¿Qué (no) leía Rosas?
Un análisis
político sobre la biblioteca personal del Restaurador*
Ignacio Zubizarreta
conicet / Universidad Nacional de La Pampa / Universidad del cema
Facundo, provinciano, bárbaro, valiente,
audaz, fue reemplazado por Rosas, hijo de la culta Buenos Aires, sin serlo él;
por Rosas, falso, corazón helado, espíritu calculador, que hace el mal sin
pasión, y organiza lentamente el despotismo con toda la inteligencia de un
Maquiavelo.
Domingo Faustino Sarmiento, Facundo o
Civilización y Barbarie, 1845.
La biografía de Juan Manuel de Rosas
escrita por Raúl Fradkin y Jorge Gelman
no condice a pies juntillas con el epígrafe en cuanto al carácter del personaje
retratado.1
Pero sus páginas tampoco desmienten por completo el hecho de que el Restaurador
de las Leyes no destacó por su ilustración, ni por sus saberes librescos. Por
el contrario, nunca ocultó su desagrado y desconfianza hacia las personas
letradas, a las que solía asociar con el bando unitario. Se suele dar por
sentado que, como señala Carlos Ibarguren, Rosas fue
más que nada un autodidacta que sentía poco apego por las teorías y los libros
y para quien “la vida tal cual era, en su fuerza elemental y áspera, fue su
gran maestra”.2
El Restaurador interrumpió sus estudios a los trece años, y gran parte de su
juventud transcurrió en las estancias familiares, donde fue perfilando el
carácter de hombre rudo, de campaña, y adquiriendo a la vez diversos
aprendizajes, lenguajes y códigos que utilizaría luego en su carrera política.3
Pero ¿fue realmente Rosas, como afirmaba Sarmiento, un hijo inculto de la culta
Buenos Aires?
Horas después de su
derrota en la batalla de Caseros (1852) y con la complicidad de Robert Gore,
encargado de negocios del Reino Unido, Rosas, casi con lo puesto, logró
escabullirse hacia Southampton. Detrás de sí dejaba, y para siempre, casi
veinte años de gobierno, su enorme influencia política, miles de hectáreas
pobladas con incontable ganado, un caserón en Palermo y, allí dentro, su
biblioteca personal. Algo más de un mes después, el flamante ministro de Gobierno,
Valentín Alsina, envió al también flamante y joven ministro de Instrucción
Pública, Vicente Fidel López, un detallado listado de los libros, impresos y
documentos hallados en la biblioteca de Palermo. Una parte importante de ese
corpus correspondía a libros de la Biblioteca Pública (que Rosas habría tomado prestados). La totalidad de ese material sería
finalmente entregado a dicho establecimiento —la futura Biblioteca Nacional—,
por entonces bajo la dirección de Marcos Sastre.
En este breve trabajo me
propongo realizar un análisis del contenido de la biblioteca de Juan Manuel de
Rosas, hallada en Palermo tras la batalla de Caseros. Parto de tres supuestos.
Primero, una biblioteca puede decir mucho acerca del pensamiento de su
poseedor. Segundo, la biblioteca de Rosas pudo haber sido voluminosa en
cantidad de ejemplares, pero adoleció de diversidad temática. Sería prematuro
afirmar que la ausencia de determinada bibliografía implicó, sin más, el
desconocimiento por parte de Rosas de su existencia o de su significado. Pero,
de algún modo, no deja de reflejar su desinterés y desconfianza hacia la
cultura letrada. Tercero, no existió un nexo directo entre el contenido de la
biblioteca y el discurso republicano del rosismo
analizado por Jorge Myers en Orden y virtud.4 Aunque no debiera haber existido
forzosamente un vínculo directo entre ambos, puesto que, en buena medida, el
discurso fue delegado a un círculo de letrados devotos a la causa rosista, ciertas “ausencias” de la biblioteca, en temáticas
constitutivas del discurso republicano, merecen atención.
No podemos saber cuántos
y cuáles libros leyó Rosas. Luego de interrumpir sus estudios, durante la
década de 1820, alternó las faenas rurales con la carrera miliciana, y después
de su designación, en diciembre de 1829, como gobernador de Buenos Aires,
desplegó una forma particular de ejercicio del poder. Su carácter meticuloso y
personalista le impedía, en muchas ocasiones, delegar tareas en subalternos,
acumulando así obligaciones que, probablemente, le absorbiesen el tiempo para
el sosiego y la lectura de libros. Sin embargo, sabemos que dedicaba una parte
importante de la jornada a leer y escribir correspondencia, lo que constituía
su estilo comunicacional y un pilar de su forma de hacer política y de
gobernar. Aunque pudo haber excepciones, en el epistolario y en los discursos
del Restaurador no abundan las referencias a autores. Por ese motivo, la
biblioteca que fue decomisada en Palermo (poco explorada y mencionada por la
historiografía), permitiría entender qué libros y autores pudieron haber
influido en el pensamiento y en la política de Rosas.
A mediados del siglo xix, casi todos los miembros de la élite
porteña contaban con una biblioteca. Modesta o considerable, aportaba estatus y
cierto capital intelectual. La Ilustración significó una revolución lectora en
el siglo xviii en Europa y
América: las tiradas de libros fueron masivas y baratas. Prosperaron las
sociedades literarias, las bibliotecas de préstamo, mientras se revitalizaban
las públicas, las universitarias y las privadas.5 En el siglo xix esa tendencia se consolidó y se multiplicaron periódicos
y revistas. Con las revoluciones, la lectura y la instrucción fueron
consideradas vitales para la opinión pública y la vida republicana. En
Hispanoamérica ese proceso fue más lento: si gracias a la emancipación de
España se logró eludir el control y la censura del gobierno y de la
Inquisición, las continuas guerras volvieron inestable y difícil cualquier
forma de acumulación libresca, ya fuera estatal o particular.6
A diferencia del período
colonial, es escasa la historiografía sobre las bibliotecas tras las
independencias. Para Domingo Buonocore, a partir del
cierre de la biblioteca de Marcos Sastre en 1837 y hasta después de Caseros se
vivió una verdadera “crisis bibliográfica”. La más importante producción
editorial y literaria del Río de la Plata durante el rosismo
se produjo desde el exilio.7
En ese contexto de estancamiento, se destacaron dos bibliotecas privadas: la de
Saturnino Segurola y la de Pedro de Angelis.8
En cambio, la biblioteca pública de Buenos Aires fue desfinanciada luego de los
años “felices” de los tiempos rivadavianos.9 Para Nicola Miller, los géneros
presentes en las bibliotecas hispanoamericanas de la primera mitad del siglo xix fueron historia, novelística,
ensayos de filosofía y de catequesis, junto con libros devocionales,
almanaques, manuales de etiqueta, guías de viaje, misceláneas, diccionarios y
enciclopedias, gramáticas y biografías patrióticas.10
El corpus de libros que
se encontraba en la biblioteca de Rosas representaba el promedio para un hombre
público de la élite de Buenos Aires. Poco se sabe sobre cómo se fue conformando
esta biblioteca. Julio C. González, en uno de los raros trabajos que tocaron la
cuestión, considera que probablemente el Restaurador tuvo escasa injerencia en
este proceso.11
Conjetura que pudieron haber intervenido algunos de los letrados que lo
asesoraban, como Pedro de Angelis o Nicolás Mariño.
En este sentido, la biblioteca de Rosas no fue quizás tan “privada”, y pudo
haber servido como acervo bibliográfico y documental para funcionarios de su
círculo íntimo, en la redacción de memorias e informes. Así, la biblioteca no
solo habría nutrido la lectura del gobernador bonaerense, sino que también fue
utilizada para la gobernanza y el aparato de comunicación del régimen.
En la casona de Palermo
se atesoraban algo más de cuatrocientos volúmenes, en muchos casos obras de
varios tomos.12
Los ejemplares en español eran abrumadoramente mayoritarios, un dato llamativo
en un mercado global donde predominaban los libros en francés y en menor medida
en inglés.13
En la rama del derecho (62 volúmenes) destacaban autores conservadores como
Johann L. Klübler —jurista prusiano que colaboró en
la organización del Congreso de Viena—, y otros clásicos que escribieron sobre
el derecho natural y de gentes, como el alemán Samuel Pufendorf
o el neerlandés Hugo Grocio, autor del Derecho de
la Paz y de la Guerra. En el ámbito de la diplomacia (43 volúmenes) figuran
tratados de paz de potencias europeas y manuales y códigos diplomáticos.
La biblioteca también
estaba integrada por libros de política (24 volúmenes, entre ellos sobre
parlamentarismo y legislación). Figuran también literatura de guerra (23
volúmenes), reglamentos para ejercicios militares, tratados de táctica de
infantería y memorias históricas de batallas independentistas. Son pocas las
obras referidas a idiomas (5 volúmenes): contiene una de arte y vocabulario de
la lengua quechua y una gramática francesa. La colección se compone además de
un corpus sobre filosofía y literatura (29 volúmenes), con tomos de Quevedo y Fenelón y un puñado de obras clásicas (Luciano de Samosata, Horacio y Virgilio). Más nutridos se encontraban
los anaqueles que contenían relatos de viajeros (94 volúmenes); por ejemplo,
del naturalista prusiano Alexander von Humboldt y los viajes de James Cook y de
otros aventureros que exploraron territorio americano. Una parte de la
biblioteca estaba dedicada a Estados Unidos (15 volúmenes): los Federalist Papers,
los Debates de Virginia (que sentaron las bases de los discursos
esclavistas y antiesclavistas precursores de la Guerra Civil), la Constitución
de Estados Unidos y los diarios de la Convención de Filadelfia, base de
la Constitución de 1787. Otra parte se componía de bibliografía sobre historia
(42 volúmenes): La Revolución de las Provincias Unidas, la historia de
Chile, de los Estados Unidos, la Revolución de España, la Historia de Carlos
XII rey de Suecia, la Inquisición, la vida de Napoleón y la historia del
Paraguay, entre otras.
Los temas “americanos y
rioplatenses” forman una parte modesta del acervo documental (26 volúmenes),
con obras sobre Paraguay, las islas Malvinas, la Banda Oriental, la América
Meridional, etc. También es escueta la literatura sobre economía política (9
volúmenes), donde aparecen el Informe de la Sociedad Económica de Madrid
—del ilustrado asturiano Gaspar Melchor de Jovellanos— y El Código de
Comercio de Francia aprobado por Napoleón en 1807. Se destaca en esta
sección la Economía Política del francés Jean-Baptiste
Say, única presencia del liberalismo económico. El
inventario mostró una escasa cantidad de libros de ciencia y sociedad (5
volúmenes): un trabajo sobre emigración francesa, las Noticias sobre el megaterium y las Memorias de los Anticuarios del
Norte. Estas últimas tomaron relevancia porque a través de la filtración de
una caja enviada a Rosas en marzo de 1841 por la Sociedad de Anticuarios del
Norte se introdujo en Palermo la célebre “máquina infernal”, por medio de la
cual los exiliados antirrosistas realizaron un
fallido intento de magnicidio del gobernador.14
Entre otros libros de la
biblioteca se observan siete volúmenes sobre geografía junto a una sección de
planos de Montevideo, Río Grande del Sur, el estrecho de Magallanes, la América
Meridional, y las provincias de Tucumán y de Santa Fe; campos del sur de Buenos
Aires y del Río Negro, localidades de Bragado, Mulitas, Frontera y otras. La
biblioteca incluía también obras y documentos producidos por la Confederación y
relacionados con asuntos de administración y propaganda, lo que refuerza la idea
de que el acervo bibliográfico pudo haber sido funcional a la secretaría de
gobierno. Entre estos libros había ejemplares del Archivo Americano,
mensajes de gobierno, registros oficiales, recopilaciones de leyes y decretos,
memorias de la Hacienda Pública, apéndices del Memorial ajustado,
presupuestos generales de gastos y sueldos, aranceles generales y guías de
aduana, informes de comisiones de demarcación fronteriza, como la “Memoria
histórica sobre los derechos de la Confederación Argentina a la parte austral
del continente americano”. Una de las secciones estaba dedicada a las
hagiografías del Restaurador (337 ejemplares), donde figuran el Ensayo
histórico de la vida de Rosas (1830) o los Rasgos de la vida pública de
Rosas (1842).
La biblioteca de Rosas
no era variada si se la compara con muchas de las que existían por entonces. No
abundó en ella la literatura, ni clásica ni contemporánea. Llama la atención la
ausencia de clásicos de la economía política (Filangieri,
Constant, Sismondi, etc.),
de la Ilustración francesa (Montesquieu, Diderot, Rousseau) y de la española
(excepto Jovellanos). Con respecto al pensamiento liberal, solo encontramos a
Jean-Baptiste Say, pero
nada de Ricardo, Smith, Malthus, o fisiócratas como Quesney
o Turgot. Tampoco se encuentran autores del
utilitarismo inglés (Mill y Bentham), ni obras
literarias del Romanticismo o del socialismo europeo o americano. No abundan
libros de carácter religioso, como devocionarios u obras doctrinarias o
teológicas. No destacan los impresos sobre ciencias físicas y naturales, tan difundidos en la época, ni sobre ciencias aplicadas, que
tuvieron relevancia en las bibliotecas de Rivadavia, Bolívar, De Angelis y otros líderes políticos y letrados.15
Los ejemplares sobre transportes, industria, minería, hidráulica,
fertilización, etc., están ausentes, al igual que los de agricultura y
ganadería, algo llamativo considerando la actividad de Rosas como hacendado.
Si nos detenemos en la
relación entre el contenido de la biblioteca y el discurso republicano del rosismo, llegaremos a la conclusión de que existen pocos
vínculos. Para Myers, el lenguaje político del régimen de Rosas fue
esencialmente republicano, y se expresó de forma pública a través de la prensa
que le fue devota.16
Dentro de este abanico discursivo existieron algunos tropos recurrentes que
tuvieron, en la mayoría de los casos, usos políticos específicos. Por ejemplo,
el agrarismo republicano, omnipresente en la retórica de la prensa rosista, no se ve reflejado en la biblioteca. En efecto,
hay una llamativa ausencia de bibliografía clásica referida a ese tópico (Salustio, Cicerón, Plutarco). En relación con otras
temáticas presentes en el discurso rosista, como el
rol del gobernador bonaerense en tanto “Restaurador de las Leyes”, sí existió
un corpus en su biblioteca sobre derecho, de tono conservador y en sintonía con
el retorno a la legalidad y la sumisión social a un orden jerárquicamente
establecido. Respecto de la retórica del régimen en defensa de la ortodoxia
católica y de la Iglesia como bastión del conservadurismo, en cambio, la
biblioteca tiene poco para ofrecer. La escasez de literatura sobre federalismo,
sobre constitucionalismo o sobre política teórica resulta bastante coherente
con lo que Myers señala como uno de los rasgos distintivos del pensamiento rosista y que lo aproxima a la ideología burkeana, es decir, la primacía de la práctica y de lo
empírico por sobre la teoría.17 Rosas, al igual que Burke —ausente de la biblioteca—, desconfiaba de la
posibilidad de modificar el transcurso y la dinámica de la sociedad a través de
la imposición de modelos y medidas exógenas y extemporáneas (lo que achacaba
continuamente a los unitarios). La ausencia de obras del republicanismo clásico
es un dato curioso considerando la omnipresencia del discurso republicano en la
prensa oficialista del rosismo.
Para concluir, si ya
aclaramos qué contenía la biblioteca de Rosas, si también avanzamos en la idea
de que careció de diversidad temática y pudo haber funcionado de soporte
material en la secretaría en Palermo, nos queda responder un último
interrogante: ¿Qué leía el Restaurador? Principalmente, correspondencia. Pero
es probable que también leyera prensa, tanto adicta como opositora. Y en ella,
a los autores del momento. No obstante, queda la duda sobre cuáles ejemplares
de su biblioteca efectivamente leyó. Poco sabemos en relación con la suerte que
le deparó a la colección de libros requisada en 1852.18 El hallazgo físico de algunos
ejemplares podría haber facilitado la indagación de sus modos de lectura.
Podemos suponer que Rosas no fue un lector profuso. En una carta a su amigo
José María Roxas y Patrón desde el exilio, confesaba:
“ (he) leído tan poco en libros durante mi vida”, y
argumentaba: “es preciso que lo que yo lea sea muy interesante, o muy
importante, o muy necesario, para que pueda continuar leyendo sin dormirme,
una, dos, o más horas”.19
Si le resultaba difícil leer literatura en la apacible vida de exiliado en
Southampton, puede deducirse que le debió haber costado más durante los álgidos
años en que dirigió los destinos de la Confederación. En definitiva, el
liderazgo de Rosas no dependió de sus saberes librescos, sino, evidentemente,
de su saber político y de su personalidad. o
Bibliografía
Aguirre, Carlos y Ricardo D. Salvatore
(eds.), Bibliotecas y cultura letrada en América Latina. Siglos xix y xx, Lima, Fondo Editorial, 2018.
Buchbinder, Pablo, “Vicente Quesada, la Biblioteca
Pública de Buenos Aires y la construcción de un espacio para la práctica y
sociabilidad de los letrados”, en C. Aguirre y R. D. Salvatore (eds.), Bibliotecas
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Biblioteca Pública de Buenos Aires. Antecedentes, prácticas, gestión y
pensamiento bibliotecario durante la Revolución de Mayo (1810-1826), Buenos
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Pérez Vila, Manuel, Los libros en
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Wittmann, Reinhard,
“¿Hubo una revolución en la lectura a finales del siglo xviii?”, en G. Cavallo y R. Chartier
(dirs.), Historia de la lectura en el mundo
occidental, Taurus, Madrid, 1998, pp. 437-472.
Resumen/Abstract
¿Qué (no) leía Rosas? Un análisis político
sobre la biblioteca personal del Restaurador
Este artículo examina la biblioteca
personal de Juan Manuel de Rosas decomisada en Palermo luego de la batalla de
Caseros (1852). El análisis del acervo revela una colección considerable (más
de 400 volúmenes) pero de poca diversidad temática, en comparación con otras de
su tiempo. Se propone que esta biblioteca pudo haber fungido más como una
herramienta administrativa para el aparato de gobierno que como una fuente de
lectura personal. Ofrecemos, también, una reflexión sobre los volúmenes
alojados en su biblioteca, entre ellos, tratados, mapas y periódicos diversos.
Aunque resulte imposible saber cuántos libros leyó Rosas —quien personalmente
confesó poco interés por la lectura—, buscaremos indagar si su biblioteca pudo
haber servido de inspiración o marco referencial tanto para su actuación
pública como para la generación de discursos (mayormente de tinte conservador y
republicano) propalados desde la prensa adicta a su figura. Concluimos que la morfología
de la biblioteca compatibiliza mejor con un tipo de liderazgo que no dependió
de saberes librescos, sino de experiencias concretas y de un notable
pragmatismo político.
Palabras claves: Biblioteca - Juan Manuel de Rosas - Lectura
personal - Discurso político - Republicanismo
What did
Rosas (not) read? A political analysis of the Restorer’s personal library
This
article examines Juan Manuel de Rosas’ personal library, confiscated in Palermo
after the Battle of Caseros (1852). The analysis of the collection reveals a
considerable number of volumes (more than 400), but little thematic diversity
compared to other libraries of the time.
It is
suggested that this library may have served more as an administrative tool for
the government apparatus than as a source of personal reading. We also offer a
reflection on the volumes housed in his library, including treatises, maps, and
various newspapers. Although it is impossible to know how many books Rosas
read—he personally confessed to having little interest in reading—we will seek
to investigate whether his library could have served as inspiration or a frame
of reference both for his public actions and for the generation of discourses
(mostly conservative and republican in tone) propagated by the press loyal to
him. We conclude that the morphology of the library is more compatible with a
type of leadership that did not depend on book knowledge, but rather on
concrete experiences and remarkable political pragmatism.
Keywords: Library - Juan Manuel de Rosas - Personal reading - Political discourse - Republicanism
* Quisiera agradecer la atenta lectura y las sugerencias de
Roberto Di Stefano, de los evaluadores y editores de Prismas y a Marcela
Ternavasio por facilitarme material epistolar de
Rosas para la conclusión de este trabajo.
1 Raúl Fradkin y Jorge Gelman, Juan Manuel de Rosas. La Construcción de un
liderazgo político, Buenos Aires, Edhasa, 2015.
2 Carlos Ibarguren, Juan Manuel de
Rosas, su vida, su tiempo, su drama, Buenos Aires, La Facultad, 1930, pp.
203-207.
3 Marcela Ternavasio, Correspondencia
de Juan Manuel de Rosas, Buenos Aires, Eudeba,
2005, p. 17.
4 Jorge Myers, Orden y virtud. El discurso republicano en el
régimen rosista, Bernal, Universidad Nacional de
Quilmes, 1995.
5 Reinhard Wittmann,
“¿Hubo una revolución en la lectura a finales del siglo xviii?”, en G. Cavallo y R. Chartier
(dirs.), Historia de la lectura en el mundo
occidental, Taurus, Madrid, 1998.
6 Carlos Aguirre y Ricardo D. Salvatore (eds.), Bibliotecas y
cultura letrada en América Latina. Siglos xix
y xx, Lima, Fondo Editorial,
2018, p. 12.
7 Domingo Buonocore, Libreros,
editores e impresores de Buenos Aires, Buenos Aires, El Ateneo, 1944.
8 Pablo Buchbinder, “Vicente Quesada, la
Biblioteca Pública de Buenos Aires y la construcción de un espacio para la
práctica y sociabilidad de los letrados”, en C. Aguirre y R. D. Salvatore, Bibliotecas
y cultura letrada en América Latina. Siglos xix
y xx, Lima, Fondo Editorial,
2018, p 150.
9 Alejandro E. Parada, Los orígenes de la Biblioteca Pública de
Buenos Aires. Antecedentes, prácticas, gestión y pensamiento bibliotecario
durante la Revolución de Mayo (1810-1826), Buenos Aires, Instituto de
Investigaciones Bibliotecológicas, Facultad de Filosofía y Letras de la
Universidad de Buenos Aires, 2009.
10 Nicola
Miller, Republic of Knowledge. Nations of the Future in Latin America,
New Jersey, Princeton University Press, 2020, p. 63.
11 Julio César González, “La
biblioteca hallada en la casa de gobierno después de Caseros”, Anuario de
Historia Argentina, año 1941, Sociedad de Historia Argentina, 1942.
12 El documento original con el listado de libros requisados se
encuentra en el Archivo General de la Nación, Buenos Aires, división nacional,
sección gobierno, Estado de Buenos Aires, Gobierno, t. VI, 1852, nrs. 431-540.
13 Nos quedará la duda acerca de si varias de las obras que figuran
en el listado pudieron haber estado publicadas en otros idiomas y el
escribiente que llevó a cabo la tarea transcribió sus títulos al español.
14 Sobre este tema, véase Ignacio Zubizarreta, “Variables
conspirativas contra el régimen de Juan Manuel de Rosas: entre imaginarios y
prácticas (1829-1852)”, Anuario iehs, vol. 33, n° 2, 2018.
15 Para el detalle de los libros que componían la biblioteca de
Bernardino Rivadavia, véase Ricardo Piccirilli, Rivadavia
y su tiempo (Tomo tercero), Buenos Aires, Editores Peuser, 1943; sobre Bolívar, recomendamos Manuel Pérez
Vila, Los libros en la Colonia y en la Independencia, Caracas,
Imprenta Nacional, 1970, especialmente el capítulo dos: “Bolívar y los libros”;
sobre De Angelis, véase Josefa Emilia Sabor, Pedro
de Angelis y los orígenes
de la bibliografía argentina: ensayo bio-bibliográfico, Buenos Aires, Ediciones Solar,
1995.
16 Myers, Orden y virtud, pp. 13-14.
17 “Burkeana” por el escritor británico
Edmund Burke (1729-1794), uno de los primeros
pensadores que sostenía el liberalismo económico con el conservadorismo moral y
religioso. Fue un acérrimo enemigo de la Revolución francesa, pues se oponía a
todo cambio social radical. La referencia de Myers sobre Burke
se encuentra en: Myers, Orden y virtud, p. 93.
18 Lamentablemente, resultó infructuosa la consulta a los bibliotecarios
del Tesoro de la Biblioteca Nacional y de la sección Archivos y Colecciones.
19 J. M. de Rosas a J. M. Roxas y Patrón,
Southampton, 3 de octubre de 1862, en: Marcela Ternavasio, La correspondencia de Juan Manuel de Rosas, Buenos Aires, Eudeba,
2005, pp. 224-225.