Un ensayo después de las catástrofes
Facundo Gómez
conicet / Centro de Historia Intelectual, Universidad Nacional de Quilmes
Un hallazgo de archivo
Mi primer encuentro con la obra de Ángel Rama fue en las clases de literatura latinoamericana. Calculo que varios hemos tenido la misma experiencia: leer sus trabajos clásicos sobre el modernismo, la gauchesca o la transculturación supuso el encuentro con un proyecto intelectual que traspasaba los límites de la crítica y apostaba por una jugada reflexión sobre nuestras letras, plenamente imbricada en la historia, la sociedad y la cultura. Lo que podemos llamar “la operación Rama”, es decir, la conjunción entre la lectura minuciosa de los textos, la riqueza de sus hipótesis, la pasión por lo latinoamericano y la entonación utópica funcionó por entonces como inspiración para pensar la literatura por fuera de las inflexiones más usuales en la academia. También fue una recurrente invitación al debate y a la polémica. Entiendo que algo de eso se cruza ante cada lector que se asoma a su obra: la sensación de estar frente a una crítica distinta, que incomoda, incita, interpela.
Gran parte de estos atributos se condensan en sus libros más clásicos. Y se comprueban, aunque con rasgos específicos excepcionales, en La ciudad letrada, un texto que siempre me resultó difícil, excesivo, resbaladizo. En parte por el tema, en parte por el enfoque: la propuesta de interpretar el sentido en que lo urbano y lo letrado, el saber y el poder se entrelazan en América Latina a lo largo de los siglos, desde la colonia hasta principios del siglo xx, ha sido para mí un desafío de lectura notable. Además, padecí el extrañamiento que ha sido resaltado numerosas veces por la bibliografía especializada, disparado por la lectura de un ensayo de Rama que prácticamente no analiza textos literarios ni indaga fenómenos claves de la literatura latinoamericana. A eso se le suma la entonación pesimista, que se aleja de algunos de sus textos más ilustres y de su confianza en el rol de los intelectuales en pos de la integración y la emancipación del subcontinente. Casi ninguno de estos elementos aparece con la misma potencia en La ciudad letrada, lo que refuerza su notable particularidad, que demanda una lectura detenida y amplia, atenta a sus complejas operaciones y apuestas críticas. Por eso, el prólogo que Adrián Gorelik escribió para la presente edición resulta tan esclarecedor: no solo reconstruye el proceso de producción del concepto y aporta hipótesis sugerentes sobre el texto, sino que recompone una serie de elaboraciones sobre el estudio de la ciudad latinoamericana que iluminan la lectura y nos orientan en los sinuosos caminos de la obra.
Además de los nombrados, La ciudad letrada presenta otro desafío: los kilos (hoy podríamos hablar de “gigas”) de bibliografía que han sido escritos sobre la noción y sus fundamentos teóricos e historiográficos. De hecho, en muchos ámbitos académicos, especialmente el norteamericano, Ángel Rama es identificado justamente por ser el autor de este volumen, el que, junto a Transculturación narrativa, se lee como su obra paradigmática. A veces, con un sentido conclusivo de sus trabajos; en ocasiones, en solitario, como si todo el proyecto del uruguayo estuviera condensado en sus páginas. Mientras elaboraba mi tesis de doctorado sobre su crítica literaria y su praxis intelectual, tuve que lidiar con estas situaciones.[1] Y decidí trazar tres movimientos. El primero fue desplazar el lugar de La ciudad letrada: en vez de leer el libro como una síntesis totalizadora, lo pensé en su preciso contexto de producción, como una intervención puntual, sensible a las inquietudes y circunstancias de Rama en ese momento. El segundo fue poner a dialogar la obra con textos previos que pautan inflexiones y descubren aspectos claves de su argumentación. El tercero tuvo mayores consecuencias: intenté llegar a la versión manuscrita del texto para suspender, al menos por un instante, el peso del aparato paratextual y bibliográfico que se cernía sobre él. La aventura de archivo como sacudimiento de las ideas recibidas: acceder a los originales fue una oportunidad para repensar los sentidos de la obra desde su materialidad más palpable.
El encuentro se dio hacia 2015, en mi segunda visita al archivo que, con tanta responsabilidad, amor y generosidad, resguarda Amparo Rama. En la pared de una habitación atiborrada de libros, papeles y fotos se hallan las carpetas azules que alojan los papeles privados de Rama, que su hija logró salvar de los exilios y las mudanzas. Al menos veinte de ellas contienen el inmenso epistolario, con cartas firmadas por Rodolfo Walsh, Pablo Neruda, Héctor Libertella, José María Arguedas, Italo Calvino, José Bianco, entre otros cientos de intelectuales con los que Rama había confraternizado, discutido, conspirado. Una pequeña muestra de estos intercambios se puede leer en el monumental Una vida en cartas. Correspondencia 1944-1983, editado por Rosario Peyrou y Amparo (Montevideo, Estuario, 2022). Las demás carpetas reúnen materiales de encuentros académicos, recortes de diarios, copias de sus artículos en la prensa, prólogos, capítulos de libros colectivos, traducciones, borradores e inéditos. Incluso hay algunas que guardan facturas, balances contables y demás documentación vinculada con sus proyectos editoriales.
Así fue como, en julio de ese año, subido a una inestable escalera plegable, hice un poco de equilibrio y fuerza y llegué a la caja 66. Entre las carpetas interiores 4 y 7 se hallaban los originales de La ciudad letrada. Yo abrí los documentos con la idea de encontrarme con hojas borroneadas, corregidas una y mil veces, inconexas, reunidas y anotadas por extraños. Y no. Lo que había frente a mis ojos era una copia mecanografiada, abrochada, con apenas algunas correcciones y con un índice sólido y acabado. Con dedicatoria, punto final y plena coincidencia con el libro que yo había leído fotocopiado hacía años y que tenía en mis manos para cotejar los cambios. Lo único disímil era el subtítulo, que la edición de Nora Catelli y Edgardo Dobry –con justicia y lucidez, pero también con un poco de audacia– se ha encargado de restituir. “Un ensayo” rezaba la portada. La ciudad letrada. Un ensayo era el título que había rubricado Ángel Rama hacia 1983.
El agregado resplandecía. A pesar de que varios autores, como Beatriz Colombi o Liliana Weinberg, habían ya resaltado el carácter ensayístico de la obra, entendí que el subtítulo hablaba de una exploración de sentidos, de una jugada especulación, dada al interior de búsquedas y coyunturas entrecruzadas. De alguna manera, mi posición frente a su carácter situado y tentativo adquirió más sustento. Avancé entonces con la idea de indagarlo como parte de una serie de inflexiones y cambios en su discurso crítico que empezaron a desarrollarse en los últimos años de su trayectoria intelectual.
Cuando releí el libro en la nueva edición de Trampa (Barcelona, 2024), me di cuenta de que la noción de ensayo no solo aparecía en el subtítulo, sino que también se repetía dos veces en el “Agradecimiento” que abre el volumen. En la primera línea, la palabra aparece para esclarecer la genealogía del término y recuperar las instancias previas de enunciación. Dos páginas después, se la menciona para definir las dos operaciones centrales de una obra que, según Rama, “explora la letrada servidumbre del poder y aboga por la amplia democratización de las funciones intelectuales” (p. 57, cursivas mías; todas las citas son sobre esta nueva edición). La frase señala la hipótesis e indica sus objetivos. Pero más importante aún es la significación de los dos verbos: explorar y abogar. Lectura crítica y toma de posición. Análisis y programa. Erudición y utopía: los aspectos distintivos de una praxis intelectual apasionada que encuentra en la ciudad letrada un objeto de pesquisa y enjuiciamiento, pero también de balances, autocrítica y proposición.
La ciudad letrada, un ensayo desde el último exilio
Para captar mejor tales modulaciones es preciso ubicar las reflexiones de Rama sobre la ciudad letrada en el seno de las múltiples prácticas intelectuales que despliega desde su llegada a los Estados Unidos en 1979. Al entramar la escritura del libro con otras intervenciones, es posible releer el texto y detectar en las hipótesis que presenta una instancia clave de balance y reformulación de su pensamiento crítico, atravesada plenamente por los vaivenes de su biografía y también por un horizonte histórico acechado por las derrotas.
Hacia principios de la década del ochenta, Rama se encuentra involucrado en varios proyectos simultáneos. Hay tres que guardan estrecha relación con las apuestas principales de la obra. El primero es la continuación de sus labores como parte de la Biblioteca Ayacucho, la editorial estatal venezolana que el uruguayo creó en Caracas junto a José Ramón Medina en 1974. Hasta 1979 Rama se desempeña como director literario de la empresa, que busca publicar los clásicos de la literatura y el pensamiento latinoamericano. Luego de su alejamiento de Venezuela, el crítico sigue ligado a la editorial y aprovecha su estancia en Estados Unidos para buscar allí manuscritos originales en diversos archivos y bibliotecas. Es en esta instancia de su trayectoria cuando se sumerge en las letras y la cultura colonial, un período de la historia latinoamericana al cual apenas se había dedicado antes. Como es evidente, en ese encuentro con lo colonial se cifra gran parte de las hipótesis de La ciudad letrada.
El segundo proyecto de relieve es aquel que lo empuja a investigar el desarrollo de la cultura latinoamericana desde el siglo xviii hasta principios del xx. Esta aventura intelectual se inicia en el Wilson Center, donde Rama trabaja sobre el período 1750-1830; luego, gracias a una beca Guggenheim, prosigue en París, esta vez con el foco puesto en la etapa que va desde 1830 al 1900. Algunos de los frutos de estas dos indagaciones serán los artículos “Autonomía literaria latinoamericana” y “Modernización literaria latinoamericana”, respectivamente, que presentan interpretaciones e hipótesis que luego serán recuperadas en Las máscaras democráticas del modernismo, el otro libro póstumo de Rama que presenta varios puntos de contacto con La ciudad letrada.
El tercer proyecto con el que está fuertemente comprometido es la iniciativa historiográfica de Ana Pizarro, quien logra el apoyo de la Asociación Internacional de Literatura Comparada para producir una nueva historia de las letras latinoamericanas desde la perspectiva comparatista. A pesar de sus reparos iniciales, Rama luego se involucra plenamente con la idea. En la reunión de Campinas de 1983, el crítico adquiere un rol protagónico y logra un primer diseño historiográfico basado en muchas de sus ideas. Esta inflexión del trabajo de Rama es relevante, porque en La ciudad letrada se pueden comprobar ecos de las jornadas de Campinas, vinculados a la lectura de las letras coloniales durante la conquista y el virreinato, su lugar en una historia de la literatura latinoamericana y los conflictos civilizatorios que expresa esta producción para el devenir de la cultura en la región.
La multiplicidad de tareas y el tesón demostrado en cada una de ellas no ocultan un desgarramiento notable en su subjetividad por esas fechas, que aparece expresado de forma elocuente en su Diario 1974-1983 (Buenos Aires-Montevideo: El Andariego-Trilce, 2008). Es que hacia 1982 ocurre un episodio fatal en su biografía: luego de años de residencia en Estados Unidos, el Servicio de Inmigración le niega la renovación de su visa bajo la insólita acusación de “subversión comunista”. Aunque organiza una campaña continental de denuncia ante el atropello y recibe un amplio apoyo de colegas, instituciones y figuras políticas, Rama no logra torcer la embestida burocrática y es obligado a abandonar el país. Parte entonces rumbo a Francia, en cuya capital se instala junto a Marta Traba y donde vive hasta su muerte, en el trágico accidente de aviación de 1983 en el aeropuerto de Barajas, Madrid.
Este último
exilio acontece de manera desprevenida y despiadada, en una instancia de la
vida de Rama que demanda estabilidad laboral, residencia permanente y una mayor
dedicación a las tareas académicas. Sobre la expulsión se acumulan otros
dolores y frustraciones: la constatación de que, ya sea en Uruguay, Puerto
Rico, Venezuela o los Estados Unidos, el poder político juega de manera
arbitraria con los sujetos de acuerdo con sus opacos intereses; la ingenuidad,
impotencia, complicidad o conveniencia de los intelectuales ante estos mismos
poderes, que los usan y los desechan; la fatal caída en una espiral de ataques,
difamaciones y venganzas ideológicas entre colegas; la dificultad de quitarse
de encima el aura de militante procubano que parecía portar dentro y fuera de
América Latina,
a pesar de su distanciamiento de la isla tras
el caso Padilla.
El “Agradecimiento” de La ciudad letrada presenta referencias explícitas y veladas a esta situación tan dramática, que pareciera sobredeterminar la diatriba antiintelectual y la condena ahistórica contra los letrados latinoamericanos. Sin embargo, leído con atención, el ensayo presenta aristas que difieren de la entonación pesimista central. Algunas de ellas han sido subrayadas por Gorelik en el prólogo, sobre todo en relación con los últimos capítulos. Otras han sido anotadas por autores como Javier García Liendo, quien ha destacado el impacto del surgimiento de un público lector en la función de los intelectuales, cuyas prácticas –de cara a los nuevos mercados, técnicas, espacios y circuitos– se transforman y diversifican de forma sustancial.[2] La opción del ensayo como forma, en su carácter de género de creación, fundamenta estas lecturas que van más allá de los sentidos establecidos y evidentes de La ciudad letrada y permiten entrever la inestabilidad y tensión que la situación del intelectual en la sociedad contemporánea presenta en el pensamiento de Ángel Rama hacia 1983. Un camino complementario para tal tentativa implica ir hacia atrás y recuperar una de sus reflexiones más sustantivas sobre las enseñanzas y desafíos implicados en la cruel experiencia del exilio.
Letrados e intelectuales tras la derrota
En 1978, Ángel Rama publica en la revista Nueva Sociedad su famoso texto “La riesgosa navegación del escritor exiliado”, un clásico en la reflexión sobre la diáspora latinoamericana de la década del setenta. Además de intentar narrar y problematizar la experiencia de su generación, el crítico se explaya sobre lo que él denomina como “literatura de derrotados”: un tipo de producción intelectual que prosigue tras una derrota histórica colosal. Se trasluce aquí una idea de catástrofe, que arrasa con los usuales diagnósticos y programas y que impulsa a los escritores a pensar y problematizar a través de sus obras los motivos, posibilidades, balances de las etapas históricas cerradas. Por reflejo, solemos asociar la noción de derrota con la de pesimismo. No obstante, el crítico enfatiza que lo particular de estas creaciones es que buscan entender lo sucedido bajo una perspectiva menos urgente y más equilibrada con respecto a los juicios, las tareas y los objetivos. Es, por lo tanto, una elaboración superadora, que permite imaginar un futuro posible a partir de un análisis sin complacencias ni idealizaciones sobre los pasos previos y las posibilidades reales de cambio. Explica Rama: “Porque una literatura de derrotados no es forzosamente una renuncia al proyecto transformador, sino un paréntesis interrogativo que permite avizorar los conflictos en su mayor latitud”.[3]
La idea del paréntesis interrogativo es fértil para revisitar los últimos años de trabajo del crítico. Podríamos pensar que en este proceso de suspensión de certidumbres y necesidad de cabales balances se dan varias vueltas sobre algunos de sus objetos de estudio favoritos. El surgimiento y la significación de la “nueva novela latinoamericana”, los procesos culturales en los que se inserta el modernismo, el sentido del proyecto intelectual de Arguedas, los caminos de la crítica latinoamericana son algunos de los tópicos que Rama retoma, corrige, reformula a partir de textos e intuiciones previas. Lo hace a la luz de una derrota que es generacional, pero también individual: a la crisis de los proyectos emancipadores y la imposición de las dictaduras en el Cono Sur, se le suman las esquirlas del último exilio.
En La ciudad letrada, uno de los signos de la debacle histórica aparece cifrado en torno a 1973. Al periodizar lo que él denomina “la modernización latinoamericana”, la fecha aparece como una delimitación temporal que indica “una nueva ruptura mundial” (p. 202). De forma más nítida, Rama refiere a un “catastrófico período que se abre hacia 1973 y que solo diez años después ha desvelado su insostenible gravedad” (p. 168). El umbral histórico entonces se fija sobre ese fatídico año, en el que una catástrofe parece arrasar las esperanzas de liberación y desarrollo de América Latina. Quizás deberíamos hallar en estas alusiones y en otras dispersas por la obra la conocida propuesta de Rama de que La ciudad letrada pase de la historia cultural a la “cuasi biografía” (p. 168): además de la crisis mundial y el inicio de una nueva etapa de contrarrevolución en América Latina, 1973 también alude al inicio de la dictadura uruguaya y la decisiva transformación de su migración voluntaria en un exilio político que ya no le permitirá volver a su patria. Por lo tanto, si bien el viraje queda postergado y finalmente no podemos leer qué fue de la ciudad letrada hacia mediados de siglo, sí podemos afirmar que el texto fija su punto de vista, de manera consciente y programática, tras el abismo de los setenta. A él Rama se asoma años después para terminar por afiliarse a la literatura de derrotados, producida desde el exilio, pero obsesionada por entender qué pasó y cómo proseguir.
Entonces, la
autoinculpación letrada de la obra se encuadra en esta exploración acerca de
las causas de un fracaso que es colectivo, pero también autobiográfico. Pero si
el paréntesis interrogativo entraña también actitud comprometida y visos de
esperanza, entonces deberíamos también poder registrar tales inflexiones en la
obra. Las hay, en efecto, principalmente hacia los últimos capítulos, cuando el
letrado tradicional se transforma en un intelectual que opera en un mercado de
bienes y capitales, en una sociedad politizada que se masifica y que abre un
nuevo horizonte hacia intervenciones más despegadas de la sombra colonial del
Estado. Ahora bien, es justo reconocer que esta parte de la argumentación está
apenas desarrollada, lo que justifica que el libro haya sido leído sobre todo
como un ejercicio de autocrítica, que destila escepticismo y desencanto. En ese
sentido, la reivindicación de la función histórica y social de los intelectuales
se descubre mejor en otros trabajos contemporáneos de Ángel Rama, como “Un
pueblo en marcha”, el prólogo que escribe para un volumen de ensayos
latinoamericanos, publicado en Alemania hacia 1982, o en “Algunas sugerencias
de trabajo para una aventura intelectual de integración”, la ponencia que
presenta en el encuentro
de Campinas.[4]
Si La ciudad letrada forma parte entonces de un amplio balance histórico, elaborado hacia 1983, es posible entrever en los resquicios, torsiones e incertidumbres de sus capítulos finales no solo una interrupción arbitraria, sino una apuesta abierta e inacabada. El ensayo, entonces, implica una especulación que cuestiona, pero no condena; que fustiga, pero no cancela. Ángel Rama, desde su último exilio, analiza la tradición letrada latinoamericana, sus miserias y complicidades, y reflexiona, luego de las catástrofes, sobre el nuevo rol de los intelectuales en una sociedad radicalmente transformada. o
[1] Véase Facundo Gómez, Por una crítica latinoamericanista: la praxis intelectual de Ángel Rama, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires, 2019.
[2] Véase Javier García Liendo, El intelectual y la cultura de masas. Argumentos latinoamericanos en torno a Ángel Rama y José María Arguedas, West Lafayette/Indiana, Purdue University, 2017.
[3] Ángel Rama, “La riesgosa navegación del escritor exiliado”, Nueva Sociedad, n° 35, marzo-abril de 1978, p. 13.
[4] La versión original de “Un pueblo en marcha” ha sido recuperada a partir del hallazgo del manuscrito en el archivo personal del crítico y fue incluida en el volumen de ensayos latinoamericanistas de Ángel Rama titulado América Latina, un pueblo en marcha (Biblioteca Básica Latinoamericana/Fundación Darcy Ribeiro, 2022). Por otro lado, “Algunas sugerencias de trabajo para una aventura intelectual de integración” forma parte de La literatura latinoamericana como proceso (Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1985), el libro editado por Ana Pizarro que recupera los debates del encuentro de Campinas.