Saber sobre Asia en la posguerra

Difusiones culturales sobre la China de Mao en la Argentina durante la década del cincuenta

 

Mónica Ni*

 

Universidad Nacional de General San Martín / conicet

Introducción

A medida que el llamado “maoísmo global” ha suscitado en los últimos años mayor interés, la presencia de la República Popular China, sus ideas y sus efectos han sido estudiados con mayor detalle desde distintas áreas disciplinares. En particular, los vínculos internacionales que aquella estableció –especialmente con el sur global– han despertado un renovado interés. Con frecuencia, ese interés se ha centrado en la década del sesenta. Es que fue allí cuando el comunismo chino cobró dimensiones globales y un sentido político distintivo. La ruptura con la urss concretada a inicios de la década fue un punto de inflexión para aquellos que simpatizaban con el proceso chino. Los debates en torno al culto a la personalidad, a las vías hacia la revolución, al uso de lucha armada y a la existencia de lucha de clases aún bajo un Estado socialista fueron tópicos que marcaron posicionamientos e identidades. De modo que, hacia la década del sesenta, decirse “maoísta” implicaba necesariamente una postura respecto de aquellas problemáticas, a la vez que una mirada crítica hacia la urss y las izquierdas tradicionales.1 En ese sentido, se ha argumentado que maoísmo, en tanto corriente política distintiva, es solo pensable a partir de la década del sesenta y de las discusiones mencionadas. Antes de ello, de acuerdo a lo que muestran algunas investigaciones, las simpatías hacia la Revolución china desde el mundo comunista implicaron a menudo la subordinación de aquel proceso a los lineamientos soviéticos y su encuadre desde esas coordenadas.2

Dado, entonces, que el pensamiento de Mao y la República Popular empezaron a cobrar más relieve durante la década del sesenta con el surgimiento de partidos maoístas en diversas regiones, el lugar de aquellos y la circulación de sus ideas, sus figuras y sus artefactos culturales impulsados por comunistas locales y compañeros de ruta durante la década del cincuenta han sido poco estudiados. Por otro lado, tampoco se ha prestado suficiente atención a los diálogos entre la formación de las representaciones sobre el comunismo chino y los escenarios culturales más amplios que los envolvieron. Los encuentros culturales –materializados en traducciones de obras literarias, iniciativas de difusión cultural, circulación de formas de artes folclóricas, entre otros– tuvieron un lugar significativo en las relaciones internacionales que la República Popular buscó establecer, particularmente en la década del cincuenta, cuando el país tenía escaso reconocimiento internacional. Como se verá más adelante, este tipo de intercambios animaron modos de abordarla en el cruce de escenarios e intereses heterogéneos.

Las iniciativas impulsadas desde la República Popular fueron contemporáneas a la exportación tanto del american way of life como de la diplomacia cultural soviética, que buscaron ganarse el favor de la opinión pública en el marco de la Guerra Fría cultural. De este modo, examinar las formas que adoptaron las relaciones culturales entre la República Popular y América Latina, en un momento en que la cultura y las ideas constituían armas fundamentales, ofrece una perspectiva para abordar aquella contienda global que excede el modelo bipolar.

El presente artículo se interesa por los modos en que una entidad política y cultural –la República Popular China– se halló en el cruce de distintos intereses, representaciones y saberes, en un constante diálogo con el mundo comunista pero atravesado, al mismo tiempo, por elementos que lo rebasaron. Para ello, presta especial atención al lugar de Asia durante la posguerra, cuando se produjo un interés generalizado hacia el continente en función de los nuevos lugares ganados por los pueblos asiáticos tras su descolonización y del interés político que cobró la región en el marco de la Guerra Fría, ante la urgencia por evitar una tercera guerra mundial. Ello derivó en la promoción de saberes en torno a la región, en una proliferación del interés académico, así como en el incentivo de producciones culturales que cultivaran los ideales de inclusión, lo que respondía tanto a las necesidades de la Guerra Fría como a la voluntad de delegados asiáticos de obtener mayor presencia en la arena política internacional. Sin pretender que sea un análisis exhaustivo, esta contextualización tiene el fin de situar de una manera más amplia el lugar de los intercambios internacionales que estableció la República Popular China durante los primeros años de la década del cincuenta, y de los elementos puestos en juego allí. En el caso de América Latina, el Movimiento Internacional de Partidarios por la Paz ofreció el principal marco para esos intercambios dentro de los cuales se desarrollaron los primeros contactos con figuras de la cultura local mediante distintos medios de la diplomacia cultural china. La cultura fue durante ese período un medio privilegiado para ello.

Luego, se pone foco en un caso particular: la Asociación Argentina de Cultura China (aacc), un órgano de difusión que funcionó dentro del Partido Comunista Argentino (pca) durante la década del cincuenta y que dialogó con ese mundo de posguerra. Asimismo, se muestra cómo ello estuvo connotado por presencias previas de China en la cultura argentina. Se examinan, así, las distintas texturas que tuvo la República Popular en la difusión cultural realizada por intelectuales comunistas argentinos durante aquellos años, mostrando que los modos en que estos la abordaron contuvieron los sentidos políticos propios de la posguerra y de la Guerra Fría, al mismo tiempo que albergaron intereses por la cultura y el arte chino.

El interés por Asia en el mundo de la posguerra

Los años de la Segunda Guerra Mundial fueron, también, los años de la guerra del Pacífico, una contienda para establecer un nuevo orden en Asia, en la que participaron Japón, Estados Unidos y las potencias europeas, todas con una larga trayectoria de poder en la región. Pero en el caso japonés había algo distintivo: los sentidos de su expansión imperialista en la región estaban teñidos por un antioccidentalismo y un antiimperialismo que conducían a un proyecto panasianista, en tanto sus intervenciones estaban dirigidas a la expulsión del poder británico y el estadounidense.3 Se trataba de un acto de liberación de las colonias asiáticas respecto de sus colonos occidentales, en pos de la construcción de un orden autosuficiente, encabezado por Japón y condensado en el eslogan “Asia para los asiáticos”.

La intencionada creación de la Esfera de Coprosperidad de la Gran Asia Oriental por parte de Japón trajo consecuencias brutales en las zonas ocupadas, pero también motorizó movimientos nacionalistas y fomentó sentimientos antioccidentalistas, una fibra que tocaría las experiencias coloniales de los países involucrados. En la década del cuarenta, figuras como Jawaharlal Nehru y Ba Maw –líderes centrales en la liberación de India y Birmania del orden británico– hablarían de un redescubrimiento de Asia y de la unidad continental frente a la agresión europea.4 Hasta entonces, la categoría de “Asia” había surgido y era usada en Occidente. Recién a partir de los inicios del siglo xx cobró nuevos sentidos cuando figuras como el poeta indio Rabindranath Tagore empezaron a apropiarla y a utilizarla en referencia a las herencias culturales comunes a Asia y en oposición a las intervenciones coloniales. No obstante, si la definición de una geografía, una identidad y una cultura transnacional era posible debido a una oposición clara al poder colonial, crear una cohesión interna y definir qué era lo que podía unir culturalmente a la región fueron tópicos problemáticos. Con frecuencia, era escaso el conocimiento entre las culturas y lenguas asiáticas, de modo que las conexiones intercontinentales que fomentaron aquella identidad dependían de traducciones mediadas por el inglés.5

En el contexto del proceso de descolonización, el fin de la guerra y la derrota de Japón en 1945 dejaron un cuestionamiento de la superioridad occidental entre intelectuales asiáticos, que ya venía formándose desde la guerra rusojaponesa de 1904-1905.6 Los ideales de modernización y progreso, ligados a Occidente y que funcionaron como el argumento principal para las intervenciones de sus potencias en el continente asiático, fueron cuestionados a inicios del siglo y lo volverían a ser hacia la posguerra. Junto a ello, se iba a dar una reivindicación de la tradición por parte de figuras como Mahatma Gandhi y el uso y apropiación del confucianismo en líderes como Chiang Kai-shek e incluso Mao Zedong.7

En este escenario, los líderes de los pueblos recientemente liberados encontrarían en las Naciones Unidas un instrumento privilegiado para participar en la geopolítica de posguerra. Creada en 1945, la Organización de las Naciones Unidas (onu) sirvió como plataforma para vehiculizar las voluntades de aquellos pueblos que, en el lenguaje de mediados de la década del cincuenta, formarían parte del Tercer Mundo. Su programa incluía demandas como la redistribución de recursos y el impulso hacia el desarrollo. Pero al mismo tiempo, tras su liberación se pusieron en evidencia otras necesidades: las de su propia reconstrucción económica, geográfica, política y, en particular, cultural. Allí, los otrora límites coloniales no necesariamente coincidían con límites culturales ni étnicos y, luego de los procesos de descolonización, afloraron conflictos internos e interrogantes en torno a la identidad nacional poscolonial y a sus herencias culturales.8 Así, la cuestión de las herencias e identidades culturales sería relevante para los pueblos asiáticos en ese momento, y de eso harían eco sus iniciativas en plataformas internacionales y, como se verá más adelante en el caso chino, sus relaciones externas.

La posguerra y la Guerra Fría trajeron un nuevo conflicto entre Oriente y Occidente, representados por la Unión Soviética y el socialismo por un lado, y los Estados Unidos y el capitalismo por otro. No obstante, como se ha mencionado, esta oposición ya venía siendo promulgada desde Asia –Japón en particular–, donde Oriente era contrapuesto a un Occidente materialista y destructivo. Ambos sentidos de la división binaria entraron en juego cuando en 1956 se impulsó desde la unesco el East-West Major Project. Promovido por los delegados de Japón e India, este proyecto era una forma de sortear la poca representación de las voces y las cosmovisiones asiáticas en la arena internacional. A través de él se buscó fomentar mayor cantidad de saberes en torno a Occidente y a Oriente, a la luz de los cambios que habían traído los años de la guerra, con el fin de obtener un mejor entendimiento mutuo y abogar por un trato igualitario entre las naciones del mundo. Ello se materializaría en el intercambio académico, en programas de traducción, en la creación de institutos de estudio especializados y en la producción cultural.9

Con todo, lo que se buscaba era generar las condiciones para una convivencia pacífica ante las amenazas de una próxima guerra atómica. Promovidas desde una organización transnacional como la unesco y por impulso de delegados asiáticos, en un momento en que la reciente descolonización en varios pueblos del continente los posicionaba en otro lugar de la geopolítica mundial, la cultura y los saberes constituían herramientas pertinentes para garantizar la paz.

La motivación para generar más saberes en torno a Asia durante esos años provino, también, desde otros lugares. En la posguerra, la presencia política, militar y económica de Estados Unidos –devenido una potencia mundial en detrimento de los antiguos imperios– en Asia y el Pacífico fue en ascenso, lo que se tradujo también en el aumento de la producción cultural sobre la región. En películas, obras de teatro, novelas, relatos de viaje, fotografías, así como en trabajos académicos y seminarios, la cultura norteamericana tornó su mirada hacia Asia en un gesto que no era nuevo pero que contenía sentidos distintivos: los de la Guerra Fría. Mientras tanto, escritores chinos residentes en Estados Unidos como Lin Yutang acercaban a través de la literatura la experiencia de la diáspora asiática al público estadounidense. Desde estas coordenadas, Asia era concebida como un territorio en medio de la disputa de un mundo bipolar –Estados Unidos contra la Unión Soviética–, y donde la expansión norteamericana era entendida desde los ideales democráticos, concebidos como universales más allá de la cultura y de la raza. Desde un modelo social pluralista, donde las diferencias intergrupales eran concebidas desde la cultura y no desde la biología, los discursos de tolerancia e inclusión fueron promovidos al compás de la expansión estadounidense durante la Guerra Fría. En ese sentido, las representaciones en torno a Asia surgían de un nuevo mapa, en el que no solo este continente sino también los Estados Unidos eran reubicados.10

Fue también en ese momento cuando empezaron a surgir los estudios de área. Como comentara el historiador Benedict Anderson, el sudeste asiático empezó a ser un área de interés académico en los Estados Unidos hacia la década del cincuenta.11 Asia –y China en particular– ya constituían objetos de conocimiento para Occidente desde al menos el siglo xvi. Pero, a diferencia de la filología y de la sinología, que hasta entonces se habían encargado del estudio de la región, los estudios de área abordaron su objeto de conocimiento a partir de las problemáticas políticas, económicas y sociales de la época y, por lo tanto, con otras herramientas, provenientes principalmente de las ciencias sociales.12 Hasta entonces, pocos países del continente asiático habían recibido algún interés por parte de académicos norteamericanos. Pero con el reposicionamiento de Estados Unidos como nueva hegemonía global, tanto Asia como ciertos enfoques disciplinares –de las ciencias políticas, la economía, la antropología, la historia– cobraron mayor relevancia, siguiendo las prioridades políticas del país. También hubo, entre los estudiantes universitarios de grado y de posgrado, una mayor demanda de formación en torno a aquella región. De modo que para la década del sesenta ya se habían creado varios programas y seminarios de estudios asiáticos en distintas universidades. ¿Qué podía despertar el continente asiático sino interés para los Estados Unidos de aquel momento? Asia contenía a los movimientos de liberación nacional, muchos de los cuales se habían volcado hacia la izquierda. Particularmente, contenía a la recientemente conformada República Popular, que había optado por “inclinarse” hacia el socialismo, que había marcado la “pérdida de China” para los Estados Unidos y, con ello, el miedo hacia la expansión del comunismo. Por su parte, la guerra de Corea a inicios de los cincuenta respondió a los cambios en la política exterior estadounidense de fines de la década anterior. Si la ocupación de Corea del Sur por parte de los ee.uu. en la inmediata posguerra no había implicado mayores esfuerzos en la promoción de su diplomacia cultural, la creciente percepción de la avanzada soviética en la batalla cultural cambió el rumbo de sus políticas en la zona ocupada. Cuando las tropas de Corea del Norte, ocupada por la urss, avanzaron hacia el sur en 1950, la idea de que la urss estaba expandiendo su esfera de influencia hacia Asia fue ratificada.13

Todo ello explica el lugar central que el continente ocupó en la Guerra Fría. De allí que este novedoso campo disciplinar recibió, junto a otros, los ecos de las posiciones del senador norteamericano Joseph McCarthy, que establecieron límites políticos a las actividades académicas. En otras palabras, los interrogantes académicos, los problemas que una investigación podía buscar responder no debían contradecir ni explicitar los intereses políticos de los Estados Unidos. Como comentara Fabio Lanza, los especialistas en estudios asiáticos no podían pensar en las implicaciones morales o políticas de sus labores.14

La coexistencia pacífica era, entonces, un objetivo importante en el mundo de posguerra. Incluso desde disciplinas como la psiquiatría, el horizonte del quehacer profesional se había fundido con el de las ansiedades políticas: era necesario, en un momento de alta conflictividad social e internacional, gestionar la estabilidad de las poblaciones a fin de evitar una tercera guerra.15 Ello involucraba, a fin de cuentas, un mayor interés por conocer y dar a conocer saberes y producciones culturales sobre Asia. Tanto por parte de los mismos pueblos asiáticos, como resultado de los procesos de descolonización que abrían la cuestión de las identidades nacionales y la necesidad de ganar más presencia en la arena internacional, como por parte de la comunidad internacional ante la inquietud por una posible guerra nuclear. Como se ve, ese nuevo lugar de Asia y su cultura combinaba diversas solicitaciones: la de organizaciones internacionales como la unesco, por iniciativa de delegados asiáticos, la de los estudios académicos, la de los intereses estratégicos norteamericanos. La Guerra Fría y la largamente establecida oposición cultural Occidente-Oriente fueron las coordenadas con las que, desde distintos lugares, se promovió un mejor entendimiento sobre ese continente.16 Fue, también, desde estas coordenadas que la recientemente conformada República Popular China encontraría lugar en América Latina en general y en la Argentina en particular.

La República Popular China y sus relieves en la década del cincuenta
en América Latina y en la Argentina

Hacia los primeros años del siglo xx, el desarrollo por parte de las élites chinas de una perspectiva que insertó al “reino del medio” como parte de Asia, dentro de un mundo atravesado por dinámicas globales, fue clave en la formación de su conciencia nacional y su posterior reconocimiento con los países de África y América durante los cincuenta y los sesenta. En el marco de los heterogéneos discursos panasianistas, China había formado alianzas con otros países del continente, con quienes se identificaba mediante el redescubrimiento de lazos históricos y flujos culturales. Su identificación con el mundo colonial asiático de entonces fue efímera, pero fue un leitmotiv que se reprodujo a lo largo del siglo, aunque probablemente no sin variaciones.17 De allí que, una vez instaurada la República Popular y ante la necesidad de entablar relaciones internacionales, se apelara a los lazos históricos y culturales que otrora habían formado la base del panasianismo. Por ejemplo: cuando se realizó un viaje de delegados de India hacia China en 1955, los visitantes eran frecuentemente expuestos a sitios budistas dado que insinuaban conexiones culturales entre ambos países.18 Del mismo modo, con la esperanza de revivir una “solidaridad asiática” y de encontrar un punto común, las referencias a la guerra de Vietnam tuvieron un lugar de peso en las conferencias con visitantes japoneses en 1965.19

Ante los latinoamericanos, la cultura también resultaría un medio valioso para entablar relaciones, al menos a inicios de la década del cincuenta. Los vínculos formales entre la República Popular China y América Latina se hallaban dificultados por la falta de reconocimiento internacional: recién en la década del setenta China empezó a ocupar bancas en las Naciones Unidas. Así, con excepción de Cuba, los gobiernos de los países latinoamericanos no establecieron relaciones con ella, en línea con el bloqueo promovido desde los Estados Unidos. Por tal razón, China debió valerse de vías informales para establecer vínculos y despertar simpatías externas: no a través de contactos estatales ni de funcionarios públicos, sino de personalidades locales con cierto peso en la arena cultural y política, o bien ofreciendo espectáculos y presentando obras literarias y artísticas

En la Guerra Fría, una contienda global marcada por el propósito de ganar “los corazones y las mentes”, las armas culturales adquirieron un rol central. A través de periódicos, películas, obras literarias, exposiciones y conciertos, las potencias de la guerra –los ee.uu y la urss– desplegaron su diplomacia cultural en la esfera internacional. Como ya han señalado otros autores, América Latina se insertó en este conflicto de un modo activo, en tanto aquel escenario global fue articulado a distintos procesos, problemas y temporalidades locales a través de agentes estatales y no estatales, como militantes, intelectuales y expertos.20 En este marco, la República Popular China también se haría de un bagaje de arsenales culturales para incidir en la geopolítica de posguerra, que consistió en la reapropiación de su propia herencia cultural, ahora desde la lente del socialismo.

Por su parte, para muchos comunistas latinoamericanos los aspectos culturales que podía ofrecer la República Popular –sus escritores, su pintura, su teatro– despertaron un interés acompañado por simpatía política. Muchas veces, esta doble simpatía se expresó en el establecimiento de organizaciones locales que promovieron intercambios y difusiones, como los que llevaron adelante el chileno José Venturelli, los argentinos Juan Carlos Castagnino y Juan Laurentino Ortiz, y los mexicanos Miguel Corvarrubias y David Alfaro Siqueiros.21

Estos contactos se dieron en los marcos que ofrecían el Movimiento Comunista Internacional y la agenda soviética, cuando la alianza sino-soviética estaba atravesando su momento más álgido. En particular, el Movimiento Internacional de Partidarios por la Paz fue una instancia central para acceder, desde el comunismo, a la República Popular, y desde el cual se gestaron producciones heterogéneas en torno a ella. Este movimiento había surgido a fines de la década del cuarenta como iniciativa de intelectuales, artistas, científicos y delegados políticos para posicionarse en contra de la guerra atómica y a favor de la paz. Su actividad principal se desplegó hasta mediados de los cincuenta, con la invasión soviética a Hungría en 1956 como hito terminal. A pesar de que contaba con la participación de grupos heterogéneos de activistas, artistas y expertos, el peso de los representantes soviéticos y la impronta que imprimieron en el movimiento llevó a que quedara ligada a las políticas externas de Moscú.22 No obstante, la amenaza nuclear y la desmoralización provocada por la masacre de la Segunda Guerra lograron una adhesión extendida en la opinión pública en general. Del mismo modo, la imagen forjada de China desde ese movimiento que contaba con el apoyo de figuras de la ciencia y la cultura letrada, no se agotó en su relación de subordinación a la urss, sino que destacó distintos aspectos de su cultura que apelaban a públicos más amplios. Así, mientras la República Popular China podía generar simpatía en dirigentes y militantes de Partidos Comunistas locales, su literatura, sus formas de arte y, en términos más amplios, su cultura “milenaria” también podían generar un interés que rebasaba su lugar como parte de la órbita soviética.

Esa fue la modalidad con que la República Popular estableció sus primeros acercamientos a personalidades latinoamericanas, diversas figuras ligadas a los Partidos Comunistas de sus respectivos países, como la militante argentina Adela Betinelli, y también comunistas que ocuparon un lugar relevante en el terreno cultural, como los poetas Pablo Neruda y Raúl González Tuñón. Mientras que varios intelectuales argentinos viajaron a China por invitación del Consejo Chino por la Paz luego del Congreso en Viena en 1952, otros latinoamericanos participaron de la Conferencia de la Paz en Asia y el Pacífico, realizada en Beijing en 1952 en oposición a la intervención militar estadounidense en Corea. Esta había sido la primera reunión internacional organizada por la República Popular, y de ella participaron distintos delegados, principalmente de América Central, aunque también hubo algunos representantes del Cono Sur. Los problemas de las intervenciones políticas y militares estadounidenses y el reclamo por la paz y la independencia nacional fueron puntos claves de la reunión, y ya dejaban ver la relevancia del país asiático para pensar problemas caros a América Latina.23

De los encuentros en el marco del movimiento pacifista derivaron numerosos relatos de viajes que dieron cuenta de experiencias en el país asiático, así como algunas iniciativas de intercambio cultural. Desde argentinos como María Rosa Oliver y Norberto Frontini hasta colombianos como Jorge Zalamea, Diego Montaña Cuellar y Manuel Zapata Olivella, pasando por chilenas como Olga Poblete, una considerable cantidad de figuras ligadas al comunismo y al mundo letrado escribieron sobre los avances sociales e industriales de la Nueva China. Se enmarcaban en un género, los relatos de viajes hacia países socialistas, que se venía desarrollando desde la década del treinta a fin de defender el socialismo desde Occidente. Tensionadas entre lo reiterativo y lo singular, las producciones derivadas de aquellos viajes expresaron no solo lo visto y oído en sus experiencias, sino también los deseos de los propios viajeros.24 En ese sentido, tanto los relatos de viaje como otras iniciativas resultantes de estos desplazamientos dan cuenta de los modos en que los latinoamericanos se posicionaron frente a la Revolución china y su cultura.

En los inicios de los cincuenta, la defensa por la paz fue el eje que conectó de manera directa a la realidad china con la latinoamericana. Como relató Poblete luego de asistir a la Conferencia en Beijing: “Allí empezamos a sentirnos unidos, asiáticos y americanos, hecho que constituiría, enseguida, el suceso más significativo de la Conferencia”.25 Para ella, este encuentro era el inicio de un nuevo modo de relación entre China y el mundo, uno marcado por la “conquista de una convivencia pacífica”, por “la desbordante actitud fraternal de este gran pueblo hacia donde deberían dirigirse hoy todas las miradas de la tierra” y en el que se dejaba atrás “la interferencia del colonialismo de Occidente”.26 De un modo similar, el poeta argentino González Tuñón remarcó luego de su visita de 1952: “[China] es un ejemplo para todos los pueblos aún no liberados y su mensaje tiene, por lo mismo, un relieve internacional, extendido a la lucha antiimperialista y por la paz en que estamos empeñados”.27 También apunta: “Este pueblo […] está, lo repetimos, junto a la Unión Soviética, al frente de la defensa de la paz en el mundo”.28

Así, el pacifismo de los cincuenta –en el sentido de la convivencia pacífica, del principio de no intervención, del antiimperialismo y, como se verá más adelante, de la respuesta ante la inquietud por una posible tercera guerra– fue el marco que permitió establecer las primeras redes entre China y América Latina. Estos primeros contactos fueron realizados desde sensibilidades atentas a distintos aspectos que le dieron a la Revolución china relieves propios, por fuera de sus relaciones con la urss.

Es que China no era una entidad nueva. Escritores modernistas y teósofos ya habían abordado a Oriente desde fines del siglo XIX e inicios del xx.29 Asimismo, desde la segunda mitad del siglo xix habían existido flujos de personas entre China y algunos países latinoamericanos y del Caribe, ya fuera en forma de comercio de coolies como de migración voluntaria.30 En Argentina, por ejemplo, las exposiciones de arte oriental organizadas por asociaciones como la Sociedad Amigos del Arte Oriental (sadao) ya tenían circulación al menos desde fines de la década del cuarenta; allí se exhibían distintos objetos –monedas, vajilla, entre otros– y estatuillas de filósofos y figuras religiosas de China.31 En vísperas del clímax del maoísmo global, también empezaron a publicarse algunos libros sobre arte oriental y sobre pintura china y sus principios éticos, editados por la editorial universitaria eudeba.32 En 1965, fue creado en Buenos Aires el Museo Nacional de Arte Oriental, que albergó piezas de distintos países asiáticos como Japón, India y China.

A su vez, una de las consecuencias de la mencionada iniciativa promovida desde la unesco fue la creación de programas de estudios asiáticos en América Latina a lo largo de la década del sesenta. El primer centro argentino fue establecido en la Universidad del Salvador, en 1961.33 De todos modos, como se ha señalado en investigaciones recientes, América Latina careció de un marco institucional sólido para el estudio de China y su cultura: las circulaciones y encuentros se realizaron por fuera de ámbitos académicos y estuvieron, más bien, ligados a itinerarios y redes múltiples, como los de los intelectuales comunistas y de izquierda latinoamericanos.34

Como se verá en el siguiente apartado, los mencionados flujos en torno a Asia en general y a China en particular fueron contemporáneos y se hallaron presentes en los modos en que los comunistas locales abordaron a la recientemente conformada República Popular, de modo que las ideas en torno a una China “milenaria” se fundían, en ocasiones, con el interés por otras de sus texturas más políticas. Ambas vertientes de difusión podían confluir, o bien coexistir de manera paralela. Interesa centrarse, en lo que sigue, en las actividades de un órgano de difusión cultural que funcionó en el seno del pca: la Asociación Argentina de Cultura China (aacc). A través de ella, se verá cómo la presencia y la difusión de la República Popular en la Argentina de la década del cincuenta se halló en el cruce del nuevo lugar que ocupó Asia en el mapa de la segunda posguerra y de la Guerra Fría, así como de las difusiones previas y contemporáneas en torno a la cultura china en la Argentina.

El caso de la Asociación Argentina de Cultura China

Es difícil establecer límites cronológicos precisos sobre el funcionamiento de la Asociación y sus órganos, pero las fuentes y archivos disponibles permiten pensar que fue durante los primeros años de la década del cincuenta cuando la aacc funcionó con mayor vigor. Su creación fue resultado de los circuitos transnacionales del movimiento pacifista que conectaron a intelectuales latinoamericanos con China, y contuvo sensibilidades antiimperialistas propias de ellos. En diciembre de 1952, un grupo de 36 delegados argentinos –que incluyó a obreros, católicos, campesinos, una fracción juvenil y un grupo de intelectuales, entre los que se hallaban Ernesto Giudici, Leónidas Barletta, Fina Warschaver, María Rosa Oliver y Norberto Frontini– habían viajado a la República Popular por invitación del Consejo Chino por la Paz, luego de haber asistido al Congreso por la Paz en Viena ese mismo año. A fines del año siguiente varios integrantes de ese grupo de intelectuales conformaron la aacc en el marco del pca. La asociación estaba integrada por distintos consejos: juvenil, de arte y exposición, de ciencias, de prensa y propaganda, de teatro, de sombras chinescas, y hubo planes para la formación de una comisión femenina. Su actividad se basaba en la difusión de diversos aspectos de la República Popular: formas artísticas, aspectos de su educación, medicina, economía, y tópicos concernientes a la liberación de la mujer. Los medios para ello consistieron en materiales impresos –revistas, folletos, artículos–, así como en la organización de actos públicos, charlas y seminarios. Su naturaleza estuvo imbuida, además, de un espíritu antiimperialista que, en apenas unos años, cobraría el nombre de tercermundismo. Es decir, una predisposición positiva hacia los pueblos de Asia y África y sus movimientos de liberación nacional, que a la vez identificaba a América Latina como parte de aquella identidad.35 En la presentación de su revista orgánica, Cultura China, se explicó este lineamiento:

si hoy nos interesa el conocimiento de la milenaria cultura china, es porque estamos presenciando la creciente gravitación de China en el panorama mundial. La lucha de los pueblos de Asia por su independencia es uno de los más grandes acontecimientos de nuestra época. Todos aquellos que han luchado por la independencia de su propio pueblo no pueden verla sino con simpatía.36

Esta revista fue creada en 1954 y, tras una interrupción entre 1957 y 1959, volvió a publicarse al menos hasta los primeros años de la década del sesenta, difundiendo traducciones de cuentos y presentando artículos referentes a la cultura china.

Como se mencionó, la aacc funcionó dentro del pca y tuvo una orientación principalmente cultural, de modo que no prestó mayor atención a aspectos teóricos ni políticos de la Revolución china. Y es que el caso chino constituía un punto ambiguo para muchos comunistas argentinos, cuya prensa dedicó poco interés a esos aspectos tanto antes como después de su constitución en 1949. Ya ante las masacres de 1927, sucedidas por la traición de los nacionalistas en su alianza con los comunistas, la prensa comunista local tendió a alinearse con las posturas de la Comintern: sin criticar la etapa del Frente Único Antiimperialista, los comunistas argentinos vieron en el imperialismo la causa de la traición nacionalista.37 Luego de 1949, China representó un caso de revolución exitosa vinculada principalmente a la asistencia soviética, pero la naturaleza de esta no podía sino incomodar a quienes, desde la década del treinta, habían renunciado a la lucha armada y sostenían la línea de un frente democrático en el que se incluía a la burguesía nacional. En ese sentido, estrategias involucradas en la Revolución china –como la guerra popular prolongada– no eran más que un caso excepcional del que no podían derivarse directivas generales para el caso argentino. De allí que los órganos teórico-políticos del pc, como Nueva Era, no le hayan dedicado más que artículos periodísticos.38 Aunque los comunistas editaron una considerable cantidad de trabajos en torno a la República Popular, el tratamientos de distintos dirigentes partidarios, militantes e intelectuales comunistas a lo largo de la década del cincuenta –antes de la ruptura formal entre la urss y China–, como Adela Betinelli, María Rosa Oliver y Norberto Frontini, o Arnedo Álvarez, tendieron a reproducir una idea que los propios chinos difundían a principios de la década: que la República Popular se hallaba necesariamente bajo el amparo soviético.39

Esa era la tónica con la cual la aacc divulgaba aspectos culturales y sociales de la República Popular, así como las mejoras de la realidad china vinculadas al socialismo. Si las lecciones políticas de su Revolución resultaban un punto de tensión para los comunistas locales, los relatos de viaje que informaban de las bondades del socialismo en la vida cultural, social y económica de sus habitantes, en los que usualmente se las concebía como deudoras de la asistencia soviética, resultaban un tipo de material adecuado para promover a través de la “fracción china” del pca.

No obstante, las descripciones de la República Popular no constituían sino una parte de lo que ella promocionaba. Artículos sobre arte oriental –con citas a la mencionada sadao–, sobre teatro, cine, arqueología y posibles conexiones económicas entre China y el mundo ocuparon con asiduidad la agenda de la Asociación. Esto da cuenta de que estos materiales –sobre la cultura, los habitantes, los escenarios y los productos chinos– ocuparon un lugar importante en la diplomacia cultural de la República Popular y en la promoción de su propia imagen, y que su circulación en Argentina fue tan importante como la de los relatos de viaje.

Un ejemplo ilustrativo puede hallarse en el folleto de la temporada de 1956 del Teatro Colón de Buenos Aires. Ese año, una compañía de teatro tradicional chino visitó la Argentina. Como mencionó el dramaturgo Agustín Cuzzanni en sus memorias de viaje, él fue parte del recibimiento que tuvo la compañía de teatro en Buenos Aires.40 El evento fue comentado por Fina Warschaver –la secretaria general y una de las más enérgicas promotoras de la aacc– en las páginas de Cuadernos de Cultura, la principal publicación cultural del pca. El teatro fue un medio importante para la República Popular en el establecimiento de su diplomacia cultural durante sus primeros años, de modo que fue un espectáculo al que se solía llevar a los visitantes a China y, en consecuencia, tenía mucha presencia en los relatos de viaje. En él se condensaban problemas en torno al lugar de la herencia cultural china en su presente socialista y los modos en que debían resolverse en el terreno de la producción artística.41

El Teatro Colón promocionó esta visita en un folleto que incluyó una descripción del teatro tradicional y resúmenes de algunas de sus obras más conocidas, junto con otros objetos relativos a China. En el mismo folleto aparecían otros elementos yuxtapuestos, que provenían tanto del mundo comunista como de espacios en los que China representaba más bien un objeto de consumo cultural. Por un lado, se promocionaba el libro del poeta francés y por entonces comunista Claude Roy: Claves para China, editado por Lautaro y que el crítico literario comunista Héctor Agosti reseñó elogiosamente en Cuadernos de Cultura, revista de la que era director. También se encontraba promocionada la edición de Diario de un loco, un cuento del célebre escritor moderno Lu Xun, que contó con prólogo de Warschaver y que fue editado, también, por Lautaro.42 Asimismo, el folleto contenía el anuncio de una exposición de “arte chino antiguo” y de una tienda de artículos de consumo chinos –regalos y comestibles– de Buenos Aires.43 Esta yuxtaposición de la promoción de la visita de una compañía teatral, de libros relativos a la República Popular que fueron valorados por intelectuales comunistas y de artículos de consumo en un mismo folleto muestra hasta qué punto los límites entre la divulgación de la cultura china realizada por comunistas locales se hallaba en el cruce con otros objetos y medios que impulsaban, por fuera del mundo comunista, un contacto con China en tanto objeto de consumo o estudio.

Si las difusiones en torno a la República Popular durante los cincuenta respondían al despliegue de la diplomacia cultural china en el marco de la Guerra Fría y del movimiento pacifista, en el que se halló una considerable participación de figuras de la cultura letrada, también es necesario pensarlas en relación con otras vías de circulación. En efecto, las representaciones en torno a China también respondieron a distintos procesos sociales y culturales, como la inmigración y la comercialización de objetos de consumo. De este modo, la difusión cultural sobre China durante esos años en la Argentina se hallaba en el anudamiento entre distintas temporalidades, procesos y representaciones.

De allí que, a menudo, las simpatías hacia la República Popular mostradas por intelectuales de izquierda vistieron las formas de una sinofilia, es decir, de un interés hacia la cultura, la historia o la lengua del país asiático no necesariamente vinculado a simpatías políticas. En particular, casos como el del escritor Bernardo Kordon y el de Fina Warschaver en su participación en la aacc pueden sugerirlo, dado el lugar central que la cultura china ocupó en sus iniciativas de difusión. Lejos de expresar solamente un interés personal hacia la lengua, la cultura o la historia del país asiático, eso respondió a circunstancias y discusiones intelectuales y políticas: el lugar de China en la geopolítica de la Guerra Fría, los usos del pasado empleados por su diplomacia cultural y las discusiones en torno al lugar del intelectual en la militancia comunista.

Aunque los comunistas chinos tendieron a repudiar varios elementos heredados de la era republicana e imperial –el confucianismo, las comunidades religiosas, algunas ceremonias, entre otros– en detrimento de una lectura que los situaba dentro de una progresión histórica vista desde el marxismo, muchos de aquellos elementos formaron parte importante de su cultura política y su posterior internacionalización. En otras palabras, ocuparon un lugar relevante tanto para un público interno como externo, en la medida en que no solo podían apelar más fácilmente a su población interna, más habituada a formas nativas de espectáculo, sino que permitía exaltar el espíritu de una nueva nación independiente. En los desfiles políticos –asiduamente mencionados en los relatos de viajes de visitantes hacia la República Popular– los símbolos y eslóganes internacionalistas (retratos de Marx, Engels, Lenin y Stalin, saludos a la urss, eslóganes en oposición a intervenciones en Corea– se encontraban a la par de muestras de arte folclórico, como algunas formas de danza y desfiles de actores de teatro tradicional.44

Por otro lado, la imagen que intelectuales locales produjeron en torno a la República Popular contenía con frecuencia alusiones a una “esencia nacional”. Aunque también podían hallarse referencias al “respeto por la herencia cultural de Rusia” en relatos de viajes hacia la urss, era en China donde los visitantes destacaban con más frecuencia los contornos de una identidad nacional, ya sea asentados en un orientalismo exotizante o en una herencia cultural que, no obstante, no perturbaban la idea de China como miembro de una hermandad internacional ni como una revolución cuyo éxito no competía solo a ella, sino que resultaba una causa conjunta.45 Por ejemplo, en su libro Todos los hombres del mundo son hermanos, publicado por Editorial Poemas en 1954, el poeta comunista Raúl González Tuñón lo señaló del siguiente modo:

este pueblo creador que ha sabido asimilar lo mejor del rico legado del pasado y desterrar tan solo lo que el pasado tuvo de retrógrado e ignominioso, es un ejemplo para todos los pueblos aún no liberados y su mensaje tiene, por lo mismo, un relieve internacional, extendido a la lucha antiimperialista y por la paz en que estamos empeñados.46

Del mismo modo, señaló el valor de aquel pasado cultural frente a las injerencias extranjeras: “Quisieron [los imperialistas ingleses, franceses, japoneses y norteamericanos] acabar con la arquitectura, con el teatro, con la pintura y con la música chinas, pero el pueblo amaba sus mejores tradiciones y no había renunciado al futuro”.47

En este marco, los artículos, las muestras y las charlas sobre arte oriental y otros elementos de una cultura “tradicional” china fueron un canal importante en la actividad de la aacc, dado que constituían “el medio de llegar [a un vasto público] y sigue siendo un medio insustituible hasta que tengamos películas”.48 La difusión realizada desde Cultura China y la Asociación ofrecía una imagen muy vinculada a sus aspectos tradicionales y que confluía con otras presencias de “Oriente” en la Argentina. Así aparece en los dos breves números de la revista, publicados en 1954 y 1955: la literatura del escritor y divulgador de la literatura china en Occidente Lin Yutang, la idea de Oriente en la literatura modernista y la circulación de “artículos orientales” como vasijas y marfil labrado.49

El carácter ecléctico de la Asociación se reflejó, también, en la composición de sus miembros. Si bien en la Asociación y en Cultura China participaron figuras pertenecientes al pca –como Warschaver y Juan Carlos Castagnino–, también contaron con el apoyo de otras cuyo contacto con China y el comunismo eran escasos. Tal fue, por ejemplo, el caso del escritor argentino Evar Méndez, antiguo director de la revista vanguardista Martín Fierro y que participó en el consejo de redacción de Cultura China. En su artículo “Examen de conciencia chino” publicado en el segundo número de 1955, el escritor subrayó esta carencia e inscribió su curiosa participación en la Asociación como parte de contactos fragmentarios previos, así como con incipientes intereses académicos respecto de Asia en la Argentina propios del clima de posguerra, que poco tenían que ver la simpatía hacia un caso de revolución exitosa ni con los ideales antiimperialistas a través de los que se forjaron los primeros lazos con la República Popular. Así, Méndez comenzó su artículo preguntándose: “¿Qué tengo yo que ver o hacer con una tal Asociación? ¿Qué sé yo de cultura china, del pueblo, de su propio territorio? […] Solo el sedimento de viejas nociones generales; y aquello que todos hemos leído en magazines añejos respecto a la antigua China”.50 A su vez, también destacó el creciente interés académico por Asia que, como se ha indicado, iba a materializarse de distintos modos a partir de la segunda mitad de la década del cincuenta:

Hay en el aire, se impregna en el ambiente de un impulso irresistible hacia Oriente medio y lejano. Esta empresa lo atestigua. Se ha instituido en la Facultad de Letras una cátedra de estudios hebraicos. Se acaba de impulsar otra de estudios arábigos. Se ha resuelto crear la enseñanza del muy venerable abuelo de los idiomas occidentales, el sánscrito […]. Puede que no esté lejano el día en que se establezca cátedra de alguna rama del arte o saber chinos.51

De este modo, la aacc se hallaba en el cruce de distintas líneas de intereses en torno a China. El ánimo por mostrar las bondades del socialismo a través de relatos de viaje que retrataran las mejoras en vida social de sus habitantes, confluía con el creciente interés en torno a Asia y con la circulación de la cultura china –su arte, sus escritores, sus objetos de consumo– promovido tanto desde la diplomacia cultural de la República Popular como por medio de asociaciones independientes y precedentes a ella.

La Asociación llegó a la opinión pública y tuvo un alcance considerable. Tanto fue así que el militar Osiris Villegas ubicó a Cultura China como uno de los órganos principales de la “penetración cultural comunista” en su libro Guerra revolucionaria comunista, publicado en 1962 por la editorial Círculo Militar.52 Osiris Villegas, que fue partícipe de la Revolución Libertadora y que luego ocuparía el cargo de ministro del interior, alertaba allí sobre los peligros de la guerra revolucionaria comunista, sus modos de acción, el problema de la lucha contrarrevolucionaria y el lugar de las Fuerzas Armadas.

El alcance y la naturaleza de la Asociación generaron, no obstante, un balance desfavorable por parte del pca. En efecto, la orientación marcadamente cultural de la aacc se debió en buena medida a su secretaria general, la escritora Fina Warschaver, en tensión con otras disposiciones, tanto por parte de otros miembros de la Asociación como de dirigentes del pca. En una reunión en enero de 1956, realizada en un clima de expectativas de ampliación del Partido posterior al golpe que en 1955 derrocó al gobierno de Perón, se señaló que la fracción encargada de la propaganda sobre China no había alcanzado los objetivos planteados. Su reclutamiento de “intelectuales de relieve” fue escaso, a la vez que “no aplicamos la línea, no existe acuerdo sobre la orientación fundamental […] Hemos seguido el camino más fácil. Defecto inicial: no hacer conocer la R.P.Ch.”.53 En una carta dirigida al secretario general del PCA, Arnedo Álvarez y en respuesta a aquellas críticas, Warschaver planteó que la cultura no constituía un medio para un fin ulterior, sino un objetivo en sí mismo que, no obstante, no carecía de valor político. Para ello, decía, había que reconocer la importancia de la división de tareas y objetivos, dado que no era posible “que cada sector, cada compañía, quisiera resolver los problemas de todo el frente”.54 ¿Cuál era, entonces, el objetivo parcial de la fracción china? Para Warschaver, la aacc tenía una razón de ser directamente ligada al movimiento pacifista que la había gestado. Ella debía dedicarse a establecer “relaciones culturales con países comunistas”, en este caso China.55 En su carta planteó lo siguiente:

Primeramente, no pretendemos con nuestra actividad cambiar la situación interna de nuestro país [...] Analizando la situación del mundo vemos que está dividido en dos partes equilibradas entre comunismo y capitalismo. Las posibilidades de una ruptura y guerra atómica –que no sería el fin del capitalismo sino de la humanidadؙ– hacen necesario un entendimiento transitorio entre ambos mundos […] Creo que las relaciones culturales son un fin político en sí mismas y no como pretexto para ulteriores agitaciones para socavar el régimen capitalista.56

Ante la inminencia de una guerra atómica, el entendimiento mutuo entre el mundo capitalista y el comunista se volvía una necesidad que debía servirse de la difusión cultural y de las iniciativas de estudio y profundización de saberes sobre aquellos. Esto se hallaba a tono con el clima de posguerra y con las iniciativas antes mencionadas, que buscaron fomentar un mejor entendimiento en torno a Asia por medio de sus producciones culturales y de la actividad académica.

Además, difundir materiales sobre países asiáticos tenía “un valor histórico porque desplaza el meridiano intelectual del mundo que estaba hasta hace poco en Londres o París”.57 En este sentido, no solo era importante mostrar “cómo vive el pueblo chino”, un tipo de material que, como se mencionó, fue de los productos más prolíferos derivados de los viajes hacia la República Popular y que resultaba más adecuado para los comunistas en los cincuenta, sino que podía ser productiva la circulación de otros tipos de materiales.58 Con todo, se trataba de un momento en que la amenaza atómica instaba a la circulación de saberes y al intercambio cultural. Así, si la cultura y el arte chino podían ser tan relevantes como la difusión de las mejoras que trajo el socialismo en el país asiático, se debía a que el objetivo no era el del “esclarecimiento político para fines de agitación interna” sino el contacto cultural en sí mismo en tanto actividad política, que permitía relativizar los límites de un mundo bipolar que amenazaba con acabar con la humanidad.59 En ese sentido, la naturaleza y el alcance de la aacc no resultaba un punto conflictivo para Warschaver:

No todos se acercan para conocer “cómo vive el pueblo chino” […]. Hay quienes se acercan por el prestigio del arte o la literatura o la filosofía china del pasado […]. Nosotros no tratamos de anular sino de mantener ese interés que es absolutamente legítimo aun en una sociedad comunista.60

En un momento en que la apertura y el interés hacia Asia se encontraban en la agenda internacional, y potenciados por la circulación previa (y contemporánea) sobre la imagen, la cultura y el arte chino en la Argentina, las actividades de la aacc también podían motivar a aquellos que no necesariamente estaban interesadas en el socialismo, pero sí en la cultura china. En esos intercambios, lo que se ponía en juego era el lugar de la cultura y los intelectuales en el proyecto revolucionario, una discusión que Warschaver venía manteniendo con el pca a raíz de la publicación de su novela La casa modesa en 1949.61 Pero, además, muestra cómo la actividad de la aacc cobraba sentido en el mundo de la posguerra, donde el intercambio cultural que buscó promover adquiría sentidos políticos específicos. La difusión de una cultura nacional –la china– constituía en el marco de la Guerra Fría una iniciativa intrínsecamente internacionalista, en tanto respondía a amenazas y a objetivos que excedían los marcos de los Estados-nación para insertarse en un momento global y se permeaba de sus sentidos.

Conclusiones

Hacia la segunda posguerra, el mapa mundial fue reconfigurado y, con ello, el lugar de Asia en él. La victoria de Japón sobre Rusia en 1905 y, posteriormente, la brutal ocupación japonesa en distintas regiones del continente durante los años previos, arrastraron una irreverencia hacia la superioridad de Occidente y la reivindicación de las identidades y culturas nacionales, sentimientos contenidos en los movimientos de liberación nacional allí. En un momento en que los pueblos recientemente liberados debían revisar su herencia cultural en las coordenadas de su descolonización, la cultura iba a ser un vehículo importante en las iniciativas diplomáticas que llevaran a cabo, así como lo fue para las dinámicas de la Guerra Fría.

Las tensiones entre un Occidente capitalista y un Oriente socialista, superpuestas con las diferencias culturales que ya se venían denunciando entre ambos polos, así como los temores hacia una guerra nuclear y la creciente intervención estadounidense en la región derivaron en un interés general en torno a Asia. Ello se tradujo en ámbitos culturales, académicos y políticos de manera interrelacionada. Este interés no era novedoso, pero respondió a problemas y necesidades específicas de ese momento histórico. Mientras tanto, el Movimiento Internacional de Partidarios por la Paz advertía contra una nueva forma de fascismo –el imperialismo norteamericano– a la vez que pregonaba la defensa de la paz a través de la participación de un abanico amplio de personalidades del mundo de la política y de la cultura: militantes, obreros, artistas, profesionales y científicos.

Fue en estos años de posguerra y dentro del movimiento pacifista, desde inicios hasta mediados de la década del cincuenta, cuando se establecieron los primeros contactos entre la recientemente conformada República Popular China y América Latina. Allí, la Nueva China promovió distintos elementos artísticos y sociales con su propia diplomacia, muchos de ellos heredados de la era republicana e imperial y reapropiados desde la lente del socialismo.

Su recepción y circulación en espacios locales fue impulsado en buena medida por escritores y artistas comunistas en el marco de la aacc, una organización perteneciente al pca. Una mirada hacia la Asociación mostró las tensiones y los relieves que podían tener la Nueva China y su cultura en el comunismo local. Las estadísticas y los datos que dieran cuenta de las bondades del socialismo en el país asiático resultaban un tipo de material adecuado para evitar puntos de tensión en torno a cuestiones político-estratégicas de la Revolución china. No obstante, estos no eran sino una parte de lo que la Asociación estaba interesada en difundir: otra parte de su actividad estuvo centrada en la promoción de formas de arte, la traducción de obras literarias, la realización de conferencias. Esto respondió tanto a la diplomacia cultural china como al interés que podían generar estos tópicos entre comunistas y no comunistas. En efecto, las actividades de la Asociación iban dirigidas a un público amplio, entre los que se encontraban quienes querían conocer “cómo vive el pueblo chino” y otros más interesados en el “prestigio del arte o la literatura o la filosofía china del pasado”.62

La naturaleza de la Asociación, así como el perfil de sus miembros y las personas interesadas en ella dan cuenta del anudamiento entre distintas coyunturas, representaciones y motivaciones durante este momento de posguerra. Insertas en el marco de la diplomacia cultural china durante la Guerra Fría y ante la inminencia de una tercera guerra, las actividades de la aacc cobraron su sentido en la edificación de la paz, una tarea que requeriría, para Warschaver, el intercambio cultural con países comunistas como China en el que la inclusión de elementos de su pasado republicano e imperial no necesariamente entraba en conflicto. Pero si es cierto que esta difusión centrada en la cultura se halló marcada por los sentidos políticos de la posguerra y la Guerra Fría, también lo es que las simpatías que la cultura china podía generar respondían a instituciones, representaciones y procesos sociales previos, como el interés por el arte asiático, la inmigración y la comercialización de bienes de consumo.

Así, la China que emergía de las iniciativas de comunistas y artistas argentinos a inicios de los cincuenta era una que comprendió distintos relieves, en el cruce de la agenda soviética, las sensibilidades antiimperialistas, el lugar central que tendría Asia en la posguerra, la presencia del arte oriental y los procesos sociales que ya venían situando a China en un lugar significativo. Fue en estas coordenadas que la República Popular ocupó un lugar relevante para los latinoamericanos durante estos años. o

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Resumen / Abstract

Saber sobre Asia en la posguerra.

Difusiones culturales sobre la China de Mao en la Argentina durante la década del cincuenta

El presente trabajo muestra que la difusión en torno a la República Popular China realizadas durante los primeros años de la década del cincuenta en la Argentina se dieron en el cruce de distintos intereses, representaciones y saberes, en un constante diálogo con el mundo comunista y al mismo tiempo atravesadas por elementos que lo rebasaban. Para ello, presta atención al lugar que adquirió Asia en la posguerra y al renovado interés que suscitó debido a la urgencia por evitar una tercera guerra, de los nuevos lugares que obtuvieron los pueblos asiáticos tras su descolonización y de la significación política que cobrara en el marco de la Guerra Fría.

De este modo, ubica las circulaciones –particularmente de materiales culturales– en torno a China dentro de aquel contexto. Se muestra cómo la cultura resultó un vehículo privilegiado para establecer vínculos internacionales en un momento en que aquel país contaba con poco reconocimiento internacional. Luego se centra en un caso particular: la Asociación Argentina de Cultura China, que funcionó en el seno del Partido Comunista Argentino durante aquellos años, y cuya naturaleza ecléctica cobró sentido en el mundo de posguerra en general y en el proyecto global de edificación de la paz en particular.

 

Palabras clave: Pacifismo - Comunismo - Guerra Fría - Intelectuales - Diplomacia cultural.

 

Knowing Asia in the post-war era. Cultural disseminations on Mao’s China in Argentina during 1950s.

This work investigates the way in which discourses on the People’s Republic of China during the early years of the 1950s in Argentina were situated at the intersection of various interests, representations, and knowledges, while in constant dialogue with the communist world and while also influenced by elements beyond it. To do so, it pays special attention to the position that Asia acquired in the post-war era, when the urgency to prevent a Third World War, the newfound roles of Asian peoples after decolonization, and the political interest that the region garnered within the framework of the Cold War, all generated a widespread interest towards it.

Thus, it places circulations related to China –particularly those of cultural materials––within that context. It demonstrates how culture served as a privileged vehicle for establishing international connections at a time when China had little international recognition. It then focuses on a particular case: the Argentine Association of Chinese Culture, which operated within the Argentine Communist Party during those years, and whose eclectic nature made sense in the post-war world in general and in the global peace-building project in particular.

 

Keywords: Pacifism - Communism - Cold War - Intellectuals - Cultural Diplomacy

 

 

 

Fecha de presentación del original: 2/3/24

Fecha de aceptación del original: 22/11/24

* Becaria interna doctoral del CONICET, con lugar de trabajo en el Laboratorio de Investigaciones en Ciencias Humanas (LICH) de la Universidad Nacional de San Martín. Doctoranda en Historia en la Universidad de Buenos Aires.nimonica3@gmail.com. ORCID: https://orcid.org/0009-0001-5007-1136.

1 Sobre las particularidades del maoísmo en América Latina y el Tercer Mundo, véanse Alexander C. Cook, “Third World Maoism”, en T. Cheek (ed.), A Critical Introduction to Mao, Nueva York, Cambridge University Press, 2010; Miguel Ángel Urrego, “Historia del maoísmo en América Latina: entre la lucha armada y servir al pueblo”, Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura, vol. 44, n° 2, julio-diciembre de 2017; Brenda Rupar, “Los chinos”. La conformación del maoísmo en Argentina (1965-1974)”, Buenos Aires, Ediciones cehti, 2023.

2 Mercedes Saborido, “El Partido Comunista de la Argentina y la Revolución China (1949-1963)”, Studia Histórica. Historia contemporánea., vol. 34, 2016.

 

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5 Nile Green, How Asia Found Herself. A Story of Intercultural Understanding, New Haven/Londres, Yale University Press, 2022.

 

6 Cemil Aydin, “A Global Anti-Western Moment? Russo-Japanese War, Decolonization and Asian Modernity”, en S. Conrad y D. Sachsenmaier (eds.), Competing Visions of World Order: Global Moments and Movements, Nueva York, Palgrave Macmillian, 2007.

 

7 Mishra, From the Ruins, p. 276.

 

8 Akira Iriye y Petra Goedde, International History. A Cultural Approach, Londres, Bloomsbury Academic, 2022.

 

9 Laura E. Wong, “Relocating East and West: unesco’s Major Project on the Mutual Appreciation of Eastern and Western Cultural Values”, Journal of World History, vol. 19, n° 3, septiembre de 2008.

 

10 Christina Klein, Cold War Orientalism. Asia in the Middlebrown Imagination. 1945-1961, Los Ángeles, University of California Press, 2003.

 

11 Benedict Anderson, A Life Beyond Bounderies, Londres, Verso, 2016.

 

12 David Honey, Incense at the Altar: Pioneering Sinologist and the Development of Classical Chinese Philology, Connecticut, American Oriental Society, 2001.

 

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14 Fabio Lanza, The End of Concern. Maoist China, Activism, and Asian Studies, Durham/Londres, Duke University Press, 2017.

 

15 Hugo Vezzetti, Psiquiatría, psicoanálisis y cultura comunista. Batallas ideológicas en la Guerra Fría, Buenos Aires, Siglo XXI editores, 2016.

 

16 Con respecto a la historia de la oposición cultural Occidente-Oriente, una referencia central es Edward Said, Orientalismo, Madrid, Debolsillo, 2016.

 

17 Rebecca Karl, Staging the World. Chinese Nationalism at the Turn of the Twentieth Century, Durham/Londres, Duke University Press, 2002.

 

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19 Zachary A. Scarlett, “The Chinese Sixties: mobility, imagination, and the Sino-Japanese Friendship Association”, en J. Chen et al (eds.), The Routledge Handbook of the Global Sixties. Between Protest and Nation-Building, Oxon, Routledge, Taylor & Francis Group, 2018.

 

20 Vanni Pettiná, Historia mínima de la Guerra Fría en América Latina, Ciudad de México, El Colegio de México, 2018; Marcelo Casals, “Otros espacios, otras temporalidades. La Guerra Fría y la historiografía política latinoamericana”, en V. Pettiná (ed.), La Guerra Fría latinoamericana y sus historiografías, Madrid, Universidad Autónoma de Madrid Ediciones, 2023.

 

21 Sobre Venturelli, véase Mónica Ahumada, “Viajeros a la República Popular China: José Venturelli, los intelectuales, políticos y parlamentarios chilenos en los años cincuenta y sesenta”, Transmodernity: Journal of Peripheral Cultural Production of the Luso-Hispanic World, vol. 9, n° 3, 2020; sobre Castagnino, Ana Longoni, “Maoist imaginaries in Latin American art”, en Jacopo Galimberti, N. de Haro García y V. Scott (eds), Art, Global Maoism and the Chinese Cultural Revolution, Mánchester, Manchester University Press, 2020; sobre Ortiz, Miguel Ángel Petrecca, “Algunas cuestiones en torno a las traducciones chinas de Juan Laurentino Ortiz”, Transmodernity: Journal of Peripheral Cultural Production of the Luso-Hispanic World, vol. 9, n°3, 2020; y sobre Covarrubias y Siqueiros, Marisol Villela Balderrama, “La llegada de 1956: el modernismo socialista y los intercambios artísticos de China y México en la década de 1950”, en L. Arsovska (coord.), América Latina y el Caribe- China. Historia, cultura y aprendizaje del chino 2019, Ciudad de México, Unión de las Universidades de América Latina y el Caribe, 2020.

 

22 Geoffrey Roberts, “Averting Armageddon: The Communist Peace Movement, 1948-1956”, en S. A. Smith (ed.), The Oxford Handbook of The History of Communism, Oxford, Oxford University Press, 2014.

 

23 David Ignacio Ibarra y Hao Zhang, “Peace Conference of Asia and the Pacific Region (October 1952): an approach between China and Central America America”, Revista Estudios, vol. 33, 2016.

 

24 Sylvia Saítta, Hacia la revolución. Viajeros argentinos de izquierda. Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2007.

 

25 Olga Poblete, Hablemos de China Nueva, Santiago de Chile, Ediciones Vida Nueva, 1952, p. 21.

 

26 Ibid., pp. 21 y 137.

 

27 Raúl González Tuñón, Todos los hombres del mundo son hermanos. Impresiones de viaje por Moscú, Kiev, Leningrado, Pekín, Tientsin, Nanking, Shanghai, Hanchow, Praga, Lidice y una visión de Varsovia, Buenos Aires, Editorial Poemas, 1954, p. 264.

 

28 Ibid., p. 263.

 

29 Martín Bergel, El oriente desplazado. Los intelectuales y los orígenes del tercermundismo en la Argentina, Bernal, Universidad Nacional de Quilmes, 2015.

 

30 Marisela Connelly y Romer Cornejo Bustamante, China - América Latina. Génesis y desarrollo de sus relaciones, México, El Colegio de México, 1992.

 

31 Sociedad Amigos del Arte Oriental (sadao), Exposición de arte oriental, Buenos Aires, sadao, 1949.

 

32 Osvaldo Svanascini, Conceptos sobre el arte oriental, Buenos Aires, Editorial Universidad de Buenos Aires, 1964.

 

33 María del Pilar Álvarez y Pablo Forni, “Orientalismo conciliar: el padre Quiles y la creación de la Escuela de Estudios Orientales de la Universidad del Salvador”, Estudios de Asia y África, vol. 53, n° 2, 2018.

 

34 Rosario Hubert, Disoriented Disciplines: China, Latin America, and the Shape of World Literature, Illinois, Northwestern University Press, 2024.

 

35 Germán Alburquerque, Tercermundismo y no alineamiento en América Latina durante la Guerra Fría, Santiago de Chile, Ediciones Inubicalistas, 2020.

 

36 Comisión directiva, “Amistad y cultura”, Cultura China, vol.1, n° 1, 1954, p. 4.

 

37 Mercedes Saborido, “¿Una traición esperable?: El Partido Comunista de la Argentina y su visión sobre los acontecimientos en China (1926-1927)”, Anuario del Centro de Estudios Históricos “Prof. Carlos S.A. Segreti”, vol. 12, n° 12, 2012.

 

38 Saborido, “El Partido Comunista”.

 

39 Sobre Betinelli, véase Adela Betinelli, Impresiones de mi viaje a la Unión Soviética y China Popular, Buenos Aires, Editorial Anteo, 1953; sobre Oliver y Frontini, María Rosa Oliver y Norberto Frontini, Lo que sabemos hablamos. Testimonio sobre la China de hoy, Buenos Aires, Ediciones Botella de Mar, 1955, y sobre Álvarez, Arnedo Álvarez, Elementos sobre la revolución china. Conferencia pronunciada en ocasión del Octavo aniversario de la República Popular China, Buenos Aires, Editorial Anteo, 1958.

 

40 Agustín Cuzzanni, Notas mecanografiadas sobre su viaje a China, Archivo familiar, Córdoba, Argentina.

 

41 Xing Fan, Staging Revolution: Artistry and Aesthetics in Model Beijing Opera during the Cultural Revolution, Hong Kong, Hong Kong University Press, 2018.

 

42 Creado en 1942 por Sara Miglione de Jorge, Lautaro publicó libros de literatura, arte, filosofía y divulgación científica. Aunque cercana al pca, también se involucró en emprendimientos comerciales por fuera de aquel.

 

43 Folleto del Teatro Colón: Programa 1956 (septiembre-noviembre), Biblioteca del Teatro Colón, Buenos Aires, Argentina.

 

44 Chang-Tai Hung, “Mao’s Parades: State Spectacles in China in the 1950s”, The China Quarterley, vol. 190, junio de 2007.

 

45 Referencias a Rusia en relatos de viaje a la urss pueden verse, por ejemplo, en González Tuñón, Todos los hombres del mundo, p. 29.

 

46 Ibid., p. 264.

 

47 Ibid., p. 156.

 

48 Fina Warschaver, Reporte mecanografiado, Fondo Giudici-Warschaver, Buenos Aires, Argentina, s/f.

 

49 Evar Méndez, “Exámen de conciencia chino”, Cultura China, vol. 1, n° 2, 1955, p. 35.

 

50 Ibid., p. 32.

 

51 Ibid., p. 38.

 

52 Osiris Villegas, Guerra revolucionaria comunista, Buenos Aires, Círculo Militar, 1962.

 

53 Fina Warschaver, Carta mecanografiada a Arnedo Álvarez, Fondo Giudici-Warschaver, Buenos Aires, Argentina, 1956, pp. 2 y 4.

 

54 Ibid., p. 1.

 

55 Ibid., p. 4.

 

56 Idem.

 

57 Ibid., p. 6.

 

58 “Cómo vive el pueblo chino”, ibid., p. 6.

 

59 Ibid., p. 4.

 

60 Idem.

 

61 Carina González, “La casa propia de Fina Warschaver: en los márgenes de la vanguardia”, Anclajes, vol. 26, n° 2, mayo-agosto de 2022.

 

62 Warschaver, Carta mecanografiada a Arnedo Álvarez, 1956, p. 4.