Galeano y sus historiadores

 

Rafael Rojas

 

El Colegio de México

 

Las venas abiertas de América Latina (1971) de Eduardo Galeano es uno de los ensayos medulares del latinoamericanismo intelectual de la Guerra Fría. Ensayo en sentido genérico del término, como pieza textual que recurre al lenguaje y el estilo de la literatura para proponer y debatir ideas afincadas en las ciencias sociales o las humanidades, y ensayo como prueba o escenificación de una serie de hipótesis sobre la historia del continente desde el arranque de la colonización europea a fines del siglo xv. Liliana Weinberg, que ha pensado y repensado la trayectoria de ese género literario en América Latina, insiste en que el ensayo está caracterizado por la “impureza, la mixtura y la marginalidad” que se derivan de una transacción con otros saberes.[1]

En las páginas que siguen intentaré explorar el intercambio de ideas que el ensayo de Galeano estableció con la historiografía latinoamericanista de mediados del siglo xx. Se ha insistido en que Las venas abiertas expone un campo referencial del escritor uruguayo, endeudado con las ciencias sociales cepalinas, dependentistas o marxistas, pero, tal vez, no lo suficiente en las lecturas que Galeano hizo de historiadores latinoamericanos profesionales para construir su texto. El propósito de esta intervención sería, justamente, dotar de visibilidad el trasfondo historiográfico de aquel libro central en la biblioteca de la izquierda latinoamericana de la Guerra Fría. Un trasfondo que implica, a la vez, apropiación y distanciamiento del corpus leído.

Es interesante observar que el libro de Galeano tiene varias firmas. Las más conocidas son la de la página anterior al índice y la final, que dicen “Montevideo, fines de 1970”.[2] En la primera de ellas, Eduardo Galeano agradece a Sergio Bagú, André Gunder Frank, Samuel Lichtensztejn, Darcy Ribeiro, Julio Rosiello, Daniel Vidart y otros académicos de las ciencias sociales latinoamericanas, más o menos afincados en el horizonte teórico del ala izquierda de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (cepal) y de la teoría de la dependencia.[3]

Pero hay otras firmas en el interior del texto, sin las que difícilmente podría dibujarse el campo referencial de ese influyente ensayo. Una de ellas es el pasaje, en la larga sección dedicada al latifundio y la reforma agraria, en que luego de criticar severamente la política agropecuaria del peronismo, elogia la estrategia agrarista de Víctor Paz Estenssoro y la Revolución boliviana de 1952, asegura que el reformismo agrario del régimen militar progresista de Juan Velasco Alvarado, en Perú, “está asomando como una experiencia de cambio a profundidad”, y cierra con esta frase: “en cuanto a la expropiación de algunos latifundios chilenos por parte del gobierno de Eduardo Frei es justicia reconocer que abrió el cauce a la reforma agraria radical que el nuevo presidente, Salvador Allende, anuncia mientras escribo estas páginas”.[4]

El marco historiográfico de Galeano se desprende de aquel momento preciso de la izquierda latinoamericana en la Guerra Fría: el momento inmediatamente posterior a la ejecución del Che Guevara en Bolivia y el avance del marxismo regional hacia tesis dependentistas y estructuralistas que predominaron en los años setenta.[5] Aquel fue un posicionamiento teórico de Galeano de la mayor sofisticación y actualización en las ciencias sociales latinoamericanas, que distinguió rápidamente su ensayo de otros ejercicios similares, más cercanos al marxismo-leninismo de corte soviético o al nacionalismo revolucionario tradicional.

Para su libro, Galeano leyó, fundamentalmente, a historiadores marxistas o dependentistas, como Manuel Moreno Fraginals, Tulio Halperin Donghi, Eric Williams, Celso Furtado, Sergio Bagú o Darcy Ribeiro.[6] Es cierto que también citó a historiadores tradicionales del medio siglo, como los mexicanos Luis Chávez Orozco, Jesús Silva Herzog o Miguel León Portilla, el estadounidense Lewis Hanke, el británico John Elliot, el italiano Antonello Gerbi o el valenciano José María Ots Capdequí. Pero fueron aquellos primeros autores los que decidieron las coordenadas historiográficas del texto.

Si se leen, paralelamente, Las venas abiertas (1971) y otros ensayos latinoamericanistas de los setenta, como Calibán (1971), del cubano Roberto Fernández Retamar; Marx y Lenin en América Latina (1974), del chileno Alejandro Lipschütz; o Bolívar: pensamiento precursor del antimperialismo (1977), de Francisco Pividal –estos dos últimos premios Casa de las Américas–, se constatará que el campo referencial de Galeano era ajeno a la línea de las izquierdas comunistas más autorizadas. De hecho, en varios pasajes dedicados a Cuba en su libro, Galeano citaba ampliamente a dos autores que, desde fines de los sesenta, eran acusados de “revisionistas”: René Dumont y K. S. Karol.[7] Es sabido que Las venas abiertas se presentó al concurso Casa de las Américas en 1971 y no ganó, aunque le fue conferida una mención honorífica. Un jurado al que pertenecían el historiador cubano José Luciano Franco, el filósofo peruano Augusto Salazar Bondy y el escritor colombiano Jaime Mejía Duque concedió el galardón al peruano Manuel Espinoza García, por su libro La política económica de Estados Unidos hacia América Latina entre 1945 y 1961 (1971), texto sumamente crítico con el new deal rooseveltiano y el liberalismo estadounidense de la posguerra.[8] Galeano ganaría el Premio Casa en 1978 con Días y noches de amor y de guerra, en el género testimonio.

Las referencias a Karol y Dumont en relación con Cuba, en 1971, año del affaire Padilla, demostraban cierta desconexión entre Galeano y los círculos de la burocracia cultural cubana. Los dos autores habían sido cuestionados públicamente en medios oficiales de la isla, desde antes del arresto del poeta Heberto Padilla y su famosa confesión ante los miembros de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (uneac).[9] El ensayista uruguayo no firmó las cartas a Fidel Castro de decenas de escritores occidentales, en abril y mayo de 1971, contra el encarcelamiento y la “autocrítica” de Padilla, pero tampoco firmó la “Declaración de intelectuales uruguayos” del 24 de mayo de 1971, en apoyo al gobierno cubano, que rubricaron, entre otros, Mario Benedetti, Juan Carlos Onetti, Cristina Peri Rossi, Idea Vilariño, Hugo Achúgar y Daniel Viglietti.[10] Sin embargo, Galeano, después de una gira de promoción de Las venas abiertas por Cuba, México, Venezuela y Chile, fue entrevistado en Marcha por Jorge Rufinelli y cuestionó abiertamente a Padilla, que había sido obligado a una inculpación pública por contribuir a presentar a Cuba como un “campo de concentración”.[11]

A pesar de aquel clarísimo posicionamiento, el marco analítico de Galeano compartía enfoques de las ciencias sociales y el pensamiento latinoamericano que en el Primer Congreso Nacional de Educación y Cultura de 1971, en La Habana, serían catalogados de “revisionistas” y “pseudo-izquierdistas”.[12] Esa desconexión queda expuesta con mayor transparencia si se explora el repertorio de fuentes historiográficas del ensayista. Más allá de sus constantes reproches a los científicos sociales académicos, debido a esas lecturas su libro no ocultó distancias con la izquierda ortodoxa de la Guerra Fría latinoamericana y trasmitió algunos desencuentros con la historia académica, que vale la pena glosar.

La tesis central de Las venas abiertas, esto es, que América Latina y el Caribe conformaban una región históricamente productora y exportadora de materias primas, impedida de desarrollarse por desequilibrios anclados en una condición o “pacto colonial”, estaba en sintonía con clásicos de la misma generación, como la célebre Historia contemporánea de América Latina de Halperin Donghi, editada en 1969.[13] Algunos de los aciertos del libro de Galeano, como la crítica de la industrialización y el desarrollismo, respaldados tanto por las izquierdas populistas como por las comunistas, tienen que ver con aquella plataforma de marxismo heterodoxo. Pero ciertos errores fácticos o analíticos, como asegurar que en 1953 la producción azucarera cubana cayó de siete a cuatro millones porque Estados Unidos se lo impuso al dictador Fulgencio Batista, se originan en una aplicación desmesurada del enfoque dependentista a fenómenos concretos.[14]

En realidad, como prueban los estudios de Manuel Moreno Fraginals y Oscar Zanetti, la caída fue de siete a cinco millones y medio en 1953, por una zafra excepcionalmente grande en 1952.[15] La producción de azúcar por hectárea, sin embargo, fue mayor en 1953 que en 1952 y así se mantuvo, en alrededor de los cinco millones, hasta el triunfo de la Revolución. La mejor prueba de que el volumen de la zafra no se regía, necesariamente, por la dependencia de los Estados Unidos es que en los años sesenta, cuando Cuba comenzó a vender su azúcar al campo socialista, las zafras cayeron a menos de cuatro millones y a veces sobrepasaron cómodamente los seis millones.

Otra virtud de Las venas abiertas sería inexplicable sin aquellos referentes marxistas y estructuralistas: la idea de que la verdadera integración solo sería posible luego de un cambio social profundo en cada uno de los países. Esta visión no identitaria del latinoamericanismo, expuesta en las últimas páginas del libro, establecía un evidente contrapunto con Calibán (1971), de Fernández Retamar, donde sí se proponía una suerte de ontología cultural a partir de la inversión de los arquetipos del Ariel (1900) de José Enrique Rodó, ya adelantada por otros pensadores caribeños como Aimé Césaire y Kamau Brathwaite. Luego de afirmar que “el actual proceso de integración no nos reencuentra con nuestro origen ni nos aproxima a nuestras metas”, concluía Galeano:

La causa nacional latinoamericana es, ante todo, una causa social: para que América Latina pueda nacer de nuevo, habrá que empezar a derribar sus dueños, país por país. Se abren tiempos de rebelión y de cambio. Hay quienes creen que el destino descansa en las rodillas de los dioses, pero la verdad es que trabaja, como un desafío candente, sobre las conciencias de los hombres.[16]

En una localización discursiva divergente, Fernández Retamar señalaba en una de las primeras páginas de Calibán:

Pero existe en el mundo colonial, en el planeta, un caso especial: una vasta zona para la cual el mestizaje no es el accidente, sino la esencia, la línea central: nosotros, “nuestra América mestiza”. Martí, que tan admirablemente conocía el idioma, empleó este adjetivo como una señal distintiva de nuestra cultura, una cultura de descendientes de aborígenes, europeos y africanos, étnica y culturalmente hablando.[17]

No solo era ajeno este esencialismo mestizo a Las venas abiertas, sino que era perceptible en el ensayo de Galeano un neoindigenismo, heredero de José Carlos Mariátegui, reñido en buena medida con la mestizofilia.[18] El ensayista uruguayo no recurría a su compatriota José Enrique Rodó ni a José Vasconcelos, Alfonso Reyes o Pedro Henríquez Ureña, todos con apelaciones cardinales al discurso de la identidad que rearticulaba Fernández Retamar. Sí citaba, por supuesto, a José Martí, como crítico del imperialismo estadounidense y fuente ideológica de la Revolución de 1959.[19] Pero incluso sus menciones a Simón Bolívar, a diferencia de las de Fernández Retamar, se inclinaban más por el lado pesimista y sombrío del libertador, que en sus últimos años decía “nunca seremos dichosos, nunca”, que por el de la pastoral identitaria de la Carta de Jamaica.[20]

A pesar de no compartir los llamados de vuelta a los orígenes o de evitar el énfasis teleológico del nuevo latinoamericanismo de la Guerra Fría, el ensayo de Galeano suscribía la genealogía tradicional de próceres continentales. Desde el inicio hasta el final de su libro, pensaba América Latina y el Caribe como una “causa nacional” –lo dice textualmente en la última página– y su historia como el devenir de un sujeto unívoco.[21] De ahí que desde Artigas, San Martín y Bolívar hasta Fidel Castro, el Che Guevara y Salvador Allende, a su juicio, se describiera el trabajoso avance de un mismo programa. Esa premisa genealógica chocaba con el propio campo referencial marxista y dependentista, que alentaba una visión diacrónica de la historia regional.

Tanto en los diversos flancos o generaciones de la teoría de la dependencia como en la historiografía marxista latinoamericana de mediados del siglo xx, se difundió, sin los tópicos del manualismo soviético, una idea discontinua del desarrollo del capitalismo en la región. En los mismos años en que Galeano escribía y publicaba su libro tenía lugar un acalorado debate sobre los modos de producción, especialmente el feudalismo, el capitalismo y el así llamado “modo de producción asiático”, entre estudiosos como Fernando Henrique Cardoso, André Gunder Frank, Ernesto Laclau, Carlos Sempat Assadourian y Juan Carlos Garavaglia.[22] Fueran monistas, dualistas o pluralistas, en lo que todos coincidían es en que el capitalismo latinoamericano cambiaba aceleradamente desde fines del siglo xviii.

Algunos de los autores citados por Galeano, como Ribeiro, Cardoso, Halperin Donghi o Moreno Fraginals, fueron enfáticos en la naturaleza discontinua y diferenciada del proceso civilizatorio latinoamericano. Es raro encontrar en cualquiera de ellos alguna especulación sobre la vigencia, en plena Guerra Fría, de las ideas de los próceres liberales y republicanos de las independencias latinoamericanas del siglo xix o, incluso, de los revolucionarios y populistas de la primera mitad del xx, como es habitual en Las venas abiertas. Ese desencuentro no solo estaba determinado por las diferencias entre ensayo literario e historia profesional, sino también por distintas intelecciones del pasado y el presente de la región.

Bagú y Halperin Donghi, por ejemplo, eran críticos del revisionismo histórico argentino (Palacio, Ramos, Puiggrós, Scalabrini Ortiz), anterior y posterior a Perón, que revaloraba la figura de Juan Manuel de Rosas y su política proteccionista.[23] Frente a Rosas o frente a Gaspar Rodríguez de Francia, Galeano coincidía con el revisionismo peronista y, a partir de un estudio del socialista uruguayo Vivian Trías, los colocaba como continuadores de una tradición nacional y popular, surgida en el Río de la Plata con Artigas.[24] El nacionalismo continental de Galeano lo hacía suscribir al revisionismo argentino peronista, a pesar de que no pocos referentes marxistas o estructuralistas de su libro apuntaban a un antiliberalismo de muy distinta índole. Con todo, pareciera que la visión de Galeano sobre Perón y el peronismo estaba más críticamente marcada que la de Trías.[25]

Galeano sostenía, por ejemplo, que Perón “había desafiado los intereses de la oligarquía terrateniente en la Argentina”, refiriéndose a sus primeras reivindicaciones de los peones y el establecimiento de un salario mínimo rural.[26] Sin embargo, a partir de un discurso del líder argentino en el Teatro Colón, en 1952, bien recibido por la Sociedad Rural, el escritor uruguayo concluyó que el peronismo había abandonado el ideal de la reforma agraria. Más adelante se refería a los tres grandes experimentos populistas de mediados del siglo xx, el varguista, el peronista y el cardenista, aunque, en vez de populistas, los llamaba “gobiernos de signo nacionalista y de amplia proyección popular”.[27] Concluía que, más allá de que Cárdenas “rompiera lanzas contra los terratenientes”, aquellos “gobiernos industrializadores dejaron intacta la estructura latifundista, que continuó estrangulando el desarrollo del mercado interno y de la producción agropecuaria”.[28]

Perón, según Galeano, “no arañó siquiera el régimen de propiedad de la tierra, ni nacionalizó los grandes frigoríficos norteamericanos y británicos, ni a los exportadores de lana”.[29] Tampoco dio verdadero impulso a la industria pesada ni fomentó el desarrollo de una tecnología propia, por lo que su “política nacionalista echaría a volar con las alas cortadas”.[30] Esa “necesidad de asociación” con “las corporaciones imperialistas” llevaría al político argentino, que comenzó enfrentado en los años cuarenta al embajador Spruille Braden, a recibir elogiosamente, en 1953, a Milton S. Eisenhower, hermano del presidente y asesor de su gobierno en temas económicos.[31]

Trías, en cambio, en ensayos de los años setenta, se apoyaría en los estudios de Gino Germani, Celso Furtado y Fernando Henrique Cardoso, para defender el carácter “revolucionario” de populismos como los de Vargas en Brasil, Perón en la Argentina e, incluso, Luis Batlle Berres en Uruguay.[32] Tampoco simpatizaba Trías con la atribución del concepto de “bonapartismo”, utilizado por Trotski en sus escritos sobre el cardenismo mexicano, para caracterizar los populismos latinoamericanos de mediados del siglo xx, como harían Jorge Abelardo Ramos y Theotônio dos Santos. Pero claramente descartaba la valoración de los populismos como nacionalismos “burgueses” o “reformistas” que predominaba en la crítica socialista, de la que Galeano se hizo eco en su libro.

 Moreno Fraginals, otro historiador muy citado en Las venas abiertas, proponía en El Ingenio una crítica radical al procerato criollo reformista o separatista del siglo xix en la isla (Caballero, Arango, Calvo y O’Farrill, Saco), por considerarlo cómplice de la esclavitud y, en el caso de los abolicionistas, defensor del racismo.[33] La crítica de Moreno a los “padres fundadores” del xix, que en otros autores marxistas cubanos de los sesenta, como Walterio Carbonell, alcanzó también a pensadores como Luz y Caballero o Domingo del Monte, entraba en contradicción con la narrativa de Galeano, que proponía un arco de continuidad entre el liberalismo y el republicanismo del siglo xix y las revoluciones del siglo xx.[34]

Aquella fricción entre nacionalismo y marxismo se plasma en su idealización de la reforma agraria de Artigas, a la que presenta como fundadora de todo el agrarismo latinoamericano moderno, obviando la más radical, antiesclavista y antirracista expropiación de Toussaint Louverture y los jacobinos negros en Haití, como ha recordado el historiador mexicano Luis Fernando Granados.[35] Llega a sostener Galeano, incluso, que la reforma agraria de Artigas fue antecedente del gran proyecto de propiedad comunal de Emiliano Zapata y el Plan de Ayala en México.[36] Pero, como admite el corpus historiográfico más especializado, el núcleo doctrinal del agrarismo mexicano, del que el zapatismo es una manifestación, está ligado a la teoría del “derecho de reversión” de los bienes comunales legítimos de los pueblos originarios de México, que no es legible en la reforma de Artigas.[37]

Historiadores como Emilio Kouri han llevado estas matizaciones más allá y establecen una diferencia entre el comunalismo agrario zapatista del Plan de Ayala (1911) y la reforma agraria, basada en la restitución y dotación de ejidos, emprendida por los gobiernos revolucionarios mexicanos, fundamentalmente los de Álvaro Obregón y Lázaro Cárdenas.[38] La distinción entre esos reformismos agrarios sería fundamental para revoluciones de la Guerra Fría como la guatemalteca y la boliviana en los años cincuenta y la cubana en los años sesenta e, incluso, para las respuestas que estas provocarían desde los Estados Unidos y la Organización de los Estados Americanos (oea), como la Alianza del Progreso en 1961.[39]

Despojado de su genealogismo retórico, el relato de Galeano muestra una mayor hospitalidad ideológica con la tradición republicana, liberal y conservadora del siglo xix latinoamericano y caribeño, que otras variantes del latinoamericanismo de la Guerra Fría. Su uso de fuentes historiográficas de esa tradición, como Alberdi, Mitre e, incluso, el conservador Lucas Alamán, al que reconoce su apuesta por el desarrollo de la industria nacional, la creación del Banco de Avío y sus reparos al liberalismo manchesteriano, es muy revelador.[40] En años recientes, algunos historiadores como Hilda Sabato y Eric Van Young han realizado lecturas sofisticadas de aquellas tradiciones políticas del siglo xix, con algunos puntos de contacto.[41] Otros historiadores académicos, como Jean Claude Monod y David A. Bell, han hecho exploraciones sobre el carisma en el republicanismo del siglo xix que recuerdan a los apuntes de Galeano sobre Rosas o Francia.[42]

En su visión de la Revolución mexicana, vuelve a manifestarse la tensión antes mencionada, ya que algunas de sus afirmaciones, como la del “terror indiscriminado” en las tropas zapatistas y villistas, provenían de la historiografía tradicional tipo Chávez Orozco y Silva Herzog, mientras que la descripción del zapatismo como núcleo ideológico de un cambio revolucionario, basado en la propiedad comunal, debía mucho al libro de John Womack.[43] Sin embargo, a pesar de sus citas tanto de Silva Herzog como de Womack, la valoración de Galeano del cardenismo se quedaba, como en el caso del peronismo, en la crítica a su incapacidad para dar el salto al socialismo. En los pasajes finales de su viñeta sobre la Revolución mexicana, Galeano suscribía las tesis de Carlos Fuentes, lo mismo en su novela La muerte de Artemio Cruz (1962) que en sus ensayos del período del Movimiento de Liberación Nacional (mln) cardenista, sobre el congelamiento de la energía revolucionaria en México.[44]

Un buen contraste a establecer, en cuanto a visiones de la revolución popular en México, sería entre esas páginas de Galeano y las que otro intelectual de la izquierda latinoamericana, el trotskista argentino-mexicano Adolfo Gilly, dedicó a Zapata, Villa y Cárdenas, en un libro también publicado en 1971: La revolución interrumpida. Escrito en la cárcel de Lecumberri, donde Gilly fue encarcelado entre 1966 y 1972 por los gobiernos de Gustavo Díaz Ordaz y Luis Echeverría, el historiador encontraba en el cardenismo de los años treinta la primera concreción política de las causas de la revolución popular de Zapata y Villa.[45] Luego, en su gran ensayo sobre la experiencia de gobierno de Lázaro Cárdenas, El cardenismo. Una utopía mexicana (1994), desarrollaría más ese enfoque.[46]

Aunque era evidente que Galeano simpatizaba más con las revoluciones que con los populismos, fue parco sobre las revoluciones de Augusto César Sandino en Nicaragua, Juan José Arévalo y Jacobo Arbenz en Guatemala y Paz Estenssoro y el Movimiento Nacionalista Revolucionario (mnr) en Bolivia. Las alusiones al Che Guevara en Las venas abiertas son escasas pero muy elocuentes: se recordaba el famoso discurso en Punta del Este en 1961, se citaban sus tesis sobre el subdesarrollo y se evocaba su ejecución a los 39 años, la misma edad de Zapata al morir. Pero una de aquellas alusiones remitía a un encuentro entre Galeano y Guevara, en la oficina de este en el Ministerio de Industrias, en 1964, cuando el guerrillero argentino intentó explicar al intelectual uruguayo que “la Cuba de Batista no era solo de azúcar”, en referencia al aumento de la producción de níquel y manganeso en la isla durante los años cincuenta.[47] Sin embargo, el análisis de la Revolución cubana en Las venas abiertas debe muy poco a los textos del propio Guevara y de pensadores marxistas cubanos, como Carlos Rafael Rodríguez. A pesar de las muchas citas de Moreno Fraginals, los pasajes que dedicó Galeano a la Revolución cubana eran, en realidad, una extrapolación de las tesis erróneas de Jean Paul Sartre en su ensayo Huracán sobre el azúcar (1960).[48]

En síntesis, lo que decía Galeano es que la cubana había sido una revolución de campesinos del oriente de la isla, en su mayoría trabajadores del azúcar. Eso es insostenible historiográficamente, lo mismo desde los viejos estudios de Leví Marrero que desde los más recientes de Oscar Zanetti, ya que el campesino de la Sierra Maestra no era, mayoritariamente, un trabajador azucarero.[49] La producción cañera estaba concentrada en las provincias centrales, entre Camagüey y Matanzas. Las bases campesinas de la Sierra Maestra, como probara el historiador argentino Marco Winocur en un estudio clásico, estaban conformadas de aparceros, precaristas, arrendatarios y guajiros que trabajaban pequeñas parcelas de grandes latifundios, como los que se describen en La historia me absolverá (1954) de Fidel Castro.[50]

Galeano no pudo advertir que, precisamente, entre los años cuarenta y cincuenta, la economía cubana comenzó a cambiar aceleradamente y a perder su centralidad en el azúcar. Cuando triunfó la Revolución solo un 15% de la superficie total de la isla era tierra cultivable y de las más de 150.000 fincas existentes, solo treinta estaban dedicadas al cultivo de la caña. El resto eran tierras ocupadas en la producción de tabaco, café, frutos, hortalizas, viandas y ganadería. Desde luego, la producción azucarera representaba más de la mitad de la extensión territorial no ociosa y cerca del 80% del valor total de las exportaciones. Pero, poco antes del triunfo de la Revolución, solo el 68% de esas exportaciones iba a los Estados Unidos y el resto a nuevos compradores, como la Unión Soviética, que comenzó a importar azúcar cubana antes de la llegada de Fidel Castro al poder.

Otra de las marcas que dejó la mejor historiografía marxista caribeña y brasileña en Las venas abiertas y que sigue mostrando una resuelta vigencia es el énfasis en la desforestación y el trastorno ecológico que introdujo la plantación azucarera esclavista, continuada por diversos proyectos desarrollistas y modernizadores en el siglo xx. Aquellas páginas iniciales de “El Rey Azúcar y otros monarcas agrícolas” siguen leyéndose hoy como un llamado a colocar la cuestión ambiental en el centro del debate historiográfico, un camino por el que actualmente avanza una nueva generación de historiadoras e historiadores, que porta una idea del cambio social afincado en la inclusión y la diversidad.[51]

Junto con el enfoque ambientalista o ecológico, sigue sorprendiendo, por su actualidad, la temprana crítica de Galeano al extractivismo y al desarrollismo. El petróleo es, en buena medida, un factor diabólico en la narrativa histórica de Las venas abiertas, cuya apropiación por parte de los Estados de la región es presentada de manera ambivalente: por un lado, afirma las soberanías nacionales frente a los imperios y potencias occidentales, pero, por el otro, reproduce la misma estructura colonial y subdesarrollada que se busca dejar atrás.[52] En este punto se hace difícil localizar con precisión el campo historiográfico académico de Galeano, ya que todo el espectro de la izquierda de la Guerra Fría, desde el cepalismo más reformista hasta al socialismo más revolucionario –desde Raúl Prebisch hasta el Che Guevara–, se movía entre diversas opciones de desarrollismo e industrialización.[53]

Habrá que esperar a la aparición de estudios como The Magical State (1997), del antropólogo venezolano Fernando Coronil, para constatar la proyección académica de una crítica orgánica al extractivismo en la historiografía latinoamericanista.[54] Si en el campo académico e intelectual esa crítica avanzó muy lentamente, en la izquierda política latinoamericana, luego de una recuperación inicial con la rebelión de Chiapas, el neoindigenismo y los movimientos sociales antineoliberales de los noventa, su estancamiento fue evidente a partir del primer ciclo progresista del siglo xxi, que coincidió con el boom de los commodities.[55] Valga la paradoja de que algunos de los proyectos hegemónicos de aquella izquierda, como el chavista en Venezuela, reclamaron para sí la herencia de Las venas abiertas desde una apuesta abierta por el neoextractivismo. Al cabo de una década, sin embargo, aquella crítica precursora de Galeano al desarrollismo puede encontrar ecos en los nuevos proyectos del progresismo latinoamericano que se articulan desde las sociedades civiles, comunidades y formaciones políticas de la región. o

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Resumen/Abstract

Galeano y sus historiadores

Este artículo intenta reconstruir el campo referencial historiográfico de Las venas abiertas de América Latina (1971), ensayo emblemático de la izquierda latinoamericana y caribeña en la Guerra Fría. El texto del escritor uruguayo Eduardo Galeano, autodefinido como ensayo, fue resultado de un intenso proceso de lecturas de académicos de las ciencias sociales latinoamericanas, en un momento de renovación de los enfoques marxistas y estructuralistas a través de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (cepal) y la teoría de la dependencia. Aquí se concentra la atención en las lecturas que Galeano hizo de los historiadores latinoamericanos. En algunos casos se trató de historiadores marxistas, pero en otros de historiadores liberales y nacionalistas con un peso considerable en las historiografías nacionales de varios países de la región. El artículo explora la deuda de Las venas abiertas con esa producción académica e intelectual.

 

Palabras clave: Dependencia - Historiografía - Guerra Fría - Nueva izquierda - Marxismo - Revolución

 

Galeano and the Historians

This article digs up and synthesizes the historiographical references that fed into Las venas abiertas de América Latina (1971), an emblematic essay for the Latin American and Caribbean left during the Cold War. The Uruguayan writer Eduardo Galeano’s book, which he describes as an essay, was the result of an intense engagement with the scholarly output of Latin American social scientists at a time of renewal for Marxist and structuralist approaches, then under the influence of the cepalino and dependency theory schools. Here, I direct my attention to Galeano’s readings of Latin American historians. In some cases, they were Marxist historians, but in others they were liberal or nationalist historians with considerable weight in the national historiographies of several countries in the region. The article explores the debt that Las venas abiertas owes to such academic and intellectual production.

 

Keywords: Dependency - Historiography - Cold War - New Left - Marxism - Revolution



[1] Liliana Weinberg, Pensar el ensayo, México, Siglo XXI, 2007, p. 14.

 

[2] Eduardo Galeano, Las venas abiertas de América Latina [1971], México, Siglo XXI, 2020, p. 337.

 

[3] Un buen mapa de aquellas teorías se encuentra en Francisco Zapata, Ideología y política en América Latina, México, El Colegio de México, 1990, pp. 137-167.

 

[4] Ibid., p. 170.

 

[5] Véanse Barry Carr y Steve Ellner, The Latin American Left. From the Fall of Allende to Perestroika, Londres, Latin America Bureau, 1993, pp. 1-22; y Adrián Sotelo Valencia, América Latina: de crisis y paradigmas. La teoría de la dependencia en el siglo xxi, México, Plaza y Valdés, 2005, pp. 87-92.

 

[6] Galeano, Las venas abiertas, pp. 49-50, 67, 79-80, 92-95 y 109-110.

 

[7] Ibid., pp. 96, 99 y 100. Sobre la relación de Galeano con Casa de las Américas, véase Carlos Aguirre, “Apuntes sobre la ‘guerrillerización’ de la cultura. Eduardo Galeano y el Premio Casa de las Américas”, Histórica, vol. 46, no 1, 2022.

 

[8] Walter Mignolo, “Manuel Espinoza García, La política económica de Estados Unidos”, Caravelle. Cahiers du monde hispanique et luso-brésilien, no 17, 1971, pp. 241-242.

 

[9] Heberto Padilla, Fuera del juego, Miami, Ediciones Universal, 1998, p. 137; Jorge Fornet, El 71. Anatomía de una crisis, La Habana, Letras Cubanas, 2013, p. 44; Abel Prieto y Jaime Gómez Triana (eds.), Fuera (y dentro) del juego. Una relectura del “caso Padilla” cincuenta años después, La Habana, Casa de las Américas, 2021, pp. 75-76.

 

[10] Prieto y Gómez Triana (eds.), Fuera (y dentro) del juego, p. 94.

 

[11] Ibid., p. 185.

 

[12] Primer Congreso Nacional de Educación y Cultura, Declaración, Casa de las Américas, año xi, no 65-66, 1971, pp. 4-19.

 

[13] Tulio Halperin Donghi, Historia contemporánea de América Latina [1969], La Habana, Edición Revolucionaria, 1990, pp. 13-20.

 

[14] Galeano, Las venas abiertas, p. 97.

 

[15] Manuel Moreno Fraginals, El Ingenio. Complejo económico social cubano del azúcar, Barcelona, Crítica, 2001, p. 539.

 

[16] Galeano, Las venas abiertas, p. 337.

 

[17] Roberto Fernández Retamar, Todo Calibán, Buenos Aires, clacso, 2004, p. 21.

 

[18] Galeano, Las venas abiertas, pp. 28-29, 68-71, 158-160 y 182-184. Para una crítica del discurso mestizo, véase Joshua Lund, El Estado mestizo. Literatura y raza en México, México, Malpaso, 2012, pp. 7-21.

 

[19] Galeano, Las venas abiertas, pp. 96-97.

 

[20] Ibid., p. 334.

 

[21] Ibid., p. 337.

 

[22] Carlos S. Assadourian, Ciro F. S. Cardoso, Horacio Ciafardini, Juan C. Garavaglia y Ernesto Laclau, Modos de producción en América Latina, México, Cuadernos de Pasado y Presente, 1973, pp. 7-16. Para una actualización de aquellos debates, véase Juan Marchena, Manuel Chust y Mariano Schlez (eds.), El debate permanente. Modos de producción y revolución en América Latina, Santiago de Chile, Ariadna Ediciones, 2021.

 

[23] Tulio Halperin Donghi, El revisionismo histórico argentino como visión decadentista de la historia nacional, Buenos Aires, Siglo XXI, 2005, pp. 7-12; Sergio Bagú, “Los unitarios. El partido de la unidad nacional”, en AA.VV., Unitarios y federales, Buenos Aires, Granica, 1974.

 

[24] Vivian Trías, Juan Manuel de Rosas, Montevideo, Ediciones de la Banda Oriental, 1987, pp. 8-9. Sobre el personaje fascinante de Vivian Trías, véase Aldo Marchesi y Vania Markarian, “Solari y Trías, dos trayectorias intelectuales en la Guerra Fría”, Prismas, no 23, 2019.

 

[25] Galeano, Las venas abiertas, pp. 169-170; Fernando López D’Alessandro, Vivian Trías, el hombre que fue ríos. La inteligencia checoslovaca y la izquierda nacional (1956-1977), Montevideo, Debate, 2019, pp. 4-5.

 

[26] Galeano, Las venas abiertas, p. 169.

 

[27] Ibid., p. 273.

 

[28] Ibid., p. 274.

 

[29] Ibid., p. 275.

 

[30] Idem.

 

[31] Idem.

 

[32] Vivian Trías, “Getulio Vargas, Juan Domingo Perón y Luis Batlle Berres-Herrera. Tres rostros del populismo”, Nueva Sociedad, no 34, enero-febrero, 1978, pp. 28-39.

 

[33] Moreno Fraginals, El Ingenio, pp. 108-115.

 

[34] Walterio Carbonell, Cómo surgió la cultura nacional, La Habana, Ediciones Yaka, 1961, pp. 38, 70 y 74.

 

[35] Luis Fernando Granados, En el espejo haitiano. Los indios del Bajío y el colapso del orden colonial en América Latina, México, Era, 2016, pp. 110-138.

 

[36] Galeano, Las venas abiertas, p. 158.

 

[37] Andrés Molina Enríquez, La revolución agraria de México. 1910-1920, México, Porrúa, 1932, tomo v, pp. 176-177.

 

[38] Emilio Kouri, “Zapatismo y agrarismo”, Nexos, 1° de septiembre de 2019.

 

[39] Rafael Rojas, El árbol de las revoluciones. Ideas y poder en América Latina, Madrid, Turner, 2021, pp. 195-205.

 

[40] Galeano, Las venas abiertas, pp. 235-236.

 

[41] Hilda Sabato, Republics of the New World. The Revolutionary Political Experiment in 19 Century Latin America, Princeton, Princeton University Press, 2018, pp. 168-198; Eric Van Young, A Life Together. Lucas Alamán and México. 1792-1853, New Haven, Yale University Press, 2021, pp. 442-464.

 

[42] Jean-Claude Monod, Qu’est-ce q’un chef en dé-mo-cratie? Politiques du charisme, París, Seuil, 2012, pp. 157-168; David A. Bell, Men on Horseback. The Power of Charisma in the Age of Revolution, Nueva York, Farrar, Strauss and Giroux, 2020, pp. 211-231.

 

[43] Galeano, Las venas abiertas, pp. 160-164.

 

[44] Ibid., p. 164. Véase Carlos Fuentes, Tiempo mexicano, México, Joaquín Mortiz, 1971.

 

[45] Adolfo Gilly, La revolución interrumpida, México, Era, 1994, pp. 147, 260, 279 y 360-365.

 

[46] Adolfo Gilly, El cardenismo. Una utopía mexicana, México, Era, 2001, pp. 304-315.

 

[47] Galeano, Las venas abiertas, p. 178.

 

[48] Ibid., p. 101.

 

[49] Oscar Zanetti, Historia mínima de Cuba, México, El Colegio de México, 2013, pp. 255-263.

 

[50] Marcos Winocur, Las clases olvidadas de la Revolución cubana, Barcelona, Crítica, 1979, pp. 105-110.

 

[51] Galeano, Las venas abiertas, pp. 83-92. Véase, por ejemplo, Reinaldo Funes Monzote, De bosque a sabana. Azúcar, deforestación y medio ambiente en Cuba (1492-1926), México, Siglo XXI, 2004, pp. 21-30.

 

[52] Galeano, Las venas abiertas, p. 269.

 

[53] Véanse los capítulos de Alejandro Blanco, Luiz Carlos Jackson y Jeremy Adelman en Carlos Altamirano (dir.), Historia de los intelectuales en América Latina. Tomo ii. Avatares de la “ciudad letrada” en el siglo xx, Buenos Aires, Katz, 2010, pp. 606-684.

 

[54] Fernando Coronil, The Magical state. Nature, Money, and Modernity in Venezuela, Chicago, University of Chicago Press, 1997, pp. 339-345 [trad. esp.: El Estado mágico. Naturaleza, dinero y modernidad en Venezuela, Caracas, Nueva Sociedad, 2002].

 

[55] Maristella Svampa, “‘Consenso de los commodities’ y lenguajes de valoración en América Latina”, Nueva Sociedad, no 244, 2013.