Enzo
Traverso, Revolución. Una historia intelectual,
traducción de
Horacio Pons,
Buenos
Aires, Fondo de Cultura Económica, 2022, 644 páginas.
En una época de guerras, crisis y revueltas globales como
la que actualmente nos toca en suerte, el fenómeno de los levantamientos
revolucionarios que estremecieron y marcaron el ritmo del trágico siglo xx parecería concitar una creciente y
renovada atención. Eso, al menos, es lo que revela una atenta lectura de Revolución.
Una historia intelectual, último libro del
historiador italiano y catedrático de la Universidad Cornell,
Enzo Traverso. Publicado originalmente en inglés en el año 2021 por Verso Books, este trabajo representa un notable intento de
aproximación historiográfico-intelectual al fenómeno cultural, social, político
y artístico de la revolución moderna. El autor, de hecho, no vacila en afirmar
que esta peculiar y enmarañada noción, emparentada como está con las voces
latinas revolutio y revolvere
y cuya acepción astronómica original remite a la rotación de los planetas
alrededor del sol, constituye el objeto stricto sensu de su
investigación.
Inspirado en igual medida por León Trotski y Walter Benjamin –dos autores de las vertientes oriental y
occidental del marxismo respectivamente, que, además, en 1940 tendrían una
fatídica suerte parecida–, Traverso define bien de entrada el tipo de
revoluciones que tuvieron lugar más o menos a partir de 1789 como “experiencias
vivas que cambian sobre la marcha y, en la mayoría de los casos, ignoran sus
resultados debido al mero hecho de que su dinámica es impredecible” (p. 42). Lo
distintivo de la propuesta del historiador italiano, sin embargo, no estriba en
el tenor de esta muy general definición de matriz trotsko-benjaminiana
–en la que, dicho sea de paso, una obra como Historia de la Revolución rusa y
un proyecto inconcluso como el Libro de los pasajes se arremolinan hasta
el punto de confundirse– sino más bien en el procedimiento metodológico que
acto seguido es anunciado con bombos y platillos. A esta altura, la tensión que
existe entre la Escila trotskista y el caribdis benjaminiano se resuelve claramente por el lado del segundo
de los monstruos mitológicos aludidos, pues la “metodología” del libro gira en
torno al “concepto de ‘imagen dialéctica’, que aprehende al mismo tiempo ‘una
fuente histórica y su interpretación’” (p. 49).
Traverso, en efecto, se acerca a “las revoluciones de los
siglos xix y xx” apelando al “ensamblaje de imágenes
dialécticas” (p. 50). En este gesto hay algo cuando menos polémico, pues el
autor acaba haciendo con el procedimiento referido precisamente lo contrario a
lo que, al fin y al cabo, para su creador entrañaba la composición de tales
imágenes dialécticas; esto es, por supuesto, un denodado esfuerzo por leer
en lo no escrito. No es una exageración afirmar que, en su afán de hacer
epistemológicamente legible a Benjamin y completar un
tipo fragmentario de filosofía que, como alguna vez deslizara Theodor W.
Adorno, quedó en fragmento, Traverso incurre en una suerte de
simplificación e instrumentalización de la obra del pensador berlinés –en aquel
ademán tan propio de los estudios de la memoria, vale decir, que hace de esa
obra un marco metodológico o una caja de herramientas listas para el uso–. Por
lo demás, y si es que realmente existe algo así como un método benjaminiano, en el libro aquí reseñado este es llevado
hasta el paroxismo. El trazado y montaje de imágenes dialécticas queda reducido
a la literalidad propia de la inserción de ilustraciones en el cuerpo de un
texto. Y constituye toda una paradoja: la reconstrucción lineal vuelve
convencional aquello que no lo es y que se buscaba evitar. Aunque se trata de
un recurso del que Traverso se ha valido ya con elegancia en otros trabajos,
surge la tentación de evocar la correspondencia de Adorno y Benjamin
y exigir a aquel lo que el primero de los filósofos alemanes alguna vez había
pedido al último: un más de dialéctica.
Ahora bien, si la empresa del académico de la Universidad Cornell no destaca especialmente por la definición del
objeto que reclama como suyo, o por la metodología que asegura utilizar, hay
que reconocer que sí lo hace por el objetivo que formula e intenta cumplir; a
saber: “la elaboración crítica del pasado” –un trabajar o lidiar con (y
a través de) él para contribuir así a la preservación del “significado de una
experiencia histórica” (p. 56). Es probablemente aquí, en la formulación e
intento del cumplimiento de este noble objetivo, que quienes lean la obra de
Traverso habrán de recordar lo dicho y hecho en otro libro reciente del autor,
de 2016, en el que propuso examinar de forma deliberada la dimensión
eminentemente melancólica de la cultura de izquierdas del siglo xx. Es una imagen que también remite a Benjamin y a la lectura de la obra del escritor Erich Kästner por él alguna vez propuesta. Me refiero, desde ya,
a Melancolía de izquierda. Marxismo, historia y memoria, trabajo de
cuyas reflexiones Revolución, a decir del propio Traverso, es una
continuación. El abordaje de Revolución recuerda el célebre escrito
freudiano de 1917, y en un sentido que es prácticamente literal: el estado
afectivo de la melancolía da paso aquí no a la oscuridad propia de la depresión
sino al intento de poner en marcha un verdadero “trabajo de duelo” (p. 56)
–trabajo que, en cuanto que tal implica la disposición a tolerar la
imposibilidad última del mismo y, por añadidura, un aprendizaje a vivir con la
pérdida–.
Como sea, las imágenes dialécticas a las que recurre el
historiador italiano en el marco de su análisis del fenómeno revolucionario son
concretas y específicas. En efecto: habla de, y se concentra en, “locomotoras,
estatuas, columnas, barricadas, banderas, sitios, pinturas, carteles, fechas,
vidas singulares, etc.” (p. 51). A algunas de ellas les dedica un capítulo
completo de los seis que componen el libro, y a otras un lugar que no por
secundario, o si se quiere marginal o poco protagónico, deja de ser importante.
Respecto de los supuestos e implicancias de lo que es
planteado por Traverso, resulta idiosincrático el tratamiento efectuado en
torno a la temática de las locomotoras. Se tendrá presente la célebre frase de
Karl Marx, aparecida por vez primera en Las luchas de clases en Francia,
de acuerdo con la cual las revoluciones serían las locomotoras de la historia
universal. El autor italiano da realmente en el clavo cuando afirma que esta es
tan solo un capítulo de una historia marxista más amplia, y aún abierta,
atravesada por una tensión irresoluble entre el positivismo y la dialéctica, el
determinismo y el constructivismo, el prometeísmo y
el romanticismo, etc. A este respecto, el gran contrapunto vuelve a ser
provisto por Benjamin, quien alguna vez sugirió que,
más que ser las locomotoras de la historia, las revoluciones implicaban la activación
del freno de emergencia del tren que es propulsado por dichas locomotoras. “La
historia”, argumenta Traverso, “corre hacia la catástrofe. Ese es su telos secreto. La revolución no es una locomotora
rugiente que lleva a la civilización hacia adelante; es más bien una acción
consciente para detener la trágica carrera de ese tren antes de que llegue a su
destino” (p. 119).
Revolución, desde ya,
concede un importante espacio al análisis pormenorizado y el tratamiento
cuidadoso de muchísimas otras temáticas. Y, a decir verdad, está bien aludir a
ellas de ese modo, pues, en rigor, se trata de temáticas antes que de imágenes
dialécticas. Cabría decir, en este sentido, que las páginas que Traverso
dedica a la experiencia corporal de la revolución se encuentran entre las
mejores que se hayan escrito sobre el tema. Lo propio vale, en un punto, para
los distintos conceptos, símbolos y reinos de la memoria examinados, lo que es
ensayado en torno a la figura del intelectual revolucionario y lo que se
plantea en relación con los significantes libertad
y liberación. Ahora bien, probablemente por ser lo que dispone de mayor
autonomía relativa respecto del proyecto integral del libro, lo más interesante
es el planteo a propósito del comunismo y sus posibles historizaciones.
A continuación, y para terminar con esta reseña, unos brevísimos apuntes.
Según Traverso, “historizar el
comunismo significa inscribirlo en una ‘gigantesca aventura’ tan antigua como
el propio capitalismo” (p. 546). Esto quiere decir, claro está, tener en cuenta
toda la ambigüedad y polisemia intrínsecas al término en cuestión, considerar
su trayectoria histórica a nivel global y admitir, por consiguiente, que no hay
(ni podría haber) algo así como un comunismo a secas sino más bien todo un
“mosaico de comunismos” (p. 549). Este generoso gesto de nominación
permite distinguir, cuando menos, cuatro grandes formas de esta realidad
conceptual: “el comunismo como revolución; el comunismo como régimen;
el comunismo como anticolonialismo y [...] el comunismo como una
variante de la socialdemocracia” (p. 549).
A lo largo del último capítulo de su libro, Traverso
analiza, con la maestría y erudición que caracterizan sus intervenciones, cada
una de las formas más o menos puras del comunismo mencionadas. En todo momento,
la premisa de la indagación es que aquellas se encuentran interrelacionadas, y
no resultan por ende necesariamente opuestas. Lo que decanta del análisis, sin
embargo, no es una enseñanza definitiva o un conjunto de reflexiones edificantes.
En parte, por ser el producto de una empresa de investigación que ante todo se
pretende benjaminiana, la obra, de hecho, no concluye
o finaliza. El epílogo con el que cuenta, de apenas dos páginas de extensión,
no corresponde al libro en cuanto tal sino, únicamente, al sexto y último
capítulo. Y, ciertamente, no deja de llamar la atención del lector que el
retrato que se ofrezca en esta (in)conclusión sobre los posibles futuros que se
yerguen ante la contemporaneidad no sea para nada lúgubre o sombrío. A este
respecto, las palabras de características mesiánicas con las que Enzo Traverso
decide (no-)finalizar su trabajo –“las revoluciones no
pueden programarse: siempre vienen cuando menos se las espera” (p. 606)–
resultan absolutamente elocuentes. Ellas dejan la puerta abierta a la
disposición del recomienzo como en verdad pocas podrían hacerlo.
Santiago M. Roggerone
Universidad Nacional de Quilmes / conicet