Luis Escobar,  Francisco Ayala. Exilio español en Argentina y renovación de la sociología latinoamericana,

Rosario, Prohistoria, 2022, 208 páginas.

En este libro, el historiador Luis Escobar (profesor de la Universidad Nacional de Entre Ríos e investigador del Centro de Investigaciones Sociales y Políticas) realiza un importante aporte a los estudios sobre institucionalización de la sociología en la Argentina y en América Latina. Lo hace atendiendo al papel del exiliado español Francisco Ayala como mediador en los procesos de recepción y circulación internacional de las ideas, y como agente clave en la consolidación de la sociología como disciplina científica, desde su llegada en 1939 hasta su partida a Puerto Rico en 1950. En este último sentido, constituye un aporte valioso en sintonía con los trabajos de Alejandro Blanco sobre el papel de Gino Germani en Argentina, o los de Luiz Carlos Jackson sobre Florestan Fernandes en Brasil. Al mismo tiempo, es posible pensar la investigación de Escobar en una plataforma más amplia, en diálogo con el estudio de otros procesos de consolidación disciplinar, como el de Miranda Lida (2019) en torno al rol de Amado Alonso en relación con la filología, el de Alejandra Mailhe (2018) sobre José Imbelloni y la profesionalización de la antropología, o el de Clara Ruvituso (2007, 2015), Lucía Belloro (2015, 2020) y Carla Galfione (2019, 2021 y 2022) sobre distintos agentes, instituciones y revistas que colaboran en la profesionalización de la filosofía.

Un mérito de Escobar consiste en la equilibrada conjugación de dos enfoques teóricos metodológicos: la sociología de la cultura, en la medida en que considera los factores políticos, sociales y materiales que condicionan los posicionamientos políticos y sociológicos de Ayala en el campo intelectual argentino (sobre todo a partir de las herramientas conceptuales de la teoría de Pierre Bourdieu, 1992 y 2002), y de la historia de las ideas, entendida como análisis del discurso, desde perspectivas afines a las de Marc Angenot (1989) y Raymond Williams (1977). Aprovechando las herramientas conceptuales de ambos enfoques, el autor realiza un análisis riguroso, en el que se destaca el modo en que los estudios de diversas dimensiones de la práctica intelectual de Ayala se iluminan recíprocamente.

En el primer capítulo, Escobar reconstruye el estado de la sociología regional antes de la llegada de Ayala a la Argentina, considerando los vínculos intelectuales previos de esta figura y su relación con mediadores claves para su inserción en el campo local. Para llevar a cabo esta tarea, apela a la sociología de los intelectuales, realizando una minuciosa reconstrucción del itinerario vital e intelectual de Ayala, abarcando no solo su período de permanencia en la Argentina, sino también su etapa formativa previa. Esto le permite tensionar los perfiles intelectuales asumidos por el joven español, y exaltar elementos que explican aspectos escasamente visitados por la bibliografía crítica, atendiendo a su papel como sociólogo, centrándose para ello en variables claves como las referidas al grupo familiar, los espacios de formación y el universo laboral en que se desempeña. En este sentido, Escobar pone en diálogo acertadamente el caso particular con las coyunturas políticas atravesadas por Ayala, reconociendo situaciones en las que se modifican la práctica intelectual, los tipos de autopercepción e incluso las estrategias de autolegitimación. Es destacable el trabajo de archivo para la reconstrucción del itinerario personal, pues entre otros elementos consultados (en la Fundación Francisco Ayala de Granada), el autor tiene en cuenta la correspondencia del español, además de sus colaboraciones en diarios y revistas, y sus trabajos inéditos.

En el capítulo II, la trayectoria intelectual es analizada en diálogo con consideraciones sobre el entramado institucional al que se incorpora Ayala al arribar al país. En este punto, resulta interesante cómo el estudio de este caso le permite a Escobar iluminar los antecedentes de la institucionalización de la sociología en Buenos Aires (incluyendo la creación del Instituto de Sociología de la Universidad de Buenos Aires y su Boletín del Instituto de Sociología), así como también atender a los espacios y a experiencias extracéntricos menos considerados hasta el momento, como el desempeño de Ayala en la Universidad Nacional del Litoral. Esta última conceptualizada como “hija de la Reforma”, debido a la proximidad de su fundación respecto del reformismo universitario y al perfil heredado de dicha experiencia. Al considerar procesos de profesionalización más allá de Buenos Aires, Escobar logra tensionar las hipótesis según las cuales dicha modernización se produce después del primer peronismo, demostrando que hay casas de altos estudios en las provincias en condiciones de asumir esta labor, pues entre otras cosas cuentan con un escenario favorable para la inserción de figuras extranjeras –como Ayala–, capaces de activar procesos de profesionalización disciplinar.

En este capítulo se revela otro punto fuerte del trabajo de Escobar, al centrarse en los discursos vigentes en torno a la sociología en los espacios institucionales por los que transita Ayala. Aunque no explicita el uso del modelo teórico de Angenot (1989), es posible pensar que, en su análisis, la propia sociología se convierte en un “ideologema”, en un concepto en disputa entre diferentes tradiciones que pugnan por la imposición de un sentido hegemónico. Desde la tradición liberal, Ayala pone en tensión los modos en que algunos agentes del sector católico –como Gustavo Martínez Zuviría, José María Rosa y Jordán Bruno Genta– y/o del sector positivista –como José Oliva– promueven una mirada transhistórica de la sociología, o la consideran una “ciencia pura”. En esta confrontación de tradiciones se debate entonces la definición disciplinaria, poniéndose en juego variables metodológicas, constelaciones conceptuales y distintos niveles de funcionalidad social. Frente a las tradiciones católicas y positivistas, Ayala refuerza una línea que destaca el vínculo entre teoría y práctica sociológica, desde una perspectiva histórica de la disciplina siempre comprendida contextualmente.

Al mismo tiempo, Escobar subraya las condiciones que hacen posible este debate, analizando situaciones concretas de la escena institucional en las que Ayala interviene, como la cátedra de Sociología en la Universidad Nacional del Litoral, la Revista de Ciencias Jurídicas y Sociales, los cursos sobre investigación sociológica, la promoción de la sociología alemana (destacándose autores como Ferdinand Tönnies, Max Weber y Hans Freyer), y la construcción de un grupo de estudios preocupado por temas y enfoques afines, que configuran una incipiente escuela sociológica en la región. En este sentido, resulta novedoso el estudio de agentes hasta ahora desatendidos por la bibliografía crítica, como Marta Samatán, Ítalo Argentino Luder y Ángela Romera Vera, quienes colaboran con Ayala en la construcción de un “nosotros”, respondiendo a la delimitación disciplinaria impulsada por Ayala, y que en conjunto hacen frente a los nacionalismos católicos vigentes.

Siguiendo una adaptación del modelo teórico de Bourdieu para pensar campos periféricos (desde una perspectiva comparable a la de Ana Teresa Martínez, 2007 y 2011), en el final del segundo capítulo Escobar retoma la tensión entre autobiografía e historia (un tema abordado en otros momentos del libro), para mostrar cómo el propio Ayala reconstruye su salida de la provincia, al tiempo que sumerge este relato en un análisis sociohistórico que ayuda a explicar este hecho en el contexto del triunfo de los intelectuales nacionalistas gracias al golpe de Estado de 1943.

El último capítulo se centra en la trayectoria de Ayala como editor y traductor, un aporte central del libro si se tiene en cuenta que los trabajos sobre profesionalización de los campos intelectuales a menudo se limitan a la escena institucional: al abordar también el mundo editorial, Escobar logra demostrar que existen diversos modos de definir la disciplina, y descubre los vínculos que se despliegan en esta área, acompañando la profesionalización de la sociología. En particular, el autor explora los lazos de Ayala con figuras claves de la élite porteña (como Victoria Ocampo, Eduardo Mallea, Guillermo de Torre y Gonzalo Losada) y con sus proyectos editoriales (Sur, La Nación, Losada y Americalee, entre otros). En estos espacios, los exiliados cuentan con un capital cultural (que incluye desde la educación primaria en los senos familiares de los que proceden –que en algunos casos promueven tempranamente el manejo de lenguas extranjeras– hasta las formaciones en instituciones prestigiosas pertenecientes a los centros culturales y los libros publicados de forma previa a su arribo), gracias a lo cual intervienen eficazmente en la consolidación de campos intelectuales como el sociológico, todavía débiles en el contexto argentino y/o latinoamericano. En esta dirección, el trabajo de traducción desplegado por Ayala permite construir un corpus renovador de la sociología, que colabora con el proceso de diferenciación, especialización y modernización disciplinaria. Así, Escobar realiza un excelente trabajo de interpretación de las fuentes, atendiendo al modo en que Ayala selecciona autores (como Georges Gurvitch, Gisèle Freund, Morris Ginsberg, Robert M. McIver, Hans Freyer, Ferdinand Tönnies y Wilhelm Pinder entre otros), e interviene en la traducción de obras para publicar.

El último capítulo también se centra en las intervenciones extraacadémicas de Ayala y en su vínculo con el sociólogo español (exiliado en México) José Medina Echavarría. El análisis de ambas trayectorias, y sobre todo del papel de estas figuras como editores (en el primer caso con la dirección de la Biblioteca Sociológica de la editorial Losada, y en el segundo con la dirección de la Sección de Obras de Sociología del Fondo de Cultura Económica) permite profundizar en la hipótesis ya planteada previamente por Juan Jesús Morales Martín (2014), según la cual entre México y la Argentina se forja, en esta etapa y en el campo incipiente de la sociología, un verdadero “corredor de ideas”. En este sentido, Escobar analiza el modo en que la solidaridad entre exiliados –que traccionan conjuntamente en favor de la profesionalización de la sociología– se expresa en la promoción recíproca y complementaria de la labor editorial (por ejemplo, mediante las notas publicadas por Ayala en La Nación, promoviendo la colección dirigida por Medina Echevarría, para interpelar a un lectorado más amplio que el estrictamente académico). Además, resulta interesante el modo en que Escobar analiza comparativamente las intervenciones de Ayala en espacios académicos y extraacadémicos, advirtiendo que en ambos casos el pensador español promueve la disciplina.

En síntesis, el trabajo de Escobar resulta un aporte muy valioso para la sociología de los intelectuales en el marco del exilio latinoamericano, en la medida en que demuestra la potencia de los intelectuales exiliados en la construcción de campos disciplinarios periféricos. En este sentido, resulta central la perspectiva sociohistórica puesta en marcha para el análisis de este caso, poniendo en juego numerosas variables y conjugando el estudio de las trayectorias tanto en las instituciones como en el mundo editorial, para demostrar la importancia de las acciones llevadas a cabo por este tipo de agentes en un proceso de consolidación disciplinar.

Paula Jimena Sosa

conicet / Universidad Nacional de La Plata