Dossier
Dossier: Rosas
y el rosismo en la historia argentina.
A 30 años de Orden y virtud. El discurso republicano en el régimen rosista, de Jorge Myers
Presentación
Gabriel Entin y Marcela Ternavasio
conicet / Universidad Nacional de Quilmes conicet / Universidad Nacional de
Rosario
A tres décadas de la publicación de Orden
y virtud es relevante constatar la abrumadora masa crítica acumulada en
estos años en torno al tema que nos convoca en el presente dossier, y el
profundo impacto que generó el libro de Jorge Myers en la historiografía
argentina sobre el siglo xix. Un
libro que inauguró la colección En busca de la ideología argentina, editada
por la Universidad Nacional de Quilmes y pensada como un conjunto de textos
destinados a ofrecer antologías de fuentes significativas sobre el pensamiento
y la cultura argentinos, precedidas por estudios preliminares de los
especialistas a cargo. En este caso, si la antología seleccionada puso a
disposición del público una rica y variada serie documental, su estudio
preliminar —apoyado en una exhaustiva investigación y erudición— se convirtió
rápidamente en un referente obligado. La novedad del enfoque representó un giro
interpretativo notable al postular como hipótesis que el discurso público del rosismo se articuló sobre la base de un universo de
referencias del republicanismo clásico de procedencia romana. La clave de
lectura propuesta por Myers no solo desafió las narrativas de la historiografía
liberal y revisionista sino que contribuyó a complejizar las reinterpretaciones
que, impulsadas por la magna obra de Tulio Halperin Donghi, habían comenzado a desarrollarse desde la década de
1970.
Cabe recordar que el
republicanismo y la república no constituían por entonces un objeto de interés
historiográfico en la Argentina. En 1984, cuando Natalio Botana publicó La
tradición republicana. Alberdi, Sarmiento y las ideas políticas de su tiempo, reeditado
en su versión definitiva en 2024 con un prólogo de Hilda Sabato,
el libro sobresalió en un contexto en que los debates públicos giraban
alrededor de la cuestión democrática luego de la última dictadura militar, y
donde la república se había vuelto sinónimo de “república democrática”.1
En ese escenario, Botana venía a reconfigurar las perspectivas vigentes al
introducir las variantes del liberalismo decimonónico en los repertorios
disponibles de la tradición republicana, mientras Myers lo hacía una década más
tarde al inscribir el experimento político tal vez más polémico de la historia
nacional en la vertiente del republicanismo clásico. Nutrido de las discusiones
que se desplegaban en el mundo anglosajón —con las innovadoras visiones de
Bernard Bailyn, Gordon Wood, John Pocock,
Quentin Skinner, entre otros— Orden y virtud proporcionó
un sofisticado análisis de los tópicos republicanos clásicos invocados en las
manifestaciones escritas que vehiculizaron el discurso público del rosismo. Las resignificaciones
que su autor va trazando de dichos tópicos en el entramado que modeló el
“sentido del orden” rosista iluminan las concepciones
que el régimen acuñó acerca de la legalidad, la Constitución, el americanismo,
el federalismo y el catolicismo.
Los problemas abordados
por Myers en su estudio preliminar interpelaron a los diversos subcampos de la historia intelectual, cultural, política y
social en el marco de la intensa renovación que transitaban en los años
noventa. Interpelaciones en las que no estuvieron ausentes los debates. Algunos
expusieron las disonancias que suelen emerger entre los cultores de la historia
social y económica y los que se abocan al análisis del discurso, ya sea desde
el registro de historia de las ideas, de los conceptos o de las
representaciones simbólicas de la cultura política.2 Pero más allá de estas disonancias,
lo que predominó fueron los fructíferos intercambios y conversaciones acerca de
los umbrales que modelaron el discurso rosista en la
escena hispanoamericana decimonónica, marcada por las disputas y cruces entre
variantes republicanas, liberales, conservadoras y católicas.3
En esos umbrales se expresaban, además, las dificultades que exhibieron los
contemporáneos —en particular los miembros de la generación romántica
rioplatense a la que Myers le dedicó significativos trabajos— para procesar y
dotar de sentido a la singular experiencia del rosismo.4
Las agendas de
investigación que en aquellos años se abrían a líneas de trabajo muy variadas
retomaron la clave republicana del rosismo —y no solo
en su vertiente clásica romana— y algunos presupuestos metodológicos
explicitados en Orden y virtud. Entre ellos, el que postula la compleja
y tensionada relación que se establece entre Rosas y el rosismo
y entre discurso y prácticas políticas: “no puede considerarse que el discurso
del propio Rosas fue ‘rosista’ —strictu
sensu— hasta que no adquirió el específico encuadre político que significó
su presencia en el gobierno, y —sobre todo— hasta que no se
entroncó con un conjunto de discursos ideológicamente más elaborados, que le
dieran consistencia interna y le imprimieran una especificidad idiosincrática
de la cual hasta entonces había carecido”.5 En esa dirección, Myers formula una
advertencia respecto de la periodización interna de “un régimen construido
gradualmente y ‘por parches’, que estaba atento más a la inmediata y siempre
amenazante coyuntura que a los prospectos de largo plazo”;6
una advertencia que contribuyó a desplazar las imágenes monolíticas
cristalizadas en los sintagmas “época de Rosas” o “período rosista”,
como si se tratara de un proceso siempre igual a sí mismo. Pilar González Bernaldo y Mariano Di Pasquale,
en la introducción de un dossier que coordinaron en 2018 bajo el título “El
momento rosista. Bordes y desbordes de lo pensado”,
plantean abandonar la idea de una “época” en las tres dimensiones a las que
suele estar asociada —“un hecho que fija un sentido, que otorga
especificidad a un período y que lo hace memorable”— y atender a las
múltiples escalas temporales y espaciales que involucran los estudios del
fenómeno rosista en los también múltiples registros
de análisis que lo abordan.7
Tales estudios se
multiplicaron en las últimas tres décadas a un ritmo vertiginoso. Los
resultados de investigaciones sobre temas y problemas que habían permanecido
inexplorados, o atados a interpretaciones antagónicas sometidas a revisiones,
abarcan casi todas las áreas de los campos disciplinares conectados con el
conocimiento histórico. No es esta la ocasión de pasar revista al estado del
arte, sino de introducir este dossier cuyo propósito consiste en ofrecer un
balance sobre el denso y complejo objeto de estudio que fue el “momento Rosas”
en la historia e historiografía rioplatense y argentina, y cuya persistencia se
proyecta desde el siglo xix hasta
nuestros días. En esa proyección, las preocupaciones fueron mutando según las
preguntas que disparan los sucesivos presentes y las reservas de experiencias
investigativas. Las contribuciones, a cargo de once especialistas, exhiben un
mosaico de enfoques y abordan problemas específicos del período, vinculados a
debates de crítica historiográfica y literaria, y a los usos políticos del rosismo.
El dossier se abre con
el artículo de Jorge Myers, quien reflexiona en torno a la “cocina de la
investigación” que dio origen a Orden y virtud. En su recapitulación del
proceso de producción y escritura, el autor menciona algunos de los referentes
teóricos, metodológicos e historiográficos que lo inspiraron y describe cómo se
fueron ampliando sus perspectivas desde el proyecto inicial —que
concluyó con su tesis doctoral en la Universidad de Stanford, defendida en 1997—
en el que se propuso reconstruir los lenguajes de la política de los escritores
románticos rioplatenses. Proyecto que derivó en la formulación de una hipótesis
central: en el período que abarca de 1820 a 1852 se registran “tres variedades
de lenguaje republicano distintos”. Su objetivo apuntó, entonces, a “estudiar a
los dos primeros —el rivadaviano y el rosista— como contexto del tercero, el de la Nueva
Generación Argentina”.8
Orden y virtud es, pues, un desprendimiento de esa tesis que surge, en
gran parte, por el descubrimiento de un vacío sorprendente en la
historiografía: la ausencia de estudios sobre el discurso político del rosismo en contraposición a la abundante masa crítica
referida a las elaboraciones intelectuales de sus opositores. Como aclara
Myers, el recorte del objeto no fue Rosas, sino el rosismo,
entendido como el “conjunto de voces y plumas que participaron en la producción
de una densa red discursiva”, que explora en el voluminoso corpus documental
conformado por los órganos de prensa afiliados al gobierno del Restaurador de
las Leyes. La matriz interpretativa colocada en los usos del republicanismo
clásico romano no aspiró a marcar solo las diferencias o rupturas con otras
configuraciones ideológico-discursivas, sino también las continuidades en un
contexto signado por las contingencias y los constantes cambios. A treinta años
de su publicación, Myers reconoce los avances que se desarrollaron desde
entonces y los temas que aún siguen pendientes de nuevas pesquisas. En este
último sentido, destaca tres zonas posibles que merecerían ser examinadas: el
espejo global contemporáneo en que se vio reflejado el experimento republicano
de Rosas, la relación entre temporalidades dispares al interior del discurso rosista, y la continuada búsqueda de definiciones
conceptuales que intervinieron en la construcción de ese lenguaje político de
la república.
Los artículos que
continúan son representativos de algunas de las agendas abiertas en este primer
cuarto del tercer milenio. Gabriel Di Meglio presenta
un ajustado registro de los giros interpretativos que han jalonado la
renovación historiográfica sobre el rosismo y destaca
los principales aportes procedentes de la historia agraria, política,
intelectual, social, económica y jurídica, como asimismo la expansión de
estudios regionales y provinciales que han permitido no solo sumar nuevos
conocimientos sino modificar o matizar las imágenes construidas a partir del
caso de Buenos Aires en el que se concentraron las investigaciones hasta no
hace tanto tiempo. En el marco de esa diversidad, Di Meglio
sugiere que el rosismo “como sistema político no fue
uno sino dos, diferentes, uno porteño, hoy bien conocido, y uno nacional, que
todavía falta investigar más”. En esta segunda dimensión ofrece pistas precisas
para repensar los “contornos” del rosismo, la
periodización sobre el uso de la categoría “confederación rosista”,
el papel de la política y la guerra en su expansión territorial, la potencia identitaria del federalismo que precede a Rosas y los
límites que enfrentó su liderazgo para extender la “causa federal” más allá de
Buenos Aires. El texto evidencia la necesidad de nuevas exploraciones sobre la
menos conocida década de 1840, y de articular la cuestión federal en clave
nacional a lo largo del siglo xix.
La contribución de
Gabriel Entin retoma la matriz republicana propuesta
por Myers y se aboca a rastrear los usos y significados que fue adoptando el
título de Restaurador de las Leyes otorgado a Rosas apenas asumió su primera
gobernación en Buenos Aires, en 1829. Un título que —como señala Entin— se remonta a la antigua Roma y a un momento
muy particular de su derrotero histórico, cuando el Senado se lo concede al
emperador Augusto. El artículo explora el sinuoso recorrido del concepto en los
siglos xvii y xviii asociado a la figura del
legislador, los sentidos pronunciados durante la Revolución francesa y el
Imperio napoleónico, para detenerse luego en el régimen rosista.
El autor argumenta que, con Rosas, la restauración adoptó la forma de una
regeneración de la utopía de un orden natural, e indaga las conexiones entre
orden legal, estado de excepción y dictadura republicana. Desde una perspectiva
atenta a las modulaciones que experimentaron los lenguajes políticos en el
contexto posrevolucionario hispanoamericano y rioplatense, plantea una
hipótesis para reinterpretar las proyecciones de la variante republicana que el
rosismo instauró en territorio vernáculo: “La figura
del Restaurador de las Leyes concentra una aporía del republicanismo: la idea
de salvación de la comunidad política por un líder de quien depende el orden
restaurado”. Sobre la figura de Rosas girará, pues, la maquinaria que puso en
escena dicha aporía al encarnar la representación de un orden que en nombre de
la soberanía popular le delegó la suma del poder público en 1835.
En la construcción de
aquella maquinaria, donde Myers destaca la importancia que asumieron los
publicistas del régimen, cuya formación intelectual y política “no pudo sino
incidir notablemente sobre el tipo de argumento que ellos esgrimieron en
defensa de las posiciones previamente adoptadas por el gobierno”,9
Ignacio Zubizarreta se interroga acerca de las posibles lecturas a las que
Rosas habría accedido durante su prolongada gestión. Para ello analiza el
contenido de la biblioteca personal del Restaurador, hallada en su residencia
de Palermo después de la batalla de Caseros del 3 de febrero de 1852 que puso
fin a su gobierno y lo condujo al exilio en Inglaterra. Aun cuando el autor nos
recuerda la ajenidad del líder federal con el mundo letrado, y el pragmatismo
que lo guio en su acción política, registrar el contenido de su biblioteca
puede contribuir a trazar el perfil de quien acopió libros y documentos en el
caserón que —como espacio híbrido entre lo privado y lo público—
ofició de sede de gobierno en los años cuarenta. En tal dirección, el estudio
de Zubizarreta permite mostrar la escasa diversidad temática del corpus, menos
asociada al discurso republicano promovido por los publicistas del régimen,
donde sobresalen llamativas ausencias como asimismo la presencia de obras de
juristas vinculados al pensamiento conservador. Obras que estaban en sintonía
con la concepción rosista de un orden social
naturalmente jerárquico que era preciso disciplinar para preservarlo de las
amenazas que había introducido la Revolución.
El artículo de Magdalena
Candioti apunta a registrar un aspecto crucial de las
transformaciones sociales que trajo consigo la Revolución, y su liturgia
fundada en los principios de libertad e igualdad. Dentro del amplio campo que
integran los estudios subalternos, la autora comienza su análisis citando la denuncia
de maltrato hacia un esclavo cautivo en una zapatería de Buenos Aires publicada
en la Gaceta Mercantil en 1833. El “estudio de caso” actúa de disparador
para iluminar el universo de ideas, prácticas e instituciones que se fueron
fraguando en torno a la esclavitud en el Río de la Plata, articulado a los
tópicos del lenguaje republicano dominante en la coyuntura. A partir del
concepto de “ceguera selectiva” y de una variada caja de herramientas, Candioti demuestra las formas en que el discurso republicano
“gravitó en las actitudes hacia la esclavitud y la diferencia racial” y
habilitó sensibilidades antiesclavistas y de igualación racial. Capitalizando
sus indagaciones sobre el proceso gradual del abolicionismo y los resultados de
trabajos realizados por la historia social, cultural y política, la autora
traza un cuadro rico en ambigüedades. En este sentido argumenta que, si bien el
líder federal no se constituyó en un defensor del abolicionismo, mostró un
rostro condescendiente hacia la población afroporteña
—que incluía a libres, libertos y esclavizados— en sintonía con
un contexto en el que Rosas se interesaba por el componente popular de la causa
federal y donde se promovían políticas de abolición gradual.
Por cierto que ese
rostro condescendiente hacia determinados segmentos sociales tenía como
contracara la exigencia de lealtad absoluta hacia quien encarnaba la Santa
Federación. La vocación unanimista del régimen se
expresó en la exclusión de las voces disidentes, en el disciplinamiento
social y político y en la construcción de una máquina de propaganda destinada a
forjar la identidad federal. Los ejércitos rosistas
fueron piezas clave en cada una de estas dimensiones, como demuestran tres
artículos del dossier, cuyos autores son representativos de los avances
desarrollados por la historia social y política de la guerra. Ricardo Salvatore
aborda uno de los mecanismos utilizados durante el rosismo
para transmitir a los soldados y milicianos las nociones centrales del orden
que debían defender a través de las armas. La recopilación e interpretación de
los “santos y señas” y proclamas que los oficiales dirigían a los combatientes
le permiten reconstruir el universo discursivo que bajaba desde el gobierno
hacia los cuarteles y campamentos de soldados conformados por sectores
subalternos y populares. El autor distingue en estos mensajes, que operaban
como instrumentos pedagógicos, los valores que Rosas buscaba
inculcar sobre el orden político, la virtud moral, la disciplina militar y la
religiosidad, interconectados en un sistema ideológico coherente.
Afianzar el valor del
sacrificio patriótico entre los destinados a las fuerzas milicianas y a las
tropas regulares del ejército de línea era, sin duda, un componente fundamental
para un gobierno que desplazó a la oposición al campo del enemigo y que desde
1838 estuvo “bajo fuego”.10 La masiva militarización
que supuso enfrentar a los focos disidentes, surgidos tanto desde las
“provincias flotantes” del exilio como dentro mismo de las fronteras de la
Confederación, se intensificó durante la internacionalización de las guerras
civiles. El artículo de Mario Etchechury-Barrera
penetra en ese escenario a partir del estudio sobre el Ejército Unido de
Vanguardia de la Confederación Argentina en la crisis del “sistema federal”
entre 1840 y 1842. El accionar de dicho ejército muestra los entrelazamientos
de las contiendas políticas suscitadas en la Confederación y en el Estado
Oriental del Uruguay que, articuladas con las intervenciones anglo-francesas,
reconfiguraron la geopolítica de la cuenca del Plata. Sobre esa reconfiguración
—que nutrió los tópicos catilinarios y
americanistas del discurso rosista analizados en Orden
y virtud— Etchechury propone algunas hipótesis
interpretativas. Por un lado, discute las versiones que naturalizaron la
alianza entre el líder oriental Manuel Oribe y Juan Manuel de Rosas, y plantea
que el rol militar otorgado al primero como jefe del Ejército Unido de
Vanguardia formó parte de la estrategia del Restaurador para “desanclar” la
dependencia de las fuerzas federales de las alianzas con los gobernadores
provinciales. Por otro lado, explora la incidencia de las tropas comandadas por
Oribe en los nuevos equilibrios regionales surgidos con la “pacificación” impuesta
en esa conflictiva coyuntura, y el giro producido en 1843, cuando el jefe
oriental inicie el largo sitio de Montevideo apoyado por los ejércitos rosistas.
La contribución de
Alejandro Rabinovich se instala en el momento que
pone fin al régimen de Rosas en la batalla de Caseros. Su estudio se inscribe
en el mencionado contexto de internacionalización de las guerras civiles, pero
interrogando los componentes políticos e identitarios
que movilizaron al ejército rosista. En su detallado
análisis sobre lo ocurrido con la división Aquino —cuerpo de caballería
bonaerense compuesto por soldados veteranos que sirvieron en los ejércitos
confederados de la Guerra Grande de Uruguay— el autor matiza las
clásicas versiones que han interpretado la obediencia de las tropas federales a
partir del ejercicio de la coacción o de los intereses materiales que alentaban
a los soldados. Sobre la base de un rico y abundante corpus documental, la
reconstrucción del derrotero de la división Aquino —desde su integración
compulsiva en Uruguay al Ejército Grande luego de la capitulación de Oribe
hasta la derrota de Caseros— le permite a Rabinovich
reflexionar sobre la dimensión identitaria de los
soldados que se sublevaron frente a Justo José de Urquiza y huyeron a Santos
Lugares para rendir lealtad a su líder y luchar con las tropas federales a las
que habían servido fielmente durante todos esos años.
Las dosis de coacción y
consenso que coexistieron en la fisiología del régimen rosista
se instituyeron en los polos extremos desde los cuales se lo interpretó y
proyectó en la memoria histórica. Interpretaciones que, como postula Patricio
Fontana, fueron fundantes de la literatura nacional argentina. En su texto,
Fontana examina el vínculo entre Rosas y la literatura nacional poniendo el
foco en el Facundo de Domingo F. Sarmiento, y en los escritos de la
Generación del 37 en general. Y plantea que en ellos se modeló la imagen de que
la violencia extrema ejercida por el Restaurador de las Leyes podía
reconducirse hacia una comunión entre opuestos a través de la literatura. En
diálogo con las consideraciones de David Viñas y Ricardo Piglia
y las propuestas de Benedict Anderson y Theo D’Haen sobre el vínculo
entre literatura y nación, el autor recompone el entramado textual de Sarmiento
y de sus compañeros de ruta en el destierro, y afirma que “en el Facundo
esa fraternidad (en la poesía) es aquella sin la cual no puede nacer la
tranquilidad del fratricidio (político)”. Es en la literatura, entonces, como
conjura de la amenaza de una comunidad política dividida y enfrentada, donde
emergería la idea de una nación cohesionada que era preciso construir con miras
al futuro.
Y en ese futuro, la
presencia de Rosas y el rosismo se proyectará
como problema historiográfico y a la vez político desde la segunda mitad del
siglo xix hasta el presente.
Alejandro Eujanian retoma la pregunta formulada por
Adolfo Prieto en 1959 sobre “la persistencia de la figura demonizada de Juan
Manuel de Rosas en el debate político y cultural a lo largo de casi dos
siglos”, y reflexiona sobre esa persistencia que siguió a Caseros. Desplazando
el centro de atención que ha interesado a los especialistas —concentrados
en indagar las polémicas historiográficas sobre el rosismo
y más recientemente los usos políticos de ese pasado—, el autor propone
seguir el rastro de sus persistencias como identidad política e insumo
cultural. A partir de testimonios y fuentes fragmentarias —memorias
familiares, coleccionismo de objetos, manifestaciones públicas o censura sobre
obras teatrales— indaga las vías menos exploradas por las cuales se
transmitieron recuerdos y tramitaron memorias sobre el rosismo.
Recuerdos y memorias que, como afirma Eujanian,
“revelan las tensiones que la irrupción de la representación de Rosas provoca
en la esfera política y cultural”.
Dichas tensiones, que
atravesaron la historia secular argentina, son abordadas por Fabio Wasserman en
el artículo que cierra el dossier, donde analiza los usos políticos de los que
fue objeto la figura de Juan Manuel de Rosas desde la recuperación de la
democracia en 1983 hasta 2015. Luego de un breve recorrido por la historia del
revisionismo histórico y de las variantes que fueron reivindicando el fenómeno rosista en el siglo xx,
el autor distingue tres momentos de los gobiernos post 83 y los modos en que
lidiaron con ese pasado. El primero es el de los años iniciales de la
democracia, cuando la figura del Restaurador no ocupaba un lugar relevante. Si
bien seguía siendo una referencia para sectores nacionalistas y peronistas, el
discurso oficial del gobierno alfonsinista se inclinó por inscribirlo en la
tradición autoritaria, en sintonía con el clima de época que oponía autoritarismo
a democracia. El segundo momento se corresponde con el menemismo, cuando fueron
repatriados los restos de Rosas y el discurso oficial lo presentó como parte de
la política de “pacificación nacional”, asociada a los indultos decretados por
el gobierno. El tercero es el que se despliega durante los gobiernos kirchneristas, cuando se recuperaron interpretaciones del
revisionismo histórico, aunque —como afirma Wasserman— se trató
de una recuperación parcial y selectiva volcada a reivindicar a Rosas como abanderado
de la defensa de la soberanía nacional. El autor concluye con una hipótesis que
postula el “enfriamiento de la figura histórica Rosas” desde 1983, y lo
vincula con la pérdida de protagonismo que supo tener la primera mitad del
siglo xix en las querellas
político-ideológicas del pasado.
La hipótesis de
Wasserman evidencia los caminos paralelos que suelen transitar los usos
políticos del pasado y la producción historiográfica desarrollada en los
ámbitos académicos, si consideramos que la pérdida de interés a la que hace
referencia coincide con la etapa más prolífica en investigaciones sobre el
siglo xix y, en particular, sobre
el rosismo. Por otro lado, la revitalización que se
percibe en los últimos años del republicanismo, asociado a la cuestión democrática,
deja abierta la pregunta acerca de cuánto y cómo incidirá la problemática
republicana en las agendas de las humanidades y las ciencias sociales en la
Argentina y a nivel global. Como advierte Myers al cerrar su artículo, “en
estos tiempos oscuros e inciertos, la sombra larga del Restaurador de las Leyes
— ‘ese nuevo Platón, que escribe su República”— nos sigue
interpelando”. o
Bibliografía
Botana, Natalio La tradición
republicana. Alberdi, Sarmiento y las ideas políticas de su tiempo, Buenos
Aires, Sudamericana, 1984 (edición de Edhasa de 2024).
Gelman, Jorge, Rosas bajo fuego. Los
franceses, Lavalle y la rebelión de los estancieros, Buenos Aires,
Sudamericana, 2009.
Halperin Donghi, Tulio,
“Republicanismo clásico y discurso político rosista”,
en T. Halperin Donghi, El
revisionismo histórico argentino como visión decadentista de la historia
nacional, Buenos Aires, Siglo XXI, 2005, pp. 75-90.
Myers, Jorge, “La revolución en las ideas:
la generación romántica de 1837 en la cultura y en la política argentinas”, en
N. Goldman (dir.), Revolución, República,
Confederación (1806-1852), Buenos Aires, Sudamericana, 1998, pp. 381-445.
—, Languages
of politics: a study of republican discourse in Argentina from 1820 to 1852,
tesis de doctorado,
Universidad de Stanford, enero de 1997.
—, Orden
y virtud. El discurso republicano en el régimen rosista,
Bernal, Universidad Nacional de Quilmes, 1995.
1 Natalio Botana, La tradición republicana. Alberdi, Sarmiento y
las ideas políticas de su tiempo, Buenos Aires, Sudamericana,
1984; la reedición de 2024 es de Edhasa. La cita de
“república democrática” es del “Mensaje de asunción del Presidente D. Raúl
Ricardo Alfonsín”, en Dossier Legislativo. Acta del 10 de diciembre de 1983,
Buenos Aires, Congreso de la Nación, año vi,
n° 153, mayo de 2018, p. 104.
2 Juan Carlos Garavaglia, “Discurso,
textos y contextos. Breves reflexiones acerca de un libro reciente”, Estudios
Sociales, n° 10, 1996. Jorge Myers, “Comentarios a una reseña reciente”, Estudios
Sociales, n° 11, 1996.
3 Tulio Halperin Donghi,
“Republicanismo clásico y discurso político rosista”,
en T. Halperin Donghi, El
revisionismo histórico argentino como visión decadentista de la historia
nacional, Buenos Aires, Siglo XXI, 2005.
4 Jorge Myers, “La revolución en las ideas: la generación romántica
de 1837 en la cultura y en la política argentinas”, en N. Goldman (dir.), Revolución, República, Confederación (1806-1852),
Buenos Aires, Sudamericana, 1998.
5 Jorge Myers, Orden y virtud. El discurso republicano en el
régimen rosista, Bernal, Universidad Nacional de
Quilmes, 1995, p. 16.
6 Ibid., p. 18.
7 Pilar González Bernaldo y Mariano Di Pasquale, “El momento rosista.
Bordes y desbordes de lo pensado”, Anuario iehs, vol. 33, n° 2, 2018.
8 Jorge
Myers, Languages of politics: a study of republican discourse in Argentina
from 1820 to 1852, tesis de doctorado,
Universidad de Stanford, enero de 1997.
9 Myers, Orden y virtud, p. 35.
10 Jorge Gelman, Rosas bajo fuego. Los
franceses, Lavalle y la rebelión de los estancieros, Buenos Aires,
Sudamericana, 2009.