Diego Armus (dir.),

Sanadores, parteras, curanderos y médicas. Las artes de curar en la Argentina moderna,

Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2022, 370 páginas.

Este es el último libro dirigido por Diego Armus, en el cual se propone dar una mirada general de los procesos de hibridación en la Argentina entre el campo médico, las formas alternativas de curar y el rol del Estado. Asimismo, brinda un panorama complejo sobre las tensiones existentes entre la biomedicina y las formas alternativas de encontrar potenciales tratamientos y posibles curas en diversos lugares de la Argentina en un marco temporal que se inicia entre fines del siglo xix y culmina en el siglo xxi.

La Introducción y el Epílogo de Diego Armus son piezas fundamentales para la puesta conceptual del libro y la articulación de los catorce capítulos que reúne. Allí se pone en tensión y se complejiza la relación entre los médicos y los curanderos como actores que se suelen presentar sin relaciones entre ellos. La idea de que existen zonas grises en la atención de la salud y que sus vínculos son menos opuestos de lo que se supone recorrerá todo el libro. Mariana Bordes trabaja el concepto de profesionales híbridos en “Carmen y Mónica: terapeutas orientalistas en hospitales públicos de la Ciudad de Buenos Aires”. A través de entrevistas a dos reflexólogas podales, analiza cómo insertan su trabajo dentro de hospitales públicos. Ambas reflexólogas intercambian saberes con los profesionales del hospital, a su vez que realizan tareas necesarias para este. Bordes se pregunta si la inclusión de estas terapias alternativas está vinculada con una mirada más holística del paciente, o si es parte de las carencias formativas del personal y de las demandas cada vez más complejas de los pacientes en torno al cuidado y la atención.

En línea con esta idea María Silvia Di Liscia, en “Teresita y Ana: el empacho, los médicos y las curadoras entre los siglos xix y xxi”, señala que la curación del empacho, que refiere a dolencias digestivas en la infancia, es un terreno de disputa y de acuerdos. Dado que esta enfermedad infantil resultaba difícil de tratar, los médicos llegaron a consultar a curanderas, e incluso a considerar eficaz su tratamiento y potencial cura por medio de los polvos de buche de ñandú. Según la autora, la práctica de llevar a los niños empachados a curanderas persiste en la actualidad. La continuidad de prácticas alternativas en el tiempo resulta, a su vez, uno de los ejes centrales del libro, ya que se postula que el proceso de medicalización y la llegada de la salud pública no fueron procesos inmediatos ni totales. En este sentido, en el Epílogo Armus sostiene que a partir de las ciencias sociales se tiende a sobreestimar los procesos de cambio frente a los de continuidad en las terapéuticas y cuestiona el énfasis otorgado al Estado, frente a otros actores, en el intento de buscar tratamientos alternativos a los tradicionales.

La aparición del cuerpo médico como brazo estatal vino acompañada también por la persecución a aquellas prácticas que se entendían por fuera de sus límites, lo cual no implica, de ninguna manera, que las formas alternativas de curar hayan dejado de existir. Un ejemplo de la tensión entre los galenos y las prácticas de los sectores populares se encuentra en el artículo “Juan Pablo Quinteros, un espiritista en Santa Fe a fines del siglo xix” de José Ignacio Allevi. La pugna se da entre el espiritista, quien reclama su derecho a la libertad religiosa para ejercer, y el Honorable Consejo de Higiene, cuyos miembros lo apreciaban hasta que las autoridades cambiaron y la relación se tornó hostil por cuestiones más personales que políticas.

Mirta Fleitas, en “Curanderos de Jujuy en la primera mitad del siglo xx”, relata que en 1939 se produjeron manifestaciones frente al palacio de la gobernación para reclamar que el curandero Manos Santas regresara a la ciudad. Este suceso le sirve a Fleitas para contextualizar el precario sistema sanitario de Jujuy que por entonces no podía satisfacer las necesidades de salud de la población debido a la escasez de personal y de hospitales.

Otra situación en línea con la reflejada en Jujuy y Santa Fe es la de “Jaime Press, un armonizador popular que conmocionó a Carlos Paz a comienzos de la década de 1960” de Adrián Carbonetti y María Laura Rodríguez. En el capítulo se trabaja la historia de un muy carismático armonizador popular que fue perseguido por ejercicio ilegal de la medicina. Jaime Press buscó defenderse alegando que si las actividades que realizaba no eran dañinas para la salud de las personas no habría ningún motivo para negárselas. El armonizador obtuvo apoyo popular y de la prensa local; no obstante, el fiscal solicitó que abandonara la ciudad, pero sus prácticas continuaron en una localidad cercana.

No se debe perder de vista que las personas enfermas tomarán y dejarán los tratamientos en función de sus deseos, sus expectativas o sus posibilidades de sostenerlos a lo largo del tiempo. Esto es relevante para pensar una historia de la salud que incluya las voces de los enfermos y pacientes. Las complejidades alrededor de esta cuestión son claves en “Entre la biomedicina y la homeopatía: la doctora Alicia y los doctores Fernando y Antonio a fines del siglo xx y comienzos del xxi” de Betina Freidin. Es importante señalar que en la Argentina para contar con la titulación en homeopatía, primero se deben obtener las credenciales de médico, por lo que los médicos derivan a otros profesionales a aquellos pacientes con patologías que quedan por fuera de lo que ellos entienden que pueden realizar con el método homeopático, así como piden estudios o dan medicación alopática. Lo que resulta relevante en este caso es que son los pacientes los que en muchos casos quieren evitar otra medicina que no sea la homeopática.

Siguiendo esta línea, un nodo teórico del libro es el lugar de los enfermos/pacientes como sujetos que buscan tratamientos curativos o de rehabilitación por fuera de los marcos de la medicina tradicional. Por ejemplo, en “El padre Ignacio, un cura sanador a principios del siglo xxi”, Ana Lucía Olmos Álvarez analiza cómo el sacerdote Ignacio recibe a los fieles que se acercan a buscar una potencial cura de una dolencia con diagnóstico certificado por un médico. Para Olmos Álvarez las prácticas de Ignacio sugieren una alianza entre tratamientos, ya que coexiste el diagnóstico médico con las curaciones brindadas por aquel.

Es relevante señalar que los cambios en la relación entre la sociedad, el medioambiente, la enfermedad y la cultura, y cómo la biomedicina y las políticas sanitarias pueden o no responder de manera efectiva, se modifican según los momentos y las circunstancias. Diego Armus, en “Jesús Pueyo, el ‘moderno Pasteur argentino’ y su vacuna contra la tuberculosis”, plantea que en coyunturas de incertidumbre biomédica encontrar una potencial cura, tal como la de la vacuna de Pueyo, puede adquirir relevancia pública, hasta el punto que los mismos enfermos solicitaban a las autoridades sanitarias que se les permitiera aplicársela, sin pruebas científicas suficientes de su efectividad. 

Otro ejemplo en el que surgen cambios en las formas alternativas de curar impulsadas en momentos específicos, esta vez culturales, es en el capítulo de Nicolás Viotti “Daniel Alegre y el holismo terapéutico en Buenos Aires: de la contracultura a las terapias alternativas”. Allí se analizan los cambios culturales de Buenos Aires siguiendo los escritos sobre salud de Alegre, que comienza desde una mirada crítica a la idea de la enfermedad en el marco del capitalismo a principios de los años 1970, y luego cambia a las terapias chinas tradicionales, durante los años 1980.

Otro eje posible a lo largo del texto es el vínculo entre las prácticas alternativas de curar, la prensa y el mercado. La disputa por cobrar los servicios aparece en algunos casos como algo que diferencia a los curanderos de los médicos, pero al llegar el siglo xx, curar está vinculado a cobrar y, por lo tanto, a la necesidad de publicitarse. Esta cuestión será particularmente trabajada en el capítulo “Alberto Díaz de la Quintana, un hipnotizador, inventor y publicista en Buenos Aires a fines del siglo xix” de Mauro Vallejo, donde el hipnotizador crea sus propios órganos de prensa. La práctica de la hipnosis es sancionada por la corporación médica y por lo tanto Quintana debe revalidar su título de médico (ya que había estudiado en España). El hipnotizador desaprueba el examen, pero hay médicos en Buenos Aires que siguen alquilándole sus consultorios, dejando en claro, para Vallejo, que son las lógicas de mercado las que priman. 

Hay otras situaciones en las que los sujetos harán uso de los medios masivos de comunicación, tales como el de María Dolores Rivero y Paula Sedran en “Femando Asuero, un trigeminador milagroso de la década de 1930”. Allí se relata la historia de un otorrinolaringólogo español quien dice ser capaz de curar una larga serie de dolencias tocando el nervio trigémino. El trigeminador utilizará la revista Caras y Caretas, un seminario con gran circulación, para difundir su método. Su popularidad se extenderá hacia la música y el teatro. La repercusión de su personaje lleva a Fernando Asuero a convertirse en una personalidad pública. Asuero no es el único curador que aparecerá en la cultura popular, y en el capítulo de Juan Bubello “Crítica, burla y ridiculización de los sanadores populares en el cine argentino de mediados del siglo xx: ‘El Hermano José y EI Curandero’” se analiza cómo por medio de películas aparece el conflicto entre médicos y curanderos. Si bien en estos films, los curanderos aparecen estigmatizados y se muestran los esfuerzos en erradicar las prácticas alternativas de curar, también queda en evidencia cómo estas se sostienen a través del tiempo.

Una dimensión que no aparece tematizada de manera directa, pero que sí tiene lugar en varios de los capítulos, es la desigualdad de género en el área de salud. Daniela Edelvis Testa, en “Una pediatra en misión de fe: el hada Gwendolyn y la poliomielitis”, analiza las búsquedas terapéuticas de la pediatra (una mujer cristiana). Ella encuentra un método para tratar la polio que requirió un inmenso trabajo por parte de las enfermeras. Testa plantea, entonces, el vínculo entre el acceso a mano de obra barata por parte de las mujeres y la creencia de que ellas son más “aptas” y “esmeradas” para el cuidar y atender a la infancia desvalida.  

El libro también trabaja el vínculo entre las mujeres, las formas alternativas de curar y los feminismos. Karina Felitti, en “VerOna, una joven bruja feminista en tiempos de la marea verde”, narra su historia de vida, en particular cómo ella incorpora la danza, y su lugar como mujer entre los activismos menstruales, los encuentros entre mujeres y el acompañamiento de partos y abortos desde el lugar de doula.

En síntesis, Sanadores, parteras, curanderos y médicas. Las artes de curar en la Argentina moderna sugiere un recorrido histórico y antropológico integral que aporta los conceptos claves de “hibridación” y “zona gris” para pensar los procesos de salud, enfermedad, curación, espiritualidad y medicina de maneras complejas y siempre en tensión. La propuesta de considerar estudios de caso resulta particularmente exitosa ya que permite cubrir una cantidad interesante de procesos, pudiendo encontrar en ellos situaciones de continuidad alrededor de los complicados vínculos entre la medicina tradicional y las diversas formas alternativas de curar, así como da cuenta de un gran acervo documental, como revistas profesionales, películas, legajos judiciales, entrevistas, entre otros, lo cual le da una solidez empírica para sostener conceptos que se articulan a lo largo del libro.

María Emilia Martínez

Universidad Nacional de La Plata