Un fantasma recorre Latinoamérica.
El indio como objeto y sujeto en la obra de Eduardo Galeano
Sinclair Thomson
Universidad de Nueva York
Sombras nada más
La introducción a Las venas abiertas de América Latina empieza con la imagen vampírica de los europeos renacentistas hundiendo sus dientes en la garganta de una América Latina evidentemente indígena. Termina con una alusión metafórica a indígenas víctimas en antiguos sacrificios rituales de la zona circundante a lo que hoy es Bogotá.[1] Luego, el primer capítulo del libro repasa la historia de la conquista y la acumulación primitiva en el Caribe, Mesoamérica, los Andes y la Amazonía, con una letanía de referencias al indio como objeto victimizado, explotado, degradado, desplazado y exterminado. Indudablemente, los pueblos indígenas en las Américas sufrieron violencia, desestructuración y mortandad incalculables. Pero en el libro no nos percatamos de su vitalidad e iniciativa, su reconstitución histórica, sus luchas contra la dominación y las concesiones que ganaron de los colonizadores. Las venas abiertas acuerda con la narrativa indigenista establecida en América Latina en el siglo xx, y con la vieja “leyenda negra” que relata el holocausto indio para condenar la conquista y la colonización españolas. En los capítulos siguientes, los indios están casi ausentes, efectivamente exterminados.[2]
Al final, el libro de Galeano anuncia que “se abren tiempos de rebelión y de cambio”.[3] El acápite escrito siete años después del texto original asevera que “en la historia de los hombres, cada acto de destrucción encuentra su respuesta, tarde o temprano, en un acto de creación”.[4] Las venas abiertas es en sí un gran acto de creación. Pero la historia en el libro es tan negra y negativa que resulta difícil vislumbrar un sujeto histórico colectivo que pueda encarnar la rebelión y la creación. Los indios anulados ciertamente no son tal sujeto.
Trece años después de la publicación original en 1971, Galeano recalcó:
Las venas difunde hechos que muestran que la realidad latinoamericana actual no proviene de ninguna indescifrable maldición. Yo quise explorar la historia para impulsar a hacerla, para ayudar a abrir los espacios de libertad en los que las víctimas del pasado se hacen protagonistas del presente. Me consta que el libro ha sido bastante útil, hasta donde un libro puede serlo en tierras del analfabetismo, miseria y dictaduras: útil para quienes han sufrido el robo del oro y de la plata y del cobre y del petróleo y también el robo de la voz y de la memoria.[5]
Pero si el indio era la víctima original y ejemplar de la historia, no es evidente cómo podría convertirse en protagonista en el presente.
A la debatida lista de los legados del colonialismo en América Latina, habría que agregar los fantasmas. Y entre estos se destacan los fantasmas indios. En un primer sentido, los fantasmas indios son las víctimas de violencia cuyos espíritus siguen aleteando por los márgenes de la vida social, perturbados por su irresuelto fin y perturbando a aquellos que siguen adelante sin ellos. A lo largo de América Latina, se realizan ceremonias populares para aplacar a los espíritus de los malhadados que sufrieron un fin abrupto y violento sin poder transitar naturalmente a una esfera espiritual de paz y descanso. En este caso, se trata de los indios que padecieron la violencia de la conquista y el despojo colonial. Esta especie de fantasma es el indio como objeto. En un segundo sentido, los fantasmas indios son una amenaza al orden constituido, comparable con el movimiento comunista en el uso de Marx. Se trata de un potencial peligro político que perturba al poder. En este caso, los movimientos indígenas del presente representan un desafío a la dominación colonial y la extracción capitalista. Esta especie de fantasma es el indio como sujeto.
Nuestro ensayo plantea que fue el primero de estos
espectros –el indio como objeto– el que prevaleció en la obra temprana de
Galeano y en Las venas abiertas de América Latina, conforme con una
larga tradición indigenista en el pensamiento nacionalista y de izquierda. El
otro espectro –el indio como sujeto– existía como alternativa intelectual y
política en la misma época y lo hallamos en el pensamiento indianista elaborado
por el boliviano Fausto Reinaga. Pero vemos poca
convergencia entre los proyectos de la izquierda y del indianismo en los
primeros trabajos de Galeano de fines de los años sesenta y principios de los
setenta. Este desencuentro inicial iría cambiando en décadas posteriores,
reflejando nuevas relaciones entre los movimientos indígenas y la izquierda
latinoamericana. Pero esa es otra historia.
Tierra maya
Antes de escribir Las venas abiertas, Galeano publicó un libro basado en su viaje por Guatemala durante dos meses en 1967, cuando tenía veintiséis años. Empieza con una ardua caminata hacia el campamento de la guerrilla en la montaña de Guatemala occidental. Su guía es “un indio siempre callado”. Al final del camino, la densa selva se abre y se asoma el cielo en una imagen mítica, teñido de sangre, con un aspecto de violencia pero también de promesa: “Parece que celebrara algo, el cielo. Algo como su propio sacrificio: se le han abierto las venas, amanece”.[6]
Como es el caso de Las venas abiertas, su libro Guatemala, país ocupado otorga a los indios un papel central en los inicios de la narrativa. Pero en clave de la “leyenda negra” y el discurso indigenista, el papel es de derrota y degradación civilizacional:
Cuatro siglos y medio de explotación continua por parte del conquistador y sus hijos no han transcurrido en vano: aplastados por la vida miserable y humillada que han sido obligados a llevar, los descendientes actuales de los quichés y otras tribus mayas han perdido de vista casi por completo los esplendores culturales de su pasado […] Sus antepasados habían creado en épocas remotas grandes obras arquitectónicas, testimonios monumentales de su paso por la historia: los mayas actuales solo construyen sus propias chozas sórdidas […] En la torpe alfarería actual, no quedan rastros de las manos de los viejos maestros.[7]
La narrativa histórica de Galeano empieza a cobrar mayor nitidez con los sucesos de mediados del siglo xx en Guatemala, pero entonces la figura de los indios se vuelve más complicada. El libro no logra reconciliar fácilmente el supuesto declive secular de la población indígena con su accionar político contemporáneo. Según Galeano, “altos muros separan al indio de la historia que lo espera”.[8] Las barreras a la comunicación entre los indios y los guerrilleros que luchan por su emancipación no son solamente lingüísticas, sino resultado del resentimiento racial de siglos y de una concepción religiosa estática, de origen maya pero reforzada por la prédica cristiana, de que la jerarquía social era de orden sagrado. Sin embargo, sigue Galeano, “este pequeño país de indios analfabetos y muertos de hambre” se puso de pie con los gobiernos de Juan José Arévalo (1945-1951) y Jacobo Arbenz (1951-1954). La reforma agraria de este último representó un resurgir de la dignidad maya aniquilada durante siglos.[9]
Cuando Galeano llega al campamento de las Fuerzas Armadas Rebeldes (far) y se entrevista con su jefe, César Montes, los indios salen aún más de la neblina simbólica en el libro y se convierten en un sector sociológico concreto, en factor militar estratégico y en sujetos humanos reales. Generalmente, Montes se refiere a la población rural y a los integrantes de la guerrilla como “campesinos”, pero también se fija en las especificidades étnicas y lingüísticas de las zonas en que las far operaban. Maneja el criterio tanto nacionalista como indigenista de la necesaria incorporación de los indios al Estado-nación, pero no ignora las relaciones sensibles entre indios y ladinos (término para la población mestiza y blanca en Guatemala):
En el curso de nuestras conversaciones, el comandante guerrillero César Montes me dice: “No es un secreto para nadie que el problema campesino en nuestro país se decidirá con la integración de los indígenas, a través de la lucha, a la vida nacional”. Esta es la clave de los tiempos que vienen: el futuro de la revolución guatemalteca depende, en medida determinante, de la actitud de los indios. ¿Qué respuesta darán al desafío del combate que se está librando, ya, en su nombre y en nombre de todos los explotados del país? ¿Reconocerán su propia, perdida voz en la protesta que se expresa a balazos? Algunos indígenas se han integrado a la lucha guerrillera en Guatemala desde sus primeras horas.[10]
Montes relata que, de hecho, las far cuentan con dirigentes indígenas. Uno de ellos fue Emilio Román López –cuyo nombre de guerra era Pascual–, quien ascendió al grado de segundo comandante general antes de su muerte en combate. Ejercía mucha influencia en la zona de las Verapaces y entre los “campesinos indígenas” que migraban para trabajar en la cosecha de café y algodón. Señalando a su entorno, Montes dice a Galeano: “Todos estos compañeros campesinos que ves aquí en el campamento […] son de origen indígena y son católicos, fervientemente católicos”.[11]
Después de la visita personal al campamento en territorio maya, donde los indios empiezan a aparecer en carne propia, se difuminan en la narrativa que abarca la política nacional y la opresión imperial norteamericana. Pero antes de terminar este primer acápite del libro, Galeano no resiste dar al lector otra imagen que vuelve al plano simbólico, al efecto traumático de la conquista y a la figura del indio callado que lo llevó al campamento. La imagen es de mal agüero y termina con una frase ominosa:
Anochece. Hoy ha faltado a la cita el quetzal que había estado visitando a los guerrilleros a esta misma hora en los últimos dos días. Su pecho rojo y su hermosísimo plumaje habían planeado en el centro del trozo de cielo que las montañas dejan ver, todavía iluminado por las últimas luces del día, sobre el campamento. El quetzal es el símbolo nacional de Guatemala: se dice que perdió la voz cuando los mayas fueron derrotados por los españoles. Otros dicen que no la perdió, pero que desde entonces se niega a cantar. El hecho es que cuando lo encierran, muere.[12]
Este
acápite inicial, con su esbozo contradictorio de la población indígena, sirve
para crear metáforas de mayor envergadura. Los indios son sinécdoque de
Guatemala: “Este país dentro del país, esta Guatemala dentro de Guatemala, es
un país vencido, un país roto”. Al mismo tiempo, Guatemala, como país
conquistado, colonizado y dependiente, es sinécdoque de América Latina: “Este
país resume, con trágica claridad, la situación de Latinoamérica entera”. Y,
finalmente, se nota que Galeano está pensando no solo en la situación actual,
sino en una larga dimensión histórica: “En cuanto está ocurriendo en Guatemala,
puede descubrirse el pulso presente de la larga y sufrida historia
latinoamericana, con todo el peso de sus derrotas y la fuerza de sus
esperanzas”.[13]
Evidentemente, en el escritor se estaba gestando un nuevo proyecto, que se
plasmaría en Las venas abiertas.
Otros elementos de Las venas abiertas figuran de antemano en sus escritos de entre enero y marzo de 1970. Galeano redactó una serie de crónicas, esta vez sobre Bolivia, que reflejaban sus preocupaciones políticas y sus viajes por el país en ese momento. Tocando temas como la extracción minera, la dictadura, el imperialismo norteamericano y la dependencia económica, estas crónicas fueron reunidas y publicadas en 1971 en Venezuela como Siete imágenes de Bolivia.
El libro empieza con otro texto –“El imperialismo de nuestros días”, evidentemente escrito por Galeano– como marco introductorio a Siete imágenes. Este ensayo sintetiza los problemas sobresalientes de economía política también encontrados en Las venas abiertas. No faltan citas a André Gunder Frank (el desarrollo del subdesarrollo), Fernando Henrique Cardoso, Raúl Prebisch y otros asociados con el estructuralismo latinoamericano. El ensayo comienza anunciando que el imperialismo en América Latina constituye “un engranaje de conquista, dominación, extorsión y saqueo”, y termina con la metáfora de su nuevo proyecto: “El sistema tiene hoy, en América Latina, las venas tan abiertas como en los lejanos tiempos en que nuestra sangría alimentó la acumulación capitalista necesaria para el desarrollo de Europa”.[14]
En Bolivia, Galeano pasó tres semanas en el gran complejo minero de Llallagua-Catavi-Siglo xx, y se nota que lo cautivaron el ambiente y la profunda dimensión histórica de Potosí. La crónica final del libro –“El esplendor y la caída de Potosí”– contiene varios elementos llamativos que después aparecerán en Las venas abiertas. Entre ellos figuran las descripciones de la opulencia barroca de la gran ciudad y la miseria de los trabajadores que extraían mineral en los socavones del Cerro Rico en el siglo xvii. Encontramos a doña Rosario, la anciana envuelta en su “kilométrico” chal de lana de alpaca, cuya sentencia sobre Potosí se repite en Las venas abiertas: “la ciudad que más ha dado al mundo y la que menos tiene”.[15] Encontramos también otra frase memorable que se reitera en Las venas abiertas: “Potosí, la ciudad boliviana condenada a la nostalgia, atormentada por la miseria y el frío, es todavía una herida abierta del sistema colonial en América: una acusación todavía viva”.[16]
La población indígena está del todo ausente en estos reportajes y reflexiones, salvo en las últimas dos páginas de la crónica final. El título de este último acápite –“Las víctimas”– anuncia el papel relegado que ocupan los indígenas en la historia, según Galeano. El autor asevera que los indios vivían mejor en la época de los inkas y que su explotación por los españoles en el Cerro Rico constituyó un holocausto. Anota que además de su arduo trabajo a pulso y barreta para picar el mineral, debían sacarlo de las minas sobre sus espaldas, siendo mejores bestias de carga que los camélidos andinos. El libro termina con una referencia a la inutilidad de su resistencia, que también se reproduce en Las venas abiertas. En el siglo xx, sostiene Galeano, los indios mastican coca para matar el hambre y para matarse a sí mismos, y queman sus entrañas al beber alcohol puro. Estos actos autodestructivos serían “las estériles revanchas de los condenados”.[17] No hay ninguna señal de conciencia ni de acción política constructiva.
Después de su viaje por el altiplano boliviano, Galeano se dedicó a escribir Las venas abiertas de América Latina y terminó el libro a fines de 1970. En correspondencia con Cedric Belfrage, que ya había traducido al inglés Guatemala, país ocupado y ahora se encargaba de traducir el nuevo libro, Galeano comentó: “Las venas es mucho más complicado, una mezcla de economía política y literatura narrativa”.[18] La imaginación y la prosa narrativa son de hecho impactantes en Las venas abiertas, si bien algunos datos son extravagantes –afirma que ocho millones perecieron en el Cerro Rico de Potosí durante tres siglos, cifra tomada de un popular autor británico del siglo xix–.[19]
Revisemos con mayor detenimiento el punto de partida del libro, en el que la población indoamericana esta vez sí figura en primer plano. El capítulo inicial empieza con Colón, quien, poco después del “descubrimiento”, dirige la represión militar de la población nativa en La Española y la exportación a Sevilla de centenares de presos indios. La conquista en el Caribe se legitima con la lectura del Requerimiento, documento que avalaba actos de guerra, conversión forzada, esclavización y expropiación de bienes de los naturales. La fase primaria en el Caribe termina con el desplome de la población indígena, producto en parte de infanticidios y suicidios en anticipación de un futuro fatal.
Según el autor, una causa estructural profunda del desenlace trágico en el resto de las Américas fue el “desarrollo desigual” entre los invasores y las civilizaciones nativas. La ciencia y la tecnología del mundo europeo en expansión beneficiaron a los conquistadores de decisivas ventajas militares, y los caballos tuvieron un papel clave en los enfrentamientos. Pero, según él, otro factor subjetivo también incidió en el proceso: la población indígena, incluidos sus gobernantes, fue víctima de su propia superstición y terror ante la invasión. Los virus constituyeron otra causa de la derrota de la población americana. Galeano presta poca atención a las divisiones dentro de la sociedad nativa y al decisivo papel de los aliados indígenas que combatieron al lado de los españoles.
Luego el capítulo gira hacia el orden colonial que permitió la extracción de recursos naturales y la producción de enorme riqueza para la metrópoli. Galeano se apoya en su anterior ensayo, “El esplendor y la caída de Potosí”, pero también extiende su visión a las minas de México y desde América hasta Europa. Si bien la corona española fue el beneficiario inmediato de los grandes tesoros del Nuevo Mundo, sus caudales terminaron engrosando las cuentas de los grandes banqueros europeos que habían financiado las guerras de España en el continente. Al final, según Galeano, la acumulación primaria en América y las estructuras de dependencia contribuyeron al desarrollo capitalista en Europa. Al mismo tiempo, sostiene el autor, la porción de la riqueza que fue retenida en el Nuevo Mundo no se invirtió productivamente y no generó amplios mercados internos de consumo.
Galeano reconoce la existencia un extenso cuerpo de leyes coloniales para proteger a la población nativa, pero sostiene que las presiones implacables para explotar la mano de obra indígena ocasionaron un genocidio. Justificaciones ideológicas racistas y el simple desacato de las leyes (“obedezco pero no cumplo”) fueron suficientes para mantener el despojo de tierras y el agobiante sistema laboral.
Si bien el tono general del capítulo es lúgubre, en un momento anuncia que la esperanza de recuperar la dignidad perdida precipitó muchos levantamientos indígenas. El único ejemplo citado, resumido en dos párrafos, es el de Túpac Amaru, que ajustició al corregidor español, abolió el trabajo forzado y encabezó un movimiento revolucionario que cercó la ciudad de Cusco. Sin embargo, Túpac Amaru y sus “guerrilleros” fueron derrotados, quizás por la debilidad de una movilización “mesiánica” y “nostálgica”. La suerte del último descendiente de la dinastía inka fue desgraciada y terminó con el suplicio –en un espectáculo atroz, su cuerpo fue descabezado y descuartizado al igual que el territorio indígena continental–.[20]
El capítulo termina con una reiteración del planteamiento central de que la conquista quebró a las civilizaciones indias y que el racismo y el saqueo de sus recursos, desde el Río Grande hasta la Amazonía y la Patagonia, las han degradado hasta el presente. Aquí otra vez los pueblos originarios operan como sinécdoque: “Los indios han padecido y padecen –síntesis del drama de toda América Latina– la maldición de su propia riqueza”.[21] Por lo general, no fueron expulsados del sistema capitalista, sino que lo padecen en condición victimizada: “Participan, como víctimas, de un orden económico y social donde desempeñan el duro papel de los más explotados entre los explotados”.[22] A partir de este primer capítulo centrado en la violencia colonial, los indios se difuminan en el libro como seres fantasmales.
El diseño de la tapa de la edición uruguaya original de Las venas abiertas refleja sutilmente el contenido del libro (figura 1).[23] Se trata de un collage –forma estética preferida de Galeano– de imágenes históricas yuxtapuestas en cuadros distintos, como si cada elemento ocupara un dominio separado de los otros. Su sentido no es obvio a primera vista, pero una mirada detenida ofrece más luz. Un cuadro muestra a un señor vestido de galera y levita con bastón en la mano, evocando a la élite decimonónica. Otro cuadro muestra a un soldado con casco y fusil, recordando épocas de dictadura en el siglo xx. Otro se asocia con la conquista, mostrando a un caballero vestido para un torneo medieval o del Renacimiento, con su armadura y un casco decorado ostentosamente con su penacho, y montado sobre un caballo que lleva caparazón vistoso. Otro cuadro muestra a una flotilla de vapores de ruedas, como los buques de guerra ingleses o norteamericanos del siglo xix. Un cuadro parece ser de una locomotora primitiva, señalando la Revolución Industrial. Al centro de todos aparece un cuadro con un grabado del artista mexicano José Guadalupe Posada en el que un grupo de esqueletos se divierte en una taberna con trago, música y baile popular.
Si nos fijamos en la relación entre las distintas imágenes, podemos darnos cuenta de que la lanza del conquistador, el fusil del soldado y la mirada del señor burgués apuntan en la dirección de los sujetos populares. Vislumbramos que, por estar al centro de la composición, los esqueletos entregados a sus pasatiempos inocentes están rodeados por fuerzas de clase, fuerzas militares y fuerzas tecnológicas de mucho poder. Los indios no aparecen, pero la figura del conquistador los evoca en su ausencia.
El diseño icónico fue obra del artista uruguayo Horacio Añón, a pedido expreso de Galeano. Sabemos que este, quien tenía formación gráfica, estaba muy atento al arte en sus libros, y siempre se preocupó por aprobar las tapas.[24]
Otra tapa icónica fue la de la primera edición de Las venas abiertas en inglés, publicada por Monthly Review Press en 1973. Pero en este caso el indio sí aparece en primer plano (figura 2). La carátula muestra a un campesino maya tendido muerto sobre una planta de henequén, cuyas hojas, cual espadas punzantes, le atraviesan el cuerpo. La figura del indio recuerda a Jesús clavado en la cruz y la roseta formada por las hojas se parece a los rayos de un sol en el horizonte. La imagen es un grabado en linóleo ejecutado por el artista yucateco Fernando Castro Pacheco en 1950, que lleva el título de Hombre clavado.[25] El grabado es una adaptación de su cuadro El henequén, de 1947.
La imagen simboliza la explotación intensa de los trabajadores mayas y yaquis en las plantaciones del henequén en Yucatán durante el boom de la industria a fines del siglo xix y principios del siglo xx. La demanda internacional de la fibra de la planta, útil en la textilería, convirtió esta especie de agave en el “oro verde” de la región. El periodista y socialista estadounidense John Kenneth Turner denunció el brutal régimen de trabajo y la alta inversión norteamericana en la industria en su libro Barbarous Mexico (1910), que circuló ampliamente y ayudó a deslegitimar al autoritario gobierno mexicano de Porfirio Díaz. En Las venas abiertas, Galeano se apoya en Turner para retratar esta fase de explotación.[26]
La imagen de Castro Pacheco presenta al indio como víctima trágica. Esta visión de victimización es acorde con la larga tradición de la “leyenda negra” y también con la escuela indigenista en América Latina en el siglo xx, y Castro Pacheco es un digno exponente del indigenismo mexicano en las artes plásticas en México. La tapa de Monthly Review Press, entonces, capta muy bien el tono indigenista en Las venas abiertas. Pero en el grabado, el sufrimiento y el sacrificio del indio a la vez lo asemejan a Cristo y llevan un sentido de potencial redención. Este tono también se percibe en la introducción de Las venas abiertas, donde Galeano habla de los “sacrificios fecundos” en la sociedad indígena antigua, muertes rituales con la capacidad de abrir un nuevo tiempo.
No sabemos quién eligió la imagen de Castro Pacheco para la edición estadounidense de Las venas abiertas de América Latina. No podemos constatar que fuera Galeano mismo, ni su traductor Belfrage, que vivía desde hacía tiempo en Cuernavaca. Pero, por la evidencia disponible sobre su costumbre de ocuparse de las tapas de sus libros, es probable que Galeano le haya dado el visto bueno.[27] En todo caso, el sentido transmitido por la imagen sintoniza con el contenido del libro.
En 1970, mientras Galeano terminaba Las venas abiertas, Fausto Reinaga publicó La revolución india, en Bolivia. Se trata de otro libro polémico en su estilo literario, ácido en su crítica del colonialismo, histórico en su orientación y que convocaba a la rebelión y al cambio. Fue un acto de creación que planteaba un proyecto político –el indianismo– que aspiraba a transformar la explotación histórica en revolución futura, al indio objeto en sujeto político y al fantasma en poder sustantivo.
El indianismo iría cobrando fuerza a fines del siglo xx y principios del xxi, y Reinaga fue pionero en el ámbito latinoamericano. En su compilación Utopía y revolución (1981), el antropólogo mexicano Guillermo Bonfil Batalla afirmó de Reinaga: “Es seguramente el intelectual cuya obra ha tenido mayor repercusión en la gestación del pensamiento político [indio] contemporáneo”.[28]
En Bolivia, Reinaga es la vertiente intelectual para dos corrientes importantes –el indianismo y el katarismo– que influyeron en la cultura política y las movilizaciones campesinas e indígenas desde los años setenta hasta principios del siglo xxi. En sus facetas insurgentes, contribuyeron a tumbar dictaduras militares, como la de Natusch Busch en 1979, y el gobierno neoliberal de Sánchez de Lozada en 2003. También abrieron el campo para el gobierno de Evo Morales y el Movimiento al Socialismo (mas) en 2006.
El katarismo tuvo su base en el movimiento sindical campesino y planteaba mirar con dos ojos –criticar tanto al colonialismo interno como al capitalismo– y caminar con dos pies –tanto en la lucha étnica como en la lucha de clases–. Por tanto, los kataristas colaboraron con las organizaciones partidarias de izquierda en aras de transformar la nación.
El indianismo, en cambio, rechazó a la izquierda como otra manifestación del colonialismo interno, y Reinaga se peleó intensamente con ella. Reinaga era de una generación anterior a la de Galeano. Se formó en el marxismo en los años treinta, participó en el ala izquierda del nacionalismo revolucionario en los cuarenta, y viajó con grandes sueños a la Unión Soviética a fines de los cincuenta. Su hijo Ramiro recibió entrenamiento militar en Cuba y su sobrino Aniceto cayó en la guerrilla del Che, a quien Reinaga respetaba, al estilo hegeliano, como encarnación del ideal de la historia. Pero sus experiencias con la revolución nacional y la izquierda boliviana dejaron a Reinaga decepcionado y amargado y, por tanto, arremetió fuertemente contra la izquierda desde los años sesenta hasta su fallecimiento en 1994. Según él, la izquierda partidaria y también la sindical siempre subordinaban a los indios, de manera colonial, en sus organizaciones y proyectos políticos.
La importancia principal de Reinaga es que su obra simboliza la transición histórica desde el indigenismo al indianismo. Se había formado en el indigenismo más radical de los peruanos, el de José Carlos Mariátegui, Luis Valcárcel y José Uriel García. Pero su meta era superar la representación criollo-mestiza del indio para asumir una voz y plasmar un poder indio propio.[29] Según Reinaga:
El indigenismo fue una idea pura de reivindicación. El indianismo es una fuerza política de liberación. Es más. El indigenismo fue un movimiento del cholaje blanco-mestizo, en tanto que el indianismo es un movimiento indio, un movimiento indio revolucionario, que no desea asimilarse a nadie; se propone liberarse.[30]
Si bien Galeano viajó a Bolivia a principios de 1970, estuvo en los centros mineros, no en la provincia rural de Sicasica, donde emergía el sindicalismo campesino katarista, ni en los círculos urbanos de La Paz en que Reinaga tertuliaba con jóvenes intelectuales y activistas aymaras. Por lo que hemos podido averiguar, a pesar de su relativa contemporaneidad y sus puntos de convergencia en la crítica del colonialismo, Reinaga y Galeano no se conocieron y no se leyeron.[31] Semejantes brechas y tensiones entre la izquierda y los intelectuales y movimientos indígenas se pueden hallar en otros casos y en otras partes de la región.
En la obra posterior de Galeano, vemos un paulatino pero progresivo reconocimiento de los indios como sujetos políticos. En su producción inicial, los indios apenas figuran y cuando aparecen, como en Las venas abiertas, una visión indigenista y de “leyenda negra” tiende a reducirlos a objetos de explotación. Su visión se vuelve más compleja a partir de la década de 1980, con los variopintos relatos históricos de Memoria del fuego y su ensayo “El tigre azul y la tierra prometida”, anticipando el quincentenario de la incursión europea en América. Los indios como sujeto político propio irrumpen con más fuerza en sus escritos a raíz del zapatismo en Chiapas en 1994 y las insurgencias indígenas y populares en Bolivia a partir del 2000. El gobierno de Evo Morales y el mas, aspecto clave de la Marea Rosa en Sudamérica, fortaleció en Galeano una postura distinta a la inicial. Las influencias de Galeano sobre los movimientos indios desde México hasta los Andes no son tan fáciles de comprobar, pero las influencias de los movimientos indios sobre Galeano se dejan ver claramente en la evolución de su imaginario político y su expresión literaria.
La crítica del colonialismo histórico y contemporáneo ha constituido un principal punto de convergencia entre pensadores como Galeano y Reinaga, y entre las luchas de la izquierda y los pueblos indígenas en América Latina. Como otros autores anticoloniales en distintas partes del planeta, Galeano y Reinaga identificaron un mal que proviene originalmente de afuera, de la enajenación, y que luego carcome por dentro, en lo propio. Pero las relaciones internas de poder han constituido un punto de recurrente tensión y desarticulación. La línea entre un bloque nacional-popular y un régimen de colonialismo interno no es siempre clara, y cuando se vuelve muy borrosa desestabiliza las efímeras pero constructivas alianzas entre izquierda y pueblos indígenas convertidos de objetos en sujetos políticos.
La violencia contra seres inocentes o desdichados deja fantasmas en la conciencia, pero esos fantasmas no son sujetos plenos. Desde el indigenismo –siguiendo el principio “El indio no puede representarse. Tiene que ser representado”–, artistas e intelectuales han asumido la tarea de hablar por los indios, manifestando su conciencia inquieta y su compasión. Pero cuando los fantasmas se encarnan en sujetos plenos, de carne y hueso, dejan de ser tan mudos e invisibles. En el caso de los movimientos originarios en nuestro tiempo, los seres imaginados pueden muy bien no obedecer a las expectativas indigenistas o a los proyectos de poder de la izquierda criollo-mestiza. De ahí que se puedan dar relaciones históricas complejas y alternancias entre encuentro y desencuentro.
Terminamos con un punto de encuentro: Marx dijo que los muertos deberían enterrar a los muertos y los revolucionarios deberían dejar de conjurar los espíritus del pasado para sus luchas. Pero ni Galeano ni Reinaga ni los pueblos originarios ni la izquierda han tomado su consejo. Al inicio de Las venas abiertas, Galeano citaba a los antepasados muiscas en las mesetas de la Bogotá precolonial para hablar de la fecundidad de las muertes sacrificiales que abren nuevos ciclos vitales. Durante las campañas para el juicio al expresidente boliviano Gonzalo Sánchez de Lozada por genocidio, campañas que unían a sectores aymaras, plebeyos urbanos y críticos del neoliberalismo, se pudo ver un afiche que rezaba: “Vivos, con la fuerza de nuestros muertos”.[32] o
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[1] Eduardo Galeano, Las venas abiertas de América Latina [1971] (70.ª edición revisada y corregida), México, Siglo XXI, 2004, pp. 15 y 23.
[2] El ensayo emplea el polivalente término indio no solamente porque era categoría común en el discurso de los actores del período en cuestión, sino como categoría política reivindicada hasta hoy por el indianismo latinoamericano.
[3] Galeano, Las venas abiertas, p. 337.
[4] Ibid., p. 363.
[5] Eduardo Galeano, “Apuntes para un auto-retrato” [1983], en Eduardo Galeano, Nosotros decimos no. Crónicas 1963-1988, Madrid, Siglo XXI, 1989, p. 316; el énfasis es mío.
[6] Eduardo Galeano, Guatemala, país ocupado, México, Nuestro Tiempo, 1967, p. 12.
[7] Ibid., pp. 26-27.
[8] Ibid., p. 33.
[9] Ibid., pp. 33-38.
[10] Ibid., p. 27.
[11] Ibid., pp. 20 y 28-29.
[12] Ibid., pp. 23-24.
[13] Ibid., p. 95.
[14] Eduardo Galeano, Siete imágenes de Bolivia, Caracas, Salvador de la Plaza, 1971, pp. 6 y 27. El libro nunca fue reeditado y es de difícil acceso. El ensayo “El imperialismo en nuestros días” (con un ligero cambio de preposición) también salió con Servicio Colombiano de Comunicación Social en julio de 1974, en formato de catorce páginas, según Roberto Jiménez (América Latina y el mundo desarrollado, con una bibliografía comentada sobre relaciones de dependencia, con colaboración de P. Zaballos, Caracas, Universidad Católica Andrés Bello, 1977, p. 129). Las notas al pie de página indican que el ensayo fue redactado en algún momento después de enero de 1970.
[15] Galeano, Siete imágenes, p. 78.
[16] Ibid., p. 82.
[17] Ibid., p. 91.
[18] Carta de Eduardo Galeano a Cedric Belfrage, Montevideo, 17 de diciembre de 1971, Tamiment Library (New York University), Cedric Belfrage Collection (Collection 143), Box 4, Folder 2 (Eduardo Galeano correspondence, 1972-1988).
[19] Galeano, Las venas abiertas, p. 59. La fuente es Josiah Conder, The Modern Traveller. A Description, Geographical, Historical, and Topographical, of the Various Countries of the Globe, in Thirty Volumes, Londres, James Duncan, 1830, vol. 28, p. 27. El mismo Conder reconoció que la cifra era exagerada (véanse pp. 27 y 29). Galeano había empleado esta misma cifra en Siete imágenes de Bolivia, p. 89.
[20] Galeano, Las venas abiertas, pp. 65-66.
[21] Ibid., p. 69.
[22] Ibid., pp. 71-72.
[23] La edición uruguaya de diciembre de 1971 fue publicada por la Universidad de la República, en Montevideo, como el número 16 de la Colección Historia y Cultura del Departamento de Publicaciones.
[24] Román Cortázar, quien realiza un estudio sobre el trabajo de Galeano, indicó lo mismo en su ponencia para el congreso sobre los cincuenta años de Las venas abiertas (véase el panel en línea en https://udelar.edu.uy/portal/2021/05/jornadas-las-venas-abiertas-de-america-latina-50-anos-despues/) y en comunicación personal (6 de junio de 2022). Mark Fried, traductor de numerosos libros de Galeano al inglés, confirmó este hecho en comunicación personal (31 de enero de 2022). Agradezco a los dos por la información.
[25] Un
ejemplar del grabado se encuentra en la colección McNay
(véase https://collection.mcnayart.org/objects/22325/
hombre-clavado-pierced-man).
[26] Galeano, Las venas abiertas, pp. 70, 85 y 158-159. Esta historia yucateca vuelve a aparecer en Galeano, Memoria del fuego (México, Siglo XXI, 1982-1986, 3 tomos).
[27] No he encontrado referencia a la tapa en el archivo de Belfrage, que incluye su correspondencia con Galeano y con Monthly Review Press. La casa editorial me confirmó que no guarda material de cincuenta años atrás. Román Cortázar (comunicación personal, 6 de junio de 2022) tuvo la gentileza de averiguar el tema y llegó a la conclusión de que Galeano probablemente hubiera visto y asentido el diseño, aunque también opinó que “es un poco dramático, a la luz de los gustos de Eduardo”.
[28] Citado en Gustavo Cruz, Los senderos de Fausto Reinaga. Filosofía de un pensamiento indio, prólogo de Silvia Rivera Cusicanqui y umbral de Hilda Reinaga, La Paz, cides/Plural, 2013, p. 313. Véase también el elogio de Bonfil Batalla a Reinaga en su correspondencia, reproducida en Fabiola Escárzaga (comp.), Indianismos. La correspondencia de Fausto Reinaga con Guillermo Carnero Hoke y Guillermo Bonfil Batalla, La Paz, Centro de Estudios Andinos y Mesoamericanos/Fundación Amaútica “Fausto Reinaga”, 2014, p. 325.
[29] Sinclair Thomson, “El vuelco de los tiempos. La ruptura indianista de Fausto Reinaga”, en F. Reinaga, La revolución india [1970], edición 50 aniversario, La Paz, Fundación Amaútica “Fausto Reinaga”/La Mirada Salvaje, 2020.
[30] Reinaga, La revolución india, p. 136.
[31] Comunicación personal de Hilda Reinaga (20 de junio de 2021), sobrina de Fausto y mano derecha para sus publicaciones, a quien agradezco por compartir su conocimiento sobre este punto.
[32] Agradezco a Luis A. Gómez, autor de El Alto de pie, La Paz, IndyMedia Bolivia/Fundación Abril/HdP, 2004, por la referencia (comunicación personal, 24 de junio de 2021).