Adrián Gorelik,
La ciudad latinoamericana. Una figura de la imaginación social del siglo xx,
Buenos Aires, Siglo XXI, 2022, 423 páginas.
Uno de los problemas centrales de la teoría social latinoamericana ha sido y es su “déficit de acumulación” debido no solo a represiones y dictaduras, sino también a olvidos y desvalorizaciones.[1] Contra esta tendencia, tras casi dos décadas de investigación paciente, itinerante y sistemática, Adrián Gorelik compone una red de instituciones, ideas y debates que delinean un ciclo del pensamiento latinoamericano sobre la ciudad que se inicia en 1940 y se cierra a mediados de 1970. Está claro que no hay que esperar a esos años para encontrar una profusa reflexión sobre la ciudad en América Latina; sin embargo, mientras que, antes de 1940 esta se centraba en ciudades particulares, desde 1980 esa reflexión se encuentra tensada por una ambivalencia paralizante entre la imagen de grandes metrópolis con problemas urgentes y argumentos que esgrimen la esterilidad de la comparación y la generalización.
Durante el ciclo analizado La ciudad latinoamericana refiere, antes que a una ontología que describiría los supuestos rasgos característicos de la ciudad en la región, a la construcción de un artefacto cultural con centralidad pública, académica y política para intervenir en la realidad del continente: de un lado, objeto de conocimiento en el marco de procesos que, como las migraciones y la industrialización, estaban transformando vertiginosamente la estructura social, económica y territorial de los países latinoamericanos; del otro, prisma analítico del pasado, el presente y, sobre todo, el proyecto futuro de Latinoamérica como región en un momento en que todo parecía volverse urbano.
Podría decirse que Gorelik revisita desde un punto de vista novedoso una preocupación recurrente en su obra: mientras que en La grilla y el parque exploró desde la historia cultural urbana el ciclo reformista de Buenos Aires entre 1887 y 1936, en La ciudad latinoamericana analiza desde la historia intelectual un ciclo de pensamiento regional que va desde las ilusiones modernizadoras del desarrollismo hasta las críticas radicales del dependentismo.[2] En este recorrido intelectual han cambiado la escala geográfica, el período histórico y el instrumental conceptual; persiste, en cambio, la pregunta por las posibilidades de reforma urbana y sus límites en el marco de la urbanización capitalista.
El libro está organizado en cuatro partes, cada una de las cuales recorre el ciclo completo de la ciudad latinoamericana. Su arquitectura narrativa descansa en la metáfora del viaje. El libro sigue y reconstruye itinerarios intelectuales, siendo cada capítulo un episodio, un nodo que conecta y articula ciudades, ideas y experiencias. El horizonte y el proyecto sobre “lo latinoamericano” se produce precisamente en estos tránsitos, desplazamientos y contactos en y sobre ciudades latinoamericanas concretas. Para esto despliega un modo de leer y de establecer conexiones extremadamente sutil y preciso. Mientras las perspectivas poscoloniales y decoloniales contemporáneas imaginan la reproducción acrítica de la teoría urbana septentrional en el abordaje de las ciudades del Tercer Mundo durante la segunda mitad del siglo xx, el libro muestra una relación compleja de la investigación latinoamericana con los modelos teóricos heredados. Incluso señala que no hay que esperar a la radicalización del pensamiento social latinoamericano de finales de los años 60 para encontrar posiciones críticas a las teorías de la modernización y el desarrollo; por el contrario, el proceso de revisión teórico-conceptual de esos presupuestos comenzó al inicio del ciclo, ante la evidencia de que condenaban a la ciudad latinoamericana a la anomalía (demasiado grande, demasiado pobre) respecto de los parámetros occidentales habitualmente asumidos como norma.
La apertura titulada “El ciclo de la ciudad latinoamericana” brinda una mirada general del período que coincide con el momento en que Estados Unidos expande y consolida su hegemonía mundial. Las “rutas panamericanas” exploran la compleja relación norte-sur, en la que Estados Unidos aportó instrumentos analíticos, soportes institucionales y recursos económicos para el despliegue de la red regional. Contra los estereotipos habituales, se muestra que el “reformismo expansionista” norteamericano desplegado en el continente contó entre sus filas con figuras progresistas, “newdealers” con vocación de transformación social para los cuales la reforma planificada de Puerto Rico durante las décadas de 1940 y 1950 constituía una referencia central. Su presencia invita tanto a repensar la matriz ideológica norteamericana, que no se agota en el anticomunismo de posguerra, como las cronologías que colocan un punto de inicio a la asistencia técnica norteamericana en la Alianza para el Progreso.
La primera parte, “Por el camino de la etnografía”, se centra en el itinerario de la reflexión sobre las migraciones internas desde el campo a la ciudad. Consiste en una iluminadora reconstrucción histórica de las tempranas investigaciones antropológicas y sociológicas en las ciudades latinoamericanas que se remontan al debate entre Robert Redfield y Oscar Lewis en la Escuela de Chicago sobre la transición a la modernidad: de la idea de continuum folk-urbano propuesta por el primero, que suponía un desplazamiento lineal de lo tradicional a lo moderno, al “ajuste” propuesto por Lewis, que señalaba la relevancia de redes comunitarias y tradiciones culturales en la adaptación al medio urbano.
Retomando esta discusión, las ciencias sociales latinoamericanas de los años 50 construyen un objeto enteramente nuevo que, más allá de sus denominaciones situadas, se pensó como un rasgo estructural de la ciudad dividida de los países subdesarrollados. Los episodios que jalonan este itinerario van desde el seminario de 1959 en Santiago de Chile, donde presentaron sus trabajos José Matos Mar sobre las barriadas de Lima, Gino Germani sobre la villa en Buenos Aires y Andrew Pearse sobre la favela en Río de Janeiro, pasando por el debate sobre vivienda y comunidad entre el modelo panamericano de asistencia para la autoconstrucción de San Juan de Puerto Rico y el modelo latinoamericano de grandes conjuntos habitacionales producidos por el Estado, un desvío por la experiencia rural en el cinva en torno al “desarrollo de la comunidad” en Colombia y la metodología de la investigación-acción de Orlando Fals Borda, para finalmente regresar a la ciudad de finales de los 60 e inicios de los 70, con las investigaciones sobre autoconstrucción de John Turner en Lima, los estudios de los Leeds en Río de Janeiro y la experiencia de los pobladores de Chile analizada por Manuel Castells.
A lo largo de este
recorrido Gorelik identifica tres posiciones en debate: 1) La reformista y
desarrollista predominante en los años 50, que postulaba un dualismo
atenuado
entre tradición y modernidad y mantenía la confianza en el cambio social
modernizador; 2) el monismo radical o integracionismo, que
recusaba el dualismo entre tradición y modernidad y proponía pensar los barrios
populares como una parte integrante de una sociedad urbana compleja y desigual;
y 3) el marginalismo, que sostenía un dualismo
exasperado presente en los trabajos de Quijano sobre la urbanización dependiente y
de Manuel Castells sobre los nuevos movimientos sociales, que se transformaron
en las posiciones dominantes de los estudios urbanos a finales de los años 60
en un escenario de cuestionamiento de la ciudad moderna. Se trató de un proceso
de radicalización cuyo optimismo se clausura en 1973 con la represión pinochetista
al movimiento de pobladores de Chile, que constituía la base empírica y el
horizonte político de las investigaciones de Castells. A la vez, Gorelik señala
que no deja de resultar paradójico que estas ideas de izquierda fueran
reinterpretadas posteriormente tanto en clave neoliberal como neopopulista:
mientras que la posición integracionista es rastreable en las recetas
neoliberales del economista peruano Hernando de Soto, quien presentó a los
pobladores de las barriadas como agentes activos de la iniciativa privada
obstaculizados por un Estado paternalista e ineficiente, la clave neopopulista
invirtió la interpretación sobre el fracaso de los proyectos desarrollistas y
revolucionarios, celebrando las crecientes barriadas autoconstruidas que caracterizan
a las ciudades latinoamericanas como
–parafraseando a Richard Morse– el triunfo de la nación sobre la ciudad.
La segunda parte, “Bajo el signo de la planificación”, reconstruye los recorridos latinoamericanos del planning tensados entre la pretensión de objetividad técnico-científica y su inocultable dimensión política. Dentro de este escenario se deslindan dos tradiciones que suelen confundirse. De un lado, el urbanismo de los arquitectos centrados en la forma: el urbanismo científico de finales de siglo xix, el vanguardismo de los años 20 y 30 y el modernismo de los planes reguladores de los 50. Del otro, la planificación anglosajona interdisciplinaria y procesual, que persigue la organización racional de la ciudad y la región en busca de una distribución ideal de personas, bienes y servicios en el territorio, y que se expresó en dos configuraciones distintas: la “planificación regionalista”, que se remonta a la experiencia de la Tennesse Valley Authority de los años del New Deal y a los postulados regionalistas de Lewis Mumford, que pensaban la región como una entidad concreta definida por atributos geográficos o culturales, y la “planificación desarrollista” donde el territorio constituía una oportunidad para el despliegue de las potencialidades económicas de una región, la cual tendía a ser vista como una entidad abstracta.
Los senderos bifurcados de la planificación cuentan con cuatro episodios: las distintas formas del regionalismo en torno a cuencas hidrográficas; la planificación en Puerto Rico como puente entre los Estados Unidos y América Latina y la fascinante (y ciertamente dilemática) creación de ciudad Guayana como “polo de crecimiento” en Venezuela; el desvío por la arquitectura a partir de la construcción de Brasilia, la otra gran ciudad nueva del período que, a diferencia de Guayana y contra lo que suele suponerse, es expresión de la cultura arquitectónica condensada en los bosquejos a mano alzada realizados por Lúcio Costa; por último, la radicalización y la crítica al pensamiento planificador, a partir de una reveladora estructura narrativa que invierte el proceso histórico de los “catorce años prodigiosos” que van de 1959 a 1973, iniciando el recorrido con Santiago de Chile como laboratorio a lo largo de los años 60, “capital de la izquierda” donde convergía una densa trama de instituciones, proyectos de planificación y un poderoso movimiento de pobladores que el golpe de Estado de Pinochet truncó de manera abrupta, y cerrándolo con la Revolución cubana, el descubrimiento tardío por parte de la planificación latinoamericana de su “reforma urbana” y la consolidación de Cuba como argumento contra la idea de la planificación latinoamericana al final del ciclo.
De manera análoga a lo que sucedió con las promesas de modernización y desarrollo, la fe inicial en la posibilidad de modelar científicamente el futuro se tornó progresivamente foco de críticas, incluso desde el interior del pensamiento planificador. Sin embargo, posiblemente la mayor apuesta interpretativa de esta sección radique en la iluminación de un malentendido: la creencia en que el fracaso de la planificación se debió exclusivamente a la política reformista –esto es, a su incapacidad para transformar las estructuras sociales y políticas– y no a la técnica, dejó a los presupuestos de la planificación intocados. Los golpes miliares en Chile y Argentina, que desarticularon velozmente la red regional en torno a la ciudad latinoamericana, reforzaron esta interpretación, mientas que procesos de fondo a nivel mundial –el fin del “ciclo expansivo” y la consolidación del neoliberalismo– estaban transformando de modo estructural el lugar de la ciudad y el territorio en todo el mundo. La conclusión al respecto es tajante: la ciudad latinoamericana no volverá a tener en las décadas siguientes la centralidad pública de la que gozó entre 1940 y 1970, ni en lo académico ni en lo político.
El cierre, “Compañeros de ruta”, se detiene en la crítica y la historia cultural como el indicador de la dispersión de enfoques que seguiría a las investigaciones sobre el proceso de urbanización durante el ciclo de la ciudad latinoamericana. El fin del optimismo –desarrollista o revolucionario– que les había otorgado centralidad a los temas urbanos durante el período 1940-1970 dio paso a otros modos de abordaje de la ciudad como espacio privilegiado para comprender la modernidad latinoamericana fuera del paradigma modernizador/dependentista. Precisamente en el hiato entre ambas configuraciones, entre finales de los 70 y comienzos de los 80, se despliegan las obras de Richard Morse, José Luis Romero y Ángel Rama. Resulta indudable la afinidad intelectual de Gorelik con la perspectiva de la “cultura urbana latinoamericana” de estos autores, idea crítica a la empresa modernizadora y planificadora que no hubiera podido surgir sin ella y que paradojalmente emerge en el momento mismo de su imposibilidad. Se trata de obras tardías en relación con la empresa de la ciudad latinoamericana, que persisten en la exploración a escala regional, pero que para hacerlo se alejan de las perspectivas estructurales y funcionalistas dominantes en aquel período y abren el campo de la historia cultural urbana en el mismo momento en que la ciudad está perdiendo la capacidad de articular el proyecto regional.
Probablemente destiempo
–la noción elegida por Gorelik– describa con precisión el lugar de estas obras
en relación con el ciclo de la ciudad latinoamericana, así como también
–agrego– da cuenta de la relación de la constelación de la ciudad
latinoamericana en su conjunto con el presente. A la vez, no dejo de pensar que
los conceptos, debates y paradojas del ciclo también pueden ser puentes para conectar con la
agenda futura. Incluso reconociendo que difícilmente la ciudad latinoamericana
adquiera el estatus político y académico que tuvo durante el ciclo
magistralmente analizado en el libro, sus hallazgos empíricos, dilemas
políticos y elaboraciones conceptuales constituyen poderosas herramientas
–habitualmente olvidadas– para salir de diagnósticos paralizantes que
santifican lo existente y obturan la imaginación social y política de
transformación social vía la reforma urbana.
Ramiro Segura
Universidad Nacional
de La Plata / idaes-Universidad
Nacional
de San Martín / conicet