Xu Jilin 许纪ÀM,

Jia guo tianxia: xiandai Zhongguo de geren, guojia yu shijie rentong 家国天下 : 中国的个人、 国家与世界 [Familia, Estado y tianxia: identidades individuales, nacionales y mundiales de la China moderna],

Shanghai, Shanghai renmin chubanshe, 2017.

En las últimas décadas, los acontecimientos políticos de China, y más aún desde que Xi Jinping llegó al poder, están atrayendo el interés de una amplia audiencia. El nacionalismo, exaltado por el Partido Comunista Chino, es un tema recurrente en la ciencia política y los estudios sobre las relaciones internacionales. Sin embargo, la construcción política de China como nación y las transformaciones de los regímenes morales y las estructuras intelectuales rara vez han sido objeto de enfoques sistemáticos durante estos últimos años. Aún más raras son las obras que optan por situar el lugar del individuo en el corazón de tal historia, pensando término por término en la evolución de sus representaciones y en las mutaciones de las instituciones políticas chinas a lo largo de la historia del Imperio y luego de la República.

Esta es precisamente la ambición de Xu Jilin (1957–) en su Jia guo tianxia (Familia, Estado y tianxia). Este libro puede considerarse como la obra maestra de este muy prolífico especialista en la historia intelectual de la China moderna y contemporánea, en particular para el período de transición entre la dinastía Qing y la República de China. Xu Jilin es también, como señaló Timothy Cheek, un intelectual público cuya fama e influencia van más allá de los círculos estrictamente académicos. Profesor de la Universidad Normal del Este de China (ecnu), Xu Jilin ha formado un grupo de destacados investigadores de la historia intelectual del período moderno, que ha contribuido notablemente al estudio de la historia de la esfera pública china. La obra de Xu se distribuye en varios medios, particularmente en plataformas digitales como Aisixiang.[1] Su objetivo es construir un “lenguaje común” que le permita dirigirse a todas las comunidades intelectuales y discursivas presentes en el debate público chino –una de las funciones que Xu asigna al intelectual público–.[2]

Jia guo tianxia es, precisamente, el fruto de esta concepción del historiador como intelectual público. Compuesta por tres partes principales (“De la antigua ‘China’ a la identidad nacional moderna”; “La construcción del Estado en la China moderna”; “La identidad individual, la local y la universal”), la obra se subdivide en quince capítulos, la mayoría de los cuales se componen de publicaciones anteriores. Ciertas cuestiones de esta síntesis se hacen eco de debates contemporáneos en los que la ideología juega a menudo un lugar importante, como la historia nacional y el valor axiológico del concepto de tianxia (“todo lo que existe bajo el Cielo”). El filósofo Zhao Tingyang o el historiador Ge Zhaoguang también han sido parte de estos debates.

El hilo conductor del libro se establece en el primer capítulo. El autor recurre al concepto de “gran desimbricación” desarrollado por el filósofo canadiense Charles Taylor para plantear la idea de una autonomización del individuo con respecto al tianxia o “todo lo que existe bajo el Cielo”, un continuo moralmente fundamentado e históricamente estable entre el individuo, el clan (o familia) y el poder político. Xu considera el tianxia como ​​la estructura política y moral dominante en la China imperial desde la dinastía Han. Las diversas formas adoptadas por el nacionalismo chino, desde su conceptualización a finales del siglo xix hasta el gran momento político e intelectual del 4 de mayo de 1919, son abordadas ​​a través del prisma de la liberación y la afirmación del individuo. Según el autor, los pensadores de esos años se han esforzado en establecer esta desimbricación en las nuevas instituciones políticas adoptadas desde la fundación de la República de China (1912). Esta desimbricación empieza al final de la dinastía Qing (1644-1911), un período particularmente turbulento en la historia china que vio, en el contexto más amplio de la penetración violenta de las potencias occidentales, el Imperio moribundo, la introducción y difusión de traducciones de muchas teorías políticas, científicas y filosóficas occidentales, sobre todo a través del Japón de la era Meiji. La efervescencia intelectual suscitada en los círculos letrados por la apropiación de herramientas teóricas modernas para pensar la política y el lugar del individuo conduce a la ruptura con el orden imperial del tianxia.

La disociación conceptual introducida a finales del siglo xix entre el Estado y la dinastía gobernante rompe el “continuum familia-Estado-tianxia” e introduce una nueva categoría política –y ya no moral– situada por encima de la dinastía y por debajo de la totalidad simbolizada por el tianxia: la nación. Dado que ya no está moralmente obligado a situar su vida y su acción en la verticalidad político-moral de un universo contiguo con lo divino, el individuo adquiere una autonomía que le permite existir y actuar sin las categorías intermedias de familia y Estado. En otras palabras, ahora el individuo mantiene una relación directa con la nación, separada de la totalidad moral universal de la cual la dinastía imperial gobernante era la encarnación política. La modernidad de la nación, que ha sido objeto de teorizaciones diferentes y a veces antagónicas desde los primeros años del siglo xx, se manifiesta precisamente en la participación directa de los millones de conciencias singulares que la componen.

Sin embargo, Xu Jilin sostiene que este último imperativo precipita la teorización de una nueva forma de “incrustación” del individuo en categorías políticas modernas. El descubrimiento por parte de los intelectuales chinos de un mundo moderno formado por Estados-nación en competición –en el cual los ganadores ya no son los más virtuosos sino los más poderosos y tecnológicamente más avanzados– los lleva a teorizar los fundamentos de la adhesión de los individuos-ciudadanos al funcionamiento de la nación. Se establece entonces un nuevo vínculo, de carácter exclusivamente jurídico, que reemplaza las tradicionales relaciones morales del orden imperial. Este orden, según la fórmula del autor, se caracterizaba por “la ausencia, estrictamente hablando, de relaciones públicas” y por una “individualización y relativización generalizada”. Liberado desde fines del Imperio de la opresión de las cadenas familiares, el individuo moderno, si pretende ver a su país sobrevivir en un mundo dominado por la búsqueda de “riqueza y poder”, debe asumir este nuevo papel. Para ello, debe constituir, con sus “compatriotas” –término moderno– una nueva totalidad “orgánica”, como formuló por primera vez Liang Qichao, tomando prestada la teoría del politólogo suizo Johann Kaspar Bluntschli. El papel de Liang, uno de los principales intelectuales modernos de China, es crucial en este desarrollo. Importante teórico del nacionalismo en los primeros años del siglo xx, Liang es uno de los pocos pensadores de la época que se esfuerzan por entender en toda su complejidad el nuevo lugar del individuo en la nación en formación.

Por lo tanto, en los últimos años del Imperio, el “Estado” pesa tanto como el individuo-ciudadano en los escritos de los intelectuales reformistas y revolucionarios. Este nuevo objeto político ocupa un capítulo entero de la obra. El autor plantea que, en las primeras décadas del siglo xx, los fundamentos de la legitimidad política son la riqueza y el poder de la nación, la libertad individual y la democracia. Sin embargo, subraya Xu Jilin, las tensiones entre estas orientaciones intelectuales, muchas de ellas devenidas irreconciliables, explica la ausencia de una “autoridad [política] sistemática estable”. Esta incapacidad del campo intelectual y político chino para forjar una “cultura política común” (p. 285) explica los “permanentes levantamientos políticos” que convulsionaron al país entre 1911 y 1949.

A partir de los años 1915-1916 y del Movimiento de la Nueva Cultura, la publicación de la revista Nueva Juventud de Chen Duxiu, miembro fundador del Partido Comunista en 1921, supone un hito: se trata de un nuevo esfuerzo conceptual para proponer una alternativa a la relación entre el individuo y política. Siempre preocupado por la evolución teórica y discursiva de lo individual y lo colectivo, Xu ve en este momento el surgimiento de un nuevo idealismo universalista.

Sustituyendo la antigua “todo lo que existe bajo el Cielo” por un humanismo universalista de dimensiones globales, los intelectuales del 4 de mayo (llamados así por la fecha, en 1919, de las protestas estudiantiles en la plaza Tiananmen que desencadenaron una gran movilización nacionalista) desarrollaron un nuevo método para incrustar al individuo en lo colectivo, el “pequeño yo” (xiaowo) en el “gran yo” (dawo), este último formado por los individuos que comparten los mismos valores y aspiraciones humanistas. La exploración de este nuevo idealismo del 4 de mayo, especialmente teorizado por Hu Shi, lleva al autor a cuestionar la naturaleza del ardiente nacionalismo de los intelectuales de la época. Superando los estrechos límites de la búsqueda del poder, este nacionalismo adquiere su valor en el puente que puede y debe tender hacia el ideal humanista compartido por todos los pueblos del mundo. Los años posteriores al 4 de mayo, marcados notablemente por la victoria de la revolución nacionalista del Partido Nacionalista (Kuomintang) en 1927, cerraron este paréntesis
en el que el utopismo, el anarquismo y otras teorías políticas integradas por intelectuales progresistas intentaron sacar al individuo
de la estrecha camisa de fuerza del Estado-nación tal como fue establecido por la revolución
de 1911.

Uno de los mejores análisis es el que Xu Jilin les dedica a los primeros años de la República (1912-1915), sobre todo, en lo referido a las implicaciones filosóficas y políticas que logra encontrar en los debates constitucionales del nuevo régimen. Es, según él, el momento “weimariano” de China (1912-1925), que estudia a través de los debates sobre la imposible representación del “interés general” en el sistema republicano. Por su oscilación permanente –y, según señala, fatal– entre representatividad democrática y autoritarismo ejecutivo, estos debates contribuyeron a fomentar la creciente aversión hacia los partidos políticos envueltos en luchas incesantes y prepararon, de este modo, un terreno fértil para la confiscación del poder por parte de un partido autoritario como el Partido Nacionalista. Esta es, sin dudas, una de sus claves de lectura de la modernidad china, en la cual las aventuras y proyectos liberales se encuentran, durante el largo siglo xx, sistemáticamente confiscados por los poderes políticos sucesivos.

Esta poderosa y ambiciosa genealogía intelectual del sujeto político chino moderno ofrece al lector, especialista o no, una síntesis que le proporciona valiosas herramientas para comprender la historia política de la China moderna y contemporánea. Jia guo tianxia logra un equilibrio entre la intervención del intelectual público, dirigido a una audiencia amplia, y la del investigador, cuyos análisis están reservados a una audiencia académica restringida. Es verdad que el lenguaje siempre sencillo y directo de Xu, cuyas demostraciones alcanzan a menudo altos grados de abstracción, suele caer en simplificaciones: ocurre, por ejemplo, con la negación implícita de las divergencias conceptuales dentro de un mismo movimiento, como el del 4 de mayo, o incluso en la escasa atención que presta a movimientos refractarios como el anarquismo o el socialismo. Pero se trata de operaciones comprensibles dada su ambición de sistema y la voluntad de coherencia que toma la intervención pública del autor.

Joachim Boittout

Universidad Nacional Normal de Taiwán

 

Traducido del francés
por Pablo Blitstein.



[1] Véanse los artículos de Xu Jilin en Aisixiang. Disponibles en: http://www.aisixiang.com/thinktank/xujilin.html.

 

[2] Véase Timothy Cheek, “Xu Jilin and the Thought Work of China’s Public Intellectuals”, The China Quarterly, N°186, junio de 2006, pp. 401-420.