Amnon Raz-Krakotzkin, Toda’at Mishnah, Toda’at Mikra. Tsefat ve-ha-tarbut ha-tzionit אמנון רז-קרקוצקין, תודעת משנה תודעת מקרא. צפת והתרבות הציונית [Conciencia de Mishná, conciencia bíblica. Safed y la cultura sionista], Tel Aviv, Van Leer Institute Press & Hakibbutz Hameuchad Publishing House, 2022.

Escrito en hebreo y dirigido principalmente a israelíes, este libro se inscribe en los debates sobre la modernidad, la secularización y el mundo poscolonial, y puede interesar a historiadores de otras sociedades que presentan impasses afines o similares a los existentes hoy en Israel. El autor, Amnon Raz-Krakotzkin, es profesor del Departamento de Historia de Israel en la Universidad Ben Gurion de Beer-Sheva. Se distingue, entre otras cosas, por su reflexión sobre el sentido de la actividad historiográfica en la realidad contemporánea de Israel y Palestina. El libro es el resultado de muchos años de estudio, como se afirma al final de la Introducción, y como demuestra el sutil uso de una extensa bibliografía de fuentes primarias y secundarias. Se publicó en 2022, es decir, antes de la crisis que estalló en enero de 2023 tras la organización del último Gobierno de Netanyahu. Pero se nutre de profundas reflexiones sobre las fallas históricas que condujeron a la crisis, a saber, la desintegración de la sociedad y de las instituciones democráticas.

El enfoque es a la vez crítico y reparador: partiendo de una historización del discurso sionista, propone tanto una crítica ideológica como una reconceptualización de la historia judía. Basándose en los trabajos de Dmitry Shumsky, demuestra que antes del colapso del Imperio otomano figuras destacadas como David Ben-Gurion no contemplaban un Estado soberano, sino más bien la autonomía judía en Palestina en el marco de un orden imperial. Según el autor, este sionismo no estatal estaba en continuidad con la tradición rabínica formada en Safed en el siglo xvi.

Fue en la Safed del siglo xvi donde tuvo lugar el surgimiento de la modernidad judía, o la vertiente judía de la modernidad. Los rabinos que se reunieron en esta ciudad galilea, en su mayoría sobrevivientes de las expulsiones ibéricas, hicieron realidad la manera judía, rabínica, de volver al pasado “clásico” para pensar el presente y construir el futuro. Permitieron a los judíos de su tiempo concebir, en la teoría y en la práctica, su lugar en la “especie humana” (ha-min ha-enoushi) –para citar a la figura central de este círculo, el rabino Yosef Caro, que en 1565 publicó su obra monumental Shulkhan Arukh (“Mesa puesta”). Su producción literaria sustentó y fundó el lenguaje simbólico que definiría el judaísmo en los siglos venideros.

El sionismo tal como lo conocemos (con sus dos ramas principales: la “socialista” y la “revisionista”), que culminó con la creación del Estado de Israel, fue concebido después de la Primera Guerra Mundial. Como ya había demostrado el autor, su ideología se basaba en un acto de negación: “la negación del exilio” (shlilat ha-galut), una frase que se encuentra en los discursos sionistas antes y después de la fundación del Estado. Esto no significa que los ideólogos e historiógrafos sionistas ignoraran la historia de los judíos durante el llamado período exílico, sino que negaban la relevancia del conocimiento desarrollado por los judíos durante ese tiempo (es decir, desde la destrucción del Templo de Jerusalén en el año 70) a menos que apoyara el proyecto soberanista.

En la jerga sionista, el adjetivo “exílico” significaba algo o alguien reaccionario y decadente, ya que iba en contra del proyecto de establecer un Estado soberano. Pero si Safed, en el siglo xvi, representa la modernidad judía, es más bien el sionismo, que corta con ella, lo que sería decadencia. El autor retoma aquí la idea de que la negación del exilio preparó, o estructuró, otras negaciones de la conciencia sionista, y especialmente la de la Nakba palestina. Se trata, pues, de una falla original cuyos efectos devastadores pueden verse claramente hoy en día.

Hay que recordar que la región entre el río Jordán y el mar Mediterráneo está poblada por dos grupos más o menos iguales en número: judíos y árabes. Los primeros tienen más derechos que los segundos, sobre todo cuando se trata de los territorios ocupados por Israel en 1967. Esta desigualdad de derechos alimenta la violencia: la de la resistencia y la más devastadora e invasiva del Estado y sus fuerzas del orden. Esta realidad es tolerada por una parte significativa de la población judía de Israel. Además, los discursos que apoyan la injusticia se basan en la tradición rabínica y difunden ideas sobre la superioridad moral, metafísica o biológica de los judíos.

Sin embargo, como muestra este libro, la “gran narración” en la que se cuentan estas ficciones no procede del Talmud (entre otras cosas, porque el Talmud es una conversación, un lugar de encuentro de muchas voces y narraciones), sino de la Biblia. Como en otras situaciones coloniales, los sionistas se basaron en la narrativa bíblica, especialmente en la parte de la conquista israelita de la tierra de Canaán. Los ideólogos sionistas fomentaron la identificación de los judíos con el pueblo conquistador, es decir, con los vencedores de esta historia. Lo hicieron sin la mediación de la conversación rabínica. La situación actual se deriva de este estado de cosas: al apartar a los judíos de su conocimiento histórico, de su modernidad, el sionismo ha acabado por producir ciudadanos ignorantes de la realidad, que no pueden establecer la conexión entre la ocupación y la violencia estatal, por un lado, y la violencia palestina, por el otro; ciudadanos que reducen a “antisemitismo” cualquier resistencia (árabe, judía o de otro tipo) a las tendencias imperialistas y autoritarias del Estado de Israel.

En la Introducción y la Conclusión, el autor cita el texto testamentario de Walter Benjamin, Tesis sobre el concepto de historia. En este texto, Benjamin rechaza el método promovido por Fustel de Coulanges, que recomienda “al historiador que quiera revivir una época [...] que olvide todo lo que ocurrió después”. Este método de “empatía”, que “nace de la pereza del corazón”, solo reproduce la historia de los vencedores, la refuerza y la fomenta. El historiador del judaísmo, que sostiene, con Benjamin, que “el sujeto del conocimiento histórico es la clase combatiente, la propia clase oprimida” debe tener en cuenta el orden injusto en Israel y Palestina y que es mantenido por un Estado judío.

El hecho de que los partidos fascistas en el parlamento israelí en los últimos años se llamen “El Hogar Judío” o “Fuerza Judía”, que los milicianos de sus cortejos lleven kipá y reciten las oraciones antes de lanzar sus ataques, que las persecuciones, expropiaciones y otras violencias sean justificadas por rabinos, ¿no está ligado a una supresión de la pluralidad de las tradiciones judías y rabínicas? ¿Cuál es el valor del conocimiento rabínico transgeneracional si puede apoyar y justificar tales actos? ¿Cuál es la verdad de sus relatos, tradiciones, costumbres e historias? Cualquiera que se tome en serio estas preguntas debería leer este libro. En el pasado, Raz-Krakotzkin ya cuestionó la ruptura, descrita por Yosef Hayim Yerushalmi en su libro Zakhor (1982), entre los dos tipos de discurso judío sobre el pasado: el discurso historiográfico, por un lado, y el discurso rabínico, por el otro. A través de su crítica al sionismo, el fenómeno político más importante de la historia judía contemporánea, el autor parece buscar una auténtica palabra judía que se guíe por la verdad y se oriente hacia la justicia. Para el historiador judío que soy, la lectura de este libro solo puede ser informativa e inspiradora a la vez.

Ron Naiweld

Centre National de la Recherche Scientifique / Centre de Recherches Historiques

 

Traducción del francés de Pablo Blitstein