirrosista comandadas por Fructuoso Rivera en la batalla
de Arroyo Grande (Entre Ríos, 6/12/1842), marcó un giro importante en la
alianza blanco-federal. A partir de allí Rosas debió retornar a la antigua
estrategia de confiar la defensa del orden federal en el litoral a un gobernador
provincial, en este caso el entrerriano Justo José de Urquiza, una figura en
pleno ascenso a inicios de la década de 1840, que cumplió además un papel clave
entre 1843 y 1845, auxiliando a Oribe en su campaña en el Estado Oriental. Por
su parte, luego de cruzar el río Uruguay y acampar frente a Montevideo, en
febrero de 1843, el Ejército Unido abrió una prolongada guerra de posiciones y
se transformó, al mismo tiempo, en el núcleo alrededor del cual Oribe y sus
colaboradores montaron una entera administración pública —el llamado “Gobierno
del Cerrito”— un entramado de instituciones que incluyó Cámaras legislativas y
ministerios, así como una completa organización de entidades
económico-financieras, judiciales y educativas.14 Esta suerte de Estado paralelo a
la administración montevideana controló la mayor parte del territorio uruguayo
durante los casi nueve años que se prolongó la contienda en territorio
oriental, y editó su propio periódico, el Defensor de la Independencia
Americana (1844-1851), uno de los principales voceros de la doctrina del
americanismo propalado por Rosas y Oribe, como lo analizó Jorge Myers.15
Con pocas excepciones, los ministros y diplomáticos europeos, así como los
demás gobiernos de la región, solo se dirigieron a Oribe en su calidad de jefe
del ejército sitiador, sin aludir al título de “Presidente Legal” que
únicamente el gobernador de Buenos Aires seguía otorgándole. Por otra parte, si
para Rosas la presencia del Ejército Unido frente a Montevideo posibilitó
estabilizar el frente oriental y controlar a la oposición en el exilio,
reducida a las trincheras de la capital y a unos pocos focos opositores en el
litoral del Uruguay, Oribe en cambio debió lidiar con el hecho, difícil de
contestar a primera vista, de que había retornado al mando de una fuerza
“invasora” que revelaba, tanto en su composición como en su misión política,
una sospechosa dependencia del gobierno porteño. De ahí que, con el tiempo, se promoviera
dentro de las filas el ascenso de oficiales orientales para los principales
puestos de mando, mientras que desde las páginas de El Defensor de la
Independencia Americana se proclamaba en repetidas ocasiones que se trataba
de un “Ejército Libertador de Argentinos y Orientales” cuyo cometido era
restaurar las leyes y las autoridades legales, en oposición a la turba de
aventureros y conspiradores aliados extranjeros que controlaban los negocios
públicos de Montevideo.16
Tal como lo demostró Myers en Orden y virtud, con independencia del
carácter circunstancial que pudieron revestir algunas de estas controversias,
ellas constituyen un punto de mira interesante para analizar los procesos de
reconfiguración de las identidades políticas —“partidistas” y nacionales— en un
momento crucial de la formación estatal en ambas márgenes del Plata.17
Pese a los avances que
se han realizado en los últimos años, la reconstrucción del federalismo rosista en las provincias del interior y el litoral de la
Confederación Argentina, así como su alianza con el “partido blanco” oriental,
sigue constituyendo una de las grandes materias pendientes de la historiografía
del período. Tal como apuntamos arriba al repasar de modo sucinto algunos
tópicos e hipótesis de lectura, un estudio sobre la composición y trayectoria
del Ejército Unido entre 1840 y 1851 podría constituir un buen caso de estudio
para volver a pensar los procesos de formación estatal en ambas orillas del Río
de la Plata, incorporando en un relato más heterogéneo y complejo a
instituciones y actores que hasta ahora han permanecido en un lugar secundario
en comparación con la importancia otorgada en las agendas historiográficas a los
grupos de poder centrados en Buenos Aires y Montevideo. El hecho de que el
Ejército Unido atravesara a lo largo de sus campañas diversas jurisdicciones
provinciales y estatal-nacionales, y que en ocasiones ejerciera una suerte de
“gobierno delegado”, lo convierte en un mirador privilegiado para abordar una
investigación que abandone enfoques y metodologías parcelarias y apueste por
una lectura transversal de la geopolítica regional. o
Bibliografía
Irazusta, Julio, Vida política de Juan
Manuel de Rosas a través de su correspondencia. Tomo iii. 1840-1843, Buenos Aires, Editorial Albatros, 1947.
Magariños de Mello, Mateo, El Gobierno del
Cerrito. Colección de documentos oficiales emanados por los poderes del
Gobierno presidido por el Brigadier General D. Manuel Oribe, 1843-1851. Tomo ii. Vol. 2, Montevideo, s.p.i.,1961.
Miralles Bianconi,
Micaela, “Manuel Oribe y la campaña contra la Coalición del Norte. El relato de
Ernesto Quesada”, en M. Chust (ed.), El sur en
revolución: la insurgencia en el Río de la Plata, Chile y el Alto Perú,
Castelló de la Plana, Universitat Jaume I, 2016, pp.
211-228.
Myers, Jorge, Orden y virtud. El
discurso republicano en el régimen rosista,
Bernal, Universidad Nacional de Quilmes, 2011
Quesada, Ernesto, La época de Rosas.
Tomo iii. Lavalle y la batalla de
Quebracho Herrado, Buenos Aires, Artes y Letras, 1927.
Tau Anzoátegui, Víctor Formación del
Estado federal argentino (1820-1852). La intervención del gobierno de Buenos
Aires en los asuntos nacionales, Buenos Aires, Perrot,
1965.
Ternavasio, Marcela y Micaela Miralles Bianconi, “Guerra y política durante el terror rosista (1838-1842)” en H. Sábato y M. Ternavasio
(coords.), Variaciones de la república. La
política en la Argentina del siglo xix.
Rosario, Prohistoria, 2020, pp. 119-138.
Resumen / Abstract
Juan Manuel de Rosas, el Ejército Unido y
la geopolítica rioplatense. Algunas hipótesis y lecturas historiográficas
(1840-1851)
En el presente artículo se exponen algunas
hipótesis sobre el papel desempeñado por el Ejército Unido de Vanguardia de la
Confederación Argentina en la geopolítica de la cuenca del Río de la Plata, en
especial durante la crisis del llamado “sistema federal”, entre 1840 y 1842. En
particular, nos detendremos en el modo en que el gobernador de Buenos Aires,
Juan Manuel de Rosas, empleó esta fuerza de guerra como un instrumento para el
gobierno político-militar de las provincias del interior y el litoral durante
las guerras civiles regionales, y como un medio de intervención en las
contiendas del Estado Oriental del Uruguay.
Palabras clave: Federalismo - Ejército - Guerras civiles -
Río de la Plata - Geopolítica
Juan
Manuel de Rosas, the United Army and the geopolitics of the Río de la Plata.
Some hypotheses and historiographic readings (1840-1851)
This
article presents some hypotheses about the role played by the Ejército Unido de Vanguardia of the Argentine Confederation in the
geopolitics of the Río de la Plata basin, during the crisis of the so-called
“federal system” between 1840 and 1842. In particular, we will focus on how the
governor of Buenos Aires, Juan Manuel de Rosas, used this military force as an
instrument for the political-military government of the interior and littoral
provinces during the regional civil wars and as a means of intervention in the
conflicts of the Estado Oriental del Uruguay.
Keywords: Federalism - Army
- Civil Wars - Río de la Plata – Geopolitics
1 Jorge Myers, Orden y virtud. El discurso republicano en el
régimen rosista, Bernal, Universidad Nacional de
Quilmes, 2011, p. 20.
2 Juan Pivel Devoto, “La misión de
Francisco J. Muñoz a Bolivia. Contribución al estudio de nuestra Historia
Diplomática (1831-1835)”, Revista del Instituto Histórico y Geográfico del
Uruguay, Tomo ix, 1932.
3 Archivo General de la Nación, Montevideo, Colección Assunção, Caja 57, De Juan Manuel de Rosas a Manuel Oribe,
Buenos Aires, 24/10/1836.
4 Alicia Vidaurreta,
“La segunda misión de Correa Morales al Uruguay (1836-1838)”, Historia,
vol. 9, n° 33, 1961.
5 De Juan Manuel de Rosas a Manuel Oribe, Buenos Aires, 02/08/1836,
en F. Ferreiro (ed.) “Documentos referentes a la guerra civil de 1836-1838”, Revista
del Instituto Histórico y Geográfico del Uruguay, n° 2, tomo ii, 1922, p. 621. Hemos modernizado la
ortografía de la nota.
6 Mateo Magariños de Mello, El
Gobierno del Cerrito. Colección de documentos oficiales emanados por los
poderes del Gobierno presidido por el Brigadier General D. Manuel Oribe,
1843-1851, tomo i, Poder
Ejecutivo., Montevideo, s.p.i., 1948, pp. 157-158 y
206-207.
7 Manifiesto sobre la infamia, alevosía y perfidia con que el
contra-Almirante francés M. Leblanc, y demás agentes
de Francia residentes en Montevideo, han hostilizado y sometido a la tiranía
del rebelde Fructuoso Rivera al Estado Oriental del Uruguay, que conforme a su
Constitución, se hallaba bajo la presidencia legal del Brigadier General D.
Manuel Oribe, Buenos Aires, Imprenta del Estado, 1838. En este opúsculo
también se reproduce la mencionada “Protesta” que Oribe dirigió a la Asamblea
General oriental el 24 de octubre de 1838.
8 Ernesto Quesada,
La época de Rosas. Tomo iii.
Lavalle y la batalla de Quebracho Herrado, Buenos Aires, Artes y Letras, 1927, pp.Principio del formulario 163-169; Julio Irazusta, Vida política de Juan Manuel de Rosas a través
de su correspondencia. Tomo
iii.
1840-1843, Buenos Aires, Editorial Albatros,
1947, pp. 95-96; Víctor Tau Anzoátegui, Formación del Estado
federal argentino (1820-1852). La intervención del gobierno de Buenos Aires en los asuntos
nacionales, Buenos Aires, Perrot,
1965.
9 Tau Anzoátegui, Formación del Estado, pp. 204-205.
10 Micaela Miralles Bianconi, “Manuel
Oribe y la campaña contra la Coalición del Norte. El relato de Ernesto
Quesada”, en M. Chust (ed.), El sur en revolución:
la insurgencia en el Río de la Plata, Chile y el Alto Perú, Castelló de la
Plana, Universitat Jaume I, 2016, y “En busca de la
unanimidad política. La campaña de Juan Manuel de Rosas contra la Coalición del
Norte a la luz del “Archivo Manuel Oribe”, 1838-1842”, Palimpsesto, vol.
x, nº 13, 2018; Marcela Ternavasio y Micaela Miralles Bianconi,
“Guerra y política durante el terror rosista
(1838-1842)” en H. Sábato y M. Ternavasio (coords.), Variaciones de la república. La política en la
Argentina del siglo xix.
Rosario, Prohistoria, 2020.
11 Myers, Orden y virtud, p. 33.
12 Mario Etchechury-Barrera, “‘La
devastación como cálculo y sistema’. Violencia guerrera y
faccionalismo durante las campañas del Ejército Unido de Vanguardia de la
Confederación Argentina (1840-. 1843)”, Foros. Programa Interuniversitario
de Historia Política, 2015.
13 He analizado varios casos de este tipo de negociaciones y
conflictos en torno al “padrinazgo” de líderes federales que protegían a
civiles y militares acusados de “unitarios” en “Los claroscuros de la lealtad.
El Ejército Unido de la Confederación Argentina y las prácticas de la
pacificación político-militar (1839-1842)”, Secuencia, n° 113, mayo-agosto
de 2022.
14 Mateo Magariños de Mello, El
Gobierno del Cerrito. Colección de documentos oficiales emanados por los
poderes del Gobierno presidido por el Brigadier General D. Manuel Oribe,
1843-1851. Tomo ii. Vol. 2,
Montevideo, s.p.i.,1961.
15 Myers, Orden y virtud, pp. 58-72.
16 El Defensor de la Independencia Americana, Miguelete, n°
32, 6/8/1845, p. 3.
17 Myers, Orden y virtud, pp. 58-72.