Los mecanismos de la imaginación:

medios de comunicación y comunidades políticas después de Anderson

 

Arthur Asseraf

University of Cambridge

 

Un hombre desayuna leyendo el periódico, solo con su café. Imagina a todos los demás hombres haciendo lo mismo, aunque no los conozca. De este ritual moderno, esta “ceremonia masiva extraordinaria”, nace una comunidad nueva, la nación.1 Esta imagen, sencilla y fuerte, se ha vuelto una evidencia después de Comunidades imaginadas.

Anderson no fue el primero en identificar el vínculo entre el periódico y la nación. Antes de él, otros habían establecido la importancia de la prensa vernácula como condición del desarrollo del nacionalismo.2 Pero su innovación radicó en ver la imaginación causada por el periódico no solo como una causa del nacionalismo sino como el nacionalismo mismo. Con Anderson, el nacionalismo es definido como una operación imaginativa que se arraiga en los medios de comunicación.

Sin embargo, cuarenta años después, el argumento de Anderson parece demasiado amplio para ser útil. Su descripción de la “imaginación”, innovadora en los debates sobre el nacionalismo, oculta en verdad muchos mecanismos diferentes que pueden producir comunidades políticas distintas. Mientras que muchos han intentado crear tipologías del nacionalismo, aquí intentaremos sugerir una tipología de esos mecanismos de la imaginación para matizar la hipótesis de Anderson. De ahí, veremos cómo la noción de comunidad imaginada no nos permite entender diferencias muy importantes entre diversos mecanismos sociales del nacionalismo.

Para empezar, hay que notar que Anderson tenía una visión bastante restringida del nacionalismo como fenómeno social. Es significativo que para describir al hombre leyendo el periódico utiliza el pronombre masculino sin ambigüedad. No aparecen mujeres en su libro. No se sabe si debemos suponer que no leían periódicos, o que no fueron nacionalistas, o las dos cosas: aquí la nación es cosa de varones. Tampoco aparece el nacionalismo de esa gran parte de la humanidad que no sabía leer. El análisis se limita a describir el pensamiento de los líderes de movimientos nacionalistas, y no el nacionalismo como experiencia social de manera más amplia, a pesar de que una de las características de la categoría “nación” sea precisamente su amplitud. La nación, como comunidad horizontal, puede ser imaginada como trascendiendo diferencias de fronteras de clase, género, edad y raza, un rasgo que a su vez produce muchos problemas analíticos.

Considerado en un ambiente social más amplio, un medio de comunicación puede producir tipos de comunidades muy diversas. Si observamos un ejemplo central para el argumento de Anderson, el periódico, sabemos que jugó un papel mucho más complejo que el de producir comunidades nacionales paralelas e impermeables.

No caben dudas de que el periódico es una gran máquina de generación de comunidades de lectores. Como afirman Derek Peterson, Emma Hunter y Stephanie Newell, “los diarios impulsan movimientos políticos poniendo eventos dispares juntos, en la misma página, y creando la apariencia de que todos actúan al unísono. Hacen que gente desconectada se sienta compañera de ruta”.3 Pero esas comunidades pueden ser de diverso tipo, no solo nacionales. Muchos periódicos, por ejemplo, convocan a un público limitado a una ciudad. Entrenan a sus lectores a manejar la ciudad, a verla como un todo orgánico y a verse como distintos del mundo rural que los rodea. Las noticias del resto del mundo en los periódicos de Buenos Aires de principios del siglo xx, por ejemplo, como ha mostrado Lila Caimari, daban la impresión de un archipiélago de ciudades dispersas en el mundo, con noticias de Moscú o Beijing, pero relativamente menos de vastas zonas del interior de la Argentina.4 El lector del periódico podía imaginar su pertenencia a una comunidad de hombres cultivados con bigotes leyendo periódicos en otras ciudades alrededor del mundo, pero esa comunidad no puede ser descrita como nacional.

También nacieron con la prensa nuevas comunidades imaginarias globales, como ocurrió con la prensa comunista o feminista. Anderson mismo reconoció ese problema más tarde: “También debía tomar en serio la realidad de que muy poca gente alguna vez haya sido solo nacionalista”. Exploró esa idea en Under Three Flags, donde examinó la intersección entre el nacionalismo filipino y el anarquismo transnacional.5 Así pues, él mismo reconoció que la capacidad de los periódicos para producir imaginarios políticos no se limitaba al nacionalismo, y podía combinarse con otras comunidades de escalas diferentes.

El periódico pudo también generar comunidades sin territorio mucho más amplias que la nación, por ejemplo comunidades religiosas globales. Anderson supone que el periódico tiene un efecto de secularización, siguiendo la vieja idea europea de que la prensa de Gutenberg eliminó el poder de la Iglesia. Pero para tomar un ejemplo, la revista Al Manar, publicada por Rashid Rida en El Cairo a partir de 1898, funcionó como un lugar de encuentro para hombres preocupados por la situación global del islam. Escrita en árabe, podía ser leída por todos los hombres que tenían una educación religiosa, incluyendo a lectores que escribían desde Indonesia hasta Rusia con preguntas o comentarios. Una comunidad global y horizontal de musulmanes se articuló en torno a esta revista, y así el periódico actualizó y modificó formas de intercambio y debate religioso que ya existían, sin hacerlas desaparecer.6 A pesar de que escribió algunos años después de la Revolución iraní, Anderson seguía suponiendo que la modernización haría desaparecer las identidades religiosas.

Un problema adicional, más espinoso aún, tampoco había sido considerado por Anderson: el mismo ejemplar de prensa podía producir imaginarios distintos, pues en muchísimos casos la lectura de periódicos no ocurría a solas. Quienes no sabían leer tenían que escuchar a una persona leyendo en voz alta, en un café, una plaza o en el salón. Quienes sabían leer, pero no podían pagárselo, compartían las páginas frágiles pero preciosas en una biblioteca pública o un club.

Esos modos de lectura han sido analizados con mayor refinamiento en los años posteriores a la publicación de Comunidades imaginadas, ante la evidencia de que podían formar sus propias comunidades. Por ejemplo, en Argelia, bajo la colonización francesa, la producción de periódicos estaba completamente dominada por la minoría europea. La mayoría de la población los consumía de manera indirecta, ya que muchos no sabían leer ni entendían el francés. El mismo periódico podía ser leído de manera individual por un europeo con su desayuno por la mañana, como lo imaginaba Anderson, pero también en un café en voz alta traducido en árabe o en tamazight para un público colonizado. Esos espacios generaban comunidades de interpretación distintas. La misma noticia de un periódico francés, reinterpretada por esa comunidad, tomaba un sentido inverso, y podía ser entendida como señal de insurrección. Muchos movimientos políticos de argelinos bajo el período colonial empezaron no con sus propios periódicos sino con periódicos franceses, leídos colectivamente.7 Eso no es una especificidad colonial, lo mismo podía ocurrir en contextos rurales u obreros europeos donde el alfabetismo limitado promovía formas de lectura colectiva.8 Así pues, según los contextos, el periódico no creó una sola comunidad horizontal, sino que fortaleció diferencias entre comunidades de interpretación.

Esos modos diversos de lectura valen también para el mismo lector dentro de un medio de comunicación. El concepto de imaginación conlleva procesos distintos, que pueden transcurrir en contacto con elementos dispares al interior del mismo periódico, como noticias o fragmentos de ficción. Muchas novelas famosas del siglo xix salieron primero en serie en diarios, al pie de páginas cargadas de noticias diplomáticas. Los lectores no leían noticias como leían los folletines, y leer el periódico entero suponía navegar tipos de imaginación diferentes, ajustándose según los tipos de artículos.9 Más complejo aún, cada uno de los artículos tenía su temporalidad propia. Una noticia podía referir a un evento de ayer, y otra a un terremoto ocurrido dos semanas antes, si la información llegaba por barco. Debajo de todo aquello, un fragmento de novela histórica animaba al lector a imaginarse en la Edad Media.10

Anderson describió el periódico como un tipo de ficción, poniéndolo al mismo nivel que la novela en su capacidad de generar la nación,11 soslayando la complejidad de las relaciones que tejía con sus lectores. Hoy sabemos que en la relación dinámica entre el periódico y la novela, o dentro de un mismo periódico entre la noticia y la ficción, se elaboraron normas múltiples de imaginación para los lectores.12 Así, cuando Anderson puso al mismo nivel el periódico y la novela como fuentes del nacionalismo, evitó la relación compleja y mutuamente constitutiva de esas dos formas culturales.

Observemos un ejemplo preciso. Para ilustrar la importancia de la novela en el nacionalismo, Anderson toma una obra indonesia de Marco Kartodikromo, Mata Gelap, en la que un personaje lee un periódico. Eso es “un periódico incorporado en la ficción” nos dice Anderson.13 Él lo analiza como si todos esos tipos de escritura modernista se fortalecieran mutuamente, creando un solo mundo imaginario de la nación. Pero describir la lectura de un periódico dentro de una novela no es lo mismo que leerlo directamente. Esta re-mediación (re-mediation) produce un efecto de distancia de la experiencia diaria de la lectura, y desarrolla por tanto una relación más crítica con ese tipo de lectura.14 Lo mismo se desprende del otro ejemplo que toma Anderson, Noli me tangere de José Rizal, considerada como la primera novela filipina, publicada en 1887. Empieza así:

A fines de Octubre, don Santiago de los Santos, conocido popularmente con el nombre de “Capitán Tiago”, daba una cena, que, sin embargo de haberla anunciado aquella tarde tan sólo, contra su costumbre, era ya el tema de todas las conversaciones en Binondo, en otros arrabales y hasta en Intramuros. Capitán Tiago pasaba entonces por el hombre más ramboso, y sabíase que su casa, como su país, no cerraba las puertas á nadie, como no fuese al comercio ó á toda idea nueva ó atrevida.

Como una sacudida eléctrica corrió la noticia en el mundo de los parásitos, moscas ó colados que Dios crió en su infinita bondad, y tan cariñosamente multiplica en Manila.15

Rizal describe un tipo de temporalidad de la noticia oral, que corre “como una sacudida eléctrica”, inmediata y excitante. Pero dramatiza esta sensación dentro de un texto que tiene una temporalidad completamente diferente, su novela, un relato tranquilo, lejos de la tormenta de los hechos. Para leer Noli me tangere, la lectora debe imaginar otro modo de temporalidad, y notar la diferencia entre este ánimo eléctrico y su propia situación de lectura calma. La novela no repite el efecto de la noticia, sino que produce una distancia con esa experiencia.

El enfoque de Anderson, que pone varios medios de comunicación al mismo nivel, tampoco nos permite entender cómo tecnologías diversas pudieron crear nacionalismos distintos. Un ejemplo importantísimo es la radio, que solo es mencionada en una nota:

Inventada apenas en 1895, la radio permitió que se hiciera a un lado a la imprenta y se creara una representación oral de la comunidad imaginada en la que apenas penetraba la página impresa. Su papel en la revolución vietnamita y en la indonesia, y en general, en los nacionalismos de mediados del siglo xx, ha sido muy subestimado y poco estudiado.16

Cabe suponer que Anderson no había leído la Sociología de una revolución de Frantz Fanon, publicado más de veinte años antes que Comunidades imaginadas. En un ensayo famoso sobre el papel de la radio en la Revolución argelina contra el colonialismo francés, Fanon decía que la debilidad de la señal de la voz de la Revolución había favorecido la emergencia de una comunidad política argelina.17 Las personas aglomeradas alrededor de la radio tenían que compensar las palabras perdidas e improvisar su sentido, volviéndose agentes activos de la Revolución y no simplemente escuchas pasivos. De tal modo, la especificidad de este medio generaba un nacionalismo distinto, participativo y revolucionario. ¿Será el nacionalismo que nace oyendo la radio el mismo que nace leyendo el periódico?

La radio dio a la palabra nación una profundidad social que nunca había tenido antes, cruzando fronteras de género y edad. No es una coincidencia que las décadas de mediados del siglo xx, cuando la radio llegó a su nivel de popularidad máximo en muchas regiones del mundo, vieran también el desarrollo de una forma de política de masas concentrada en la voz de un hombre carismático, que llegaba a todos los hogares de la nación. Un mitín de Franco, Nasser o Perón se oía en todas las casas al mismo tiempo.

De hecho, la radio posee un poder muy significativo en la experiencia del nacionalismo, que no tiene la prensa: la sincronía. El ritual diario del hombre leyendo el periódico no tiene la misma fuerza que la simultaneidad del medio radiofónico en vivo, que inauguró un tipo de experiencia común de alta potencia. Por ejemplo, el fútbol como expresión del nacionalismo es imposible sin la radio. En una cita famosa, Eric Hobsbawm aplicó el concepto de Anderson al deporte, diciendo que “La comunidad imaginada de millones de seres parece más real bajo la forma de un equipo de once personas cuyo nombre conocemos”. Pero es significativo que a continuación relaciona esa idea con una experiencia tecnológica:

Este autor recuerda que escuchó nerviosamente la retransmisión por radio del primer partido internacional de fútbol entre Inglaterra y Austria, jugado en Viena en 1929, en casa de unos amigos que le prometieron que se vengarían de él si Inglaterra vencía a Austria, cosa que parecía muy probable.18

Esa colosal metonimia (once hombres para millones) solo es posible con la radio coordinando las acciones locales sobre un césped con otras en un salón.

La misma reflexión se podría continuar con la televisión, que siguió esta innovación y fue sincronizando todavía más las experiencias mediáticas. Pero no es mi intención subrayar aquí el papel único de la radio e insinuar que podemos sustituir la prensa por la radio como fuente real del nacionalismo, lo cual constituiría un tipo de determinismo tecnológico.19 Quiero más bien llamar la atención sobre la especificidad del tipo de comunidad que hace posible la sincronización de la radio.

¿Será la imaginación del espectador de un partido de fútbol que imagina simultáneamente su equipo nacional la misma que la del lector de una novela imaginando a los parásitos manileños? Lo dudo. Donde Anderson enfatizó las similitudes entre esos mecanismos, podemos también ver muchas diferencias, diferencias de comunidades mediadas o inmediatas, de tipo de imaginación, y de temporalidad, por nombrar solo algunas. La ecuación simplísima periódico-lector-nación oculta una gama de fenómenos distintos. La verdad es que la nación, y todas las otras comunidades, se imaginan de muchas maneras que no son siempre coincidentes. Anderson abordó el problema del origen de la nación y de ahí llegó al periódico. Pero también podría pensarse en la dirección opuesta, partiendo de los medios de comunicación. Formulada de esa manera, la pregunta parece más intrigante que la planteada por Anderson: ¿cómo es que todos los mecanismos pueden terminar en una sola categoría, la nación? Acaso la magia del concepto de nación yazca en su amplitud, en su capacidad de ocultar la multiplicidad de mecanismos de imaginación que utilizamos cada día, con medios diferentes. o

Bibliografía citada

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1 Benedict Anderson, Imagined Communities. Reflections on the Origin and Spread of Nationalism, Londres, Verso, 2006, pp. 34-35.

 

2 Por ejemplo, Gabriel Tarde, L’opinion Et La Foule, París, Ulan Press, 2012 [1901], pp. 81-82; o Marshall McLuhan, The Gutenberg Galaxy: The Making of Typographic Man, Toronto, University of Toronto Press, 1962, p. 261. Para más detalles sobre la historia de esta teoría, véase Arthur Asseraf, Electric News in Colonial Algeria, Oxford, Oxford University Press, 2019, pp. 6-10.

 

3 Derek Peterson, Emma Hunter and Stephanie Newell (eds.), African Print Cultures: Newspapers and their Publics in the Twentieth Century, Ann Arbor, The University of Michigan Press, 2016, p. 18 [traducción de los editores del dossier].

 

4 Lila Caimari, Cities and News, Cambridge, Cambridge University Press, 2021. Para algunos ejemplos, véase Julia Guarneri, Newsprint Metropolis: City Papers and the Making of Modern Americans, Chicago, University of Chicago Press, 2017; Peter Fritzsche, Reading Berlin 1900, Cambridge, Harvard University Press, 1996.

 

5 Benedict Anderson, “Frameworks of Comparison”, London Review of Books, vol. 38, nº 2, 21 de enero de 2016, pp. 15-18 [trad. de los editores del dossier]; Under Three Flags: Anarchism and the Anti-colonial Imagination, Londres, Verso, 2005. Para otro ejemplo ver Ilham Khuri-Makdisi, The Eastern Mediterranean and the Making of Global Radicalism, Berkeley, University of California Press, 2013.

 

6 Jajat Burhanudin, “Aspiring for Islamic Reform: Southeast Asian Requests for Fatwās in al-Manār”, Islamic Law and Society, vol. 12, nº 1, 2005; Mona Abaza, “Southeast Asia and the Middle East: Al-Manar and Islamic Modernity”, en C. Guillot, D. Lombard y R. Ptak (eds.), From the Mediterranean to the China Sea: Miscellaneous Notes, Wiesbaden, Harrassowitz, 1998; Roy Bar Sadeh, “Between Cairo and the Volga-Urals: Al-Manar and Islamic Modernism, 1905–17”, Kritika, vol. 21, nº 3, 2020; James Gelvin and Nile Green (eds.), Global Muslims in the Age of Steam and Print, Berkeley, University of California Press, 2013.

 

7 Asseraf, Electric News, capítulo 2.

 

8 Por ejemplo en Francia, Judith Lyon-Caen, “Lecteurs et lectures: les usages de la presse au xixe siècle”, en D. Kalifa et al., La civilisation du journal. Histoire culturelle et littéraire de la presse française au xixe siècle, París, Nouveau Monde, 2011.

 

9 Kalifa et al., La civilisation du journal (véase especialmente el artículo de Sarah Mombert, “Presse et fiction”).

 

10 Para ejemplos de las múltiples temporalidades inscriptas en los periódicos, véase Isabel Hofmeyr, Gandhi’s Printing Press: Experiments in Slow Reading, Cambridge, Harvard University Press, 2013; Caimari, Cities and News, pp. 51-53; Amelia Bonea, The News of Empire: Telegraphy, Journalism, and the Politics of Reporting in Colonial India c.1830-1900, Oxford, Oxford University Press, 2016.

 

11 Anderson, Imagined Communities, pp. 34-35.

 

12 Kalifa et al., La civilisation du journal; Guillaume Pinson, L’imaginaire médiatique: histoire et fiction du journal au xixe siècle, París, Garnier, 2012.

 

13 Anderson, Imagined Communities, pp. 32-33.

 

14 Jay David Bolter y Richard Grusin, Remediation: Understanding New Media, Cambridge, mit Press, 1999.

 

15 José Rizal, Noli me tangere: novela Tagala, Barcelona, Maucci, 1902 [1887], p.15.

 

16 Anderson, Imagined Communities, nota en p. 54 [trad. esp. de Eduardo L. Suárez: Comunidades imaginadas. Reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo, México, Fondo de Cultura Económica, 2021, pp. 93-94].

 

17 Frantz Fanon, “Aquí la voz de Argelia...”, en F. Fanon, Sociología de una revolución, México, Era, 1968 [1959].

 

18 Eric Hobsbawm, Naciones y nacionalismos desde 1780, traducción de Jordi Beltrán, Barcelona, Crítica, 1998 [1990], p. 153.

 

19 Lisa Gitelman, Always Already New: Media, History, and the Data of Culture, mit Press, 2008.