La tesis de la
“herencia colonial”
y los historiadores latinoamericanos
Del liberalismo romántico a la nueva economía
institucional
María Inés Moraes
fcea-Universidad de la República
Es muy antigua y conocida la idea de que el pasado colonial
de América Latina constituye una suerte de herencia maldita, un legado
pernicioso que ha condicionado y sigue condicionando el destino de los pueblos
de la región. Nacida en la ensayística política de los inicios del siglo xix, la tesis pasó tempranamente al
ámbito de la historiografía desde los orígenes de la profesión en América
Latina y ha viajado en el tiempo, por así decirlo, con diversos avatares
historiográficos hasta el presente. Por fuera del campo profesional de los
historiadores, Las venas abiertas de América Latina, de Eduardo Galeano,
configura posiblemente la más intensa y difundida versión de esa tesis.
Este artículo propone una reflexión
desde el campo de la historiografía. Hilvana un conjunto de observaciones sobre
la forma en que la tesis de la “herencia colonial” se ha manifestado desde el
temprano siglo xix hasta el
temprano siglo xxi, analizando
tres momentos específicos de su viaje en el tiempo: el momento fundacional,
situado en las décadas de 1830-1840; el momento dependentista, situado
entre 1960-1980; y el momento neoinstitucionalista, desde el año 2000
hasta el presente. El artículo concluye con una reflexión y un balance sobre la
herencia historiográfica de la tesis de la “herencia colonial” al cabo de dos
siglos.
En un ensayo en el que pasa revista a diversas
reflexiones sobre el subdesarrollo latinoamericano, Carlos Real de Azúa (1975)
destacó tres argumentos, o tres núcleos interpretativos recurrentes, en la
historia del pensamiento sobre las desdichas regionales desde el siglo xix hasta el presente, que
respectivamente identificó como las tesis de “la rémora”, “la culpa” y “la
conjura”.[1]
El argumento de la rémora alude a la
existencia de un factor, o complejo de factores, que impide el movimiento hacia
adelante de las sociedades latinoamericanas; evoca la imagen de una suerte de
pecado original que viene del pasado y permanece adherido al presente lastrando
su progreso. En la visión de Real de Azúa, la tesis de la “herencia colonial”
configura la primera manifestación del argumento de la rémora, cuya filiación
remite a los tormentosos años de 1830-1850, en la pluma del grupo de
intelectuales argentinos, chilenos y uruguayos formado en la región más austral
de América del Sur a raíz del exilio, primero en Montevideo y luego en Chile,
de un conjunto de escritores argentinos adversarios de Juan Manuel de Rosas:
Esteban Echeverría, Juan Bautista Alberdi, Vicente Fidel López, Bartolomé Mitre
y Domingo Sarmiento. Tras fundar la sociedad civil a la que llamaron Asociación
de Mayo e iniciar una intensa actividad proselitista y literaria, se vieron
empujados al exilio por su enemistad con el régimen de Rosas en 1838. Durante
la sostenida actividad política y periodística que desplegaron durante los
siguientes casi tres lustros, primero en Montevideo y luego en Santiago de
Chile, los argentinos interactuaron con figuras locales como el uruguayo Andrés
Lamas y los chilenos José Victorino Lastarria y Francisco Bilbao. Aunque
después de la derrota del rosismo en 1852 los contornos de aquella original
comunidad de ideas se volvieron completamente difusos, hasta entonces formaron
una enérgica red de liberales del Cono Sur por donde circularon versiones más o
menos contradictorias de liberalismo doctrinario, romanticismo y socialismo
saint-simoniano. Ya en el texto que ofició de manifiesto inaugural del núcleo
argentino en 1837 aparecía el pasado colonial como una monstruosa estructura
oscurantista:
La revolución americana, como todas las grandes revoluciones del mundo,
ocupada exclusivamente en derribar el edificio gótico labrado en siglos de
ignorancia por la tiranía y la fuerza, no tuvo tiempo ni reposo bastante para
reedificar otro nuevo…[2]
La condena del pasado colonial cobró en la pluma de
estos actores la forma de una argumentada condena general a la cultura
española. En 1838, Juan Bautista Alberdi afirmaba que “es evidente que aún
conservamos infinitos restos del régimen colonial” y que “los españoles nos
habían dado el despotismo en sus costumbres obscuras y miserables”. En un
contraste que sería luego repetido muchas veces, sostenía que “la libertad de
la Inglaterra vive en sus costumbres, como la esclavitud española vive en las
costumbres de los españoles”.[3]
En 1844, José Victorino Lastarria
presentó en la Universidad de Chile su memoria Investigaciones sobre la
influencia social de la Conquista y del sistema colonial de los españoles en
Chile, donde, tras caracterizar los aspectos singulares de la conquista
española en esa región andina, enumeró a lo largo de ciento cuarenta páginas un
implacable inventario de defectos del sistema colonial. Concluyó que “el pueblo
de Chile bajo la influencia del sistema administrativo colonial estaba profundamente
envilecido, reducido a una completa anonadación, sin poseer una sola virtud
social […] porque sus instituciones políticas estaban calculadas para formar
esclavos”.[4]
Ese mismo año, Francisco Bilbao
publicó en Santiago de Chile un texto que habría de provocar un sonado episodio
de censura y requisa, que se iniciaba con la siguiente frase: “Nuestro pasado
es la España. La España es la Edad Media. La Edad Media se componía en alma y
cuerpo del catolicismo y la feudalidad”.[5] Años después y ya convertido en una figura legendaria, desarrolló su
propia narrativa sobre la herencia colonial en El evangelio americano,
de 1864, donde afirma:
La España conquistó la América. Los ingleses colonizaron el norte. Con la
España vino el catolicismo, la monarquía, la feudalidad, la inquisición, el
aislamiento, el silencio, la depravación, y el genio de la intolerancia
exterminadora, la sociabilidad de la obediencia ciega. Con los ingleses vino la
corriente liberal de la reforma: la ley del individualismo soberano, pensador y
trabajador en completa libertad. ¿Cuál ha sido el resultado? Al norte, los
Estados Unidos, la primera de las naciones antiguas y modernas. Al sur, los
Estados Des-Unidos, cuyo progreso consiste en desespañolizarse.[6]
La representación que elaboró este grupo de
intelectuales rioplatenses y chilenos de lo que había sido el imperio español
en América no hizo sino recoger la tradición antiespañola sentada originalmente
por la “leyenda negra”, el relato construido por las potencias europeas rivales
de la corona española a partir de la Reforma. Aunque nacida de una operación de
propaganda política del siglo xvii,
en su tránsito temporal la leyenda negra maridó muy bien con el racionalismo y
el secularismo de la Ilustración del siglo xviii
y se convirtió en un tópico de amplia circulación en Europa y en América.
Consistía en un argumento simplista que contrastaba los horrores de la
colonización española con las bondades de la colonización inglesa en América,
mediante una serie de relatos que presentaban a las colonias hispanoamericanas
como regidas por el oscurantismo religioso, el analfabetismo y la explotación
salvaje de los indígenas, en contraste con la experiencia impulsada por
Inglaterra en sus colonias americanas, que eran presentadas como un modelo de
libertad religiosa, convivencia pacífica (sin mencionar a los nativos
americanos ni a los africanos esclavizados) y autogobierno.[7]
Los jóvenes del 37 se sumaban así a
una importante y fundacional tarea intelectual emprendida por las élites
letradas de las diversas repúblicas hispanoamericanas (en marcado contraste con
sus pares de Brasil en la misma época), consistente en establecer una
discontinuidad definitiva entre un pasado colonial que se consideró nefasto y
un presente nacido de la revolución emancipadora, concebida como el punto de
partida de una nueva era. Construir esa discontinuidad implicó mecanismos de
selección y olvido, en un proceso de verdadera reinvención del pasado que está
siendo minuciosamente documentado por estudios recientes.[8]
Esta primera formulación del
argumento de la rémora ciertamente no interactuó propiamente con una comunidad
de historiadores profesionales, que todavía no había nacido.[9] De hecho, correspondió a destacados exintegrantes del grupo romántico-liberal,
como José V. Lastarria, Andrés Lamas, Vicente Fidel López, Domingo Sarmiento y,
célebremente, Bartolomé Mitre, fundar en sus respectivos países después de 1850
las primeras instituciones dedicadas al estudio de la historia y escribir las primeras
obras de historiografía moderna, con el objetivo de dotar a los nuevos Estados
nacionales emergentes de un pasado en el que fundar sus contornos identitarios.
Nacida con el objetivo principal de narrar el pasado de esas comunidades
todavía no del todo imaginadas que eran sus naciones, la tradición
historiográfica que se desarrolló a partir de 1860 tuvo como tema central la
revolución emancipadora, reconocida como episodio religante por encima de los
enfrentamientos políticos y militares posteriores. En el marco de ese programa,
el pasado colonial estaba llamado a ocupar un lugar diferente del que había
ocupado en los textos de los románticos-liberales.
Como señaló Fernando Devoto al
analizar los casos de la Argentina y Uruguay, el pasado colonial fue rescatado
como el escenario donde se manifestaron de manera prefigurada los caracteres
esenciales de cada nación a través de una geografía de contornos precisos (que
anticipaba el futuro territorio nacional), unas comunidades indígenas
autóctonas, valientes y aguerridas (que anticipaban la figura de unos
ciudadanos amantes de la libertad y la independencia) y unos estilos de vida
sencillos pero honrados (que anticipaban la condición laboriosa de los
trabajadores del país). Los historiadores argentinos y uruguayos de la segunda
mitad del siglo xix presentaron
un cuadro en el que, por debajo de las estructuras administrativas coloniales y
como un dibujo con líneas punteadas, podía avizorarse el territorio, la
población y la identidad de unas naciones tan inmanentes como luminosas,
pujando por despertar a la luz de la modernidad.[10]
En el texto de Real de Azúa ya citado el autor
sostiene que en el pensamiento sobre los problemas de América Latina ha
existido otro núcleo argumental al que llamó la tesis de “la conjura”. Mientras
que la tesis de la rémora hipotetiza la noción de una carga genética negativa
que sobrevive en la sociedad latinoamericana, el argumento de la conjura
externaliza la causa de los males latinoamericanos y la quita del cuerpo
propio, depositándola en fuerzas o poderes externos a la región que, como en
las teorías conspirativas, operan de manera oculta para frenar su desarrollo.[11] El autor sostiene que si bien este argumento tiene antecedentes en los
escritos del mexicano Lucas Alamán, se desarrolló extensamente a partir de la
literatura antiimperialista de fines del siglo xix y la historiografía “revisionista” rioplatense, que
denunció la injerencia imperialista de Gran Bretaña en los asuntos
latinoamericanos durante el siglo xix,
y encontró su momento más radical en la teoría de la dependencia: “Poderosos
vínculos unen, sin duda, dependencia y conjura: su voga [sic] es bastante
simultánea y suelen, a menudo sostenerse en conjunto”.[12]
Aunque en el cuerpo central del
texto (igual al publicado en 1964) esa afirmación no se acompaña de menciones a
autores concretos de esta corriente, en la versión publicada en 1975 Real de
Azúa puso en las notas al pie como ejemplo de la tendencia a exagerar el peso
de los factores externos la obra de André Gunder Frank (nota 31), mientras que
absolvió de ese cargo a la obra de Fernando Henrique Cardoso (nota 16).
Es sabido que para Frank el
“subdesarrollo” de América Latina no es una etapa natural que antecede al desarrollo,
sino la contracara inevitable, inexorable e irreversible del desarrollo
capitalista de los países que conforman el centro del sistema mundial. Su
interpretación liga el surgimiento del capitalismo y la acumulación originaria
con la apropiación europea del excedente americano a partir de 1492, en un
esquema donde economías metrópolis establecen relaciones desiguales con
sus economías satélites, que a lo largo de los siglos posteriores se
actualiza periódicamente.[13] Para este autor, la dependencia de las economías satélites es un
componente indisoluble del sistema capitalista, que solo puede abolirse
mediante una revolución anticapitalista.[14] Por su audacia tanto política como intelectual, en la medida que esta
tesis se apartaba no solo de la estrategia política de las izquierdas
prosoviéticas latinoamericanas, sino que cerraba de un portazo un debate sobre
la transición del feudalismo al capitalismo en Europa recientemente reabierto
por los economistas marxistas Maurice Dobb y Paul Sweezy, la obra de Frank tuvo
un impacto extraordinario en los círculos académicos dentro y fuera de la
región.[15]
A partir del elemento común de las
relaciones económicas asimétricas entre regiones del mundo, lo que luego se
llamó el enfoque de la dependencia se ramificó en desarrollos teóricos
diferentes con diversos grados de diálogo entre sí. Por encima de estas
diferencias, correspondió a esta familia de desarrollos teóricos la completa
formulación de una perspectiva histórica de largo plazo sobre el desarrollo
latinoamericano, que ubicaba al pasado colonial de América Latina como punto de
partida de una dependencia plurisecular que sobrevivió a la emancipación
política del siglo xix y adoptó
cambiantes formas neocoloniales en el siglo xx,
en un extenso proceso histórico que tuvo a Gran Bretaña y a los Estados Unidos
como protagonistas principales del lado de los factores externos y a diversas
articulaciones de clases locales del lado de los factores internos.
Posiblemente pocos libros
representan mejor esa nueva visión de la historia latinoamericana y la
conciencia histórica emergente a ella asociada que Las venas abiertas de
América Latina, de Eduardo Galeano. El repudio a la conquista y la
colonización ibéricas, presente en los discursos de los libertadores,
desarrollado –como se vio antes– por los autores de la primera mitad del siglo xix en clave de herencia maldita,
reciclado luego en una versión menos dramática en la “historia patria”, adoptó
en el ensayo de Galeano un nuevo acento al poner en primer plano la explotación
sistemática y durante siglos de las colectividades y los recursos nativos para
beneficio de agentes no latinoamericanos, ya fueran europeos o estadounidenses.
En su estudio sobre diversas teorías conspirativas en la historia
latinoamericana, Roniger y Senkman ubican el libro de Galeano como “el libro
fundamental que difundió el cariz más fuertemente conspirativo de la teoría de
la dependencia durante su primera época”.[16]
Los historiadores de la región, que
para entonces ya alcanzaban grados de profesionalización notoriamente mayores a
los vigentes en la primera mitad del siglo xx,
ofrecieron reacciones diversas a la teoría de la dependencia. Como señaló
Halperin Donghi en 1981, los historiadores estadounidenses especialistas en
América Latina la adoptaron con entusiasmo, mientras que sus pares
latinoamericanos fueron más críticos, ya que los historiadores de izquierda
–muchos de ellos pertenecientes al espacio marxista– habían rechazado su tesis,
particularmente en lo concerniente a la caracterización capitalista de la
economía desde el 1500 en adelante.[17]
Con relación a la recepción entre
los historiadores marxistas, las afirmaciones de Halperin mantienen su vigencia
e incluso pueden ampliarse. En una detallada reconstrucción reciente del debate
sobre los “modos de producción en América Latina”, Mariano Schlez documentó
extensamente el origen del debate en el ámbito de la III Internacional en los
años inmediatamente posteriores a la muerte de Lenin, sus principales
instancias durante las décadas de 1930 a 1950, así como la relevancia tanto
política como intelectual de una conversación en la que intervinieron figuras
políticas e intelectuales de un campo marxista crecientemente fragmentado.[18] Como señala Schlez, la discusión sobre los “modos de producción en América
Latina” articuló diversos programas de investigación en la historiografía
regional, en los que los historiadores trabajaron en intenso diálogo con
economistas y sociólogos.[19] Después de 1959 la discusión se renovó, incorporando nuevos temas y
nuevas figuras, al calor de las expectativas revolucionarias generadas por la
experiencia cubana. De modo que cuando en 1964 Frank propuso la tesis de que
América Latina formaba parte del sistema capitalista desde el siglo xvi los historiadores latinoamericanos
de formación marxista estaban, a todas luces, mejor preparados para evaluarla
que sus colegas estadounidenses.
El punto alto de la crítica de los
historiadores latinoamericanos a las tesis de Frank se expresó en Buenos Aires
en 1973, en el número 40 de la publicación Cuadernos de Pasado y Presente,
una revista que había sido fundada en 1963 por un grupo de intelectuales
entonces afiliados al Partido Comunista Argentino y que, tras ser expulsados
poco después, se fueron acercando con los años a organizaciones de lucha
armada.[20] Con excepción de Horacio Ciafardini, que se había formado en economía
con Charles Bettelheim en París, el resto de los autores (los argentinos
Ernesto Laclau, Carlos S. Assadourian y Juan Carlos Garavaglia, y el brasileño
Ciro Flamarion Cardoso) tenían formación en historia y casi todos ellos
alcanzarían fama continental por sus destacadas contribuciones en el campo de
la historia colonial.
El cuaderno presentaba una
pormenorizada crítica a la tesis de que la economía colonial era capitalista,
en términos tanto teóricos como empíricos. Aunque posiblemente sus tecnicismos
conceptuales resultaran abstrusos para sus colegas no marxistas, la erudición
histórica y la solidez profesional movilizada en los estudios de caso y en el
análisis de cuestiones como el comercio, la mano de obra, la agricultura y la
minería coloniales resultaban evidentes ante cualquier lente metodológico. En
lo esencial, sostenían que el período colonial fue, por supuesto, ámbito de
gestación de lazos de intercambio desigual y dependencia, siendo el vínculo
colonial un caso palmario de dominio por parte de un agente exterior al espacio
dominado. Sin embargo, concluyeron que no hubo un modo de producción hegemónico
en el conjunto de las formaciones económico-sociales coloniales de América
Latina y que estas fueron
[…] formaciones no consolidadas, en las cuales coexistirían diversos
modos de producción […], cuya lógica principal era la surgida de la relación
colonial. Es evidente que si hay algo que da sentido a todo el sistema
en nuestros espacios coloniales, ese elemento es la relación colonial y
no tal o cual modo de producción nativo.[21]
De manera bastante general, la historiografía
latinoamericana posterior mantuvo la tesis de la condición precapitalista de
las economías del período colonial, dando en ese aspecto la espalda al
dependentismo á la Frank.[22]
Finalmente, el artículo de Real de Azúa ya citado
identificaba, además de los argumentos de la rémora y la conjura, el núcleo
argumental de “la culpa”. Este argumento guarda cierta filiación con el de la
rémora, ya que sostiene que las jóvenes repúblicas hispanoamericanas del siglo xix fracasaron a la hora de corregir el
“pecado original” del pasado colonial, pero introyecta las responsabilidades,
que pasan entonces a depositarse en cualidades idiosincráticas locales como la
“pereza” indígena, la “indolencia” mestiza y la incapacidad de las élites
gobernantes. El autor sostiene que este argumento, que había empezado a nacer
entre los hombres de la generación del 37 con las tesis sarmientinas de
“civilización” y “barbarie” y con los escritos económicos de Alberdi cuando ya
había dejado atrás su etapa romántica, se desarrolló plenamente entre el tramo
final del siglo xix y el
principio del siglo xx, cuando
textos como El continente enfermo, del venezolano César Zumeta (1899), o
El hombre mediocre, del argentino José Ingenieros (1913),
“afilaron una tipología moral del hombre americano en la que todo –o casi todo–
era oscuro y negativo”.[23]
Sostiene el autor que la tesis de
la culpa tuvo una vertiente europeizante, clasista y racista, que deploró al
indio, al mestizo y en general a todo lo autóctono (incluyendo la geografía).
Mientras que otra vertiente arremetió contra las clases dirigentes, a las que
atribuyó una tendencia a copiar reglas (constituciones, leyes, recetas
económicas y rituales políticos) de países muy diferentes, inadaptadas a las
realidades locales.[24]
Es posible que si Real de Azúa
hubiera alcanzado a conocer las tesis de la nueva economía institucional
para América Latina las hubiera colocado como variaciones del viejo tema de la
culpa. Desarrolladas a partir de comienzos del siglo xxi, las tesis neoinstitucionalistas configuran el
enfoque más difundido en los círculos académicos y políticos que se ocupan del
“atraso latinoamericano”, siendo tributarias del marco teórico elaborado
originalmente por el economista estadounidense Douglas North, quien recibió el
Premio Nobel de Economía en 1993 por su explicación institucionalista del
desarrollo económico.[25] A principios del siglo xxi,
los economistas estadounidenses Daron Acemoglu y Simon Johnson y el politólogo
James Robinson desarrollaron una teoría basada en las ideas de North, centrada
en las instituciones (entendidas como reglas del juego). Su análisis incorporó
la idea de que las instituciones en una sociedad resultan de la lucha de
intereses internos. Destacaron que la distribución del poder político es
crucial para la evolución de las instituciones económicas, argumentando que las
malas instituciones prosperan cuando los grupos con poder político se
benefician de ellas. En su modelo, las instituciones políticas tienden a
persistir, ya que se requiere un cambio significativo en la distribución del
poder político para modificarlas, pero ello no ocurre fácilmente, porque cuando
un grupo en particular es lo suficientemente rico en comparación con los demás
aumenta su poder político, lo que le permite promover instituciones económicas
y políticas que favorecen sus intereses.[26]
Así, partiendo de fundamentos
teóricos muy diferentes, estos autores llegan a conclusiones tan pesimistas
como las de la teoría de la dependencia con respecto a las posibilidades del
desarrollo en el marco del statu quo. Pero allí donde los dependentistas
proponían la revolución socialista, los neoinstitucionalistas
recomiendan que los países debieran mejorar la calidad de sus instituciones,
donde y cuando sea posible.[27] A pesar de su resonante éxito, algunos de sus más prestigiosos colegas
juzgaron esta explicación como desesperanzadora y “determinista”.[28]
Acemoglu, Johnson y Robinson
estudiaron el caso de América Latina en dos destacados artículos.[29]
Argumentan que la conquista europea definió diferentes instituciones en el
continente: mientras que las colonias inglesas en América del Norte adoptaron
instituciones inclusivas para el desarrollo sostenible, en la América hispana
prevalecieron instituciones extractivas, basadas en la rápida explotación de
los nativos. La disparidad no se debió a la procedencia (inglesa o ibérica) de
los colonizadores, sino a la correlación de fuerzas entre colonos y nativos,
influenciada por población y control de recursos, que se dio en cada lugar.
Según su modelo teórico, la persistencia de unas instituciones coloniales
perjudiciales explica el actual atraso y la desigualdad de América Latina. A
pesar de los cambios posteriores a la independencia, persisten en esta región
las instituciones perjudiciales debido a una distribución política que favorece
a las élites, obstaculizando el desarrollo. El pecado original sigue siendo el
pasado colonial y los países latinoamericanos son “culpables” de no revertir la
ecuación de poderes/intereses para superar la herencia maldita.
En ocasión de reseñar un texto en
el que los autores nombrados presentan con detalle estas tesis, el historiador
holandés Peer Vries calificó de inexacta y “rosada” la versión ofrecida
por ellos sobre la colonización inglesa en América del Norte, y agregó que sus
argumentos sobre la colonización ibérica eran prácticamente una transcripción
de la “leyenda negra” al lenguaje moderno.[30] Sin embargo, el enfoque de la economía institucional en general y en
particular el modelo recién comentado tienen un enorme impacto en la
historiografía económica latinoamericana de las últimas dos décadas, habiendo
desplegado todo un programa de investigación relacionado con los niveles de
vida en el período colonial[31] y sobre los efectos prolongados y presentes de las instituciones
coloniales perniciosas.[32] Aunque han sido recurrentes las críticas a que la nueva economía
institucional hace un uso desactualizado del conocimiento histórico disponible
sobre la colonización ibérica en América,[33] a que no dialoga lo suficiente con las tradiciones del estructuralismo y
del dependentismo latinoamericanos que pensaron antes en estos problemas[34] y a que incurre frecuentemente en una trasposición anacrónica de las
fronteras nacionales del presente al pasado colonial en sus estudios de caso,[35] estas no parecen haber sido muy tenidas en cuenta. Paradójicamente, el
programa de investigación de la nueva economía institucional contribuyó sin
proponérselo a reavivar entre los historiadores la discusión sobre la herencia
colonial y, de manera indirecta, a que recuperasen visibilidad y legitimidad
académica obras y autores latinoamericanos dependentistas y de la vieja
tradición marxista, que, a raíz de su relación directa con los temas del
programa, fueron sacados del ostracismo y restituidos a una conversación donde
alguna vez habían sido primus inter pares.
Ha quedado claro que la idea de una “herencia
colonial” como el gran lastre que impide el desarrollo latinoamericano es muy
antigua y tiene un largo recorrido. A esta altura, cabe glosar aquí la
afirmación de Jeremy Adelman en su libro Colonial Legacies, cuando
señala que “el argumento de que América Latina está entrampada en un molde
heredado de su pasado colonial […] es en sí mismo una herencia colonial”.[36] La conversación sobre “la
herencia” colonial, que podría decirse empezó casi al día siguiente de la
independencia, ha sido en esencia una conversación política y posiblemente lo
sigue siendo. En su extenso viaje por el tiempo, la idea de la herencia
colonial se movió sinuosamente entre los espacios del discurso político, la
literatura y la historia.
Las venas abiertas de
América Latina, un libro que no fue escrito por un historiador
profesional pero que seguramente ha contribuido a moldear la forma en que
numerosos latinoamericanos se autoperciben tanto o más que la historiografía
profesional, recoge en diverso grado las tres inflexiones identificadas aquí
con la tríada de Real de Azúa (rémora, conjura y culpa). Pero es la cuerda de
la conjura la que más destaca en su estrategia narrativa y en su destacado
lirismo, donde radica –a mi modesto juicio– la clave de su inagotable potencia
como pieza comunicacional de una propuesta revolucionaria.
En el campo de la historiografía,
la tesis de la herencia colonial ha sido extraordinariamente fecunda. Admitió
formulaciones en idiomas teóricos tan diferentes como el liberalismo romántico
del temprano siglo xix, los
diferentes marxismos del corto siglo xx
y la nueva economía institucional del siglo xxi.
Dio origen a verdaderos programas de investigación durante cada uno de sus
grandes momentos. Por eso mismo, ya no es admisible hacer uso de ella con la
ingenuidad de los liberales románticos ni desconocer el inmenso volumen de
conocimiento sobre la política, la economía, la sociedad y la cultura de las
sociedades latinoamericanas “precapitalistas” acumulado por los historiadores
profesionales de varias generaciones. Quizás la enseñanza más evidente que deja
la extensa navegación de esta idea por el océano de la historiografía sea que
en el futuro conviene distinguir mejor entre dos problemas de investigación relacionados
pero diferentes: la “cuestión colonial” y la “herencia colonial”.
La “cuestión colonial” problematiza
la naturaleza del vínculo colonial y sus características. En la etapa actual de
la historia de la historiografía latinoamericana, esto implica el desafío de
integrar en una síntesis articulada diversos desarrollos recientes. En el marco
de la hiperespecialización historiográfica que caracteriza el momento presente,
parecería que, mucho más que una nueva oleada revisionista, estamos asistiendo
a una etapa de conexiones y sinergias múltiples entre programas de
investigación autónomamente seguidos, por ejemplo, por historiadores del
derecho, de “los imperios”, de la “era de la revoluciones”, de las redes
mercantiles y del conocimiento, que han modificado sustantivamente la forma en
que solía entenderse la economía política de la relación colonial y echado por
tierra el antiguo modelo metrópoli-colonia o, al menos, sus versiones más
simplistas y estáticas.[37] La historiografía actual tiende a abordar la cuestión del vínculo
colonial con mayor refinamiento que en el pasado, tanto en cuanto a los cambios
que esa relación tuvo a lo largo de los siglos como con relación a la
naturaleza política y socioeconómica de las mediaciones institucionales que lo
soportaron.
En cambio, la noción de “herencia
colonial” remite a la continuidad y la persistencia del pasado colonial en las
etapas posteriores de la historia latinoamericana. Si, por un lado, es difícil pensar
que la independencia marcó una cesura definitiva, de una vez y para siempre,
con el pasado imperial de los territorios americanos, no es mucho más fácil
aceptar la idea de que el presente “se explica” por aquel pasado colonial, como
si los doscientos años de historia trascurridos desde 1824 fueran un saco vacío
de verdaderas novedades. A pesar del éxito de lo que ha dado en llamarse
“estudios de persistencia” en las revistas de economía más prestigiosas,[38] al menos con relación al caso latinoamericano resulta más evidente la
originalidad de sus técnicas de investigación que de sus contribuciones
analíticas. o
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Este artículo propone una reflexión historiográfica
sobre el modo en que la tesis de la “herencia colonial” se ha manifestado desde
el temprano siglo xix hasta el
temprano siglo xxi, analizando tres
momentos específicos de su extenso viaje en el tiempo: el momento fundacional,
situado en las décadas de 1830-1840; el momento dependentista, situado
entre 1960-1980; y el momento neoinstitucionalista, desde el año 2000
hasta el presente. El artículo concluye que en su viaje temporal la tesis de
“la herencia” colonial forma parte de una conversación política que atravesó
los espacios del discurso político, literario e histórico. Las venas
abiertas de América Latina se inserta en una etapa de ese recorrido como un
producto literario de contenido histórico que contribuyó a moldear la identidad
latinoamericana tanto o más que la historiografía profesional.
Palabras clave:
Historiografía colonial - Historia económica latinoamericana - Marxismo -
Dependentismo
This article proposes a historiographical discussion of
how the “colonial legacy” thesis has evolved from the early nineteenth century
to the early twenty-first. It analyzes three specific moments of the thesis’
extended temporal journey: the founding moment (1830-1840), the dependency
moment (1960-1980), and the neo-institutionalist moment (2000-present). The
article concludes that the belief that Latin America carries a heavy
institutional and economic burden dating back to colonial times forms part of a
conversation that stitches together the political, literary, and historical
fields. The book Las venas abiertas de América Latina was written at one
stage of this extended journey as a literary product imbued with historical
content that then contributed to the formation of Latin American identity as
much as, or even more than, professional historiography.
Keywords: Colonial
historiography - Latin American economic history - Marxism - Dependency theory
[1] Carlos Real de Azúa, “Los males latinoamericanos y su clave. Etapas de una reflexión”, en C. Real de Azúa, Historia invisible e historia esotérica. Personajes y claves del debate latinoamericano, Montevideo, Arca, 1975. Se trata de una versión actualizada del artículo “Los males de América y su causa”, publicado en Marcha, no 1211, 24 de junio de 1964.
[2] Esteban Echeverría, “Dogma socialista”, en J. M. Gutiérrez (ed.), Obras completas de D. Esteban Echeverría, Buenos Aires, Imprenta y Librería de Mayo, 1873, tomo iv, pp. 153-154.
[3] Juan Bautista Alberdi,
“Reacción contra el españolismo”, en J. B. Alberdi, Obras completas,
Buenos Aires, La Tribuna Nacional Bolívar, 1886, tomo 1, p. 355. Publicado
originalmente en La Moda, 14 de abril de 1838.
[4] José Victorino Lastarria, Investigaciones sobre la influencia social de la conquista i del sistema colonial de los españoles en Chile, Santiago de Chile, Imprenta del Siglo, 1844, p. 61.
[5] Francisco Bilbao, Sociabilidad
chilena, Santiago de Chile, El Crepúsculo, 1844, p. 59. Sobre la palabra feudal
y cuál era su campo de significaciones en la coyuntura ideológica y política de
la “generación del 37”, véase José Carlos Chiaramonte, Formas de sociedad y
economía en Hispanoamérica, México, Grijalbo, 1984, pp. 30-47.
[6] Francisco Bilbao, El evangelio americano, Buenos Aires, Imprenta de la Sociedad Tipográfica Bonaerense, 1864, p. 38.
[7] Jeremy Adelman, “Introduction”, en
J. Adelman, Colonial Legacies: The Problem of Persistence in Latin American
History, Nueva York, Routledge, 1999.
[8] Lina del Castillo, Crafting a
Republic for the World: Scientific, Geographic, and Historiographic Inventions
of Colombia, Lincoln, University of Nebraska Press, 2018. Sobre el
contraste con el caso de la América portuguesa, véase Jorge Cañizares-Esguerra
y Neil Safier, “Natural histories of remembrance and forgetting: Science and
independence in the Spanish and Portuguese Americas”, en M. Echeverri y C.
Soriano (eds.), The Cambridge Companion to Latin American Independence,
Cambridge, Cambridge University Press, 2023.
[9] Fernando Devoto y Nora Pagano, Historia de la historiografía argentina, Buenos Aires, Sudamericana, 2014.
[10] Fernando Devoto, “La construcción del relato de los orígenes en Argentina, Brasil y Uruguay. Las historias nacionales de Varnhagen, Mitre y Bauzá”, en C. Altamirano (dir.), Historia de los intelectuales en América Latina, Buenos Aires, Katz, 2008, tomo i, pp. 269-289.
[11] El argumento de Real de Azúa
es retomado y aplicado a un conjunto de teorías conspirativas de circulación
latinoamericana en Luis Roniger y Leonardo Senkman, América tras bambalinas.
Teorías conspi-rativas, usos y abusos, Pittsburgh, Latin America Research
Commons, 2019.
[12] Real de Azúa, “Los males latinoamericanos”, p. 31.
[13] André G. Frank, “The development of
underdevelopment”, Monthly Review, vol. 18, no 4, 1966.
[14] André G. Frank, Latin America:
Underdevelopment or Revolution. Essays on the Development of Underdevelopment
and the Immediate Enemy, Nueva York, Monthly Review Press, 1969.
[15] Sobre la proyección internacional
de la obra de Frank y sus ramificaciones intelectuales, véase Cristóbal Kay,
“André Gunder Frank: From the ‘Development of Underdevelopment’ to the ‘World
System’”, Development and Change, vol. 36, no 6, 2005.
[16] Roniger y Senkman, América tras bambalinas, p. 205.
[17] Tulio Halperin Donghi, “‘Dependency
theory’ and Latin American Historiography”, Latin American Research Review,
vol. 17, no 1, 1982.
[18] Mariano Schlez, “Modos de producción en América Latina. Un mapa para un debate permanente”, en J. Marchena, M. Chust y M. Schlez (coords.), El debate permanente. Modos de producción y revolución en América Latina, Santiago de Chile, Ariadna Ediciones, 2020.
[19] Uno de ellos fue el programa de investigación sobre la cuestión agraria. Véase, por ejemplo, María Inés Moraes, “Agrarian history in Uruguay: From the ‘agrarian question’ to the present”, Historia Agraria. Revista de Agricultura e Historia Rural, no 81, 2020.
[20] Carlos S. Assadourian, Ciro F. S. Cardoso, Horacio Ciafardini, Juan C. Garavaglia y Ernesto Laclau, Modos de producción en América Latina, México, Cuadernos de Pasado y Presente, 1982.
[21] Ibid., p. 14, itálicas en el original. Cabe aclarar que para los defensores de la tesis precapitalista, tal diagnóstico no era, a esa altura del debate, un obstáculo para justificar la lucha armada. La compleja historia de la cambiante relación entre ciertas tesis historiográficas y ciertas estrategias políticas dentro del campo marxista latinoamericano se explica detalladamente en Schlez, “Modos de producción en América Latina”.
[22] Posiblemente fue la Historia Económica de América Latina (publicada en 1979) de Ciro F. Cardoso y el argentino-costarricense Héctor Pérez Brignoli la obra que más eficientemente difundió fuera de las fronteras marxistas la noción de unas economías precapitalistas durante el período colonial. Véase, especialmente, Historia Económica de América Latina. T. 1. Sistemas Agrarios e Historia Colonial, Barcelona, Crítica, 1979, p. 151-160.
[23] Real de Azúa, “Los males latinoamericanos”, p. 24.
[24] Ibid., pp. 22-26.
[25] Douglass C. North y Robert P.
Thomas, The Rise of the Western World: A New Economic History,
Cambridge, Cambridge University Press, 1973.
[26] Daron
Acemoglu, Simon Johnson y James A. Robinson, “Institutions as a fundamental
cause of long-run growth”, en P. Aghion y S. Durlauf (eds.), Handbook of
Economic Growth, Tomo 1, North-Holland, Elsevier, 2005.
[27] Ibid., p. 6.
[28] Abhijit V. Banerjee y Esther Duflo,
“Under the thumb of history? Political institutions and the scope for action”, Annual
Review of Economics, vol. 6, no 1, 2014.
[29] Daron Acemoglu, Simon Johnson y
James A. Robinson, “The colonial origins of comparative development: An
empirical investigation”, The American Economic Review, vol. 91, no
5, 2001; Daron Acemoglu, Simon Johnson y James A. Robinson, “Reversal of
fortune: Geography and institutions in the making of the modern world income
distribution”, The Quarterly Journal of Economics, vol. 117, no
4, 2002.
[30] Peer Vries, “Does wealth entirely
depend on inclusive institutions and pluralist politics? A review of Daron
Acemoglu and James A. Robinson, Why Nations Fail. The Origins of Power,
Prosperity and Poverty”, TSEG-The Low Countries Journal of Social and
Economic History, vol. 9, no 3, 2012.
[31] Puede verse una síntesis en Rafael Dobado González y Héctor
García Montero, “Colonial origins of Inequality in Hispanic America? Some reflections based on new
empirical evidence”, Revista de Historia Económica - Journal of Iberian and
Latin American Economic History, vol. 28, no 2, 2010.
[32] A modo de ejemplo, véanse Melissa Dell, “Los efectos persistentes de la mita minera en el Perú”, Apuntes: Revista de Ciencias Sociales, vol. 38, no 68, 2011; Humberto Laudares y Felipe Valencia Caicedo, “Tordesillas, slavery and the origins of Brazilian inequality”, ponencia presentada en el Annual Meeting of the American Economic Association, Nueva Orleans, 2023.
[33] Regina Grafe y María Alejandra
Irigoin, “The Spanish empire and its legacy: Fiscal redistribution and
political conflict in colonial and post-colonial Spanish America”, Journal
of Global History, vol. 1, no 2, 2006; María Alejandra Irigoin,
“Representation without taxation, taxation without consent: The legacy of
Spanish colonialism in America”, Revista de Historia Económica - Journal of
Iberian and Latin American Economic History, vol. 34, no 2,
2016.
[34] Luis Bértola, “Institutions and the
historical roots of Latin American divergence”, en J. A. Ocampo y J. Ros
(eds.), The Oxford Handbook of Latin American Economics, Oxford, Oxford
University Press, 2011.
[35] Fernando López Castellano, “Crítica del enfoque neoinstitucionalista”, ponencia presentada en las 5.as Jornadas de Investigación de la Asociación Uruguaya de Historia Económica, Montevideo, 2011.
[36] Adelman, Colonial Legacies, p. 3.
[37] La bibliografía es muy extensa; puede verse un panorama (parcial)
de los cambios en Josep M. Fradera, “Spanish colonial historiography: Everyone
in their place”, Social History, vol. 29, n.o 3, agosto de
2004; Annick Lempérière, “La ‘cuestión colonial’”, Nuevo Mundo-Mundos
Nuevos. Nouveaux
Mondes-Mondes Nouveaux, 2005.
[38] Martina Cioni, Giovanni Federico y
Michelangelo Vasta, “Persistence studies: A new kind of economic history?”, Review
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