Comunidades
fracturadas
Una
relectura de Benedict Anderson a través del prisma de
las redes sociales*
****
Aviel Roshwald
Georgetown University
Después de
su llamativo título, el aspecto de Comunidades imaginadas que ha tenido
un impacto más duradero, cuarenta años más tarde, es el argumento de Benedict Anderson sobre la conexión entre el capitalismo de
imprenta y la cristalización de formas modernas de identidad nacional en gran
parte del mundo. En Europa, entre otras regiones, la posibilidad y el incentivo
de la producción en masa asociados a la introducción de la imprenta
contribuyeron, junto con otra serie de factores, a promover la estandarización
de diversas lenguas vernáculas. La red transnacional de élites que escribían y
leían latín, que era escasa en términos demográficos pero muy
extendida en términos geográficos, se vio gradualmente superada por el
ascenso de una tecnología que permitía que las publicaciones llegaran a un
público mucho más amplio dentro de los límites de una comunidad lingüística
particular. Anderson reconocía todos los abusos y la capacidad destructiva que
pueden asociarse al nacionalismo. Pero, inspirado quizás por el temprano optimismo
ligado a los movimientos anticoloniales pos 1945, en última instancia veía el
nacionalismo popular como algo lleno de potencial positivo en virtud de su
capacidad para crear una esfera pública amplia, aunque limitada, con un íntimo
sentido de pertenencia y obligación mutua en un mundo donde la modernización
estaba erosionando las formas comunitarias tradicionales. Según sus propias
palabras: “En una época en que es tan común que los intelectuales progresistas, cosmopolitas (¿sobre todo en Europa?) insistan en el carácter casi patológico del
nacionalismo, su fundamento en el temor y el odio a los otros, y sus afinidades
con el racismo, convendrá recordar que las naciones
inspiran amor, y a menudo un amor profundamente abnegado”.1
Por supuesto, el lenguaje no es fuente suficiente –o siquiera
necesaria– de identidad nacional, y el argumento general de Anderson abarca
mucho más que su aguda percepción sobre el capitalismo de imprenta. Pero
claramente el cultivo y la diseminación de una lengua vernácula estandarizada
constituye un aspecto vital de muchos proyectos nacionalistas hoy en día, y,
más allá de que el sistema económico prevalente sea capitalista o no, la
imprenta (junto con la educación pública masiva)2 ha sido un instrumento
indispensable en estos emprendimientos.
Durante el siglo xx,
la aparición de otros tipos de medios masivos posiblemente haya reforzado
algunos de estos patrones. Aun cuando el ascenso de la radio y la televisión
redujeron la influencia de la palabra impresa, estos nuevos vectores de
comunicación eran en muchos sentidos aún más explícitamente nacionales en su
organización y contenido. Las redes de difusión fueron principalmente
constituidas y habilitadas por autoridades nacionales, incluso cuando su
público incluía a sujetos colonizados en imperios de ultramar u oyentes
extranjeros. Series televisivas estadounidenses o británicas tales como Dallas
o El show de Monty Python podían gozar de un
atractivo global, pero estaban marcadas de manera indeleble en la comprensión
pública como artefactos o representaciones de culturas nacionales particulares.
Mientras que mucha de la programación informativa era ostensiblemente global en
cuanto a su cobertura, tendía a seguir el esquema que Michael Billig ha señalado en los periódicos: estaba dispuesta en
segmentos o programas separados dedicados a lo local, lo nacional y lo
internacional respectivamente, y de este modo reflejaba y confirmaba a la vez
presupuestos no cuestionados sobre la categórica particularidad de lo nacional.3
Y cuando la bbc
o Voice of America
transmitían de manera multilingüe al mundo entero, lo hacían como las “voces”
de sus respectivos países de origen.
Pero en la tercera década del siglo xxi, nos encontramos de lleno en una nueva revolución
informativa. Si el juego se llamaba capitalismo de imprenta en siglos
anteriores, esta es la era del capitalismo de vigilancia: un modelo económico
basado en los nóveles vectores interconectados de la difusión de información y
las técnicas de recolección de datos.4 El libro, el periódico e incluso el
noticiero de la noche están quedando al margen por las plataformas de streaming y las redes sociales. ¿Qué impacto pueden
tener estas formas novedosas de (des)información sobre la construcción social
de identidades culturales y políticas?
Es demasiado temprano en este proceso para que podamos tener una
clara perspectiva histórica sobre el asunto. Pero no es demasiado temprano para
empezar a hacer preguntas y poner en circulación ideas. La hipótesis que aquí
se propone, y que se hace eco de mucho de lo que se ha dicho y escrito en años
recientes, es que las redes sociales van en contra de las tendencias a la
integración y asimilación nacionales asociadas a las eras de dominio de la
imprenta y los medios de comunicación. Para Anderson, la imaginación de
comunidades nacionales surgía de “una interacción semifortuita, pero explosiva, entre un sistema de producción y de relaciones productivas (el capitalismo),
una tecnología de las comunicaciones (la imprenta) y
la fatalidad de la diversidad lingüística humana”.5
Lo que presenciamos hoy es la convergencia del capitalismo de vigilancia y las
redes sociales con la fatalidad de la diversidad temperamental humana. El
efecto es la acentuación y radicalización de las divisiones ideológicas y
culturales dentro de y entre naciones. Hasta la experiencia andersoniana
del desplazamiento conjunto como nación a lo largo del tiempo se ve desafiada
por la capacidad de hacer correr el flujo de información y entretenimiento
independientemente de toda programación estandarizada (como la del periódico
cotidiano o el noticiero de la noche). Ernest Renan invocó famosamente la idea de un plebiscito cotidiano
como metáfora de que la nación está enraizada en y depende de una conciencia
pública sostenida.6
Hoy, el plebiscito diario ya no es una metáfora; se ha convertido en una
experiencia virtual hueca en cuanto a sustancia, pero psicológicamente
poderosa, ofrecida por plataformas que dan a cientos de miles de personas la
ilusión de estar contribuyendo en forma directa a debates y discusiones
nacionales y transnacionales.7 Sin embargo, estos flujos de
sentimiento y opinión aparentemente horizontales tienen lugar de hecho dentro
de redes aisladas que, más que facilitarlos, socavan los genuinos procesos
deliberativos. Pueden funcionar como vectores para la propagación de puntos de
vista extremos bajo la apariencia de ser espacios de conversación
democratizada.8
Schertzer y Woods argumentan que la resonancia popular
de formas de nacionalismo desgastadas, excluyentes e intolerantes es más
fundamental en el ascenso global de la extrema derecha que la novedad de las
redes sociales como tecnología de comunicación.9 Pero sin duda hay algo particular
en la propensión al aislamiento que generan las redes por las que se propagan
estos mensajes. Esto realza su capacidad para partir comunidades nacionales
contiguas en islas de (des)información que se excluyen mutuamente, cada una de
las cuales imagina que constituye la “auténtica” nación entera. El astillamiento sociopolítico que estas redes tienden a
producir o exacerbar, con el resultante encogimiento de la imaginación
comunitaria, es lo que puede volver su impacto cualitativamente diferente del
de tecnologías de difusión más antiguas, aun cuando el contenido de los
mensajes no sea nuevo en sí mismo. Los seguidores de mensajes extremistas,
incluidos aquellos de la extrema derecha, pueden estar más dispuestos a llevar
a cabo acciones violentas en pos de sus fantasías políticas a raíz de la
ilusión de que la cámara de eco de sus redes sociales captura las voces de una
mayoría nacional suprimida cuya falta de poder político acorde a su número
tiene que deberse a una conspiración extraña.
Para Anderson, la comunidad imaginada de la nación, constituida y
mediada por medios tales como los periódicos y la novela, podía dotar a
millones de personas que jamás llegarían a conocerse entre sí en carne y hueso
de un sentimiento de conexión mutua y de destino compartido. En la práctica,
hay un límite en cuanto a lo que el sentimiento de nación común y los rasgos
utópicos de las visiones nacionalistas pueden hacer para compensar, por no
hablar de aliviar, la pesada rutina de la existencia cotidiana para muchos, o
para enfrentar las desigualdades sociales. Hoy en día, bien puede ser más
frustrante aún para la gente la disyunción entre la constante afirmación mutua
que experimentan en sus fragmentadas comunidades en línea y su incapacidad para
lograr lo que se proponen en las esferas política y económica y en sus
existencias fuera de línea. Como mucho se teme, puede que esto esté
contribuyendo a la inclinación popular a cuestionar la legitimidad de las
políticas electorales y la aceptabilidad de los consensos políticos. Puede que
el mito de la nación como un todo mayor que la suma de sus partes se divorcie
cada vez más de la experiencia vital de la gente, y esto conduzca o bien a la
alienación con respecto a la idea misma de nación común o a concepciones
radicalmente excluyentes de esta, así como a movimientos que aspiren a
trasladar sus concepciones radicalmente reduccionistas y distorsionadas del
mundo a la realidad mediante acciones directas. Entre las manifestaciones
recientes de tal mentalidad se encuentran la difusión e influencia política de
la estrafalaria teoría conspirativa QAnon, la
insurrección del 6 de enero de 2021 en Washington D. C., los acontecimientos
similares que convulsionaron la capital de Brasil en enero de 2023, y las
actividades y demandas de ciertas corrientes dentro del movimiento de los
chalecos amarillos en Francia entre 2018 y 2020, por nombrar solo algunos casos
bien conocidos.
Alternativamente, la autodeterminación en la matriz cultural de
las redes sociales puede adquirir el significado puramente autorreferencial y a
menudo apolítico de ganar más seguidores en Instagram, Twitter o TikTok, y quizás alcanzar algún día el exaltado estatus de
“influencer” sociocultural y comercial. La
programación de entretenimiento en los medios de comunicación tradicionales se
rediseña en un esfuerzo por retener público en este entorno transformado. Por
ejemplo, los resultados finales de las competencias de talento a menudo se dejan
en manos del voto de “la nación”. Puede que estos formatos ostensiblemente
interactivos hayan tenido su origen o anticipo en la época de apogeo del
entretenimiento mediático (por ejemplo, en la tradición de los programas de
temas musicales a pedido del público en la radio popular), pero parecen haberse
afianzado en la era actual. A veces parece que solo en el contexto de los
plebiscitos estacionales sobre quién ganará el concurso televisivo La Voz
sobrevive la nación como comunidad de imaginación compartida.10
Así como el impacto del capitalismo de imprenta, según lo entendía
Anderson, se daba en función de su convergencia con transformaciones
económicas, culturales y geopolíticas más amplias, del mismo modo la fractura
de las comunidades nacionales por las redes sociales no sucede en el vacío.
Obviamente está conectada con la globalización y sus descontentos, que incluyen
temores y odios movilizados por la inmigración, así como frustraciones y
resentimientos ligados a la desigualdad cada vez mayor en los ingresos. Puede
que la derecha mundial niegue la urgencia de desafíos tales como el cambio
climático y la propagación de enfermedades, pero se alimenta de las
consecuencias de la inacción con respecto a estas crisis crónicas y a largo
plazo, así como de la hostilidad a las exigencias de sacrificio individual
necesario para contenerlas. En un círculo vicioso, cuanto menos efectivas son
las naciones-Estado y la “comunidad internacional” en convencer a la gente de
aceptar las medidas necesarias para encarar amenazas planetarias complejas, más
posible es que las consecuencias de la inacción (tales como el crecimiento de
las tasas de migración) impulsen a la gente a los brazos de partidos políticos
y líderes cuya promesa de remedio para todos los problemas es adoptar formas
extremas, intolerantes y violentas de nacionalismo étnico y racial.
Aún si las personas se retiran de la esfera de lo nacional
inclusivo hacia el falso confort de las microcomunidades
virtuales, se sustentan e inspiran entre sí mediante las conexiones
transnacionales tan fácilmente disponibles por medio de internet. Jóvenes
amargamente aislados, obsesionados con la violencia, que buscan la
autodeterminación individual declarándole la guerra a la sociedad, miran en
línea los espantosos asesinatos en masa cometidos por otros como ellos antes de
proceder a transmitir sus propias masacres por medio de la red social de su
elección. Los autoritarios y neofascistas estadounidenses cultivan el contacto
ultramarino con movimientos y regímenes de pensamiento similar. En mayo de
2022, el Comité de Acción Política Conservadora (Conservative
Political Action Committee, cpac) optó por hacer su conferencia anual en
Budapest, donde el régimen de derecha húngaro recibió a sus fans
estadounidenses con los brazos abiertos. El mismísimo Viktor
Orbán dio el discurso de apertura. Las normas que
convencionalmente han definido los límites de lo patrióticamente aceptable son
desafiadas de manera abierta por las mismas fuerzas de derecha que pretenden
tener el monopolio del patriotismo. En 2015, el candidato a presidente Donald Trump cuestionó la credibilidad del senador John McCain
como héroe estadounidense burlándose de él por haber sido tomado prisionero por
los norvietnamitas. Luego se dirigió abiertamente a un régimen extranjero
hostil para que “hackeara” los servidores de correo
electrónico de su rival electoral. Nada de esto pareció ofender a sus
seguidores, cuya actitud era aparentemente “mejor Putin que Hillary”, para
parafrasear el eslogan de la derecha francesa en 1936 contra el Frente Popular:
“Mejor Hitler que Blum.”
Como nos recuerda el ejemplo de entreguerras, el internacionalismo
fascista no es un fenómeno novel.11 Pero las tecnologías de la
comunicación de hoy lo vuelven más fácil de cultivar que nunca. En épocas
previas, la radicalización y/o fragmentación de las identidades nacionales y el
relajamiento de los vínculos patrióticos por la polarización de facciones
tendía a asociarse con grandes catástrofes históricas globales tales como las
guerras mundiales y el colapso económico global. En el siglo xxi, puede que los cambios de paradigma
en el ecosistema de la comunicación masiva contribuyan a la fragilidad de las
comunidades nacionales imaginadas, cuya fractura en clubes de validación mutua
mundialmente interconectados deje a las sociedades más vulnerables ante el
impacto de crisis planetarias tales como el calentamiento global y la pandemia.
Ahora que he esbozado esta escena tentativa, oscuramente
pesimista, acerca de cómo los elementos del enfoque de Anderson podrían
adaptarse al análisis de nuestra experiencia contemporánea, concluiré con un
contraargumento. Una rápida mirada a los siglos xvi
al xviii en Europa nos recuerda
que la imprenta al principio generó tanta división dentro de las sociedades
como la integración nacional que fomentó.12 Como señala el mismo Anderson, la
Reforma y la Contrarreforma no podrían haber adoptado la forma que tuvieron de
haber estado ausente la imprenta, y los choques entre estos movimientos
religiosos transnacionales contribuyeron a un despliegue caleidoscópico de
guerras tanto civiles como internacionales que desgarraron gran parte de Europa
durante siglos.13
La obra de Anderson tiende a resaltar ciertas formas particulares que la
palabra impresa adoptó: notablemente, el periódico y la novela. Pero el
panfleto y el libelo, especialmente cuando se los publicaba en forma anónima o
con pseudónimo, se prestaban a todo tipo de propósitos polémicos asociados a
causas tanto progresistas como reaccionarias, y a la consolidación de la
sociedad civil tanto como a su colapso en la violencia masiva o la guerra
civil. En ese aspecto, libros, periódicos y diarios jugaron papeles cruciales
en articular e inspirar planteos identitarios que
competían entre sí (algunos nacionales, otros étnicos, religiosos,
internacionalistas y/o de base clasista) y concepciones diversas de nación
común (algunas relativamente inclusivas, otras radicalmente exclusivas). Como
se ha dicho anteriormente, el rol de las corrientes internacionales y
transnacionales de afinidad ideológica –no solo por parte de la izquierda sino
también de la extrema derecha– tampoco es una innovación de la época actual.
En suma, la dinámica del capitalismo de imprenta se manifestó de
maneras más diversas que lo que sugiere a primera vista su vínculo con la
consolidación de las identidades nacionales. Quizás, a la inversa,
eventualmente descubramos que las redes sociales (y otros nuevos modos de
comunicación e interacción que aún no anticipamos) pueden evolucionar de modo
tal que contribuyan a la propagación de intercambios significativos entre
ciudadanos –de la nación y del mundo– tanto como a la fractura de las
sociedades en sectas de gente que opina lo mismo en guerra entre sí. El camino
por delante se presenta oscuro en estos momentos. Pero la existencia de ese
camino es algo para lo cual la corriente de optimismo en la comunidad nacional
imaginada de Benedict Anderson nos puede inspirar
esperanza. o
Bibliografía citada
Anderson, Benedict, Comunidades imaginadas. Reflexiones sobre el
origen y la difusión del nacionalismo, traducción de Eduardo L. Suárez,
México, Fondo de Cultura Económica, 1993.
—, Imagined Communities. Reflections on the Origin
and Spread of Nationalism, Nueva York, Verso, 2006.
Billig, Michael, Banal Nationalism,
Londres, Sage Publications,
1995 [trad. esp. de Ricardo García Pérez: Nacionalismo banal, Madrid, Capitan Swing, 2014].
Gellner, Ernest, Nations and Nationalism,
Ithaca, Cornell University Press, 1983 [trad.
esp. de Javier Setó Melis: Naciones y
nacionalismos, Madrid, Alianza, 1988].
Finchelstein, Federico, Transatlantic
Fascism: Ideology, Violence, and the Sacred in Argentina and Italy,
1919-1945, Durham, Duke University
Press, 2010 [trad. esp. de María Julia de Ruschi: Fascismo trasatlántico. Ideología, violencia y
sacralidad en Argentina y en Italia, 1919-1945, Buenos Aires, Fondo de
Cultura Económica, 2010].
Gerbaudo, Paolo, “Populism 2.0. Social Media Activism, the Generic Internet User
and Interactive Direct Democracy”, en D. Trottier y Ch. Fuchs (eds.), Social Media, Politics and
the State, Nueva York, Routledge, 2014.
Mammone, Andrea, Transnational Neofascism in
France and Italy, Cambridge, Cambridge University Press, 2015.
Martin, Benjamin G., The
Nazi-Fascist New Order for European Culture, Cambridge, Harvard University
Press, 2016.
Renan, Ernest, “What is a Nation?” [1882], en S. J. Woolf (ed.), Nationalism in Europe, 1815 to the
Present: A Reader, Nueva York, Routledge, 1995.
Roshwald, Aviel, “The Daily Plebiscite as
Twenty-first-century Reality?”, Ethnopolitics,
vol. 14, nº 5, 2015.
Schertzer, Robert y Eric Taylor Woods, The New Nationalism in America and
Beyond: The Deep Roots of Ethnic Nationalism in the Digital Age, Nueva
York, Oxford University Press, 2022.
Zuboff, Shoshana, The Age of Surveillance
Capitalism: The Fight for a Human Future at the New Frontier of Power,
Nueva York, Public Affairs, 2019.
Resumen/abstract
Comunidades
fracturadas: una relectura de Benedict Anderson a
través del prisma de las redes sociales
Para Benedict Anderson, la comunidad imaginada de la nación
podía dotar a millones de personas que jamás llegarían a conocerse entre sí en
carne y hueso de un sentimiento de conexión mutua y destino compartido. No
obstante, en la práctica, hay un límite en cuanto a lo que el sentimiento de
nación común y los rasgos utópicos de las visiones nacionalistas pueden hacer
para compensar, por no hablar de aliviar, la pesada rutina de la existencia
cotidiana para muchos, o para enfrentar las desigualdades sociales. Hoy en día,
en la era del capitalismo de vigilancia, bien puede ser más frustrante aún para
la gente la disyunción entre la constante afirmación mutua que experimentan en
sus fragmentadas comunidades en línea y su incapacidad para lograr lo que
quieren en las esferas política y económica y en sus existencias fuera de
línea. Puede que esto esté contribuyendo a la inclinación popular a cuestionar
la legitimidad de las políticas electorales y la aceptabilidad de los consensos
políticos. Puede que el mito de la nación como un todo mayor que la suma de sus
partes se divorcie cada vez más de la experiencia vital de la gente, y esto
conduzca o bien a una alienación con respecto a la idea misma de nación
compartida o a concepciones radicalmente excluyentes de la misma.
Palabras
clave: Comunidades imaginadas - Capitalismo de imprenta - Redes sociales
- Polarización política - Capitalismo de vigilancia
Fractured communities: a re-reading of Benedict
Anderson through the prism of social networks
For Benedict Anderson, the imagined community of the
nation could give millions of people who would never know one another in person
a sense of mutual connection and shared fate. Yet in practice, the sentiment of
common nationhood and the utopian qualities of nationalist visions could only
go so far in compensating for, let alone alleviating, the grind of most people’s
daily existence, or in addressing social inequalities. Today, in the age of
surveillance capitalism, people may be left all the more frustrated at the
disjuncture between the constant mutual affirmation they experience in their
fragmented online communities and their inability to have their way in the
political and economic spheres and in their offline existences. This may be
contributing to people’s inclination to question the legitimacy of electoral
politics and the acceptability of political compromise. The myth of the nation
as a whole that is greater than its parts may become ever more divorced from
people’s lived experience, leading either to alienation from the very idea of
nationhood or to radically exclusionary conceptions of it.
Keywords: Imagined
communities - Print capitalism - Social media - Political polarization
- Surveillance capitalism
* Traducción para Prismas de María Inés Castagnino.
****
Agradezco
a Tim Richard Wilson por haber inspirado esta reflexión con comentarios que
hizo hace unos años, especulando acerca de la posible comparación entre el
impacto sociopolítico de la actual revolución de la información y el de la
imprenta. También agradezco mucho a Jordan Sand por su considerada devolución sobre un primer esbozo
de este ensayo.
1 Anderson veía como las manifestaciones más
peligrosas del nacionalismo a aquellas asociadas con su cooptación por parte
del Estado, lo que él denominaba “nacionalismo oficial”. Benedict Anderson,
Imagined Communities: Reflections on the Origins and Spread of Nationalism,
Londres, Verso, 2006, cap. 6. También sostenía que el racismo, conceptual y funcionalmente, es un fenómeno muy distinto, basado, según él, en ideas de
clase más que de nación. Ibid., pp.
148-150. [N. de la T.: la cita en español del texto de Anderson proviene de la
traducción de Eduardo L. Suárez: Comunidades imaginadas. Reflexiones
sobre el origen y la difusión del nacionalismo, México, Fondo de Cultura
Económica, 1993].
2 Con
respecto al monopolio de la educación pública como característica definitoria
del moderno Estado-nación, véase Ernest Gellner, Nations and Nationalism, Ithaca, Cornell University Press, 1983.
3 Michael
Billig, Banal Nationalism, Londres, Sage Publications, 1995, cap. 5.
4 Shoshana
Zuboff, The Age of Surveillance Capitalism: The Fight
for a Human Future at the New Frontier of Power, Nueva York, Public Affairs, 2019.
5 Anderson, Comunidades imaginadas, p. 70.
6 Ernest Renan, “What is a Nation?” [1882], en
S. J. Woolf (ed.), Nationalism in Europe, 1815 to the Present: A Reader,
Nueva York, Routledge, 1995.
7 Paolo Gerbaudo captura esta idea con la frase “un like, un voto”. Paolo Gerbaudo, “Populism 2.0. Social Media
Activism, the Generic Internet User and Interactive Direct Democracy”, en D. Trottier y Ch. Fuchs
(eds.), Social Media, Politics and the State, Nueva York, Routledge,
2014.
8 “Pese a
sostener que facilitan la comunicación recíproca, las redes sociales son usadas
principalmente por los actores políticos como una plataforma de difusión más,
no como un ámbito dialógico”. Robert Schertzer y Eric Taylor Woods, The New Nationalism in
America and Beyond: The Deep Roots of Ethnic Nationalism in the Digital Age,
Nueva York, Oxford University Press, 2022, p. 47.
9 Ibid.
10 Aviel Roshwald, “The Daily
Plebiscite as Twenty-first-century Reality?”, Ethnopolitics, vol. 14, nº 5, 2015.
11
Federico Finchelstein, Transatlantic Fascism:
Ideology, Violence, and the Sacred in Argentina and Italy, 1919-1945, Durham,
Duke University Press, 2010; Benjamin G. Martin, The Nazi-Fascist New
Order for European Culture, Cambridge, Harvard University Press, 2016;
Andrea Mammone, Transnational Neofascism
in France and Italy, Cambridge, Cambridge University Press, 2015.
12 Gracias
nuevamente a Tim Wilson por resaltar este punto.
13 Anderson, Imagined Communities, pp. 39-40.