Andrés Bisso,
Política y frivolidad en la Argentina de la primera mitad del siglo xx,
Bernal, Editorial de la Universidad Nacional de Quilmes, 2023, 237 páginas.
En este trabajo, Andrés Bisso, un intérprete sutil de la Argentina del siglo xx, toma el desafío de indagar el deslinde difuso (y confuso) entre política y frivolidad. Con una óptica renovada, se trata de una investigación que revisita la relación que entre sociabilidad y política ya había abordado en su tercer libro, publicado en 2009.[1] Si bien es cierto que esta obra es más ambiciosa que aquella (no solo en su recorte temporal y espacial sino, sobre todo, en la amplitud de la evidencia y en la densidad de las interpretaciones), una vez más el historiador platense se acerca al problema partiendo de una premisa según la cual sus dos objetos de estudio (que, a la vez, constituyen dos campos de sentido), lejos de mantenerse en “una separación higiénica” coexistieron en una suerte de middle-ground donde tenía lugar una variedad de intercambios, préstamos e interacciones. A priori, podría suponerse que el entrelazamiento entre lo banal y lo político del que somos testigos en la actualidad tiene sus antecedentes más lejanos en las transformaciones globales del ocaso de la Guerra Fría, cuando, por doquier, se citaba, se comentaba y se criticaba la frase de Francis Fukuyama: “el fin de la historia”.[2] Sin embargo, en este libro, Bisso descorre el telón del tiempo para rastrear las huellas de la frivolidad de la política y de la política de la frivolidad más allá de aquel clima de época, y demuestra que los intercambios entre estas dos dimensiones de la vida pública no fueron, en absoluto, una novedad que trajo la década de 1990.
La díscola categoría de frivolidad que, como alerta el autor en la introducción, no se allana a las delimitaciones cronológicas de la historia política tradicional, es analizada en el primer capítulo del libro en el marco del largo proceso de ampliación política que se inaugura con la ley Sáenz Peña y alcanza su cenit con el peronismo. Estos dos extremos se conectan en la consumación de la idea de la condición plebeya del poder que se inicia con la llegada de Yrigoyen a la presidencia de la nación. Entonces, lo banal y lo circense se confunden con la forma de la política, al menos desde la mirada de una élite que identificaba a la movilización de las masas con el espíritu festivo y estridente de las prácticas tradicionales de diversión popular. Esta misma lógica sería reeditada (aunque con nuevos sentidos) en la década de 1940 cuando Perón y Eva ingresaron triunfantes al escenario político nacional. Un general y una actriz de radioteatro que prometían hacer cada día un poco más feliz al pueblo habilitaron críticas que hicieron, sobre todo de Eva, el terreno donde lo frívolo y lo grave interactuaban en una dinámica no exenta de tensiones. En su vida, la banalidad y la seriedad se desplegaban en un continuum que iba desde su indumentaria y sus maneras poco refinadas hasta el martirio de su enfermedad. Con este capítulo panorámico, el autor expone la escena donde se desarrollarán las amalgamas y los antagonismos entre liviandad y gravedad.
En los siguientes tres capítulos, que recorren la amplitud del medio siglo en una geografía dilatada que contiene a la capital del país y a las pequeñas ciudades del interior provincial, el autor propone un abordaje en diferentes facetas que revela a la política como propiciadora, gestora e intermediaria de la frivolidad: a la frivolidad como un desafío a los sentidos más profundos de la política y a ambas interactuando en una sinergia que las solapa y, por momentos, las funde y las confunde. De esa suerte, el segundo capítulo, que repasa escenas de teatro, se detiene en la ubicua difusión del tango, expone un debate operístico en el Colón de los años 1930 e indaga en el impacto cultural del cine sonoro, examina cómo la política (en sus diferentes expresiones partidarias) recurría a dispositivos de control intelectual, moral y administrativo, ejerciendo un tutelaje de la vida cultural orientado a evitar que la trivialidad lesionase el espíritu ciudadano. En cambio, en el tercer capítulo, la lectura cambia el ángulo de observación para indagar en los márgenes por los que cultores del divertimento y la sátira transitaban para reírse de la política. Los ejemplos a partir de los que Bisso construye sus argumentos, por un lado revelan que la liviandad de esas expresiones jocosas oscilaba entre la prescindencia de cualquier embanderamiento partidario y la actitud panfletaria y, por otro, exponen la ductilidad con la que los profesionales de la cultura de masas amalgamaban frivolidad y gravedad.
En el cuarto capítulo, el autor presenta un análisis “a dos bandas” de las esferas de lo político y lo frívolo. A través de un collage de elocuentes ejemplos, el libro ilustra muy bien cómo las personas pasaban de la política a la frivolidad y de la frivolidad a la política sin solución de continuidad. El amplio y heterogéneo terreno de lo frívolo (la moda, las revistas de humor, los semanarios pasatistas, la caricatura, los cancioneros, las notas sociales) que asimilaba a los dirigentes con las estrellas del espectáculo y el deporte diluyendo así la pretendida seriedad de la política profesional, no era –nos advierte el autor– un camino de ida. Al contrario, las instancias frívolas alternaban sin interrupción con las solemnes, de modo tal que mientras el divertimento y la superficialidad dulcificaban el rostro adusto de la política, esta reciprocaba la atención invistiendo de sentidos a la frivolidad. Para desvelar las lógicas que regulaban este intercambio, el capítulo explora la retórica patriótica con la que el Estado argentino de principios del siglo xx enfrentó al cosmopolitismo creciente, uno de los efectos no deseados de la inmigración masiva. En su análisis, Bisso muestra que, para hacerlo, la dirigencia no recurrió solo al menú de estrategias que ofrecía la tradición política, sino también al soporte de los profesionales del entretenimiento y el ocio, que disponían de estrategias livianas (y, tal vez por eso, más efectivas) para estimular el sentimiento patriótico.
El carnaval, motivo
central del quinto capítulo, fue uno de los puntos en los que convergieron el
patriotismo popular y el institucionalizado. A través de una búsqueda minuciosa
en fuentes gráficas se reconstruyen los disfraces
–infantiles y adultos– más usados en los años 1920 y 1930, con el objeto de
comprender cómo a través de esas fugaces “identidades prestadas” (en las que se
mezclaban gauchos con marqueses, Pierrots con gitanos, aldeanos holandeses con
cautivas indias, o Manuelita Rosas con Elpidio González), el carnaval
recuperaba el pasado o jugaba jocosamente con el presente.
En un salto temático algo inopinado, el penúltimo capítulo aborda la interacción entre frivolidad y política en la juventud de los años de entreguerras. La superficialidad y la apatía de los jóvenes rondaba de manera recurrente las apreciaciones de los dirigentes adultos, entre quienes aún estaban frescos los recuerdos de las turbulencias de la revolución de 1890 y de la Reforma Universitaria. Desde la memoria de su propio compromiso, estos actores exhortaban discursivamente a la nueva generación a transformar el desgano en compromiso y la sociabilidad liviana en interés cívico. Sin embargo, la noción de politización de la dirigencia adulta no solo no coincidía con la de ese conjunto heterogéneo al que llamaban “juventud”, sino que el grado de compromiso deseado mostraba variaciones incluso en el interior de esa vieja guardia. Entre ellos, Bisso señala como ejemplo la visión de Manuel Fresco, cuando afirmaba que la participación electoral era responsable de haber desviado a los jóvenes de los años 1930 de una tradición viril, idealista y comprometida. Según el gobernador, el régimen de ley electoral había terminado creando una generación débil e incapaz de mantener “el temple de los varones que fundaron la República e hicieron grande la nación”.[3] Sin embargo, Bisso advierte que, más allá de estas miradas desconsoladas, los jóvenes demostraron una particular sensibilidad (atada a sus propios ritmos) a ciertos sucesos políticos de repercusión nacional o internacional, que terminaban sustrayéndolos de lo banal, como demandaban los adultos. La destitución de facto de Yrigoyen, la guerra civil española, el golpe de 1943 y el surgimiento del peronismo fueron acontecimientos cuya potencia sacudió a las nuevas generaciones y demostró que, ante el imperio de la necesidad y la urgencia, la juventud era capaz de cambiar el ropaje del apoliticismo y la apatía por el de la militancia y la movilización.
El libro cierra con un capítulo que indaga las formas en que las mujeres eran investidas de sentidos que, al mismo tiempo que las ubicaban en el plano de lo banal, se servían de la supuesta volubilidad de sus ideas políticas para obstruir la expansión del feminismo y la profundización de la lucha por el derecho al voto femenino. Si es cierto que, a contrapelo de la presencia cada vez más conspicua de las mujeres en la vida pública, durante la primera mitad del siglo pasado persistió la imagen de la mujer trivial, como en el resto de las dimensiones analizadas en el libro aquí también la frontera entre levedad y profundidad demostró ser difusa y estar sujeta a múltiples interacciones en las que las atribuciones de sentido estaban tensionadas por el género, por lo ideológico y por los grados de compromiso político de las mujeres. Mientras las militantes izquierdistas y las feministas buscaban cerrar la brecha entre frívolas e inteligentes, concientizando a sus congéneres de su potencial cívico, los dirigentes varones y la prensa política minimizaban el compromiso femenino tildando de “simpáticas” las diversas formas adoptadas por la participación de las mujeres en la vida pública o condenando de “marimachos” a las militantes. Pero el adjetivo edulcorado y el epíteto agresivo que usaban los hombres también encontraba un correlato de sentido en el interior del mundo femenino. No solo los varones señalaban que el mandato de la coquetería y la belleza estaba reñido con los tonos graves de la política, sino que las propias féminas propiciaban la búsqueda del equilibrio entre participación y femineidad para que la huida de su destino manifiesto de ángeles del hogar no comprometiera su naturaleza, pero tampoco obstruyera la lucha por los derechos civiles y políticos.
Política y frivolidad en la Argentina establece un diálogo fecundo entre los dos campos de sentido que constituyen su objeto de estudio. Ese diálogo se expresa en una escritura sofisticada y en una densidad analítica que se despliega sobre una multiplicidad de contextos y temporalidades, nutriéndose de una miscelánea de fuentes que el autor, con la laboriosidad del artesano y la pericia del historiador profesional, encastra en un rompecabezas del que emerge una imagen que no es definida ni definitiva. Y es justamente aquí donde radica el valor de la obra: en la provisoriedad de una aproximación experimental al entramado de interacciones que ocurrieron a lo largo de cincuenta años entre dos esferas que, lejos de funcionar como realidades paralelas, intercambiaban sentidos, se solapaban y se fundían.
María Bjerg
Universidad Nacional
de Quilmes / conicet
[1] Andrés Bisso, Sociabilidad, política y movilización. Cuatro recorridos bonaerenses (1932-1943), Buenos Aires, cedincI/Editorial Buenos Libros, 2009.
[2] Francis Fukuyama, The end of History and the Last Man, Nueva York, The Free Press, 1992 [trad. esp.: El fin de la Historia y el último hombre, Barcelona, Planeta, 1992].
[3] El autor hace referencia a este fragmento en la página 182.