Reivindicación
del paréntesis
Víctor Goldgel Carballo
University of Wisconsin-Madison
En Comunidades
imaginadas, se dijo ya muchas veces, Benedict Anderson se equivocó en casi
todo.1
Repetirlo, creo, ayuda a reconocer la enormidad del libro y a precisar su
carácter de gran relato. Inspirado en Erich Auerbach, que en su Mímesis había
recorrido casi tres milenios de literatura, y en Walter Benjamin, que llamaba a
interrumpir el tiempo lineal de la historia con un mesiánico tiempo-ahora,
Anderson analizó el origen de las comunidades modernas que llamamos naciones
remontándose a los sistemas monárquicos y las sagradas escrituras. Hacer tamaño
recorrido le habría resultado imposible sin poner muchas cosas entre
paréntesis. De ahí mi propuesta en este ensayo: considerar que la clave para
seguir aprendiendo de Comunidades imaginadas está en sus paréntesis,
elementos fundamentales pero hasta ahora desatendidos de su escritura.
Poner entre
paréntesis significa dos cosas muy diferentes y hasta contradictorias. Con
aliento benjaminiano, Anderson argumenta que la prensa periódica y las novelas
están en la base de la producción de ese tiempo “homogéneo” y “vacío”, el de
relojes y calendarios, dentro del cual emerge la conciencia de simultaneidad
característica de toda nación moderna. Dicha conciencia, sugiere, genera un
efecto simbólico de pertenencia: hace posible que una determinada persona se
imagine, mientras lee el diario o una novela, que participa de un “nosotros”
nacional, concebible y hasta perceptible a pesar de que las personas que lo
componen son demasiadas como para alguna vez conocerse entre sí. Pero al
enfocarse en la comunidad imaginada y los procesos de homogenización del
tiempo, Anderson, como los nacionalismos, pone entre paréntesis el carácter
desigual y heterogéneo de toda sociedad.
Se podría
argumentar que los conflictos internos de las naciones están implícitos en su
análisis, que trata justamente de entender por qué millones de personas pueden
sentirse partícipes de una misma comunidad nacional a pesar del racismo, el
sexismo o las diferencias de clase. Pero dejar implícito y ocultar pueden ser
dos caras de la misma moneda. Poner entre paréntesis, en otras palabras,
significa a veces posponer, minimizar, marginalizar. Mary Louise Pratt fue una
de las primeras críticas en observarlo, en un ensayo de 1987 en el que sugería
reemplazar la noción androcéntrica e idealizante de “comunidades lingüísticas”
por una “lingüística de contacto”. En un mundo de flujos transnacionales y de
comunidades internamente diversas, observaba Pratt, imaginar la nación como un
universo social “homogéneo y unificado” es bastante absurdo. La explicación que
proponía era afectiva: la “nostalgia por la totalidad” y el “enorme consuelo
mental” que aquella imagen de unidad produce. Algunos años después, Julio Ramos
destacaría que Anderson pasó por alto la “agonística subyacente” en sociedades
organizadas en torno a la diferencia racial. Por la misma época Florencia
Mallon se distanciaba explícitamente de Comunidades imaginadas al
examinar el nacionalismo “desde abajo”, o más allá de los parámetros burgueses.2
A pesar de
estos rechazos y críticas, el libro se volvió un clásico. Reconociéndose
víctima de su éxito, en el epílogo a la edición de 2006 Anderson se lamentaba
de los “vampiros de la banalidad” que reducen Comunidades imaginadas a
su título.3
La queja tiene algo de elitismo y hasta de mala fe, porque esa banalización, en
todo caso, se debe a la facilidad con la que se puede entender el concepto
central de la obra, y esa facilidad, a su vez, es un producto de su apuesta
básica: cruzar la selva de lo heterogéneo y lo multicausal a fuerza de un
relato simple y bastante teleológico, aunque también lleno de variados y
coloridos ejemplos. Como los nacionalismos, Comunidades imaginadas se
basa en generalizaciones extremas. Como los nacionalismos, logra hacer del azar
destino y de lo contingente algo necesario. Los periódicos y las novelas, dice
Anderson, por ejemplo, fueron los medios técnicos que permitieron imaginar la
nación, y esto ocurrió en primer lugar en América. Objetar que en las naciones
americanas prácticamente no hubo periódicos o novelas antes de las
independencias jamás será suficiente para sepultar su ben trovato argumento.
Citando solo tres fuentes, y para colmo en inglés y de tres autores nacidos en
Europa (Jean Franco, An Introduction to Spanish-American Literature, de
1969; John Lynch, The Spanish American Revolutions, 1808-1826, de
1973; y Gerhard Masur, Simón Bolívar, de 1948), Anderson abarca toda la
historia moderna hispanoamericana y se vuelve referencia obligada desde México
hasta la Argentina. ¿Puede haber prueba más elocuente de lo poco que importan
las pruebas? Incluso el hecho de que Comunidades imaginadas le haya
otorgado a América la cucarda de Gran Pionera en el desarrollo de los
nacionalismos modernos parecería ser menos relevante para explicar su éxito que
el encanto de la simplificación.
Quizás otra
de las razones detrás del éxito de libro sea el haber puesto entre paréntesis
el giro académico hacia la interseccionalidad, lo posicional y lo subalterno.
Como dejaron claro las críticas a la segunda ola feminista, o las dirigidas al
modelo de esfera pública de Jürgen Habermas, para mucha gente (me incluyo) es
obvio que identificar contrapúblicos o destacar la historia de los feminismos
antirracistas es más lúcido que hacer de cuenta que lo público o el feminismo
han sido siempre una sola cosa (blanca-hetero-cis-etc.) La eficacia de este
tipo de críticas, sin embargo, es complementaria a la de Comunidades
imaginadas. Desde un ángulo, se destacan las diferencias de poder. Desde
otro, el poder de obviar diferencias propio del nacionalismo. Anderson subrayó
lo más básico, lo más importante: la tendencia humana a esencializar lo
socialmente construido. Las naciones son un invento, arbitrarias, recientes y
todo lo que se quiera, pero lo importante, observa él, atento al sentido común,
es que producen un vínculo afectivo capaz de hacer olvidar todo esto y hasta de
sobreponerse a sus conflictos internos. Poner entre paréntesis, en el sentido
de hacer olvidar provisionalmente: he ahí uno de los grandes poderes del
nacionalismo.
Poner entre
paréntesis, sin embargo, también tiene otro sentido. Incluso las naciones más
aislacionistas, señala Anderson, admiten “el principio de naturalización (¡maravillosa
palabra!), por mucho que puedan dificultarla”.4 En esa frase no caben la erudición
y la capacidad analítica de Anderson, pero sí el ímpetu de su principal
argumento: la maravilla de que podamos creer lo increíble, olvidar lo más
evidente. La frase es, además, una de las tantas en las que Anderson usa el
paréntesis como signo gráfico. En el capítulo “Las raíces culturales”, por
ejemplo, abre paréntesis más de cuarenta y cinco veces, sin contar los que usa
para indicar fechas. Al hacerlo, nos enfrenta constantemente al segundo y
paradójico sentido del paréntesis: la irrupción de una voz y un nivel narrativo
que le recuerdan al lector que lo que venía leyendo no es toda la historia; que
aquello que había quedado afuera en realidad está presente.
En el
capítulo sobre pioneros criollos, Anderson se refiere al decreto de 1821 en el
que San Martín declara: “En adelante no se denominarán los aborígenes indios
o naturales: ellos son hijos y ciudadanos del Perú, y con el nombre de peruanos
deben ser conocidos”.5
De inmediato, Anderson comenta, entre paréntesis: “(Podríamos añadir: a pesar
de que el capitalismo impreso no había llegado todavía a estos analfabetos)”.6
La metalepsis (el cambio súbito de nivel narrativo que produce el paréntesis)
pone de relieve el carácter construido de su relato y nos transporta a una
dimensión tan familiar como extraña: un futuro desde el cual,
retrospectivamente, incluso los más antiguos habitantes del territorio habrían
sido peruanos. Como el “adelante” de San Martín, los saltos de nivel narrativo
le permiten a Anderson reconocer y superar lo que contradice sus argumentos. Al
contarnos una historia muy simple (Perú existe y sus habitantes se consideran
peruanos) nos invita a olvidar todas las otras historias (por ejemplo, que en
el Perú de hoy viven más de cinco millones de personas que también se
autoidentifican como indígenas y hablan casi cincuenta lenguas diferentes).
Si Comunidades
imaginadas sigue vigente, esto tal vez se deba a que sus buenos lectores
también son capaces de poner entre paréntesis muchos de los problemas del
libro, en el doble sentido de obviarlos y destacarlos. Por ejemplo, ha sido
posible demostrar que el mercado de textos impresos fue parte de un engranaje
social mucho más amplio en el que las redes clientelistas e instituciones como
la Iglesia podían tener tanto o más peso que el capitalismo, como hizo
recientemente Corinna Zeltsman al enfocarse en el siglo xix mexicano; o analizar los modos en que lo nacional fue
sobre todo imaginado por fuera de la imprenta y la escritura, como hizo Marial
Iglesias Utset al enfocarse en las “ceremonias patrióticas” de Cuba en un
contexto en el cual el 70% de la población era analfabeta; o pensar el
nacionalismo como un elemento más en un conjunto de formas de imaginación
política que incluía también los vínculos transnacionales de la diáspora
africana, el sueño de una Confederación Antillana, los activismos indígenas
capaces de producir reformas constitucionales que reconocen una realidad plurinacional,
etc.7
Se podría incluso poner entre paréntesis una de las hipótesis centrales de
Anderson, según la cual la lectura de periódicos y novelas habría estado en el
origen de las naciones, y destacar la importancia de la escasez o incluso la
inexistencia de textos impresos para producir una comunidad imaginada: las
discusiones sobre la necesidad de fundar una revista, la desesperación a la
hora de juntar fondos, los lamentos por el alto precio del papel, los llamados
a que alguien por favor escriba una novela nacional, etcétera.
No pretendo
enumerar todos los sentidos del paréntesis, pero en este punto me veo obligado
a reconocer uno más: dar ejemplos. Efectivamente, a la hora de escribir es
bastante común abrir un paréntesis y ofrecer ejemplos después de hacer alguna
afirmación de índole general. Ahora bien, la fuerza de los ejemplos reside en
su singularidad, o en el hecho de que no solo ilustran lo general sino que
además pueden excederlo y hasta contradecirlo. Esto se vincula con la relación
paradojal que la academia estableció con Comunidades imaginadas desde un
comienzo, y que Halperin Donghi sintetizó al señalar que los admiradores del
libro no pueden sino confesar que en sus respectivas áreas de especialización
Anderson “se equivocó en casi todo” (véase nota 1). El relato general de
Anderson, dicho de otra manera, produce una admiración que es inmune al hecho
de que los casos particulares lo contradigan.
Para elucidar esta paradoja, en las páginas que quedan voy a enfocarme
en un ejemplo muy singular: un poeta nacido y esclavizado en Cuba a mediados
del siglo xix. Aunque Anderson le
dedica bastantes páginas del libro a Filipinas, Cuba brilla por su ausencia. Y
aunque hace varias referencias a la esclavitud y el racismo, su enfoque en las
élites criollas deja pendiente la tarea de entender qué podía significar el
nacionalismo para una persona esclavizada. En las antípodas del San Martín de
Anderson, que había declarado peruanos a aborígenes analfabetos, este poeta se
declaró a sí mismo cubano a través de la escritura. Y lo hizo en un contexto
muy diferente: colonia española hasta 1898, Cuba fue un lugar donde la nación
se imaginó por un largo tiempo antes de adquirir su propio Estado. El poeta en
cuestión y su patria están muy lejos de ser representativos de los grupos
sociales y las regiones analizados por Anderson. Si algo representan es,
justamente, las innumerables particularidades que Comunidades imaginadas debió
poner entre paréntesis para elevarse a la categoría de gran relato académico.
Lo que propongo, entonces, es dejarnos orientar por las paradojas del
paréntesis (de lo que, al ser puesto de lado, queda puesto en el centro, y de
lo que, al ser puesto como ejemplo, excede y hasta contradice lo que debería ilustrar)
para considerar que todo aquello que Anderson dejó afuera puede ser el núcleo
de la futura vigencia de su libro, y que su esquema general puede revalorizarse
con cada nuevo caso particular que lo exceda y lo contradiga.
La principal razón por la cual la ruptura de Cuba
con España se postergó hasta finales de siglo fue la esclavitud, abolida en
1886: el miedo a que una revolución política derivase en una social, o en una
“guerra de razas” como la haitiana, mantuvo a raya las tendencias independentistas
de la élite. Como la primera guerra de independencia se inicia recién en 1868,
voy a referirme a los años inmediatamente anteriores, cuando la antítesis entre
nación cubana y esclavitud era todavía la norma; cuando, dicho de otra manera,
imaginar un futuro nacional implicaba antes que nada buscar una solución a esa
antítesis aparentemente irresoluble. Es en ese momento, en 1865, que un joven
esclavizado de 22 años, Ambrosio Echemendía, publica en la ciudad de Trinidad
un libro de poemas titulado Murmuríos del Táyaba.8 Lo firma con un anagrama, Mácsimo
Hero de Neiba, que exhibe su ingenio y complace el de sus lectores a la vez
que participa de una tradición de anonimato fingido que le permite exhibir
también su prudencia. Como había pasado tres décadas antes con el autor de la
única autobiografía escrita por un esclavo en castellano, Juan Francisco
Manzano, Echemendía establece una alianza desigual con un sector de la élite
liberal para circular como poeta, publicar y, finalmente, comprar su libertad.
Antes de recopilarlos en su libro de 1865, Echemendía había publicado poemas en
varios periódicos, como El Correo de Trinidad, El Telégrafo de
Cienfuegos y El Fanal de Puerto Príncipe (hoy Camagüey).9
Como el de Manzano, se trata de un caso atípico, que sin embargo revela el modo
en que muchas personas podían sacarle provecho a las jerarquías y conflictos
consustanciales al desarrollo de una comunidad nacional.
El
nacionalismo cubano es perceptible a lo largo de toda la campaña para manumitir
a Echemendía, y en particular en los poemas del libro Murmuríos del Táyaba,
publicado varios meses antes de su liberación. El Táyaba del título es una
referencia al río que pasa por Trinidad. Echemendía era trinitario (su dueño lo
llevó luego a Cienfuegos), y fue ahí donde se editó la obra, pero el
patriotismo restringido que exhibe en poemas como “A Trinidad” (“Salve! salve
mi solar paterno / donde el TAYABA undoso alegre gira, / Hermosa TRINIDAD,
búcaro eterno”) se amplía en otros que abarcan toda la isla. “Vivo orgulloso de
mis patrios lares”, dice en “A Cuba”, y proclama su lealtad de manera
categórica: “Patria feliz, idolatrada CUBA, / Tú, después de mi Dios, mi amor
primero”.10
A este poema le siguen, en este orden, “A mi señor”, “A la religión” y otro de
los varios “A mi señor”. Echemendía enhebra patriotismo, religión y fidelidad a
amos, protectores y patricios para acercarse a la libertad por la vía
tradicional de la sumisión. Ser mulato (o sea, menos negro), haber aprendido a
escribir y cultivar vínculos por dentro y por fuera de la familia de su dueño
lo ayudaron a conseguir el apoyo de un grupo de cubanos y cubanas que, aun inclinándose
hacia el liberalismo, difícilmente se hubiese solidarizado de manera pública
con una persona recién traída de África o (como indico más abajo) con una mujer
obligada a amamantar a hijos ajenos.
La lealtad
de Echemendía no era solamente una imposición, un privilegio y una estrategia,
sino también, desde el punto de vista de la nación imaginada, una virtud
patriótica, relativa tanto a su patrón como a sus padrinos y a las redes en las
que se movían. A la hora de desplegar esa virtud, la prensa periódica cumplió
un rol importante, y el poeta hace esto explícito de varias maneras. Por
ejemplo, dedica uno de sus sonetos al periódico El Fanal, de
Puerto Príncipe, y en el primer terceto anuncia su objetivo:
Al publicar
mis pobres concepciones
Manumitirme
solamente espero,
Por eso ruego abiertas suscriciones
Como otros
pocos poetas esclavizados (Manzano, Juan Antonio Frías, Néstor Cepeda, Manuel
Roblejo, Amalia Gutiérrez), Echemendía se vincula al nacionalismo de la élite
criolla abolicionista sin esconder su interés, que era emanciparse, ni el de
ella, que era mostrarse magnánima y avanzar hacia una Cuba posesclavista.
Tan importante como el dedicado a El Fanal es el poema que
Echemendía dedica al director de El Siglo. Este diario, fundado en 1863
por criollos reformistas, se publicaba en La Habana y había empezado a
propugnar un abolicionismo gradual. Con el fin de la Guerra de Secesión y de la
esclavitud en los Estados Unidos, por un lado, y el ocaso del comercio
clandestino de esclavos en Cuba, por el otro, El Siglo empezaba a
imaginar una nación basada en el trabajo asalariado y una ciudadanía capaz de
incorporar a la población afrodescendiente. En ese contexto, ventilar en letras
de molde el caso de un esclavo que componía sonetos era una forma de refutar el
argumento colonial-proesclavista según el cual el salvajismo, la ignorancia y,
en síntesis, la inferioridad “racial” de la población esclavizada hacían
imposible su integración a la vida civilizada.
En términos
doctrinarios, El Siglo estaba alineado con la revista bisemanal La
América. Crónica Hispano-Americana, que se venía publicando en
Madrid desde 1857. Su dueño y director, Eduardo Asquerino, visitó Cuba al poco
tiempo de la publicación de los Murmuríos. La élite liberal cubana le
organizó un banquete de cien cubiertos en el que la campaña de liberación de
Echemendía tuvo su punto culminante. Cuando los invitados empezaban a irse,
José Manuel Mestre, simpatizante del abolicionismo y temprano traductor de la
novela de Harriet B. Stowe Uncle Tom’s Cabin (Taita Tomás, le
puso de título), expresó “con voz vibrante” (cito a su biógrafo) que la
celebración de los ideales liberales que los convocaban “debía coronarse con
una demostración”. Acto seguido pasó a recoger con un sombrero donaciones para
Echemendía.11
Al ponerlo patas para arriba, ejemplos como el de Echemendía revitalizan
el análisis de Anderson. Al escribir sobre el rol de la prensa, por
ejemplo, Anderson enfatiza la importancia del anonimato, o el hecho de que los
lectores no se conocen entre sí. Quienes se encontraban con Echemendía al leer
el periódico, sin embargo, se encontraban al mismo tiempo con una imagen de su
nación en la que conocerse era indispensable: las redes de amistad y
patronazgo, el intercambio de textos mano a mano, las tertulias en las que se
los leía, los banquetes para recaudar dinero, etc. Para Anderson, el desinterés
es “la esencia de la nación”;12 el nacionalismo de Echemendía es
abiertamente interesado. Anderson destaca que la prensa periódica es efímera;
los diarios de Cuba, sin embargo, reproducían los poemas de Echemendía
publicados en otros diarios, y no faltó quien los recortase para preservarlos.
Según Anderson, el tiempo de los periódicos es vacío y homogéneo, mientras que
la campaña de liberación de Echemendía nos remite sobre todo a esa otra
experiencia del tiempo que Anderson describe como perimida y explica citando a
Auerbach: cuando se interpreta el sacrificio de Isaac como “prefiguración del
sacrificio de Cristo”, señala Auerbach, “se establece una conexión entre dos
acontecimientos que ni temporal ni causalmente se hallan enlazados”, pero que
están “unidos verticalmente con la Divina Providencia”.13 El tiempo vacío y homogéneo
descripto por Benjamin, sostiene Anderson, tomó el lugar de esta noción
providencialista. ¿Pero por qué no podrían coexistir? En enero de 1866, el
corresponsal en Cuba de la Revista Hispano Americana de Madrid observaba
lo siguiente: “Viva feliz el bardo de Cienfuegos [Echemendía, que
ya no estaba en Trinidad], hoy emancipado merced al patriotismo de nuestros
conciudadanos; y que sean sus cantos para nosotros el bálsamo que calme nuestro
dolor, al acordarnos del malogrado Plácido!”.14 Plácido, el poeta pardo nacido
libre que se había convertido en mártir anticolonial luego de ser fusilado en
1844, era así puesto en un mismo plano que Echemendía. Como iba a pasar después
con José Martí, Plácido empezaba a resucitar cada vez que la patria lo
requería. ¿No nos invita el mismo Anderson, al insistir a lo largo de su libro
en la figura de quien muere por la patria, a pensar que esa simultaneidad providencial
tal vez sea tan central en la historia de los nacionalismos como la del tiempo
vacío y homogéneo?
“Interrumpir el curso del mundo, esta fue la más profunda voluntad
de Baudelaire”, observaba Walter Benjamin, refiriéndose a un poeta francés
contemporáneo de Echemendía.15 La cita destaca el tiempo-ahora:
la posibilidad de interrumpir, mesiánicamente, revolucionariamente, el horror
del mal llamado progreso. Dejando a este Benjamin de lado, Anderson destaca la
capacidad de los nacionalismos de hacer olvidar este horror. El caso de
Echemendía puede ser leído desde esas dos posiciones, y por eso permite
percibir tanto lo que Anderson destaca como lo que excluye: apuntalamiento de
un sentido de pertenencia y un statu quo nacional (un esclavo
que, al cantarle a Cuba, sirve a los intereses de la élite que lo explota) e
interrupción del mundo (un joven que, eludiendo el yugo de la esclavitud, se
educa, publica poesía y refuta el supremacismo blanco).
El ejemplar
de los Murmuríos que se conserva en la Biblioteca Nacional de Cuba tiene
pegado un recorte del periódico El Siglo: un soneto de Echemendía
publicado en un periódico de Cienfuegos y dedicado al Damují, el río navegable
que atraviesa dicha ciudad. Las aguas del río, escribe el poeta, bañaban antes
unas pobres casas, hasta que
El
Progreso escuchó tu murmurio,
Y en tus
incultas márgenes hojosas
Brotó Cienfuegos! […]
De
inmediato se pregunta si el progreso vendrá también a enaltecerlo a él, y
promete:
Si es
cierto, Damují ¡ay! en mi lira,
Al mudar
cual tus linfas, a otro estado…
Te promete cantar quien hoy
suspira!16
La lógica
es transaccional, y si Echemendía floreció como Cienfuegos, lo hizo dentro de
los márgenes de la ley y los intereses de cierto sector de la élite; o sea, en
un mundo no tan grande como el mundo. Su libertad, para él, fue sin duda un
progreso. Pero ¿y todas las demás personas esclavizadas? En la misma página de El
Siglo donde se publica el poema, a la derecha, y entre los típicos anuncios
de alquiler, alguien ofrece “una nodriza a leche entera, a 8 días de parida,
muy abundante, robusta, fina, amable y decente: color pardo, 18 años de edad y
jamás ha estado ni con un dolor de cabeza. La hija, que la llevará al acomodo,
no toma más que leche de vaca con una mamadera”.17 Siguiendo a Anderson, cabría decir
que Echemendía, la nodriza y la persona que la alquilaba eran o iban a ser
pronto parte de la misma comunidad imaginada. Siguiendo al Benjamin mesiánico
(el que Anderson posterga con realismo), cabría decir que esa comunidad era un
horror, y que someterse a las normas de la élite y cantarle a la patria, como
hacía Echemendía, era una forma de convalidarlo. Pero si, siguiendo la lógica
paradojal del paréntesis, pudiésemos pensar esa contradicción como la
coexistencia de dos niveles narrativos, cada uno capaz de irrumpir en el otro,
sería posible suponer que aquellas personas que estaban excluidas del relato
nacional, como la nodriza, se hacían ya percibir como ausencia en las páginas
de los periódicos, a la vez que tomaban nota del fervor nacionalista para
imaginarse a sí mismas como parte de comunidades muy diferentes. o
Bibliografía citada
Anderson,
Benedict, Comunidades imaginadas. Reflexiones sobre el origen y difusión del
nacionalismo, México, Fondo de Cultura Económica, 1993.
—, Imagined
Communities: Reflections on the Origin and Spread of Nationalism, tercera edición, Londres, Verso, 2006.
Auerbach,
Erich, Mimesis. La representación de la realidad en la literatura
occidental, México, Fondo de Cultura Económica, 2011 [1950].
Benjamin,
Walter, El París de Baudelaire, traducción de Mariana Dimópulos, Buenos
Aires, Eterna Cadencia, 2012.
Castro-Klarén, Sara y John Charles Chasteen (eds.), Beyond
Imagined Communities: Reading and Writing the Nation in Nineteenth-Century
Latin America, Baltimore, The Johns Hopkins University Press, 2003.
Cooper, Frederick, Colonialism in Question. Theory,
Knowledge, History, Berkeley, University of California Press, 2005.
Echemendía,
Ambrosio, Murmuríos del Táyaba. Poesías por Mácsimo Hero de Neiba,
Trinidad, Oficina Tipográfica de Rafael Orizondo, 1865.
—, Poesía completa, Edición, estudio introductorio y
apéndices documentales de Amauri Gutiérrez Coto, Leiden, Almenara, 2019.
Fraga León,
Yansert, “El discurso emancipatorio en la expresión de poetas esclavos en el
siglo xix cubano. El trinitario
Ambrosio Echemendía”, Trabajo de diploma, Universidad Central Marta Abreu de
Las Villas, 2004.
Guerra, François-Xavier, “Forms of Communication,
Political Spaces, and Cultural Identities in the Creation of Spanish American
Nations”, en S. Castro Klarén y J. Ch. Chasteen (eds.), Beyond Imagines
Communities. Reading and Writing the Nation in Nineteenth-Century Latin
America, Baltimore, The Johns Hopkins University Press, 2003.
Halperin Donhi, Tulio, “Argentine Counterpoint: Rise
of the Nation, Rise of the State”, en S. Castro-Klarén y J. Ch. Chasteen
(eds.), Beyond Imagined Communities. Reading and Writing the Nation
in Nineteenth-Century Latin America, Baltimore, The Johns Hopkins
University Press, 2003.
Mallon, Florencia, Peasant and Nation: The Making
of Postcolonial Mexico and Peru, Berkeley, University of California Press,
1995 [trad. esp. de Lilyán de la Vega: Campesino y nación. La formación
de México y Perú poscoloniales, México, ciesas, 2003].
Martínez-San
Miguel, Yolanda, “Spanish Caribbean Literature: A Heuristic for Colonial
Caribbean Studies”, Small Axe, vol. 20, nº 3.
Pratt, Mary Louise, “Linguistic Utopias”, en N. Fabb,
D. Attridge et al. (eds.), The Linguistics of Writing: Arguments
between Language and Literature, Nueva York, Methuen, 1987.
Ramos,
Julio, Paradojas de la letra, Caracas, eXcultura, 1996.
Rodríguez, José
Ignacio, Vida del Doctor José Manuel Mestre, La Habana, Imprenta
Avisador Comercial, 1909.
Utset,
Marial, Las metáforas del cambio en la vida cotidiana. Cuba 1898-1902,
La Habana, Ediciones Unión, 2003.
Zeltsman, Corinna, Ink Under the Fingernails: Printing
Politics in Nineteenth-Century Mexico, Oakland, University of California
Press, 2022.
Resumen/Abstract
Reivindicación del paréntesis
Comunidades
imaginadas, de Benedict Anderson, se volvió un clásico al mismo
tiempo que era criticado por poner entre paréntesis categorías como género y
raza; por minimizar, marginalizar o invisibilizar las diferencias internas que
caracterizan a toda nación. Cuando atendemos al uso constante del signo gráfico
paréntesis a lo largo del libro, sin embargo, la escritura de Anderson revela
un segundo y muy contrario sentido de la acción de poner entre paréntesis:
la irrupción de una voz y un nivel narrativo que le recuerdan al lector que lo
que venía leyendo no es toda la historia, o que aquello que había quedado afuera
en realidad está presente. ¿Cómo usar el paréntesis para pensar la
relación entre lo minimizado y lo que irrumpe? ¿Cómo conciliar los argumentos
generales de Comunidades imaginadas con las particularidades históricas
que los contradicen? Al analizar el caso de Ambrosio Echemendía, un poeta
esclavizado en Cuba a mediados del siglo xix,
y el de una nodriza puesta en alquiler a la derecha de uno de los poemas de
Echemendía en un periódico de La Habana, este artículo sugiere que el futuro de
Comunidades imaginadas (y, por extensión, de los grandes relatos
académicos) dependerá en parte de la posibilidad de considerar que todo aquello
que el libro minimizó está en el núcleo mismo de su vigencia.
Palabras
clave: Paréntesis - Invisibilización - Esclavitud - Raza - Cuba - Comunidades
imaginadas
In defense of the parenthesis
Imagined Communities, by Benedict Anderson, became a classic as it was criticized for
“putting into brackets” categories such as gender and race; for minimizing,
marginalizing, or invisibilizing the internal differences characteristic of any
nation. When we pay attention to the constant use of parentheses in the book,
however, Anderson’s writing reveals a second and very opposed meaning of the
action of putting into brackets: the sudden emergence of a voice and a
narrative level that remind readers that what they had been reading was not the
whole story; that something that had been left out is actually present. How may
parentheses help one think the relationship between what is minimized and what
suddenly emerges? How to reconcile the general arguments of Imagined
Communities with the historical particularities that contradict them?
Analyzing the cases of Ambrosio Echemendía, an enslaved Cuban poet of the
mid-19th century, and of a wetnurse who was offered for rent to the right of
one of Echemendía’s poems in a Havana newspaper, this article suggests that the
future of Imagined Communities (and, by extension, of other grand
scholarly narratives) will depend in part on the possibility of considering
that everything that the book minimized lies at the very core of its validity.
Keywords:
Parenthesis - Invisibilization - Slavery - Race - Cuba - Imagined
Communities
1 Según Tulio Halperin Donghi, Anderson “hace una
contribución al tema que es bastante independiente de la validez de sus
conclusiones específicas. No debería entonces ser una sorpresa el encontrar a
tantos entre los admirados y agradecidos lectores de Anderson
reconociendo con pesar que en sus áreas de especialización se equivocó en
casi todo” (“Argentine Counterpoint: Rise of the Nation, Rise of the State”, en
S. Castro-Klarén y J. Ch. Chasteen (eds.), Beyond Imagined Communities: Reading and Writing the
Nation in Nineteenth-Century Latin America, Baltimore, The Johns Hopkins
University Press, 2003, p. 33). En el mismo
libro, François-Xavier Guerra sostiene: “prácticamente cada paso de su
argumento es falso” (“Forms of Communication, Political Spaces, and Cultural
Identities in the Creation of Spanish American Nations”, p. 5) [traducciones
mías del inglés].
2 Mary Louise Pratt, “Linguistic Utopias”, en N. Fabb,
D. Attridge et al. (eds.), The Linguistics of Writing: Arguments
between Language and Literature, Nueva York, Methuen, 1987, pp. 57 y 64;
Julio Ramos, Paradojas de la letra, Caracas, eXcultura, 1996, p. 31;
Florencia Mallon, Peasant and Nation: The Making of Postcolonial Mexico and
Peru, Berkeley, University of California Press, 1995, p. 5.
3 Benedict Anderson, Imagined Communities:
Reflections on the Origin and Spread of Nationalism, tercera edición,
Londres, Verso, 2006, p. 211.
4 Bendict Anderson, Comunidades imaginadas.
Reflexiones sobre el origen y difusión del nacionalismo, México, Fondo de
Cultura Económica, 1993, p. 205. Las citas de Anderson en castellano
corresponden a esta edición.
5 Cito el decreto tal como aparece en la Colección
documental de la Independencia del Perú, Lima, Comisión Nacional del
Sesquincentenario, vol. 13, nº 2, 1976, p. 364.
6 Anderson, Comunidades
imaginadas, p. 50.
7 Corinna
Zeltsman, Ink Under the Fingernails: Printing Politics in Nineteenth-Century
Mexico, Oakland, University of California Press, 2022, p. 154; Marial
Utset, Las metáforas del cambio en la vida cotidiana. Cuba 1898-1902, La
Habana, Ediciones Unión, 2003, p. 219; Frederick Cooper, Colonialism in
Question. Theory, Knowledge,
History, Berkeley, University of California
Press, 2005, p. 53; Yolanda Martínez-San Miguel, “Spanish Caribbean
Literature: A Heuristic for Colonial Caribbean Studies”, Small Axe, vol.
20, nº 3, p. 71.
8 Ambrosio
Echemendía, Murmuríos del Táyaba. Poesías por Mácsimo Hero de Neiba,
Trinidad, Oficina Tipográfica de Rafael Orizondo, 1865.
9 Yansert
Fraga León, “El discurso emancipatorio en la expresión de poetas esclavos en el
siglo xix cubano. El trinitario
Ambrosio Echemendía”, Trabajo de diploma, Universidad Central Marta Abreu de
Las Villas, 2004, p. 20. Véase también la introducción a Echemendía en Poesía
completa (edición, estudio introductorio y apéndices documentales de Amauri
Gutiérrez Coto), Leiden, Almenara, 2019.
10
Echemendía, Murmuríos del Táyaba, pp. 21-22.
11 José
Ignacio Rodríguez, Vida del Doctor José Manuel Mestre, La Habana,
Imprenta Avisador comercial, 1909, pp. 70-71.
12 Anderson, Comunidades
imaginadas, pp. 202-203.
13 Cito de la
versión en castellano: Erich Auerbach, Mimesis. La representación de
la realidad en la literatura occidental, México, Fondo de Cultura
Económica, 2011 [1950], p. 76.
14 “Política
Ultramarina. Correo de las Antillas”, Revista Hispano-Americana. Política,
Económica, Científica, Literaria y Artística, tomo iv, entrega 5, año iii,
nº 27, Madrid, 12 de enero de 1866, p. 187.
15 Walter
Benjamin, El París de Baudelaire, traducción de Mariana Dimópulos,
Buenos Aires, Eterna Cadencia, 2012, p. 257.
16 Agradezco
a Carlos Venegas por su ayuda fotografiando este recorte.
17 El
Siglo, 8 de septiembre de 1865, p. 3.