George Steinmetz,

The Colonial Origins of Modern Social Thought. French Sociology and the Overseas Empire,

Princeton, Princeton University Press, 2023, 576 páginas.

“Los científicos sociales deben evitar cualquier adopción ciega de aquellos instrumentos, teorías y conceptos que tengan a mano, pero también deben reflexionar sobre lo que están forjando mientras hacen ciencia, qué supuestos promulgan y cuáles son las interpretaciones implícitas que, sin darse cuenta, puedan estar reproduciendo. En términos más positivos, deberían plantearse de qué modo un enfoque reflexivo de la práctica científica podría contribuir al florecimiento de las ciencias sociales y a la creación de un marco racional para sus intervenciones sociales y cívicas”. He aquí la vigilancia epistemológica en términos de reflexividad con un toque habermasiano (cual ideario teórico y político) que modula esta gran obra. Así lo señala George Steinmetz –profesor Charles Tilly de Sociología en la Universidad de Michigan– en The Colonial Origins of Modern Social Thought, donde se ha propuesto develar cómo se gestó la sociología francesa en el marco del imperialismo o bien, más concretamente, cómo su armazón institucional entre los años 1930 y 1960 anidó en el nervio mismo del colonialismo francés. El período se extiende, efectivamente, entre aquel espectáculo triunfante que fue la Exposición colonial internacional de París celebrada en los bosques de Vincennes en 1931 y el hundimiento del imperio colonial francés tras el fin de la guerra de Argelia en 1962. El lector dará aquí con una historia revisionista del “subcampo” de la sociología francesa (y, en menor medida, de otras ciencias sociales adyacentes) cuyos orígenes coloniales se han mantenido oportunamente solapados por la tradición y que reclaman un tipo de sondeo que confronte esa “amnesia disciplinar”. Esta memoria suele omitir, por ejemplo, que los estudios urbanos de Maurice Halbwachs, la sociología de la religión de Roger Bastide o la sociología de la guerra de Robert Montagne mantuvieron una clara orientación imperial. La relación de Francia con sus colonias siempre ha sido una cuestión harto sensible que fue obliterada por la historia de las ciencias sociales y humanas y, desde ya, por la disciplina histórica, tal como Steinmetz lo demuestra en la obra. Actualmente, forzada por los vientos de una historia global, transnacional o atlántica, y como contrapartida frente a una sociedad francesa que en buena parte aún se resiste a naturalizar la inevitable inmigración de sus viejas colonias, el mundo académico, al menos, se vio obligado a reconceptualizar un ideal republicano de assimilation imperial que, como ha señalado el antropólogo Gary Wilder, nunca dejó de ser asimétrico.

Tal es así que, en los últimos años, obras como la de Laurent Dubois sobre el Caribe francés en la época de la Revolución (2004), la de Todd Shepard sobre la invención de la descolonización y la cuestión argelina (2008) o, más específicamente, la obra de Emmanuelle Sibeud sobre la construcción de saberes imperiales (2002) o la de Pierre Singaravélou sobre las “ciencias coloniales” bajo la III República (2011), han operado un giro analítico de aquella narrativa. Asimismo, la obra de divulgación que dirigió Patrick Boucheron en 2017, Histoire mondiale de la France (en cuya coordinación también participó Singaravélou), con artículos ordenados a partir de una serie de años que escapan del típico relato nacional y acuden a la presencia del mundo no francés dentro de Francia, intentó captar esos aires renovados. Su aspecto escolar e ilustrado buscaba, precisamente, asumir e instalar esa nueva crónica en el gran público. Se trata de una corriente que, en líneas generales, se ve trabajando en un terreno que, si bien ya fue abonado por el poscolonialismo y los estudios subalternos, se sitúa en un plano de investigación diferente, por caso, empírica y no teórica. Pese a que comparte cierto subtexto emancipatorio con Edward Said, Dipesh Chakrabarty o, incluso, con Vivek Chibber, no hay aquí ninguna duda sobre el valor de la ciencia (y, sobre todo, de la ciencia social) como legítimo acceso al conocimiento. Del mismo modo, ninguno de ellos profesa una estética deliberadamente literaria y, por ende, tampoco ponen en duda o discuten la existencia de una verdad histórica. En fin, no se avienen a una lectura posmoderna del colonialismo. En caso de tropezar con alguna metanarrativa, su trabajo más bien consistirá en objetivarla, tal como harían con cualquier otro producto que derive del pensamiento poscolonial, del marxismo o del psicoanálisis. En suma, para desenmascarar el discurso tradicional o dominante de una disciplina la clave siempre estará en su historización, tal es la única garantía para cernirla, conocerla y, en todo caso, criticarla. Esta obra de Steinmetz se inscribe en ese amplio paradigma de revisión historiográfica, pero también en una historia de las ciencias sociales tal como fue cultivada por Immanuel Wallerstein, así como en una historia de los saberes y disciplinas al estilo de Lorraine Daston o Andrew Abbott. Y aquí confluyen todas sus investigaciones previas, ya sea Regulating the Social. The Welfare State and Local Politics in Imperial Germany (1993) o The Devil’s Handwriting. Precoloniality and the German Colonial State in Qingdao, Samoa and Southwest Africa (2007), como muchas otras de las que fue editor científico, una de ellas en colaboración con Didier Fassin, The Social Sciences in the Looking Glass. Studies in the Production of Knowledge, también publicada en 2023.[1]

Como buen sociólogo, George Steinmetz expone, desde un principio y a cielo abierto, todas sus cartas metodológicas, definidas como “socioanálisis histórico” de las ciencias sociales. Se trata de una sinfonía virtuosa de metasociología e historicismo donde intervienen la historia intelectual de la disciplina (por su atención a los contextos), una historia política de la descolonización (a partir de la sinergia entre instituciones coloniales y metropolitanas), una sociología histórica del conocimiento (por su acento en el método comparativo y en una historia interna disciplinar) y una sucesión reveladora de prosopografías donde conviven figuras totalmente olvidadas como el durkheminiano Robert Lapie o el islamólogo Alfred Le Chatelier con otras más clásicas y conocidas como Marcel Mauss o Lucien Lévy-Bruhl. Todas estas líneas son asistidas, a su vez, por una serie de herramientas epistemológicas y conceptuales que el autor resignifica y justifica en cada pasaje de la obra. No obstante, como el lector habrá podido advertir ya, la teoría de los campos de Pierre Bourdieu junto con su concepto “anamnesis disciplinar” (ambas bajo su proyecto inacabado de historia social de las ciencias sociales) son las que coagulan y sistematizan cada una de aquellas vías. Cabe señalar que estas teorías solo comenzaron a tener un mayor impacto en la investigación social norteamericana tras su muerte en 2002, y aquí Steinmetz las reivindica a partir de una perspectiva que denomina “neobourdesiana”, dispuesta por un horizonte combinado de campo, contexto, autor y texto. Cabe señalar que el autor es, en la actualidad, uno de los principales emisarios del legado de Bourdieu en Estados Unidos (su discusión en 2018 junto a otro gran bourdesiano, el neerlandés Johan Heilbron, de la teoría de las clases en Bourdieu criticada por Dylan Riley, o su entrada “sociologie historique” en el Dictionnaire international Bourdieu que dirigió Gisèle Sapiro en 2020, son solo dos ejemplos). Con todo, si bien Steinmetz se sirve de casi toda su producción, el lector encontrará lo sustancial de su acogida para esta obra en Microcosmes y Retour sur la réflexivité (ambas de 2022) e Impérialismes. Circulation internationale des idées et luttes pour l’universel (2023), los últimos tres rescates de las obras dispersas o inéditas de Bourdieu.

El núcleo principal de The Colonial Origins está compuesto por cuatro partes que funcionan como contextos concéntricos. Steinmetz comienza así con las grandes estructuras institucionales, continúa con la trasiega histórica de las ideas donde, luego, inserta la historia disciplinar de la sociología, para culminar con cuatro ensayos biográficos. Así, paso a paso, nos va introduciendo en una Francia de posguerra envuelta por la penumbra de un colonialismo que lo invade todo y donde coexisten los procesos de descolonización con los de reconquista colonial. Según ha nominado Georges Balandier, se trata de su “fase técnica” en términos de población, maquinaria, conocimiento y dinero movilizados a las posesiones, designadas a partir de los años 1950 con el eufemismo “de ultramar” en el marco de la flamante Union française y su nueva organización administrativa: Dom (départements d’outre-mer, es decir, las colonias del Caribe, Saint-Pierre y Miquelon y Argelia) y Tom (territoires d’outre-mer, África occidental y ecuatorial, Madagascar y las Islas del Pacífico). Con la intención de retener su imperio, los funcionarios de la metrópoli comenzaron a instalar en el espacio público la cuestión colonial y a recrear su legitimidad recurriendo a expertos en leyes, economía y sociología. De allí la difusión creciente mediante políticas de “desarrollismo” colonial –cuya historia conceptual Steinmetz traza breve pero magistralmente– y en cuya planificación algunos sociólogos estuvieron muy implicados desde la inmediata posguerra, ya sea con la promoción de la agricultura colectiva, el reasentamiento de pueblos africanos en aldeas modernizadas o la construcción de grandes proyectos urbanos: mucho antes, en suma, del Plan Constantine (1958). Este cambio en la periodización también afecta las instituciones de educación superior parisinas (como Sciences Po o la École coloniale), sus organismos de investigación (el cnrs, la Office de la recherche scientifique et technique outre-mer o el Institut d’ethnologie, creado en honor de Durkheim) y sus vínculos con organizaciones internacionales, en particular, con la Unesco, puesto que todas, de un modo u otro, se vieron comprometidas con el colonialismo desde un principio y hasta los años 1960.

Sobre la base de esta cartografía política, Steinmetz parte luego en busca del universo de las ideas. Es aquí donde ingresamos a su verdadero campo de exploración. Para ello, se dispone a trazar la historia interna de varios campos del saber implicados en la supervivencia del imperio y a partir de su grado de avenencia respecto de la sociología, disciplina que seguirá funcionando como el prisma tras el cual observará todo el escenario. Cualquier ánimo interdisciplinar del autor quedará, en este sentido, supeditado a las necesidades epistemológicas de este saber. El orden de la exposición rastrea esos límites desde el más alejado de la partitura sociológica hasta el más poroso y contiguo a ella. Allí examina los estudios legales, la geografía, la economía y, luego, las ciencias de la psique, estableciendo una clara diferencia entre psicología, psiquiatría y psicoanálisis. En segundo término, reagrupa los estudios historiográficos, estadísticos y demográficos para cerrar con un apartado más amplio donde explora la antropología y la etnología. A medida que avanzamos hacia el final, la narrativa biográfica se va apoderando de la obra de forma cada vez más acusada, en un intento por rescatar la singularidad de algunas figuras que han marcado el devenir de las ciencias sociales. La presencia de este recurso ya se presiente con el acápite dedicado a Franz Fanon o Henri Collomb para la psiquiatría colonial, recurso que se acelera cuando aborda la sociología propiamente dicha y que prevalece en la última parte de la obra (donde se focalizará en los derroteros de Raymond Aron, Jacques Berque, Georges Balandier y, desde luego, Pierre Bourdieu). Con todo, antes de llegar allí, Steinmetz se dedicará a delinear la historia morfológica de su propio métier en tres estupendos y extensos capítulos. Se sucederán un segmento sobre el desarrollo teórico de la sociología de entreguerras (la herencia de Frédéric Le Play, René Maunier, Alfred Métraux o Maurice Leenhardt, entre otros), otro sobre la sociología de la sociología y el subcampo colonial en Francia y Bélgica entre 1918 y 1965 (el universo estudiantil y docente, las asociaciones científicas, los trabajos sobre el terreno y la lógica de publicaciones) y, por último, otro consagrado a las asimetrías y desigualdades que operan en el interior del subcampo colonial. En este capítulo observa las estrategias utilizadas por los investigadores originarios que se resistían a la dominación científica, algunos de los cuales fueron llamados con indudable desprecio “investigadores de matorral” (chercheurs de brousse). Con el nombre de este capítulo, “Outline of a Theory of Colonial Sociological Practice”, Steinmetz renueva sus votos bourdesianos: el título remite al clásico de Bourdieu Outline of a Theory of Practice, la versión inglesa de Richard Nice publicada en 1977 a partir del original Esquisse d’une théorie de la pratique, précédé de trois études d’ethnologie kabyle (1972).

Estamos, en suma, ante una obra mayor que no solo es una notable proeza erudita, sino un minucioso modelo de investigación para cualquier estudioso que busque trazar (y descolonizar), sin ánimos autocelebratorios o reflujos relativistas, la historia de una disciplina social europea del siglo xx. Sería un acierto que este trabajo de Steinmetz (cuyas obras aún permanecen completamente inéditas en nuestra lengua) se tradujera al castellano.

Andrés G. Freijomil

Universidad Nacional
de General Sarmiento / conicet



[1] Puede consultarse el marco historiográfico de The Colonial Origins of Modern Social Thought en el artículo “The History of the History of Social Science” que el propio George Steinmetz escribió para The Routledge History of American Science, editada por Timothy W. Kneeland (Nueva York, Routledge, 2022).