María Teresa Gramuglio, La construcción de la imagen y
otros estudios literarios,
Paraná, eduner, 2023,
576 páginas.
Hace exactamente una década, el mismo año en el que puso
término a su actividad como docente e investigadora de la Universidad Nacional
de Rosario, María Teresa Gramuglio publicaba, por
iniciativa de la Editorial Municipal de Rosario, su primer libro: Nacionalismo
y cosmopolitismo en la literatura argentina. Se había resistido a hacerlo
de todos los modos posibles con una convicción de otro tiempo, del tiempo en el
que el sentido de la actualidad y el rumbo de nuestras disciplinas se dirimían
en el ágora acalorada de las revistas culturales y el libro se reservaba a la
ilusión de ideas originales y perdurables. Hasta ese momento, Gramuglio había dado a conocer sus artículos en forma
paulatina, sobre todo en la revista Punto de vista: una escuela crítica,
estricta e insuperable para quienes nos formamos en las décadas de 1980 y 1990.
Gramuglio siguió resistiéndose a la idea de que
compiláramos sus escritos en volumen, incluso cuando Nacionalismo y
cosmopolitismo estaba listo: “Nunca creí necesario reunir mis artículos en
libros”, escribió en el Prefacio, para sorpresa de sus editores.
Responsabilizaba de la decisión a los interlocutores que, sin llegar a
persuadirla del todo, le habíamos insistido para que lo hiciera y habíamos
contribuido a ese propósito. La única condición que debíamos respetar era la de
la unidad temática: la congruencia interna fue un requisito innegociable.
Ejercía sobre sí el prurito anti rejunte que su atención severa le había
escuchado a Juan José Saer en 1984, cuando preparaban
juntos la antología que los transformaría a ambos. Juan José Saer por Juan José Saer
resultó una primera señal consagratoria para el escritor y el certificado de
adelantada saeriana para Gramuglio.
Lo cierto es que en 2013 fue ese prurito anti rejunte de cautelosa
estirpe saeriana el que decidió que los ensayos sobre
Saer no integraran Nacionalismo y cosmopolitismo,
aun cuando hubiesen tenido legítimo derecho, dado que el “lugar de Saer” se localizaba para Gramuglio
en el cruce entre “vanguardismo, cosmopolitismo y nacionalismo”.
Si retomo ahora esta circunstancia anecdótica –que mencioné
en una ocasión en que Martín Prieto me invitó a presentar El lugar de Saer. Una poética de la narración, el segundo libro de Gramuglio, un libro que ella tampoco proyectó sino que la
Editorial Municipal de Rosario le propuso y armó en 2017 a partir de una
idea de Alberto Giordano–, es porque La construcción de la imagen y otros
estudios literarios, el tercer libro de Gramuglio,
el más ambicioso, el más extenso, el que recorre un período de publicación más
amplio, desde 1980 a 2017, el que cumple una vez más con la regla de no haber
sido concebido por su autora sino, en este caso, por Nora Avaro, muestra, en su
variedad y abundancia, lo que ninguno de los otros había dejado en claro
todavía: que nunca corrimos el riesgo de que un libro de Gramuglio
se pareciera a un cajón de sastre. La primera impresión que produce la lectura
de La construcción de la imagen y otros estudios literarios, editado
con un cuidado admirable en la colección Aura de la Editorial de la Universidad
Nacional de Entre Ríos (eduner),
a cargo temporario de Avaro, es que la obra de Gramuglio,
elaborada parsimoniosamente, a un ritmo continuo y con una exigencia crítica
indeclinable, el tiempo largo de la escritura, se articuló desde el
comienzo sobre dos o tres preocupaciones medulares, conectadas entre sí y solo
identificables a posteriori, en el recorrido transversal por una
producción que no se agota con la aparición de este libro. Son estas
preocupaciones, centros móviles y porosos, más que líneas directrices, las que
convocan y orientan la atención de Gramuglio hacia
los escritores, las obras y los problemas de los que se ocupa y son, a su vez,
los análisis escrupulosos que realiza de ellos, auténticas disecciones
argumentativas, los que contribuyen a perfilarlas y enunciarlas con una nitidez
y una precisión cada vez mayores. Me refiero a su inclinación hacia una
perspectiva histórica de la literatura, a su interés persistente en los
problemas propios de las historias literarias y, en inmediata relación con
esto, a sus inquietudes sobre el vínculo, complejo y elusivo, entre estética y
política y a sus reflexiones en torno a las “imágenes de escritor”, categoría
que acuña en el célebre ensayo que le da nombre a este libro. Pero también
aludo aquí a su preocupación sostenida por un enfoque comparatista de la
literatura, un enfoque, consecuente con sus intereses historiográficos, puesto
a prueba en su enseñanza de las literaturas argentina y
europeas, así como también en sus investigaciones sobre el realismo y
sobre los lazos entre nacionalismo y cosmopolitismo en nuestra cultura. La
escritura de Gramuglio, un ejercicio que atraviesa
más de cincuenta años, si contamos desde su iniciación a mediados de los años
1960 en la revista Setecientosmonos, se
consolida en torno a esta serie de cuestiones que, además de distinguirla, se
constituyen, entre otros motivos, gracias a su trabajo, en prioridades de la
crítica literaria y cultural argentina del último tercio del siglo xx y comienzos del xxi.
Como si hubiese existido un plan previo y calculado de
publicación de su obra, Gramuglio llega a la summa crítica luego de dos volúmenes temáticos
específicos y dos compilaciones importantes: la antología sobre Saer que mencioné arriba y El imperio realista,
volumen 6 de la Historia crítica de la literatura argentina. La idea y
la arquitectura de La construcción de la imagen, también la
colección que lo recibe, tienden al compendio y la totalidad. Se trata, según
lo informa el catálogo de eduner,
de una colección destinada a autoras y autores contemporáneos que cuentan con
una obra madura, ya consolidada. El prólogo de Nora Catelli,
una interlocutora indispensable para la autora, conocedora impar de las razones
y el estilo de esta obra, ratifica desde el título, “Las lecciones de Gramuglio”, el espíritu concluyente de esta compilación.
Dividido en seis secciones de extensión variable y unidad evidente, reunidas
bajo distintas cláusulas reconocibles de Gramuglio y
separadas entre sí con carbonillas de Eduardo Favario,
un amigo de su juventud vanguardista, el libro se cierra con un apartado
autobiográfico, “Acá estoy, estos son los míos…”, compuesto a partir de una
serie de entrevistas. Toda la edición es de un esmero notable. El índice traza
un recorrido de lectura, meditado y opcional, que va desde los ensayos sobre
narradores y poetas del siglo xx
argentino (Marechal, Borges, Mastronardi,
Ortiz) en los que Gramuglio explora las posibilidades
de su noción de “imagen de escritor”, hasta los dedicados a algunos de los
escritores europeos, en particular, franceses (Maupassant,
Zola, Rimbaud) que integran la biblioteca
transatlántica con la que lee desde siempre. El ensayo sobre Maupassant es, en términos cronológicos, el primero del
volumen. Se percibe a lo largo de estas casi seiscientas páginas la soltura
con que Gramuglio recurre a las lecturas, literarias,
teóricas e historiográficas, europeas y norteamericanas, para plantear y
perfilar sus argumentos, así como también la autoridad con que disputa a
representantes conspicuos de esas culturas centrales, Pierre Bourdieu, Andreas Huyssen, por ejemplo, sus interpretaciones de las novelas
de Flaubert, en particular, y de la tradición literaria europea en general.
Como escribió Beatriz Sarlo y La construcción de
la imagen refrenda: “María Teresa es una encrucijada excepcional de
nacionalismo, criollismo y cosmopolitismo”. Al examinar los artículos de esta
primera sección del libro, Catelli suma a ese rasgo
conocido una impronta peculiar, todavía inadvertida en la escritura de Gramuglio: “una suerte de temeridad oblicua en la elección
de sus objetos, elección que en apariencia –solo en apariencia– se presenta
como ecuánime o, al menos, no confrontativa”. Los
escritos sobre Ortiz y Mastronardi, así como también,
aunque de otra manera, sus estudios sobre Marechal y
Gálvez, fueron, advierte Catelli, “sacudidas
inesperadas” a los hábitos lectores de su generación. Son textos, sigue Catelli, que se ocupan de autores reconocidos, aunque
ausentes del escrutinio sistemático en el momento en el que ella interviene.
Los destiempos de Gramuglio:
una extemporaneidad que la muestra renuente a la “demanda académica de
renovación incesante” y soberana en el derecho a insistir en sus
preocupaciones para discutir con su presente a partir de ellas.
“Historias de la literatura argentina” y “Estética y
política” son las secciones programáticas de La construcción de la imagen y
otros estudios literarios. Ambas reúnen varios de los artículos más
propositivos (y citados) de Gramuglio, que son
también aquellos en los que, con una lucidez extraordinaria y un estilo
polémico atenuado (aunque a veces, no tanto), sienta posiciones categóricas que
enriquecen los debates críticos. Cito solo dos ejemplos memorables cuyo alcance
y eficacia, pienso ahora, parecen renovarse a propósito de nuestros activismos
contemporáneos, a pesar de los innumerables cambios suscitados desde entonces.
En 1986, a poco de la reapertura democrática en nuestro país, cuando los
esfuerzos críticos apuntan a restablecer los lazos entre literatura y sociedad,
entre literatura y política, Gramuglio advierte,
apelando al recuerdo de una experiencia colectiva que la tuvo entre sus
protagonistas, sobre las consecuencias dramáticas que pueden derivarse de una
versión simplificada de esos vínculos: “[…] la mayoría de los artistas
plásticos que hicieron Tucumán arde dejaron, momentánea o
definitivamente, de pintar. Se podría decir que este dato revela una de las
formas más extremas que puede adoptar la relación entre estética y política,
que consiste en la absorción de la práctica estética por la función política”.
Unos años después, en 1992, cuando el auge internacional del posmodernismo
solivianta nuestras discusiones, Gramuglio calibra el
optimismo progresista con que Después de la gran división, el libro de Huyssen, anuncia la buena nueva: “En el cambio de paradigma
que definiría a la posmodernidad lo que cambia, podríamos decir, es la relación
entre los términos, pero no los términos mismos con que se considera que el
modernismo definió la cuestión” (p. 424). Y agrega, unas páginas más adelante:
“Si desde el punto de vista estético los intercambios y préstamos entre el gran
arte y la cultura de masas han producido y producen resultados artísticos y
políticos excelentes, no es menos cierto que también generan hojarasca
conformista como la catarata de kitsch que ahogó al romanticismo. Y, lo que es
aún menos estimulante, tienden a confundir la cultura con el espectáculo,
incurriendo en todas las formas posibles de manipulación: institucional,
comercial y política” (p. 437). En los artículos de estos apartados, aunque no
solo en ellos, pervive ese perfil de “francotiradora” con que Gramuglio se identificó alguna vez.
Las secciones centrales de La construcción de la imagen
y otros estudios literarios, “El rigor de la crítica” y “Genealogía de
lo nuevo”, dan cuenta de Gramuglio, lectora del
presente, de los distintos presentes, simultáneos y sucesivos, en los que
intervino y de las interlocuciones que la ayudaron a conceptualizarlos. Empiezo
comentando “Genealogía de lo nuevo” por pura conveniencia retórica. Con
excepción del cálido texto sobre Hugo Padeletti,
escrito para la presentación de sus poemas reunidos y publicado luego en la
revista Crisis, esta sección reúne las contribuciones sobre
literatura argentina, en general sobre novela argentina (la excepción del texto
sobre Padeletti es doble en este sentido), que la
autora fue dando a conocer en Punto de vista. Congruente con la
inclinación de Gramuglio hacia las continuidades, la
sección pone de manifiesto su perspicacia para percibir y proponer series
convincentes (las novelas escritas en el exilio, pero sobre la patria, las
novelas de la dictadura militar, los nuevos narradores o los narradores de la posdictadura) y su sutileza para examinarlas atendiendo a
las particularidades de las obras que las integran. En el ensayo que le da
título, el apartado encuentra formulada la precaución, de ánimo adorniano, desde la que lee Gramuglio.
“Tal vez lo nuevo hoy, en el arte, para demostrarse efectivamente como tal,
requiera, paradójicamente, más que la celebración inmediata, la sanción del
tiempo bajo la forma de aquello nuevo que por su fuerza es capaz de generar”.
Me interesa recordar en este sentido que aquí se incluye la reseña temprana que
Gramuglio dedica a Ema, la cautiva, de César Aira.
“El rigor de la crítica” es quizás el segmento más
entrañable del libro, en tanto nuclea los escritos que la autora dedica a la
obra de sus colegas próximos, a sus compañeros y pares, pero también a sus
mayores y maestros: Beatriz Sarlo, Carlos Altamirano,
Aníbal Ford, Eduardo Romano, entre los primeros, Juan Carlos Portantiero, Adolfo Prieto, Susana Zanetti,
entre los segundos. El conjunto ofrece, desde la óptica punzante de Gramuglio, una vista general y diacrónica de los
principales asuntos y debates que atraviesan el pensamiento crítico argentino
entre comienzos de la década de 1980 y la actualidad: la relación literatura y
sociedad, la relectura de las vanguardias de 1960, el lugar constitutivo del otro
en la cultura argentina, las tensiones entre alta cultura y cultura popular y
masiva, las formas del realismo, el desplazamiento desde una concepción de la
literatura como práctica potencialmente crítica y liberadora hacia una crítica
de la literatura como institución de control, el comparatismo como método para
el estudio de las literaturas argentina y latinoamericanas. De la cuestión
comparatista, se ocupa el ensayo que Gramuglio
escribe en homenaje a Zanetti, en 2017, el último del
libro en términos cronológicos. Es un texto singular, por las conclusiones a
las que llega, pero también, y sobre todo, por los gestos argumentativos y
afectivos que despliega al enunciarlas. A partir de la lectura de un corpus
breve, nueve artículos de Zanetti, organizados en
torno al célebre ensayo sobre religaciones, Gramuglio
extiende la turbulenta conversación que ambas mantuvieron durante años. Su
admiración hacia ella, hacia sus distintas actividades y hacia la ambición y la
solvencia de investigaciones no disminuye con el registro de las asperezas y
las críticas demoledoras de Zanetti ni de las
escaramuzas y encontronazos que se suscitaron entre ambas. Gramuglio
lamenta que Zanetti se rehusara a las posibilidades
de sus hipótesis comparatistas y desestimara los instrumentos que este método
podría ofrecerle al estudio de la literatura latinoamericana. A cambio de esa
intransigencia, y quizás como un modo de repararla, el ejercicio de relectura
que propone de sus textos, convierte a Zanetti en una
precursora del comparatismo latinoamericano. Cito a Gramuglio:
“En nuestras frecuentes discusiones, Zanetti se
resistía a mis propuestas sobre el comparatismo y hasta decía desconfiar de él,
pero, a mi modo de ver, esta investigación formidable que es su trabajo sobre
religaciones resulta un claro exponente de comparatismo, aun cuando se lo
piense implícito o no asumido como tal”. Con esta conclusión, Gramuglio gana la pulseada, pero preserva para la amiga el
lugar del magisterio. Como si, muerta Susana, María Teresa encontrara la forma
de no quedarse con la última palabra, incluso teniéndola, y le dijera: “la
razón estaba de mi lado, entre otros motivos, porque tus textos me la habían
enseñado”. Además de su sensibilidad crítica y de su nobleza intelectual, este
ensayo pone en escena, con un cuidado particular, ese uso discreto y
oscilatorio de la primera persona que Catelli detecta
y contabiliza entre las lecciones de Gramuglio: un
uso tenue y precavido, un “yo”, un “nosotros” que, a su vez, no deja de hacerse
visible, de modo insistente y, en ocasiones, tajante.
Judith Podlubne
Universidad Nacional de Rosario / conicet