Sandra Gayol,

Una pérdida eterna. La muerte de Eva Perón y la creación de una comunidad
emocional peronista
,

Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2023, 334 páginas.

Fruto de la convergencia entre dos líneas de trabajo cultivadas desde hace tiempo por la autora –la relación entre muerte y política y la historia de las emociones–, el nuevo libro de Sandra Gayol presenta el resultado de una formidable investigación acerca de un evento que, increíblemente tratándose de la muerte de Eva Perón, no había recibido suficiente atención en sí mismo por parte de una historiografía habituada a relevar su impacto en el corto o en el largo plazo. Una pérdida eterna… propone que esta muerte, y todo lo que la rodeó antes y después, sellaron como comunidad emocional distintiva a quienes se identificaban como peronistas. La prolongada enfermedad de “Evita” y su magnificente funeral, junto con las disposiciones, movilizaciones oficiales y prácticas sociales autónomas que suscitó, constituyen, para Gayol, una “lente en aumento” propicia para analizar el entrelazamiento entre identidades políticas y emociones, en un período en el que tal lazo se profundizó en la Argentina. Si bien este foco muestra especialmente a los hombres y mujeres peronistas, a las emociones que estos definieron como propias, articulando un lenguaje y unos modos de acción (estatal y popular) que delimitaban el adentro y el afuera de su comunidad, la investigación apunta también a comprender la dinámica emocional de la oposición antiperonista, a la que le dedica un jugoso último capítulo.

El “canon afectivo básico del peronismo”, afirma Gayol en la introducción, estuvo articulado por la semántica del amor, la felicidad, el dolor y el sacrificio, lo que significa que esas palabras estructuraron en sus puntos nodales el discurso político, informaron a su vez las políticas sociales del gobierno y la retórica de sus cuadros políticos, y se asociaron al significado atribuido a experiencias y trayectorias individuales por peronistas de a pie. Los seis capítulos del libro ofrecen puntos de mira alternativos para captar esta articulación política de las emociones, en la cual, propone la autora, Eva Perón resultó una “figura clave”. Su enfermedad y la construcción de esta como un asunto público, junto con las movilizaciones, peregrinaciones y oficios religiosos que la acompañaron en todo el país, se analizan en el primer capítulo. En el segundo, se enfoca la construcción social y personal del martirio de Eva, en su interrelación con el “dolor” popular legitimado por el peronismo, y su contracara, la “felicidad” como meta de Estado; también, la importancia de la voz, la gestualidad y la palabra en ese proceso, su entrelazamiento con las experiencias y las narrativas identitarias de quienes le tributaron homenajes.

El rito fúnebre en su inusitada extensión y polisemia es descripto densamente en el capítulo tres del libro. La autora atiende allí a lo que viene previsto y lo que desborda en el ritual, ilumina decisiones administrativas, símbolos, objetos, gestos y prácticas rituales diversas, en su dimensión visual, sonora y olfativa; subraya la división por género de las expresiones afectivas, recorriendo desde la profusión de flores hasta las movilizaciones fúnebres en ciudades y pueblos del interior, pasando por las procesiones y escenarios centrales del evento. Continuando el anterior, el cuarto capítulo analiza la cobertura del funeral en la prensa oficialista, especialmente en el diario Democracia, y en dos films encargados por el Estado para registrar visualmente el evento. Muestra allí cómo se escriben y representan el dolor, el llanto; por otro lado, la representación visual, escenográfica, del traspaso simbólico del cuerpo político de Eva a Juan Perón.

En el quinto capítulo se interpretan las cartas y notas de pésame enviadas por gente común al presidente. En estos “escritos de la aflicción”, Gayol lee por detrás de las convenciones del género la intersección entre la expresión de dolor por la muerte de Eva y la narración de trayectorias vitales en las que la experiencia peronista hizo mella. De la emocionalidad del antiperonismo se ocupa el último capítulo, a través del análisis de las descripciones del funeral realizadas en la prensa por opositores exiliados, así como por una literatura ensayística variopinta editada en el extranjero. De la interpretación del desdén por el “luto peroniano” y la figura de la llorona, este notable cierre de la historia narrada en Una pérdida eterna… pasa a la emoción social y política del resentimiento, da cuenta del sufrimiento emocional de quienes no compartían los sentimientos y valores peronistas, y cómo ello irriga la dinámica política y la polarización social de la época. El epílogo recapitula lo principal de lo dicho a lo largo del libro y sobrevuela el derrotero seguido por esta dinámica emocional más allá de 1955, cuando una vez modificadas las circunstancias, “poliédrico y polisémico, el dolor seguía siendo peronista” (p. 299).

El bagaje conceptual de las emociones que enhebra temas y enfoques de cada capítulo, a la vez que hace de Una pérdida eterna… una contribución muy original a la historia política del peronismo, ancla sólidamente el libro en una historia social y cultural de la Argentina de mediados del siglo xx. En sus primeras páginas, Gayol explica, con Sara Ahmed, que las emociones no son un asunto subjetivo, sino “prácticas resultantes de la interacción del sujeto con el mundo”. Dada esta intencionalidad hacia un objeto u objetos, las emociones implican percepciones cognitivas y valorativas que están en la base de la capacidad subjetiva de razonar y actuar. La noción de “comunidad emocional” de Barbara Rosenwein, el concepto de “régimen emocional” de William Reddy, y la expresión “política de las emociones”, tomada de Ute Frevert, serán las categorías del campo de estudios de las emociones con las que principalmente elige trabajar la autora para conceptualizar sus preguntas: ¿qué actores, mecanismos y situaciones intervinieron en la construcción y distribución de determinada emocionalidad política entre grupos específicos de peronistas? ¿Qué normas del sentir se intentó imponer y se esperaron desde el gobierno? ¿Qué margen de libertad emocional existió? ¿Qué emociones se representaron de forma prevalente en el espacio público y a través de qué recursos lingüísticos y extralingüísticos? ¿Qué papel jugó la voz femenina de Eva Perón y su amplificación tecnológica en este proceso? ¿Qué significó para las mujeres y los hombres pertenecer a la “comunidad emocional” peronista? ¿Podían desvincularse de ella? ¿Qué y cómo (se) sintieron, por su parte, los opositores políticos?[1]

Así, temas clásicos de la sociología política y la historiografía acerca del peronismo como la cuestión del carisma de sus líderes, las movilizaciones y rituales partidarios, y las campañas por las elecciones o en pos del consumo responsable aparecen bajo nueva luz. Pero si el marco conceptual de las emociones presta al libro su sello singular en un campo de estudios siempre al borde de la saturación, la variedad de registros documentales, textuales, visuales y sonoros incorporados para integrar esa dimensión emocional al análisis de las disputas ideológicas y políticas de la época es otra marca de Una pérdida eterna… Por mencionar solo dos de tales materiales diversos, están las entrevistas realizadas por la autora, reponiendo recuerdos de imágenes, olores y vivencias individuales del funeral de Eva Perón que otras fuentes no permiten capturar; mientras que registros fílmicos como el cortometraje de la Fox, encargado entonces por la Subsecretaría de Informaciones, permiten escudriñar aspectos salientes de la procesión que culminó con las exequias en la Confederación General del Trabajo: la ubicación protagónica de las mujeres en el cortejo y la centralidad absoluta de Perón en el vértice de esa escenografía jerárquica.

Acá asoma un elemento que vale la pena mencionar de la arquitectura del libro: el lugar que ocupa como su corazón el capítulo tercero, destinado a reconstruir el extenso ciclo ritual que tuvo lugar entre el día de la muerte de Eva Perón, el 26 de julio, y el día de la inhumación, el 10 de agosto de 1952. Probable núcleo o propósito original de la investigación de Gayol, lo que antecede a este capítulo funciona como tentativa de explicar la excepcionalidad del acontecimiento en la historia de los funerales de Estado del país, de aproximación a la atmósfera política y emocional previa que permita comprender su magnitud, tanto como la detenida descripción de lo ocurrido en esos largos días resulta un intento de hacer revivir en las y los lectores el efecto de suspensión de la normalidad provocado por el rito fúnebre en sus distintas aristas, en sus múltiples localizaciones, en aquello que venía previsto en el protocolo y lo que se salió del marco, incluso mostrando los golpes de timón del gobierno ante un evento que aunque anticipado, no resultó tan sencillo de encauzar. Sin reproducir imágenes de prensa ni de fotogramas, reservadas para el siguiente, el texto del capítulo titulado “Y Eva se murió” transcribe fragmentos de las múltiples convocatorias y crónicas publicadas en la prensa de la Capital y de otras ciudades argentinas, decretos y resoluciones oficiales, cables de agencias y textos de periódicos extranjeros, elogios fúnebres y entrevistas realizadas a asistentes al funeral, con una profusión de detalle que logra recrear climas con verosimilitud, y dar la sensación a quien lee de estar allí.

Hacia el final del libro, la atención a la oposición antiperonista gana más espacio: primero, en la revelación de su presencia implícita en las cartas de pésame al presidente (los aludidos por los remitentes al afirmar el “dolor nuestro”); y luego, de manera explícita, en el análisis de la discursividad opositora en la prensa y en ensayos divulgados desde el extranjero, en el último capítulo. Con él, la narración de Una pérdida eterna… acelera su ritmo. Entre otras perlas que atesora el libro, destaco el apartado “Resentimiento y multitud”, donde la autora muestra en los argumentos antiperonistas la transferencia de los rasgos patológicos e histéricos que se le imputaban a Eva Perón, a los partidarios del gobierno. Allí queda por lo demás demostrado que la dimensión emocional, la carga afectiva en la que arraigaron las identidades de aquellas décadas centrales del siglo xx en Argentina, fueron preponderantes a uno y otro lado de la divisoria política, y fundamentales también, como concluye Gayol, en el pasaje a la acción.

Laura Ehrlich

Universidad Nacional
de Quilmes



[1] Sara Ahmed, La promesa de la felicidad, Buenos Aires, Caja Negra, 2019; Barbara H. Rosenwein, “Worrying about emotions in History”, The American Historical Review, vol. 107, n° 3, 2002; William Reddy, The Navigation of Feeling. A Framework for the History of Emotions, Cambridge, Cambridge University Press, 2001; y Ute Frevert, “La politique des sentiments aux xixe siècle”, Revue d’histoire du xixe siècle, n° 46, 2013, sobresalen como referencias en la amplia bibliografía sobre el tema que trae a colación el libro.