Discurso y poder en el desierto argentino
Reflexiones
sobre mi reconstrucción del discurso republicano en el régimen rosista
Jorge Myers
Universidad Nacional de
Quilmes / conicet
El libro que publiqué bajo el título de Orden
y virtud. El discurso político en el régimen rosista
nació de la búsqueda de respuestas a cuestiones que en 1995 parecían no estar
siendo respondidas de modo enteramente satisfactorio en el trabajo
historiográfico entonces existente. Si bien el estudio del régimen político
instaurado por Rosas y sus seguidores había sido objeto de reinterpretaciones
radicalmente innovadoras desde los años 1970 en adelante, como aquellas de
Tulio Halperin Donghi, José
Carlos Chiaramonte y otros, y seguía siéndolo en
trabajos entonces en curso como los de Pilar González Bernaldo
de Quirós, Ricardo Salvatore, Marcela Ternavasio y
muchos/as otros/as colegas entonces muy jóvenes, no dejaba de ser sorprendente
que tanto en los trabajos más recientes como en la producción historiográfica
más antigua —previa a los años 1960 y 1970— no se encontraran abordajes
dedicados específicamente a analizar el discurso político de ese régimen.1
Tampoco existía una frondosa literatura dedicada a desmenuzar el pensamiento
político del propio Restaurador de las Leyes, a pesar de la nutrida
bibliografía dedicada al estudio de Rosas y el rosismo
por las corrientes historiográficas “revisionista”, de izquierda, liberal o
académica. Al margen de Andrés Carretero y Arturo Sampay,
que habían dedicado sendos libros a esa problemática, era una cuestión que
brillaba por su ausencia.2
Encontrábase sin duda una larga tradición de
interpretaciones —a veces brillantes— del sentido político general del sistema
de gobierno ensayado por Rosas, desarrollada en su declinación liberal o
positivista desde Sarmiento a José Ingenieros y José María Ramos Mejía, y en su
declinación conservadora, antiliberal o nacionalista, desde Ernesto Quesada a
Julio Irazusta y las corrientes “revisionistas”, no obstante lo cual ninguna de
esas obras señeras se había detenido en un examen meticuloso de la producción
discursiva en sí, tanto la de Rosas como la de sus sostenedores. Al contrario
de lo que ocurría con la producción intelectual de los opositores a ese régimen
—unitarios, románticos, enemigos externos—, aparecía una laguna evidente en la
bibliografía cuando se le dirigía la siguiente pregunta: ¿Qué decía estar
haciendo el propio gobierno de Rosas —no solo él, sino los ministros,
legisladores, juristas, periodistas, clero, etc., que lo apoyaban— cuando hacía
política? Las interpretaciones tradicionales y “revisionistas” —que destacaban
su carácter “federal”, su “antiliberalismo”, su “patriotismo” o “nacionalismo”,
y aun su ejercicio del “terror”— clausuraban el ejercicio de la interrogación
mediante el recurso a una terminología cuyo sentido apriorístico eludía toda
consideración efectiva de esa problemática tan central.
Esta situación me
resultaba particularmente acuciante sencillamente porque la perspectiva
teórico-metodológica que regía mi investigación doctoral no era ajena a aquello
que Richard Rorty y Elías Palti
han sabido denominar “el giro lingüístico”, cuyo punto de partida axiomático es
que “las palabras son acciones” —o, para decirlo con John L. Austin—, que “con
las palabras se hacen cosas”.3 El proyecto de investigación del
cual emergió el libro Orden y virtud consistió en un esfuerzo por
reconstruir los lenguajes de la política que circularon en la Argentina durante
los años de formación y primera intervención pública de los escritores
enrolados en la Joven Generación Argentina, para de ese modo proceder a una
relectura contextualizada del discurso de esa generación elaborado durante sus
años de oposición al régimen rosista. Esa Nueva
Generación Argentina acababa de ser objeto de una reinterpretación que
modificaba sustancialmente el sentido de su obra en el libro de Halperin Un desierto para la nación argentina —cuya
hipótesis central era que, a diferencia de todas las demás experiencias
nacionales en América Latina, tanto el Estado nacional como la “nación” habían
cristalizado en la Argentina como fruto del trabajo intelectual autónomo de esa
constelación de pensadores, librados tras la caída de Rosas, de las principales
trabas que en otras zonas del continente representaban los poderes fácticos
heredados del pasado colonial o formados durante las luchas por la
independencia y las guerras civiles que les siguieron.4 Ni la Iglesia ni las fuerzas
armadas ni los dueños de los capitales y la tierra pudieron, en el marco sui
generis que había constituido el rosismo no solo
durante su existencia sino también mediante su forma de derrumbe, ofrecer un
marco de contención que amortiguara, frenara o desdibujara la aplicación de un
proyecto intelectual previamente elaborado por los pensadores de la Nueva
Generación para el proceso de construcción de instituciones estatales durante
la así llamada “organización nacional”. Pensar la Argentina asumía, en la
interpretación de Halperin, los lineamientos de una
forma de accionar específicamente política, que articulaba las características
del país nuevo que emergería al cabo de tres décadas de polémicas intensas en
función del éxito o fracaso de los distintos posibles proyectos para la
construcción de una nación argentina. El pensamiento de la Generación de 1837
—consustanciado con la nueva orientación filosófica y estética de los
romanticismos europeos, con los nuevos sentidos que la idea de revolución fue
asumiendo entre 1830 y 1852, y con el proliferante haz de conceptualizaciones
liberales que marcaron la primera mitad del siglo xix— se perfilaba, en medio de las observaciones irónicas de
Halperin, más como una modalidad concreta de
intervención desde lo político en la política, que como una corriente apenas
literaria o de ideas. Apenas dos años después, Natalio Botana había ofrecido
otra reinterpretación también transformadora del lugar que esa formación
intelectual ocupaba en el espacio de la historia del pensamiento argentino, al
enfatizar —en La tradición republicana — no solo en la centralidad que
revestía el discurso republicano en esos proyectos que Halperin
desde otro enfoque había analizado, sino también en la complejidad de su
genealogía, que hundía sus raíces en la tradición política española y la
ideología revolucionaria de Mayo, y además en el denso mundo de lecturas
europeas que los miembros de esa generación intelectual realizaron: si ese
libro permitía resumir su principal hallazgo en el señalamiento de las
diferencias entre la república de la virtud de Sarmiento y la república
alternativa del interés en Alberdi, lo hizo mediante una reconstrucción
detallada y precisa de los universos intelectuales en que esos dos autores —y
algunos otros de su generación— supieron abrevar.5 La tradición maquiavélica y aquella
de los debates sobre la antigua constitución, el momento Guizot,
el esfuerzo por elaborar un programa liberal en el marco de la Roma todavía
papal, encarado por Pellegrino Rossi,
habrían constituido —junto con un elenco más amplio de versiones de lo liberal— los elementos teórico-conceptuales disponibles
para que los pensadores de la Nueva Generación conformaran su propio lenguaje
de la política, no ya liberal —como venía siendo casi un lugar común en una
porción mayoritaria de los estudios canónicos y “revisionistas” que de él se
habían ocupado— sino republicana. Mi proyecto de investigación se organizó en
función de una búsqueda de respuestas a interrogantes que esas dos lecturas
paradigmáticas del movimiento intelectual de 1837 acababan de arrojar. Si era
lícito recuperar en el discurso de los autores de la Joven Generación Argentina
un lenguaje nítidamente republicano, se abría la pregunta por la relación que
ese republicanismo pudo guardar con otras versiones de la república y con otras
retóricas republicanas contemporáneas y anteriores a ellas en el propio espacio
del Río de la Plata. Mi investigación se propuso, por ende, explorar tanto el
primer momento claro de cristalización del modelo republicano como única opción
para el futuro político de las provincias del Río de la Plata —aquel de los
años 1820, cuando las iniciativas del grupo rivadaviano
buscaron hallar una fórmula que permitiera salir de la etapa revolucionaria sin
regresar al marco que la Revolución se había propuesto demoler—, como el que le
siguió durante el largo período rosista cuando —esta
era una hipótesis central que fue emergiendo de mi lectura de un volumen
apreciable de órganos de prensa afiliados a la propuesta rosista—
un lenguaje republicano con aristas distintas de las del anterior comenzó a
definir los significados que servían para identificar las metas que perseguía
la acción de gobierno de Rosas y sus seguidores. De este modo, además de la no
del todo original observación acerca de la nutrida presencia de enunciados
republicanos en el discurso rosista, mi hipótesis
central al encarar la tarea de investigación que derivó en el libro Orden y
virtud fue que era posible reconstruir para el período 1820 a 1852 (y
cotejar) tres variedades de lenguaje republicano distintas, y estudiar a los
dos primeras —la rivadaviano y la rosista—
como contexto de la tercera, la de la Nueva Generación Argentina, haciendo un
relevamiento documentalmente riguroso de las interacciones complejas entre las
tres en el marco de su despliegue como otras tantas formas de acción.
Si bien algunos lectores
del libro han pensado que su objeto primordial era el discurso o el pensamiento
del propio Juan Manuel de Rosas, este no fue el caso: un régimen con claros
riesgos autocráticos y unanimistas, que incluía como
parte de su sistema de poder un culto explícito de la personalidad, el
pensamiento y las marcas retóricas de la escritura y del habla del Restaurador
de las Leyes, exigía —de forma imprescindible— que todo ello fuera analizado,
pero nunca fue el foco central del estudio. El “rosismo”,
no Rosas, constituyó el objeto estudiado hace tantos años en ese libro,
entendiéndose por “rosismo” el conjunto de voces y
plumas que participaron en la producción de una densa red discursiva que no
solo acompañó la acción de gobierno de Rosas y sus aliados en el Partido
Federal —tanto en las provincias como en Buenos Aires— sino que operó como
herramienta política concreta para la consecución de los objetivos que se
proponía ese régimen tan particular. Como declaraba en la Introducción, una de
las dos hipótesis centrales que guio la escritura fue que “el lenguaje político
del rosismo […] fue esencialmente republicano”,
siendo por ello que la parte más extensa del texto estuvo dedicada a explorar
dos de los conceptos centrales en ese discurso republicano —el concepto de virtud
y aquel de orden— y a traer a la superficie,-en un ejercicio de
arqueología no tanto del saber como de la expresión,
un conjunto de tópicos que creía entonces —y sigo creyéndolo— permitían aferrar
de forma más precisa la especificidad de la propuesta republicana de Rosas que
la aplicación de categorías apriorísticas como los tantos “ismos” que se habían
empleado en el pasado —antiliberalismo, nacionalismo, patriotismo, federalismo,
despotismo y demás—. No solo la presencia ubicua de esos tópicos, sino la forma
contextual y la intencionalidad concreta —hasta donde era posible inferirla—
con que fueron desplegados permitía recuperar una serie de sentidos complejos
que diferenciaban a ese discurso tanto del republicanismo discursivo elaborado
por los rivadavianos —con herramientas tomadas del
liberalismo doctrinario, del utilitarismo, de la Idéologie,
y de un amplio conjunto de novedades conceptuales puestas en circulación global
en la era napoleónica y posnapoleónica— como de aquel
—atravesado por el novedoso descubrimiento del componente social presente en
todo sistema de juridicidad y de organización política— reelaborado por los
escritores de la generación “romántica” argentina. El propósito de ese
ejercicio, cabe señalar, no fue solamente el de señalar las diferencias entre
el lenguaje político rosista y el de otras
configuraciones ideológico-discursivas, sino también el de hallar continuidades
en las cuales antes apenas se había reparado, entre ese lenguaje y los que le
eran alternativos o rivales: vislumbrables en la
ambivalencia del propio Restaurador de las Leyes en sus enunciados acerca del
estilo de gobierno y el proyecto político de Bernardino Rivadavia, o en la
complejísima calistenia intelectual del antiguo simpatizante del carbonarismo
italiano, Pedro de Angelis, para acomodar su pluma a
las exigencias del marco institucional rosista sin
por ello perder del todo la identidad ideológica de origen en que se había
formado.
Tanto en la
investigación como en la escritura, si la noción de discurso que servía
para definir el objeto cuya reconstrucción arqueológica perseguía derivaba —en
forma oscilante— de propuestas de Michel Foucault, J. G. A. Pocock
o Thomas Kuhn, la precaución metodológica enfatizada por Quentin Skinner en cuanto a los peligros de la prolepsis que acecha
todo trabajo de reconstrucción,6 desde el presente, de los sentidos
vehiculizados por los discursos del pasado, incidió de forma decisiva en la
interpretación general del régimen político y discursivo del “rosismo”. La convicción historiográfica que subtendió a
todo el trabajo, tanto la porción dedicada a esbozar sucintamente aquellas
características institucionales del sistema de gobierno de Rosas más
pertinentes al foco que mi trabajo colocaba sobre lo discursivo, como el propio
trabajo exegético sobre ese material textual, llevaba a enfatizar la
contingencia y el cambio permanente. Si aun en los
momentos históricos en apariencia más apaciblemente estables el trabajo
silencioso pero concreto del tiempo desestabiliza continuamente todos los
significados vehiculizables por conceptos y
configuraciones sintagmáticas, esa primacía de lo contingente sobre lo
permanente asume una importancia tanto mayor en el contexto de sociedades
atravesadas por los cambios sísmicos y volcánicos que llamamos “revolución”.
Cuando he hablado de régimen al referirme al sistema de gobierno de
Rosas, la intención no ha sido sugerir que estuviera habitado por ningún
elemento de monolítica identidad o permanencia, sino designar el proceso de
adopción y despliegue de normas y reglas que buscaban, incesantemente y sin
mucho más éxito que el de Sísifo, introducir elementos de estabilización en un
marco político y social que exigía constantes reacomodamientos con relaciones
de fuerza y vínculos de comunidad cambiantes. Esa atención quizás sobremanera
obsesiva al impacto constante de la contingencia y del cambio exigía no perder
de vista en ningún momento el riesgo de la prolepsis, del anacronismo, de la
interpretación teleológica: esa era la intención, no el resultado de mi
investigación, que seguramente, como muchos de los trabajos reunidos ahora
permiten apreciar, no pudo evitar incurrir más de una vez en tales riesgos a
pesar de haber tratado de extremar la cautela interpretativa.
En la medida en que fue
avanzando la investigación sobre el lenguaje político empleado por los
protagonistas de la experiencia rosista, se volvió
más ineludible la ubicuidad de la referencia a exempla
tomados de la tradición política de la Antigüedad clásica, y en especial de aquellos
referidos a la Res publica romana. Si bien la experiencia toda de las
revoluciones atlánticas —tanto en el caso estadounidense como en el francés,
tanto en las revoluciones italianas del Risorgimento
como en la griega por su independencia, tanto en España como en sus
posesiones de ultramar— estuvo marcada por una constante recuperación de
figuras, tópicos retóricos y conceptos tomados de la Antigüedad grecorromana
—en esto el lenguaje político del rosismo no se
distinguió de la norma general—, la modalidad específica de hibridización
mediante la cual una experiencia americana expresada en un lenguaje político
“americanista” se consustanció con el imaginario político y social de la
ciudad-Estado republicana que supo ser Roma antes de los Césares no dejaba de
ser algo llamativo, y que sentía como muy relevante a mi trabajo en curso, por
las razones que detallo a continuación.
Antes de conocer a fondo
la obra de Reinhart Koselleck
—cuya recepción en Buenos Aires comenzaba en el mismo momento en que la investigación
volcada en este trabajo de historia intelectual llegaba a su fin—, la cuestión
de la relación compleja entre la temporalidad y las capas superpuestas de
vocabularios y gramáticas provenientes de distintas épocas que se superponían y
entrecruzaban en los lenguajes del presente (en el caso de mi objeto de
estudio, el “presente” correspondía a la etapa 1820 a 1860) me acuciaba cada
vez que intentaba descifrar el significado de los enunciados hallables en la
densa madeja textual que habitaba los periódicos y los panfletos de la época de
Rosas. Las innovaciones léxicas en que fue tan prolífica la primera mitad del
siglo xix se producían sobre un
denso humus lingüístico formado —en el caso del mundo ibérico— desde el primer
contacto de la lengua latina con las autóctonas de los habitantes prerromanos
de Hispania: si en el marco de una sociedad que atravesaba por un proceso
revolucionario y de vertiginosa temporalidad los episodios de habla concretos
—cifrados en debates, publicaciones, oraciones parlamentarias y todo otro
enunciado “instantáneo”— debían constituir el primordial foco de atención de un
estudio como el que intentaba realizar, no por ello dejaba de manifestar un
peso y una presencia constante esa sedimentación secular que correspondía, se me
antojaba entonces, a la noción braudeliana de la longue durée. Lo
cual, en el caso del proyecto rosista —constituido
desde el inicio en torno a la creación de una “dictadura” filiada
explícitamente con el antecedente institucional del dictator
republicano de Roma—, había implicado una exhumación y puesta en circulación
constante de fragmentos de la discursividad antigua,
resignificados en función no solo de las necesidades del propio ejercicio
estatal rosista, sino —también y fundamentalmente— de
su transformación en herramientas capaces de expresar la especificidad
americana de la cual se reivindicaba defensor el Restaurador de las Leyes. Los
usos del acervo intelectual de la Antigüedad clásica como herramienta para la
construcción de un orden republicano en un rincón remoto del mundo atlántico, y
en el contexto del derrumbe de las instituciones y de las certezas heredadas
del Antiguo Régimen, se volvió por ello el centro nuclear del texto publicado
bajo el título de Orden y virtud.
Encarada desde una perspectiva
consustanciada con el giro lingüístico, el análisis histórico del “discurso
republicano en el régimen rosista” arriesgaba, por
otro lado, tornarse demasiado “estructuralista” en el sentido de la eliminación
del protagonismo del sujeto humano —individuos y grupos— en la elaboración de
su propio destino. Si bien es cierto que un lenguaje, una vez implementado como
herramienta al servicio de un proyecto político, cercena las futuras
condiciones de posibilidad de los actores que así lo emplearon —y también de
aquellos que se le oponían—, la decisión del sujeto humano nunca deja de estar
presente en el devenir histórico. Es por este motivo que además del breve
análisis del proceso de construcción del régimen presidido por Rosas, Orden
y virtud incluyó secciones dirigidas a explorar —de forma sin duda muy
preliminar y esquemática— el mundo social de los y las periodistas que
colaboraron con el trabajo de la elaboración discursiva partidaria, y es por
ello también que buscó tematizar —de forma indirecta a veces, y quedando en
muchos puntos demasiado incompleta, cuando no enteramente ausente— algunos de
los espacios sociales de circulación del discurso rosista,
como los circuitos de trabajo y esparcimiento de los sectores populares, los
ámbitos de sociabilidad definidos por la raza o por el género, las zonas
geográficas fuera de Buenos Aires. Esta parte del trabajo —en parte por las
limitaciones de espacio con que contó el libro, en parte por la dificultad de
abordar una problemática tan compleja sin por ello incurrir en el riesgo de
desdibujar o contradecir partes importantes de su argumento central— es la que
a su autor le resulta, hoy, la menos satisfactoriamente resuelta.
En un lapso de treinta
años, como lo demuestran todos los trabajos de este dossier al que también he
sido convocado por mis colegas de la revista Prismas, los avances en la
investigación sobre el período rosista no han podido
sino ser muchos y sustanciales —leyendo algunos de estos textos siento que Orden
y virtud se hubiera enriquecido de haber podido incorporar sus hallazgos
hace tres décadas— y también han sido muchas las mudanzas en las principales
agendas de investigación que son pertinentes a este libro, sobre todo las
referidas a la historia intelectual, cultural y política. Muchas cuestiones que
estaban presentes entonces lo están con mucha más fuerza ahora, como la
historia de las mujeres (y/o con perspectiva de género),7 la historia de la discriminación
racial y de la contribución de las razas no europeas al proceso histórico
nacional,8
o la “historia global” o “mundializada”; y otras sencillamente no lo estaban,
como es el caso, por supuesto, de la propia historia conceptual, cuyos aportes
e intuiciones no figuraban entre los disponibles para quienes no leían alemán
cuando este libro fue concebido, investigado y escrito.
Una primera ausencia
significativa en este estudio que hoy sería posible remediar, pero que entonces
resultaba casi imposible por los problemas logísticos que involucraba, es la
relación entre la construcción progresiva del lenguaje político de Rosas y las
representaciones de su régimen que circulaban fuera de la Confederación Argentina.
La digitalización de acervos documentales y hemerográficos
completos y su fácil acceso en internet ofrecen la posibilidad de rastrear en
detalle la cambiante representación que se hacía del fenómeno político del rosismo, no solo en las cancillerías de los países vecinos
—como Brasil, Chile o Paraguay— o las de aquellos países europeos más
involucrados en los conflictos del Plata —como Francia, Reino Unido o, en menor
medida, España o Estados Unidos—, sino en la prensa y el acervo panfletario de
todas esas naciones, próximas o distantes. Si antes se contaba con datos
concretos pero esporádicos, como los estudios de la prensa de los países
beligerantes durante la intervención anglofrancesa en
el Río de la Plata (sobre todo en sus fases más conflictivas), o aquellos que
se podían colegir de empresas como el Archivo Americano y Espíritu de la
Prensa del Mundo, de Pedro de Angelis, aquel
conocimiento que ya se tenía se puede ahora expandir y completar con el acceso
a tiradas completas de periódicos de muchas distintas tendencias políticas en
todo el continente americano y en muchos países de Europa. ¿Por qué considero
que esto es importante, y que su relativa ausencia en Orden y virtud es
una debilidad interpretativa en ese estudio? Porque la producción discursiva en
el mundo atlántico presuponía siempre no solo al lector interno —al compatriota
o connacional— sino también a un universo de lectores extranjeros cuya opinión
podía servir para validar, desacreditar o simplemente para interactuar con los
enunciados que la habitaban. En el periódico pernambucano de ideas socialistas
dirigido por António Pedro de Figueiredo,
O Progresso, para dar un ejemplo, aparece en
julio de 1846 una crítica al uso constante, por parte del gobierno de Rosas, de
epítetos como “piratas, bárbaros, salvajes” para referirse a sus enemigos
externos e internos, que concluye con la exclamación: “Quousque
tándem…!!”. Una referencia catilinaria empleada para denostar a un régimen
que vivía obsesionado por la presencia ubicua de nuevos “Catilinas”
americanos merecería un análisis que procurara reconstruir la recepción en
Brasil del periodismo rosista y la elaboración a
partir de ella de representaciones que interpelaban dialécticamente al
Restaurador y a su régimen en función de su propio régimen léxico-discursivo.
La perspectiva global es más factible hoy que entonces, y puede arrojar
importantes reinterpretaciones del proceso de construcción del discurso rosista, sobre todo si aparecieran debates periodísticos
que no se conocen todavía promovidos por escritores extranjeros.
El impacto de las dos
principales revoluciones europeas que tuvieron lugar mientras Rosas
monopolizaba el poder político en Buenos Aires y la Confederación Argentina —la
francesa de 1830 y las europeas de 1848— merecería también ser reexaminado. En
el caso de los opositores a Rosas —y principalmente aquellos enrolados en el
movimiento romántico de la Nueva Generación Argentina—, el rol crucial que jugó
la recepción de las múltiples corrientes ideológico conceptuales emanadas de la
Revolución de Julio ha sido tan estudiado que forma parte ya de los consensos
estables de la historiografía argentina: su reelaboración en clave local de las
propuestas socialistas, republicanas, liberales, historicistas o nacionalistas
que esa revolución arrojó al mundo constituyó un elemento decisivo en su
articulación de un proyecto para la futura construcción de esta “nación” para
este “desierto”. En cambio, no han sido examinadas, pienso, con suficiente
detenimiento las apropiaciones que también hicieron los publicistas del régimen
rosista a partir de esa revolución. La llamada
Revolución de los Restauradores, apareció, es cierto, filiada —más por sus
métodos que por sus conceptos— al movimiento francés de 1830 en
interpretaciones contemporáneas, pero la relación entre los dos términos que
daban nombre a esa insurrección porteña y la ambivalente conceptualización de
la propia revolución francesa no ha sido, creo, explorada lo suficiente. Este
no es el lugar para hacerlo, pero ofrezco la siguiente observación: no solo
durante las propias jornadas de julio de 1830, cuando por un breve instante
pareció reaflorar la posibilidad de una instauración
republicana de nuevo tipo en Francia, solo para ser inmediatamente barrida por
la opción orleanista, monárquica, sino en las primeras lecturas que se hicieron
después acerca del sentido de esa revolución tanto en Francia como en el resto
del mundo, la ambivalencia esencial que habitaba el término révolution/revolutio apareció puesta de manifiesto. En el vecino Imperio
de Brasil, el movimiento denominado regressismo
reconocía en la Revolución de Julio francesa uno de sus puntos de partida
ideológicos: su propósito central era defender el “regreso” al trono imperial
de Pedro I —que había abdicado en 1831—, evocando la renovación del orden
monárquico en Francia que se había tornado progresivamente evidente en los años
posteriores a esa extemporánea renuncia al trono brasileño. Si bien ese sentido
del vocablo es simple y transparente, acogió ese término en su interior una
gama de significados que enfatizaban también la ambivalente relación que
mantenía con el orden establecido. En exégesis hechas por contemporáneos
brasileños se identificaba un sentido restauracionista,
pero también otro sentido revolucionario, y en efecto bajo su bandera se
pudieron encontrar juntos antiguos defensores de la monarquía absoluta de los
Braganza con republicanos y futuros socialistas. Si se cotejara la discusión
intensa en torno al concepto de regressismo
que tuvo lugar en Brasil en las décadas de 1830 y 1840 con las discusiones
contemporáneas en el Río de la Plata acerca del significado vehiculizado por el
término Revolución de los Restauradores9 —y, en un sentido más laxo, del
significado que estos dos términos portaban por separado—, podrían aparecer
capas de sentido más complejas y plurívocas que las que ya han sido recuperadas
desde la historia intelectual, conceptual y de los lenguajes políticos hasta la
fecha. Mi sugerencia es que casos como este abundan en relación al léxico
discursivo rosista, pudiendo informar una agenda de
investigación dedicada a ir más allá de lo esbozado preliminarmente en Orden
y virtud.
Veo con agrado que los
trabajos contenidos en este dossier están empeñados en exploraciones que están
haciendo precisamente esto, al cuestionar, criticar, refrendar o complejizar
distintos aspectos de la interpretación del rosismo
contenida en el libro de mi autoría.10 Cabe subrayar también que desde la
nueva historia política que ha venido consolidándose como corriente
disciplinar, la relectura del proceso institucional vivido en el Río de la
Plata durante la primera mitad del siglo xix
ha abierto nuevas y prometedoras vetas para la investigación futura de los
lenguajes de la política que circulaban entonces.11 En estos tiempos oscuros e
inciertos, la sombra larga del Restaurador de las Leyes —“ese nuevo Platón, que
escribe su República”— nos sigue interpelando. o
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Resumen/Abstract
Discurso y poder en el desierto argentino.
Reflexiones sobre mi reconstrucción del discurso republicano en el régimen rosista
Este trabajo reconstruye el proceso de
escritura del libro Orden y virtud. El discurso republicano en el régimen rosista (Universidad Nacional de Quilmes, 1995),
colocando su origen en el contexto preciso de los debates historiográficos que
desde los años 1980 tenían lugar en el campo de la historia argentina y
latinoamericana. Explica las razones detrás de las distintas opciones teóricas
y metodológicas que dieron origen a ese libro, y define con mayor precisión el
objeto que allí se estudiaba: el discurso del régimen rosista,
y no Juan Manuel de Rosas ni tampoco el Partido Federal, salvo en la medida en
que ellos fueron una parte del régimen político que con sus características
particulares se pretendía estudiar. El texto termina con un brevísimo estado de
la cuestión actual de los estudios sobre la historia política e intelectual del
período rosista, y aborda algunas de las lagunas en
la argumentación que se debieron al estado del campo cuando fue escrito, pero
que en una edición reformulada para el presente deberían, sin duda, ser
abordadas y remediadas mediante una expansión y modificación parcial del texto.
Palabras clave: Orden y virtud. El discurso republicano en
el régimen rosista - Historiografía - Discurso republicano - Régimen rosista
Discourse
and power in the Argentine desert. Reflexions on my
reconstruction of the republican discourse in the Rosista
regime
This
text reconstructs the writing process which gave birth to the book Orden y virtud, El discurso republicano en el régimen rosista
(Universidad Nacional de Quilmes, 1995), situating its origin within the
precisely delineated context of the historiographical debates taking place
since the 1980s in the Argentinian and Latin American historical field. It
explains the reasons behind the various theoretical and methodological choices
which gave rise to this book, and it defines with greater precision its object
of study: the discourse circulating during the Rosista
régime, rather than the thought of Juan Manuel de Rosas or of the Federalist
Party, except insofar as these latter proved pertinent to the study of that
régime and its discourse. This contribution to the dossier concludes with a
very brief state of the art of research on the political and intellectual
history of the Rosas period, and addresses some significant lacunae in the
argumentation presented in that book -which derived from the state of the field
when it was written-, but which should be taken into account and remedied in
any future revised edition, through an expansion and partial modification of
the text.
Keywords: Orden y virtud. El discurso republicano en el régimen rosista
- Historiography - Republican discourse
- Rosista régime
1 Tulio Halperin Donghi,
De la revolución de independencia a la Confederación rosista,
Paidós, Buenos Aires, 1972; José Carlos Chiaramonte, Mercaderes
del Litoral. Economía y sociedad en Corrientes en la primera mitad del siglo xix, Buenos Aires, Fondo de Cultura
Económica, 1991; John Lynch, Argentine Dictator. Juan Manuel de Rosas 1829-1852, Oxford, Clarendon Press, 1981; Pilar
González Bernaldo de Quirós, Civilidad y política
en los orígenes de la nación argentina 1829-1862, Buenos Aires, Fondo de
Cultura Económica, 1999; Ricardo Salvatore, Wandering
Paysanos. State Order and Subaltern Experience in Buenos Aires during
the Rosas Era, Durham, N. C., Duke
University Press, 2003;
Marcela Ternavasio, La revolución del voto,
Buenos Aires, Siglo XXI, 2007.
2 Arturo E. Sampay, Las ideas
políticas de Juan Manuel de Rosas, Buenos Aires, Juárez Editor, 1972;
Andrés Carretero, El pensamiento político de Juan Manuel de Rosas, Buenos
Aires, Librería y Editorial Platero, 1970.
3 Richard
Rorty, The Linguistic Turn, Chicago,
University of Chicago Press, 1967; Elías Palti, El giro lingüístico, Bernal, Universidad Nacional de Quilmes,
1998; John L. Austin, How to Do Things with Words, Oxford University
Press, 1962.
4 Tulio Halperin Donghi,
Una nación para el desierto argentino, Buenos Aires, Centro
Editor de América Latina, 1982 [publicado originalmente en: Proyecto y
construcción de una nación: Argentina 1846-1880, Caracas, Biblioteca
Ayacucho, 1980].
5 Natalio Botana, La tradición republicana, Buenos Aires,
Sudamericana, 1984.
6 Quentin Skinner,
“Significado y comprensión de la
historia de las ideas”, en Q. Skinner,
Lenguaje, política e historia, Bernal, Universidad Nacional de Quilmes,
2007.
7 En Uruguay se publicaba, por ejemplo, el mismo año que Orden y
virtud, el libro de Inés de Torres ¿La nación tiene cara de mujer?,
Montevideo, Arca, 1995. En nuestro país, ejemplo de una bibliografía ya
frondosa: Graciela Batticuore, La mujer romántica,
Buenos Aires, Edhasa, 2005.
8 George Reid Andrews, The
Afro-argentines of Buenos Aires 1800-1900, Wisconsin, University of
Wisconsin Press, 1980. Más recientemente: Magdalena Candioti,
Una historia de la emancipación negra. Esclavitud y abolición en la
Argentina, Buenos Aires, Siglo XXI, 2021.
9 Sobre ese movimiento, el estudio específico más reciente cuando
preparaba Orden y virtud fue el de Mirta Lobato, La Revolución de los
Restauradores, 1833, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1983.
10 Cada uno de los autores que participan de este dossier han hecho
ya aportes sustanciales a la renovación de la problemática general del período rosista —incluso en relación a zonas de investigación que
no he tratado en este texto, como la historia económica (y de modo más específico,
la agraria),- o están en curso de realizarlos.
11 A los trabajos ya citados, convendría
agregar el trabajo fundamental de renovación del campo de la historia política
argentina realizado desde los años 1990 por Hilda Sabato,
cuyo libro más reciente extiende sus conclusiones importantes hacia el conjunto
de América Latina, Repúblicas del Nuevo Mundo, Buenos Aires, Taurus,
2021.