¿Apóstoles de la paz?

Lecturas de Romain Rolland y Henri Barbusse en la prensa de Buenos Aires (1914-1919)*

 

 

Magalí Andrea Devés** y Emiliano Gastón Sánchez***

Universidad de Buenos Aires / Universidad Nacional de San Martín / conicet

 

El primer número de la revista Insurrexit, publicado en Buenos Aires en septiembre de 1920, reproducía a página completa una fotografía de Henri Barbusse vestido con uniforme militar. Esa indumentaria aludía a la participación del escritor en el ejército francés durante los primeros años de la Gran Guerra. Debajo de la fotografía, se expande sobre los márgenes de la hoja una elogiosa descripción de este “apóstol de la paz”, que levantó su pluma frente a la contienda:

He aquí el apóstol de la edad presente, el que supo en la hora trágica de los desbordes patrióticos sanguinarios, lanzar su verdad serena y evidente como una luz en medio de las tinieblas del prejuicio y de la mentira […] se entregó al sacrificio, para poder desenmascarar a la guerra, arrancándole los falsos oropeles con que recubrieron los sicarios de la burguesía y mostrándola en toda su horrorosa desnudez llena de lodo y de inmundicias […] porque supo gritar en el momento oportuno, su silueta se destaca como la de un apóstol, sobre los resplandores rojos de la gran aurora que se levanta en Rusia.[1]

Apenas unos números después, el colectivo que impulsaba la revista eligió el retrato de “otro grande espíritu”, Romain Rolland, que “apoyado en sí mismo, contra todos irguió su razón serena, y dijo su palabra vidente en medio de la grita salvaje”.[2] Desde el inicio de la Gran Guerra, ambas figuras contribuyeron a definir el nuevo perfil del “intelectual comprometido” en Francia.[3] Su opción por el pacifismo disidente frente a la adhesión irrestricta que había concitado la contienda entre el grueso de los intelectuales y académicos franceses, colocó a los dos escritores en una posición muy compleja. Pues, como ha señalado Christophe Prochasson, “ser pacifista durante la Gran Guerra consistió en ponerse al margen de la sociedad, refugiarse en el exilio o la clandestinidad y, más generalmente, verse rechazado, fuera de la comunidad nacional”.[4]

Con el correr de los años, la resistencia pacifista de estos intelectuales se combinó con su adhesión a la causa de la Rusia soviética dando lugar a elocuentes demostraciones de admiración como las de Insurrexit, que lejos estuvieron de ser una excepción. Una rápida mirada a las revistas políticas y literarias publicadas en Buenos Aires durante el período de entreguerras revela que Barbusse y Rolland devinieron en dos referencias indiscutibles para la cultura porteña y, en particular, para el universo de las izquierdas. Como “maestros de la juventud” en el marco de la Reforma Universitaria y posteriormente como los “padres del antifascismo”, sus rostros ocuparon las portadas y las páginas de diversas publicaciones que difundían sus artículos y manifiestos. Existieron incluso algunos periódicos porteños que, de manera explícita, declamaron su inspiración en las revistas impulsadas por ambos intelectuales. Así lo evidencian, por ejemplo, Claridad (1920 y 1926-1941) y Monde. Hebdomadaire internationale (1928-1935).[5] Los diarios y semanarios porteños también siguieron con atención los itinerarios y las propuestas de estas figuras representativas para una nueva generación de intelectuales franceses que retomaban el ideario dreyfusard de finales del siglo xix y los valores universales asociados a Francia: el derecho, la libertad y la justicia. Sus obras eran reseñadas en la prensa y el reconocimiento alcanzado por esos años se refleja en los obituarios y en los diversos homenajes que les fueron dedicados a ambos al momento de su muerte.

Si bien ese proceso de recepción no ha sido estudiado en profundidad, la atracción ejercida entre sus pares argentinos en los años de entreguerras, en los cuales Rolland y Barbusse se consolidaron como los exponentes del pacifismo, pero también como una suerte de profetas laicos cuyos itinerarios resumían el abandono de la conciencia burguesa en favor de un nuevo compromiso intelectual, ha sido señalada por la historiografía y, en especial, en los estudios sobre el antifascismo local.[6]

La gravitación de esas representaciones ha sido tan poderosa que, con frecuencia, fueron extrapoladas a los años de la Gran Guerra en las escasas investigaciones que aludieron a la presencia de ambas figuras en la cultura porteña de ese periodo.[7] Y, en cierta medida, el traslado acrítico de esos tópicos a los años de la guerra ha obstaculizado la emergencia de una investigación específica sobre las lecturas realizadas por los contemporáneos al calor del conflicto que permita establecer no sólo su especificidad sino también las rupturas y resignificaciones que se tornan más evidentes a partir de la primera postguerra.  

No obstante, como intenta demostrar este artículo, la guerra y la inmediata postguerra constituyen una etapa fundamental en el complejo proceso de recepción y de circulación de impresos sobre ambos autores entre Europa y el Río de la Plata. Pues si bien es probable que hayan existido referencias previas, la presencia de Rolland y Barbusse en la prensa de Buenos Aires se incrementa de manera notable a raíz de la cobertura mediática de la Gran Guerra.[8]

La clausura de esta etapa de ese proceso de recepción, iniciada a raíz del estallido de la contienda, se produce entre mediados de 1919 y comienzos de 1920, pues en esos meses ocurrieron varios hechos importantes para la problemática analizada en este artículo. En primer lugar, la célebre conferencia dictada por Carlos Ibarguren en la Biblioteca del Consejo Nacional de Mujeres en julio de 1919, publicada meses después bajo el título La literatura y la Gran Guerra. En dicho libro, este intelectual ajeno por completo al universo de las izquierdas brinda un extenso panorama de la literatura y la poesía francesas durante la contienda, en el que dedica varios pasajes a Rolland y a Barbusse.

En segundo lugar, la creación a mediados de 1919 de la Editorial Pax, dirigida por Roberto Giusti y Manuel Gálvez. Este sello será un activo difusor de la literatura de guerra en la Argentina y en 1920 publicará (con traducción propia) la novela de Rolland, Clerambault. Historia de una conciencia libre durante la guerra. Un último hito para comprender la importancia de esos meses como una coyuntura que clausura la etapa anterior de ese proceso es la publicación, en enero de 1920, de la primera revista Claridad, una experiencia más breve y menos conocida que su sucesora fundada y dirigida por Antonio Zamora en 1926.[9] A juzgar por el intercambio epistolar entre José Ingenieros y el propio Barbusse –que se extendió hasta 1921– la revista estuvo relacionada con el proyecto de conformar una filial local del grupo Clarté![10] Esos vínculos se evidenciarán también con la llegada de Ingenieros a las páginas de Clarté en marzo y abril de 1921, lo que revela la bidireccionalidad de esos procesos de transferencias culturales entre Francia y la Argentina.[11]

Ahora bien, con el objeto de estudiar los sentidos que movilizaron las lecturas de ambos autores antes de su decidida incorporación al discurso de las izquierdas argentinas en los años posteriores al conflicto bélico, en este artículo se analizará un variopinto entramado de periódicos que por entonces inundaban las calles de Buenos Aires a toda hora. En primer lugar, los grandes diarios de la “prensa comercial” (matutinos y vespertinos); en segundo lugar, los semanarios ilustrados; en tercer lugar, las publicaciones asociadas a la colectividad francesa y, por último, los periódicos vinculados a la izquierda anarquista y socialista, en especial La Protesta y La Vanguardia.

El análisis de estos nichos y sectores del sistema mediático de Buenos Aires revela las diversas temporalidades y características que adquirieron las lecturas sobre las obras y los posicionamientos de Barbusse y Rolland durante la Gran Guerra. Pues como sostiene la hipótesis principal de este trabajo −a diferencia de lo que ocurre en el universo de las revistas literarias y culturales, donde las miradas sobre estos autores fueron más elogiosas−, la presencia de ambas figuras en la prensa porteña se caracterizó por una lectura mucho más crítica de sus propuestas pacifistas. Como se intenta demostrar en las páginas que siguen, esos cuestionamientos se explican, en primer lugar, por la procedencia de los textos, muchos de ellos tomados de diferentes publicaciones francesas. Y en segundo lugar, por tratarse de crónicas enviadas por los corresponsales de la prensa porteña instalados en París, quienes imbuidos en esa “cultura de guerra” consideraron inviables e insultantes los cuestionamientos al clima de la Unión Sagrada que impulsaron ambos literatos.[12] Por último, algo similar ocurre en los diarios y revistas de la colectividad francesa que desde agosto de 1914 orientó su entramado asociativo y sus publicaciones periódicas al servicio de la patria lejana. Con la prolongación del conflicto, este compromiso comunitario con el Hexágono fue tan extremo que provocó diversas tensiones y fracturas al interior de la colectividad, generando un clima poco propicio para difundir una lectura elogiosa de las propuestas pacifistas de Rolland y Barbusse.

 

El pacifismo como traición: el caso de Rolland

En el marco de la cobertura mediática de la Gran Guerra el ingreso de ambos autores en la prensa de Buenos Aires se produjo a través de dos vías muy evidentes. En primer lugar, mediante la circulación de periódicos europeos, en especial franceses, que desde antes de la guerra llegaban al Río de la Plata en barco y luego eran distribuidos a través del correo. Si bien es cierto que el volumen y la velocidad de esa circulación se vieron afectados a partir de agosto de 1914 por el incremento de los controles y la vigilancia marítima, la prensa europea continuó arribando a la capital argentina siendo un importante insumo de información pero también de textos e imágenes que eran reutilizados con frecuencia por los periódicos porteños.

En segundo lugar, la red de corresponsales extranjeros que los grandes diarios y semanarios de Buenos Aires habían urdido desde finales del siglo xix. Este conjunto de hombres y mujeres del mundo de las letras, el periodismo y la política, que se verá incrementado en el transcurso de la guerra como parte de las estrategias ensayadas por los grandes diarios para diversificar sus miradas sobre el conflicto, desempañará un rol clave como mediador cultural entre ambos márgenes del Atlántico. Pues, además de informar sobre las vivencias de la guerra en las grandes ciudades europeas, sus crónicas fueron también un espacio privilegiado para dar cuenta de las novedades teatrales y literarias producidas al calor del conflicto.

A través de esos canales, la recepción de ambas figuras en Buenos Aires se desplegó impulsada por episodios y momentos específicos de sus itinerarios y sus posicionamientos frente a la Gran Guerra. En este sentido, las noticias sobre la campaña pacifista impulsada por Romain Rolland desde las páginas del Journal de Genève −periódico que acogió (no sin recelo) sus artículos luego de que el autor decidiera permanecer en Suiza, donde se hallaba de vacaciones al estallar la guerra− configuran un primer momento en las lecturas sobre este autor.

Un episodio particular de esa campaña llamó la atención de la prensa porteña. Se trata de la carta abierta que Rolland le escribió al novelista alemán Gerhart Hauptmann, a propósito de la destrucción de Lovaina durante la invasión alemana de Bélgica, y en la que acuñó la célebre frase: “¿Son ustedes los nietos de Goethe o los de Atila?”.[13] Esta carta abierta y el intercambio que siguió a ella se publicaron en Buenos Aires durante el mes de octubre de 1914.[14] Las pocas semanas transcurridas desde el inicio de esta polémica permiten inferir que los textos publicados por la prensa local fueron tomados de los periódicos franceses y españoles. En líneas generales, se trata de artículos publicados sin mayores preámbulos ni aclaraciones al respecto. La única excepción en este sentido se encuentra en las páginas del diario católico El Pueblo que, al publicar a finales de octubre de 1914 la réplica de Hauptmann a Rolland en el Berliner Tageblatt, señaló: “Hauptmann representa una tendencia filosófica que no es la nuestra. Al consignar como lo haremos, por obvias razones de actualidad, algunos párrafos de su réplica, se ha de entender que no aceptamos sus apreciaciones episódicas, ni los juicios implícitos ó explícitos que emite de algunas personalidades funestas como Kant, Schopenhauer, Nietzsche, Goethe, etc.”.[15]

Otros comentarios sobre la campaña pacifista de Rolland, provenientes de la prensa francesa, fueron publicados en Buenos Aires algunas semanas más tarde. Esos artículos se destacan por el tono invariablemente crítico y por la incomprensión de sus pares que, como ya se ha señalado, constituye un rasgo distintivo de las miradas provenientes de este tipo de publicaciones. En ese sentido, cabría destacar el artículo de Alphonse Aulard, profesor a cargo de la cátedra de Historia de la Revolución Francesa en la Sorbona, quien no solo acusó a Rolland de mantener amistades con intelectuales alemanes sino que además criticó el lirismo de sus propuestas pacifistas: “¡No M. Román Rolland! No es el pensamiento de Kant lo que los alemanes defienden en Koeningsberg! ¡Escarnecen, asesinan este pensamiento! Si Kant viviera todavía, se avergonzaría de ser prusiano”, afirmaba el catedrático.[16]

La circulación en Buenos Aires de estos textos permitió conocer algunos trazos de la cultura nacional de guerra que emergió en Francia a partir de agosto de 1914, y los alineamientos mayoritarios de los intelectuales y catedráticos franceses al clima de la Unión Sagrada. No obstante, esa mirada negativa sobre la campaña pacifista de Rolland también se hizo presente en las crónicas de algunos de los corresponsales de la prensa porteña instalados en París. Es el caso de Francisco García Calderón, escritor y diplomático peruano que se desempeñaba como corresponsal de La Nación en la capital francesa, donde residía desde comienzos del siglo xx. En una crónica publicada a comienzos de 1915, en la que todavía es posible advertir los ecos de la campaña pacifista impulsada por Rolland, García Calderón consideraba al escritor como un “curioso personaje de una república de las letras como aquella en que soñara Goethe, sin querellas de fronteras [que] se afana en distinguir dos Alemanias”.[17] Para el corresponsal peruano, este escritor “suizo, como Mme. de Staël” se muestra neutral y tolerante y “mientras elogia a la antigua Germania de los románticos, condena el actual imperialismo ambicioso. Profesores indecisos le secundan. El teutonismo, dicen, no representa la opinión colectiva más allá del Rin: es credo de junkers orgullosos y empleados sumisos”.[18] La crónica de García Calderón, publicada en uno de los matutinos más importantes de Buenos Aires, deja entrever los efectos de la rápida militarización de la cultura francesa, que obturaba la posibilidad de mantener diálogos y establecer matices en torno a la imagen de la Alemania “bárbara” construida en el marco de las denuncias sobre las “atrocidades alemanas” en Bélgica.[19]

Por ello, no es extraño que, en un sentido contrario, las excepciones a esa mirada crítica en torno al pacifismo de Rolland hayan provenido del diario La Unión, el principal periódico de propaganda alemana en castellano, editado en Buenos Aires desde finales de octubre de 1914. En sus páginas, el autor de Jean Christophe es señalado como uno de los pocos escritores franceses que logró escapar al “peligroso trastorno mental” que afectó a buena parte de sus colegas desde el estallido de la guerra, pero también como “el único que se ha mantenido sereno y firme ante la verdad, dando con ello prueba del más elevado y sereno patriotismo y del más recio temple de alma”.[20] No obstante, como reconocía el anónimo comentarista de La Unión, para poder abstraerse a ese clima chauvinista, Rolland “tuvo que emigrar a Suiza, porque su patriotismo no era como el de los Hervé, los France, los Sembat, un patriotismo de última hora, un patriotismo postizo […] del miedo al pueblo”.[21]

Sin embargo, el tono hostil hacia Rolland no solo se mantuvo en los meses posteriores sino que se incrementó a raíz de la publicación de Au-dessus de la mêlée en noviembre de 1915, un libro que reunía los artículos publicados en el Journal de Genève durante los primeros meses de la guerra y que se transformaría en un emblema del pacifismo transnacional.[22] Uno de los primeros en reseñarlo en la prensa porteña fue el ya citado García Calderón, aunque en esta oportunidad la virulencia de su crónica es mucho mayor: “Desde la fría eminencia suiza distribuye Romain Rolland críticas y recompensas a los héroes de esta guerra adusta. Condena o exalta alternativamente seguro de su magisterio tolstoyano. A su helado risco no llegan las pasiones de la tierra, la admirable tensión de los patriotismos exacerbados. ¿Quién le confirió en esta insoluta querella la altiva función de juez?”, se interrogaba el corresponsal de La Nación.[23]

Las críticas de García Calderón apuntaban a la difícil posición que Rolland intentaba asumir desde su refugio en Suiza como portador de la “conciencia crítica” ante la cruda realidad de la guerra. En este sentido, el corresponsal enfatizaba la “deserción moral” del escritor francés, que había abandonado a su patria en un momento de extrema gravedad, al tiempo que criticaba la pretensión de levantar “su evangélica tribuna en una encrucijada de odios”. A modo de corolario, afirmaba:

Ni le admiran en Alemania ni le comprenden en Francia porque ante la agresión de las ideas y de los hombres, se afana en agitar la blanca enseña de los parlamentarios. Ignora siempre este pensador de inútiles sinfonías, el formidable vigor de las pasiones castizas. Europa odia, y él ama beatamente, oponiendo a heroicas muchedumbres su yo exasperado. Renuncia a su patria gloriosa para vivir ya en una serena y utópica humanidad. Extraño a la pasión común, se convierte en ibseniano “enemigo del pueblo” y de los pueblos. Trágica posición espiritual en un mundo intenso y dividido. ¿Es traidor o precursor, sirve al ideal o abandona la causa francesa? De pie ante el indeciso porvenir, espera noblemente la grave sentencia absolutoria o condenatoria de las nuevas generaciones.[24]

Para comprender la virulencia de García Calderón hacia el pacifismo y la pretendida neutralidad intelectual postulada por Rolland hay que atender a dos factores. En primer lugar, su rutilante francofilia y que, en rigor, fue una de las posiciones más extendidas en la prensa porteña. Esta adhesión incondicional a Francia hace del escritor refugiado en la Suiza neutral un traidor a su patria. Y en segundo lugar, un dato no menor de su entorno familiar: su hermano José, que también trabajó para la legación de Perú en Francia, a comienzos de la guerra se enroló, como otros latinoamericanos, en las filas de la Legión Extranjera. Y pocos meses después de la escritura de esta crónica, en mayo de 1916, perdería la vida en la batalla de Verdún, transformándose en una suerte de “modelo de voluntario transnacional”, gracias al lugar otorgado a su figura en varias crónicas que Enrique Gómez Carrillo publicó en la revista de propaganda aliada América-Latina a finales de 1916.[25]

De todos modos, García Calderón no fue una excepción. Otros corresponsales de la prensa de Buenos Aires también señalaron sus críticas (o reseñaron las de terceros) al referirse al libro de Rolland que reunía los artículos periodísticos de su campaña pacifista. Es el caso de Juan José de Soiza Reilly, un reconocido periodista porteño que al inicio de la guerra partió rumbo a Europa como enviado especial de La Nación y del semanario Fray Mocho. Durante su periplo por el Viejo Continente, Soiza Reilly pasó varias semanas recorriendo las principales ciudades de Suiza, un país devenido en la “patria simbólica” de los intelectuales pacifistas y el epicentro del humanitarismo transnacional.[26] En una de sus crónicas, escrita en Ginebra en marzo de 1916, el corresponsal se refiere a los pacifistas como personajes “que provocan risa”, aun cuando se trata de personalidades prestigiosas como Rolland que “ha dejado de escribir novelas hermosas para dirigir cartas inútiles a sus contemporáneos”.[27] En esa crónica, Soiza Reilly reseña el “temporal de sonrisas amargas” desatado en Francia a raíz de la publicación de Au-dessus de la mêlée y las respuestas de Rolland a sus críticos, en lo que constituye todo un indicio de la rápida circulación del texto a través de Europa.[28]

El periodista español José Martínez Ruiz, más conocido como Azorín, también optó por reseñar las críticas negativas que recibió el autor de Au-dessus de la mêlée, en una crónica en la que trazaba un contrapunto de las posiciones ante la guerra entre Rolland y Charles Péguy, quienes habían sido compañeros en Les Cahiers de la Quinzaine. Frente a la heroica muerte de Péguy en la batalla del Marne, la actitud adoptada por Rolland, al considerarse “como un ser superior y augusto, al cual no llegan los intereses y terribles pasiones que concitan entre sí los pueblos”, causó sorpresa y estupefacción entre sus pares franceses. “¿De qué manera –se preguntaban– este hombre puede considerarse fuera del campo de nuestra afectividad y no tomar partido decididamente por nosotros contra nuestros enemigos?”, señalaba Azorín, apelando a los intelectuales de Francia que habían denostado la actitud de Rolland.[29]

Ni siquiera la concesión a Rolland del Premio Nobel de literatura correspondiente al año de 1915 (otorgado en 1916) pudo modificar esas visiones críticas sobre su pacifismo intelectual. Por el contrario, si bien el galardón fue concedido en honor a su labor literaria previa a la guerra, las lecturas en torno al premio no lograron separar ambos planos del itinerario intelectual de Rolland. De esta manera, para algunos corresponsales e intelectuales que publicaban con frecuencia en la prensa porteña, esa campaña pacifista empañó una incuestionable carrera literaria. Así lo señaló Max Nordeau, en otra de sus crónicas publicadas en La Nación: “la resolución del areópago sueco ha asombrado a la opinión, tanto en Francia como en los países extranjeros, ha chocado a mucha gente y ha sorprendido a todos. Tiene su faz literaria, pero desgraciadamente tiene también una faz política”.[30] El corresponsal consideraba que la Academia sueca había cometido “un error incomprensible y difícilmente disculpable” al premiar a una figura como Rolland, vituperado por los franceses que “no se encuentran encima sino en medio de la refriega homicida” y que “no admiten que uno de los suyos se arrogue en estos momentos el derecho a la imparcialidad”. Nordeau se cuestiona si el momento elegido no buscaba dar una lección a Francia, lo cual sería “una falta de tacto en extremo chocante”. Pues al declararse a favor de “un autor violentamente discutido, repudiado por su país […] la academia sueca se ha inmiscuido en la querella, se ha declarado implícitamente contra Francia, ha dado la razón a Romain Rolland y ha refrendado sus censuras contra los franceses y sus insinuaciones amorosas a Alemania”.[31]

No obstante, el reconocimiento a la labor literaria de Rolland que posibilitó la obtención del Premio Nobel hizo que, al menos por varios meses, su presencia en la prensa de Buenos Aires estuviera asociada a esta faceta, expresada mediante la publicación de extractos de algunas de sus obras anteriores a la guerra.[32] En algunos casos aislados, como el ya citado diario La Unión, la obtención del galardón motivó una explícita reivindicación de sus cualidades literarias, ignoradas por los colegas franceses que, luego del estallido de la guerra, fueron incapaces de comprender sus posicionamientos y los matices señalados por Rolland sobre el valor de la cultura germana. “El premio Nobel viene, pues, a destacar los méritos del literato y la conciencia recta y sana del hombre”, afirmó por entonces ese periódico de propaganda alemana.[33] Asimismo, el giro “por encima de la contienda” (y sus diversas variaciones) se transformó en una suerte de sentido común que emerge en varias crónicas y artículos sobre la Gran Guerra, aunque no vinculadas en forma directa con la obra de Rolland.[34]

Sin embargo, la continuidad de esa mirada negativa sobre el pacifismo de Rolland se mantuvo como una marca indeleble hasta los últimos textos publicados en la prensa de Buenos Aires durante el período abordado en este trabajo. Ello puede constatarse, por ejemplo, en el extenso artículo que Paul Groussac comenzó a publicar en La Nación en coincidencia con el inicio de los festejos por el Día de la Victoria, organizado por las colectividades aliadas en el predio de la Sociedad Rural Argentina en el barrio de Palermo. Mientras que en su primera entrega, luego de una minuciosa reconstrucción biográfica y un análisis de la novela Jean Christophe, el director de la Biblioteca Nacional consideraba a Rolland como “uno de los escritores más notables de este comienzo de siglo”, la segunda parte de su artículo no ahorra críticas hacia su pacifismo.[35] En resumidas cuentas, Rolland era un desertor que decidió abandonar su país ante la invasión alemana “para ir a continuar en tierra extraña, más próxima de la enemiga que de la propia, su vana y culpable prédica”.[36] “¿Qué pensaba Rolland de los que, combatiendo bajo su bandera, el frío, la miseria, caían a centenares de miles sobre la tierra disputada al invasor?”, se interrogaba Groussac. “¿Qué sentía al recordar a sus amigos y discípulos normalianos segados en plena juventud y que, al morir, confesaban su fe inconmovible en el triunfo de la causa santa?”. Para este intelectual francés, instalado en la Argentina hacía décadas, las críticas del novelista a esa generación de la élite intelectual francesa que, a diferencia de su diletantismo, se puso al servicio de la causa patriótica y cuya pérdida es inconmensurable para el destino de Francia, no solo eran injustas sino también inmorales. Desde esta perspectiva, Rolland emerge aun luego de la firma del armisticio y del Tratado de Versalles como “el promotor o, mejor dicho, continuador impenitente de la campaña antipatriótica” que procura disfrazar con paradojas y sofismas su descalabro moral. Ante esa defección, Groussac consideraba que “la mayor dignidad que, después de su error, pudiera reservarle el porvenir, sería la del arrepentimiento; lo desprecia, para proclamarse impecable y superior a los héroes, ¡él que no debe en adelante aspirar, gracias a su gran talento del pasado y a su nobleza nativa, sino a merecer su amnistía!”.[37] El director de la Biblioteca Nacional escribía como si la guerra no hubiera terminado. En este sentido, su artículo revela una continuidad del clima de Unión Sagrada y un patriotismo virulento del cual Groussac había hecho gala −a pesar de los deberes de neutralidad que le cabían como funcionario público, de acuerdo con la neutralidad decretada por el Estado argentino− en algunas de sus columnas publicadas en Le Courrier de la Plata durante los años de la contienda.[38]

 

Un poilu entre el realismo y el pacifismo: el caso de Barbusse

Las lecturas sobre Henri Barbusse en la prensa de Buenos Aires tuvieron dos rasgos que las diferenciaron respecto de lo señalado anteriormente sobre Rolland. En primer lugar, fueron algo más tardías puesto que las primeras referencias a este autor llegan a la prensa porteña luego de que su novela Le Feu (El Fuego), publicada por entregas en la revista L’œuvre de Gustave Téry, obtuviera el premio Goncourt en diciembre de 1916, galardón que compartió con la novela L’Appel du sol, de Adrien Bertrand. Y, en segundo lugar, la legitimidad obtenida por su condición de excombatiente hizo que las críticas a sus propuestas pacifistas adquirieran formas más elípticas (pero no menos evidentes) si se comparan con las recibidas por Rolland.

Al igual que en el caso anterior, las crónicas de los corresponsales de los grandes diarios en París fueron el vehículo principal en la circulación de estas novedades literarias. El escritor Francis de Miomandre, en una crónica para La Nación a comienzos de 1917, fue uno de los primeros en transmitir al público porteño sus percepciones sobre esta obra. Allí el corresponsal define a la novela de Barbusse como “una visión franca, atroz, definitiva de la guerra moderna”. Las imágenes que transmite El Fuego son el resultado de la perspectiva asumida por el novelista, que “eligiendo un pequeño rincón de esa trinchera […] nos ha dado una vista sintética de la guerra”.[39] En ella, los protagonistas principales son un grupo de poilus que el crítico describe como un conjunto de “pobres hombres […] infinitamente impresionantes y dignos de lástima, que hacen los gestos y rituales de la batalla con una obediencia pasiva y una especie de dulzura inalterable, sin un arranque de cólera, con un patriotismo tanto más profundo cuanto que jamás usan el lenguaje ni las actitudes del patriotismo enfático y artificial de los pueblos imperialistas”.[40]

No obstante, frente a la sucesión de cuadros de esa “existencia monótona y desoladora” que Barbusse elige mostrar, De Miomandre lamenta que su novela no refleje “nada de lo que hace a la guerra hermosa, excitante, atrayente”. Es allí donde radica su crítica larvada a El Fuego, pues esa interminable espera en el barro de las trincheras es incapaz de brindar alguna certeza sobre el sentido de la guerra y su futuro desenlace. De hecho, el efecto de realidad que provoca la cruda descripción de la vida cotidiana de los combatientes franceses en el frente occidental, confiesa el corresponsal, “hace odiar realmente a aquellos cuya culpable demencia ha desencadenado sobre la Europa esta matanza inmóvil, este diluvio de lodo sangriento”. Al fin y al cabo, ese es el objetivo de una novela que “carece de todo optimismo”. Y esa franqueza es algo que, a pesar de todo, se agradece, porque “después de tantas narraciones convencionales, limpias, aseadas, peinadas y pintorreadas” Barbusse ha escrito una obra sincera, “en que las cosas son consideradas como son, en la autenticidad de su horror”.[41]

Los comentarios en torno a la realista descripción de la contienda que brinda la novela de Barbusse fueron un tópico recurrente en las crónicas que otros corresponsales de los diarios porteños dedicaron a ella. Ese “realismo áspero y meticuloso”, como lo definió Azorín, carente de sensibilidad y sutileza, transformaba a Barbusse en “un discípulo de Zola de segundo orden”.[42] Años después, pero en una clave similar, Miguel de Unamuno en una crónica para La Nación aludió también en forma despectiva al “realismo chillón” de Barbusse. “No creemos que esa obra, que tan fulminante éxito tuvo durante la campaña, resista a la acción del tiempo”, agregaba el corresponsal salmantino, pues “el tiempo demuestra todo lo artificioso que suele ser el realismo crudo. Aparte de que en el libro de Barbusse hay demasiada ideología lógica y no estética”.[43]

 No obstante, un rasgo destacado de esos primeros comentarios sobre la novela consistió en la lectura selectiva de ese realismo crudo que, en cierta medida, diluía el sentido crítico de su pacifismo y transformaba la novela de Barbusse en un canto homérico al esfuerzo patriótico de los poilus franceses. En este sentido, en una crónica dedicada a los ganadores del Premio Goncourt, Francisco García Calderón definió El Fuego como una “crónica fidedigna de la guerra”. No obstante el pacifismo implícito de la obra, el corresponsal de La Nación optó por enfatizar su aporte a la causa de Francia mediante un reconocimiento al esfuerzo de esos miles de hombres, comunes y corrientes, movilizados en el marco de una guerra industrial de masas. Esos “soldados del pueblo que cambian acres impresiones, que meditan con el buen sentido francés sobre la vida lamentable, nos describen la batalla real sin retórica de epopeya, el horror maridado al heroísmo, el crimen se une en almas enhestadas por la suprema angustia de las horas dolientes, al desinterés y al sacrificio”.[44] El corresponsal elogia la recuperación del argot que realiza Barbusse en su descripción de las trincheras, al tiempo que apela a la imagen de la leva en masa de la Revolución francesa y a la idea del “ejército popular” para enfatizar el sublime heroísmo del pueblo francés:

en el moderno duelo de razas ingresan pueblos enteros sin la selección creada por la larga disciplina profesional. En lugar de ejércitos preparados para el combate, la total nación armada, el ciudadano que va del taller, de la paz burocrática, del gabinete poblado de quimeras a la trinchera voraz. “¡No somos soldados, exclama un personaje de ‘El fuego’, somos hombres!”. Hombres sin ardor guerrero, sin vocación para la ruina y la sangre, obedientes, limitados, adocenados.[45]

Otro de los corresponsales franceses que dedicó sus páginas a El Fuego fue Paul Margueritte. En una crónica publicada en La Nación en agosto de 1917, el escritor afirmaba que la novela de Barbusse “no es lectura ni para los corazones débiles ni para los espíritus propensos al desaliento” pues el horror impregna sus páginas de principio a fin.[46] Sin embargo, Margueritte lee la orientación pacifista de la obra desde una perspectiva muy particular, que reitera los argumentos esgrimidos por buena parte de la prensa y los intelectuales franceses en las semanas posteriores al estallido del conflicto: para Francia esa era una guerra defensiva, provocada por la invasión alemana, y necesaria para terminar con todas las guerras.[47]

En su escrito, Margueritte afirma que al momento de cerrar su crónica El Fuego había vendido más de 12.000 ejemplares en Francia. A juzgar por algunas de las reseñas publicadas en las revistas culturales, pero también por el anuncio en la prensa de algunas conferencias sobre el libro, es muy probable que por entonces varios ejemplares de la edición francesa ya circularan por Buenos Aires.[48] En una nota posterior, publicada a mediados de 1918 en el semanario El Hogar, se afirma que la edición francesa de Flammarion había vendido cerca de 191.000 ejemplares. Y, al mismo tiempo, la nota da cuenta de la circulación en la capital argentina de la traducción española, realizada en Madrid por Rafael Caro Raggio Editores.[49]

Al igual que ocurre con el giro de Rolland (“por encima de la contienda”), ese cúmulo de notas y crónicas contribuyeron a fijar una imagen sobre El Fuego en la que prima, por sobre todas las cosas, su lúgubre representación de la guerra y de la vida en las trincheras. Ese imaginario puede verse, por ejemplo, en una crónica publicada en abril de 1919 por La Nación con motivo del arribo a Buenos Aires de un contingente de voluntarios argentinos y reservistas franceses, en la cual el matutino afirmaba: “regresan animosos con la alegría del triunfo, fortalecidos, templados por la lucha heroica y con la visión imborrable de esas diarias, inacabables escenas trágicas que ha descripto con estupendo realismo, en su ya célebre libro ‘Le Feu’, la pluma de Henri Barbusse”.[50]

Una valoración algo más positiva sobre la dimensión pacifista de las obras de Barbusse emerge hacia el final del período abordado en este artículo con motivo de la publicación de su nueva novela: Clarté. En un comentario publicado en el diario La Mañana, se afirmaba que su nuevo libro expresa el “vivo anhelo […] de ver nacer una aurora de bondad tras la tempestad de la guerra más terrible que vieron los siglos”. No obstante el mayor optimismo que impera en sus páginas, Claridad era, a juicio del matutino, “una novela dolorosa […] una obra de sinceridad y de angustia, forjada sobre el yunque de todas las miserias que ha dejado tras su paso la tromba apocalíptica”.[51] A modo de corolario, pero también como una evidencia de la circulación de otras novelas inspiradas en la guerra, el anónimo comentarista cita a Los cuatro jinetes del Apocalipsis del español Vicente Blasco Ibáñez, un autor muy reconocido en Buenos Aires.[52] De todos modos, la mirada crítica sobre el pacifismo de Barbusse se mantendrá entre los corresponsales extranjeros incluso luego del fin de la guerra. En este sentido, Camille Mauclair, corresponsal en París del diario La Época, el principal órgano del gobierno radical, escribió a propósito Clarté: “es una obra muy inferior a ‘El Fuego’. Es enojosa y lánguida. Hay allí reediciones de los espectáculos de la guerra, mezclados a una novela de amor demasiado tierna y obscura. No se sabe por qué el libro termina con cincuenta páginas de divagaciones sociales […] de un idealismo pueril que recuerda los crasos errores de Romain Rolland”.[53]

No obstante la pervivencia de esta mirada, cabría señalar que hacia mediados de 1919 es posible advertir un énfasis más positivo en torno al pacifismo de Barbusse, asociado a un fenómeno más vasto: el inicio de la publicación en Buenos Aires de otras obras de la literatura pacifista europea como El Hombre es bueno, del escritor alemán Leonhard Frank. Esta novela, traducida por el socialista Augusto Bunge, fue publicada por la editorial Pax en julio de 1919 y al mismo tiempo, de forma seriada, por el diario La Vanguardia.[54] En el primer apartado de su publicación en el periódico socialista, titulado “Cómo es el libro”, Bunge afirmaba que “por la nobleza de su arte y de su espíritu y la afinidad del tema, la comparación entre El fuego del francés Henry Barbusse y El hombre es bueno de Leonhard Frank se presenta espontánea al espíritu. Y de ella resulta una perfecta antítesis […] en el estilo, en la técnica de la composición, en la manera de encarar el tema”.[55] De hecho, ese contrapunto estuvo presente en las lecturas de otros periódicos. Por ejemplo, la reseña publicada en El Diario afirmaba que “así como los dos ya célebres libros de Barbusse, ‘Le feu’ y ‘Clarté’, son la trinchera, el campo de batalla, este ‘El hombre es bueno’, es el pueblo que queda detrás de los combates y que tiene también su gran tragedia, no por silenciosa, menos grande”.[56] Esa lectura de la novela de Leonhard Frank, a la luz de terreno abonado por Barbusse, se advierte asimismo en una reseña crítica del libro y de la traducción de Bunge (“que queriendo sin duda ser absolutamente fiel ‘mot a mot’ resulta de un castellano arbitrario, a menudo desconcertante”) publicada en el diario La Unión.[57]

 

“Las ideas fuera de lugar”: el pacifismo en los periódicos de la colectividad francesa

Los matices y sutilezas que se advierten en las lecturas del pacifismo de Rolland y, en especial, de Barbusse, a raíz de su condición de excombatiente, desaparecen por completo cuando se abordan los periódicos impulsados por la colectividad francesa de Buenos Aires. Pues si bien la recepción de estos autores en esos periódicos comparte una cronología similar con los otros diarios y semanarios porteños, esas publicaciones oscilan entre una indiferencia y la crítica virulenta en los escasos artículos dedicados a ambas figuras.

En junio de 1916, con motivo de la publicación de Au-dessus de la mêlée, el libro que reunía los artículos publicados por Rolland en Suiza, J. Bertrand escribió un artículo en Le Franco-American, una revista cultural fundada en 1902 y dirigida por Clémence Malaurie hasta su muerte en 1914. Si bien reconocía “el innegable talento del maestro”, juzgaba su intento de situarse “por encima de la contienda” desde la Suiza neutral como un “delirio de imparcialidad”, imposible de sostener ante el peligro de la invasión alemana y sus consecuencias que, a juicio de Bertrand, parecían olvidadas por Rolland.[58] Las críticas revelan que, a pesar de no ser un texto visceralmente antipatriótico, bastó para que las propuestas de Rolland fueran impugnadas en este tipo de publicaciones. Pues, en definitiva, se trataba de una defección idealista que explicaba su aislamiento en la torre de marfil a la que aludía el título del artículo de Bertrand. El otorgamiento a Rolland del Premio Nobel de literatura no modificó en forma drástica las críticas que estos periódicos vertían en su contra. De hecho, el sobrio comentario que al respecto publicó Le Courrier de la Plata −el diario más antiguo de la colectividad− reconocía que si bien la acusación de “germanófilo” era quizás un tanto exagerada, la campaña pacifista y antipatriótica de ese antiguo profesor de la Sorbona no había impedido que la Academia sueca le otorgara una nueva distinción a Francia y su cultura.[59]

Henri Barbusse y sus novelas inspiradas en la guerra no corrieron mejor suerte en las publicaciones de la colectividad francesa. En marzo de 1918, Henri Francastel, flamante director de Le Courrier de la Plata, publicó un extenso comentario sobre El Fuego a raíz de una nueva edición del libro que ya circulaba en Buenos Aires y que, malgré lui, gozaba de una gran actualidad.[60] Francastel considera a Barbusse como un artista menor, que vegetaba antes de agosto de 1914 y a cuya vida la guerra le otorgó sentido. No obstante, eligió hacer de su libro “una serie de escenas incoherentes y oscuras, un caleidoscopio del que se excluyen todos los cristales de colores brillantes”.[61] A lo largo de esas páginas, cargadas de un realismo lúgubre, el lector sufre junto con los poilus franceses, comparte sus penurias, pero no logra empatizar de forma cabal con ellos. Solo el título es bueno, concedía el director de Le Courrier… pero nada más. Ello se debía a que Barbusse “sólo ve la superficie de las cosas, no penetra en los sentidos profundos” de la guerra, señala Francastel, al tiempo que cuestionaba la legitimidad y la supuesta capacidad narrativa que le había otorgado al autor su pasaje por las trincheras: “en la comodidad de una civilización refinada, el hombre se vuelve escéptico. En las trincheras, donde la muerte acecha por todas partes, donde la máquina asesina se le echa encima desde la tierra y el cielo, el hombre civilizado siente revivir en su interior el alma de sus antepasados primitivos”.[62]

Este curioso señalamiento de la exterioridad de Barbusse frente a una guerra en la que fue combatiente por casi dos años se refuerza por una impugnación de los ideales pacifistas y republicanos que el autor pone en boca de los soldados franceses en las páginas finales de su libro y que Francastel desestima como “balbuceos de niños”.[63] Sin embargo, a pesar de estas carencias y defectos, el director de Le Courrier… reconoce que El Fuego no es una obra banal pues su lectura provoca, al menos, una irritación nerviosa.[64] Del mismo modo que en el caso de Francisco García Calderón, las críticas de Francastel al pacifismo de Barbusse no pueden comprenderse en forma cabal sin atender a un dato de su entorno familiar: desde los primeros meses de la guerra sus hijos René y Jacques se hallaban combatiendo en la tierra de sus ancestros.[65]

De esta manera, así como los textos provenientes de las publicaciones francesas y de los corresponsales de los grandes diarios de Buenos Aires instalados en París no pudieron escapar a la militarización de la cultura que implicó la puesta en marcha de la conformación de la cultura nacional de guerra a partir de agosto de 1914, los periodistas que impulsaban estas publicaciones de la colectividad francesa de Buenos Aires contaron también con diversas presiones (personales y comunitarias) para no legitimar el pacifismo de ambos autores. De hecho, otros artículos dedicados a El Fuego apelaron también a una lectura selectiva de la obra (muy similar a la señalada previamente) que licuaba el realismo crítico de Barbusse y transformaba su novela en un relato del esfuerzo heroico de los ejércitos franceses ante la “barbarie alemana”.[66]

 

A modo de conclusión

A lo largo de este artículo se han analizado las diversas lecturas que circularon en la prensa de Buenos Aires en torno a las obras y los posicionamientos pacifistas de Romain Rolland y Henri Barbusse durante la Gran Guerra. Más allá de las peculiaridades de los diversos sectores de la cultura mediática porteña abordados en este trabajo, las representaciones sobre ambas figuras se caracterizaron por su tono crítico y predominantemente negativo. En ese sentido, el análisis de las interpretaciones elaboradas en esta particular etapa de ese proceso de recepción revela una serie de sentidos alternativos a los que se estabilizarán en los años de entreguerras, asociados a un desplazamiento discursivo hacia la izquierda del espectro ideológico, pero también, aunque en menor medida, como sustento de ciertos discursos vitalistas y de sesgo fascista como fue el caso de los primeros años de la revista Inicial. Asimismo, esas lecturas advierten sobre el riesgo de extrapolar a esta particular etapa de ese complejo proceso de recepción las imágenes de Rolland y Barbusse construidas a partir de 1919, puesto que son el resultado de una reorganización de las visiones del mundo impulsadas por la guerra, sobre todo, entre los jóvenes intelectuales y periodistas que ingresaron a la política argentina a comienzos de los años 20.

En términos más amplios, la impugnación a las propuestas de Rolland y Barbusse muestra la escasa adhesión concitada por el pacifismo durante los años de la contienda, un posicionamiento que solo tuvo cierta aceptación en el seno del catolicismo, tal como revelan el diario El Pueblo, y en ciertos sectores de las izquierdas, al combinarse con las propuestas antimilitaristas y en favor del desarme que el socialismo y el anarquismo venían impulsando con anterioridad al estallido del conflicto. Un panorama que muestra un lugar muy diferente respecto del lugar adquirido por la retórica y los proyectos pacifistas en la cultura porteña del período de entreguerras. o

 

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Resumen / Abstract

¿Apóstoles de la paz? Lecturas de Romain Rolland y Henri Barbusse en la prensa de Buenos Aires (1914-1919)

El presente trabajo se propone analizar las lecturas de Romain Rolland y de Henri Barbusse en la prensa de Buenos Aires en el período comprendido entre los inicios de la Gran Guerra y los meses posteriores a la firma del Tratado de Versalles, que constituye la etapa inicial de un complejo proceso de recepción y de transferencias culturales sobre estos autores que ha sido mucho menos estudiada. Pues, a diferencia del lugar incuestionable que ambos intelectuales adquirieron en la cultura porteña del período de entreguerras, como “maestros de la juventud” y “padres del antifascismo”, las lecturas en torno a estas figuras durante la Primera Guerra Mundial se caracterizaron por un tono crítico y negativo respecto de sus propuestas pacifistas. En ese marco, el análisis de los artículos y crónicas dedicados a Barbusse y Rolland en la prensa porteña revela un conjunto de representaciones y sentidos alternativos a los que se estabilizaron en los años posteriores a 1919.

 

Palabras clave: Romain Rolland - Henri Barbusse - Prensa periódica - Buenos Aires - Gran Guerra

 

Apostles of peace? Readings of Romain Rolland and Henri Barbusse in the Buenos Aires press (1914 - 1919)

This paper aims to analyze the readings of Romain Rolland and Henri Barbusse in the Buenos Aires press in the period between the outbreak of the Great War and the months following the signing of the Treaty of Versailles, which constitutes the initial stage of a complex process of reception and cultural transfer of these authors that has been much less studied. For, unlike the unquestioned place that both intellectuals acquired in the culture of Buenos Aires in the inter-war period, as “educators and guides of youth” and “founding fathers of antifascism”, the readings of these figures during the First World War were characterized by a critical and negative tone regarding their pacifist proposals. In this context, an analysis of the articles and chronicles dedicated to Barbusse and Rolland in the Buenos Aires press reveals a set of alternative representations and senses to those that became stabilized in the years after 1919.

 

Keywords: Romain Rolland - Henri Barbusse - Periodical press - Buenos Aires - Great War.

 

 

Fecha de recepción del original: 1/2/ 2024

Fecha de aceptación del original: 2/3/2024



* Una versión previa de este trabajo fue presentada en el Seminario Interinstitucional “Usos de lo impreso en América Latina”, coordinado por el Dr. Aimer Granados (uam-c), la Dra. Kenya Bello (cela-ffyl-unam) y el Dr. Sebastián Rivera Mir (Colegio Mexiquense). Agradecemos los comentarios del Dr. Fabián Herrera León y las sugerencias allí recibidas.

** magalideves@yahoo.com.ar. ORCID: <http://orcid.org/0000-0003-3784-5560>.

*** emilianogastonsanchez@gmail.com. ORCID: <https://orcid.org/0000-0003-1518-5872>.

[1] Caín, “Henri Barbusse”, Insurrexit. Revista universitaria, n° 1, 8 de septiembre de 1920, pp. 3-4. Para un panorama más amplio sobre esta publicación: Horacio Tarcus, “Dí tu palabra y rómpete: el corto verano del Grupo Universitario Insurrexit y su revista”, en AmericaLee. El portal de publicaciones latinoamericanas del siglo xx. Disponible en: https://americalee.cedinci.org/wp-content/uploads/2019/06/INSURREXIT_PRESENTACION.pdf.

 

[2] “Romain Rolland”, Insurrexit, n° 4, 9 de diciembre de 1920, p. 9.

 

[3] Christophe Prochasson y Anne Rasmussen, Au nom de la patrie: les intellectuelles et la Première Guerre mondiale, 1910-1919, París, La Découverte, 1996, pp. 142-156.

 

[4] “Los intelectuales franceses y la Gran Guerra. Las nuevas formas del compromiso”, Ayer. Revista de Historia Contemporánea, n° 91, 2013, p. 45.

 

[5] El fondo personal de Cayetano Córdova Iturburu guarda una carta que le enviara Raúl González Tuñón, a propósito de la creación de Contra. La Revista de los Franco-tiradores, publicada en Buenos Aires entre abril y septiembre de 1933. Allí, González Tuñón señalaba que “tiene la pretensión de parecerse a Monde. Por lo menos el mismo formato e idéntica libertad para decir las cosas”. Fondo Cayetano Córdova Iturburu, cedinci, Buenos Aires, Argentina, arcedinci fa-025-2-2.1.-2.1.1.-2.1.1.1. 306.

 

[6] Véanse, entre otros: Fernando Rodríguez, “Estudio preliminar” a Inicial. Revista de la Nueva Generación (1923-1927), Bernal, Universidad Nacional de Quilmes, 2003; Andrés Bisso y Adrián Celentano, “La lucha antifascista de la Agrupación de Intelectuales, Artistas, Periodistas y Escritores (aiape) (1935-1943)”, en H. Biagini y A. Roig, El pensamiento alternativo en la Argentina del siglo xx. Tomo ii, Obrerismo, vanguardia, justicia social (1930-1960), Buenos Aires, Biblos, 2006; Horacio Tarcus, “Aníbal Ponce en el espejo de Romain Rolland”, estudio preliminar a A. Ponce, Humanismo Burgués y humanismo proletario, Buenos Aires, Capital Intelectual, 2009; Ricardo Pasolini, “Scribere in eos qui possunt proscribere. Consideraciones sobre intelectuales y prensa antifascista en Buenos Aires y París durante el período de entreguerras”, Prismas. Revista de Historia Intelectual, n° 12, 2008; Ricardo Pasolini, “Entre el antifascismo y comunismo: Aníbal Ponce como ícono de una generación intelectual”, Iberoamericana. América Latina-España-Portugal, n° 52, 2013; Ricardo Pasolini, Los marxistas liberales. Antifascismo y cultura comunista en la Argentina del siglo xx, Buenos Aires, Sudamericana, 2013; Martín Bergel, El Oriente desplazado. Los intelectuales y los orígenes del tercermundismo en la Argentina, Bernal, unqui, 2015, pp. 197-208; Roberto Pittaluga, Soviets en Buenos Aires. La izquierda de la Argentina ante la revolución en Rusia, Buenos Aires, Prometeo, 2015; Magalí Andrea Devés, “Arte y antifascismo en la revista Monde (1928-1935)”, Políticas de la Memoria, n° 17, verano de 2016/2017, pp. 144-146 y “El Teatro Experimental de Arte: entre las vanguardias soviéticas y el Teatro del Pueblo de Romain Rolland (Buenos Aires, 1927-1928)”, en P. Ansaldo, M. Fukelman, B. Girotti y J. Trombetta (comps.), Teatro Independiente. Historia y Actualidad, Ediciones del Centro Cultural de la Cooperación, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, 2017.

 

[7] Hugo Biagini, “Romain Rolland y el Movimiento Reformista Latinoamericano”, Páginas de Filosofía, Departamento de Filosofía-Facultad de Humanidades, Universidad Nacional de Comahue, n° 8, 1999; Hugo Biagini, “Romain Rolland entre nosotros”, en H. Biagini Utopías juveniles. De la bohemia al Che, Buenos Aires, Leviatan, 2000; Olivier Compagnon, América Latina y la Gran Guerra. El adiós a Europa (Argentina y Brasil, 1914-1939), Buenos Aires, Crítica, 2014, pp. 190-192; y Cinthia Meijide, “La traducción como argumento: Augusto Bunge frente a la Gran Guerra”, en M. Inés Tato, A. P. Pires y L. E. Dalla Fontana (coords.), Guerras del siglo xx. Experiencias y representaciones en perspectiva global, Rosario, Prohistoria, 2019, pp. 105-109. Una notable excepción, en este sentido, es el artículo de José Fernández Vega, “Crisis política y crisis de representación estética. La Primera Guerra Mundial a través de La Nación de Buenos Aires”, Prismas. Revista de Historia Intelectual, n° 3, 1999.

 

[8] Aunque no existen estudios al respecto, es viable conjeturar que el éxito de Jean Christophe, la novela de Rolland publicada entre 1904 y 1912, haya recibido la atención de la prensa porteña en los años previos a su posicionamiento pacifista. Por su parte, Fernández Vega ha constatado que La Nación publicó al menos tres relatos de Barbusse en los primeros meses de 1911. Fernández Vega, “Crisis política y crisis de representación estética”, p. 145.

 

[9] Claridad. Revista Quincenal Socialista de Crítica, Literatura y Arte fue publicada entre enero y agosto de 1920. Su número inaugural reprodujo el primer manifiesto de Clarté!, así como también una nota de José Ingenieros titulada “¡Claridad!” (véase  n° 1, pp. 1-2). Una versión del manifiesto ya había circulado en La Vanguardia en julio de 1919. Henri Barbusse, “El grupo Claridad”, La Vanguardia. Diario del Partido Socialista (en adelante, La Vanguardia), 16 de julio de 1919, p. 1. La bibliografía sobre el movimiento y la revista Clarté! es muy abundante. Véanse, entre otros: Nicole Racine, “The Clarté Movement in France, 1919-21”, Journal of Contemporary History, vol. 2, n° 2, 1967; Nicole Racine, “Une revue d’intellectuels communistes dans les années vingt : ‘Clarté’ (1921-1928)”, Revue française de science politique, vol. 17, n° 3, 1967; y Alain Cuénot, Clarté 1919-1924 (Tome i). Du pacifisme à l’internationalisme prolétarien, y Clarté 1924-1928 (Tome ii). Du surréalisme au trotskisme, París, L’Harmattan, 2011. Sobre la revista Claridad de 1926: Liliana Cattáneo, “La revista Claridad: una tribuna latinoamericana de la izquierda argentina”, en a.a.v.v., Historia de revistas argentinas, t. ii, Buenos Aires, a.a.e.r., 1997, y Florencia Ferreira de Cassone, Claridad y el internacionalismo americano, Buenos Aires, Claridad, 1998.

 

[10] Fondo José Ingenieros, cedinci, Buenos Aires, Argentina, saa/8-4/1.3.19 a 27. Por ello, tampoco es casual que la Revista de Filosofía, que dirigía Ingenieros, haya propiciado esta iniciativa. Véase José Ingenieros, “Los ideales del Grupo Claridad”, Revista de Filosofía. Cultura, Ciencias, Educación, año vi, n° 2, marzo 1920 y Romain Rolland, Henri Barbusse, Georges Duhamel, “La internacional de los intelectuales”, Revista de Filosofía. Cultura, Ciencias, Educación, año vi, n° 4, julio 1920.

 

[11] “Esta hermosa publicación semanal, que dirige en París el fundador del grupo Claridad, Henri Barbusse, ha insertado como folletín, en sus Nros 59, 60 y 61, correspondientes a los días 25 de Marzo, 1 y 8 de Abril, el trabajo de José Ingenieros titulado Las fuerzas morales de la Revolución, que publicó Nosotros en su número del mes de enero. Como presentación a los lectores de Clarté, junto a un retrato del autor, acompaña la Dirección, las siguientes palabras: ‘José Ingenieros, uno de los más grandes pensadores de la América Latina, es también un militante de los más activos, muy conocido por sus escritos y su propaganda esclarecida. Defensor desde la primera hora de la Revolución Rusa, supo mostrar a las masas la gigantesca obra realizada por los bolchevikis. Profesor de la Universidad, Director de diversas Revistas, José Ingenieros es una de las figuras más salientes del Nuevo Mundo. Comenzamos hoy la publicación de una notable conferencia dada por él últimamente en Buenos Aires’”. “Clarté”, Nosotros, n° 143, abril de 1921.

 

[12] La noción de “cultura de guerra” fue definida por Stéphane Audoin-Rouzeau y Annette Becker, en un artículo programático de la “nueva historia cultural de la Gran Guerra”, como “el campo de todas las representaciones de la guerra forjadas por los contemporáneos; de todas las representaciones que éstos se hicieron del inmenso acontecimiento, durante y después de él”. “Violencia y consentimiento. La ‘cultura de guerra’ del primer conflicto mundial”, en  J. P. Rioux y J.-F. Sirinelli, Para una historia cultural, México, Taurus, 1997, p. 266. Para un balance más amplio sobre los estudios culturales de este conflicto: Emiliano Gastón Sánchez, “El impacto cultural de la Gran Guerra en Europa y América Latina: intelectuales, periodistas y periódicos”, Anuario iehs, vol. 33, n° 1, enero-junio de 2018.

 

[13] “À propos de la destruction de Louvain. Lettre ouverte de Romain Rolland à Gerhart Hauptmann”, Journal de Genève, 2 de septiembre de 1914, p. 1. La versión en castellano puede consultarse en Romain Rolland, El espíritu libre, Buenos Aires, Librería Hachette, 1956, pp. 45-47.

 

[14] “Un artículo de Romain Rolland”, La Razón. Diario de la tarde (en adelante, La Razón), 4 de octubre de 1914, p. 5; “Hauptmann contesta á Rolland”, La Razón, 13 de octubre de 1914, p. 4; “Reñido combate entre Hauptmann, dramaturgo alemán, y Romain Rolland, escritor francés”, ABC. Revista semanal de literatura amena y variada, n° 3, del 15 al 21 de octubre de 1914, pp. 3-5; “Reñido combate entre Hauptmann, dramaturgo alemán, y Romain Rolland, escritor francés”, ABC, n° 4, del 22 al 28 de octubre de 1914, pp. 4-5; y Gerhardt Hauptmann, “Contra la falsedad”, Fray Mocho. Semanario festivo, literario, artístico y de actualidades, 30 de octubre de 1914, s/p.

 

[15] Observer, “En torno a la guerra”, El Pueblo. Diario de la Mañana, 25 de octubre de 1914, p. 2. 

 

[16] “Opiniones. Romain Rolland juzgado por M. Aulard”, La Razón, 17 de noviembre de 1914, p. 4. El mismo texto fue publicado a comienzos de 1915 por el semanario El Hogar. Véase “Sobre la guerra. Opiniones de los intelectuales”, El Hogar. Ilustración semanal argentina, n° 274, 1° de enero de 1915, s/p.

 

[17] Francisco García Calderón, “La guerra y los ideólogos (Para La Nación). Burdeos, noviembre de 1914”, La Nación. Diario de la mañana (en adelante, La Nación), 11 de enero de 1915, pp. 3-4.

 

[18] Ibid.

 

[19] John Horne y Alan Kramer, German Atrocities, 1914: A History of Denial, New Haven-Londres, Yale University Press, 2001, pp. 214-225.

 

[20] “Lo que escribe un francés. Mr. Romain Rolland y los chauvinistas”, La Unión. Diario de la tarde (en adelante, La Unión), 28 de diciembre de 1915, p. 7.

 

[21] Ibid.

 

[22] Para un balance sobre la significación y circulación de ese texto, véase Landry Charrier y Rolland Roudil (dirs.), Centenaire d’Au-dessus de la mêlée de Romain Rolland. Regards sur un texte de combat, Dijon, Éditions Universitaires de Dijon, 2015.

 

[23] Francisco García Calderón, “Romain Rolland y la guerra (Para La Nación). París, enero de 1916”, La Nación, 12 de marzo de 1916, p. 5.

 

[24] Ibid.

 

[25] José Ortiz Sotelo, “El Perú y los aspectos militares de la guerra”, en F. Novak y J. Ortiz, El Perú y la Primera Guerra Mundial, Lima, Fondo Editorial de la Pontificia Universidad Católica del Perú, 2014, pp. 136-137; y Maximiliano Fuentes Codera, España y Argentina en la Primera Guerra Mundial. Neutralidades transnacionales, Madrid, Marcial Pons, 2022, pp. 121-122. América-Latina (1915-1919) fue una revista mensual impulsada por el War Propaganda Bureau con el objeto de incidir mediante la propaganda en España, Portugal y América del Sur. A partir de junio de 1916, devino bimensual y fue editada en París al amparo de la Maison de la Presse. Fuentes Codera, España y Argentina, pp. 111-112. Algunas de las crónicas de Gómez Carrillo sobre los voluntarios latinoamericanos fueron recuperadas en su libro La gesta de la Legión, Madrid, Editorial ‘Mundo Latino’, 1921.

 

[26] Christophe Prochasson, Les intellectuels, le socialisme et la guerre, 1900-1938, París, Seuil, 1993, pp. 160-162.

 

[27] Juan José de Soiza Reilly, “Panoramas de la guerra. El refugio de los redentores (Para La Nación). Ginebra, marzo de 1916”, La Nación, 14 de mayo de 1916, p. 7. Pocos meses después, La Vanguardia publicó un extracto del libro, traducido para el diario por C. Villalobos. Véase “Los ídolos (Del libro ‘Au-dessus de la melée’)”, La Vanguardia, 4 de septiembre de 1916, p. 5.

 

[28] De Soiza Reilly alude sobre todo a las críticas de Henri Massis, Wilheim Herzog y Orson Wells.

 

[29] Azorín, “Andanzas y lecturas. Rolland y Peguy (Especial para La Prensa). Madrid, junio de 1916”, La Prensa. Diario de la mañana (en adelante, La Prensa), 25 de julio de 1916, p. 6. El corresponsal español se hacía eco de de la prensa nacionalista francesa y de los folletos publicados por Pablo Jacinto Loyson y Santiago Pioch. Otro corresponsal que manifestó sus críticas a la campaña de Rolland fue Max Nordeau, en una crónica escrita en Madrid en agosto de 1916. “Ha pretendido mantenerse imparcial en una situación en la que la opinión pública exige imperiosamente a todos que se abanderen y considera delito no hacerlo; y su libro ‘Au dessus de la mêlée’ ha dispersado a los cuatro vientos al ejército de sus admiradores, fuera de unos cuantos empecinados que siguen siéndole fieles”, afirmaba en “De España. La literatura de guerra (Para La Nación). Madrid, agosto de 1916”, La Nación, 25 de agosto de 1916, p. 4.

 

[30] Max Nordeau, “De Madrid. Breve paréntesis. Hablemos del Premio Nobel… (Para La Nación). Madrid, diciembre de 1916”, La Nación, 21 de enero de 1917, p. 5.

 

[31] Ibid.

 

[32] Véanse, entre otras: Romain Rolland, “Miguel Ángel”, La Vanguardia, 30 de enero de 1916, p. 5; 6 de febrero de 1919, p. 5; 20 de febrero de 1916, p. 5, y 5 de marzo de 1916, p. 5; Romain Rolland, “Beethoven”, La Vanguardia, 18 de julio de 1916, p. 5; 30 de julio de 1916, p. 5; 6 de agosto de 1916, p. 5, y 13 de agosto de 1916, p. 5; “Tristán según Romain Rolland”, La Prensa, 22 de noviembre de 1916, p. 7; Romain Rolland “Vida de Beethoven”, El Hogar, n° 388, 9 de marzo de 1917, s/p.

 

[33] “Dos literatos franceses. Mr. De Vogüé y Mr. Romain Rolland”, La Unión, 11 de noviembre de 1916, p. 3. Por su parte, La Vanguardia consideró “un acto de alta justicia” el premio otorgado al “solitario de Ginebra”. “Romain Rolland, agraciado con el premio Nobel de literatura”, La Vanguardia, 1° de enero de 1917, p. 6.

 

[34] Por solo dar un ejemplo, Ramiro de Maeztu en una crónica publicada en La Prensa sobre las proposiciones de paz de finales de 1916, utiliza el giro “por encima de la reyerta” para criticar las pretensiones de neutralidad del presidente estadounidense. Véase “Una impresión sobre la paz. La nota de Alemania. La proposición de Wilson (Especial para La Prensa). Londres, diciembre 22 de 1916”, La Prensa, 1° de febrero de 1917, p. 6.

 

[35] Paul Groussac, “El caso de Romain Rolland i”, La Nación, 27 de julio de 1919, p. 9.

 

[36] Paul Groussac, “El caso de Romain Rolland ii”, La Nación, 28 de julio de 1919, p. 7.

 

[37] Ibid.

 

[38] Véase Emiliano Gastón Sánchez, “Entre la neutralidad y el compromiso patriótico: los escritos de Paul Groussac en Le Courrier de la Plata durante la Gran Guerra”, Revista História (São Paulo), vol. 38, septiembre de 2019.

 

[39] Francis de Miomandre, “Crónica literaria. Los premios Goncourt de 1916 (Para La Nación). París, febrero de 1917”, La Nación, 28 de marzo de 1917, p. 6.

 

[40] Ibid.

 

[41] Ibid.

 

[42] Azorín, “Andanzas y lecturas. Libros franceses (Especial para La Prensa). Biarritz, julio de 1917”, La Prensa, 2 de octubre de 1917, p. 5.

 

[43] Miguel de Unamuno, “Pensamiento de guerra (Para La Nación). Salamanca, abril de 1919”, La Nación, 28 de mayo de 1919, p. 4.

 

[44] Francisco García Calderón, “La Academia Goncourt y la guerra (Para La Nación). París, febrero de 1917”, La Nación, 9 de abril de 1917, p. 6.

 

[45] “El ‘peludo’ que Barbusse describe ignora nuestras convenciones. Habla simplemente en lengua deformada y realista, grosera e intensa, donde se mezclan dialectos locales, voces de hampa, expresiones de instinto popular robustecidos, frases de cuartel o de taller, injurias elocuentes, imágenes de admirable relieve. El ‘argot’ se enriquece en las trincheras”. Ibid.

 

[46] Paul Margueritte, “Libros sobre la guerra. ‘Le Feu’ de Henri Barbusse. ‘Les nuits de guerre’ de Maurice Genevoix. Los médicos y la psicología de la batalla (Especial para La Prensa). Soorts-Hossegor (Francia), julio de 1917”, La Nación, 27 de agosto de 1917, p. 5.

 

[47] “Barbusse […] no sólo nos muestra la ignominia de la guerra en sí, sino que nos ha demostrado imperiosamente su inevitable necesidad, para nosotros, que no la hemos querido, que hemos sido los atacados, y que, por tanto, tuvimos que defendernos […] ‘Le Feu’ tiene por base este lema: ‘¡Odio a la guerra, y destruyámosla para siempre!’. Pero Henri Barbusse clama, en todas las páginas de su libro: ‘Destruyámosla derribando a aquellos que la han preparado, la han querido, que la han desencadenado’”. Ibid.

 

[48] A comienzos de octubre, La Razón anunció la realización de una conferencia sobre El Fuego a cargo Alejandro Castiñeiras, colaborador de la revista Nosotros y del diario La Vanguardia, en el salón de la biblioteca Giner de los Ríos de la Universidad Libre (Cabildo 2259). “Conferencias”, La Razón, 5 de octubre de 1917, p. 5.

 

[49] “La traducción española de ‘Le Feu’ se titula ‘El fuego en las trincheras’ y ha sido hecho por Ciro Bayo. Es bastante defectuosa, y hecha con apresuramiento. ¡Cuándo no! ‘Traduttire, traditore…’”. “Las obras maestras de la literatura universal. ‘El fuego’ de Enrique Barbusse”, El Hogar, n° 456, 28 de junio de 1918, s/p. La cifra parece razonable si se tiene en cuenta que solo en 1918 se vendieron 200.000 ejemplares del libro en Francia. Prochasson, Au nom, p. 153.

 

[50] “Soldados que regresan de Francia. Una visita de ‘La Nación’”, La Nación, 4 de abril de 1919, p. 9.

 

[51] “La vida literaria. El último libro de Barbusse”, La Mañana. Diario noticioso e independiente, 28 de abril de 1919, p. 5.

 

[52] “Como Blasco Ibáñez lo evocaba en el título de su popular novela, los cuatro jinetes cabalgaron durante un lustro sobre esta humanidad que ha brotado redimida de dolor”. Ibid. Cabe recordar que en el marco de los festejos del Centenario en 1910, el valenciano había visitado la Argentina con enorme suceso y tras esa experiencia escribió La Argentina y sus grandezas (La Editorial Española Americana, 1910). Durante la Gran Guerra, fue corresponsal del semanario Fray Mocho y la citada novela circuló en extractos en la prensa porteña. Véase “Los cuatros jinetes del Apocalipsis”, El Diario. Diario de la tarde (en adelante, El Diario), 28 de enero de 1916, p. 4.

 

[53] Camille Mauclair, “Letras y artes de Francia (Para La Época). La campaña contra Wagner. Un nuevo libro de Barbusse (Especial para La Época)”, La Época. Diario de la tarde, 20 de agosto de 1919, p. 5.

 

[54] Sobre la labor de Bunge como traductor y sus polémicas en el seno del socialismo durante la guerra, véanse: Claudia de Moreno, “¿Cultura o civilización? Augusto Bunge y la Primera Guerra Mundial”, Épocas. Revista de Historia, n° 5, 2012, pp. 33-53; Meijide, “La traducción como argumento…”, pp. 97-113 y Francisco J. Reyes, “El intelectual de partido y el moderno Prometeo. El ‘ideal socialista’ de Augusto Bunge”, Prismas. Revista de historia intelectual, n° 25, 2021, pp. 71-89.

 

[55] Leonhard Frank, “El hombre es bueno (Producción concedida exclusivamente a La Vanguardia)”, La Vanguardia, 10 de julio de 1919, p. 4.

 

[56] “‘El hombre es bueno’”, El Diario, 1° de julio de 1919, p. 3.

 

[57] “También en Alemania se ha escrito un libro antimilitarista, que puede parangonarse con ‘Le Feu’ en lo que a sus merecimientos respecta, aunque es bien distinto”, afirmaba el comentarista. “Libros nuevos”, La Unión, 24 de julio de 1919, p. 7.

 

[58] “Plus d’un admirateur de l’incontestable talent du maître […] vitupère aujourd’hui contre l’attitude du Français réfugie à Genève […] Il faut être possède du délire de l’impartialité pour situer sur le même plan l’unanimité française et l’unanimité allemande”. “Dans la Tour d’Ivoire”, Le Franco-Americain, n° 226, 15 junio de 1916, p. 8.

 

[59] “Les Prix Nobel de Littérature”, Le Courrier de La Plata, 11 de noviembre de 1916, p. 3.

 

[60] “Il est, semble-t-il, un peu tard pour en parler. Mais puisqu’il y a des gens qui l’achètent encore, c’est apparemment qu’ils ne l’ont pas lu”, afirmaba el periodista. Henri Francastel, “Le Feu”, Le Courrier de la Plata, 23 de marzo de 1918, p. 3.

 

[61] “Une suite de scènes incohérentes et sombres, un kaléidoscope d’où sont exclus tous les verres aux couleurs vives et claires”. Ibid.

 

[62] “Barbusse ne voit que la surface des choses, il n’en pénètre pas les sens profonds. Au sein du confort d’une civilisation raffinée, l’homme devient sceptique. Dans les tranchées où la mort le guetté de toutes parts, où l’engin meurtrier arrive sur lui de la terre et du ciel, le civilisé sent revivre en lui l’âme de ses ancêtres primitifs”. Ibid.

 

[63] “Vers la fin du livre, l’auteur tente d’en élargir le cadre; ses humbles héros agitent gauchement, dans les derniers chapitres, les grandes idées qui guident les sociétés humains; les mots de liberté, d’égalité, de fraternité s’échappent de leurs lèvres; mais ce ne sont que des bégaiements d’enfants. Dans ces cerveaux épais, l’idée tombe avec le brui sec d’un caillou sur la terre durcie”. Ibid.

 

[64] “En dépit de ses lacunes et de ses défauts, Le Feu n’est pas une œuvre banale. Si elle n’élève pas l’esprit, elle occupe les yeux et irrite la sensibilité. Henri Barbusse a donné à nos nerfs une secousse nouvelle”. Ibid.

 

[65] “Nos braves. René Francastel”, Le Courrier de la Plata, 23 de enero de 1918, p. 3 y “Nos braves. Jacques Francastel”, Le Courrier de la Plata, 9 de abril de 1918, p. 3. 

 

[66] Véase André Rouquette de Fonvielle, “Le mouvement littéraire en France”, Le Courrier de la Plata, 19 de mayo de 1917, pp. 3 y 4; y J. Herviou, “A propos de ‘Clarté’ de Henri Barbusse”, n° 296, 15 de junio de 1919, pp. 7-9.