Diego
Escolar, Los indios montoneros. Un
desierto rebelde para la nación argentina (Guanacache, siglos xviii-xx),
Buenos
Aires, Prometeo, 2021, 274 páginas.
El libro de Diego Escolar retoma muchos de los temas y
perspectivas planteados hace ya veinte años en su investigación doctoral,
fundamentalmente la tesis de que la denominada emergencia indígena huarpe –que
había comenzado a acelerarse desde mediados de la década de 1990– se apoyaba,
en realidad, en una muy larga historia de luchas. Esta nueva obra de Escolar,
planteada desde el marco de la antropología histórica, reconfirma aquella tesis
a partir de la riqueza de datos etnográficos recogidos durante más de dos
décadas en el trabajo de campo, pero ahora, primordialmente, también desde los
datos provenientes de archivo con los cuales ha ido nutriendo su investigación
en un verdadero y poco común trabajo interdisciplinario. Así, el autor
reconstruye una historia –la de los laguneros huarpes de Guanacache– que hila
desde el fin de la colonia hasta 1940, abordando diversos temas como la
permanente lucha por sus tierras y por el agua, las estrategias de negociación
y resistencias, el rol de determinadas figuras de autoridad étnica y, sobre
todo, la dimensión política de sus proyectos y acciones, así como las distintas
corrientes historiográficas desde las cuales se interpretaron estos procesos.
Los tópicos recorridos a lo largo del
libro (una introducción, siete capítulos y un epílogo) son todos de relevancia
y nos permiten adentrarnos en la historia (o en otra historia) de Cuyo e,
incluso, comparar procesos con otras regiones. En tal sentido, no solo hay
semejanzas con algunos casos conocidos de las denominadas provincias argentinas
de colonización antigua (como Tucumán, por ejemplo), sino también de lugares
más lejanos como Perú o Bolivia.1
Por lo tanto, en el libro de Escolar hay un material muy rico que, junto con
otros casos del país, nos permite reintegrar a la Argentina, esa Argentina imaginada
blanca y europeizada, a una historia latinoamericana más marrón (categoría
política reciente que tiene potencial para repensarnos). De ese haz de
temas/problemas, y en pos de la economía de este texto, destacaré solo tres que
son los que me parecen más relevantes.
En primer lugar, el problema de la
continuidad-discontinuidad. A lo largo del libro la principal preocupación de
Escolar es mostrar ciertas continuidades: las indígenas, laguneras, huarpes.
Así, por ejemplo, observa y analiza la continuidad en la lucha por la tierra.
Se detallan los reclamos territoriales que hicieron los laguneros desde fines
de la colonia y avanzada la república e insiste en las miradas
invisibilizadoras de la etnohistoria cuyana sobre estos temas. Estos procesos
de disputas territoriales fueron sostenidos sobre la base de una serie de
fuertes liderazgos que desde el siglo xviii
se fueron renovando y reconfigurando al calor de cada coyuntura histórica. Pero
en el libro es posible observar también otras continuidades: representaciones
de los laguneros como malévolos, delincuentes, pobres, vagos, flojos, que se
sostienen desde la colonia hasta el presente y que están asociadas a su
carácter indígena. O bien, su contracara; reiteradamente se insiste en que “ya
no son pueblo...”, “ya no son indios”, y estas imágenes aparecen desde fines de
la colonia y se replican en diferentes momentos, especialmente en la
historiografía cuyana en el marco de lo que el autor ha llamado las “narrativas
de extinción”. Otra continuidad es la representación de las lagunas como un
espacio corrompido y amenazante tanto en la Colonia como en el siglo xix (montoneras), una zona de pobreza
absoluta. Esta imagen es discutida por Escolar caracterizando las actividades
agrícolas, ganaderas, arrieriles y de pesca que allí se desarrollaron. Según el
autor, se trata de una zona que fue desertificada, primero imaginariamente y,
luego, ya a través de acciones concretas en la década de 1930, como la
captación de aguas y su desvío para el riego agrícola en el marco de la
reorientación productiva vitivinícola de Mendoza.
La visibilidad de todas esas continuidades
planteadas por Escolar nos permite pensar también en las discontinuidades y
abordarlas desde otra perspectiva. Algo que en el presente es más difícil de
plantear porque, dadas las circunstancias, podrían utilizarse como vector de
deslegitimación de reclamos y derechos. Una pregunta pertinente es cómo
incorporar a nuestros análisis las discontinuidades, fragmentaciones, esos
cortes abruptos o forzados que tuvieron que atravesar muchos pueblos indígenas.
Por ejemplo, Escolar muestra la persistencia de los mismos apellidos y linajes
entre los siglos xviii y xx (incluso hasta la actualidad), pero
esa continuidad tiene su contracara discontinua, cuando luego de la muerte del
líder Santos Guayama en 1879, de manera obligada y para salvar el pellejo,
muchos cambiaron sus apellidos indígenas por españoles para evitar la
represión. Así pues, el libro pone el foco en las continuidades, pero nos da
pistas acerca de cómo pensar y presentar las discontinuidades y revaluar esos
procesos de manera más compleja.
En segundo lugar, aunque en vinculación
con el problema de las continuidades, me interesa resaltar la cuestión de los
archivos, y de los archivos huarpes en especial, cuya preservación –entre otras
cosas– permitió sostener permanencias y que pudieran ser rastreadas hasta hoy.
Sin dudas, el denominado “giro archivístico” de las últimas décadas y el
“momento archivos” (como dice Lila Caimari)2
que actualmente atravesamos puso el foco sobre este tema. Dicha corriente
impulsó no solo a buscar nuevos papeles sino a releer los que ya se conocían y
a revisar prácticas disciplinares e impulsar reflexiones metodológicas al
respecto. En el caso de las historias relativas a pueblos indígenas, además,
fueron los procesos de reemergencia étnica los que hicieron tambalear todas
nuestras estanterías y certezas y buscar otras explicaciones. Estos dos
movimientos, anudados en una notable sensibilidad etnográfica, lo llevan a
Escolar a relevar otros documentos y archivos. Al respecto, el trabajo que hace
con los archivos oficiales que se entreveran con los archivos huarpes, en
sentido restringido, y con su propio archivo de investigador que, a su vez, seguramente
alimenta el archivo huarpe ampliado, constituye uno de los aspectos más
interesantes y potentes del libro, desde donde es posible repensar la historia
con una perspectiva indígena, dar cuenta de silenciamientos, clandestinidades,
injusticias y explicar la supuesta paradoja de ver aparecer indígenas
considerados extintos.
Sobre el tema de los archivos, cabe
apuntar dos cuestiones más. Por un lado, me interesa señalar que el “archivo
huarpe” ofrece una clave más que será interesante profundizar a futuro: el rol
de las mujeres en los procesos de lucha laguneros. La foto de Rosa Guaquinchay
de la década de 1930 sosteniendo la carpeta con los papeles de ese archivo
huarpe (p. 238) es una pista que, sin duda, vale la pena seguir junto con la de
otras tantas mujeres que se mencionan en el texto. Por otro lado, resulta
interesante la relación que se plantea al final del libro entre salamanca y
archivo. Escolar se pregunta en el Epílogo, en un apartado que se llama “El
retorno de las salamancas”, cómo, a pesar de todo, los laguneros mantuvieron
memorias, conocimientos, modos de interpretación indígenas. Encuentra una
respuesta a partir de su trabajo etnográfico, en la famosa salamanca, “esa
escuela de los indios”, que, aunque muchas veces se ha olvidado cómo convocar,
está ahí pues, pese a todo, mantuvo su capacidad de persistir clandestinamente.
La salamanca sería, entonces, la metáfora que representa la experiencia de
reconstrucción y transmisión del pasado de los laguneros y es lo que ha
ocurrido, dice el autor, con el archivo huarpe. En sus propias palabras: “en la
medida en que fue mantenido misteriosamente posible y en ocasiones
materializado por la operación de historiadores, magos o líderes políticos
laguneros, esos mismos documentos, sitios, artefactos, relatos, gestos y
prácticas culturales pudieron ser también dislocados y reincorporados en un
corpus que permite releer su historia colectiva, y en parte de la nación, como
indígena o indígena criolla” (p. 271).
En tercer lugar, quisiera destacar un
último tema del libro, el referido a la trama racista que es posible visualizar
a lo largo del tiempo. El autor da apertura a la obra a través de una analogía
con el cine mudo. Dice: “La identidad nacional argentina se proyecta como una
película muda, en alta velocidad y escasa definición” (p. 13). Agrega que, en
esa película, hay figuras borrosas, opacas que, inclusive, salen de cuadro. Si
el libro de Escolar fuera una película, sería, por supuesto, una película de
mejor calidad que se sumerge y narra –de manera personal y compleja– una (otra)
historia de los laguneros huarpes, de Cuyo y, por supuesto, de la Argentina. Su
trama, la que sostiene la narración, es la del racismo, aquel sobre el cual se
construyó nuestra nación, el mito de la Argentina blanca –como escribió hace ya
muchos años Mónica Quijada–3 que tuvo efectos diversos a lo
largo del país. En el caso de los laguneros, expresándose, concretamente, en
conflictos por el agua y la tierra. El tema del racismo (resultado de la
colonialidad persistente)4 está presente a lo largo de todo el
libro, pero se observa muy de modo muy claro en los últimos capítulos: el
relativo al análisis del documento colonial conocido como Merced Real, desacreditado
por las élites mendocinas como inauténtico o falso por su “escritura aborigen
degenerada” que, como dice Escolar, es una impugnación moral, de clase y étnica
a la vez. Y, especialmente, en el capítulo en el que se analiza la disputa por
el agua entre laguneros e inmigrantes a principios del siglo xx, considerando también el rol del
Estado. Allí, es otra foto la que resume este tema del racismo, la de un indio
surreal que, a caballo y ataviado al estilo de las películas de vaqueros
norteamericanas, desfila en primer plano en la primera fiesta de la vendimia en
1936, expulsando o sacando de cuadro, como dice el autor, “la aboriginalidad de
los mendocinos” (p. 239).
En síntesis, este libro –escrito
elegantemente y fruto de una investigación de muy largo aliento– tiene muchas
virtudes. Entre ellas, no solo aporta nuevos datos a la historia de Cuyo, sino
que, fundamentalmente, pone en primer plano la “fragilidad empírica de la
nación blanca” (p. 30) y nos da herramientas sólidas para discutir ideas retrógadas
–pero bien actuales– sobre los pueblos indígenas. En ese sentido, no me resta
más que recomendar la lectura de esta obra, esperando que se difunda en muchos
ámbitos y rincones del país.
Lorena B. Rodríguez
Universidad de Buenos Aires / conicet
1 Me refiero, por ejemplo, a las similitudes
que pueden plantearse entre el concepto de “republicanos andinos” pensado para
el caso peruano (Mark Thurner, Republicanos andinos, Cuzco, Centro
Bartolomé de las Casas, 2006) y el de “indios criollos” de Escolar. Asimismo,
pueden establecerse vínculos con el trabajo de Frank Salomon sobre la
reproducción que hacen los huarochiranos de los documentos coloniales, cuyo
análisis remite directamente al de Escolar en relación con la Merced Real de
los laguneros (Frank Salomon, “Una etnohistoria poco étnica. Nociones de lo
autóctono en una comunidad campesina peruana”. Desacatos [en línea], n°
7, 2001) así como al de Tristan Platt referido al archivo indígena de los
Carbajal (Tristán Platt, Defendiendo el techo fiscal: curacas, ayllus y
sindicatos en el Gran Ayllu Macha, Norte de Potosí, Bolivia, 1930-1994, La
Paz, Biblioteca y Archivo Histórico de la Asamblea Legislativa Plurinacional,
Vicepresidencia del Estado, 2018), entre otros.
2 Lila Caimari, “El
momento archivos”, Población y Sociedad, Vol. 27, n.2, 2020.
3 Mónica Quijada, “De mitos nacionales,
definiciones cívicas y clasificaciones grupales. Los indígenas en la
construcción nacional argentina, siglos xix
a xx”, en W. Ansaldi (coord.), Calidoscopio
latinoamericano. Imágenes históricas para un debate vigente, Buenos Aires,
Ariel, 2004.
4 Aníbal Quijano,
“Colonialidad del poder, eurocentrismo y América Latina”, en E. Lander (comp.),
La colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociales. Perspectivas
Latinoamericanas, Buenos Aires, clacso.