Mariano Zarowsky,
Allende
en la Argentina. Intelectuales, prensa y edición entre lo local y lo global
(1970-1976),
Buenos Aires, Tren en Movimiento, 2023, 238 páginas.
Allende en la Argentina, de Mariano Zarowsky, parte de una pregunta tan significativa como poco abordada: ¿Cuál fue el impacto de la Unidad Popular chilena, una experiencia política de resonancias globales, en la vecina Argentina? Para explorar ese interrogante, este libro estudia las distintas intervenciones elaboradas desde el campo intelectual argentino sobre la experiencia revolucionaria chilena, sus vínculos e interpretaciones, y también sus usos para analizar e intervenir en la propia realidad argentina del momento. En ese sentido, desde el campo de la historia intelectual más que de la propiamente diplomática, Zarowsky sigue aquí la senda abierta por Tanya Harmer en su estudio señero sobre la dimensión internacional de la Unidad Popular, en el que destaca aquello que denomina “guerra fría interamericana”.[1] Desde esa perspectiva, una comprensión acabada del proceso chileno no puede centrarse solo en las iniciativas de Washington por desestabilizar al gobierno de Allende, sino que debe incorporar la acción de agentes regionales de primera importancia, como Cuba o Brasil, en una época de rápidos cambios de régimen y de estrategias de política exterior a nivel regional. Mariano Zarowsky aquí añade algo importante y que había sido dejado de lado: el caso argentino, el vecino con el que Chile comparte una de las fronteras más largas del mundo, y con el cual tiene una larga historia de intercambios, influencias recíprocas y diálogo político-intelectual. Solo por la elección temática, entonces, este libro es bienvenido, ya que viene a llenar un vacío ahora difícil de comprender.
Con todo, esta obra no solo agrega nueva información, sino que lo hace desde un enfoque y marco interpretativo original y fructífero que aporta a distintos campos de conocimiento: a saber, el estudio de los medios de comunicación, las iniciativas editoriales y la práctica intelectual en lo que Zarowsky denomina la “modulación” de la causa global chilena en tierras argentinas. El tema es importante al menos por dos razones. Primero, porque ubica como protagonistas a quienes no siempre lo han sido en estos asuntos. En los estudios existentes sobre la proyección global de la experiencia política chilena, el énfasis ha estado más en figuras emblemáticas: exiliados de renombre, víctimas conocidas en todo el mundo, líderes políticos y activistas de organizaciones de alcance mundial, actuando desde redes de distintas matrices: eclesiásticas, sindicales, socialdemócratas occidentales, filosoviéticas, estudiantiles, académicas, de derechos humanos, entre tantas otras. Todo eso puede entenderse, ya que en esos espacios se vocalizó y polemizó sobre la causa chilena. Sin embargo, ahora queda claro que la prensa escrita, las iniciativas editoriales y los intelectuales interesados en Chile tienen –o deben tener– un lugar en la mesa. Fue allí donde se discutieron con vehemencia las “lecciones” de Chile, con conclusiones tan diversas como las lecturas de sus propias realidades y necesidades locales.
En segundo lugar, el enfoque del autor permite estudiar en detalle una cuestión que por lo general se pasa por alto: el proceso de “construcción” de la causa chilena, su elaboración transnacional como una experiencia emblemática de los años 1970, y la creación y disputa de los significados que asumió en otras latitudes. En efecto, ni la experiencia chilena ni ninguna otra que asume ese curioso estatuto de causa global lo hace naturalmente. Obedece a lecturas cruzadas y a ratos antagónicas que son construidas en colaboración o conflicto. Zarowsky estudia en detalle ese proceso desde distintas dimensiones del campo cultural argentino: magazines, periódicos, revistas y libros. Por allí circularon periodistas, políticos, editores e intelectuales (o todos a la vez), que construyeron el caso chileno y lo presentaron a la luz de las disyuntivas de la Argentina de la época: el agotamiento de su propia experiencia autoritaria, la vuelta del peronismo y del propio Perón mientras en Chile la Unidad Popular vivía sus últimos momentos; la muerte de Perón y la degradación del conflicto político argentino hasta el golpe de 1976, y el inicio de la última dictadura militar.
En ese contexto, en el campo cultural argentino Chile podía decir muchas cosas: podía mediar en el conflicto entre Perón y el ala izquierdista del peronismo, o podía ayudar a horadar la desconfianza en la democracia “burguesa”. Podía reavivar el viejo debate sobre las vías para llegar al socialismo y podía también poner en cuestión los significados de ese horizonte utópico. Para ello, el ojo experto de Zarowsky releva las formas específicas de esa “modulación” de la causa chilena: la materialidad de las publicaciones, las redes y conflictos de sus equipos editoriales, los cambios, innovaciones y paratextos que acompañan la creación cultural e intelectual argentina, las imágenes e intervenciones gráficas que acercaban al lector tanto al caso chileno como a su eventual aplicación práctica a los dilemas de la Argentina de entonces. Allí también se desplegaron distintas estrategias, y el autor las analiza con atención: el “enviado especial” a Santiago escribiendo en primera persona, el editor informado con un ojo a cada lado de la cordillera, los intelectuales que movilizan redes transnacionales, entre tantos otros.
El estudio del campo
político-cultural argentino y de las estrategias de construcción e
internalización de la experiencia chilena revelan además dinámicas interesantes
de recepciones, adaptaciones y préstamos de imágenes e ideas a través de
fronteras nacionales. El autor, en ese sentido, destaca al menos tres fenómenos
simultáneos al respecto: la internalización del problema chileno y su traducción
a los debates argentinos del momento; el rol de mediación cultural de actores
argentinos en la proyección global de la experiencia chilena, y el impacto que
esas operaciones tenían de vuelta en Chile en las candentes discusiones que la
izquierda estaba llevando a cabo sobre la marcha para iluminar un camino
incierto y cada vez más estrecho. Así, si para Jacobo Timerman y La
Opinión
el desenlace de la tragedia chilena reforzaba las tesis de unidad en torno a
Perón y de crítica a los extremos reaccionario y revolucionario, las políticas
editoriales de
Siglo XXI y otras editoriales moldearon la recepción global de la literatura
sobre Chile, como lo demuestra el caso de la edición y difusión del célebre Conversación
con Allende, del entonces revolucionario francés Régis Debray. A su vez, los
recortes, paratextos y otras innovaciones editoriales realizadas en Argentina
de textos chilenos tuvieron también impacto “de vuelta” en Chile, interviniendo
en las duras disputas políticas, ideológicas y culturales del momento, como fue
el caso del prólogo de Héctor Schmucler al también célebre Cómo
leer al Pato Donald, de Armand Mattelart y Ariel Dorfman.
El texto tiene varias virtudes. Por un lado, la edición es atractiva y bien cuidada. Al final se incluyen un conjunto de imágenes de portadas de publicaciones argentinas sobre Chile, con lo que el autor puede apreciar las intervenciones estéticas y las formas gráficas de internalización local (y proyección global) de la causa chilena. La arquitectura del texto es también efectiva. Zarowsky evita un relato meramente cronológico, privilegiando una división temática según formas de intervención intelectual y cultural. El primer capítulo está dedicado a semanarios de actualidad y su cobertura de la Unidad Popular, mientras que en el segundo y el tercero ajusta el lente a un caso particular: La Opinión, de Jacobo Timerman, antes y después del golpe chileno de 1973, respectivamente. El capítulo 4 se dedica al análisis de revistas culturales, y el 5 al de intelectuales de ciencias sociales y su producción escrita. El capítulo 6 se centra en la publicación de libros y el 7, el último, nuevamente reduce la escala de análisis para centrarse en la experiencia concreta (y significativa) de la editorial Siglo XXI. Las virtudes de la edición del texto y el juego de lentes y escalas que presenta el análisis logran su propósito: probar la importancia de la experiencia chilena en el campo cultural argentino en sus múltiples dimensiones y expresiones.
Por otro lado, Allende en la Argentina interviene y aporta en al menos dos campos historiográficos. El primero, el más evidente para el lector argentino, es el de la historia intelectual y, en particular, el de las conexiones, préstamos, reinterpretaciones y “modulaciones” realizadas a escala nacional de experiencias foráneas en la industria editorial. Aquí Zarowsky hace un aporte importante que remarca en las conclusiones: hasta este libro existía un ruidoso silencio en la historiografía sobre el campo cultural argentino de la recepción de la experiencia chilena, a pesar de la inmensidad de casos, publicaciones e intelectuales que intervinieron en esos debates y que este libro rescata. La razón de este silencio, según Zarowsky, radicaría en el carácter incómodo de la Unidad Popular en el momento de las renovaciones ideológicas y giros liberales de los intelectuales izquierdistas argentinos de los años 1980.
Pero el libro de
Zarowsky también aporta a un campo aún en construcción: el de la historia
global de la revolución (y la contrarrevolución) chilena.[2] En esos estudios se
ha solido omitir la dimensión propiamente latinoamericana del asunto dado el
aparente protagonismo anglo-europeo en las iniciativas de solidaridad primero
con la Unidad Popular y después con los perseguidos por la dictadura militar.
Sin embargo, el asunto, como demuestra este libro, es más complejo. El caso
argentino no es solamente importante en sí mismo, como un caso de estudio más,
sino que también en tanto nodo de producción editorial e intelectual que se
proyectó hacia otras fronteras. Las triangulaciones editoriales entre México,
Italia y otros países a partir de ediciones argentinas sobre Chile tratadas en
el capítulo 7 así lo demuestran. Todo ello prueba a su vez que la causa chilena
no fue importante solamente para aquellos países y sistemas políticos que
podían “leer” con más facilidad la política chilena al compartir las mismas
coordenadas y clivajes
–izquierda marxista, centro socialdemócrata y socialcristiano, y derecha
conservadora y nacionalista–, cuestión evidente en Europa occidental y otros
lugares. Las diferencias entre las culturas políticas chilena y argentina,
parece decir este libro, fueron subsanadas por la cercanía geográfica y, sobre
todo, por iniciativas concretas de corte editorial e intelectual –la “modulación”,
nuevamente– llevadas a cabo en Argentina a propósito del caso chileno.
En suma, estamos en presencia de un muy buen trabajo de investigación historiográfica que interviene de forma original en campos historiográficos no siempre bien conectados. Mis reconocimientos a esta obra no solo por la pertinencia y profundidad analítica, sino que también por una escritura fluida y con sello propio. Un aporte significativo para la historia de los países a ambos lados de los Andes y sus no siempre fáciles vínculos e interrelaciones.
Marcelo Casals
Universidad Finis Terrae
[1] Tanya Harmer, Allende’s Chile and the Inter-American Cold War, Chapel Hill, University of North Carolina Press, 2011.
[2] En cuanto a la Unidad Popular, el campo ya cuenta con algunos balances bibliográficos significativos, evidencia de su carácter dinámico y en expansión: Tanya Harmer, “Towards a Global History of the Unidad Popular”, Radical Americas, vol. 6, no 1, 2021; y Marco Morra, Eugenia Palieraki, y Rafael Pedemonte, “La Unidad Popular chilena (1970-1973): balance historiográfico y nuevas perspectivas trasnacionales”, Historia Crítica, no 90, 2023.