La sobrevida de una corriente emocional: un
seguimiento del largo alcance de Comunidades imaginadas*
William Acree
Washington University - St. Louis
Son pocos
los autores que logran captar la esencia de su argumento en un título de manera
tan efectiva como lo hizo Benedict Anderson hace cuarenta años. Y son pocos los
libros que generan la energía gravitacional suficiente para mantenerse en el
centro de la conversación durante décadas. El talento interpretativo de Comunidades
imaginadas le debe mucho a la notable amplitud global del libro y a su
combinación de puntos de anclaje tales como el capitalismo de imprenta, el
nacionalismo lingüístico y la importancia de imaginar conexiones políticas,
aspectos todos que se desplazan bien a través del tiempo y la geografía.
Sin
embargo, la persistencia del libro de Anderson proviene de su capacidad para
captar la base emocional del nacionalismo y vincular esa carga emocional con
las narrativas a lo largo del tiempo, así como con la identidad social. Estos
lazos entre ideología, identidad y narrativa facilitan la comprensión por parte
de los lectores de la durabilidad del nacionalismo como fuerza social,
cultural, política y económica tanto en el Sudeste Asiático como en América
Latina o en Europa. Son también la razón por la cual Comunidades imaginadas
ha pervivido más que la mayoría de los demás libros sobre nacionalismo y los
estudios de corte académico, y el motivo por el cual esto se ha comprobado a
escala global.
Otros
libros han canalizado similares elementos notables de las identidades
colectivas y el nacionalismo, tales como la invención y el mantenimiento de
tradiciones (piénsese en Hobsbawm y Adamovsky), etnia y religión (Smith,
Chamosa y Applebaum), la política cotidiana (Salvatore, Sabato y Joseph) o los
medios impresos y los íconos de la cultura popular (Acree, Alonso, Zeltsman y
Alabarces) para promover debates tanto al interior de América Latina como más allá
de ella.1
Además, se ha escrito mucho sobre aquello que Comunidades imaginadas
omitió al evaluar el poder del nacionalismo, desde el rol de las mujeres o del
campesinado en dar forma a una identidad comunitaria (véase Mallon) hasta la
fuerza política que ejercen los trabajadores en la definición de los mecanismos
de la ideología (por ejemplo, el populismo en Argentina y Brasil) y la
teorización de la multiplicidad y la naturaleza multivalente de los nacionalismos
(Lomnitz).2
Pese a las contribuciones de este conjunto de estudios, lo que queda claro es
que el libro de Anderson fue y sigue siendo el punto de referencia para
el estudio de la identidad colectiva, sirviendo unas veces como trampolín para
nuevas investigaciones, y otras, como modelo a criticar. En pocas palabras, Comunidades
imaginadas marcó un antes y un después en nuestra comprensión de las
relaciones entre identidad y nacionalismo en el mundo entero y en cómo
empleamos la imaginación y la emoción para comprender las identidades políticas
y el sentido de pertenencia.
Aquí quiero
esbozar el largo alcance de Comunidades imaginadas, entrelazando algunas
de mis experiencias como estudiante y académico con mis observaciones sobre el
modo en que mis propios estudiantes han encarado el nacionalismo a lo largo de
los últimos quince años o más. En suma, aunque la identidad colectiva y el
nacionalismo en la historia cultural han tenido sus altibajos como puntos focales
en las últimas décadas, la resiliencia de la corriente emocional que Anderson
aprovechó no corre riesgo de desaparecer a la brevedad.
Mi primer
contacto con Comunidades imaginadas fue como estudiante de posgrado en
los Estados Unidos a fines de la década de 1990. En más de la mitad de mis
cursos, el concepto de “comunidad imaginada” era mencionado con regularidad,
aun cuando el libro de Anderson no figurara en la lista de lectura. Para ese
entonces, el título aparentemente ubicuo del libro se había convertido en punto
de referencia estándar para quienes estudiaban la historia de los libros,
América Latina y el nacionalismo desde la mayoría de los puntos de vista
disciplinares. El concepto involucraba uno de los componentes más escurridizos
de la identidad colectiva: el rol de la imaginación en hacer que la gente no
solo se sienta parte de un grupo, sino que actúe sobre la base de esos
sentimientos también.
Los
ejemplos de comportamientos impulsados por la imaginación abundaban en los
estudios latinoamericanos. En los estudios literarios y culturales, los
lectores de narrativas nacionales, que datan a menudo del siglo xix (el siglo de constitución de las
naciones), buscaban identificar las manifestaciones de emoción como expresiones
de nacionalismo en funcionamiento, o el potencial de creación identitaria que
puede tener la lectura. De este modo, la historia que cuenta El zarco,
de Ignacio Altamirano, sobre un bandolero de ojos azules cuyo plan de hacerse
rico mediante el robo no puede contra el amor de una mujer mestiza y un hombre
de ascendencia indígena, apuntaba a la corriente emocional de la etnicidad como
rasgo del nacionalismo mexicano emergente. De manera similar, las aventuras de
capa y espada de Juan Moreira en la Argentina, que se publicaron originalmente
por entregas en el periódico La Patria Argentina, también apelaban a la
formación de una identidad comunitaria en un momento de transformación
demográfica. En este caso, un gaucho bueno que perdió el rumbo busca redimir su
honor frente a un Estado corrupto. Esta historia se convirtió en una pantomima
circense, una obra hablada que fue puesta en escena en los teatros más célebres
de la región, una ópera, una marca de cigarrillos, una referencia constante en
los clubes gauchescos y una película. En otras palabras, resonó a través del
tiempo, a través de los públicos, alimentándose de su atractivo emocional y de
su capacidad para conjurar la imaginación comunitaria antes de que Anderson
diera con el término propiamente dicho. En los círculos de estudio de la
historia de América Latina, los pasquines, las marchas militares y las
conexiones entre identidad cultural y proyectos de Estado, desde el Chile de
Francisco Bilbao al México de Porfirio Díaz y la Argentina de Julio Roca,
adquirieron nuevo sentido y prominencia interpretativa cuando se los vio desde
la perspectiva del análisis de Anderson.
A
principios de la década del 2000, yo, al igual que muchos colegas, me sentía
cautivado (aun cuando no convencido) por la exploración de Anderson sobre los
pioneros criollos y la difusión del nacionalismo a través de los medios
impresos. Indagué en los periódicos de la era independentista de América Latina
(décadas de 1810 a 1830), estudié de cerca la propaganda impresa más prolífica
de las guerras civiles en el Río de la Plata a lo largo de varias décadas a
mediados de siglo, y luego me adentré en la “lectura cotidiana”, fundamental en
las escuelas primarias públicas de Argentina y Uruguay establecidas a fines del
siglo xix, las cuales pusieron a
ambos países en camino a convertirse en los más alfabetizados de América
Latina. Al igual que muchos de los autores que participaron del proyecto Beyond
Imagined Communities, un conjunto de excelentes apreciaciones sobre el
impacto de Anderson en el vigésimo aniversario de la publicación del libro
coordinado por Sara Castro-Klarén y John Charles Chasteen, lo que vi fue que,
mientras que la línea de tiempo y los detalles de lo que Anderson describe como
ejemplos de capitalismo de imprenta estaban significativamente desviados, el
marco elaborado por él para ligar la difusión del nacionalismo a la tecnología
de impresión y a las formas de comunicación masiva, así como el rol de la
imaginación en el consumo de dichos medios, seguían siendo efectivos. Los
estudios que desafiaron o ampliaron los argumentos de Anderson sobre el
nacionalismo en América Latina proveyeron el grano necesario. Esa labor ayudó a
comprender mejor el desarrollo de la cultura impresa a lo largo del tiempo, el
rol del creciente número de lectores en el cultivo y la imaginación de
identidades políticas, y la intersección de las culturas escrita, visual y
auditiva en los sentimientos nacionalistas. Aun así, la imaginación y su
fuerza como piedra de toque emocional para la identidad colectiva seguía
estando en el centro de la producción académica subsiguiente, aun cuando muchos
de los huecos en la argumentación de Anderson se habían ido completando.
Para principios de la década de 2010, entonces, Comunidades
imaginadas había influido en muchas líneas de investigación que a menudo
partían de ese libro para demostrar lo que le había faltado, pero que en última
instancia eran parte de la órbita del libro. No obstante, después de más de dos
décadas de intenso escrutinio, el foco sobre Comunidades imaginadas, al
menos entre los académicos con base en los Estados Unidos, pareció comenzar a
menguar. Las historias culturales de la identidad colectiva en América Latina
publicadas en la década del 2010 ya no tenían a Anderson como su marco teórico
o su punto de partida por defecto. Tradiciones, artesanías, deportes (el fútbol
y el béisbol), la música y el baile, el teatro popular, el patrimonio cultural,
por no seguir enumerando, todo ello ofreció caminos para comprender mejor la
formación de identidades a distintas escalas, en las que el nacionalismo pudo o
no haber jugado un rol. Los estudios sobre estas prácticas sociales no tenían
por qué involucrar a Anderson, y a menudo no lo hicieron, a pesar de cierto
interés adicional en torno a la edición revisada del libro que se publicó en
2006. No obstante, la imaginación y las comunidades nunca estaban muy lejos de
estas otras áreas de interés.
Percibí un
arco similar en las aulas desde principios de la década del 2000 hasta el
presente, lo cual quizás no sea sorprendente. Durante la primera década del
siglo, Comunidades imaginadas siguió siendo un rasgo común en la
currícula de los cursos sobre estudios latinoamericanos en los Estados Unidos,
tanto a nivel de grado como de posgrado. El nacionalismo y la identidad
colectiva eran temas centrales de estas clases también, cuando no eran sus
pilares orientadores generales. Nombres de cursos tales como “El período
nacional de América Latina”, “América Latina del imperio a las naciones” y las
variantes en torno a “Raza y nación en América Latina” son slo ejemplos del
interés compartido entre profesores y estudiantes por involucrarse de manera
sostenida con el nacionalismo y el alcance de los argumentos de Anderson. En
los cursos que dicté durante aquellos años, los estudiantes estaban ansiosos
por estudiar la formación de identidades en distintas escalas, desde las
comunidades locales hasta las naciones. Algo de ese entusiasmo se alineaba con
las conversaciones geopolíticas globales contemporáneas en torno a los Estados
nacionales (sus historias y futuros). Sin duda, algo del interés provenía de
las corrientes académicas que prestaban renovada atención a la América Latina
del siglo xix, incluyendo la
acumulación de producción académica con miras a las celebraciones
bicentenarias, los debates en torno a los “héroes nacionales”, o los “textos /
figuras / momentos fundacionales” y el significado de la ciudadanía.
Para los
estudiantes de grado, el carácter residencial que define gran parte de la
experiencia universitaria en los Estados Unidos se presta especialmente bien
para pensar acerca de la identidad grupal, las “tradiciones” nacidas de la
necesidad, y cuán crucial es la imaginación en ambos casos. Los estudiantes que
se mudan a un campus donde vivir y estudiar experimentan la formación de
identidad a menudo en períodos de tiempo muy condensados (un puñado de horas o
el transcurso de unos pocos días), aprendiendo las canciones del área
residencial en la que viven y de la universidad en la que estudian, vistiendo
los colores de ambas para los eventos que marcan el comienzo del año académico
y sumando prendas con el logo de su universidad a su guardarropa. Así, durante
los primeros días en que los estudiantes de primer año llegan al campus,
reciben remeras, bufandas, gorros u otros accesorios representativos del
edificio en el que viven, notablemente distintos de las remeras, bufandas,
etc., que tienen los estudiantes de otros edificios. De modo similar, la
comunidad de cada edificio puede tener su mascota, sus lemas o cantos de
aliento que los nuevos miembros aprenden rápidamente, autovisualizándose como
la nueva encarnación de una identidad grupal específica. La lógica detrás de
esas canciones o de la vestimenta codificada por color es clara: son marcadores
de comunidad que facilitan la conexión con otros (conocidos o imaginados), y
como tales son adoptados.
No
obstante, no es la racionalización de estas actividades lo más sobresaliente;
más bien lo es el vínculo emocional que generan, tan efectivo para unir a un
grupo de extraños en este nuevo espacio compartido. Experiencias tales están en
diálogo directo con las conversaciones en clase acerca de la identidad
colectiva y el nacionalismo. Los estudiantes de posgrado, por su parte, no
tienen la misma experiencia residencial. Es decir, aun si viven en el campus
universitario, su experiencia difiere significativamente de la experiencia
residencial de los estudiantes de grado, pues la vida del estudiante de
posgrado es mucho más independiente, con menos actividades de construcción
comunitaria. No obstante, los estudiantes de posgrado a menudo desarrollan una
identidad grupal asociada a la carrera y la universidad donde completaron su
formación. Es una identidad comunitaria más intelectual que surgida del lugar. Además,
en los cursos al nivel de posgrado, las tendencias en materia académica,
incluyendo la atención sostenida sobre el nacionalismo, dan forma al contenido
de los cursos aún más que en los cursos de grado.
Durante los
últimos diez años, a grandes rasgos, la alineación entre el interés de los
estudiantes en el nacionalismo como una de las formas más potentes de identidad
social y el contenido de los cursos se ha vuelto divergente. Nuevamente, las
tendencias académicas han adoptado otras direcciones, aun cuando la identidad
colectiva y la formación de Estados siguen siendo aspectos centrales. Los
estudios alimentarios y las relaciones entre cocina e identidad han capturado
la atención estudiantil en las clases. Han florecido los cursos sobre
Afrolatinoamérica. Deporte y sociedad en las Américas también han ganado mayor
tracción, en parte como resultado de la creciente popularidad del fútbol en los
Estados Unidos. Los estudios sobre la mujer, el género y la sexualidad se han
convertido, de manera similar, en áreas críticas para el estudio de la
identidad grupal, el poder y el Estado. La lista continúa, pero el punto es que
Comunidades imaginadas y la creación de naciones a mediados del siglo xix ya no parecen estar al frente de
estas conversaciones más recientes. De hecho, en un curso de grado que dicté
sobre la cultura popular en América Latina durante el semestre de otoño de
2022, quise hacer referencia a Anderson en una de las clases. Pregunté a mis
estudiantes cuántos habían leído Comunidades imaginadas en otros cursos
u oído hablar del concepto. Quizás no tan sorprendentemente, nadie lo conocía:
fue la primera vez en casi veinte años que ni uno solo de mis estudiantes pudo
decir algo sobre el concepto de Anderson. ¿Acaso el largo alcance del libro
estaba llegando a un punto de inflexión?
Sin
embargo, ni bien resumí la idea de imaginar comunidades y el trasfondo
emocional de las identidades colectivas, mis estudiantes se mostraron ansiosos
por participar en una conversación con base en esos lineamientos y también en
hacer conexiones con el nacionalismo. Aun cuando los contenidos de los cursos y
las listas de lectura han “pasado a otra cosa” después de considerar el
nacionalismo con la intensidad y a la escala de las décadas de 1990 y 2000, hay
un interés subyacente por el nacionalismo en los estudiantes que sigue siendo
fuerte. ¿Por qué? Precisamente porque el poder de la emoción que vengo
destacando como esencia de Comunidades imaginadas es también central en
la pertenencia a una comunidad y el desarrollo de una identidad; es decir,
cosas que los estudiantes universitarios anhelan explorar y experimentar.
Ahora que
consideramos el cuadragésimo aniversario de la primera edición del libro, la
nación continúa siendo la forma de organización política más poderosa del
mundo, que aún evoca no solo las emociones más feroces y extremas, sino también
las formas más elaboradas de imaginación. Y si bien la identidad nacional no
siempre es la forma de identidad colectiva que tiene más influencia sobre una
comunidad, el valor de comprender la base emocional de las narrativas y la
ideología tan efectivamente como lo hizo Anderson es tan fuerte como siempre.
En otras palabras, no parece que el largo alcance de Comunidades imaginadas
vaya a limitarse pronto. En todo el mundo, las historias sobre la identidad
individual y colectiva, especialmente las historias sobre orígenes, son más
efectivas cuando aprovechan la emoción y vinculan el sentimiento con el
comportamiento individual o colectivo. El marco de Anderson para comprender “los
orígenes y la expansión del nacionalismo” sigue proporcionando una perspectiva
crítica para el modo en que pensamos sobre las historias de origen y cómo las
comunidades se visualizan a sí mismas y su lugar en el mundo. Ya se trate de la
historia de origen de un político municipal o de un candidato a presidente, un
héroe popular o un mito comunitario, la narrativa histórica de una nación o su
panorama literario, el rol de la imaginación en evocar una conexión emocional
con la historia contada y con otras personas por medio de esa historia es
fundamental para que la historia resuene. Las emociones (y una cuidadosa
evaluación de los públicos) alimentan lo que dichas historias de origen
incluyen u omiten, y están en la intersección de los canales de distribución de
esas historias y cómo son recibidas.
Por
supuesto, los estudiosos de América Latina y otras áreas seguirán avanzando
hacia un conocimiento más completo y complejo de las identidades colectivas a
través del tiempo. Pero la circulación emocional de imaginar lazos sociales y
la centralidad de la imaginación para la identidad social probablemente sigan
dando forma a cómo comprendemos la ideología y la nación. De modo que el largo
alcance de Comunidades imaginadas está listo para extenderse. o
Bibliografía citada
Acree, Jr.
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Resumen/Abstract
La sobrevida
de una corriente emocional:
un seguimiento del largo alcance de Comunidades Imaginadas
Son pocos
los autores que logran captar la esencia de su argumento en un título de manera
tan efectiva como lo hizo Benedict Anderson hace cuarenta años. Y son pocos los
libros que generan la energía gravitacional suficiente para mantenerse en el
centro de la conversación durante décadas. El talento interpretativo de Comunidades
imaginadas le debe mucho a la notable amplitud global del libro y a su
combinación de puntos de anclaje tales como el capitalismo de imprenta, el
nacionalismo lingüístico y la importancia de imaginar conexiones políticas. Aun
así, otros libros sobre el nacionalismo han canalizado elementos notables
similares, tales como la invención y el mantenimiento de tradiciones, etnia y
religión, o la política cotidiana, los medios impresos y los íconos de la
cultura popular a través del tiempo, para promover debates en torno a la
identidad colectiva tanto al interior de América Latina como más allá de ella.
Sin embargo, la persistencia del libro de Anderson proviene de algo que los
otros hacen en mucha menor medida: captar la base emocional del nacionalismo y
vincular esa carga emocional con las narrativas a lo largo del tiempo, así como
con la identidad social. Estos lazos entre ideología, identidad y narrativa
facilitan la comprensión por parte de los lectores de la durabilidad del
nacionalismo como fuerza social, cultural, política y económica. Son también la
razón por la cual Comunidades imaginadas ha pervivido más que la mayoría
de los demás libros sobre nacionalismo y los estudios de corte académico, y el
motivo por el cual esto se ha comprobado a escala global. En este artículo
quiero esbozar el largo alcance de Comunidades imaginadas, entrelazando
algunas de mis experiencias como estudiante y académico con mis observaciones
sobre el modo en que mis propios estudiantes han encarado el nacionalismo a lo
largo de los últimos quince años. En suma, aunque la identidad colectiva y el
nacionalismo en la historia cultural han tenido sus altibajos como puntos
focales en las últimas décadas, la resiliencia de esa corriente emocional que
Anderson aprovechó no corre riesgo de desaparecer a la brevedad.
Palabras
clave: Narrativas - Resiliencia - Carga emocional - Identidad -
Comunidad
The Afterlife of an Emotional Current:
Following Imagined Communities’s Long Reach
Few authors manage to capture the core of their
argument in a title so effectively as Benedict
Anderson did forty years ago. And few books generate
the gravitational energy that keeps them at the center of conversations for
decades. The interpretive gift of Imagined Communities owes much to the
book’s remarkable global scope and blend of anchor points such as print
capitalism, linguistic nationalism, and the significance of imagining political
connections. Still, other books on nationalism have channeled similarly salient
elements like the inventions and maintenance of tradition, ethnicity and
religion, or everyday politics, print media and popular culture icons through
the ages to advance debates around collective identity both within and beyond
Latin America. The staying power of Anderson’s book, though, comes from
something these others do to a much lesser extent: capture the emotional
underpinning of nationalism and link that emotional charge to storytelling
through time as well as to social identity. Those bonds between ideology,
identity, and narrative make it easy for readers to understand the durability
of nationalism as a social, cultural, political, and economic force. They are also why Imagined Communities has outlived the shelf
life of most every other book on nationalism and most studies with an academic
bent, period, and why this has been true on a global scale. Here I want to
follow a sketch of the long reach of Imagined Communities, weaving
together some of my experiences as a student and scholar, with the ways I have
observed my own students engaging nationalism over the past fifteen years. In
short, though collective identity and nationalism in cultural history have had
there ups and downs as focal points over the past
decades, the afterlife of the emotional current Anderson tapped into is not
going away anytime soon.
Keywords:
Storytelling - Afterlife - Emotional charge - Identity - Community
* Traducción
para Prismas de María Inés Castagnino.
1
Eric Hobsbawm y Terence Ranger (eds.), The Invention of Tradition, Nueva
York, Cambridge University Press, 1983; Ezequiel Adamovsky, El gaucho
indómito: de Martín Fierro a Perón, el emblema imposible de una nación
desgarrada, Buenos Aires, Siglo XXI, 2019; Anthony D. Smith, The Ethnic
Origins of Nations, Nueva York, Blackwell, 1986; Oscar Chamosa, The
Argentine Folklore Movement: Sugar Elites, Criollo Workers, and the Politics of
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Nancy P. Applebaum, Mapping the Country of Regions: The Chorographic
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era de Rosas, Buenos Aires, Prometeo, 2018 [2003]; Hilda Sabato, La
política en las calles. Entre el voto y la movilización. Buenos Aires,
1862-1880, Buenos Aires, Sudamericana, 1998; Hilda Sabato, Repúblicas del Nuevo Mundo. El experimento político
latinoamericano del siglo xix, Buenos Aires, Taurus, 2021
[2018]; Gilbert Joseph y Daniel Nugent (eds.), Everyday Forms of State Formation: Revolution and the Negotiation of
Rule in Modern Mexico, Durham, Duke University Press, 1994; William Acree, La lectura
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Río de la Plata, 1780-1910, Buenos Aires, Prometeo,
2013 [2011]; William Acree, Fronteras en escena. La construcción de la
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2021 [2019]; Paula Alonso (ed.), Construcciones impresas. Panfletos, diarios
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1820-1920, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2004; Corina Zeltsman,
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Berkeley, University of California Press, 2021; Pablo Alabarces, Fútbol y
patria, segunda edición, Buenos Aires, Prometeo, 2007 [2002]; Pablo
Alabarces, Pospopulares. las culturas populares
después de la hibridización, Bielefeld, Bielefeld University Press, 2021.
2 Florencia
E. Mallon, Campesino y nación. La construcción de México y Perú poscoloniales, México, ciesas, 2003 [1995]; Claudio Lomnitz,
“Nationalism as a Practical System: Benedict Anderson’s Theory of Nationalism
from the Vantage Point of Spanish America”, en M. A. Centeno and F. López-Alvez (eds.), The
Other Mirror: Grand Theory through the Lens of Latin America, Princeton,
Princeton University Press, 2001.