La seducción de un clásico: Os bestializados

Hilda Sabato

Universidad de Buenos Aires / conicet

Sobre Os bestializados. O Rio de Janeiro e a república que não foi. San Pablo, Companhia das Letras, 1987.

“Sou do mundo, sou Minas Gerais”: Con esta letra de Milton Nascimento, José Murilo de Carvalho inicia el prólogo de su exquisito volumen Pontos e bordados. Escritos de história e política.[1] Cinco palabras que retoma con refinada ironía para dar cuenta de las coordenadas vitales e intelectuales de su trayectoria. En esa contenida fórmula, llama la atención una ausencia, el Brasil, que sin embargo ocupa toda su obra, quizás como eslabón inevitable entre Minas y el mundo. Así, libros, artículos, notas y reflexiones ensayan una y otra vez interrogar el pasado, dar sentido a la historia de su país, prolongada en el presente que le tocó vivir. Pasión y distanciamiento, enojos y conciliaciones impulsan sus exploraciones de una realidad que, en cada vuelta, le ofrece nuevos interrogantes y desafíos.

Os bestializados. O Rio de Janeiro e a república que não foi,[2] publicado en 1987, representa un momento particular en ese recorrido, pues marca un giro en cuanto a sus preguntas y abordajes previos en una dirección que habría de profundizar en la década siguiente. Ese viraje suele señalarse cuando se revisa la obra de Murilo (así lo llamábamos), confirmado en diversas entrevistas por sus propias palabras, como estas pronunciadas en 2016, cuando señala su pasaje “del estudio de la formación del Estado, de las élites y de las políticas de gobierno, al estudio del pueblo y de la nación…”.[3] No se trata, sin embargo, de un punto de llegada definitivo sino apenas de una estación en su sostenida búsqueda por entender el Brasil. En este caso, el nuevo foco implica no solo la atención ahora puesta sobre “el pueblo”, sino también un cambio en el tiempo, del Imperio a los inicios de la República; una variación en el espacio, con centro en la ciudad de Río de Janeiro, y, en función de todo ello, la incorporación de distintas perspectivas de análisis en el cruce de historias: política, intelectual, social, cultural. Mientras la primera parte de su trayectoria lleva la impronta de su formación sistemática en la ciencia política que se cultivaba por entonces en la academia norteamericana y en especial en la Universidad de Stanford, donde había cursado su doctorado, en la década de 1980 se abrió a las novedades que por entonces agitaban los debates en las ciencias sociales y las humanidades, para incorporar a sus estudios del pasado las perspectivas que ofrecían la antropología, la lingüística, la historia intelectual, y la sociología urbana y de la cultura, entre otros campos del saber. Estamos, pues, ante un libro que ensaya caminos nuevos tanto dentro de su propia trayectoria como en el contexto más amplio de la historiografía entonces predominante. En un momento en que estaban madurando cambios importantes en el abordaje de la vida política, sobre todo del largo siglo xix, Os bestializados entró en sintonía con esas novedades y contribuyó creativamente a la renovación del campo, especialmente en América Latina.

El pueblo en la República

Ya el título de la obra es impactante. La fórmula de un pueblo “bestializado” fue acuñada por Aristides Lobo, en una carta publicada en la prensa no bien producida la proclamación formal de la República brasileña, el 15 de noviembre de 1889. Con ella, daba cuenta de su percepción respecto de un evento “de color puramente militar”, sin colaboración civil y al cual “el pueblo asistió… bestializado, atónito, sorprendido, sin saber lo que significaba”.[4] Y Murilo la recupera para enunciar el interrogante clave de su pesquisa, referido a “la concepción y la práctica de la ciudadanía política entre nosotros…”. Se trata –nos dice– “del problema de la relación entre el ciudadano y el Estado, el ciudadano y el sistema político, el ciudadano y su propia actividad política” (p. 10). Encuentra en la observación de Lobo y en las de otros contemporáneos que iban en una dirección semejante el punto de partida para abordar esa cuestión, que será el eje de este libro y seguirá luego en el centro de sus reflexiones. La transición entre Imperio y República resulta un momento clave en ese sentido, y Río de Janeiro, capital nacional en rápida transformación, se presenta como un observatorio privilegiado de la vida política y, en particular, del lugar de pueblo en ese tránsito. Así, a lo largo de doscientas apretadas páginas, el libro avanza en forma envolvente, hasta alcanzar el núcleo de su argumento: el pueblo de Río desarrolló formas de participación social y política propias, vigorosas estructuras de acción colectiva que no respondían a los modelos esperados de ciudadanía republicana, pero a su vez muy alejadas de aquellas imágenes de un pueblo inerme, impotente, “bestializado”, acuñadas en los años del cambio de régimen.

De esta manera, Murilo se introduce en el largo debate que atraviesa la ensayística brasileña sobre la adhesión o la indiferencia del pueblo frente a la República y, en relación con ello, sobre su vínculo con la monarquía en retirada. Pero al mismo tiempo, no se propone intervenir en esa disputa para dirimir sus términos sino que ofrece un abordaje mucho más productivo: la indagación sobre las características del pueblo en el contexto de la transición, los marcos institucionales y conceptuales que operaban como parámetros de su relación con el nuevo régimen y, sobre todo, las formas con que ese pueblo participaba de la vida política en la ciudad, según códigos, prácticas y tradiciones que le eran propios.

Río, ciudad rebelde

En el comienzo de su recorrido está Río de Janeiro, la ciudad que “pasó durante la primera década republicana, por la fase más turbulenta de su existencia” (p. 15). El cambio de régimen político aceleró transformaciones que, en las postrimerías del Imperio, ya estaban en marcha en todos los planos de la vida urbana, desde los aspectos materiales relacionados con el crecimiento de la población, los problemas de infraestructura, las estrecheces de una economía inflacionaria potenciada por la especulación financiera, hasta la puesta en crisis de valores y reglas morales que habían modelado las relaciones sociales por décadas. Estas nuevas realidades, que se sumaban a la abolición de la esclavitud sancionada poco antes, alimentaron un clima creciente de insatisfacción social y protesta política, que puso a la ciudad en ebullición. Todo ello potenciado por el lugar que Río ocupaba en la arquitectura política del país, como capital y principal centro comercial y administrativo, y como fachada de la flamante república. En ese marco, explica Murilo, los sucesivos gobiernos apuntaron a “neutralizar” a la ciudad y sus actores más rebeldes, para lo cual no solo buscaron tejer alianzas hacia el interior del Brasil sino también desactivar el poder municipal en Río y los canales existentes de vinculación de la ciudadanía local con su gobierno. Lejos de cumplir con sus promesas de una mayor intervención popular en los asuntos públicos, la República cerraba puertas y concentraba poder en la cúpula. El pueblo, por su parte, heterogéneo y fragmentado, desplegaba otras formas de participación, conformaba comunidades locales, “repúblicas” que se organizaban por fuera de los marcos oficiales.

Esas prácticas son la materia de los capítulos centrales, previo paso por el mundo de las ideas y las representaciones, esto es, de las formas en que se concebía la ciudadanía en los lenguajes políticos a fines del siglo xix. Así, el segundo capítulo lleva por título “República y ciudadanías”, con un elocuente plural que anuncia la diversidad de propuestas en circulación en torno a esa categoría clave del universo republicano. Representaciones, ideas sistemáticas y mentalidades colectivas se entrecruzan en estas páginas para ofrecer un panorama vigoroso de contraposición y disputa por los sentidos de la ciudadanía. La voluntad disciplinadora del nuevo régimen, que se nutrió de una versión restrictiva de principios e instituciones liberales vigentes ya en el Imperio tardío, limitó las posibilidades de ampliación de derechos civiles y políticos. Frente a ella, surgieron con fuerza otras formas de entender la ciudadanía que confrontaron entre sí y con la versión oficial desde posturas que abrevaban con diversos grados de fidelidad en el republicanismo radical, el positivismo, el anarquismo y el socialismo, entre otras constelaciones ideológicas. Fragmentadas y dispersas, estas manifestaciones no lograron demasiados éxitos concretos en sus planteos de mayor inclusión, pero alimentaron el clima de malestar, indiferencia o rechazo hacia el régimen que primó durante la primera década de la República. Aquí Murilo suma evidencias del distanciamiento entre gobierno y pueblo, a la vez que da cuenta de la diversidad y la riqueza social y cultural de los actores en juego.

Pueblo y ciudadanías

Se llega así al “pueblo” abstracto de la soberanía popular y a los ciudadanos concretos de la Río de Janeiro devenida centro de la República. Visitantes extranjeros y publicistas locales oscilaban entre el diagnóstico de la falta de espíritu público, de la indiferencia del pueblo fluminense, que juzgaban prácticamente inexistente, y la expresión de alarma ante lo que algunos consideraban un exceso de pueblo, cuando hacían su irrupción la protesta y la rebeldía de la multitud, la plebe, fuera de los cánones esperables y expectables. Estas visiones contrapuestas son elocuentes, pues transmiten el desconcierto de los observadores frente a una población que no respondía a sus expectativas y aspiraciones. A su vez, sostiene Murilo, no dicen mucho sobre esa población misma, y a ello dedicará el grueso de los capítulos iii y iv.

En este punto, el libro procede por pasos para identificar algunos rasgos demográficos básicos que refieren a cuestiones nodales a la hora de definir una ciudadanía política: estructura ocupacional, condición nacional, perfil etario, tasa de alfabetización. A partir de esta información, y de la que refiere a la legislación sobre derechos políticos, se recorta un universo de ciudadanía potencial limitada por restricciones de edad, sexo y dependencia personal habituales en los sistemas representativos del siglo xix. En ese contexto, el Brasil imperial había mostrado una extensión del sufragio relativamente amplia para la época, que encontraría un freno, paradójicamente, con la instauración de la República. Así, si bien el nuevo régimen introdujo reformas modernizadoras, como el voto directo para elegir representantes y la baja en la edad para su emisión, al excluir a los analfabetos redujo sustantivamente el umbral de inclusión previo. Como resultado, en comparación con las últimas décadas imperiales, las elecciones de la temprana era republicana mostraron una abrupta disminución de la participación ciudadana. En Río, el 80% de la población quedaba formalmente excluida del derecho de sufragio, mientras entre el 20% restante no eran pocos los que se abstenían de ejercerlo. He aquí la cuestión clave para la interpretación de Murilo, pues esa autoexclusión los convertía formalmente en “ciudadanos inactivos”, ajenos a esa instancia presuntamente decisiva de la vida política en la República. Para la mayoría votar era –así interpreta el historiador– un acto inútil a la vez que peligroso, manejado desde arriba, previsible en sus resultados y que convocaba solamente a una muy pequeña parte del pueblo. No ve allí, sin embargo, indiferencia política o falta de espíritu cívico, sino el resultado de un sistema que tornaba la ciudadanía política en “caricatura” (p. 89).

La contracara: esos mismos ciudadanos devenían “activos” al reaccionar frente a aquellas acciones del Estado y de quienes ejercían el poder que afectaban su vida cotidiana y vulneraban lo que consideraban sus derechos. Aquí Murilo deja de lado el enfoque analítico que preside el resto del libro para narrar un acontecimiento: la revuelta contra la vacuna, en noviembre de 1904. A lo largo de cincuenta páginas convoca diferentes voces, testimonios, documentos policiales, y sobre todo crónicas periodísticas, para construir un relato coral de la protesta. Amplios y diversos sectores de la población se rebelaron contra la disposición oficial que obligaba a vacunarse contra la viruela y establecía penalidades severas a quienes se negaran a hacerlo. La medida fue resistida de inmediato, y mientras el debate público se tornaba cada vez más acalorado, se desataron reacciones violentas que fueron escalando a medida que pasaba el tiempo y el gobierno no daba señales de retroceder. Murilo sigue los acontecimientos día por día, el crescendo a la disputa, las versiones que se iban superponiendo, los actores que se sumaban a la acción por diferentes motivos, las medidas de represión que, a pesar de su intensidad, no lograban frenar el descontento popular. Así el relato mismo provee las claves para una interpretación que da cuenta de la dinámica del hecho, de sus causas y motivaciones múltiples, de sus variados actores y de la intensidad de la participación popular en toda su diversidad. Se trataba de “una revuelta fragmentada en una sociedad fragmentada” (p. 138). Si comenzó como una defensa de derechos civiles vulnerados, pronto se convirtió en un hecho político que buscó, y logró, poner límites a la acción arbitraria del gobierno. No era, por cierto, una acción prevista por las reglas establecidas de la ciudadanía formal, pero mostró el vigor y el dinamismo de una ciudadanía de hecho que desafió a la autoridad.

Esta descripción densa opera como evidencia para desarmar la visión de un Río “sin pueblo”. A la riqueza de fuentes se suma la maestría literaria de Murilo para crear un relato potente de un acontecimiento singular que, sin embargo, aspira a dar cuenta de una realidad que lo contiene y lo excede: la existencia de un pueblo activo compuesto por ciudadanos listos para hacer oír su voz, defender sus derechos, organizarse y actuar colectiva, aunque no unificadamente, cuando se veían amenazados desde el poder. Si la revuelta de la vacuna puede entenderse como un caso límite por la virulencia que alcanzó la reacción popular, al mismo tiempo revela la existencia de un complejo universo de representaciones y prácticas populares originales, propias, no reductibles a los esquemas previstos por los modelos ideales.

El último capítulo está dedicado, precisamente, a explorar indicios de ese universo en el mundo cotidiano de la ciudad. Mientras fracasaban los intentos de movilizar desde arriba, la población intervenía una y otra vez en el espacio público, en asociaciones de distinto tipo, en manifestaciones colectivas y en las fiestas populares, entre otras expresiones de su accionar desde abajo. Pero ¿por qué ese contraste entre una indiferencia persistente a los mecanismos formales de participación política y “el comportamiento participativo en otras esferas de acción” (p. 146)? Para atender a ese interrogante, Murilo cambia de registro discursivo. En clave analítica y a partir de referencias teóricas y comparativas, explora respuestas que no siempre se ensamblan bien con las imágenes polifacéticas desplegadas en las páginas precedentes, pues exceden la capacidad explicativa de las conceptualizaciones propuestas.

De todas maneras, esa incursión por territorios más abstractos permite a Murilo avanzar en una interpretación general que aspira a desarmar la figura del pueblo “bestializado”, y da paso a una conclusión final, vértice del poderoso edificio argumental desplegado hasta allí. En pocas páginas retoma de manera comprimida las líneas maestras de su argumento: la república “que no fue”, consolidada sobre la exclusión popular, y la ciudad “que no tenía ciudadanos”. En contraposición, nos dice, “Impedida de ser república, la ciudad mantenía sus repúblicas, sus nudos de participación social… Estructuras comunitarias que no encajaban en el modelo contractual del liberalismo dominante en la política…”. Sobre esa base se fue construyendo “la identidad colectiva de la ciudad”, una ciudad cuya “capacidad de participación comunitaria” no devino, sin embargo, “en capacidad de participación cívica”. Y dado que la “República no republicanizó la ciudad”, se pregunta si no habrá llegado la hora de que la ciudad busque redefinir a la República, según su propio “modelo participativo” (pp. 163-164).

Un clásico

Esta última invocación al presente nos brinda, quizá, una nueva clave para volver a leer este libro atrapante, que es a la vez un agudo ejercicio de deconstrucción discursiva, un elaborado trabajo de reconstrucción histórica, y una finísima creación literaria con Río de Janeiro y su pueblo como protagonistas. Asimismo, ha sido y sigue siendo una fuente de inspiración e ideas para estudiar la política y su historia. Por una parte, el propio Murilo continuó desde allí para dar forma a otras dos obras fundamentales: A formação das almas. O imaginario da República no Brasil, de 1990,[5] y Desenvolvimiento de la ciudadanía en Brasil, de 1995.[6] Por la otra, Os bestializados tuvo un gran impacto entre historiadores y científicos sociales, en un momento de intensa revisión de las formas de analizar la política del siglo xix, en particular en América Latina. En tiempos de transiciones a la democracia en varios países de la región, la cuestión de la ciudadanía pasó a ocupar un lugar central en la discusión pública. En ese clima, comenzó una tarea de interrogación sistemática de las versiones más tradicionales sobre el pasado del sistema representativo, el sufragio y las elecciones, a la vez que se ampliaba la noción de participación para incorporar dimensiones que hasta entonces no aparecían asociadas a la ciudadanía política. Este concepto extendió así sus fronteras, para atender a múltiples formas de intervención en la esfera pública y política por parte de una población diversa que excedía la figura del ciudadano elector, figura esta que fue, a su vez, objeto de innovadores estudios.

En ese marco, las originales propuestas de José Murilo de Carvalho ejercieron un fuerte atractivo para la renovación historiográfica en la región. Impactó la heterodoxia metodológica de Os bestializados, su rigor analítico combinado con maestría literaria, y la economía de un texto a la vez preciso y desbordante. Así, supo recurrir críticamente a influencias teóricas diversas para dar sentido a un riquísimo material documental, literario, de imágenes, ideas y representaciones sin subsumirlo en un gran relato pero intentando a la vez proponer una interpretación contundente de la historia que quería contar. De esta manera, hizo apuestas fuertes y polémicas, que han sido y siguen siendo insumos decisivos para el debate intelectual y político de nuestro tiempo. Por sobre todo, compuso esta obra estupenda, que se ha convertido en un clásico. o



[1] José Murilo de Carvalho, Pontos e bordados. Escritos de história e política, Belo Horizonte, Editora ufmg, 1987.

 

[2] José Murilo de Carvalho, Os bestializados. O Rio de Janeiro e a república que não foi, San Pablo, Companhia das Letras, 1987.

 

[3] “El largo camino de la ciudadanía en Brasil: entrevista a José Murilo de Carvalho”, a cargo de Natalia López Rico, Meridional. Revista Chilena de Estudios Latinoamericanos, n° 6, abril de 2016, p. 168.

 

[4] https://imagensehistoria.wordpress.com/tema-1-republica-velha/carta-de-aristides-lobo/ (He traducido al castellano esta y las demás citas de su original en portugués).

 

[5] Editado en San Pablo por Companhia das Letras, el libro fue más tarde traducido al castellano y publicado en la Argentina por la Editorial de la Universidad Nacional de Quilmes en 1997.

 

[6] La primera edición salió en castellano por el Fondo de Cultura Económica y el Fideicomiso de Historia de las América de El Colegio de México. Se publicó luego en portugués en el Brasil, donde tuvo numerosas reediciones y una actualización en 2014, con un capítulo agregado para cubrir los últimos diez años de esa historia.