Emilio Bernini, El método
Rousseau. Un dinamismo de los conceptos,
Buenos Aires, Las cuarenta, 2021, 352 páginas.
El método Rousseau es un libro inmenso. No por la extensión del significante,
350 páginas muy apretadas de ideas, sino por la amplitud de la cuestión:
Rousseau, un tema en sí infinito, pero, además, en relación con la época
clásica francesa, el siglo de Luis XIV y también el mundo contemporáneo a
Rousseau de las letras, de la pedagogía, de la filosofía y de la política.
Rousseau es indagado en las diferentes especificidades de las discusiones en
las que participa. (En el marco de uno de los períodos más ricos de la historia
de Francia, en el que encontramos figuras como Corneille,
Racine, Moliére, Perrault, Boileau, La Fontaine).
Salta primero a la
vista la formulación antiintuitiva del título: El
método Rousseau, es decir, Rousseau como método, su “dinamismo de los
conceptos”. Y la comprensión de ese dinamismo requiere una lectura lenta,
detenida, para comprender un sistema de pensamiento y de escritura –dos
procesos indisociables en Rousseau, tal una de las tesis del libro– que se
caracteriza por no ser sistemático o, mejor dicho, por no ser sistemático en un
sentido clásico: su sistematicidad radica en su variabilidad, su inestabilidad,
su carácter contingente (respecto de las intervenciones puntuales, las
discusiones en las se insertan los textos, los géneros discursivos
seleccionados, etcétera).
En ese sentido, el
libro conjuga dos abordajes complementarios: uno sintético y otro analítico. El
primero indaga el uso de los conceptos de manera abarcadora en la obra de
Rousseau y en diálogo y discusión con las lecturas de la sistematicidad o falta
de sistematicidad de Rousseau en el uso de los conceptos. Y termina por
formular una tesis mayor respecto del carácter asistemático del sistema de
Rousseau o, lo que es lo mismo, sobre el sistema Rousseau basado en la idea de
“desencaje”. Por otro lado, el tratamiento analítico despliega una serie de tesis
menores respecto de esa tesis mayor. Estas tesis menores están vinculadas con
los ámbitos centrales en los que se insertan los textos y constituyen
indagaciones minuciosas del modo en que toman parte de los diferentes debates.
El libro tiene, así,
dos públicos bien diferenciados y complementarios. Los especialistas en
Rousseau, en historia de la modernidad, en filosofía moderna, en los debates
pedagógicos o políticos –por ejemplo, estudiosos del contractualismo
y la razón de Estado– y un segundo grupo mucho más amplio y constituido por
todos aquellos a los que ciertas obras de Rousseau, ciertos temas de la
modernidad, ciertas discusiones –sean estéticas o filosófico-políticas o
pedagógicas– nos interesan de manera más general o lateral respecto de nuestras
actividades, es decir, lectores curiosos por ciertas obras y discusiones de una
época en la cual, en diversos aspectos y sentidos –no en todos–, Rousseau está
en el centro. Me incluyo por completo en este grupo y con esto considero
declaradas mis limitaciones.
Por cuestión de
brevedad, voy a detenerme solo en dos cuestiones: resumir la tesis mayor y
exponer brevemente dos de las tesis menores.
El abordaje sintético o “la querella de las
interpretaciones”
El libro sigue aquí la idea de Althusser de “desfase” o “desencaje” teórico. Pero si bien Althusser plantea esta idea como una suerte de complemento
que aparece ante el fracaso en el orden del pensamiento filosófico, como lo
otro de ese pensamiento, el libro da vuelta esa idea y plantea que, en ese
desfasaje, en ese desencaje, en ese abordaje de cuestiones filosóficas en
textos de carácter “literario” o únicamente no filosóficos, reside, por el
contrario, una “crítica implícita de los grandes sistemas metafísicos” (p. 21).
El libro hace extensiva esa crítica a los filósofos empiristas franceses del
siglo xviii y estudia la ficción,
los textos “literarios” como “partes […] de un sistema filosófico que no
articula sistemas conceptuales, sino que elabora sus conceptos en los diversos
marcos textuales en los que estos se formulan” (p. 21). Así, por ejemplo,
entiende el proyecto pedagógico del Emilio como la postulación de la
educación del sujeto como un todo, en contra del Contrato social, en el
que el sujeto solo debe formarse como ciudadano, una parte de ese todo. Así, el
Emilio toma una perspectiva –sostiene el libro– que opone el individuo
al Estado (p. 21). El concepto de Althusser de décalage –que él esgrime para abordar el Contrato
social– se utiliza para indagar la relación misma entre los textos.
Es decir, el desfasaje se concibe como un modo de vínculo textual y, en
particular, como un modo de desarticular las así llamadas “contradicciones”
entre los textos.
El sistema en Rousseau
es presentado, entonces, como una “articulación de las desarticulaciones” en
cuanto una nota distintiva de su pensamiento y de un modo sistemático del
pensamiento que articula esas diferencias o desarticulaciones en una nueva
totalidad. Por otro lado, hay otra nota fundamental de este abordaje
metodológico: la atención que se presta a los géneros de la edad clásica (el
discurso, la carta, el ensayo, la novela epistolar y la novela de aventuras, y
en menor medida, el diálogo) “en el campo heterónomo de la filosofía y de las belles lettres” (p.
36). Por último –aunque esto no agota en absoluto las tesis del abordaje
sistemático, sintético–, Bernini hace énfasis en la “deslocalización
de los conceptos” que supone el cruce de los campos del saber (p. 43). Hay en
Rousseau una “formulación del pensamiento” a partir de la toma de distancia de
la tradición que conllevan los conceptos (p. 43). El libro aborda la “filosofía
de Rousseau como metodología, como trabajo del concepto, como proceso
de formulación, de revisión, y de reelaboración constante de
las proposiciones” (p. 44).
Esta tesis mayor en
relación con el “trabajo de Rousseau con los conceptos” o, si se quiere, “la
metodología de Rousseau” o “el método Rousseau” o el “dinamismo de los
conceptos” se despliega en las tesis menores que se desarrollan respecto de
siete debates o discusiones o complejos temáticos: la “formación clásica de
Rousseau y cómo se posiciona Rousseau respecto de esa querella”; “la cuestión
del Origen en Rousseau”, en que se abordan fundamentalmente el Discurso
sobre el origen de la desigualdad y el Ensayo sobre el origen de las
lenguas; la “genealogía del sentimiento”; “la buena mimesis”, “retórica y
elocuencia de las pasiones”, “los escritos de sí” y “la invención de un
lenguaje nuevo”.
La querella de antiguos y modernos
Aquí se estudia el Discurso sobre las
ciencias y las artes y se examina una serie de operaciones realizadas por
el primer Discurso que permiten situarlo dentro de la tradición de la
larga controversia de la Querella de antiguos y modernos. Hay en este apartado,
según entiendo, un elemento fundamental para todo el libro, acaso el aspecto
más productivo de todos. La toma de posición discursiva es una toma de posición
a partir de un modo de lectura. Esto es lo constitutivo de la situación de
enunciación. Se trata del modo de leer, dentro de la Querella, la Antigüedad
grecolatina en términos políticos y morales en una relación inescindible de la
razón de Estado de la monarquía francesa. En ese texto, Rousseau se apropia y
reformula la pregunta de la Academia de Dijon y desarma el vínculo supuesto,
establecido por la academia, de la regeneración conjunta de las ciencias, las
artes y las costumbres. Frente a esa suposición de un progreso como un todo,
Rousseau distingue la evolución de las ciencias y las artes de la evolución de
las costumbres y así desarrolla la tesis del efecto perjudicial en las
costumbres a partir del desarrollo de las ciencias y las artes. Rousseau
disloca el presupuesto de progreso conjunto para luego invertirlo (p. 57). Se
opone así a la idea difundida en la época respecto del renacimiento de las
ciencias, las artes y las costumbres.
Rousseau considera, en
efecto, el vínculo conjunto de las primeras y las segundas, pero se opone a la
idea generalizada de un progreso conjunto de las tres. La pregunta de la
Academia presupone así un regeneramiento, un
restablecimiento moral como un elemento dado de ese período histórico. Y esto
es lo que deconstruye Rousseau, el supuesto del
progreso conjunto: “Rousseau opera, pues, deconstruyendo,
el topos en el que se basa, no por medio de una oposición del conjunto
que enlaza las ciencias, las artes y la moral, sino negando la afirmación de
que su progreso es paralelo. El conjunto artes, ciencias y moral sigue siendo
necesario para sostener su tesis, es decir, la postulación de la proporcionalidad
inversa entre el crecimiento y el desarrollo de las ciencias y las artes, por
un lado, y la degradación creciente de las costumbres y la pérdida de la
virtud” (p. 57). Se estudia aquí cómo Rousseau formula “en sentido nomológico
aquello mismo que es negado como ley en el segundo Discurso” (p. 61).
Así, la tesis
nomológica de la proporcionalidad inversa y la historia de la humanidad
considerada como historia natural de la corrupción moral se atribuye, en el
marco de una argumentación rigurosa, al ámbito en el que se inscribe el primer Discurso,
y no ya a una etapa previa, radical, del pensamiento de Rousseau (p. 61). Es el
seguimiento del discurso académico y el carácter histórico del restablecimiento
lo que hace que la argumentación se dirija en ese sentido, para aceptar las
normas y convenciones dentro de las cuales se plantea el debate y a la vez
subvertir por completo la doxa contemporánea.
Por otra parte, ya la reconstrucción minuciosa de la estructura argumental del
discurso es una belleza. Señalo únicamente que parte del análisis muestra de
qué modo cambia la metodología de la argumentación a mitad de camino,
utilizando una metodología inductiva en la primera parte, para pasar a los
“razonamientos” en la segunda. Se dejan de lado los ejemplos históricos para
considerar las ciencias y las artes como derivaciones de lo que más adelante
llamará el “amor propio” (p. 62). En la segunda parte, las ciencias y las artes
se deben ya al “orgullo humano”, fuente de todos los vicios, una vez que se ha
apartado de la constatación a través del exempla
de la evolución histórica de la corrupción.
La buena mímesis
La ficción, también llamada en una parte
del libro la “buena mímesis”, es considerada desde una perspectiva que
distingue seis grados diversos de ficción: 1) como exposición de un método
pedagógico, 2) en sí misma como método de enseñanza, es decir, como lecciones;
3) la ficción novelesca como insumo para la formación del imaginario del
alumno; 4) como narración de la pasión amorosa y a la vez como educación de la
pasión amorosa; 5) como una concepción de la mujer y de la representación de la
mujer, y 6) como el aprendizaje de una ética del desapego. La práctica de la
ficción es a la vez una crítica al espíritu de sistema y de la pedagogía
empirista.
En fin, es un libro
demasiado abarcador para dar cuenta de él, incluso para presentar un rápido
panorama. Antes que agotar al lector con un catálogo de temas y tesis, prefiero
arriesgar una hipótesis: el abordaje es aquel que Borges señala en “El escritor
argentino y la tradición”. Es esa actitud de libertad frente a la
disponibilidad y la tradición de la cultura universal. Desde un lugar perdido
en el extremo sur, se escribe un libro por completo subversivo y original sobre
el centro de la cultura moderna. Y ese abordaje no sigue las lecturas
canónicas, es una lectura desde el margen. Ese modo de leer situado en el
margen de la cultura tradicional permite una perspectiva privilegiada y
distanciada de ese fenómeno central de la tradición humanista universal.
Es también en gran
medida la idea del Aleph que encontramos en Borges.
En un lugar perdido de Buenos Aires, se puede acceder a la totalidad de la
cultura de una época, que es lo que presenta este libro, un Aleph.
El libro logra poner orden, sentido y coherencia a la totalidad de un mundo
infinito. Por eso, por más que trabaje con el “desacoplamiento” o “desencaje” o
incluso “deconstrucción”, no hay nada de posmoderno en el libro, pues la idea
de “totalidad”, la voluntad de reconstrucción y de reconfiguración de una
totalidad están allí.
Román Setton
conicet / Universidad de Buenos Aires/ Universidad del Cine